CAPÍTULO 23: Sentimientos y equitación
Narrador omnisciente
Aquel día lunes si bien Bianco había llevado solamente a Manasés al instituto, recogió a ambos hermanos de sus planteles educativos. Durante el trayecto en el automóvil la tensión entre ambos era palpable en el ambiente. Siempre que iban juntos solían bromear, contar peculiares anécdotas y reír, mas en esos pesados minutos se sentían como dos desconocidos intentando entablar una conversación; al menos de parte de Emiliano, quien quería arreglar las cosas con su hermano menor, empero, solo obteniendo lacónicos monosílabos como respuesta a las preguntas que le realizaba.
—¿No vas a siquiera dirigirme la palabra? —le interpeló Emiliano a Manasés cuando se le hubieron acabado los temas para sus frustrados cuestionarios, con una notable tristeza por no haber conseguido hacer las paces con el muchacho, apagándose así la falsa energía que había estado pretendiendo.
Esto mientras Bianco estacionaba el vehículo frente a su casa. Para él fue una muy inusual sorpresa ver a los dos hermanos así de distanciados, apenas tolerando el uno al otro. Bianco se caracterizaba primordialmente por su insaciable curiosidad, pues fuesen o no las cosas que sucedían en su entorno o fuera de él de su incumbencia, le gustaba llegar al fondo del asunto en cuestión, enterarse hasta de el más mínimo detalle. Por ello había mantenido el ceño visiblemente fruncido en todo el recorrido, intentando desarrollar conjeturas sobre las causas de la probable reyerta entre ambos.
Mas sentía que ninguna era la acertada y que estaba cavilando al respecto absurdamente.
Aunque no lo hacía con intenciones maliciosas, sino que era una extraña manía la que tenía la de estar al tanto de todo cuanto le fuera posible. Él tenía una muy buena estima hacia los hermanos Coppola, y cuando se trataba de gente cercana a él esa necesidad por conocerlo todo imperaba más. Aunque también era un tipo de buenos consejos.
—Que te la dirija Valeria. —espetó Manasés como contestación, sin siquiera voltearlo a mirar, a la par que descendía del auto—. Addio, Bianco —despidióse cortante y se marchó dando un portazo, dejando anonadados a sus acompañantes.
Además de la rencilla con su hermano, Manasés tampoco había contado con una buena jornada escolar, su mente encontrábase en cualquier lugar menos en sus estudios, provocando esto que estuviese medio arisco con todos.
Entonces la faz de Emiliano se tornó melancólica, y al notarlo Bianco no pudo esperar más para desbordar su curiosidad.
—Se pelearon, verità? —preguntó lo evidente, entonces Emiliano se quedó callado unos segundos, en los que Bianco aguardaba pacientemente por su respuesta, hasta que al final asintió.
—Es que tutto pasó tan de repente —confesó en un suspiro—, parece que no tenía suficiente con el maltrato de Armando para que aparezca de improviso Valeria, luego Diana se enoje conmigo por su causa, ya que mi ex le armó tremendo embrollo; y después yo hable sin pensar lastimando a mio fratello sin quererlo. Y para rematar esta mañana tuve que aguantar la hipocresía de Armando —se desahogó lánguidamente.
—¿Diana? —Bianco volvió a fruncir el entrecejo, mas deduciéndolo todo en unos instantes, atando cabos, pues él solo había estado enterado del desmayo de Valeria. Y cuando daba con el clavo sus ojos adquirían cierto brillo—. Ya veo, usted se enamoró de esa damita, la signorina Valeria le hizo una scena de celos y esa jovencita malinterpretó las cosas —al escuchar en resumidas cuentas lo sucedido, Emiliano asintió—. ¿Y qué pasó al finale?
—Pues... Diana no quiere que la busque hasta que haya puesto en orden sus ideas, estaba muy consternada y confundida obviamente. In il ospedale después de una complicada conversación por las obstinaciones de Valeria, llegamos a cuestas a un acuerdo: ella y yo volvimos a ser lo más parecido a amigos. Aunque le dejé muy in chiaro que no quiero volver con ella en otro plan. Sé además que a Manasés no le agrada Valeria por obvias razones, y ayer me hizo alusiones sobre que lo que en realidad pretende mi ex mejor amiga es manipularme porque está obsesionada conmigo.
»—Mas yo le dije que no juzgara a las personas por su fachada o aspetto, sin siquiera analizar sus motivos, juzgando precipitadamente como hizo con alguien. Pero no se lo dije como si le diese un consejo, más bien fui muy hosco y tajante, y sin quererlo me desquité con él —Emiliano suspiró—. Entonces Manasés se enojó conmigo, y siquiera quiere ya dirigirme la palabra. Yo quiero arreglar las cosas con él, pues casi nunca peleamos en serio y davvero me siento mal de estar así con mio fratello. Pero es que él no sabe por lo que Valeria está pasando —confesó con cierta angustia.
—Ya sabe usted que mia intenzione no es ser un entrometido, pero, ¿qué le pasa a la signorina? —indagó Bianco con indiscreción, mirando al muchacho a los ojos.
