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Capítulo 5: en el que Os toma cartas en el asunto

Capítulo 5

En el que Os toma cartas en el asunto


Cayó rendida sobre la cama. Estaba agotada. Realmente, nunca había hecho tanto trabajo en su vida y Fredegar la mantenía en quehaceres cerca de él todo el tiempo. «Por lo menos», pensó mientras se pasaba una mano por la frente, «no hizo más escenas indecorosas».

Se durmió en seguida y hasta que Dalila la destapó no fue capaz de despertar. Salió de la cama con desgano y, vestida, marchó a la cocina por el desayuno de Fredegar.

—Hoy los señores almorzarán en el comedor, Genevieve —avisó Bernie, y Gennie pudo respirar con tranquilidad. Al menos, tendría una hora antes de tener que ir por los recados de su señor.

Bernadette la envió a ordenar el cuarto de Fredegar, en cambio, y fue allí cuando ella temió encontrarlo en la cama y de vuelta desnudo.

Subió hasta el tercer piso, casi mordiéndose las uñas. ¿Cómo podría con él si seguía provocándola de esa forma tan sutil pero certera? Para su fortuna, él ya no estaba en la habitación, ya había bajado a desayunar con su familia.

Suspiró, aliviada otra vez, sin poder creer su suerte momentánea. Sabía que no duraría todo el día y que inevitablemente ellos se encontrarían, tarde o temprano.

Hizo la cama y ordenó la ropa de Fredegar que estaba por el suelo. Despejó un poco las libretas del escritorio, para dejarle espacio libre para cuando ella le trajera las nuevas. Todavía le restaba ir a buscarlas.

Sopesó, entonces, sus posibilidades de salir inmune de los encantos masculinos de Fredegar. Creía que no era capaz de arrojarse en una cama con un hombre al que apenas conocía, más siendo virgen, pero con él... ya no estaba segura. Se sentía tan malditamente atraía por él.

Era perfecto físicamente y estaba segura de que sabía mostrar el mejor lado de su personalidad para manipular chicas como ella. Fredegar sabía cómo era y que no todas podían resistirse a él.

«¡Y cómo no!». Suspiró, llena de congoja y deseo al mismo tiempo. En verdad, nunca había sentido tanto hormigueo en el abdomen con un chico. Ni, mucho menos, hormigueo en otras partes que no pensaba decir en voz alta.

La puerta del cuarto se abrió a sus espaldas y Genevieve dejó caer el almohadón que llevaba en las manos.

Se había retrasado o Fredegar había vuelto antes. No quería encontrárselo tan rápido.

—Buenos días, Genevieve.

Ella se agachó para recoger el almohadón y se volteó despacio, procurando compostura, lo que en verdad era algo difícil, puesto que acababa de pensar que él la excitaba.

—B-buenos días, señor.

Fredegar le sonrió con simpleza y caminó hasta ella; ensanchó esa sonrisa que se convirtió, de pronto, en una triunfante.

—A mi hermano lo llamas por su nombre, Genevieve. —soltó y allí Gennie tuvo deseos de desaparecer. ¿Osbert había hablado con él? Tuvo también deseos de matarlo—. Pero lo que encuentro más interesante es que él puede llamarte Gennie como si eso no fuera problema alguno para ti.

Sí, su amigo era un idiota. Se le cayó la mandíbula y no fue capaz de hablar.

—Dime Fredegar, Genevieve. Si a mi hermano lo llamas Os —volvió a sonreír—, exijo recibir el mismo trato de tu parte. Luego, lo de Gennie, depende exclusivamente de ti, ¿no crees?

Ella balbuceó, antes de encontrar las palabras correctas.

—No es... lo mismo, señor —susurró, sin despegar los ojos de su mirada—. Osbert y yo hemos sido amigos desde siempre, por esto nos permitimos un trato más... cercano cuando estamos solos.

