『 Kaeya Alberich 』
-≫ Pedido hecho por: Original
-≫ Advertencia: Primera vez que escribo sobre este personaje.
-≫ Relación: Enemies to... lovers?
-≫ Número de palabras: +7,000.
-≫ N/A: One Shot traído del libro original.
• En realidad no estoy orgullosa de este.
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"Robar es malo."
Una frase simple, un mensaje directo que con el tiempo se hizo aburrida de escuchar. A pesar de eso sigue siendo verdad, despojar a alguien de las cosas por las que tanto ha trabajado es injusto.
Malvado, cruel, el camino rápido. Aún y cuando se necesita talento para asaltar.
También depende de a quién tengas en frente cuando la digas. A lo mucho te ganarás una mirada de confusión o la peor de las indiferencias si se la dices a alguien mayor, no necesariamente anciano, basta con alguien que sepa las leyes del mundo y tenga un sentido de la moral deslumbrante.
Hora, momento, lugar y receptor.
Las cuatro variantes que determinan si es un buen mensaje o no.
Ojalá fuese tan simple.
¿Qué hay de las intenciones del locutor? ¿Qué esconde detrás de ese tono de voz, del volumen, de su lenguaje corporal?
Aún siendo de la misma especie, los humanos tienen dificultades para entenderse entre sí.
Es por eso que el mundo está lleno de gente como ustedes.
Gente que a simple vista no puede entender las reglas básicas de aquellas tierras, gente que simplemente busca hacer el mayor daño posible por propio beneficio.
Sin respeto a las leyendas o al legado de la historia, sin respeto a los demás, sin respeto a sí mismos.
Esa es la descripción que los correctos les dan a personas como ustedes.
Después de todo son Ladrones de Tesoros.
Aquella organización informal que se había hecho de los mayores logros por hurtar desde las cosas más simples hasta verdaderos tesoros históricos. También tenían la fama de deshacerse de quienes los descubrían, era un mundo de lo más caótico al que entraste por necesidad.
Y en el que te quedaste por gusto.
Arqueas la espalda con pereza para estirarte, algo se acomoda y el sonido que hacen los huesos de tu columna provoca que más de uno suelte una queja de asco.
La fogata se apaga y lo único con lo que el campamento se ilumina son las lucettas cercanas junto a los pocos rayos de luna que atravesaban las copas de los árboles. Un perfil bajo, silencio casi absoluto, en esos tiempos de calma donde se espera a que se les otorgue una misión es cuando se dedican a asaltar a los viajeros que peregrinan descuidados, atravesando la noche.
No estaban teniendo suerte.
—Ese sujeto apenas traía algo encima— Escuchas a tu izquierda, uno de tus compañeros revisa la pequeña mochila que le habían arrebatado a un pobre miembro del Gremio de Aventureros, desde lejos se distinguía que era un recién unido.—, es casi todo basura e ingredientes.—
—Que haya salido tan tarde sólo por flores es extraño.—
—¿Y si era un señuelo?—
—No debieron dejarlo ir.—
—El mocoso no dejaba de llorar de miedo.—
Sus voces son amortiguadas, además del susurro con el que estaban hablando luego de apagar las flamas, sus bocas estaban cubiertas con los pañuelos de siempre. Ocultando sus rostros, sus rasgos, resguardando sus identidades incluso entre ustedes.
No eras la excepción. Tu propia máscara seguía en su lugar, tus ojos aburridos eran la forma en la que te expresabas.
—Deberíamos atravesar el bosque hasta la otra salida, Levantaviento es sólo llanura al descubierto, nos verán huir... — Dices en general pero te giras un poco hacia el hombre de chaleco azul, su objeto de defensa era un mazo de herrería, pesado e intimidante. Él era quien guiaba ese pequeño grupo.
—No nos quedaremos toda la noche; mantengan la guardia alta— Es su única respuesta y hace ya seña al hombre a su lado, otro de anatomía robusta y que traía consigo una pala.—. Daremos una vuelta.—
El resto asiente, entonces te apoyas contra el tronco del árbol a tus espaldas. Nadie más pasaría, aquel chico había sido descuidado, la única razón por la que estaban en esa situación fue porque tardaron en ubicarse.
¿Era seguro estar tan cerca de la ciudad?
—Oi, come, niño. Necesitas energías para huir, ¡ja!— A tu lado estaba uno de esos alquimistas novatos, los que atacaban con esas simples pociones que causaban daño elemental. Con su ropa pueden diferenciarse entre ellos, electro; frente a ti estaba quien utilizaba hydro, eran una especie de ataque en dúo.
Tomas la brocheta fría que te había extendido, el pollo estaba sobrecosido, seco, y las setas estaban húmedas. Aquellos viajes improvisados te había hecho tener un estómago menos quisquilloso.
—Pff... Somos unas cucarachas.— El mayor a tu lado ríe entre dientes antes de empezar a comer.
Levantan sus máscaras pero nunca las remueven completamente, sólo lo necesario. Haces lo mismo, una comida en silencio, sin saber nombres o rasgos característicos, acostumbrado a esa lejanía.
...
Por Los Siete, te aburrías de muerte.
La luna se inclina sobre el cielo, dando luz en una dirección distinta y creando sombras tenebrosas por la vegetación del bosque. Las lucettas se mecen con el viento y las hojas caían al ceder por las ráfagas.
Atrapas una luciérnaga, la dejas ir; arrancas césped, haces un pequeño agujero en la tierra con las uñas. Suspiras, no participas en la conversación que llevaban el resto de ladrones.
"Robar es malo", estar consciente de esto y hacerlo de todos modos es aún peor que la ignorancia. No es por el placer del lastimar o saquear, lo que menos te gustaba era tener que recurrir a la fuerza si un viajero, era avaricia, necesidad en ocasiones.
"Robar es malo", es obvio, no debían repetírtelo, eras tal vez alguien relativamente joven pero no eras ingenuo. Sabes que robar no es honesto, ¿sólo por qué te lo repiten hasta el cansancio creen que cambiarás? Así no funcionan esas cosas.
Todo por culpa de aquella insignia plateada que guardabas en tu bolso.
Para cuando te percataste habías comenzado a cabecear, entonces eres traído de vuelta por un empujón brusco en tu hombro, el alboroto se apodera del escenario sereno que reinaba la medianoche y el mismo sujeto a tu lado te pone de pie al tomar tu brazo.
Lo primero que buscas es adaptar los sentidos necesarios para moverte en la oscuridad, oído y vista se acostumbran a la poca iluminación y todo se resume en los ruidos sordos que se distinguen a la lejanía.
Conoces ese sonido, golpes, quejidos, maldiciones. Acercándose, cada vez más, te sientes ansioso de pronto, respiras rápido pero profundo, con el corazón acelerado y tus manos puestas sobre las fundas de las dagas con las que te defiendes. Armas comunes, no muy útiles.
Miras tu bolso, lo tomas con cuidado, todos alrededor tuyo estaban tensos y es probable que cualquier movimiento brusco fuese como jalar un gatillo. Un ataque saldría volando como una bala perdida, hiriendo tal vez a un compañero en lugar de al enemigo.
La abres y miras el interior, tu insignia, la pequeña bolsa llena de mora, pedazos de hierro blanco que planeabas vender luego. Buscaste a fondo hasta hallar lo que querías. Tomaste entre tus dedos un par de bombas de humo, por si acaso.
El ruido de la pelea se detuvo, un segundo, apenas eso, pues cuando pasó aquel hombre que guiaba al grupo salió de entre la maleza. En realidad salió volando, completamente noqueado.
—¡Caballeros de Favonius!— Es el grito de guerra que atraviesa el bosque, es la chispa que desata el caos y sólo ves a tus compañeros correr a la dirección de donde había salido su líder temporal.
El aire se vuelve frío, más que eso, te causa escalofríos y jurarías que viste vaho salir de tu boca. Ese cambio no era normal, ¿se trataba acaso... ?
Una figura baja y delgada salió desde la oscuridad, su ropa brillaba en ciertas partes en un azul claro y supiste que era un peligro cuando usó un ataque con lo que pareció ser energía anemo.
Un joven caballero de cabello largo y rubio hacía caer a tus compañeros uno por uno. Ni siquiera yendo a por él en grupo parecía inmutarle.
