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Cinq

Día de paga

Florence era de las pocas personas que resultaban importantes para mí. Había pasado más de dos años desde que supe de ella en ese entonces. Claro que deseaba verla, pero en cierto modo, quería verla por mi cuenta. No quería que otra persona interceda por mí. Y menos Jeannette, la matrona de la casa donde iba a trabajar.

Puedo decir que fue orgullo, o incluso celos hacia Jeannette. ¿Por qué ella tuvo un radical cambio positivo en la vida mientras que yo hundía mis botas en un charco de fango? Ambos comenzamos del mismo nivel, conocíamos a las mismas personas y teníamos casi la misma edad. Me preguntaba a mí mismo: ¿Qué estoy haciendo mal?

Recuerdo como las facciones de Jeanne fueron parecidas a cuando me aceptó para trabajar. Sin duda, estaba algo decepcionada de mi cortante actitud.
—¿Te molesta?

—No. En lo absoluto —respondí tajantemente mientras echaba un nuevo balde al pozo.

Ya tenía tres baldes llenos de agua, quedaban dos más. Jeanne notó mi esfuerzo y tomó un balde para ayudarme.
—Déjame ayudarte.

—Puedo solo. No se preocupe.

La frialdad de mis palabras hizo que soltara el balde y se disculpara. Yo le remití que tenía la suficiente fuerza para poder valerme por mí mismo y que si quería decirle a su amiga de que era su sirviente, no tendría problema.
Quizá fue el hecho de usar la palabra "sirviente" fue lo que más hirió a la chica. Ella arrugó las cejas y frunció la boca. En ese instante pensé que me echaría de la granja por la estupidez que rebuzné.
No, Jeanne no tenía el corazón tan duro para hacer eso.
Solo se alejó del sitio, arreglándose la chalina y tragándose el orgullo, escudándose que regresaría a hacer la contabilidad en el salón principal. Mencionó que sea puntual al mítin de la tarde.

La ví alejarse del pozo con el rabillo de ojo. Una silueta púrpura delicada entre el pastizal, como un pensamiento silvestre.
Estar tan absorto en esa imagen hizo que se me cayera un balde al fondo del pozo y aflojara la cuerda. Jeanne ya estaba muy lejos para haber oído el golpe de la cubeta del pozo.

Mierda, me tocaba ir hasta el fondo por quedarme viendo su espalda desdibujándose con la llanura. Qué idiota...

Demoré treinta minutos en ese maldito pozo. Bajar no fue el problema, fue ideármela como volver a subir. Tuve que sacarme las botas y aplicar mis conocimientos de como escalar montañas. Sentí la luz como uan bofetada en los ojos y estaba lleno de tierra. Todavía no me había dado el baño que deseaba. Tenía suerte de no haberlo hecho antes de bajar a ese pozo.

Volví a los establos cansado y sediento. Joffre fue el primero que me recibió. De inmediato me preguntó por mi apariencia terrosa. No pude evitar funcir el ceño. Juntos lustramos las sillas de montar a lo que el me relataba su historia de como se había salvado de una paliza con un matón en un bar, todo porque salió el tema a relucir cuando mencionó que le ansiaba una pinta de cerveza.

El tiempo transcurría tan deprisa dentro de las cuatro paredes del establo que no presencié como el sol cambiaba su ángulo para advertir como la tarde había caído.
Estaba hambriento. Colin solo me había brindado algo de queso y pan cuando habíamos ido a conocer los pastizales. El estómago me carcomía por dentro.
Colin asomó de repente la cabeza por el umbral de la puerta principal, asustando a la yegua alazana de la señorita. Nos avisó que ya debíamos encaminarnos para ir a la casona ala reunión del personal de la granja Leroux.
Yo apestaba a tierra y humedad y Joffre a bosta de caballo. De inmediato ambos dejamos todo tirado y corrimos a darnos un baño en una tinaja improvisada atrás de los establos. Fue todo tan veloz para quitarnos el mal olor y la tierra de encima. Colin me dió unas mejores ropas de algodón y una camisona blanca que me quedaba algo grande. Me dijo que estaba seguro que pronto me quedarían mejor y más ajustadas, que me faltaba crecer unas primaveras más.

Los tres salimos hacia la casona, donde se nos unieron unas chicas con trigo en los cabellos. Contabilicé unas siete personas. Me asombré mucho. Estaba seguro que todo el terreno de la granja tenía por lo menos unos kilómetros cuadrados. No daba abasto.