Durante un momento, Fredegar borró su sonrisa triunfante. Genevieve retrocedió un paso, dándose cuenta de lo cerca que estaban.

—Pero no hay problema con eso. —Él se recuperó rápidamente, avanzando el paso que ella había retrocedido—. Podemos ser amigos, ¿o no?

Gennie volvió a alejarse, hasta poner la espalda contra el armario.

—¿Amigos o más que amigos? —soltó, sin pensarlo—. ¿Cuál es su intención?

Fredegar, que había avanzado hasta pegarse a ella, se detuvo.

—¿Más que amigos? —repitió.

Genevieve retuvo el aire, a medida que los ojos de su señor bajaban por su rostro, paseaban por su cuello descubierto y seguían rumbo abajo por el escote de su vestido.

Se maldijo a sí misma. Estaba sacando el tema a colación sin necesidad. Asustada por lo que podría resultar de aquella situación, pasó por un costado y corrió afuera.

—Respira, respira —se dijo a sí misma, escondida detrás de una de las cortinas. Pocos sabían que ella adoraba ese huequito entre la ventana y el textil y que, generalmente, se ocultaba allí para poder leer—. Soy una estúpida —gimió.

No tendría que haberle dado el pie a Fredegar para adivinar que ella entendía las direcciones de sus acciones. Se pasó las manos por la cara en plano trabajo psicológico para no tener un ataque al corazón.

Aunque, tal vez, todo eso podría haberle salido bien. Si Fredegar sabía que ella comprendía la situación, podría echarse para atrás y dejarla tranquila.

Se convenció de eso, tontamente, y salió de su escondite para pedirle sus tareas de limpieza a Bernie. Pero al llegar a las cocinas, donde las mujeres encargadas de ella preparaban el faustuoso almuerzo de los señores, se encontró con que Bernie le tendía las libretas de Fredegar.

—El señor también me pidió que le lleves la merienda al campo de prácticas por la tarde. No planea abandonarlo para comer. También quería avisarte que tomé tu muda de ropa de tu cuarto.

«Oh, hadas». Tembló. ¿Es que él seguiría con eso? Asintió en silencio, tomó las libretas y marchó resignada hasta el cuarto del señor.

No encontró a Fredegar en él y, ahora dispuesta a no encontrárselo de la misma forma qua a la mañana, dejó las cosas en su escritorio y salió rápidamente por la puerta. Con suerte, no tendría que verlo hasta la tarde.

-

Caminaba por los pasillos del segundo piso, cuando Dalila le bloqueó el paso.

—Necesito que me ayudes —gimió. Genevieve parpadeó.

—¿Qué pasa?

—Tú eres algo así como un genio para las excusas. Siempre tienes una mentira en tu manga. Necesito que te inventes una para mí.

Dalila juntó las manos, en una súplica desesperada.

—Hum, bien. —Genevieve frunció el ceño. ¿Para qué querría ella una excusa?—. ¿Para qué?

—Es solo por una hora —aclaró su compañera—. Necesito salir del castillo por una hora. Tengo un asunto que arreglar.

—Donna no tiene que saber en dónde estás por una hora. ¿Algo así?

Dalila era una lavandera, así que Donna era su superiora directa. Genevieve meditó. Salir del castillo en un día de lavado de cortinas no sería fácil para Dalila, incluso con su ayuda.

—No —contestó Dalila, para su sorpresa—. Solo dame una excusa que yo pueda usar. Ella puede saber que salí, pero tendría que ser creíble. ¡Tienes conexiones, Genevieve! Dame algo que sirva.

Gennie apretó los labios mientras pensaba. No tenía ni idea de para qué Dalila quería salir del castillo, pero daba igual. Ella solo se encargaría de proporcionar la excusa, ni siquiera se vería afectada si atrapaban a la lavandera.

