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Quatre

Pastoreo

Aunque me resultase confuso entender como la vida puede cambiar de golpe, suspiré de alivio al ver la cálida mirada de Jeannette. Obviamente me permitió quedarme.

Un sabor agridulce apareció en mi boca al percatarme lo agradable y generosa que la muchacha era. Y yo me rehusé a ayudarle hace relativamente poco tiempo.

Logré tener dinero y comodidad y ella vivía del día. Ahora el juego había salido a favor de ella y yo era su simple peón.

Ironías de la vida.

Ella me sonrió mostrando ese único hoyuelo en su mejilla derecha. Mi rostro se mantuvo impávido ante sus facciones. La vergüenza me ganó la batalla y no me atreví a mirarla más. Mirando a mis zapatos cubiertos de fango y estiércol, solo le supliqué por su amabilidad para que me permita trabajar como cuidador de sus caballos.

—Sé que eres muy hábil con los caballos. Fui testigo de eso hace no menos de unos años.

Por el rabillo del ojo noté las facciones confundidas de Joffre y Colin al comprender que ella y yo nos conocíamos.

—Permítame trabajar con usted —volví a insistir agachando aún más la cabeza. Por unos instantes pensé hasta postrarme ante ella. Mi orgullo no me lo permitió.

—Claro. Me serás de gran ayuda —giró la cabeza para mirar a Joffre—, y a Joffre también le vendría de maravilla una mano.

El pequeño carretero de ojos saltones asintió enérgicamente con la cabeza tan cómicamente que parecía un pavo en celo.
—Me aligeraría bastante el trabajo, mi señora.

—Además, este muchacho puede ayudarme con el pastoreo de sus ovejas —añadió Colin estirando las pantorrillas y la espalda —. Ya no puedo recorrer mucho tramo en las colinas y los pastos más verdes están más arriba. A las ovejas les vendrían bien esos pastos.

—¡Entonces, está hecho! —Jeannette saltó de alegría y me agarró por el brazo con una brillante sonrisa.

Ese fue el instante que la pelirroja estuvo más cerca de mi hasta esos instantes. Me pareció incómoda su proximidad y, aunque intenté no mostrar un rostro de desagrado, ella notó como mi cuerpo se tensó y su rostro mostró arrepentimiento por su accionar.

Con un suspiro desganado y aclarando la garganta, Jeannette miró a los dos hombres y una última vez me miró a mí con una sonrisa desganada, muy anterior a la primera que recibí de su parte.

—Bueno, creo que deben continuar con sus tareas. Por favor Colin, dile a Hugo todo lo que debe saber y en la tarde, para el retiro de la paga semanal, les presentaré a Hugo a todos los trabajadores —Jeannette se despidió después de eso, rumbo a la casona a seguir con sus tareas de contabilidad y balances financieros de la granja.

Los tres vimos como ella se alejaba de los establos. La mirada aguda de Colin se clavó en mi hombro, como si supiera que el cambio de la señorita era por mi indiferencia. Aunque era más que obvio, en esos instantes me costaba admitirlo. Era ingenuo y torpe.

Joffre se retiró a buscar al herrero al pueblo para que ajustara las herraduras del viejo percherón mientras que Colin me llevó a conocer el camino hacia las colinas: a donde tenía que llevar a pastar a las ovejas.

El terreno era uniforme en el campo de trigo y cebada. Pasando el paraje dorado y cambiándolo por uno verde, contemplamos las nacientes colinas hacia el sur de la casona. La brisa golpeaba mi rostro y el sol se alzaba en su ángulo de las nueve y media de la mañana.
Colin señaló hacia el noreste, donde las colinas se acercaban bastante al bosque. Su respiración estaba agitada. La edad ya no le permitía caminar hacia allá.

La zona era apartada. Quizá unos cuantos kilómetros de donde estábamos en distancia horizontal. Lo gracioso es que habían mencionado que era una colina, cosa que no era cierto pues claramente podías ver las rocas salientes y la gran montaña próxima. El lugar era una estepa en la ladera de la montaña, con un acceso serpenteante y rocoso, donde quizá solo las cabras montesas se atrevían a subir.

—Allá están los campos más verdes por aquí. Junto al bosque. Solo debes tener cuidado que a veces suelen crecer tréboles en su cercanía. No pienso ir a socorrerte hasta allá. Mis piernas ya no dan para avanzar hasta allá en esos caminos escarpados.

Los tréboles le hacen hinchar el estómago a las ovejas y, si no se las trata con tiempo, éstas pueden llegar a morir ahogadas por el gas que acumulan dentro. Una oveja así es considerada una oveja perdida. Conocía el proceso para salvarlas pero jamás había visto las herramientas para salvarlas. Pocos pastores las tenían o las vendían. Al parecer Colin era de esos.
Su sentencia de que no podría ir a ayudarme me dio un escalofrío en el espinazo. No era que me endeudara con Jeannette por la muerte de una de sus ovejas. Era por la bestia que rondaba por esos bosques.

Como si Colin me leyera el pensamiento, añadió.
—Tranquilo muchacho. La señora permitirá que cargues un arma por tu seguridad. Además, quizá dije que yo no podría socorrerte por mi edad y condición, pero los recolectores si podrán acudir.

Colin rió entre una tos cansina y enfermiza, como la de un amante del tabaco.
—Además, es raro que la criatura ataque de día, que es cuando saques a pastar a las ovejas.

—Entendido, señor.

—Déjate de formalidades. Soy Colin.

