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Trois

Cambio de roles

Pasaron unas lunas, luego del incidente del monstruo. Varias cosas cambiaron en el pueblo. Algunos creían mi historia. Algunos me llamaban charlatán y escandalizador y, como me temía, me acusaron de brujo.
No tardó mucho para que la Iglesia fuese a inspeccionarme.

Oculté bien mis amuletos, libros y cualquier objeto que les hiciese sospechar. Los clérigos me hicieron preguntas hasta cansarse y me advirtieron que no siga regando el pánico en el pueblo de Le Rozier. Tuve la osadía de enfrentarlos al decirles que ellos tenían que advertirle al pueblo que la bestia era real. Nuevamente, ellos me mandaron a callar y me obligaron a dejar el pueblo. Amenazaron con quemarme frente a todos si no lo hacía.

Y así comenzó mi nueva etapa, con diecisiete recién cumplidos, marchándome del pueblo que me vió nacer, ante las lágrimas de mi querida abuela, de quien me tuve que alejar para protegerla.

Rousses era el pueblo más cercano. Muy pequeño y pintoresco en la ladera de una colina al pie del bosque de la región de Lozère. Estaba a tres días y medio a pie. Con solo mis pocas pertenencias y el dinero que logré conseguir al vender mi escopeta, unos bienes y algunas verduras, emprendí,  junto al viejo Louie, el viaje hacia Rousses.

Tuve suerte que el camino me fue acortado por un amable carretero que se ofreció llevarnos y pude abrigarme entre las pilas de heno que trasladaba a la finca donde trabajaba.

Le conté lo que me había ocurrido hace unos días. Fue grandioso que me creyera. Se sintió tan reconfortante. Louie dormitaba a mi lado, con su gran cabeza en mi abdomen y yo lo comfortaba con caricias.

Me llevó toda la tarde hasta que el camino se bifurcó.
—Bueno muchacho, hasta aquí llegamos. Ve hacia el este y llegarás a Rousses, muchacho.

—Tengo que llegar a alguna posada antes que se haga de noche. No quiero ser comida para la bestia.

El carretero mordió su labio hasta que se le ocurrió una idea.
—¡Oye! ¿Y si pasas la noche en el establo de mi señora? Le podemos pedir que te quedes por una noche allí para que tengas refugio. Ella comprenderá.

—No quisiera molestar a tu... ¿señora? —se me hizo raro que había mencionado a una mujer como su señora, refiriéndose a que ella era la dueña de la finca en donde trabajaba.

—Ella es muy amable —rió al notar como me había extrañado al escuchar que su jefe era una mujer—. Y sí, mi ama es una mujer. Apenas tiene unos meses a la cabeza de la finca desde que la heredó de un familiar, pero ella está haciendo lo que mejor puede para gestionar todo.

—Vaya, como van cambiando las cosas.

—Algunas para bien y otras para mal, me temo.

Las flores silvestres de millares de tonos coloreaban el verde lienzo del prado, una vista agradable mientras poco a poco, el cielo se volvía más opaco y el sol tomaba un ángulo más agudo. Me recosté sobre un atado de heno y oí lejanas las palabras del hombre.

—Mi nombre es Joffre y...

Se interrumpió al verme entrando a un ansiado sueño y acarreó a su caballo con su látigo para que aumentara la velocidad...

Como la mayoría de mis sueños, no pude recordar que era cuando desperté, pues fue tan brusco que me levanté alerta y tenso. El carro se había detenido con brusquedad y la risa del carretero fue estridente en mis oídos. Louie se espabiló de inmediato.
—Dormiste todo el camino, niño. Ya casi oscurece -en efecto, el cielo ya estaba en crepúsculo con sus matices tenues—. Ayúdame a descargar este heno y luego hablaremos con la señora.

Así fue. Medio adormilado ayudé a descargar las pacas de heno.

Necesitaba una ducha, me sentía pegajoso y con olor a tierra húmeda.

La servidumbre no notó nuestra llegada. No eran tantos como los que tenía la familia Faure. Aún así, se notaba que la dueña tenía más dinero de lo común en el pueblo.

La granja estaba mal cuidada. Era un grandioso terreno para cultivar trigo y cebada, con una casona central algo derruida por el tiempo. Los más afectados eran sin duda eran el granero y el cilo que divisé a lo lejos. El techo del granero estaba que se caía a pedazos y el cilo tenía óxido en sus costados, sin uso.

—Me imagino que estás cuestionándote si esta granja se esta gestionando de la forma correcta.

Terminé de descargar la ultima paca de heno y bajé de la carreta de un salto.

—Parece que su señora tiene que prestar más atención a su granero o en una próxima tormenta se vendrá abajo.