—¡Toma esto, muévete! ¡Luego los alcanzamos!—
Es lo que te dice uno de los mayores, metiéndose en tu línea de fuego y estuviste cerca de acertarle una daga entre los ojos. Te dio su propio bolso, lleno de lo poco que habían robado ese día y bien surtido de las pociones hydro que eran su reserva.
La salida del bosque se vuelve difícil de encontrar, perseguido por un par de caballeros que desorientaste al lazar aquellas bombas de humo que habías preparado antes. Seguiste corriendo, esquivando ramas bajas y rocas enormes, saltando e incluso escalando.
La entrada este del Bosque Susurrante da un panorama hermoso del Lago de Sidra y el Lago Estelar, la estatua de Barbatos brilla y es como un farol en medio de la noche.
Un ladrón que cargaba una ballesta consigo te empujó para que siguieras, él guió hasta que se abrió el sendero. Las pisadas de los caballeros se acercaban y los pocos ladrones que salieron del bosque a tiempo comenzaron a dispersarse.
No sabes a dónde correr.
La "organización para ayudarse mutuamente" se acaba cuando alguien grita "sálvese quien pueda".
Arrojas la bolsa ajena a un arbusto y ajustas la tuya a tu espalda, el pequeño muelle de madera abandonado en la orilla del Lago de Sidra te había dado una idea.
—¡Se fueron por allá!—
Te sumergiste lo más lento y silencioso que pudiste hasta alcanzar el extremo del muelle. El agua estaba en una temperatura de suerte, aunque el viento empeoraría las cosas cuando salieses.
Te sumerges un poco hasta quedar debajo de las planchas de madera astillosa, justo a tiempo para cuando los pasos de la persecución se las arreglan para llegar hasta el final del bosque.
Puedes escucharlos discutir, la dirección, la cantidad de ladrones, la ubicación, los que habían huido, los que seguían cerca.
—¡Capitán, se dirigen al norte! ¡Hacia la montaña!—
Maldijiste entre dientes, ni quiera habían simulado la dirección, habían huido directo hacia el campamento más grande.
Ese era, sin duda, el peor equipo que alguna vez tuviste. Si ibas a renegarte a ser insignia plateada para que los demás guiasen al menos querías ser dirigido por alguien que sabe lo qué hace.
—Últimamente corren más rápido, qué interesante... — Escuchaste a alguien responder.—Sigan sus huellas, puede que nos lleven a su escondite.—
Aquella voz te hizo enfadar, parecía... burlona, confiada, demasiado en realidad, lo suficiente como para crear en ti la necesidad de salir a defenderte.
¿Ese era el poder de las palabras?
Una multitud de pasos parecidos a una estampida se alejaron rápidamente, órdenes de escucharon a la lejanía, una formación de búsqueda y reconocimiento del área.
Te diste el lujo de soltar el aire que habías contenido por los nervios, los hombros tan tensos que dolía, al mismo tiempo tu mandíbula aplica fuerza contra tus dientes. El impulso de querer estornudar te atacó.
—¡Paimon aún no puede creer que nos despertaras por un encargo que pudo esperar a la mañana!— Olvídalo, está le hacía competencia, era incluso más fastidiosa. Aguda, chillona, te hacían doler los oídos.
—Dejar para después lo que se puede hacer ahora puede empeorar las cosas, ¿no creen? Además el haber esperado hubiese hecho que más viajeros fuesen asaltados.—
Alguien suspiró.
—Está molesta porque estaba soñando que comía carne a la miel.— Dice otra voz, más agradable, serena, sin mucha expresividad.
—¡Oye, esas cosas no se cuentan!—
La voz burlona suelta una risa, una tranquila y despreocupada, entonada para sonar suave.
Hay tres personas cerca, demasiado como intentar nadar hasta otra orilla, demasiado como para aparentar que eras un civil común terminando de ejercitarse en el lago.
Remueves tu máscara, estaba empapada y te enfrió la cara más rápido de lo esperado, comenzó a flotar a tu alrededor moviéndose por las pequeñas olas que hacías al desplazarte.
Los temblores aparecen, las piernas se te entumen y tu mandíbula se tensa. Ese aire frío de nuevo apareció, vaho formándose por tu exhalación, las puntas de tus dedos rojas. Ya sólo les rogabas a esas personas porque se fueran a seguir al resto de caballeros.
—Revisaré esta área y el bosque, puede que hayan regresado luego de salir para esconderse. Ustedes ayuden a los demás, asegúrense de que nadie salga herido.—
—¡Déjanoslo a nosotros!—
Dos personas menos, falta una.
Te quedaste quieto y dejaste de respirar, agudizas el oído, pasos, una melodía silbada, luego un suspiro exagerado.
Entonces la madera sobre ti cruje.
"irck, irck, irck."
El muelle rechina bajo el peso de aquel hombre, pero no parece preocupado por caer o vencer los pobres clavos que apenas se mantenían juntos. Siguió andando y con el tiempo te pasó, continuo hasta que se quedó plantado en el borde del muelle, pegado a la orilla.
Tenías una mano haciendo cueva sobre tu nariz y boca, respirabas bastante lento, tanto que era como para sofocarte, no inhalabas aire suficiente y la necesidad de tomar sonoras arcadas crecía más y más.
Quieto, rígido, como una estatua o una lámpara. No parpadeaste, no te removiste por la posición incómoda de tu cuello. Sólo te quedaste ahí, completamente helado cuando viste tu máscara alejarse de ti hasta salir de debajo del muelle, saliendo a exponerse a la luz de la luna.
"No lo veas, no lo veas." Repetías en tu cabeza casi como una plegaria, tu suerte no podía ser tan mala, confiabas en ello; ese sujeto no se había inclinado hacia el agua, sólo permaneció de pie un largo rato, no creías que estuviese buscando.
O tal vez ya sabía que estabas ahí y sólo se burlaba...
Quisiste gruñir por la ocurrencia, pero retienes las ganas peligrosas de maldecir. El frío, el hambre, el cansancio, todo en desequilibrio, sólo querías regresar a casa.
Tomas aire, lentamente, llenaste tus pulmones hasta que te dolió y bajaste la cabeza hasta sumergir medio rostro. El fondo del lago era imposible de ver, la superficie era como un espejo, no dejaba ver más allá de su primer capa.
La mascarilla flotó y flotó hasta que se atascó con el pequeño barco que estaba destrozado a la izquierda del muelle. Se escondía bien entre los escombros.
"Sólo vete."
El frío aumentó.
De nuevo y una vez más. Tanto como para formar pequeños carámbanos en las orillas de la madera, lo suficiente para que hojuelas de escarcha se colaran entre las grietas de cada tabla.
El alrededor de las cuatro patas bases se congeló por completo, literalmente, de arriba hacia abajo, cerca de formar una pequeña capa de hielo sobre el agua.
Unas inmensas ganas de toses te atacaron al inhalar agua por la nariz, la picazón en tu garganta y el tener que retener el quejido fue de lo más molesto, algo doloroso, irritante.
"Vete de una vez, maldita sea."
Entonces una hoja afilada atraviesa la madera, entre la grietas de las planchas que estaban sobre y frente a ti respectivamente. Viste el reflejo de tus ojos en aquella superficie metálica, tu expresión de sorpresa y tus ropas mojadas, tu vida pasó frente a tus ojos y casi te hundes al desconectar tu consciencia de la realidad.
La espada se quedó ahí un segundo y luego fue sacada sin problemas. No hiciste ruido alguno, estabas en trance, había estado realmente cerca y la siguiente pregunta que venía a tu mente era "¿volverá a hacerlo?".
Para tu fortuna no fue así.
—¡Capitán, hemos encontrado el campamento!—
—¿Arrestaron a alguien?—
—Ya no había nadie cuando llegamos, pero logramos recuperar algunas de las cosas saqueadas junto a otras pertenencias.—
Esperabas que esas "otras" no fuesen el diario de los siguientes lugares que tenían planeado explorar. Sería el colmo que olvidaran algo así.
—Guíame allá.—
Dos pares de pasos se alejaron y para entonces ya estabas sólo de nuevo.
Por si acaso te quedaste temblando bajo el muelle un rato más, perdiste la cuenta de cuánto exactamente, creías que mientras más mejor. En realidad fue más de lo que pudiste imaginar, comenzaste a desvanecerte a causa del frío y unas enormes ganas de dormir comenzaron a agregarle peso a tus párpados. Tu piel estaba cada vez más enrojecida y era tal la baja temperatura que se sentía más como una llamarada recorriendo tu cuerpo.
