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Capítulo 3: en el que Gennie es atrapada


Capítulo 3

En el que Gennie es atrapada

Las manos le temblaban al estirar las sábanas donde ese muchacho había estado durmiendo. Desnudo.

Es que simplemente no podía creer lo que había visto. Jamás había estado en una situación parecida; ella era doncella y nunca había estado tan cerca de una persona de sexo masculino que no usara ropa.

Se le cayeron los almohadones cuando la imagen de sus piernas, bronceadas y fuertes, yendo hacia el baño desfiló por su mente. «Él está muy bien ejercitado», pensó. En seguida, se palmeó la frente con las manos, repetidas veces. Tenía que dejar de pensar estupideces.

Tiró de las colchas apresuradamente. Fredegar le había pedido que llevara sus ropas lo más pronto posible y temía que si no cumplía con la orden, él pudiera enseñarle más partes de su escultural cuerpo.

«Uf, que horror...», musitó, no muy convencida, la verdad. Frunció el ceño y se recriminó a sí misma esos pensamientos tan ineptos que salían a cada segundo que pensaba en él sin ropa. Ella era doncella, ella no pensaba en esas cosas.

Se lo repitió por cinco minutos seguidos, mientras estiraba el acolchado, pero sin dudarlo su mente cayó de nuevo en el hecho de que, si entraba al baño, él estaría desnudo todavía.

Se quedó dura en su sitió, con el acolchado en las manos. «Bueno, eso no estaría tan mal, ¿o sí?». Se mordió el labio inferior, pensando otra vez muy mal de ella. ¿Quién le había enseñado a ser tan desubicada? Bernie la mataría si pudiera meterse en su cabeza y leer los pensamientos indecorosos que estaba teniendo hacia un hombre mayor que ella. Lo peor, es que ese hombre era el señor Fredegar.

¿Pero quién podía culparla cuando el muy narcisista se paseaba desnudo por la habitación? El que estaba mal, en todo caso, era él. Por ser un desubicado egocéntrico que no pensaba en los ojos puros de una dama como ella.

Terminó de hacer la cama y corrió, literalmente, hacia los armarios. El día anterior no había tenido la oportunidad de ver que es lo que había adentro, pues a Naima le había tocado cerciorarse de que la ropa que Fredegar había dejado el año anterior estuviera bien doblada.

Tomó lo básico: pantalones, camisa blanca y chaleco. Y luego se detuvo frente a los cajones en donde creía que había ropa interior. Cerró los ojos y suspiró. Otra cosa más que había estado en contacto con su hombría. Abrió los cajones, sacó lo primero que encontró —recordándose que esa ropa no la había usado en mucho, mucho tiempo— y, después de acomodar la ropa en una ordenada pila, se mentalizó para entrar al cuarto de baño.

Golpeó la puerta suavemente y esperó a que el señor contestara. Fredegar le dio su permiso y, luego de inspirar profundamente, Genevieve ingresó.

Él tenía otra vez esa estúpida y ególatra sonrisa en medio de la cara. «Es como una maldición», pensó Gennie, «hasta mojado él se ve guapo».

Pretendió ignorar sus ojos y caminó hasta las mesas de apoyo. Dejó la ropa y se giró lentamente, con cuidado de no mirar dentro del agua.

—¿Algo más?

—Quiero que esperes a que termine mi baño y luego me ayudarás a desempacar.

Fredegar la miró a los ojos y Genevieve le sostuvo la mirada. Tenía que ser fuerte y mantener la expresión de su rostro inalterable, como si el hecho de que estuviera desnudo no la afectara en absoluto.

Durante unos escasos segundos se quedaron así, hasta que ella afirmó con la cabeza y Fredegar borró la sonrisa.

—Con permiso. —Salió del baño apresuradamente y se apoyó en la puerta cerrada. Esta vez, no se atrevería a esperarlo sentada en su sillón.

Se quedó parada junto a la puerta, temiendo que él tardara siglos en salir de allí. Ella no estaba acostumbrada a esperar por los señores. Si bien sabía los quehaceres básicos del servicio, Gennie pertenecía al grupo que iba detrás, limpiando las pisadas embarradas de los jefes una vez que pasaban por el pasillo. Simplemente, no sabía cuánto iba a aguantar en eso.

¿Y qué le esperaría cuando él saliera? ¿Saldría vestido o todavía querría molestarla mostrando su cuerpo? Cerró los ojos con fuerza y tomó una decisión: si Fredegar llegaba a salir desnudo, ella se marcharía de esa habitación sin decirle ni una sola palabra. Una criada debía ignorar las cuestiones de los señores, pero esto ya no era una cuestión de profesionalismo, era ultraje.