—Bien —soltó, mientras se cruzaba de brazos—, creo que podrías decirle a Donna que el señor Osbert te pidió que fueras por sus pieles de llama. Sabes que Ricochet las vende en su puestito, ¿verdad?

Dalila asintió, pensando en las fallas de la excusa.

—¿Por qué el señor me enviaría a mi? ¿Qué haríamos con eso?

—Porque yo podría haberle dicho que eres la más rápida corredora del castillo. —Genevieve se encogió de hombros. Todos sabían que ellos dos eran buenos amigos. Aunque Dalila no corriera ni dos metros por hora, nadie iba a juzgarlo.

—Entonces te asegurarías de que el señor Osbert diga eso, ¿verdad?

—¡Claro que sí! Yo iré a buscarlo ahora. No te preocupes y vete, ¿sí?

Dalila sonrió, farfulló unos cuantos gracias y desapareció. Casi riéndose, Genevieve marchó en busca de su mejor amigo para decirle lo que supuestamente él había ordenado y para echarle en cara la metida de pata con su hermano.

Sabía que Osbert estaría a esa hora en la biblioteca. Llegó hasta ella con prisa y en cuanto estuvo entre las estanterías tomó varios libros.

Escuchó a Os correr las escalinatas de las repisas unos metros más allá, oculto a su vista. Salió de atrás de una de las bibliotecas y apuntó a la cabeza de Os con un libro. El objeto lo golpeó en la nuca y, antes de que pudiera protestar, Genevieve le arrojó otro.

—¡Eres un idiota! ¿Cómo se te va a ocurrir mencionarle a tu hermano que te llamo por tu nombre? —le espetó, acertándole un libro en el estomago. Osbert se encogió y soltó una maldición

—Genevieve —gimió con la voz ronca y Gennie volvió a lanzarle un libro a la cara—. Agua... arda.

—¡No! Casi me meo encima cuando Fredegar me exigió que lo llamase por su nombre porque a ti te decía igual. —Soltó otro libro en su cabeza, una vez que estuvo junto a él—. ¡Hasta pretende que lo deje llamarme Gennie!

—Oye —susurró Osbert, irguiéndose—, eso no fue culpa mía.

—¡Tú se lo dijiste! ¿Quién más podría decirle eso al futuro Señor de Aládia?

—¡Ya! —Os levantó ambos brazos, cuando vio cómo su mejor amiga se preparaba para lanzar otro libro—. Está bien, yo se lo dije sin querer. Él preguntó por ti y se me escapó un "Gennie". —Genevieve lo fulminó con la mirada—. Y antes de que digas algo más —él comenzó a recoger los libros—... le advertí que se alejara de ti.

Genevieve relajó los músculos.

—¿Te das cuenta de que no me ayudas a resistirme a él?

Os levantó las cejas.

—Resistirte. ¿Es que realmente tienes que resistirte? ¿Tanto te gusta?

Ella hizo una mueca.

—Bueno... él es increíblemente guapo. Y, a decir verdad —se encogió—, nunca me... había sentido así de... atraída... por alguien. Jamás.

Desvió la mirada de su amigo, avergonzada por lo que acababa de decir.

—Mierda, Gennie —dijo Osbert, suspirando, bastante sorprendido—. Realmente si te sientes atraída por él esto no es bueno.

—Lo sé. Y no creas que no pensé en todo eso que me dijiste de tu hermano. Que es un mujeriego, que solo quiere sexo... Pero, ¿cómo podría ser fácil si él me... gusta? —Se dejó caer en uno de los mullidos sillones junto a la mesita de lectura.

Él colocó los libros recogidos en la misma y miró a la muchacha con el ceño fruncido.