Tan frío que se siente caliente, ya podías entender esa expresión.
Te moviste lentamente y con pereza hasta el bote destrozado y te apoyaste en aquellos trozos de hielo que se formaron en el agua, firmes y bien unidos a la madera, lo suficientemente grueso como para aguantar parte de tu peso.
Los temblores empeoraron pero de algún modo te las arreglaste para salir arrastrando del lago. Saliste del escondite y comenzaste a toser y a estornudar todo lo que quisiste. El alivio mínimo fue placentero, liberador, pero los tosidos y temblores no parecían detenerse.
De rodillas sobre la tierra y con la frente en el suelo es como tu cuerpo se tensa por la baja temperatura. Al mirar al muelle se nota aún más la presencia del elemento cryo sobre el agua.
Tu bolsa era pesada, te estaba ahorcando por cómo la cargaste y lo mejor fue dejarla a un lado.
Carente de fuerza, incluso con la reserva vacía, es como planeabas levantarte, ponerte de pie, rezar porque algunas de las pociones en el arbusto fuese pyro y poder recuperar un mínimo de calor. Tomas aire, preparándote para el esfuerzo extra.
Pero las piernas no te respondieron.
Estaban congeladas.
—¡Kaeya, ¿qué estás haciendo?! ¿¡No ves que está herido?!—
—Los Ladrones de Tesoros han mejorado en sus trucos últimamente, no hay que bajar la guardia.—
—No creo que eso sea una actuación.—
Levantar la mirada sólo sirve para romper todas las oportunidades que tenías de escapar sin problemas, pues a tu alrededor están los dueños de aquellas tres voces, tan distintas entre sí.
El chico rubio, joven, se te acerca, no tiene rostro, tu visión es borrosa y no distingues rasgo alguno. Su mano se posa en tu espalda.
—Oye, ¿puedes oírnos? ¡Resiste!—
Hace tanto frío.
A su lado hay una figura flotante, pequeña, con el blanco como color dominante.
Y detrás de ellos una silueta alta, de colores oscuros en su mayoría, por el desgaste en tu vista parece sólo una mancha alargada iluminada por la luna.
Toses una vez más antes de caer, esa vez de manera definitiva.
[...]
—Entonces en verdad perteneces a los Ladrones de Tesoros.—
—Eso no es-
Aquel hombre de ropa extravagante voltea tu bolsa aún húmeda sobre la mesa, dejando caer lo que contenía. Las moras se esparcen por doquier junto a las rocas, pero justo en medio cae reluciente la medalla plateada con un diseño de cuervo.
—Intenta hacer memoria, ¿si?—
No respondes, ahora no puedes defenderte.
Y en tu silencio buscas poner en orden los pocos recuerdos que tienes desde que despertaste de aquella experiencia cercana a la muerte.
Habías despertado con una incomodidad que nunca habías experimentado, tenías calor y frío a la vez, empapado de sudor y del agua que se resbalaba de una toalla que descansaba en tu frente. Cubierto hasta cuello con unas sábanas que estaban apretadas sobre tu cuerpo, tanto que por tu debilidad no podías moverte.
Tampoco lo habías intentado mucho.
En la habitación estaban una joven de vestido blanco junto a otra con un vestuario parecido a una armadura. Reconociste a la primera como la diaconisa de la iglesia de Favonius, la otra era completamente desconocida.
Ambas parecieron sorprenderse al verte despierto y la joven de traje de guerrera te dijo, en un tono autoritario y firme, que no hicieras nada raro mientras no estaba. Al salir, la diaconisa preguntó por tu estado, algo a la defensiva, respondiste aún y con aquel horrendo dolor de garganta.
Fue cuestión de un par de horas para llegar al escenario actual. Tus manos esposadas son difíciles de ignorar.
Uno de los muchos capitanes de los Caballeros de Favonius caminaba en círculos, rodeándote y soltando preguntas hasta hartarte. Un interrogatorio, la búsqueda de información sobre los Ladrones de Tesoros y sus planes.
En una de las esquinas de aquella sala estaba el mismo chico rubio y su acompañante, en silencio, hablando entre ellos de vez en cuando.
—Ya te respondiste solo.— Dices y él toma la medalla entre sus dedos. Querías borrar aquella sonrisa molesta de su rostro, querías apartar la mirada o que te hubiesen dejado para morir de frío, pero no.
Te habían arrestado.
Sólo a ti.
Quien decidió esconderse en lugar de seguir corriendo.
—No eres alguien importante dentro, pero tampoco una futura promesa— Lanza la medalla al aire con una sola mano, una y otra vez, jugueteando con ella sin la necesidad de ver a donde caerá. Su mirada está fija en ti.—, en la jerarquía son los que menos peso tienen al salir, una pérdida sin efecto devastador— Presumiendo de su habilidad atrapa la insignia en sentido horizontal mientras cae, luego la deja hasta que resuena en la mesa.—, ¿entonces por qué le das tanta lealtad a una organización así? Sería mejor que hablaras.—
¿En serio estaba tratando de hacer un trato contigo? No había forma en que creyeses algo así, te estaba tomando el pelo.
"Robar es malo", su actitud y forma de hablar traían de vuelta aquella frase tan irritante.
Tu enfado sólo iba en aumento. Eso era lo que quería después de todo.
—Así como... no le creerían a la palabra de un ladrón, yo no creeré en la de un caballero que es aclamado por atraparnos... — Voz rasposa, que provoca dolor al hablar, dices lo necesario y entonces vuelves a callar.
Cuando su sonrisa engreída se ensanchó tuviste que apartar la mirada para tranquilizarte.
Se enderezó completamente y dejó la medalla de nuevo en la mesa, soltando una leve carcajada.
—Pues nada, es una pena.—
—¿¡Eh!? ¿Eso es todo? ¿No se supone que había que sacarle información?— La pequeña flotante ganó la palabra y el viajero a su lado asintió estando de acuerdo.
—Si no va a hablar no tiene sentido rogarle, además puede que lo que nos cuente sea falso.—
—Siguiendo esa lógica entonces ningún interrogatorio sería confiable... —
El que hablasen tan relajados como si no estuvieses ahí era desalentador. Preferirías que te encerrasen de una vez, no tenías plan alguno de confesar.
Confiabas en que ellos no recurrían a los mismos métodos espeluznantes de los Ladrones de Tesoros. Los novatos siempre son puestos a hacer de público en una ejecución, el momento en el que se deshacen de un testigo o cuando se descubre un soplón. Antes de dejarlos morir le sacan toda la información que pueden.
Y luego de esa bienvenida no hay nadie que se atreva a hacerse preguntas.
En un punto perdiste interés en lo que decían, dándoles la libertad de hablar sobre lo que quisiesen. No pusiste ni un mínimo de atención, la fiebre no te daba tanta concentración por culpa del dolor de cabeza.
—Debo encargarme de algunos asuntos. Le pediré a alguien que lo escolte a la prisión.—
—¡Espera! ¿Y si lo intentamos nosotros?— Precavida por la persona que estaba a unos metros a partir de esa frase bajó la voz lo suficiente, expresando de todos modos su emoción.
—¿Hmh?—
—¿A que te refieres, Paimon?—
—Paimon supone que no quiere hablar con Kaeya porque casi lo convierte en un dedo de pescado congelado, ¡así qué tal vez acceda a hablar con Aether!—
—Estoy seguro de que me vio llegar junto con los caballeros. No creo que sea tan fácil.—
—¿Quién sabe? Vale la pena intentar.— Aún y cuando Kaeya alzó los hombros despreocupado el rubio no lucia muy convencido. No creía que fuese tan simple como cambiar de persona.
El capitán de los caballeros los dejó finalmente y Aether no tenía idea de cuál debía ser su primer acercamiento.
Dio un paso y su piel encontró las monedas doradas regadas por el suelo junto a las baratijas que cargabas a todos lados. Comenzó a recogerlas y a regresarlas a tu bolsa.
Extrañado levantaste la mirada, ya fuera del trance por los recuerdos.
—¿Te sientes mejor?— Una vieja silla abandonada en una esquina sirvió de asiento, al otro extremo de la mesa, con su compañera flotando detrás suyo.