Sin embargo, Fredegar salió bien vestido, con una sonrisa limpia en la cara otra vez. En ese momento, Genevieve lamentó que no estuviera desnudo porque si no hubiera cumplido su promesa y ahora no estaría en el cuarto con él, esperando instrucciones para desempacar.

—Muy bien, Genevieve, debo decirte que los calzones que elegiste son mis favoritos.

Gennie se giró hacia él, con la boca ligeramente abierta.

—Yo... no los elegí. No husmeo entre su ropa interior, señor —respondió. Sentía sus mejillas calientes otra vez.

Fredegar rio con naturalidad y le palmeó un hombro.

—Era solo una broma, pequeña. —Se alejó de ella para llegar al segundo armario de largas puertas de roble.

—¿Lo de caminar desnudo era una broma? —soltó Genevieve, en su suave susurro, mirándolo fijamente. Otra vez, estuvo a punto de golpearse a sí misma. Fredegar alzó la cabeza, confundido y sin haber oído, y ella solo se limitó a sonreír.

—De acuerdo, Genevieve. —Del armario, él sacó los enormes bolsos de cuero reforzado—. Ordenaremos la ropa en los estantes vacios. Hay que dividirla en dos grupos: la limpia y la sucia. Con respecto a los objetos personales, yo me encargo de guardarlos.

Genevieve asintió, pensando mucho en el plural de la oración. Realmente él esperaba que hicieran las cosas juntos, ¿qué clase de chiste era ese? Al menos era uno muy elaborado, y había comenzado con el desayuno sin ropajes.

Fredegar se arrodilló en el suelo y tiró de los broches del bolso hasta abrirlo. Lo primero que sacó de su interior fue una bolsa de tela bastante llena.

—Esta es ropa que use durante el viaje. —Se la mostró.

—La pongo aparte para llevarla a la lavandería —contestó ella. Él le sonrió otra vez.

—Bien para una señorita de limpieza.

Genevieve se arrodilló en el suelo junto a él, tomó la bolsa de tela y la puso a un lado. Él sabía que ella era de limpieza, ¿entonces por qué la tenía ahí?

Fredegar ensanchó la sonrisa y siguió pasándole ropa, comentando si estaban limpias o no. Ella fue doblando las prendas sin usar, mientras que juntaba las que iban a parar a la lavandería. Cuando terminaron con el primer bolso, Genevieve comenzó a acomodar la ropa limpia en los estantes vacios del ropero.

—Entonces, Genevieve... —ella lo miró de reojo, puesto que Fredegar aún tenía los ojos en sus cosas—, tienes dieciocho.

«¿Por qué me habla de eso?». Se contuvo de fruncir el ceño. Tal vez todavía quería burlarse de ella o simplemente provocarla.

—Sí.

—¿Dónde vivías antes de que Bernadette y Donna te acogieran? Si se puede saber, claro.

—No lo recuerdo —respondió con sinceridad. Fredegar levantó los ojos hasta ella.

—¿No tienes memorias?

—Ninguna, en realidad.

Él pareció inquieto. Ya no sonreía.

¿Nada?

—Así es. No recuerdo nada de mis primeros dos años de vida. No sé quiénes fueron mis padres ni qué pasó con ellos.

No le molestaba hablar de eso. Todos lo sabían, así que contárselo no era ningún problema, pero Fredegar ahora no se mostraba tan confiado. Seguramente creía que había tocado un punto bastante más serio del que se imaginaba.

—Vaya, no me lo... hubiera imaginado.

—No es nada, en realidad. —Encogiéndose de hombros, Genevieve se agachó para recoger otra pila de ropa limpia.

—Entonces es una suerte que Bernie y Donna te hayan recogido.

—Claro que sí. No sé dónde estaría ahora sin ellas.

Permanecieron en silencio durante unos momentos. Otra vez, Fredegar no se mostraba con la misma actitud ególatra. Parecía confundido, desorientado.

—¿Nunca te ha... interesado saber quiénes fueron tus padres? ¿O saber dónde estuviste durante esos dos años?

Genevieve miró a su señor, algo confundida por la pregunta. En realidad, a pesar de que siempre se había imaginado a su madre, nunca se había preocupado por averiguar algo como eso. Simplemente, lo aceptaba como tal. De cualquier modo, su vida era la que llevaba y saber su pasado no cambiaría nada.

—Pues, la verdad es que no. Creo que me gustaría saber, pero no es algo de vida o muerte.

Fredegar escuchó en silencio y asintió despacio con la cabeza.

—Es entendible, aunque... yo en tu lugar mataría por averiguarlo. —Entonces, sonrió—. Es que soy muy curioso, me gusta investigar cosas.