—Ya sé que no es tua intenzione, Bianco, mas por lo que está atravesando Valeria es un tema muy delicato y solo sabemos sobre el asunto mi tío Leopoldo, que es quien la trató, Diego y yo. Este tema requiere la mayor discrezione possibile, nadie debe enterarse. —Contestó Emiliano, a la par que Bianco asentía—. Grazie por escucharme —añadió, esbozando una tenue sonrisa.
—No fue nada, joven, sabe que soy tutto oídos in tutto momento. —Bianco asimismo sonrió empático.
—Lo sé, y además te considero como un gran amigo. —Le aseveró Emiliano con total sinceridad.
—Yo asimismo lo tengo en mucha estima, y mia intenzione ahora es que usted se sienta mejor consigo mismo. ¿Le doy un consejo? Noté que suo fratello lo necesita, aunque no lo admita, también creo está sufriendo; así que le aconsejo que haga a un lado sus culpabilidades y ahora mismo vaya a buscarlo, y sin decirle absolutamente nada le dé un forte abrazo diciéndole que tutto va a estar bene, y pídale disculpas en ese momento.
»—Manasés es como usted, tiene un muy buon cuore y si nota que es sincero lo va a perdonar a la primera; pues sino él va a pensar que a usted no le importa lo que le pase, lo que piensa y por cómo se siente al respecto. Y con esa damita, Diana, haga lo mismo después de unos dos días más o menos, pues ella ya estará más tranquilla di sicuro y con las emociones más serenas. Luego conquístela con sumos detalles, créame, eso las enamora —finalizó Bianco guiñándole un ojo.
Entonces la mirada del muchacho adquirió un poco de fulgor que denotaba que las esperanzas renacían dentro de sí, entonces de manera inconsciente sonrió ampliamente. ¿Quién le hubiera dicho que un individuo tan sencillo como Bianco le devolvería aquellas? Además, ¿por qué olvidar que todo tenía solución? ¿Por qué la mente se adormecía y se concentraba solo en lo malo, casi sin pensar en las salidas y rindiéndose rápido?
—Grazie, eso es lo que necesitaba escuchar —le gratificó Emiliano ya más animado.
—Recuerde que sempre estoy a sus servicios y que cuenta conmigo —aseguró Bianco sonriendo asimismo.
—Tú también sempre contarás con mi amistad —le afirmó Emiliano— Ahora voy con mio fratello a hacer lo que me dijiste. Cuídate —entonces se despidió de Bianco e ingresó prácticamente corriendo a la casa, dirigiéndose al cuarto de Manasés.
Bianco negó con la cabeza alegremente, satisfecho, pues al fin las cosas daban pinta de querer mejorar. Solo que la disposición y facultad de decisión para mejorar las poseían cada uno.
***
Manasés
Ingresé a mi cuarto muy molesto. Notaba que al parecer mi hermano estaba arrepentido por lo sucedido el día anterior, pero aún me encontraba enfadado con él. Emiliano me criticó por juzgar a los demás solo por las apariencias, y él hacía lo mismo, y no solamente a mí, sino también a Armando; él mostraba la disposición de querer cambiar su trato para con nosotros, intentando asemejarse a lo más parecido que podíamos tener a un padre, y Emiliano lo juzgaba duramente.
Creía que no había necesidad de tanto rencor o resentimiento, era difícil dejar el pasado atrás, pero nunca es tarde para cambiar y ser mejor persona. No era fácil perdonar, empero, podíamos hacer un esfuerzo; al menos para que hubiera más armonía entre nosotros. Y pensé que Emiliano no quería poner ni tantito empeño para que las cosas estuvieran mejor.
Ya casi había terminado de cambiarme de ropa, cuando oí unos golpecitos en la puerta.
—¿Quién es? —pregunté, pues tal vez se trataba de Andrea o Esther comunicándome que el almuerzo ya estaba listo.
—Soy yo, Emiliano —contestó—. Ábreme, per favore -—pidió de buen talante.
—Estoy occupato —fue lo único que enuncié, esperando que eso fuese suficiente para que se fuera.
Hubieron unos segundos de silencio en los que creí que ya se había marchado, y sonará irónico y contradictorio, pues al creer aquello me sentí un poco decepcionado. Sabía que él quería hacer las paces conmigo y en mi orgullo de niño lo evadía, pero en el fondo deseaba estar bien con él, odiaba que estuviéramos así, ¿y se rindió tan rápido? No era mi intención hacerme el difícil a propósito, mas tenía renuencia hacia él todavía.
—Buono —para mi sorpresa, descubrí que Emiliano permanecía ahí—, si no quieres abrir no lo hagas, yo lo haré. —Aseguró, entonces escuché un sonido de llaves y de un momento a otro la puerta de mi cuarto se abrió y él ya estaba dentro, enfrente mío.
—¡Hey! —protesté. Sin embargo, fui atrapado en un repentino abrazo, al cual en primeras instancias no supe cómo reaccionar. Me había agarrado totalmente en curva.
—Mi dispiace, mi scusi, ayer hablé sin pensar. No era mia intenzione hacerte sentir mal, nunca lo sería, ¿me entiendes? —se disculpaba, y yo percibía la sinceridad y arrepentimiento en su tono de voz—. Odio estar así contigo —añadió.