Lo miras directamente, no sonríe, no expresa mucho con la mirada, sólo una seriedad inmutable.
—...—
El forastero se encogió de hombros, se le acabaron las ideas.
—¿Es cierto que los Ladrones de Tesoros te buscan? ¡¿Qué debes pelear contra otros nuevos para entrar!?— Dice Paimon a sus espaldas.
—¿Qué?... No, tú vas a ellos... —Aether se gana la mirada de victoria de Paimon, ni siquiera ella creía que había logrado hacerte hablar. Por otro lado, pensabas que los rumores entre los civiles eran cosas comunes de escuchar, eran divertidas, otras veces reales pero exageradas.—. Si no te aceptan, depende de ti guardar silencio... —
—Entonces no existe nada como una carta de recomendación, ¿eh?— No tienes idea de qué responder a eso.
—¿Incluso a los miembros ya conocidos los tienen bajo amenaza?—
—...— Al palmear tu rostro pierdes noción de la realidad al no sentir la tela de tu máscara, con el rostro al descubierto, expuesto, tuviste problemas para recordar tus propios rasgos.—Si, por eso hay que huir incluso si es sangrando o herido.—
"Yo fallé."
—¿Alguien saldrá lastimado si saben que te arrestaron?... —
Niegas.
—Ya no me queda nadie a quién lastimen; aún así a nadie le gusta ser encerrado.—
¿Acabaron ya con todas tus personas importantes o es que desde un inicio nunca tuviste una? El forastero sintió un escalofrío trepando su espalda y tensando sus hombros, nunca pensaba en aquellos ladrones como algo más que no fuesen criminales, ¿había posibilidad de que intentases darle pena? Probablemente, pero en ese caso tratarías de expresar tu pesar todo lo posible, exagerar tus expresiones, exclamar el terror.
Pero sólo tenías esa cara aburrida y desanimada que en pequeños destellos cambiaba a molestia.
—¿Entonces incluso si te dejaran ir estarías en peligro por los demás ladrones? Vaya, Paimon no soportaría vivir escondida el resto de su vida.—
—...—
—Paimon.— El regaño fue casi inmediato pero la contraria sólo mostró confusión por la reacción.
—Huir de los caballeros, huir de los ladrones, ¿cuál es la diferencia?— Cualquiera pensaría que estabas harto de la vida, en parte lo estabas, pero era más el malestar del resfriado que la necesidad básica de comunicarte.
—Si te diese igual entonces hablarías de lo que fuera. Paimon cree que sólo lo haces por orgullo, ¡hmp!—
—...—
Orgullo, nombre, venganza, lealtad, las palabras saltaban de una a otra en la mente de Aether, formando lentamente una idea que sonaba tan descabellada como prometedora. No puedes regresar a ser parte de los ladrones, pero tampoco podrías ser un civil común con ese historial, ¿y si tal vez... ?
—Vamos, Paimon.—
—¿Eh? Pero-
El chico y su compañera salieron con prisa fuera de aquella sala, dejándote completamente solo.
Sin nadie a la vista.
Las cadenas cayeron sobre la mesa y sobaste ambas muñecas una vez fuiste libre. Un seguro tan desgastado como el de aquellas esposas era fácil de abrir si en primer lugar no cerraban bien.
Al ser una habitación alejada dentro de la sede de los caballeros pudiste darte el lujo de quitar el seguro de la ventana que antes estaba fuera de tu alcance. El viento cálido te golpeó en la cara así como las murallas que rodeaban la ciudad.
No se sentía como la capital de la libertad para nada.
La idea de saltar de aquel segundo piso normalmente no sería vista como peligrosa o amenazante, no activaba esa respuesta de peligro, pero aquella vez la debilidad que atosigaba tu cuerpo de pies a cabeza le estaba dando la razón al sentido común que habías aprendido a ignorar.
La debilidad te gritaba que no podrías sostenerte de la cornisa y entonces otro mareo te hizo dar unos pasos en reversa. Frío, calor, el viento que entraba por la ventana era fresco, pero el la luz del sol era insoportable, tu vista se cansaba demasiado fácil cuando te enfermabas.
La puerta rechinó temerosamente con los tres pares de ojos (¿o dos pares y un ojo?) asomándose por el espacio, expectantes de cuál sería tu siguiente móvil y con una persona en específico preparándose para actuar.
Con una mano cubriendo tu boca es como la otra se ocupa de cerrar de vuelta la ventana, aceptando que no podías escapar en ese estado.
"Buena elección", lo que se dijo a sí mismo mientras te veía caer sobre la silla y cerrando las esposas alrededor de tus muñecas, aparentando que nada había pasado.
[...]
—Me niego.—
—¿¡Eh!? ¡¿Sabes cuántos libros de la biblioteca tuvimos que recuperar para que te diesen esta oportunidad!?—
—Nunca se los pedí, no estoy obligado a aceptar— Aún con ambas manos encadenadas por unas esposas que daban un poco más de libertad al moverte es que te las arreglas para cruzarte de brazos, el patio de la sede estaba impecable, sin hojas en la acera y sin plantas desarregladas, aún con ese escenario de tranquilidad la punta más alta de la muralla es lo que sigue captando tu atención.—, ¿quién te dijo que quería una "segunda oportunidad"? Metete en tus asuntos, caballero entrometido.—
Dos días de recuperación y al tercero fuiste llamado a lo que dijeron sería cumplir tu condena. El hecho de que implicara salir de la sede hizo que pensaras en la ocurrencia de una ejecución pública.
Pero fue aún peor a eso.
Paimon se encoge en su lugar, intimidada por el cambio de voz, pero Aether más que sorprendido u ofendido parece estar en el papel de un niño que fue atrapado en una travesura. Su ceño se frunce en indignación antes de copiar tu pose.
—Hey, ladronzuelo, muestra algo de respeto. Esa no es manera de hablarle al Caballero Honorario.—
—¿"Ladronzuelo"?—
—¿Alguien sigue usando esa palabra?—
Preguntaron entre sí los compañeros de viaje y les diste la razón con la expresión de desagrado que le dirigiste al capitán recién llegado.
Ahí estaba de nuevo, con esa sonrisa molesta. Las ganas de cumplir tu sentencia encerrado en lugar de uniéndote a los caballeros aumentaron.
Porque ese era el plan que cierto forastero le había propuesto a la Maestra Intendente, quien aún sin estar convencida del todo confió en la palabra del héroe de Mondstadt.
Mientras tanto sentías que el universo y todos los dioses que alguna vez existieron se estaban burlando de ti.
¿Era tanto pedir que te encerraran? Hubieses preferido incluso la tortura.
Aunque por la forma en la que ese sujeto, Kaeya, te miraba podrías decir que esa era su forma de tortura.
¿Qué puede ser más doloroso para una persona orgullosa que sentirse humillado? La fibra sensible que era fácil de presionar hasta obtener una reacción, la misma que te había hecho creer que esconderse era mejor que huir como cucarachas.
Era difícil decir con quien estabas más molesto, si con el chico, con el capitán o contigo mismo.
—¿Si hablo sobre los ladrones me encerrarían?— Preguntas, con el espíritu destrozado y con un peso horrible en los hombros cuando ves como un caballero arrastra un muñeco de entrenamiento fuera del almacén.
Kaeya cruzó los brazos, riendo levemente.
—Es un cambio de sentencia, así que me temo que no funciona así— Te niegas a tomar la espada de entrenamiento que el rubio te ofrece.—. Tómalo como servicio a la comunidad, después de todo tú y tu grupo atormentaron a muchos viajeros y personas de Monstadt.—
"Muchos" no era una cifra exacta como para formular una condena. Era simplemente reclutamiento forzoso. Tus cejas estaban fruncidas en sarcasmo y retuviste las ganas de soltar una carcajada, no podía ser que estaban tan cortos de personal que aceptarían hasta a un ladrón en sus filas.
Tomaste la espada que Aether seguía extendiendo hacia ti y la dejaste caer de inmediato, tu recompensa fue la mirada de reproche del rubio.
Kaeya se agachó por el arma y te la pasó, con la intención de hacer lo mismo él cierra sus manos sobre las tuyas para que no la soltaras, entonces te mostró como debía sostenerse.