Ella asintió pensativamente con la cabeza. De pronto, había muchas cosas que quería preguntarle, como si fueran amigos de toda la vida y él no hubiera enseñado su trasero desnudo, pero no podía permitírselo. Claramente, y por suerte, él no era Os.

—Hice varias investigaciones en mis viajes, solo por curiosear —siguió él, tal vez respondiendo una de sus preguntas mentales—. Pero la más interesante, nunca pude resolverla.

Genevieve alzó una ceja.

—¿Por qué no?

—Porque no hay suficientes indicios. Me estanqué.

—¿Por eso volvió? —se calló repentinamente, al darse cuenta de que estaba soltando preguntas que no debería soltar.

—En parte. —Fredegar rio—. Y en parte también porque mi madre quiere que me case.

Genevieve vio la resistencia a los deseos de su madre en sus ojos. Así que Fredegar era un soltero empedernido. ¿Cuántos años tenía ya? Al menos ya estaba en edad de contraer matrimonio.

—Creo que Osbert se casará primero —se mofó ella y cuando Fredegar alzó los ojos para verla, entre incrédulo y divertido, se dio cuenta de que otra vez había estado diciendo cosas que no eran propias de una criada.

Se mordió las mejillas y evitó mirar al señor. Él comenzó las carcajadas, segundos después.

—Así que esa es la muchacha que yo encontré en mi sillón. ¡Había estado pensando que se había perdido! —estalló. Genevieve puso mala cara.

Sintió florecer en su interior la indignación. Fredegar era un maldito idiota que había estado verdaderamente provocándola.

—¡Lo hizo para molestarme! —se quejó. Puso los brazos en jarra y fulminó con la mirada al muchacho, sentado en el suelo.

Fredegar no contestó, pero la miró con una sonrisa tentadora que se extendía hasta sus ojos azules.

—No todos los días uno encuentra a una mucama durmiendo en su sillón. Tenía que ver qué pasaba.

—¡No estaba durmiendo! Estaba esperando que mi compañera volviera con las toallas. ¿Y qué iba a saber yo que usted llegaría antes?

Él negó con la cabeza, con la risa escapándose por entre sus labios.

—Entonces es posible que ya hayas estado durmiendo en mi sillón antes.

Genevieve rechinó los dientes. Al diablo con la educación; Bernie podía golpearla cuantas veces quisiera y Donna podía llorar, a ella ya le daba igual. No iba a dejar que él siguiera aprovechándose.

Nunca había dejado que nadie se aprovechara de ella de niña, más cuando resultaba ser la más pequeña del grupo de adoptados. No lo haría ahora, aun cuando ese hombre fuera el futuro señor de Aladia.

—Que no estaba durmiendo —casi gruñó—. ¡Y nunca había limpiado el tercer piso! Nunca había estado aquí.

Fredegar dejó de reír y la miró con un deje de malicia. Se levantó despacio y cruzó los brazos sobre su fuerte pecho.

—De modo que ya sabes cuál es tu castigo, pequeña Genevieve.

Repentinamente acongojada, Genevieve retrocedió un paso. «¡Y con un diablo!». Eso de mantenerse firme y hacerse respetar sí que no funcionaba con otros que no fueran Osbert. Todo eso había sido parte del castigo.

Cómo ella permaneció en absoluto silencio, Fredegar avanzó el paso que había retrocedido.

—Ve a llevar la ropa sucia a la lavandería. Te quiero aquí con mi almuerzo a las doce en punto. Hoy no almorzaré con mis padres, pues tengo mucho que organizar —dijo—. También necesitaré que consigas ciertas cosas para mi uso personal. Quiero que vayas con Bernie y le encargues tinteros, plumas, pergaminos, cuadernos limpios. Y avisa al carpintero que necesito un arco nuevo, el último se me rompió. ¿Se me olvida algo? —Él miró el techo—. ¡Ah, sí! Ve a las caballerizas y dile al encargado que mañana planeo dar un paseo en mi caballo. Que lo acicale y lo prepare. También necesitaré chalecos nuevos, así que pídele a Donna que te dé las muestras de telas disponibles para coser uno. Una chaqueta tampoco me vendría mal.

Genevieve asintió quedamente con la cabeza, pero no se movió. Realmente había metido la pata, no solo con el sillón sino con su pasada de lengua. Él la había estado probando todo el tiempo.

Fredegar sonrió una vez más al ver su rostro preocupado y le señaló la puerta.

¿Se suponía que podía irse ya?

Apurada por cumplir con todas sus nuevas y repentinas tareas, Gennie se precipitó fuera del cuarto. Estaba segurísima de que su castigo no terminaba allí y que Fredegar iba a llenarla de tantas tareas personales que verdaderamente iba a convertirla en una mucama de servicio. 

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