Capítulo 6
– ¿Qué crees que estás haciendo? – espetó William, sin molestarse en ocultar el disgusto en su voz.
Él le había pedido a Zamira hablar por un momento a solas. Se encontraban en la cocina, la cual había sido destrozada por los Goblins anteriormente, según contó Marian Gray. Aunque la señora había hecho un esfuerzo por cubrir los nombres de sus hijos escritos con crayola en cada una de las paredes, aún se podían apreciar las sombras de rayones debajo de la pintura de color melón.
– Creo que la pregunta aquí es ¿Tú que crees que estoy haciendo? – Zamira ya sabía a qué venía el enfado de William, así como sabía a dónde se dirigía la conversación. Sin embargo, quería que el muchacho tuviera el valor de decírselo en la cara.
– Yo creo que viste una oportunidad y decidiste tomarla. Viniste a esta casa dispuesta a aprovecharte de la desesperación de una mujer que acaba de perder a su hijo, y le llenaste la cabeza con mentiras y explicaciones falsas a sus problemas. ¿Qué ganas tú con esto? ¿Dinero? ¿Credibilidad? ¿Reconocimiento? –
– Si realmente crees que soy esa clase de persona, estás muy equivocado William Fox. – Zamira entendía la desconfianza del chico, ya que, ciertamente, existían individuos allá afuera, que se dedicaban a engañar y utilizar a las personas a costa de su credulidad. Pero Zamira no era una de ellos. No podía evitar sentirse ofendida y en cierto punto, herida, por las palabras del muchacho. No era la primera persona que dudaba de sus intenciones o de sus "habilidades", y definitivamente, no sería la última. Así que, finalmente declaró terminante. – Solo porque tú no crees en algo, no lo hace menos verdadero. –
Justo cuando Will estaba a punto hablar, un estruendoso ruido lo interrumpió tajantemente, seguido de gritos y risas. Tanto él como Zamira, se dirigieron rápidamente a la sala, de donde creían que provenía el extraño alboroto.
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Zamira trató de pensar en el nombre adecuado para lo que estaba pasando frente a sus ojos. La palabra "caos" parecía quedarle corta a la situación.
De un momento a otro, los Goblins se habían apoderado de la sala.
La chica no tardó mucho en deducir que el gran ruido escuchado previamente, se debía al impacto de la televisión contra el suelo.
Contempló con inquietud cómo los duendes destruían todo a su paso. Arrojaban los libros y discos de las estanterías por toda la habitación; arrancaban cada portarretrato que colgaba de la pared y lo destrozaban en mil pedazos; tanto los cojines de los sillones, como las cortinas, estaban siendo desgarrados por los pequeños demonios con aspecto de niños. Sus risitas traviesas se podían oír bastante claras, a pesar del bullicio que ocasionaban los estragos. La vidente sólo pudo divisar cuatro Goblins en la escena, lo que significaba que el quinto de ellos, aún seguía en la habitación del pequeño Aaron.
Por más que trató de no hacerlo, la familiaridad de la situación le hizo inevitable recordar. Recordar las varias ocasiones en que su abuela regañaba a ella y a sus primas, por jugar en el jardín de noche. "Los Goblins se las van a llevar" decía. Claro, Zamira nunca comprendió la importancia de sus advertencias, hasta que tuvo a una de esas criaturas enfrente.
Se sintió, nuevamente, como una niña de catorce años, inexperta; pues, así lo era cuando su abuela la había llevado a una casa infestada de Goblins, para que aprendiera a deshacerse de ellos, con el mejor método de enseñanza según la mujer: la experiencia.
En ese entonces, sólo conocía a los duendes por historias y dibujos tétricos en libros antiguos. Si bien, en el segundo en que sus ojos los vieron por primera vez, las imágenes de los libros ya no le resultaron tan tenebrosas, a comparación de la realidad.
Sus pensamientos se comenzaron a dirigir más y más hacía su abuela, justamente lo que Zamira temía que pasaría. Procuró enterrar los recuerdos y el pasado, tan profundo como le fue posible.
Mientras tanto, las demás personas en la habitación miraban en todas direcciones, tratando de adivinar dónde harían su siguiente destrozo los Goblins. A sus ojos, las siniestras criaturas eran invisibles. Ellos sólo podían ver el espectáculo de objetos que volaban por los aires, así como, oír los pasos y las carcajadas de niños que inundaban el lugar.
Marian Gray presenciaba horrorizada lo que sucedía en su casa, sintiéndose cada vez más impotente. Al mismo tiempo, el Padre Marcos rezaba en voz baja sin cesar, no con el propósito de ahuyentar a los Goblins, sino más bien, para calmar sus propios miedos.
Al principio, William no aparentaba estar muy conmocionado con las circunstancias. Zamira se imaginó que tal vez los eventos paranormales no le eran ajenos, puesto que siendo un parapsicólogo, era probable que ya los hubiera presenciado varias veces en el pasado. Ella observó cómo el muchacho se apresuró a tomar su Mel Meter para, nuevamente, llevar a cabo las lecturas de campos electromagnéticos en la habitación.
Fue entonces, cuando Will en verdad quedó completamente estupefacto. Sus ojos se abrieron como platos cuando cayó en cuenta que una vez más, los resultados del Mel Meter eran totalmente normales.
Ahora sabía con seguridad que Zamira estaba en lo correcto. No había ningún fantasma en esa casa. Era algo más...
Por primera vez, la idea de los Goblins no le parecía tan imposible.
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