—Realmente, tienes que resistirte a él. No te lo dije porque no quisiera que tuvieras una aventura con alguien. Es más, no te lo prohibiría jamás de no ser porque ese alguien es mi hermano y conozco la fama que tiene. Temo que te hiera. Mi hermano ve lo que yo y muchos otros hombres vemos. Eres una niña preciosa, Gennie. —Los ojos de Os fueron sinceros, y se veían muy preocupados—. Te ves como una muchacha fina, inteligente, incluso delicada —sonrió cínicamente entonces, ya que estaba hablando como si Genevieve fuese realmente todo eso—, los hombres piensan que, si tienen a una mujer así, lo tendrán todo. Claro, hasta que alguien intente besarte y lo dejes mudo por años como Gilbert, pero...De verdad, me preocupa que él te lastime. Será tu primera experiencia con alguien y puede que peques de inocente.

Ella le sonrió con pena.

—Bueno, eso ya lo sé —susurró—. No soy solo simplemente bonita. Pero de verdad Os —suspiró—, cuando pienso en que él me ve hermosa siento un cosquilleo en el estómago.

Os se golpeó la frente con la mano.

—Ay, Gennie. Eres víctima de un flechazo. ¡Y créeme! —suspiró, al tiempo que asentía con la cabeza—. Sé que tiene sentido. Fredegar y yo tenemos la misma genética perfecta. ¡Somos exquisitos! —Ella tuvo deseos de golpearlo para que dejara de hablar de su físico—. Pero... —por suerte, él se puso serio otra vez—, por más que mi hermano sea sensual, tú no mereces tener el corazón roto. Sé que él podría enamorarte, Genevieve.

Gennie bajó la cabeza, pensativa. Sabía que podía ser cierto. Fredegar amenazaba con ser su primer enamoramiento y apenas llevaba tres días de conocerlo. Si seguía pasando tiempo con él de esa forma, los dos solos en su habitación, seguramente él conseguiría atar su corazón.

—¡Oh, por las hadas! Que frágil soy —lloriqueó—. No puedo creer que esté pensando tanto en él con tan poco de conocerlo.

—Ya te dije que los hombres de esta familia tienen ese efecto en las mujeres, niña.

Ella se rio.

—Todas las mujeres babean por ti, Os. Deberías firmar sus corsés. —Osbert acompañó sus risas.

—Luego, los subastarían en el mercado.

Genevieve soltó otra carcajada. Eso podría pasar si ningún problema. Os era muy requerido por las damas de la corte.

En el último baile que la familia había organizado, las bellas damas, hijas de otros nobles y señores de otros feudos, habían estado rodeando a Os dondequiera que él fuera. Había sido algo realmente divertido de ver; ella había estado espiando desde los balcones que daban al salón en planta baja.

—Oh, sí... no les des ideas. —Se rio una vez más, hasta que recordó de pronto la otra cosa que la había llevado a la biblioteca—. Por cierto, tú enviaste a Dalila a recoger tus pieles a lo de Ricochet.

Os parpadeó, confundido.

—¿Yo? ¿Encargué más pieles?

—Sí, tú. Ella es la más rápida del castillo y quieres tus pieles pronto, esas que me dijiste a mí que querías, ¿verdad? —dijo Genn, señalándose con el dedo.

Osbert estrechó los ojos y cruzó sus fuertes brazos.

—Supongo. Pero, ¿por qué enviaría a una chica de limpieza?

Genevieve puso los ojos en blanco.

—De lavandería —aclaró—. Acabo de decírtelo: "Ella es la más rápida del castillo".

Os bufó.

—Así que debo decirle a Donna que ella fue por mis pieles —confirmó—. ¿Esto es por ti o por algo de Dalila? Al menos quiero saber eso.

—Claro que no es por mí, Os —soltó ella, poniendo los ojos en blanco—. Dalila necesitaba un favor.

Osbert hizo una mueca.

—Tú eres mi amiga no ella, Gennie.

—Finge que me haces el favor a mí, ¿sí? —terció la muchacha, estirando los pies—. De todas formas, lo merezco por la metida de pata con tu hermano.

