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05. Helados


Gracias a un mensaje de Wren, estaba al tanto de que todo el grupo de chicas del equipo habían sido convocadas por una marca patrocinadora, para llevar a cabo una campaña de fotografías.

Trate de ignorar la desilusión que aquello me provocó, porque por una sola competencia en la que hice las cosas mal, dejaron de tomarme en cuenta. Era una gran oportunidad para conseguir algún patrocinio, y la desperdicié totalmente.

Mi abuela se entero de todo lo que sucedió en las olas cuando regrese a la casa al borde de las lágrimas. Hablamos un rato y sacó a relucir que en el garaje aguardaba una tabla vieja, que quizás podría utilizar hasta conseguir algo mejor. La alegría que sentí fue inmensa.

Mi abuela fue mi salvación, y no por la tabla, sino por mi vida. Cuando mi padre me mantenía encerrada dentro de nuestra casa en Queensland, sin brindarme la confianza para desempeñarme en el surf, mi abuela apareció. Me sacó de esa casa automáticamente al ver el estado de mi padre, su propio hijo, ella no podía creer como el hombre que crío trataba tan desinteresadamente a su hija.

Se encargó de toda mi mudanza a su pequeña y bonita casa en Shorehaven, un cálido hogar.

Al principio sentí pena por alejarme de mi padre, pero al pasar el tiempo me sentí más feliz que nunca. Mi padre nunca llamó para saber de mi, era casi como si se hubiera olvidado de mi existencia. Tal vez solo fui un peso molesto en su vida.

Lo único que verdaderamente extrañaba era a mis amigos de Queensland, Wren y Baxter. Ellos vivían en el mismo vecindario que mi padre, y antes de que el se volviera un completo desastre, nuestros padres eran amigos. De esa forma nos conocimos, para jamás separarnos, hasta que me mude.

Hace no tanto tiempo una noticia me sorprendió, los hermanos Radic vendrían a Shorehaven por un tiempo indefinido. Estaba verdaderamente emocionada, los extrañaba muchísimo, pero al verlos nuevamente, caí en cuenta de que algo cambió. Nuestra relación continuaba siendo buena, pero no tanto como antes.

Soltando un suspiro abrí el portón del garaje. Solo con ver las montañas de cajas apiladas, supe que iba a estresarme en mi búsqueda.

Aproximadamente una hora después encontré la tabla. Mi desilusión fue enorme, estaba en un estado lamentable y temía no poder usarla. Me retiré del garaje y dejé la tabla sobre el césped, la observé fijamente, pensando que podría hacer con ella.

Un carraspeo sonó a mis espaldas, librándome de mis pensamientos.

— ¿Estas ocupada?

— Limpieza de garaje — murmure, viendo de reojo cómo se posicionaba a mi lado.

— Puedo arreglarla si lo necesitas — Baxter se colocó de cuclillas junto a la tabla. Movió las aletas, las cuales se encontraban peligrosamente flojas. Formó una mueca —. Esta en muy mal estado...

— No tengo otra opción.

— La arreglare — afirmó y se puso de pie nuevamente.

— No tienes porque hacerlo — rechace su oferta, aún siendo consiente de que necesitaba una tabla con urgencia. Me senté sobre el césped, cubriéndome el rostro con las manos —. Fui tan tonta, no entiendo como pude descuidarme así. No revise la tabla antes de entrar al mar.

Baxter imito mi acción, seguidamente llevando una mano a mi espalda con cariño.

— Lia, escúchame — pidió —. No fue tu culpa, créeme. Tu ronda fue buena...

— Pero la de Summer fue mejor, ¿no es así? — interrumpí, alzando la vista para mirarlo.

— Lamentó haber dicho eso — se vió afligido —. No merecías que me enfadara contigo cuando ya te encontrabas mal.

Al instante me sentí culpable de hacerlo cargar con todo, porque en parte lo que sucedió fue culpa mía.

— Yo también lo siento, Bax. Fui injusta al desquitarme contigo, y lo acepto.

Recostó su cabeza sobre mi hombro suavemente.

— ¿Porque somos tan idiotas? — sonrió, consiguiendo que se me escapara una carcajada.



Sostuve ambos helados y le entregue a Bax el suyo, seguidamente comenzamos a caminar por la playa. Esa tarde no hacía calor ni frió, el clima se encontraba templado, haciendo ameno el hecho de dar un paseo.

— ¿Compraste helado de menta? — formó una mueca de asco.

— No existe mejor sabor.

— Claramente si, el chocolate, por ejemplo.

Sacudí la cabeza en negación.

— Wren me escribió hace un rato, pidiéndome por favor que la rescatara — reí —. Esta trabajando con sus patrocinadores, al igual que las chicas.

— ¿No pudiste conseguir que te patrocinaran?

— ¿No es obvio? — sonreí sarcásticamente —. Mi error en la competencia ocasionó que huyeran de mi.

— Tendrás más oportunidades.

— ¿Eso crees?

— Estamos en el equipo para las nacionales, Merlia, y eres de las mejores surfistas — puntualizó, tomando una cucharada de su helado —. Por supuesto que tendrás más oportunidades.

Pase un brazo por su cintura, apegándome a su costado, Baxter colocó un brazo sobre mis hombros con una sonrisa.

— Eso espero — murmure.

— No quiero que veas esto como un pozo sin salida, porque tienes el potencial para superarte todos los días.

— Lo se, se que puedo hacerlo — trate de creerme mis propias palabras —. Tal vez estoy dudando.

— Eres la persona más terca que conozco, después de mi, claro está — me observo desde su altura, de cierta forma que consiguió ponerme nerviosa —. Pero que seas tan linda contrarresta.

Se me nublaron los pensamientos, aquel arrebato me descoloco por completo, a la vez que un remolino se posicionó en mi estomago sorprendiéndome.

Recordé las palabras de Wren el día de la competencia y dude al respecto. ¿Bax y yo? ¿A que se refirió?

Termine por acallar mis ideas sin sentido en cuanto Baxter reanudó la conversación.

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