Como había mencionado antes, la casona estaba vieja y le faltaba mantenimiento. Había zonas de pintura faltantes, así como zonas donde el techo estaba tan frágil que si una lluvia torrencial caía, probablemente inunde esa parte de la casa. Los muebles eran lujosos pero estaban algo viejos y polvorientos.
La reunión era en la biblioteca de la casona. Era el lugar más espacioso y grandioso de toda la construcción. No había duda que el señor Leroux era un fanático de la lectura.

La figura de Jeanne sentada en el escritorio con su dama de compañía a su lado y, tras de sí, imponentes estanterías llenas de libros y diarios de campo, era fabulosa.
La pelirroja tenía unos libros contables y cuadernos donde anotaba los balances de todos los procesos llevados en la granja. Escribía y calculaba tan delicadamente. Su rostro estaba ligeramente fruncido. Se había deshecho de sus guantes blancos bordados que yacían a un lado de sus libros.
Admiraba la concentración que mantenía, a pesar de que una docena de personas esperaba del otro lado de su habitación la paga por su trabajo.

Joffre carraspeó y la dama de compañía que después me enteré que se llamaba Michelle, codeó ligeramente a la señorita. Ella solo elevó la mirada sin cambiar de posición. Sus ojos fueron lo único que se movieron.
Al vernos a todos parados frente a ella, comenzó a nombrar uno a uno a los dieciséis trabajadores de la granja.
Se detuvo en el número siete. Un hombre gordo y de aspecto sospechoso llamado Hubert. Era el encargado de contabilizar los sacos de trigo y llevarlos al silo.
—Hubert Renoir. Venga aquí.

El hombre, ante la mirada confundida del resto, se acercó pedante hacia su señora y arregló su camisón al ponerse frente a su escritorio.
—Dígame, madame.

—Ya no trabajará aquí —declaró ella sin dirigirle la mirada. Siguió escribiendo en su libreta.

—¿Disculpe?

—Ya me oyó. Lo quiero fuera de mi propiedad hasta el día de mañana.

—¿Se podría saber por qué desea eso, señorita Leroux?

Se notaba el enojo en el rostro de la joven. Me sorprendió el cambio de tan apacible muchacha a un semblante salvaje lleno de furia. Un temor invadió mi cuerpo y mi instinto me advertía de un peligro y aura creciente.

—Sé que le hacía lo mismo a mi tío, señor Renoir. No toleraré que siga haciendo fraude con la venta de mi grano para su propio beneficio. Así que si no quiere que lo acuse por fraudulento con el juez, le recomiendo que se marche y no vuelva a pisar mi granja nunca más. Eso es todo, buenas tardes.

Justo cuando Hubert quiso volverle a reclamar a la señorita, Colin se le paró firme a su lado y, con lo alto que era el viejo pastor, logró intimidar al estafador aunque no quiso alejarse del escritorio de Jeanne. Colin nos dijo a Joffre y a mí que lo apoyaramos. Rodeamos al hombre y este desistió. Abandonó la biblioteca no sin antes dedicarle unas palabras soeces a la matrona y hacer énfasis en la palabra “bruja”.

Gracioso. Cuando conocí a Jeanne también pensé en esa misma palabra.

Luego de ese numerito y de la otra mitad de los trabajadores de la granja, llegó mi turno de recibir mi paga. Me había convertido en el trabajador número diecisiete de la granja Leroux.
Jeanne, a diferencia que el resto de sus trabajadores, había levantado la cabeza y brindado una sonrisa al darme la bolsa con mi paga. Apenas eran dos monedas de plata. Dirán que no es mucho, pero era bastante con apenas un día trabajando en la granja. Otros trabajadores, en especial los que rozaban el trigo, me miraron con envidia. Colin me protegió con su cuerpo y les devolvió la mirada hostil.

Jeanne nos dijo a todos que volviéramos a trabajar. Todos, exceptuando las tres mucamas, Colin y yo. Nos dijo que tenía trabajo especial para nosotros.

—Quiero que esta casona luzca estupenda para dentro de seis días —pude notar como Michelle sonreía detrás de Jeanne—. Pronto vendrá una vieja amiga a quien no he visto desde hace algún tiempo y quiero que todo esté en su sitio y que brille de limpio.