Sentí una reconfortante calidez emanando de su cuerpo, sus brazos estrechándome con una fuerza moderada, como si con esa acción intentara decirme que era alguien muy importante para él, y escuchaba su corazón palpitando agitado. ¿Para qué entonces continuar enojado con él? Ahí estaba, pidiéndome disculpas, y era imposible permanecer enfadado con él más de un día. ¿Qué más daba el resto?
Entonces, rendido, con la molestia disipándose como las olas del mar hacen con la arena, correspondí con la misma intensidad al abrazo.
—También detesto estar molesto contigo —confesé, separándome y mirándolo a los ojos—. No quiero estarlo.
—Entonces —Emiliano sonrió de medio lado—, ¿hacemos las paces, chaparro? En ningún momento fue mia intenzione ocasionar esto.
—Siento yo también si me entrometí mucho, solo no quiero verte sufrir otra vez —admití, con la cabeza gacha, mas volviéndola a levantar y extendiendo mi mano derecha—. Hacemos las paces —entonces mi hermano me la estrechó.
—Tampoco quise echarte realmente en cara lo de Grettel —destacó Emiliano—. No sé en qué pensaba, te critiqué de que juzgaste a Grettel precipitadamente, y yo hice lo mismo contigo; además no pensé en ese rato en que ese tema aún te afecta, y más sabiendo que deseas retomar tu amistad con ella. Mi dispiace.
—Ya no importa —me encogí levemente de hombros—. Lo que verdaderamente importa es que hayas pedido disculpas, y que ambos reconozcamos y aprendamos de nuestros errores. Yo también reconozco que me porté de manera orgullosa y obstinada, y que esta mañana me porté mal contigo.
—Asimismo tampoco fue tua intenzione hacerlo —dedujo Emiliano, tomando asiento sobre los pies de mi cama—. Y por más obnubilado que estuve ayer no creas que no noté que al volver con Diego y Liliana traías otro semblante, puesto que cuando viniste inicialmente al ospedale no estabas triste, apagado. ¿O fue porque me viste con Valeria? —y cuando finalizó de formular la pregunta, yo imité su acción, sentándome a su lado.
—Sí, también. Pero tienes razón, ya estaba así desde que regresé al ospedale —corroboré.
—¿Qué pasó? —indagó, abrazándome con un brazo por la espalda.
Entonces procedí a contarle lo sucedido, detallándole lo que había sentido al ver a Grettel y lo que yo intuía que sentía ella, al verme con Liliana platicando animadamente, que su amistad nunca habíame interesado realmente. Aunque Grettel fue la persona más hermosa que conocí en mi vida, la más especial. Y cómo por estar con la hermana de Valeria a pedido de nuestro tío Leopoldo no había podido ir tras ella para pedirle de una vez disculpas.
—Te he de dar un consejo, el mismo que me dieron a mí —comenzó Emiliano cuando yo terminé de hablar—. Espera unos dos días a que a Grettel se le pase un poco, a que tenga la mente más fría y despejada, luego búscala y busca su perdón con detalles que la conmuevan. Así sabrá que no te es indiferente, que sí te importa, que no fue tua intenzione llamarla egoísta y menos discutir con ella; y ten por sicuro que te perdonará si pones toda tua sincerità y tutto tuo cuore en tus palabras. Lo mismo haré yo con Diana —me sugirió esbozando una sonrisa.
Ese era mi hermano. Y tuve fe en que funcionaría. Internamente ya saltaba de júbilo, pues en unos días ya retomaría mi amistad con Grettel.
—Grazie, no te lo digo sempre, pero aunque seas un tonto eres el mejor fratello del mondo. —Le afirmé ya con mis ánimos más altos. Sentía un peso menos quitado de encima, y contando también con el cambio de actitud de Armando, las cosas se estaban solucionando.
Y es que solo hablando se entiende la gente.
—Tú también eres el mejor fratellino que podría tener. Ven acá, chamaco —me dijo Emiliano divertidamente mientras procedía a hacerme cosquillas.
Y en ese momento nos volvimos a divertir a plenitud como hacía tanto. Esa tarde solo nos perteneció a nosotros dos. También me explicó más adelante el por qué me pidió no juzgara a Valeria, y lo entendí, solo esperaba de corazón que la susodicha no se aprovechara más del asunto; aunque lo dudaba mucho, ya que el beso que le robó a mi hermano había sido una táctica desesperada para hacerle saber erróneamente que le pertenecía.
Sin embargo, Emiliano me aseguraba que ya le había dejado las cosas a Valeria muy en claro y que el beso solo fue para acabar de una vez y por todas su historia con ella; y que si Valeria desperdiciaba esa última oportunidad con ella, lamentablemente muy a pesar de su situación le cortaría la palabra definitivamente.
***
14 DE AGOSTO DEL 2010
Génova, Italia
Ya era sábado, y en esos días pasaba mis clases de equitación, junto a los martes y jueves por las tardes. Aunque ese sábado junto al domingo en vez de clases tendría una competición en la Categoría 0*. Sí, no me había limitado a aprender personalmente, sino que dos meses después de lo sucedido con mis padres quise perfeccionar más mi manejo con los caballos, en teoría, aprender mucho más junto a alguna sociedad hípica especializada en el tema. Y admito que Armando y Estefany, y mis tíos Leopoldo y Adelaida habían tenido mucho que ver con el apoyo económico en esta decisión. Aunque más los primeros dado a que ya estaba bajo su tutela y dejaban pagadas mis clases por trimestres.
