
Dix
Los días transcurrieron más rápido que lo normal. Es verdad eso que dicen que cuando tienes cosas que hacer el tiempo se desvanece como arena entre los dedos.
Ya había desaparecido el caos de la casona. Fue reemplazado por una pulcritud divina y decenas de ramos de flores silvestres en cada esquina, todos exceptuando el fantástico ramo de tulipanes exhibido en la mesa de entrada de la casona, como una carta de bienvenida multicolor a los invitados.
Me encontraba muy ansiosa ese día. No paraba de morder mis uñas y no podía mantenerme quieta.
Michelle no se despegaba de mi lado, apenas iba a buscarme algo para picar o beber o si tenía que avisar algo a otras mucamas. Me tranquilizaba su presencia.
Eran las nueve y dieciséis. Supuestamente llegarían a las nueve y media. Todo estaba pulcro y listo para su llegada.
En la entrada, muchos de la servidumbre estaban listos para la jornada laboral intensa y quedar bien frente a los ojos de sus invitados y su matrona. Escudriñé con la mirada de forma instintiva, buscando la delgada figura del fiel amigo de Flo. Estaba segura de que estaría esperándola. No estaba por ninguna parte. Michelle notó mi descontento y pensé en decirle que lo vaya a buscar para que reciba a los invitados. Sin embargo, estaba siendo una egoísta y desconsiderada. Si Hugo no estaba presente allí, no quería que Flo lo vea siendo mi sirviente.
Su orgullo masculino de seguro lo había tomado. No podía dejar eso de lado y ver a su gran amiga y aquello me molestó.
Se oyó el grito de Joffre anunciando la llegada de un carruaje. Luego, otro sirviente del silo refutó diciendo que también se acercaba un jinete y su caballo. Miré el reloj. Nueve y veintisiete.
-La puntualidad es lo primero -dije al aire acomodándome los guantes. Michelle sonrió al escucharme y alisó su delantal.
Todo la llegada de los invitados se vió por la ventana. Joffre fue quien recibió a los caballos junto con dos mucamas más. No había rastro de Hugo.
Escoltada por Michelle, fuimos a recibir a Florence, quién ni iba saliendo del carruaje soltó un gritito agudo infantil. Su euforia me contagió y sonreí.
Al verla bajar de la carroza, noté el gran cambio que llevaba. Aparte del transporte: bastante lujoso, el rostro de Florence Faure estaba deslumbrante y saludable. No había atisbo de su anterior semblante enfermizo y débil. Ahora parecía una doncella donde la belleza y elegancia predominaba.
Bajó con elegancia e inmediatamente estiró los brazos y caminó hacia mí para envolverme en ellos. Michelle dió un pasito a la derecha.
Con una gran fuerza, Flo apretó mi espalda con sus brazos, mucho más gruesos que la última vez que la vi. Definitivamente todo su cuerpo estaba más fornido y había ganado peso, acentuando mucho más sus dotes femeninos.
-Ay Jeanne, no sabes cuánto te extrañé -mencionó con la boca metida en mi cuello.
La separé de mí y palpé su rostro para admirar su reciente belleza. Tersa piel apenas besada por el sol donde resaltaban esos ojos avellana de borde oscuro. Ahora sí podría coronarse como una de las muchachas solteras más hermosas del pueblo de Le Rozier.
-Lo mismo digo, Flo -sonreí-. Te ves estupenda.
-No tanto como tú -me perfiló con sus manos mi cintura-. Esta vida de campo de seguro te ha hecho muy bien.
-Siempre he tenido esta vida de campo, Flo.
-Es verdad. Pero nunca habías visto el campo desde lo alto de tu alcoba con un poco de limonada o té caliente.
El poder y liderazgo sin duda eran disfrutables. Y estresantes también.
El jinete se bajó de su caballo apenas le fueron sostenidas las riendas. El animal relinchó con fuerza y se encabritó para hacer brillar su manto negro de pezuñas peludas.
El jinete se acercó a nosotras quitándose el sombrero.
-No hay duda que mi más reciente compra ha sido un deleite -mencionó con el rabo del sombrero sobre el corazón-. Una mezcla entre criollo y percherón, elegancia y poder en un mismo caballo. Y lamentablemente no le he podido nombrar todavía. No sé como ponerle a esa belleza.
-Le he dicho que lo nombre Tormenta o Zeus, son perfectos. Derogan lo que aparenta -mencionó Flo poniéndose a mi lado para ambas verlo de frente a Ferid.