Os suspiró, reconociendo su derrota, y al final asintió con la cabeza. Si algo había aprendido en los últimos doce años que habían sido amigos, era que Genevieve siempre, o al menos, casi siempre, iba a ponerse en plan cabeza dura. Esta era la primera vez que la veía nerviosa y hasta torpe por algo. Hasta ahora con Fredegar no le estaba yendo nada bien.

—Bien, tienes razón.

—Bien —Genevieve se levantó—, por favor, avísale a Donna lo más pronto posible. Yo veré dónde me escondo de Fredegar hasta que deba llevarle la merienda al campo de prácticas.

Osbert le dirigió una mirada pensativa, pero ella no le dio importancia. Saludó a su amigo con una inclinada reverencia, sonriéndole con burla, y se alejó de él por entre las estanterías.

Genevieve dejó la merienda de su señor en la mesa redonda de losa blanca, intentando ignorar la magnificencia de Fredegar montado a caballo detrás de la cerca del campo de prácticas.

Había visto miles de veces a Os practicar en ese mismo lugar, sorteando los mismos obstáculos, pero su hermano mayor definitivamente tenía otro porte. Fredegar era simplemente alucinante. Se movía con agilidad, con la habilidad de un caballero de antaño, dispuesto a sentir la furia de las más despiadadas bestias de la tierra.

Suspiró, vencida por la tentación. Sonrió al ver sus oscuros cabellos agitados por el viento, enmarcando sus concentrados ojos. Pero se obligó a desviar la mirada, acalorada, cuando él giró con su corcel en dirección a ella.

Fredegar se detuvo del otro lado de la cerca y Gennie supo que no podía ignorarlo.

—Señor —dijo, intentando mantenerse relajada. Fredegar le dirigió una impecable sonrisa.

—Creí que no volverías —comentó—. Después de nuestra conversación esta mañana pensé que no querrías acercarte a mí.

Genevieve sintió que se moría de vergüenza. ¿Es que él no podía simplemente olvidar eso?

—Yo... tengo que hacer mi trabajo, señor.

Fredegar asintió, al mismo tiempo en el que el caballo agitaba sus crines.

—Genevieve, con sinceridad quiero decirte que... —Se vio obligado a interrumpirse, puesto que a una corta distancia alguien los llamaba alegremente por sus nombres. Fredegar puso mala cara en cuanto reconoció a su hermano menor, acarreando a su caballo preferido.

Osbert llegó hasta ellos con una sonrisa entusiasta, pero con un brillo maligno en los ojos cuando miró a su hermano.

—Pensé que podía ver tus mejores movimientos, hermano —dijo. Fredegar no contestó nada, tan solo movió la cabeza y estrechó los ojos cuando Os palmeó la cabeza rizada de Genevieve—. ¿Qué tal, Genn?

—Um, ¿Os?... Señor —balbuceó ella, confundida por su presencia—. ¿Quiere que vaya por su merienda también?

—¡Oh, no! —Os negó, sonriendo—. No tengo hambre en estos momentos, solo quería ver como cabalgaba mi hermano mayor, ver sus movimientos. Hace tiempo que no tengo oportunidad de eso. Y... —añadió mirando a Fredegar esta vez, que se mantenía casi inexpresivo en su caballo viéndolos desde su altura— también quería mostrarle los míos.

Entonces, forzosamente, Fredegar sonrió.

—Claro, hermanito —susurró con sorna, tal vez esperando molestarlo, pero Osbert tan solo ensanchó la sonrisa.

Fredegar tiró de las riendas de su caballo, instándolo a dar otra ronda por el campo, ocasión que Os aprovechó para murmurar:

—Maldito pervertido —se rio—. ¿Viste la cara que puso?

Genevieve chistó.

—¿Qué diantres haces aquí, Os?

—Vengo a cuidarte, grandísima tonta. —Os puso los ojos en blanco—. Que a él le encanta estar a solas contigo, pero se olvida que eres mi mejor amiga antes que su presa.