Es cierto que mis primeras experiencias antes de entrar a una sociedad de esa índole fueron un poco —muy— nefastas, especialmente aquella inolvidable vez de mi cumpleaños undécimo en Cancún, donde si bien tenía el espíritu imperioso de aprender lo había hecho casi todo mal. Quería cabalgar y galopar perfecta y correctamente de una sola vez cuando en realidad nunca se termina de aprender. Como todo en la vida, que es un proceso de un continuo cultivo del aprendizaje.
Sin embargo, no por ello decidí rendirme y decretar que yo no había nacido para adquirir el conocimiento y la experiencia de montar. Más bien con ese rotundo fracaso, mayores fueron mis ganas de instruirme en esa materia. Emiliano me capacitó e instruyó cuanto pudo esos meses, pero él asimismo de niño había entrado a una sociedad, aunque su estancia ahí solo fue de un año y medio.
Cuando yo ingresé a una, si bien tenía la noción de que aprendería a manejar un animal y no algún vehículo, y tampoco contaba con miedo hacia la experiencia, descubrí que mi primer y gran error —sobretodo esa vez en Cancún— fue no saber hacer caso al instructor. Quería lograr las cosas por mi cuenta, pero para poder hacerlas correctamente en un futuro, precisaba de orientación e instrucción, y para eso debía escuchar y obedecer. Además no era cosa de un momento, sino un proceso, pues no podía pretender que conseguiría domar al corcel en cuestión de pocos días, peor horas.
¿La razón por la cual quería formarme en ese deporte?
Primero, es que desde pequeño sentí mucha admiración por los caballos, por la elegancia, esbeltez, gallardía, hermosura, y buen garbo que poseían. Segundo, porque habían sido los acompañantes de protagonistas de grandes hazañas en la historia; tercero, porque era sumamente divertido y solazante al momento de la cabalgada, dado a su agilidad y/o desenvoltura; cuarto, porque es un deporte que permite estar en un constante contacto con la naturaleza y me explicaron además sus beneficios para el cuerpo, como la tonificación de músculos, lo que ayuda a mantener una postura correcta en todo momento, y aparte es un buen ejercicio cardiovascular ideal para despejar la mente y reducir el estrés.
Y quinto, aunque podría sonar como un desvarío, era una experiencia que me hacía sentir conectado con mamá, o mejor dicho, con los recuerdos que conservaba de ella.
Al momento del galope la sensación era indescriptible, absolutamente inefable; y sobretodo me transportaba a aquella amena tarde en Cancún, cuando cabalgaba junto a ella; donde podía sentir la calidez emanando de su pecho, su aura protectora, que junto a su inmaculada sonrisa me aseguraban firmemente que mientras estuviera a su lado no permitiría que nadie me hiciera daño o nos separase.
Y cada vez que recuerdo ese especial y melifluo momento me es ineludible evitar aunque sea derramar una lágrima de melancolía y nostalgia.
Así que mamá fue una especie de mucha inspiración para que decidiera aventurarme al mundo de la equitación, una especie de base para mi afición y predilección por ese efervescente deporte. Y aprendí, lo hice muy bien en pocos meses, desde lo más básico —como la doma clásica, considerada como un verdadero arte complicado— hasta nuevas tácticas cada día, y sin ánimos de vanagloriarme comencé a destacar, poco a poco, pues ponía todo mi empeño y corazón en lo que hacía; si cometía algún error y más si este conllevaba una consecuencia, lo memorizaba a detalle para no volver a incurrir en él.
Y a pesar de mi hábil adiestramiento para con el caballo y que fuera muy bueno en el área, la equitación traía consigo muchos y latentes riesgos; como por ejemplo ciertos dolores en la zona lumbar, los cuales empezaba a experimentar un poquito, sin embargo, en palabras de mis entrenadores esto era de lo más común en gente que practica ese deporte. También se podían sufrir obviamente lesiones por caída o descompensación de musculatura, así que tenía que realizar ejercicios específicos para compensar esos posibles desequilibrios.
En fin, ese sábado tenía tres pruebas que pasar: Adiestramiento, Crosscountry y salto de obstáculos sin tirar ningún palo en el menor tiempo posible. Ese día empezaba con adiestramiento, tenía que demostrar cuánta era mi destreza con el caballo.
Emiliano con Amedio, Armando, Estefany, Diego, Rosita, mis tíos Leopoldo y Adelaida, Alan, Santiago, Abigail con Alena, Bianco y Gina habían ido a verme. Aunque Santiago se había mostrado un poco renuente y cohibido al principio cuando le invité y tendía a convertir a Marcelo en un tema tabú, evadiendo cualquier cosa que mencionase o preguntase sobre él, empeorando así los presentimientos que tenía al respecto. Pero, en fin, no solo tenía planeado que fuesen ellos.
El día miércoles por la tarde Emiliano y yo habíamos ido a visitar a la familia Morselli, mas el portero del edificio nos dijo que habían salido a proporcionar una función, así que determinamos volver al día siguiente; no obstante, elaborando un plan, aprovechando el concurso de equitación que tendría.