Me sorprendió como lo dijo sin importarle, derrumbando su fachada fría y distante.
—Esta bien —dudé un poco en pronunciar el nombre—. Colin.

El hombre mayor se sentó en una roca con la espalda contra el tronco de un viejo abedul y cerró los ojos percibiendo su aroma.
—Así que —su voz era de fanfarronería —, ¿conoces a la señorita Leroux?

Me senté a unos escasos metros de él, sobre el pasto y tiré mi cuerpo hacia atrás con el rostro alzado al cielo.
—La conocí hace unos tres años y medio, cuando trabajabamos para los Faure.

—Sabía que ella también era una de los nuestros.

Me erguí para verlo a los ojos. Solo lo encontré jugueteando con una piña del abedul.
—¿A qué te refieres?

—No es como otros a quienes les he servido. La señorita Leroux es muy alegre y jovial con todos. Aún cuando unos critican su manera de gestionar la granja de su tío.

—¿Muchos de los trabajadores estaban con su tío antes?

—Así es. Joffre me contó eso— Colin se acomodó en su sitio y aclaró su garganta, pues iba a dar inicio a su relato:

«El señor Leroux era más frío y serio que la señorita pero tenía una actitud más dominante frente a todos. Aquí lo conocían como “El viejo lobo” por su actitud como alfa de una manada y su espíritu solitario. La granja Leroux llegó a ser la más próspera en todo Lozère bajo su mandato pero a medida avanzaba su enfermedad, no tuvo tiempo ni fuerzas para hacerse cargo de su deber como líder y dejó a su hijo mayor para que continúe la gestión de su granja. Sin embargo, ese muchacho dejó perder cosechas y aprovechó el dinero de su padre para malgastarlo en apuestas y alcohol para él y sus amigos. Cuando el señor Leroux se enteró de eso, como su hijo había aprovechado de su amabilidad y había sumido en la miseria a su granja, le dió una verdadera paliza. Joffre dijo haber oído gritos espantosos ese día. El chico amenazó de muerte a su padre y huyó del lugar, maldiciendo la granja».
«Se supo que el mayor de los Laroux se unió al ejército después de eso y falleció hace ya algunos años. Algunos creen que después de eso la granja Leroux está maldita. Por eso pocos se atreven a comprar el grano de trigo y pues, estamos en decadencia»

—¿Sabes si Jeannette conocía a su primo antes de que todo pasara?

—Niño, la mayor parte de la historia me la contó Joffre. Yo llegué hace apenas un año aquí.

—Pensé que ya tenías más tiempo. Por lo bien que te llevas con Joffre.

Colin comenzó a toser de repente, como si se hubiera ahogado con su propia saliva.
—Joffre puede ser muy bonachón con los recién llegados.

Me tumbé en el pasto y observé las cirros que sobrevolaban el cielo.
—Ya veo. Por eso es que la gran casona luce algo vieja y sucia.

—Toda la granja está así, muchacho —había algo de tristeza en la voz de Colin—. No solo eso. Qué una mujer esté a la cabeza de una granja de trabajo no es muy venidero para algunos compradores de grano. Creen que es un mal augurio. Incluso algunos la han tachado de bruja. Ya sabes, paranoia ridícula.

Ese comentario me pareció gracioso. Paranoia. Que palabra tan burda y tan típica de la humanidad. Esa que se aprovechan los malvados, para acarrear a la gente como un rebaño de ovejas ante la presencia de un lobo, haciendo que sea posible que las mismas ovejas se lancen de un acantilado por el pánico.
La magia era algo enigmático y, a la vez, fabuloso. Pocos podían entender su verdadero significado y, por eso, le temían.

—La señorita Leroux es una persona muy respetable y pacífica. La admiro mucho.

Sonreí. Por pura inercia. O quizá porque simplemente sabía que era cierto en su totalidad.

Colin sabía por la posición del sol que había pasado más de una hora en la charla y reconoció que lo castigarían si demoraba más de lo planeado.
Me envío a sacar agua del pozo mientras él iba a continuar con la reparación del gallinero y la cerca de púas.

La caminata de regreso fue corta pero venidera. Los pastos dorados de trigo resaltaban frente al tono cenizo de la casona. El pozo era casi insignificante al lado de la gran casa principal. El granero y el cilo no podían verse desde donde estábamos, pues eran cubiertos por el edificio principal.
Me adelanté a Colin y comencé a correr. Quizá fue un arranque de energía o lo feliz de pertenecer a algún lugar finalmente.
Colin lo tomó como una manera de burlarme de él.

Corrí hacia el cobertizo y tomé lo necesario. El pozo estaba cerca tanto del lateral de la casona como de la plazoleta. Mientras extraía el agua, noté como una figura se me acercó por detrás y me tocó suavemente el hombro, como si una mariposa se me hubiera posado.
—Me alegra que nos volvamos a encontrar, Hugo.

Continué bombeando y sacando baldes de agua.
—Estoy muy agradecido que me haya permitido trabajar aquí, señorita.

—Puedes decirme Jeanne. Solo mis sirvientes me dicen “señorita”.

Me detuve por un momento y enfurruñé las cejas. Pero yo “era” su sirviente. Me había contratado para cuidar a sus caballos y ovejas. No pensé en tratarla como si fuera mi amiga de toda la vida.
—Señorita, yo trabajo para usted.

Aquello la lastimó un poco. Se le notó en la mirada, tan gélida y fantasmal. Volvió a darme esa media sonrisa torcida y desganada.

—Le he avisado a Flo que estás aquí.

Próxima actualización: 27 de Julio

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