—Mientas más rápido acabemos de entrenar más fácil será para todos.—
—¿A quienes incluye ese "todos" exactamente?... — Susurras, con las muñecas ya liberadas pero bajo la vigilancia de una escolta completa. La forma de sostener aquella espada de entrenamiento era poco o nada parecida a cómo sostenías tus dagas para lanzarlas, era ligera pero a la vez hay que aplicar fuerza para que no salga volando al hacer un corte.
Muchos negaron cuando le diste una patada al muñeco de entrenamiento por la frustración de no saber sostener una espada ligera, lo destrozaste sin querer, en tu defensa dijiste que esa cosa ya estaba cayéndose a pedazos antes de que la golpearas.
Kaeya supo que tomaría más tiempo del que pensaba cuando Aether esquivó el arma que no habías sostenido con la suficiente fuerza. Había salido volando de tus manos.
[...]
No sabía si lo estabas haciendo a propósito pero eras un asco con las espadas ligeras.
Amber intentó enseñarte con un arco, dijiste que tu puntería era mejor con tus dagas de ladrón luego de errar a toda la población de dianas frente a ti.
Noelle intentó ayudarte a entender como debías usar tu propio peso para manejar una claymore. Lo difícil era que no tenías fuerza en los brazos.
Nadie sabía utilizar una lanza y al no tener visión no podrías optar por un catalizador.
Por el momento eras el caballero que cargaba en su vaina una espada de madera.
Lo que seguía después era el entrenamiento teórico, las reglas que debían seguirse y los innumerables protocolos en casos de emergencia.
Cuando Kaeya recibió el quinto tomo del Manual de los Caballeros de manos de Amber (quien lo dejó caer de la parte más alta del librero) sentiste que el peso de tus acciones no valía aquel maltrato emocional por tener que lidiar a tanta información.
—Barbatos, ¿qué es toda esta basura?—
—Lo mínimo que se espera de un caballero, ¿qué más?—
—Entonces admites que es basura.—
Kaeya rio levemente, sin dejar salir nada más que la sonrisa típica, vigilándote desde el otro lado al otro lado de la mesa de la biblioteca.
Suspiraste abriendo directamente el quinto libro de la torre que tenías en enfrente. La portada se estaba cayendo por el maltrato pero sorpresivamente las hojas parecían recién impresas.
Fingiste leer para evitar la mirada del capitán.
Instintivamente cubres tu rostro como si aquel grueso libro fuese la máscara que te arrebataron, la que seguramente seguía flotando a la orilla del lago, la misma que te había obligado a expresarte más con los ojos en vez de utilizar todos los músculos de la cara.
Si bien tus labios permanecían en una línea perfectamente recta, la incomodidad era visible por la forma en que tus cejas se curveaban y en como entrecerrabas los ojos.
"Como miembros de los Caballeros de Favonius. Primero hemos de guiarnos por tres grades virtudes: la modestia, la lealtad y la disciplina. Éstas tres virtudes son el pilar sobre el que se sostiene la libertad de Mondstadt. Por ende, recuerden bien: sin responsabilidad, no se puede hablar de libertad."
Pásate la página que dictaba la forma de hablar con los forasteros, era un lenguaje tan mecánico que no sonaría natural.
"Ejemplos de mala conducta:
1) En el puesto de trabajo: ¡Me muero por un poco de sidra de manzana!
2) Durante el descanso: ¡¡¡NOELLE!!!
*Recuerde: La Gran Maestra Intendente ordenó a Noelle que registre e informe acerca de cualquier caballero holgazán. Este tipo de malas prácticas se traducirá en una reducción de las vacaciones y del sueldo."
¿Reducción del sueldo? A ti ni siquiera te pagarían.
El tiempo voló, y a su vez pareció congelarse.
—...— Con más páginas que pasabas y que leías por encima más te dabas cuenta de los desproporcional que era la represalia por asaltar a un viajero que sólo llevaba un montón de flores. El estrés de tener que actuar de manera tan poco genuina más la simple molestia que te causaba la presencia de Kaeya te llevaron a cerrar el libro bruscamente.—¿Tienes que estar sobre mi todo el tiempo o es que soy una excusa para evadir tu trabajo?—
—¿Mmh? ¿Te molesta que sea yo quien te entrene?—
—...— Tuviste la tentación de pasarle el diccionario que descansaba sobre el asiento de al lado para que buscase la definición de "entrenar" y "acechar". La última vez que revisaste eran cosas totalmente distintas.
—Pareces decepcionado, ¿esperabas que simplemente dejáramos sin vigilancia al caballero ladrón?— Al acomodarse en la silla deja su codo apoyado en la mesa, con su mejilla descansando en su mano. La misma sonrisa de siempre es como una marca de nacimiento en sus facciones.—. La confianza tarda mucho más tiempo en formarse, ¿pero que sabría al respecto alguien que solía ser parte de una organización donde te apuñalan por la espalda?—
Más que confianza, allá se tenía la lealtad.
A base del miedo y de las amenazas, pero la había. No confiaban en nadie, no estaban tan desesperados como para hacerlo; pero tampoco es como que te cuidaras paranoicamente, no había necesidad.
Vuelves a abrir el libro en una página al azar, con los ánimos de seguir hablando en niveles negativos.
Obviamente no ibas a seguirle la corriente respondiendo a algo así.
—Hagamos algo— Más que una propuesta fue una orden, el manual es arrebatado de tu agarre y dejado a un lado junto al resto de tomos.—, han pasado unas semanas desde que te uniste, creo que sería apropiado hacerte un cuestionario de nuevo.—
La expresión que hiciste al reaccionar fue una genuina e inmediata, era tan idéntica a la de Diluc que Kaeya cubrió su boca para soportar la risa.
—¿Puedo negarme?—
—No realmente— Responde.—, pero esta vez no serán sobre los ladrones; ¿qué tal si en su lugar me permites saber sobre ti?— Apenas confiesa sus supuestas intenciones te quedas en blanco completamente, revisando palabra tras palabra.
¿Hablar de ti mismo? No eras fanático de eso.
Había cosas que querías olvidar, y en general no estabas seguro de ciertos gustos, tampoco tenías tiempo para ocio y tu comida favorita se resumía en cualquier cosa recién hecha, la menos favorita era exactamente lo contrario.
Lenguaje corporal, volumen, tono de voz, hora, lugar, momento, las claves de un buen mensaje añadiendo la lectura de las intenciones; ¿qué buscaba pidiendo algo así?
Tu mano dominante subió a tu rostro, palpando la mitad inferior y la superficie suave de los guantes estropeó tu tacto. Como si no estuvieras tocando nada en primer lugar.
—Pregunta entonces... —
—Pues... No estaría mal saber tu nombre real en lugar de ese alias tan anticuado— Asombrado levantas la mirada hasta donde está él, ¿desde cuando lo sabía?—. Si vamos a ser camaradas es lo normal, ¿no lo crees?—
Su sonrisa decía "aparentemos que tu pasado no existe", y la misma idea te desconcertó.
Bufaste, levemente fastidiado.
—Quieres otra manera de rastrearme en caso de que escape, ¿cierto?—
—Gracias por la idea, pero hablaba en serio.—
—...—Suspiras, no hay razón para tanto misterio.—(T/N), ¿está bien? Dejen de llamarme "caballero ladrón", o al menos busquen un mejor sobrenombre.—
Después aquella revelación no agregaste nada más al ambiente tan incómodo.
—¿Qué tal de dónde vienes?—
—... Aguaclara... —
—Eso explica por qué no te gusta patrullar por ese sendero.—
Un mal presentimiento te hizo cerrar tus dedos aún más sobre las tapas del manual, una observación así no provocaba otra cosa que paranoia al sentirte vigilado.
Luego preguntarías sobre cómo se reportaba a un compañero a la Maestra Intendente, sólo por si acaso.
Cosas comunes y datos sin importancia fue lo que Kaeya siguió preguntándote, cosas sin utilidad y que más bien parecía sólo querer distraerte, y si, le seguiste la corriente porque cualquier cosa era mejor que seguir leyendo esas reglas tan tontas.
—¿No quieres preguntar nada sobre mi a cambio?— Sugirió, cuando negaste inmediatamente lo viste bajar los hombros, como si se hubiese decepcionado.
—No en realidad.—
El de mayor rango suspiró.