-Son grandes nombres pero quiero algo más original. Más único, como lo es mi caballo.
-¿Y si le llamas Fenrir? ¿Cómo el dios lobo de la mitología nórdica? -dije en el tope de mi lengua-. Justo estaba leyendo mitología estos últimos días y la nórdica se me ha quedado grabada.
Ferid pensó unos instantes y mencionó el nombre varias veces viendo a su caballo.
-Suena estupendo. Fenrir será.
Graciosa y banal fue la primera conversación frente a mi casa. Tenía que profundizar rápido para estrechar lazos entre los invitados.
-Vamos adentro que el frío está en aumento y tenemos té caliente en la sala. Allá podremos continuar nuestra tertulia.
La servidumbre al oírme decir eso se dispersó por las otras entradas dejándonos a nosotros por la principal. Solo Michelle siguió desde cierta distancia mis pasos, lista para cualquier pedido.
-Aparte de tener el mejor grano, su granja es preciosísima, señorita Leroux.
-De las mejores de todo Le Rozier. Compite con la mía de seguro -Flo estaba guindada de mi brazo y admiraba el techo de madera decorada donde resaltaba el pilar central con una cabeza de ciervo tallada en él.
-Ustedes estarán alojados del lado derecho de las escaleras. Ahí dejarán sus cosas.
-Tranquila, Jeanne. No te preocupes por eso ahora -Flo me tomó de las manos y me obligó a sentarme en el sofá con su mirada en la mía-. Primero lamento la pérdida de tu tío.
-Lo sé Flo, lo dijiste tres cartas atrás.
-Necesitaba decírtelo en persona.
-No te preocupes. Está bien.
Sentándose en el sofá frente nuestro, Ferid afirmaba lo mismo que Flo.
-Lo mismo digo, señorita Leroux.
-Basta de formalidades Ferid. Dime Jeanne.
-Como guste, señorita Jeanne.
No le puedo quitar toda la formalidad al caballero de profundos ojos.
La conversación comenzó luego de eso. Desde cosas tan simples como criticar el clima hasta sobre los fantásticos viajes en barco trasatlántico de Ferid.
Su manera tan elegante de presentarse en la conversación era verdaderamente hipnotizante.
Entre tazas de té y un bourbon para el caballero, transcurrieron cuarenta minutos.
Florence se levantó de su asiento indicando que quería saludar a Hugo dondequiera que esté y desapareció entre los pasillos, dejándonos a Ferid y a mí solos en la sala.
El caballero relajó el cuerpo sobre el sofá y agitó el vaso de alcohol en su mano. La otra, arreglaba su cabello negro brillante.
-Debo decir que esta casa es magnífica. Una de las mejores que he visto -señaló con el vaso el pilar tallado del ciervo-. Especialmente eso. El detalle es increíble.
-Ah, eso. Mi tío alguna vez dijo que eso fue tallado por el mejor ebanista de Francia. En algunos pilares podrá ver ciertas figuras de animales y humanas. Especialmente en la parte superior, donde va a usted a dormir.
-Bueno fuera. He tenido problemas con el insomnio desde mi último regreso de las Américas. Creo que mi horario circadiano no se ha compuesto desde eso.
-¿No ha intentado combatir eso?
-Por supuesto. He intentado desde brebajes hasta doctores pero nada de nada. Así que me he redimido a no dormir casi nada.
-¿Y qué hace en todo ese tiempo?
Ferid se sonrojó un poco y soltó una risilla, la cual ocultó por su vaso ya vacío.
-Caminar...
Un silencio incómodo. Él había desviado la mirada hacia un librero.
-¿"El guardián entre el centeno"? Una gran obra sin duda.
-Pues sí...
-Lamento incomodarla, señorita Jeanne.
-No. Para nada. No se preocupe.
-Es que... No sé que decirle. Usted me roba las palabras.
He allí esa galantería que ansiaba escuchar. Ahora yo era quien se sonrojaba.
-Gracias, Ferid. Es usted muy amable.
No siguió coqueteando, solo sonrió y su mirada recorrió desde mis ojos hasta mis pies para regresar a mis ojos. Un gesto que puede volver loca a cualquier chica.
-Cuénteme sobre sus viajes... Me interesan bastante sus aventuras -mencioné mientras se hacía para adelante en mi asiento, sin despegar mi mirada de la suya.
Había algo, misterioso y a la vez encantador que me atraía fuertemente a él...
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