Deux
Ascenso y descenso
Pasaron más de dos años desde aquel incidente. Florence parecía recobrar fuerzas. Ahora ya salía a tomar aire en el balcón y yo la veía cuando cepillaba a los caballos desde los establos. Me alegraba ver como se estaba poco a poco recuperando. Pocas veces me dejaron entrar a su habitación, pero la veía saludarme desde su balcón.
Aún así, ella tenía más contacto con Jeannette, ya que el balcón tenía una vista periférica del campo de trigo.
Digamos que era una ligera presencia de celos irracionales. O más bien, era miedo de perder a la única persona que consideraba mi amiga. Quería tenerla solo para mí.
No me desagradaba Jeannette solo que había algo dentro de ella que me desagradaba. No podía reconocer que mismo era.
En otro tema, los avistamientos de la supuesta Bestia de Gévaudan eran cada vez más. Día tras día, más personas aseguraban haber avistado a la criatura y el temor nuevamente comenzó a crecer como hace ya más de un siglo en el antiguo Gévaudan.
Las ventas de la familia Faure de grano habían caído drásticamente ante la mejora del grano de otras granjas aledañas. Ya el señor Faure no vendía tantos sacos como antes. La competencia se estaba tornando más agresiva y los ingresos bajaron. Por consiguiente, hubo varios recortes de personal. En concreto, hubo tres recortes.
Yo logré sobrevivir los dos primeros.
Jeannette tuvo que irse en el segundo recorte, a pesar de que Florence le había implorado a sus padres que no la sacaran de la servidumbre.
No supe mucho más de ella.
No así el tercero. El señor Faure había decidido vender su finca porque no podía mantener su vida tan lujosa como antes y seguir adquiriendo las medicinas de Flo. Tenía que sacrificar sus lujos por el bienestar de su hija.
Florence imploró para que no me vaya. Los cabecillas Faure aún así me dejaron quedarme con una gran parte de su rebaño de ovejas y una de las mulas, en recompensa por tantos años de haberlos mi abuela, mi padre y yo ayudado. También por haber sido un pilar emocional para su hija.
Ya estaba por cumplir los diecisiete para ese entonces. Me marché una tarde crepuscular entre las lágrimas de Florence. Fue la última vez que visité su cuarto. Era la misma tarde en que los Faure se marchaban hacia su nuevo hogar junto con pocos de sus sirvientes. Me despedí de Odette y Jules, dos de las cinco personas que quedaron de la servidumbre, y de los Faure, y me marché cabalgando en la mula.
Había adquirido una pequeña cabaña con parte del dinero que había ahorrado con el arduo trabajo en la finca. Conseguí un perro pastor que le cambié por unos francos a un viejo granjero que no quería abandonarlo ya que viajaría a Italia y vendí la mula para conseguir dinero para comprar una escopeta y semillas de papas y hortalizas. Y así comencé mi vida independiente en la lejanía del pueblo.
Si antes me quejaba del silencio del pequeño pueblo de De Rozier, ahora lo extrañaba con fervor. En mi cabaña había tanto silencio que era aterrador.
Y aún más aterrador que comenzó a ocurrir lo que menos me esperaba. Al igual que en las historias de 1760, cadáveres de animales despedazados aparecían nuevamente en el bosque y se habían reportado ataques a animales domésticos. Decían que era obra de una manada de lobos hambrientos y nuevamente, el nombre de la Bestia de Gévaudan salía a flote, como la responsable de dichas muertes.
Desde que supe de los incidentes, instalé trampas que diseñé y compré a la vez que realizaba hechizos de protección al corrar de mis ovejas todas las noches. Además, el perro pastor, al cual llamé Louie, siempre permanecía atento a si algún animal se acercara al rebaño. Louie era un perro de los Pirineos, de pulcro pelaje blanco y pesadas patas, con una mirada tan dulce que te derretía.
Cuando las llevaba a pastar, Louie y yo siempre estábamos atentos a cualquier cosa que se nos acercara o saliera de los arbustos. No acercaba al rebaño al bosque, las llevaba a las praderas de las montañas. Los ataques se habían reportado en las cercanías del bosque. En esa parte, me mantenía más tranquilo. También porque ya se habían conformado grupos para cazar dicha bestia.
Pero, ¿y si ocurría lo mismo que hace 100 años? Trataba de convencerme a mi mismo que solo se trataba de una manada de lobos hambrientos y que pronto los cazarían.
Recuerdo esa vez que volví a ver a Jeannette. Fue una vez que cambié de rumbo de pastoreo. Llevé mis ovejas más al norte.
La ví sacando mala hiedra de una plantación pequeña de tomates. Estaba mucho más delgada y pálida. Su cabello había perdido brillo y su rostro permanecía impávido mientras arrancaba con manos heridas las necias plantas del suelo. Sus ropas eran harapos y no se dió cuenta que la estuve observando un buen tiempo.
No llamé su atención. No lo vi necesario. Aunque sí sentí algo de lástima por ella de nuevo.
Cuando ya me había alejado del sitio, me cuestioné incesantemente. Me dije que era una pésima persona. Taladré mi subconsciente de que la pude haber llamado y posteriormente ayudado en lugar de pasar de largo como un desconsiderado.
Tomé la decisión que cuando tomara mi viaje de regreso le diría lo que no pude hacer.
Cuando volví al sitio, ella se había desvanecido.