—Bien entonces, es un avance— No sabes cómo leer su reacción exactamente, su único gesto es el de correr la silla para levantarse.—. Podríamos seguir con esto pero, como leíste, no debemos holgazanear.—
¿En serio había hecho una escena y había formado un ambiente tan extraño sólo por esas preguntas? La respuesta era más simple de lo que podías imaginar.
Lo imitas y tomas los cinco libros de encima de la mesa, no sabías dónde ordenarlos pero según palabras del Caballero Honorario no era buena idea dejar algo desordenado en la biblioteca.
El impacto de los tomos sobre el escritorio de Lisa atravesó toda la sala, a sólo unos pasos estaba Kaeya esperándote en la salida.
La diferencia de la luz que iluminaba el salón principal de la sede fue un cambio medianamente brusco, el encandilarte sólo te retrasó para distinguir la pequeña figura de ropajes rojos frente a la puerta.
Klee saludó a Kaeya y luego hacia ti, "hermano mayor ladrón", el apodo del que no podías quejarte, era solo una niña. El que tú fueses fácil de fastidiar no era su culpa.
—(T/N)— Estando a tus espaldas es cuando Kaeya utiliza su nuevo conocimiento para llamarte, alzaste los hombros sorprendido y poco acostumbrado a responder a tu nombre. Te giraste, encontrándolo con los brazos cruzados y su único ojo visible permanecía cerrado, parecía meditar.—. Admito que mis métodos son cuestionables, y la mayoría los ve como extremistas— Divaga, y tienes que pedirle a la menor a tu lado que deje de jalar tu mano un segundo; parte de tu entrenamiento era acompañar a Klee.—, por lo mismo, creo que desde la noche en la que te arrestamos me quedé con una pequeña deuda.—
—Capitán, no sé de qué hablas.— La confusión en tus ojos es más que notoria.
—Te debo una disculpa por esa fuerza innecesaria— Tus ojos se abren aún más de lo que una persona comúnmente lo haría.—. Sabía que probablemente sólo había un ladrón cerca y aún así te desmayaste del frío y estuviste cerca de terminar peor por culpa mía— Su mano derecha se alza hasta su pecho, a unos centímetros de donde estaría su corazón.—. Si trabajaremos juntos me gustaría que las cosas estén bien entre nosotros.—
Asentiste, inseguro de esas palabras. No esperabas exactamente una disculpa y no tuviste la oportunidad de indagar por la insistencia de la menor.
Lo conocías de hace poco pero nunca creíste que escucharías a Kaeya disculpándose.
No había nadie en el pasillo más que la pequeña, no buscaba quedar bien, ¿tal vez entrar en confianza? ¿o que bajaras la guardia?
¿Darte una razón para no dejar los caballeros? Ni aunque la misma Maestra Jean se disculpará accederías a quedarte.
No hay tiempo de darle vueltas a una par palabras cuando debes detener el pequeño brazo de Klee para que no mande a volar a los peces.
Así continuó tu formación como Caballero de Favonius, con tu capitán extrañamente interesado en tu desempeño.
[...]
Los días siguieron para todo el mundo y al darte cuenta un mes exacto había pasado desde que te pusiste al servicio de Mondstadt, era esa misma noche donde las estrellas iluminaban el cielo de Teyvat.
La luna en fase completa te recordaba a aquella madrugada en la que te arrestaron, como si hubiesen sido años, como si tuvieses toda la experiencia del mundo siendo un soldado.
Sobre la muralla nada te estropeaba aquella vista y a su vez todo era tranquilidad al bajar la mirada, la ciudad se cubría de luces cálidas y las calles estaban relativamente llenas.
Celebraban algo que no te diste la molestia de entender.
Y unas horas antes, Amber te había invitado a la cena de los caballeros en el Obsequio del Ángel, te negaste y en su lugar saliste a patrullar sobre la muralla que rodeaba Mondstadt.
Te sentías tan... ajeno.
Perdido, desorientado, como aquella noche en la que no supiste si seguir corriendo o esconderte, simplemente...
No encajabas.
Y por alguna razón te sentías melancólico al respecto, siempre había sido así, distanciado de las personas que te rodean; coexistir es simple, convivir no tanto.
Y ya que todos a tu alrededor estaban de acuerdo con este principio no eras consciente de lo incómodo que era. Lo que es diferente ahora son ellos, los caballeros, quienes se encargaban de velar Mondstadt; aquellos de quienes alguna vez huiste ahora te tenían de su lado.
Eres un ladrón, una alimaña de la sociedad, un mal ciudadano, ¿entonces por qué... ?
¿... por qué no actúan como si estuviesen viendo a uno?
Los demás caballeros en un principio no supieron de tu origen o las razones por las que te uniste hasta que tú mismo lo permitiste. Te dieron ese derecho, el de mantener oculto lo que te podría tanto avergonzar como enorgullecer, al final fue como un dato curioso, lo primero que tenías que contar sobre ti.
Saben que no estás ahí por el placer de proteger tu hogar, no es tu hogar, no sientes nada por la ciudad o por su gente. Es una condena, y de alguna forma parecen creer que te quedarás.
Tus planes...
Bueno, no son tan claros.
El otro extremo de la muralla deja a la vista el oscuro campo de Levantaviento, alcanzas a ver las luces de Aguaclara y algunos brillos resplandeciendo en la noche. Miras hacia abajo, unos siete metros de altura sobre el suelo, ese lado no tenía a nadie patrullando y estabas completamente solo.
Te dio un deja vù.
La espada en la vaina es real, un arma genuina que puede atorarse entre los ladrillos del muro.
Ese es el momento que habías estado esperando.
Pero el impulso que necesitabas había dejado de existir luego de la primera semana.
Al suspirar despeinas tu cabello con ambas manos, los codos apoyados en la fría roca y con el resto del cuerpo inclinado hacia atrás.
Ellos te encontrarán y les causarán problemas.
Sin saberlo les habías dado personas importantes para que lastimen.
Gruñes al aire.
Por los Siete, debiste hablar de los ladrones cuando pudiste, no estarías comiéndote la cabeza con algo tan molesto.
Podrías estar en la celda, escuchando el bullicio lejano de la ciudad, marcando las paredes y contando los días.
Pero ahora tienes la responsabilidad de aquella armadura.
La suficiente como para hacer crecer en ti la necesidad ser un experto en el trabajo que le corresponde a un caballero. Ese instinto de prodigio y orgullo, "¿patrullar? claro que puedo con algo así.", esa frase resume tu desempeño casi perfecto de esos últimos días.
—Pensé que tendría que formar una expedición para perseguirte, me ahorraste el trabajo.— Se escucha a tu derecha, relativamente apartado.
Al girar te encuentras con el hombre que había comenzado todo. Kaeya trae su uniforme como siempre pero de alguna manera su pose es más casual y relajada, su sonrisa incluso es más tenue y para nada exagerada.
Aún así no sabrías decir si era genuina.
—Ah, uhm... — Enderezas tu postura y recreas el saludo de los caballeros con algo de torpeza, lo hiciste con la mano equivocada sin querer.—Capitán, ehm, dije que estaría patrullando.—
—¿Un mes bastó para hacerte tan dócil? Los primeros días eras todo un personaje— Da la espalda al campo despejado al apoyar ambos codos en la muralla y luego suspira.—, ¿ocultas algo o es que estás pensando de más de nuevo?—
Ese hombre realmente era extraño.
Vigilándote y leyéndote casi a la perfección, según él apoyándote en el entrenamiento y a su vez enseñándote lo que sabe. Le sigues la corriente aún con tu sexto sentido activando una alerta.
—Lo lento que pasan los días es agotador.—
—Lo es si quieres que el tiempo vaya más rápido y que tu método sea trabajando de más.— En un movimiento sutil alza su mano hasta la pechera de tu armadura y con los nudillos toca como si se tratase de una puerta.
—Tsk, estoy cumpliendo una sentencia, ¿recuerdas? No tengo nada mas qué hacer que trabajar.—
—¿Entonces es eso?—
—Deja de hacer preguntas tontas y vigílame en silencio por lo menos.—
Silencio, hasta que su risa interrumpe la música de la plaza, cuando te volteas a mirarlo está de brazos cruzados.
—Si, debería hacer eso, pero— En la espera del remate en su respuesta eres tomado por sorpresa ante las campanadas de la catedral que marcaban exactamente las once de la noche.—, ya se acabó mi turno.—
—¿Turno?... — Él asiente.
