
Neuf
Últimos preparativos
Al llegar a la finca, notamos como ya el polvo se había esfumado de todos los rincones de la sala principal. La biblioteca era el último sitio que faltaba limpieza.
Al bajarnos todos del carro, ordené a Colin y a Hugo ayudar a la servidumbre con esa zona para que puedan acabar más rápido. Ellos entregaron el caballo a Joffre y entraron por las cocinas para tomar antes algo de agua de buganvilla que había dejado nuestra cocinera.
Al oírlos nombrar dicha bebida refrescante, le dije a Michelle que me suba una jarra y un vaso a mi habitación cuando pudiera. El calor era abrasador.
La servidumbre intercambio palabras conmigo sobre los últimos preparativos: la cena, los ramos de flores y cestas de frutas, el color de las sábanas de los cuartos de visitas, entre otros detalles. No ponía un pie en tranquilidad y ya era abarrotada con preguntas que debía responder por el bienestar de mi finca.
Me latía la cabeza cuando subía por las escaleras rumbo a mi habitación. Quería algo de paz.
Llegué y me quité la cofia para arrojarla a la cama. Mi cabello cayó desarreglado por mis mejillas ante el tirón del adorno. El espejo reflejaba el cansancio abrumador que sentía. Una experiencia agridulce, pues el hacer reconocer el valor de la granja de mi tío era algo que debería sentirme orgullosa. Aún así, no era más que un peso magistral sobre mi espalda, uno del cual no podría librarme.
Resultará algo irónico que a pesar de que mi vida dió un giro repentino de golpe, no esté del todo contenta con ello. La vida en el campo era sencilla, alegre y real. Esta vida como dama y señorona de finca era caótica y extenuante. Todavía no lograba acostumbrarme del todo.
El golpetear de la puerta acabó con mis pensamientos aleatorios. La voz de Michelle sonó atrás de la puerta y le permití entrar. Tal como le había ordenado, me traía el agua de buganvilla helada. Sin embargo, en su lazo de la cintura tenía unas cartas las cuáles me tendió con una sonrisa socarrona.
—Se las vengo a entregar acá para no armar revuelo. Su secreto está a salvo conmigo.
Estaba perpleja y tomé las cartas sin desprender mi mirada de la suya. Allí observé el remitente: Ferid Boyer en la primera carta y Florence Faure en la segunda. Pensé en que estos días iban a estar cargados de invitados.
—Gracias Michelle pero..., ¿cómo voy a abr... —la chica me sorprendió al tenderme el abrecartas que había robado de mi escritorio. Sonreí. Apenas era una adolescente y era genial y atenta—. Gracias.
El sobre con el nombre de Ferid Boyer permaneció un tiempo en mis manos. ¿Cómo pudo haberme escrito tan pronto? Apenas lo había conocido hace algunas horas. Aquella carta era misteriosa. No sabía cual era más importante leer. Michelle pensó que mi silencio era señal que deseaba más privacidad y salió de mi habitación disculpándose, para continuar ayudando en la cocina.
Me leyó el pensamiento. Quería que esas cartas sean solo leídas por mí.
Abrí la de Flo primero. Olía a lirios perfumados. El sobre no solo tenía la carta. Tenía los pétalos de dicha flor para aromatizar el papel. Siempre tan detallista Florence.
La carta era enérgica y alegre, no impidió hacerme sonreír:
Mi querida Jeanne:
No hay duda que ansiaba escribirte desde hace ya algún tiempo.
¿Así qué Hugo está trabajando en tu granja? Vaya, las vueltas que da la vida. Me alegra poder verlos a ambos pronto.
¿Recuerdas que te comenté de un nuevo amigo de la familia? Pues quería preguntarte si podría llevarlo conmigo a tu finca para conocernos mejor. Su nombre es Ferid Boyer y es el caballero más agradable que vayas a conocer en tu vida entera.
Espero no causarte muchas molestias, querida amiga mía.
¡Nos vemos el viernes!
Viajaré mañana en el carruaje de papá. ¡Por primera vez iré sola! El señor Boyer vendrá a lomos de su caballo. ¡Me sentiré una mujer independiente al fin!
Ten un precioso día y espero hayas tenido suerte en el mercado estatal.
Tu amiga,
Flo.
La carta poseía la fecha de 23 de febrero. Ya habían transcurrido cuatro días hasta ese entonces.
Dejé la carta de Flo de lado y observé de reojo la carta de Ferid. Mi corazón se había acelerado. Qué divertida coincidencia.
Abrí su carta con extrema lentitud, como si de un objeto delicado se tratara. Indiscretamente percibí su aroma. Tenía un olor amaderado y fresco. Era más acogedor que el de Florence. Antes de desdoblar la carta observé el sello colocado en el sobre: era una Pie de León de los Alpes, también llamada Edelweiss: una diminuta flor blanca capaz de sobrevivir a los climas y ambientes más hostiles de los Alpes. Me pareció curioso, esa flor no se encuentra mucho por la zona.
La caligrafía era exquisita. Era de las mejores que había presenciado. Era tan preciosa como en las que podrías encontrar en libros del siglo pasado.