Tuve el valor de preguntar a los dueños de las plantaciones sobre Jeannette pero no me dieron razón de su paradero. Ella no era trabajadora fija de ellos y venía por día.
Volví al día siguiente. Ella no apareció.
Regresé el siguiente. Tampoco.
El siguiente. Nada.
Y así pasaron semanas que, al pasar por mi ruta, buscaba la inconfundible cabeza roja entre la roja plantación de tomates.
Que irónico. No la encontré.
No pude dormir por varias noches pensando en ello. Yo no es que tenía el dinero de sobra, pero pude haberla ayudado de alguna u otra manera. No conocía su situación actual.
Un día domingo no salí a pastorear y presté un caballo para dirigirme al pueblo. Pregunté a varios por Jeannette Roux y nadie pudo darme respuesta. Todos menos un sastre que mencionó ser un viejo amigo de la madre de Jeannette.
Él me contó como ella había crecido sin su padre pues él abandonó a su pareja apenas se enteró de estar embarazada. Él era un soldado del ejército francés.
La madre de Jeannette estaba enferma pero daba lo mejor de sí para su hija. Confeccionaba siempre que podía, sin importarle lo mal que se sentía en ese instante. Nunca demostró dolor frente a ella. Hasta que cayó rendida del cansancio y de la propia enfermedad. Fue en el mismo año que conocí a Jeannette.
Supo decirme que su tía no pudo mantenerla más y la echó de la casa.
Ahí entendí que al parecer su tía no la quería mucho después de todo.
El sastre mencionó que su tía era una déspota y despreciable mujer. Jeannette ha tenido que apañárselas sola desde entonces.
Aquello me hizo sentir la peor persona sobre la faz de la tierra.
Regresé a la cabaña y realicé un encantamiento de dicha para Jeannette. Esperaba haberlo hecho bien y no haberme equivocado.
Vencido por el cansancio de no haber dormido bien por la culpa, caí profundamente dormido esa misma noche.
Soñé con Jeannette. Ví como ella sufría y lloraba y nuevamente yo no podía hacer nada más que contemplar.
Eso hasta que los ladridos estridentes de Louie me despertaron.
—¡¿Qué te ocurre condenado perro?!
Al verme despierto, los ladridos de Louie se volvieron gemidos desesperados. Me observaba aterrado, con la cola entre las patas. Chillaba y gemía mientras intercalaba sus ojos en mí y en la puerta. Ahí entendí que algo no estaba bien.
Agarré mi abrigo de lana y la escopeta para sumirme en la oscuridad de la noche hacia el corral de las ovejas. Nuevamente ese silencio escalofriante. Solo el acallado sonido de mis pies subiendo apresurada la colina y mi respiración agitada.
Al llegar a la cima, presencié la imagen más grotesca de mi vida. Una visión que jamás borraría de mi mente. Un mar rojo cubría el pastizal, todas las ovejas yacían muertas a los pies de una criatura enorme que devoraba una de sus presas haciendo ruidos nauseabundos. Tenía la forma de un lobo, aunque noté que la teoría de que sus extremidades eran más largas era cierta. No podía distinguir el color de su pelaje por la oscuridad.
Una criatura sacada de los infiernos.
La leyenda era cierta.
La Bestia de Gévaudan era real...
De inmediato proclamé un hechizo de protección. Tomé la escopeta y apunté a su cabeza. La criatura escuchó el ruido del cargador y volteó a verme con sus ojos demoníacos. Eran rojos tan vibrante que era la única luz que se divisaba en la oscuridad. Disparé y la criatura se alejó del corral. Gruñó furiosa y me trató de rodear. Era el triple de mi tamaño. Una mordida suya podría partirme a la mitad o quizá podía devorarme completo de unos cuantos bocados.
Me enseñó los colmillos. Dantescos, bañados en saliva y sangre, todos filosos y hambrientos. La criatura resoplaba y olfateaba y yo no podía volver a accionar el gatillo. Estaba paralizado del miedo. Nunca había visto una criatura tan gigantesca y temible.
Ella se abalanzó sobre mí y yo volví a disparar. No funcionó. Ahora venía hacía mí a gran velocidad con las fauces abiertas.
Lancé un hechizo de luz y la cegué aprovechando para alejarme de sus fauces. Allí noté el verdadero tono de su grasiento pelo.
Era un tono parduzco, llegando a ser rojizo. Aunque no pude distinguir si era por la sangre de oveja que bañaba a la criatura.
Volví a disparar y a gritar. Un encantamiento de fuego cayó entre sus ojos y se encogió de dolor. Fue allí que oí el bullicio de los habitantes del pueblo y vi la fatua luz de unas antorchas y lamparillas que se acercaban.
El monstruo no tuvo más remedio que retirarse, no sin antes darme una mirada mortal y volverme a enseñar sus dientes. Si le leyera el pensamiento, pude verme destrozado entre sus colmillos.
Antes de que los primeros jinetes la pudieran ver, la Bestia de Gévaudan desapareció como una sombra entre la oscuridad de la noche.
Yo no dejaba de temblar por lo que había ocurrido. Mis piernas no respondían y mi cerebro no procesaba como es que había salido vivo de aquello. Estaba en shock. Y las personas que vieron el montículo de los cadáveres de mis ovejas también quedaron paralizadas.
Nuevamente, Le Rozier; no, el pueblo de Gévaudan, revivía la historia de hace más de un siglo: la bestia estaba suelta y hambrienta.
Próxima actualización: 13 de Julio
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