—Naturalmente también el tuyo, así que compensemos la cena que te perdiste y vayamos a beber algo.—
El viajero te había contado de la afición de Kaeya por el vino, ahora sabes que no estaba exagerando. Su reputación le precede aparte del campo de batalla.
—...— La luna se inclinó levemente por el pasar de las horas, los últimos rayos anaranjados se habían ocultado hace tiempo. Molestia, curiosidad, irritación, una minúscula pizca de alivio, ese sentimiento era difícil de describir.—. No tengo permitido entrar a los locales por... bueno, por lo que era.— Pausas, con la decepción y la tristeza abriéndose paso en el tono de tu voz como si se tratase de algo vergonzoso de contar.
—¿Y quién lo decretó?—
Descubierto en segundos.
—...—
—Ya es de por sí triste que trabajes mientras todos nos divertimos como para que te pongas restricciones a ti mismo, ¿también eras así con los ladrones?—
—No voy a responder eso.— Otra risa leve sale de sus labios mientras se endereza para alcanzar tu hombro, sin darte tiempo a disimular el pequeño salto de sorpresa.
La mayoría de edad en Mondstadt era severa, la capital se distinguía por su vino y sus orgullosos ciudadanos eran fanáticos de este, por lo mismo las leyes que involucrarán alcohol eran de las más simples de comprender.
Siendo escoltado sin oportunidad de decidir al respecto es que empieza la charla de Kaeya acerca de que el placer de beber debe ser compartido con un buen compañero.
Pero tanto como el viajero como gran parte de los caballeros eran menores, el resto estaban tan metidos en el trabajo que rara vez se apuntaban a las salidas. Es por eso que la mala suerte de no sólo ser mayor de edad si no de también tener que seguir al capitán a donde vaya fue lo te acorraló contra la pared.
No había escapatoria y nunca creíste que una invitación a beber después del trabajo fuese algo tan aterrador como -mentalmente- agotador.
[...]
Resistencia al alcohol promedio, el tiempo libre fue lo que te derrotó.
Porque no podías compararte a la resistencia de Kaeya contra el vino de diente de león. La primera copa fue refrescante, el sabor nunca antes probado fue alentador a seguir tomando y comprendiste a qué se refería con el placer de beber la insignia de Mondstadt.
Tus planes de solo aceptar una copa fueron destruídos por la competencia imaginaria que propuso Kaeya.
Ahora estabas al otro lado de la mesa, con un ligero sonrojo y las manos cubriéndote el rostro para esconder la sonrisa de tonto que tenías.
—¡Barbatos, esos libros son basura! ¡No suena nada natural! ¡Si alguien se me acercara hablando así lo golpearía en la cara!— Azotas el vaso contra la madera de la mesa, los demás están tan metidos en sus propias conversaciones que el único que está mirándote es el mismo que te había orillado a ese estado.—¿¡Debo fingir que todo está bien incluso si la ciudad se está cayendo!? ¡Ja, acabó de olvidar todo lo que leí! ¡A puesto que quien lo escribió estaba tan aburrido que incluyó todo lo que quiso!—
—Es más simbolismo que algo que tengas que seguir al pie de la letra.— Por otro lado, Kaeya seguía en control de sus cinco sentidos y la situación le parecía simplemente invaluable.
Si, lo había planeado, pero también quería pasar un rato contigo de manera más casual. No tenía intenciones maliciosas y su plan era cubrirte hasta el día siguiente para que no te metieras en problemas.
—Pues Huffman si se lo toma muy en serio, ¡nunca entiendo lo que dice!—
El caballero de quien gritaste el nombre estaba en la barra y dejó de tomar de su vaso para mirarte, ni siquiera sentiste el peso de su mirada.
—No tiene nada de malo ser dedicado en tu trabajo.— Así como habla con tanta tranquilidad es como da otro sorbo a su copa casi llena.
Un pequeño "hic" amortiguado sale de tus labios mientras cubrías tu rostro de nuevo. Al dejar de hacerlo ladeas la cabeza como lo haría un niño curioso.
—Ser dedicado... — Murmuras.—... ¡es inútil!, ¡yo lo era con los ladrones y a lo mucho te ganabas un par de moras sin importar qué encontraras!—
Ahora solo estabas haciendo una rabieta.
—Ohh, (T/N), ¿saqueabas ruinas entonces? Sabes que robar es malo.— El tono bromista de Kaeya es el remate de la oración que tanto te fastidiaba. El impacto de ambas manos contra la madera llama la atención, el asiento detrás tuyo se corre al levantarte y el tono rojizo de tu rostro es tanto por el alcohol como por la rabia contenida.
—¡Por Los Siete, sé que lo es! ¡Cierra la boca!—
La taberna se queda en silencio. Los ojos de todos se alternaban en ti y en la inminente reacción de Kaeya, tan abiertos que incluso sus cejas se alzaron hasta el punto de causar arrugas en sus frentes.
...
"Hic".
Te sientas de nuevo.
—Robar es malo, robar es malo, claro que lo sé, aún así... eh, ¡aún así lo hago! ¿¡crees que es divertido!? ¡no lo es, hombre, odio mi trabajo y aún así debo hacerlo!— Otro hipo te ataca y antes de encarar al capitán prefieres apoyar la frente en la mesa.
—¿"Debes"?— El cuestionario no era efectivo al ser directo, no caías al ser presionado e intentar hacerlo de manera subliminal lo veía como contraproducente, ¿sería esa la oportunidad para saber un poco más? Su herramienta pasó de ser el pánico a forzar un estado infantil por el alcohol, cuando todos son tan honestos como un niño y donde es fácil cambiar de tema sin que se le cuestione al respecto.
—Odio la comida fría y guardada para llevar... es húmeda y sabe a lo que huele una habitación sin ventanas... —
—(T/N), ¿por qué debes seguir en los ladrones?— Insiste, con el cuerpo levemente inclinado hacia delante, su interés no parece importarte en lo más mínimo y la mejor prueba de aquello era la enorme sonrisa que le dedicaste.
—¡Por el dineeero!, apestoso dinero, ¡p-pero lo adoro! Puedo comer cosas recién hechas si las compro... — Niegas con las manos, otro hipo se te escapa.—También es el regalo de él, ¡para mi!— Suspiras de forma exagerada, como un melancólico enamorado con el corazón roto.—. Capitán, qué regalo taaaan horrendo, sólo yo puedo tenerlo... — Las ultimas palabras suenas más a un quejido entre dientes, como si fuese una rabieta ante un castigo.
Fuera de tu propio mundo confuso estaba Kaeya, con su atención clavada en ti y tu eufórica actitud. La despreocupación con la que contabas ese minúsculo detalle le hacía pensar que ya no tenías más que resignación por eso, el haberlo aceptado como parte de tu vida y consciente de que nunca te desharías de él.
¿Estás en problemas o bajo amenaza? Aunque en realidad todos los ladrones y criminales están en peligro constante hay algo que ni en ese estado te dejas soltar, dejabas muy a la imaginación el tema y si no te conociera diría que se trata de una especie de "negocio familiar" ser parte de los Ladrones de Tesoros.
Dinero, deber, regalo, trabajar, odiar eso, escapar, amenaza...
Más tranquilo y con la cabeza fría se cruzó de brazos.
"Deuda."
¿Una deuda de tu familia?
Según palabras del viajero habías dicho que no tenías a nadie a quien lastimaran, ¿entonces por qué seguías tratando de saldar algo que no es tuyo con lo orgulloso que eres? El hecho de no tener nada mejor qué hacer era probable y si eras tan desinteresado como te presentas no era por temor a tu vida.
No tenía mucho qué decir al respecto, no es como que su padre le haya dado un buen "regalo" después de todo.
—Se están aprovechando de ti, ¿sabes?— Asientes y nuevamente ocultas tu expresión relajada, las palmas de tus manos son cálidas al igual que tus mejillas enrojecidas, y estando oculto sueltas una risilla. Siempre creíste que las cosas darían vueltas y estarían distorsionadas cuando te embriagas, pero no era así, te sentías feliz, eufórico, sin preocupaciones; pero así como ese ánimo aparecía también cambiaba. Una fase de bipolaridad que combinaba el estereotipo del borracho animado con el emocional.
—¡Al menos decidí quién se aprovecharía de mi!— Kaeya no estaba tan seguro de que eso fuese algo que deberías decir con tanto orgullo.—Es mejor cuando es alguien quien no te importa... —
El hombre frente a ti levanta su copa sin ánimos, pensando "salud" para darte toda la razón.