Colin y yo nos miramos mutuamente. ¿Acaso mantener limpio la casona no era el trabajo de las mucamas? ¿Qué teníamos nosotros que hacer allí?

—Quiero que ustedes dos, con su fuerza varonil, me arreglen los agujeros en el techo para evitar que se formen goteras. También quiero deshacerme de algunos muebles y reparar otros. Además, no vendría mal un par de manos extra para limpiar —su mirada estaba más orientada a mí —. Hugo, tú serás la fuerza y juventud y Colin, tú la sabiduría y experiencia. Sé que no me fallarán.

—Lo que usted ordene, señorita Leroux —dijo Colin dando una reverencia de caballero.

—¡Sí, señora! —exclamé yo con la fuerza de un ingenuo soldado.

Michelle soltó una risilla y Jeanne la calló de manera juguetona. Una interacción entre muchachas bastante curiosa a decir verdad. Me arreglé el cabello pensando que era porque se me había quedado un trozo de tierra entre los mechones...

Nos retiramos del sitio pasando una hora y media después. Nos habían dado todas las indicaciones a seguir desde mañana. Eran demasiadas y las repetíamos para no olvidarnos de ninguna.

Le insistí a Colin para ir a comer pues el hambre me podía más que la razón. No me retuvo más y fuimos hasta las cocinas para tomar dos tazones de sopa de vegetales frescos y guisado de berenjenas. Me entristeció no encontrar un trozo de carne en el plato. Colin me dijo que usualmente en la granja se suele comer carne dos veces al mes. La escasez cada día era mayor y el embate de la guerra había sido brutal para la granja. Todavía Jeanne no tenía presupuesto para comprar vacas. Solo tenía para ovejas y pollos. Sin embargo, la granja se enfocaba en la venta de huevos y lana, por lo que no podía sacrificar a los animales por un trozo de carne.

Al terminar, Judith, la cocinera de ojos bonachones, nos recordó que agarraramos nuestras bolsas de merienda y le llevemos a Joffre la suya que la había olvidado. Cada una de las bolsas de piel de borrego tenía un parche de diferente color y estaban bordadas con nuestros nombres. Le pregunté a Colin por ese detalle.
—Las hace Michelle. Creo que la señorita Leroux le enseñó. O quizá lo hagan las dos juntas. No estoy del todo seguro.

Sonreí ante tan pequeño detalle. Se notaba el interés de Jeanne por el bienestar de sus trabajdores. Por eso ellos hablaban tan bien de ella y la respetaban. Quizá eso también llevó a que ese hombre aprovechara su bondad y haya querido pasarse de listo. Me agradó que ella supo defenderse y logró quitarse a ese parásito de encima y continuar como si no haya ocurrido nada.
Aún así me preguntaba, ¿cómo ella descubrió la fechoría de ese hombre? Quién sabe.

La tarde poco a poco se convirtió en noche. Una fría y ventosa.

Colin salió un momento a cerrar las ventanitas del establo y asegurar la ropa guindada en el cordel cuando vi una bruma en la oscuridad al abrir la puerta. Joffre y yo íbamos a devorar nuestra merienda. Al abrir la bolsa, saqué pan, mermelada, mantequilla y... ¿trozos de carne seca?

Joffre quedó más sorprendido que yo al ver que en su bolsa faltaba ese último objeto. Dijo haber sido estafado por Judith. Yo devoré el pan con mermelada e ignoré la carne. Sí, me quejé de la ausencia de ésta hace algún rato atrás pero no quería molestar a mi compañero que comía refunfuñando diciendo que lo estaban discriminando.

Colin, que había oído los lloriqueos del hombrecito desde afuera, entró golpeando a su amigo en la parte posterior de la cabeza y diciendo que se callara. Aproveché para repartir la carne con mis dos nuevos colegas y estos, algo emocionados, agradecieron. Joffre casi lloró de una manera cómica.

Con el estómago lleno, nos acostamos en las camas improvisadas de heno, luego de chequear que todo estuviera en orden. Yo me quedé observando el techo unos instantes, pensando en lo que había ocurrido y lo que iba a ocurrir de ahora en adelante.
De pronto, los caballos se pusieron nerviosos y bufaban dando leves pisotones. Joffre y Colin ya dormían.
No quería salir a ver de que se trataba. Me cubrí con la colcha y lo ignoré por completo.

No iba a ocurrir nada. Trataba de convencerme de eso. Y decidí ignorarlo.
Me quedé totalmente dormido.

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