Al día siguiente Emiliano y yo escribimos cada uno un poema para cada una de las hermanas, ese fue una especie de preámbulo para nuestro plan. Él escogió un poema de Pablo Neruda «El mar» y yo elegí un fragmento de la novela clásica «Marianela» de Benito Pérez Galdós. Mi hermano eligió ese poema puesto que en él quería describir y plasmar su lenitiva experiencia vivida en las playas de Génova junto y gracias a Diana. Y yo copié esa parte de la obra (una donde retrata el diario vivir de la protagonista con la familia Centeno) puesto que poco después de conocer a Grettel algo en ella se me hacía lejanamente familiar, así que estuve cavilando y recordé la novela de Marianela.
Exceptuando la rusticidad de María, su concepción primitiva de la naturaleza y su supuesta fealdad, ella y Grettel eran esencialmente similares en el interior, especialmente en la muy baja autoestima que poseían ambas. Si bien la hija de la Canela creció en el abandono, la rubia también lo hizo parcialmente, puesto que si bien contaba con el cariño de su padre y de su hermana, estos fueron insuficientes dado a que Peppino estaba más enfrascado en sus problemas con Isabella (según Grettel) y Diana era una niña.
Ella creía que no era importante ni especial para nadie, más bien que era desabrida como persona, que no servía ni era capaz de nada, pues tenía por seguro que era una inútil y tantas concepciones erróneas más; cuando poseía un alma preciosa que solo debía ser tratada con esmero, dedicación y delicadeza. Por eso decidí enmendar mi error primeramente con ese pedazo del libro, empero, escrito con mi puño y letra. También adjunté como posdata una breve, pero significativa disculpa, pidiéndole además que a pesar de todo viviera con desenvoltura, así como los movimientos de la marioneta cuando era manejada, y siendo solo ella fuera feliz.
La posdata que Emiliano había adjuntado en su poema era: «Así como esta bailarina, la vida da vueltas y vueltas, mas deseo que en cada una de ellas esté yo a tu lado, admirando tu belleza sin igual, así como a las olas del mar. Gracias por proporcionarme ese hermoso significado, Diana, ahora especial para mí como ya lo eres tú en toda tu áurea esencia». Y luego lo encerró dentro de una bailarina de porcelana, físicamente hablando bastante parecida a Diana.
Mi obsequio fue muy peculiar. Le regalé una marioneta de una niña asimismo asemejada a ella, y un lazo de tonalidad lavanda unía la marioneta con mi hoja.
Emiliano estaba enamorado de Diana, y debo admitir que el primer día que vi a Grettel lo primero que me gustó de ella fue su hermosa fisonomía y su profunda e hipnotizante mirada, pero conforme nos fuimos conociendo más y más, mayor a otro detalle vi en su persona a un ser humano. Nada más que eso. Sin embargo, era uno que necesitaba vivir a plenitud, ser feliz y ver las cosas a través del lente cristalino, no del gris como estaba acostumbrada; alguien que tenía algo muy especial en su interior, como todos, solo que no lo sacaba a relucir.
Ella precisaba para eso de palabras afectuosas y cariñosas, oír cosas positivas para que su autoestima mejorara y para que pudiese explotar su potencial, aspirar alto y creer firmemente en sus sueños. Y yo quería ser su amigo para acompañarla en sus peripecias y causarle muchas sonrisas. Además deseaba fervientemente que ella creyera en sus sueños.
¿Lo seguirás haciendo, Grettel?
Dejamos los presentes con el portero, sin dejarnos de preguntar cómo reaccionarían ellas; aunque asimismo llevamos de parte de ambos uno a don Peppino más una nota de cada uno, a quien sabíamos de sobra que el regalo le fascinaría un montón. Y el viernes Emiliano y yo llevamos esta vez una carta cada uno.
Allí mi hermano le narraba a Diana su historia con Valeria, pero resumida, y le declaraba su enamoramiento hacia ella; le decía que si lo aceptaba ella sería su primera novia formal, pues le había dado unas pinceladas de color a su mundo y un soplo de esperanza a su corazón, que era alguien con quien se sentía plenamente complementado. Mas le declaraba que deseaba confesarle sus sentimientos en persona, ¿y qué ocasión más ideal que después de mi carrera de equitación?
Asimismo yo en mi carta le expresaba a Grettel mi arrepentimiento genuino por mi comportamiento de ese día, le dije que ese día la había llamado «egoísta» sin tener la noción completa de todo lo que abarcaba el significado de esa palabra. Que nunca mi intención fue ponerla triste, ni decepcionarla y que aunque no lo hubiese parecido valoraba un mundo nuestra amistad, que ella poco a poco se convertía en alguien importante para mí, haciéndose sitio en mi corazón. Le expliqué el porqué esa vez que nos encontramos en la heladería no me acerqué a pedirle disculpas y le aseveré también que ella como persona valía oro y que la extrañaba muchísimo.
Le pedí un millón de disculpas, por lo cual sospechaba que eso aunque sea le había sacado una sonrisilla. Y concluía con la invitación a mi concurso de equitación, afirmándole que sería un muy grato placer verla ahí junto a su familia.
Solo cruzaba los dedos internamente para que diese resultado, porque si ella no asistía ese sábado, significaría que no quería verme más. Además Emiliano y yo por aparte teníamos preparada una sorpresa.