Bebió el resto de un trago. El sabor tan relajante del vino bajó por su garganta pero en un punto su pecho dolió.
—¿Qué estaría haciendo ahora si hubiese corrido?... —
Tus pensamientos en voz alta son oportunidad que necesitaba, el extender la mano y terminar tomando el brazo completo. La sonrisa de Kaeya parecía cansada, algo somnolienta, pero por lo menos aprovechaba el momento para dedicarte una genuina.
—No lo sé, ¿a dónde habrías corrido en primer lugar?—
—A Portatormentas. Si, allí... las estrellas se ven bien, me gusta dormir ahí... — Las palabras se detienen por un mareo, te sostuviste de la mesa antes de recuperarte en vano.—... a todos les gusta.—
—¿A tus compañeros?— Asientes, luego niegas.
—¡Ya no lo son!— La realidad se distorsiona bajo tus pies de nuevo y debes descansar la frente en la mesa para sentirte en equilibrio, de lo contrario es como estar a punto de caer.
—Tienes razón, ya no— Esquiva la copa de la que hace momentos estaba bebiendo y su mano alcanza sutilmente tu cabello, el gesto típico de estar orgulloso pero para él era una forma de disculparse. Habías confesado sin estar consciente de ello, aquel dato que habías resguardado con tanto recelo había salido a la luz finalmente. No estaba a gusto con su método, pero eran medidas algo desesperadas.—. Somos nosotros, ¿no es así?—
Murmuraste un casi inaudible "si" que hizo al superior sonreír, otro detalle que nunca admitirías en voz alta. Qué ternura.
[...]
La plática incoherente siguió hasta que la altas horas de la noche los obligó a dejar la cantina. La euforia iba cayendo lentamente y ahora solo era una somnolencia combinada con mareos.
De suerte para ti Kaeya sabía mucho acerca de escoltar personas en ese estado tan peligroso.
Las únicas luces en las calles de Mondstadt eran las que se habían olvidado de apagar, anaranjadas y apuntaban a los letreros de las tiendas y no directamente a su paso.
Tu brazo estaba por encima de los hombros de Kaeya, lo que era tu único soporte junto a los pasos torpes de tus pies confusos hacia donde avanzar.
Los escalones fueron un desafío pero al final lograron alcanzar el gran edificio de la sede. Lo malo es que había una única luz en cierta habitación que no significaba otra cosa más que mala suerte para ustedes.
Jean seguía en su oficina.
Si te llevaba al dormitorio que ocupabas en la sede serían descubiertos y el dar explicaciones serían problemático, ¿qué debía hacer? Noelle avisaría a la Maestra Intendente.
No tenía opción, sus manos estaban atadas, se lo había buscando y ahora era su obligación estar al pendiente de ti hasta el final. Con eso en mente cambio de dirección y la sede quedó detrás de ambos mientras más se alejaban, unos minutos después estaban en frente del propio hogar de Kaeya.
Te ayudó con las partes pesadas de la armadura para dejarte solo con el uniforme base, tapizado de pies a cabeza de tonos oscuros, una tela cómoda para moverse con libertad. Por cosas de protocolo y reglas nadie había pensado en dormir con esa prenda base puesta.
Una superficie mullida evitó que cayeras de espaldas cuando el capitán te dejó ir, no sabías dónde exactamente, no podías prestar la atención suficiente a los detalles como antes de caer por los efectos de aquella bebida.
Kaeya lejos de sentirse agotado o somnoliento estaba más despierto que nunca, ahora que lo sabía el lugar a donde habían corrido esa noche una impaciencia por ir a investigar se apoderó de él. Los asaltos seguían de manera rutinaria, la diferencia es que habían aprendido y ahora no se quedaban acampando toda la noche. Las ocasiones en las que no estaba a cargo de ti eran sus misiones de persecución a los ladrones.
De alguna manera sentía que era cruel que lo acompañaras, no sería bueno para tu espíritu orgulloso tener que batallar contra las cucarachas a las que solías pertenecer.
Si, también fuiste una alimaña, pero el poder apreciar cada mínimo paso en el trayecto de alguien al redimirse había sido algo interesante. En un punto dejaste de ser una tarea más para pasar a ser de lo más encantador.
Kaeya estaba por salir de la pequeña morada hasta que fue detenido apenas con un agarre que podría deshacerse fácilmente. Captó su atención como aún sin poder encontrarlo en la oscuridad te las arreglaste para alcanzarlo.
—Kaeya— Lo llamaste, con una voz torpe y cansada. Sintió la piel de sus brazos erizarse. Era la primera vez que lo llamabas por su nombre.—. No soy... tan tonto— El rojo en tu rostro se había bajado, era la única oportunidad que podía verte así gracias a la luz que se filtraba apenas por la ventana descubierta de la habitación.—, sé lo que te dije... y lo que harás.—
¿Incluso eres capaz de vencer la inconsciencia una vez te sientes derrotado?
—Supongo que me ganaste esta vez, pero tendrás que perdonarme luego.—
—No te entrometas... —Replicas.—yo seré quien... vaya por esos imbéciles... —
Perdiste su mano, pero de inmediato él tomó la tuya, dando un apretón leve.
—Como el pequeño caballero ladrón bajo mi supervisión que eres, es mi deber entrometerme.—
"No podemos esperar a que dejes de sentir apego por esas alimañas que atormentan a la ciudad... "
¿Apego? ¿Eso es lo que te hacía entrar en debate? ¿El sentido de pertenencia? Tal vez por eso fue tan fácil cambiar de bando.
No respondiste de vuelta, no había manera de que lo hicieras cuando finalmente el mareo te hizo caer dormido. El ligero ronquido que soltaste casi de inmediato era el reflejo de una semana tediosa, para tu fortuna podrías descansar hasta que llenaras mañana.
Habías sido de mucha ayuda después de todo.
Kaeya corrió con cuidado las cortinas de la ventana para que la luz no te molestara al amanecer, entonces salió finalmente, sin nadie que le dijese que se detuviera.
Quienes seguían despiertos o quienes madrugaban de más fueron asignados a la misión sorpresa. La emboscada estaba por darse.
[...]
Luego de muchas horas, ya al medio día (o incluso más), Kaeya pudo encontrar un pequeño descanso entre su horario para ir a revisar cómo estabas.
La emboscada había sido un éxito, justo donde lo habías dicho, una vieja cabaña que había sido el refugio de los Ladrones de Tesoros fue rodeada por más de una docena de caballeros. Detalles más, detalles menos.
Traía consigo una sidra de manzana de la taberna, sólo en caso de que la resaca te estuviera matando, también como una muestra de paz.
Una vez dentro sólo inclinó su cabeza hacia un lado para esquivar la daga que habías arrojado hacia él, su expresión ni siquiera cambió en lo absoluto. Su única reacción fue mirar sobre su hombro y ver cómo la cuchilla de tu daga de ladrón se encajaba en la pared.
Así que habías guardado una de esas, tendría que revisar tu dormitorio luego.
—Eres de lo peor.— Kaeya suspiró, supuestamente dolido.
—Tendrás que perdonar el hecho de haber tenido que usar una estrategia diferente. Un informante poco cooperativo no es realmente útil— Aceptaste la bebida que supuestamente aliviaría tu malestar, manteniendo aún así tu mirada desconfiada y cerrándote sobre ti.—. Oh, por favor, ¿por qué me miras así? Pensé que nuestra cita de anoche había aliviado la tensión entre nosotros— Ibas a responderle hasta que un pinchazo en tu cabeza te detuvo, tu mano subió para acariciar tu frente mientras te quejabas entre dientes. No podías debatir en ese momento, y eso era peor que cualquier resaca.—. Puedes confiar cuando te digo que no hice nada más que preguntar algunas cosas, pero no te preocupes, ya tendremos más oportunidades para ir a beber juntos.—
—...—
Lo miraste de nuevo, con el ceño fruncido mientras te acababas el último sorbo de sidra que quedaba en el vaso, no ibas a admitir que te había ayudado a aliviar la resaca. Pero para cuando los escalofríos que te dieron sus dedos al peinar tu cabello desaliñado escalaron por tu espalda sólo pudiste rogar porque tu condena terminara pronto.
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