Genevieve no sabía si sentirse aliviada o molesta con él, pero cuando Fredegar pasó a gran velocidad junto a ellos en una rápida vuelta, supo que solo estaba molesta. Él tenía el ceño tan fruncido que este se arrugaba más que nunca; sus ojos no estaban entrecerrados por la concentración, sino por el enojo.

—¡Osbert! Él cree que intentas meterte entre nosotros —gimió.

—¿No es eso lo que estoy haciendo? —preguntó su amigo, encogiéndose de hombros.

—Ya sabes a lo que me refiero. —Genevieve bajó la voz, mientras hacía señas con los dedos—. Él cree que yo te gusto.

Osbert no pareció molesto por eso.

—Claro que sí. Cree que ahora quiero quitarle a su chica. Me llamó hermanito, ¿lo oíste? Intentaba rebajarme.

Ella gimió.

—Ay, Os. Por favor, no te metas. Reñirás con él por esto.

—De ser necesario... —Os volvió a encogerse de hombros, siguiendo a su hermano con la mirada.

—No. —Genevieve negó con la cabeza—. Vas a meter la pata otra vez.

Él frunció el ceño y le dio un golpecito en el hombro. Genevieve se sacudió ligeramente por el golpe y, desde donde estaba, pudo ver como Fredegar observaba la acción con mal genio.

—Lo que pasa es que tú quieres quedarte solita con él para poder imaginarte cosas degeneradas —dijo Os con una voz de niño chico.

—No seas idiota —gruñó ella, al ver como Fredegar concurría a su encuentro una vez más.

El futuro señor de Aládia intentó sonreír.

—¿Cómo se te ocurre darle un golpe a una señorita, Osbert, como si fuera un hombre?

Osbert esbozó una sonrisa igual de falsa.

—¡Ah, pero si ya te lo había dicho, hermanote! Gennie es mi gran amiga.

—Ya, Osbert —soltó Genevieve por lo bajo. Si él no se callaba, ella se encargaría de que cerrara la boca de una vez por todas. Pero sutilmente, algo como un pellizco.

—Tu gran amiga —repitió Fredegar con frialdad.

—Solo amigos de la infancia —replicó ella, mirando a Os con intención—. Justo el señor Osbert me estaba diciendo que debía marcharse.

Os frunció el ceño en su dirección.

—He cambiado de opinión, ¿sabes? Ahora quiero que también traigas mi merienda aquí.

Genevieve se giró hacía él, casi olvidando que aún Fredegar los miraba desde su caballo.

—Yo estoy segura de que disfrutarás más tu merienda dentro de la casa. A ti no te gusta que el polvo caiga en tu mermelada —masculló. Osbert se cruzó de brazos.

—Te tengo a ti para limpiarla.

—La tostada podría caerse en un trágico accidente, Osbert.

—Más trágico sería, Genevieve, porque tú tendrías que ir de vuelta a las cocinas por otra.

—Sin problemas la volvería a arrojar. —Genevieve lo fulminó con la mirada y Os le devolvió el gesto, casi resoplando por la nariz.

Finalmente, fue Fredegar quien llamó su atención.

—Yo ya no tengo hambre, Os. Puedes comerte mi merienda. Iré dentro a darme un baño.

Los chicos se irguieron y miraron a Fredegar en silencio. Osbert fue el primero en reaccionar.

—¿Ahora no quieres comer? —casi gruñó.

—No —respondió con solemnidad su hermano mayor, aunque sus ojos todavía miraban fríos a la pareja de amigos—. Genevieve, puedes ir a preparar la tina —la despachó con educación.

Con un rápido asentimiento y una cortareverencia, Genevieve acató la orden. Le echó a Os una mirada de rudaadvertencia y abandonó el prado sin mirar atrás. Juraba golpearlo con algo másduro que un par de libros si él llegaba a decir algo indebido una vez más. 

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