Ahora ya me encontraba montado en mi alazán esperando a que el marcador diera la señal, hasta ya había saludado al jurado y no distinguía ni a Grettel ni a su familia. Solo veía a Emiliano con Amedio en su hombro, Diego, Abigail con Alena en brazos y Gina haciéndome vítores e infundiéndone ánimos.
—En sus marcas... listos... —Anunciaba el que iba a dar la señal de partida. Entonces me fui alistando para partir, pero antes di una última mirada al público para ver si Grettel ya se hallaba allí.
No, no estaba.
Me sentí tremendamente desilusionado, mas me esperaba una importante competencia en la cual tenía que dar todo de mí. Así que decidí centrar mi mente solo en la carrera.
—¡Ya! —anunció el réferi echando bandera abajo, y entonces eché a correr junto al resto de mis compañeros, ante los gritos emocionados del público.
Era hora de realizar las pruebas, o sea los reprises, que incluían varios pasos, movimientos, figuras y transiciones que debía realizar sobre zonas o puntos concretos de la zona de competición. El objetivo era que girara y ordenara a mi caballo para realizar una variedad de ejercicios que demostraran una perfecta compenetración entre ambos, así como la capacidad y forma física de mi caballo.
Tenía que demostrar la mayor naturalidad que me fuera posible para que se notara una armonía entre el caballo y yo, no debía parecer que yo direccionaba al corcel, lo cual me resultaba algo difícil ya que no podía dejar de pensar en Grettel, frustrando así mi objetivo de poner mi mente en blanco. ¿Quizá su padre no la había dejado ir? Sinceramente no lo creía ya que por la personalidad efervescente de Peppino presentía que gustaba bastante de ese tipo de actividades, al menos presenciarlas.
Cada reprise debía realizarlo de memoria y en un tiempo determinado, el cual varió de una competición a otra. En la primera competición hice la figura de un ocho, del círculo y de una serpentina, pero al realizar esta última, tuve que hacer una breve media parada para mejorar la atención de mi caballo, puesto que tendía a distraerse. Ni bien me detuve volví a voltear hacia la gente efímeramente para ver si Grettel ya estaba allí, pero desgraciadamente todavía había llegado, o quizá no iría.
Perdí entonces las esperanzas, pero antes de retomar la competencia en cuestión de unos pocos segundos vi que Grettel acababa de llegar, e irónicamente esta vez parecía que ella apuraba a su padre y a su hermana, pues les llevaba cierta ventaja en la distancia y a cada nanosegundo prácticamente volteaba a verlos. Ni bien se estacionó en su sitio nuestras miradas colisionaron por unos dos segundos, y ella sonrió un momento, en el cual instantáneamente yo le devolví la sonrisa y más animado retomé la competencia con ímpetu.
En el segundo round realizamos los movimientos laterales, o el trabajo en dos pistas, esto era: el caballo tenía que desplazarse llevando sus extremidades delanteras y las traseras en dos direcciones diferentes, como cesión a la pierna o legyielding (donde solo debía doblarse en la parte posterior de la cabeza), espalda adentro, travers o grupa adentro, renvers y medio paso. En el resto debía doblarse desde la parte posterior de la cabeza hasta la cola.
Estas dos que eran las competencias de eliminatoria, oscilaron entre los nueve y once minutos. Al finalizar descubrí que había quedado en segundo lugar de diez competidores. No cabía en sí de dicha, apenas y me la creía. ¡Por Dios! ¡Era mi primer concurso y ya tenía el segundo lugar! Oía los gritos emocionados del público, especialmente de los que me habían ido a ver, pero una opinión era la que más me importaba: la de Grettie.
Me parecía increíble que de no saber montar haciendo el ridículo y cayendo de sentadillas en uno de mis primeros galopes, hubiera quedado segundo en una competencia.
Ahora era hora de poner en práctica el resto de lo planeado. Cuando me dieron la medalla de plata correspondiente al segundo lugar y me tocó hablar con el micrófono —después que lo hizo casi largo y tendido Giulio, mi compañero de trece años que había quedado en primer lugar, y que así como yo apenas se creía que había ganado, pues su desempeño en clases no era considerablemente óptimo— para explicar a los concurrentes qué era lo que había sentido al momento de competir y qué era lo que me había inspirado y motivado, recuerdo que esto fue lo que dije:
—Lo que sentí al momento de competir fue una forte adrenalina recorrerme, y unos deseos fervientes de darlo tutto de mí; en ese momento solo éramos el caballo, la pista, una personita muy speciale para mí y yo. Además me invadió una sensación tan… indescriptible y genial, es sumamente agradable cuando se siente el céfiro golpeando mi rostro... semplicemente es sensazionale. ¿Y qué me inspiró o motivó? Lo hicieron mia famiglia y mis amigos que son incondicionales para mí.
»—Esta competencia en la cual quedé in secondo lugar, y sempre quedará tatuada in mio cuore, se la dedico primeramente a mis padres, que aunque no están aquí sé que se sentirían orgullosos de mí. También a mi amigo Marcelo, que aunque tampoco está presente, sé que le habría encantado que compitierámos. Santiago —exclamé, y el aludido me miró estupefacto ante la inesperada mención—, ya que estás aquí, dile que lo reto a una competencia solo entre ambos, y comprobará que il studente sí puede superar al maestro —sonreí orgulloso.