—La señora pasa demasiado ocupada con la obtención legítima de la propiedad. Recién le fue otorgada esta preciosa propiedad de su tío, o eso creo.

—¿Cuál es su apellido?

—Leroux. No recuerdo su nombre.

Resulta gracioso haberme acordado de Jeannette Roux al escuchar dicho apellido tan similar al suyo. Otra vez volví a sentirme culpable al recordar la última vez que vi a la chica.

Un hombre de naciente vello facial regresaba del campo de cebada y saludó al carretero. Se mantuvo serio al verme junto a Joffre.
—¿Otra vez te andas haciendo amigos en el camino?

—Colin, solo es un muchacho —dijo señalándome de pies a cabeza con sus toscas manos —. Además, este es el muchacho que salió vivo del ataque del monstruo que pasó en Le Rozier. Creería que es un espíritu y está muerto, pero es bastante agradable.

No supe si agradecer ante tal comentario o golpearle la cara. Me limité a mirar directamente a los ojos al llamado Colin que parecía desconfiar de todo el que se le ponga en frente. Su cabello dorado y reseco parecía un trozo de heno que le pusieron en la cabeza y sus ojos azules y opacos por los años me inspeccionaban mientras chasqueaba la boca.

—Viste al demonio a los ojos, muchacho. Y dime, ¿que sentiste? —dijo llevándose una espiga de trigo a la boca.

Las personas de fuera de Le Rozier parecían creer más mi historia que sus propios habitantes.
—No sé como sigo vivo luego de eso.

—Te preguntarás por qué creo que dices la verdad.

—Así es. Casi nadie me cree.

—Hemos visto a la criatura. Hace unos meses. Cuando trabajábamos para el señor Arnald, la granja aledaña a ésta.

—¿Ambos? —dije señalando a Joffre y Colin. El carretero mucho mas pequeño que Colin pareció ponerse nervioso.

—Sí. Siempre estamos juntos —al decir esto, el pequeño carretero recibió una mirada cortante de su compañero, como si lo mandara a callar—. Lo vimos cuando estábamos cazando perdices para el señor Arnald.

—Estábamos bastante lejos de su área de visión. Apenas la vimos supimos que eso era sobrenatural. Un gigantesco lobo de pelaje oscuro y rojizo, como si estuviera perpetuamente bañado en sangre. Caminaba en cuatro patas pero al detenerse, cambió su posición a una bípeda. De extremidades largas y delgadas. Estaba chequeando el sitio, como olisqueando el aire.

—Solo pocas personas saben esto. Siempre se ha dicho que la bestia solo sale de noche pero estamos seguro de que era la misma criatura.

La descripción coincidía. Esa era la misma bestia que había visto.

Le conté mi historia a Colin. Joffre volvió a escucharla con aún más interés que cuando me escuchó de espaldas en el carro.
Hablamos de nuestras hipótesis sobre la criatura. Colin creía que era un espíritu vengativo. Joffre pensaba que era un demonio que fue liberado por los prusianos. Yo creía que era un verdadero enigma y peligro conocer más sobre dicha criatura.

—¿Sabes dónde está la señora? Quiero preguntarle si podemos acoger a Hugo por esta noche. No queremos que se lo coma el monstruo.

—No hagas este tipo de bromas, Joffre.

—Es cierto. Este chico solo le serviría como mondadientes —Joffre soltó una sonora carcajada a la vez que me palmoteó con fuerza en la espalda-. Un poco de trabajo duro en el campo no te vendría mal para fortalecer ese debilucho cuerpo.

Colin ignoró la estupidez de su camarada y retomó la pregunta anterior.
—La señora está en Mende peleando estas tierras. O algo así escuché de Agathe. Creo que llega mañana

Al oír eso, Joffre me revolvió el cabello mientras sonreía.
—Pues bien, entonces si te puedes quedar. Por ahora estarás en los establos, para que nadie se entere que andas husmeando aquí.

—Y mañana te marcharás —refutó Colin de manera altanera.

—Y mañana podremos hablar con la señora para que te consiga un lugar de trabajo aquí.

Colin casi se cae para atrás ante la osadía de su compañero.
—¡¿Qué dijiste?!

—¿Qué? Hugo está buscando trabajo y tiene experiencia con animales como caballos y ovejas. Además, ¿la señora no estaba buscando un pastor hace poco?

Colin terminó marchándose y refunfuñando. Joffre me acompañó hacia los establos.
Nuevamente, estaba a gusto con el lugar que, aunque estaba un poco más maltratado que el de la familia Faure, me permitía sentirme en casa.