Estimada señorita Leroux.
Le escribo para felicitarla por la obtención de su granja. Su tío estaría muy orgulloso de usted y su valentía al enfrascarse en esta responsabilidad. Estoy seguro que llevará a la granja a la gloria de hace algunos años, así como su tío lo ansió.
Quisiera ayudarla con las ventas de trigo y de cebada. Soy un reconocido mercante proveniente de Marsella*. Quería proponerle una alianza futura entre usted y yo para empezar una fraternidad comercial. Sé que las tierras de la granja Leroux producen los mejores granos de toda Francia. Su tío y yo éramos grandes amigos.
Por favor, lamento haber sido tan directo. Sin embargo, será un placer entablar relaciones comerciales con usted.
De mis consideraciones,
Ferid Boyer.
Esa carta ya tenía más tiempo. Era del 19 de febrero. Me pregunté donde se encontraba el señor Boyer cuando me escribió la carta. Conociéndolo, estaba a bordo de una nave surcando los mares rumbo a Las Indias. O quizá al otro lado, al lejano Oriente.
Qué maravillas habrá visto aquel hombre. Todo eso me causaba una inmensa curiosidad que llenaba mi pecho de energía.
T
odavía no creía en las jugadas del destino. Nuestras vidas estaban entrelazadas o qué pequeño resultó el mundo. Reí para mis adentros y volví a percibir el olor de la carta de Ferid mientras le daba un sorbo al agua de buganvilla.
Mis angustias se habían desvanecido. La felicidad me inundaba y deseaba que todo esté perfecto para ese día. No permitiría fallo alguno.
Llamé a Michelle por las campanillas de servicio y ella regresó casi de inmediato. Estaba algo acalorada y se le notaba en sus mejillas coloradas.
—Necesito hacer un anuncio a todos y pues, ya me desarreglé. Quiero tu ayuda.
Michelle no perdió más tiempo y se acercó a poner en su sitio mi cabello con el peinado alto que tanto me gustaba. Me preguntó si quería cambiar mi vestido. Le dije que no era suficientemente importante y ambas bajamos corriendo a la sala común donde todos llamaron la atención de la servidumbre, pues que la matrona bajara tan enérgica de su habitación solo significaba un anuncio importante que debía hacerles.
—Las visitas que tendremos en la finca Leroux vendrán el día viernes, cuatro días antes de lo planeado. Les ruego que tengamos todos los preparativos listos para poder brindarles una cálida bienvenida y dar a conocer el ambiente hogareño que poseemos dentro de la granja. Les agradezco de antemano su ardua labor. Estaré rondando por aquí para supervisar los últimos preparativos y ayudando en lo que más pueda.
Recibí unos murmullos y sonrisas en respuesta. Quizá algunos no estén muy contentos que solo tendríamos dos días para terminar con todo lo que queda de arreglar.
—Nuestros invitados serán Florence Faure y Ferid Boyer. Se quedarán un tiempo aquí, así que preparen dos habitaciones, por favor.
Michelle sonrió al oír el nombre de Ferid. A lo lejos, pude ver como Hugo y Colin estaban cubiertos de polvo y hollín. El chico tenía el rostro desganado. No era la reacción que esperaba ver al enterarse que su mejor amiga estaría en la granja.
Inventé una excusa para acercarme a ellos, en especial a Hugo.
—Estoy segura que dejarán cada libro libre de polvo. A la señorita Faure le apasionan las lecturas vespertinas antes del té.
—No se preocupe, señorita Leroux. Le dejaremos todo impecable en un santiamén.
—No lo dudo ni un instante. Además, sé que Hugo está ansioso por ver a su amiga Florence luego de tanto tiempo.
El muchacho se tensó en su sitio pero su expresión permaneció impasible. Colin estaba asombrado de lo que dije.
—¿Conoces a la señorita Faure, Hugo?
—Ah, sí.
—Son mejores amigos —interrumpí yo ante la mirada de pocos amigos de Hugo. Allí me dí cuenta que estaba hablando más de la cuenta.
Que imprudente de mi parte. Hablar de más es una de mis peores virtudes. No lo hago para dañar a nadie pero simplemente no logro controlar mis palabras y suelo herir a otros. Ya me ha pasado algunas veces.
Hugo tensó la mandíbula y desvió la mirada. Estaba segura que no quería que Flo lo vea en ese estado. Pero, no comprendía el porqué. Hugo siempre había sido peón. ¿Por qué le afectaría el hecho de que ella a visitarme a mi granja?
El orgullo es el peor enemigo del hombre, sin dudarlo. Hacemos cosas estúpidas por no destruir nuestro orgullo.
De igual manera, yo no me disculpé con Hugo, solo les ordené nuevamente que hagan su trabajo y me retiré. Sabía que había lastimado el orgullo de Hugo, pero el mío era mucho más fuerte; aún cuando estaba fortalecido por el hecho de que un poderoso mercante marsellés pisaría mi propia granja.
*Marsella: ciudad portuaria más importante de toda Francia y uno de los puertos más concurridos de todo el Mediterráneo hasta la actualidad.
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