»—Lo mismo te digo a ti Emiliano, tanto que te hacías la burla de mí, no obstante a ti también te debo y mucho lo que sé ahora. Pero in speciale dedico este triunfo y gran paso a mi madre, ella fue mi motivazione para introducirme este maravilloso deporte, asimismo a mis entrenadores, pues sin su perseverancia y dedicación nada de esto habría sido possibile. Créanme, hace poco más de un año era un desastre cabalgando, literal —reí un poco.
»—Sin embargo, quiero dedicar esta competición principalmente, después de mi madre, a una de las mejores personas que conocí in mia vita, esa persona se llama Grettel Morselli —ella, al oírse nombrada me miró atónita y el rubor subió rápidamente a sus mejillas—. Ella fue y es la primera mejor amiga mujer que tuve y tengo, es una de las mejores personas que conozco y una de las más bonitas física e internamente hablando, ella también me fue de mucha inspiración para que diera tutto de mí hoy.
»—Además, créanme, es eccellente con las marionetas, tiene un talento excepcional que hasta parece que les diera vita propia. Hace unos días, ella y yo discutimos por una inmadurez mía, pero, Grettie —me dirigí a la rubia—, quiero que sepas que jamás fue mia intenzione lastimarte, ni romper nuestra amistad y ahora, delante de todos, te pido perdón —dije, mas ella solo parpadeaba anonadada.
Lo entendía, Grettel era bastante tímida, cohibida e introvertida; y lo más probable era que estuviese deseando que la tragase la tierra, puesto que como mi mirada estaba dirigida directamente hacia ella, los curiosos ya habían dado con su persona, y la rubia se hallaba más que estática en su sitio y además ruborizada. Pero es que fue mi manera de hacerle saber que ella era muy importante para mí, y que valoraba su amistad simílmente al amor que tenía por mi familia.
Y un gran paso afortunado para mí era que hubiera decidido asistir. Aunque, ¿me odiaría por decirle todas esas cosas en público? El temor me embargó un poco ante esa posibilidad.
Sin embargo, ahora solo faltaba el detalle final y decisivo. Y no había vuelta atrás.
***
11 DE AGOSTO DEL 2010
Génova, Italia
Grettel
—¡Que no se responda! ¡Anda, corre! —vociferaba papá con todo el brío que podían abarcar sus cuerdas vocales—. Desángrate, muere, desgraciado ¡pero llega! —a tal punto que su cara estaba más roja que un tomate y la gente presente lo miraba pasmada, la mayoría con los ojos muy abiertos.
Solía suceder. Habían varias ocasiones en las cuales mi padre se ensimismaba completamente en las funciones que proporcionaba, vivía y sentía como el personaje—. ¡Ah! —exclamó papá de repente después de una breve pausa, asustando a la concurrencia y a mí incluida; pues me estremecí completa cuando su monosílabo taladró mis tímpanos, así que por inercia volteé a verlo, creyendo ingenuamente que algo le había sucedido—. ¡El infame holgazán se ha sentado! —entonces algunos suspiraron aliviados, pero otros comenzaban a protestar contra el protagonista de la historia.
Y Diana debía manejar a los títeres yendo al ritmo de la voz de nuestro padre, coordinando sus movimientos con la avilantez que empleaba papá al momento de la representación, mientras el parlante reproducía un soundtrack de suspenso. Estábamos representando el cuento de «El tamborcillo sardo» de Edmundo de Amicis. El tamborcillo, un muchacho de catorce años, encomendado por el capitán, debía llevar una carta suya al resto de soldados italianos, atravesando a escape la cuesta por donde los austriacos tenían sitiados al otro regimiento.
En realidad dos días atrás mi padre había estado sumido en depresión, puesto que la inspiración no llegaba y las anteriores funciones que proporcionamos fueron un fracaso, ya que estuvimos repitiendo las historias. El lunes por la mañana y la tarde papá se rebanó la cabeza en busca de alguna idea genial y maravillosa con ayuda de mi hermana, pero esta nunca aparecía.
Diana seguía viviendo su dilema de desamor con Emiliano, entre si era mejor no verlo más o si debía buscarlo para platicar, así que estaba con la creatividad medio bloqueada; y yo seguía también en mi estado de melancolía y nadie además pedía mi opinión. Aunque siendo sincera, tenía un gusto un poco inconsciente de crear historias épicas en mi cabeza, con protagonistas sumamente bizarros, ya fueran estas de algún intento de romance o aventura.
Es más, era una admiradora secreta del capitán Jack Sparrow de la serie de películas «Los piratas del Caribe», su peculiar personaje, sus aventuras y el romance entre William y Elizabeth eran mi inspiración y base para ir elaborando mis historias. Y crearlas y pensar en ellas inconscientemente me hacían esbozar una tenue sonrisa distraída, ensimismándome así un tanto de mi realidad.
Hasta llegué a pensar en plasmarlas en papel para rememorarlas cada vez por escrito, pero de tan solo pensarlo me inundaba una terrible vergüenza. ¿Si alguien por alguna razón las leía? No quería ni imaginar una situación así. Yo tenía una nula confianza en mi posible talento y esas historias quería guardarlas tan solamente para mí, por muy absurdas o fantasiosas que fueran deseaba disfrutarlas solo yo. No quería que nadie destruyese mi pequeño pedazo rosa ausente de la realidad, no creía soportar si alguien irrumpía para mal mi mundo secreto.