Joffre me dió lo necesario para sobrevivir el frío de la noche: mantas, una casaca vieja, un sobretodo de Colin que parecía un trapo viejo y algo de comida y leche caliente. Los chícharos estaban duros y el trozo de carne salado pero el hambre fue mucho más fuerte.
Me acomodé en una de las divisiones desocupadas.
Ese establo tenía cabida para seis caballos y apenas habían dos: un viejo capón tordillo y una yegua alazana embarazada. No les pareció importarles verme ocupando su territorio. Durmieron plácidamente toda la noche.

Por mi parte no pude hacer lo mismo. Una paranoia me invadía el cuerpo y mente. No era la primera vez. El sueño tranquilo era algo que anhelaba todas las noches, el cual me fue arrebatado por esa experiencia con la criatura, como si ella me hubiese embrujado cuando la vi.

El día siguiente desperté con dolor lumbar. Había adoptado una posición enrollada por el frío y las pesadillas. Colin fue el que apareció por la entrada del establo, calando su pucho recién encendido.

—Aquí en la granja Laroux nos despertamos antes del amanecer. La vida comienza temprano y lo primero que se hace es ir al pozo a tomar el agua que se utilizará todo el día.

Con los ojos entrecerrados, Colin divisaba el horizonte del campo de trigo, como si quisiese volver a ver a la criatura a lo lejos, irguiéndose en dos patas como la había visto antes. Pude intuir que deseaba cazarla, tenía toda la apariencia de un cazador astuto y peligroso. Cuerpo fornido, con algunas cicatrices del trabajo en manos y brazos y una descuidada cara llena de vello facial y mugre.

Me coloqué junto a él, intentando ver lo que él veía.
No era lo que creí. A lo lejos, en camino junto al campo de trigo, venían tres caballos a galope.

—Llegó. Es la señorita Laroux.

Aquello me volvió a sorprender. ¿Señorita? Y, si era una señorita, ¿porqué venía a lomo de caballo y no en un elegante carruaje como las demás? Una revolucionaria era la dueña de la granja.

Los tres caballos fueron hasta la entrada de la casona, donde fueron recibidos por las mucamas y unos muchachos de servicios. Colin y yo teníamos que entrecerrar los ojos para divisarlos, pues el establo se alzaba sobre una colina más alta que la casona y había una distancia considerable entre ambos.

—Ella vendrá a dejar su caballo aquí. Ahí podrás preguntarle.

—¿No hay servidumbre para eso?

Colin levantó una ceja.
—Es Joffre. Por si no lo haz notado, Joffre tiene una personalidad atrayente. Es querido por todos aquí. Me dijo que vendrían a los establos.

Continuamos viendo la lejana escena. Uno de los tres jinetes nunca bajó de su caballo y regresó por donde vino. Los otros dos si bajaron y distinguí que se trataba de un hombre y una dama. El hombre usaba un traje negro y la señorita cubría su cabello con un pañuelo color morado. El caballero y ella charlaron un momento en la plazoleta y posteriormente él entró a la casona. Una tercera figura, que según Colin se trataba de Joffre, interrumpió a la señorita y la convenció de acompañarlo.
Ambos subieron la colina, Joffre halando los dos caballos rumbo a los establos.
Colin se quitó de la entrada y fingió estar arreglando las sillas de montar. Me sugirió arreglar mi tirado en el heno y poner todo en su sitio. Luego de dejar todo como estaba, tome un trinche y comencé a separar el heno de las pacas hacia los establos a ocupar por los recién llegados caballos.

—...y sugerí que prepararan tarta de frutas para su llegada, señorita.

—¡Es una estupenda idea, Joffre! ¡Sabes como me gusta la tarta de frutas! —al ver a Colin lo saludó.

—Es un placer tenerla de vuelta, señorita.

Continué sacando el heno. Los tres intercambiaron palabras un momento y yo me sentí insignificante, hasta que Joffre me mencionó.

-Mi señora. Este muchacho llamado Hugo tiene experiencia con caballos y ovejas. Resultaría un buen pastor y podría ayudarme con los caballos también.

Me acerqué al trío cabizbajo. Tenía vergüenza de mirar a la señorita. Hasta que me decidí y me postré firme y decidido a cambiar mi miserable vida.

Ella tenía unos hermosos y vívidos ojos azules. Extrañamente, me resultaron familiares.

Ella tenía la boca semiabierta. Joffre y Colin intercambiaban miradas confundidas entre ellos y entre ella y yo.

Entonces ella se quitó el pañuelo morado de la cabeza y dejó en libertad su llameante cabellera rojiza.

—¿Hugo? Soy Jeannette. ¿Me recuerdas?

Próxima actualización: 20 de Julio

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