Además en dos ocasiones anteriormente hice unos amagos de ideas, y papá me solicitó que dejase de llenar mi mente en fantasías clichés de Disney, pues no necesitábamos divagar en ellas, sino idear algo que dejara profunda huella en la concurrencia. Desde ahí no volví a hacer mención sobre el tema, solo me dedicaba a ayudar a aprobar o desaprobar las ideas que ellos daban.
En fin, cuando papá no quiso pensar más y se rindió procedió a leer los periódicos, tirándose de lleno sobre el sofá. No obstante, al no encontrar ninguna novedad o algún acontecimiento fantástico se estresó, y para no explotar o en caso contrario morirse de aburrimiento le pidió a mi hermana que le prestase uno de sus libros, cualquiera que fuese. Diana fue a nuestra habitación y le pasó uno al azar.
Ese resultó ser «Corazón» de Edmundo de Amicis, y de estar leyendo por leer de pronto lo vimos con el ceño bien fruncido y con la mirada mega concentrada en esas páginas, poco después comenzó a leer con suma avidez y luego esbozó una gran sonrisa. Cuando pasó alrededor de una media hora y unos minutos más nuestro padre cerró el libro con bastante satisfacción, se puso de pie y exclamó su magnífica idea en palabras suyas.
Nos leyó el relato del Tamborcillo, y ulteriormente empezamos a memorizarlo, a agregarle dinámicas y demás, ensayando intensivamente toda la noche y todo el día siguiente hasta las tres de la madrugada y esa mañana del miércoles.
—Grettel, ¡los platillos! —me avisó mi padre en susurros discretos, volteando un efímero instante a verme, sacándome así abruptamente de mis pensamientos.
Entonces me incorporé y al cabo de unos segundos el parlante comenzó a repercutir sonidos de disparos, esa fue mi señal para empezar a golpear entre sí los platillos frenéticamente. Y a mi par Diana, que estaba dentro de la tarima procedió a sacar y meter, a sacar y meter títeres de soldados italianos bañados en pintura roja, haciendo trastabillar a algunos. Hasta en la rapidez empleada mi hermana era brillante.
Entonces un disparo sonó más fuerte que los otros, yo hice chocar por última vez los platillos y Diana sacó e hizo tambalear al títere que sostenía del capitán —el personaje al cual le hacía voz papá—, el cual tenía su bracito bañado en pintura roja.
—¡No! —lloriqueó una señora regordeta, cubriéndose parcialmente el rostro con ambas manos, seguro creía que el personaje del capitán moría ahí.
Y también existía la gente que tal y como Peppino Morselli se sumergían de lleno en la historia. Esa era buena señal, para mi padre, ya que esos podrían ser los que más contribuirían. Y se sentía satisfecho, pues eso significaba que estaba haciendo bien su trabajo.
—¡¡Ánimo!! —gritó mi padre, y daba la impresión de hacerlo con todas las fuerzas de su ser, a su par mi hermana agitó al títere. La sincronía que tenían ambos parecíame perfecta—. ¡Firmes en sus puestos! ¡Van a venir socorros! ¡Un poco de valor aún! —entonces Diana asomó dos títeres de civiles italianos, a los cuales hizo mover solícitamente.
Y entre gritos, emociones encontradas y altibajos, transcurría la función. El tamborcillo consiguió cumplir exitosamente la misión, mas al final de la representación se descubrió que había sido a costa de perder una pierna, lo cual provocó que la gente, conmovida, derramara un torrente de lágrimas, sin despegar la vista de la tarima.
—Yo no soy más que un capitán. Tú eres un héroe —enunció papá pretendiendo tener la voz quebrada al finalizar y en ese instante el telón se cerró.
Entonces todos prorrumpieron en aplausos y vítores, y para mi padre fue ineludible no sonreír de oreja a oreja en efecto.
—¡He aquí la storia de un valeroso muchacho —papá inició las palabras de despedida, limpiándose una lágrima que se le escapaba, la cual estaba segura era de algarabía por el éxito que creía asegurado—, que no estimó ni su propia vita, con tal de salvar la de sus compatriotas; las cuales si no hubiera sido por él, por este gallardo héroe, habrían perecido miserablemente! Y como les dije al principio, ¡está basada en hechos reales!
»—Así que como un solemne y grato homenaje hacia nuestro tamborcillo que estuvo dispuesto a darlo tutto de sí por nuestra Italia, puesto que nosotros solo representamos sua storia, la cual merece estar plasmada en nuestros corazones por los siglos de los siglos, os pido que nos colaboréis humildemente aunque sea con un granito de arena; y nosotros os estaríamos eternamente agradecidos. Démosle este honor que él merece.
Y al finalizar, me hizo una seña con la cabeza señalando a la conmovida gente y con sombrero en mano empecé a dirigirme hacia ellos, uno por uno rápidamente. Todos si bien distintos uno del otro, me parecían iguales, faltaba en ellos esa esencia que siempre para mí lo diferenció del resto. Y aunque a cada persona que aportaba le hacía una pequeña y breve reverencia en agradecimiento, me sentía ausente. Y a consecuencia de ello, sumergiéndome en mis recuerdos comencé a divagar.
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