|Preludio: Un trato con la muerte|
—El Vacío nunca dejará de serlo,
aunque se le incorpore conciencia,
aunque oculte con su cuerpo el sol
y consuma la memoria de todos
los que habitan la tierra.
Porque si deja de serlo,
será otra cosa y no él mismo.
Dará fruto a su autodestrucción
y la de todos los seres vivientes.
«No importa lo que cueste, no importa la manera. Debes erradicar a la oscuridad lo antes posible, mi niña. Si los Sin Rostro toman el control, el mundo humano desaparecerá»
Me importa una mierda el mundo humano, lo odio.
Sin embargo, las órdenes de su padre no eran algo que ella pudiera ignorar, tampoco quería. Incluso luego de tanto tiempo sin él, su cuerpo reaccionaba por sí solo.
No debía, necesitaba encontrarlo y por desgracia ese día no buscaba a su divino padre.
La desesperación formaba un enorme nudo en su pecho. En esa noche oscura, en medio de esa calle sucia y maloliente, Génesis perseguía a nada más y nada menos que a un cazador, una escoria viviente, a los restos de un humano que había elegido el camino equivocado, y ahora gozaba de la reputación suficiente como para llamar su atención.
Un Recolector de la Corte.
Había oído las historias sobre él, la Muerte, el cazador de almas que fue revivido con un propósito tan burdo como atrapar parásitos, había logrado mantenerse como uno de los más viejos de su clase. Vivía en la Ciudad de Buenos Aires con un nombre falso, fingiendo ser un simple ciudadano más y nadie sospechaba de su identidad, por lo que hasta el momento cumplía con varias de sus expectativas.
Quería pensar que podía ayudarla.
O iba a tener que matarlo como a los demás.
Génesis había notado la rapidez de sus pasos y el porte amenazante de su cuerpo, estaba preparado para cazar, pero lo que ella necesitaba era tomarlo por sorpresa. Se pasó la mano por el rostro para quitar el cabello enmarañado que le hacía cosquillas en la nariz y ajustó el paso con una mueca.
Le costaba seguirlo debido al hedor, era tan intenso que debía anular su olfato y eso la volvía torpe, además de que en medio de esa oscuridad era completamente ciega.
«Los Sin Rostro esperan a ser cazados, mi niña. No hay tiempo que perder»
La voz resonaba en su cabeza, eran frases pronunciadas hace mucho tiempo y le preocupaba que ya fuera demasiado tarde. La culpa le aguijoneaba el pecho más que los profundos cortes en sus pies. Estaba un poco en su límite, llevaba semanas sin probar ni un bocado.
Su concentración era tal que no pudo ser consciente de las personas que a su vez la seguían a ella. Tres figuras masculinas que le doblaban la altura. Se acercaban ansiosos a la joven ciega, y tiraron de ella como si fuera un trapo al interior de un nauseabundo hueco entre edificios.
—¿No va a resistirse? —dijo uno, pensaba divertirse ese día.
—Eso es porque le gusta —jadeó el segundo, y el filo de su cuchillo centelleó bajo la luz de la luna.
La garganta de Génesis se cerró y un gruñido gutural vibró entre sus dientes, perdía el tiempo. Su objetivo se había alejado bastante, ya no podía escucharlo bajo las respiraciones agitadas de esos tres hombres que le desgarraron los pantalones.
«Los humanos no forman parte del problema, puedes dejarlos tranquilos. No los lastimes, ellos son las víctimas, fueron corrompidos por los Sin Rostro»
Los Sin Rostro, ellos son los culpables.
—No van a arrepentirse —murmuró, con un crujido, largas y afiladas garras rompieron la piel de sus dedos, y supo que luego iba a tener que enfrentar su propio castigo por desobedecerlo—. Que el Creador se apiade de sus almas.
El que había intentado someterla primero. Ese no alcanzó a decir nada.
El filo en sus manos desgarró la carne del más cercano. Escuchó en trance el grito ahogado, el chorro de sangre salpicó la pared. En una corta respiración avanzó en dirección contraria y atravesó el pecho del otro, justo a la altura del corazón. Sintió el último latido de ese órgano presionar contra su falsa humanidad, y la boca se le llenó de saliva. Al sacarla varias gotas de ese líquido espeso cayeron al suelo, ocultaron el ruido de su propio jadeo, y el cadáver inerte se precipitó a la húmeda acera.
Alcanzó el cuerpo del hombre al que había cercenado primero, lo apresó con el pie, se retorcía en el suelo cual gusano, y le faltaba un brazo. Ese era el precio justo que debía pagar por interrumpirla en su misión.
Cerró la boca al notar como el líquido se derramaba por su barbilla, y se pasó la lengua por los dientes. Estaba hambrienta.
Génesis puso las manos en sus orejas, aturdida. Estaba dispuesta a dejar las cosas como estaban, pero ese asqueroso humano no dejaba de chillar.
—Él no me felicitará por esto —gruñó.
Sin embargo, ella se negaba a ver la realidad: Hacía mucho que su padre no la felicitaba por nada, ya había matado a varios humanos.
Con lágrimas en los ojos se agachó y le abrió la garganta. Estaba en la mitad de la vereda, la sangre se extendía al punto de llegar a la calle. Escuchó los movimientos humanos en los edificios contiguos antes de ver las luces prendidas con sus visión defectuosa, y entre gruñidos se apresuró a arrastrar las pruebas dentro del hueco donde antes intentaron dañarla.
Buscó a tientas sus pantalones, pero los arrojó con violencia al notar que estaban empapados, al igual que la manga de su sudadera. Iba a tener que volver a la iglesia para robar más ropa, odiaba la sensación de su piel expuesta.
Más cuanto tenía que lidiar con esa cosa.
Levantó la mano y su sombra comenzó a crecer hasta formar una gruesa película de oscuridad sobre la pared. Su abismo, una suerte de portal viviente que se asemejaba más a una mascota dormida, lo único que la conectaba con el reino de su padre.
Abrió un espacio negativo lo suficientemente grande para lanzar los cadáveres dentro.
—Que te sirva de cena, imbécil —siseó.
Se los tragó enteros. Suspiró al intentar enderezarse solo para volver a su posición encorvada, y luego pensó en un lugar particular, una plaza desierta que había visto hacía tres horas atrás. Con esa idea en la cabeza puso un pie en el interior del abismo y lo atravesó.
O mejor dicho, se dejó caer.
Génesis pisó el césped agradecida por la falta de humanos, y el regalo de su padre se esfumó entre volutas de humo. Estaba cansada y usarlo sin comer la dejaba exhausta. Gracias a la luz artificial pudo visualizar un banco de piedra cercano que le iba a servir para echarse una siesta.
—¿No fue suficiente? —preguntó, sus ojos se posaron en la neblina alrededor del poste de luz—. No vas a molestarme aún, bien.
Si su abismo descansaba, podía ignorar el ruido de sus tripas. Ajustó su capucha, introdujo las piernas bajo la sudadera y se las abrazó en posición fetal hasta quedarse dormida.
Esa noche las pesadillas tampoco tuvieron piedad con ella, no logró descansar. Su padre aparecía en sus sueños y le recordaba lo inútil que era. Había pasado un tiempo desde que le encomendó su razón de vida, pero la oscuridad no era fácil de eliminar como contaban las historias. No era tan simple como tener una pelea a muerte y atravesarlos con sus garras.
No, los Sin Rostro murieron miles de veces.
Los había asesinado con sus propias manos una y otra vez, pero tarde o temprano volvían para burlarse de ella con una nueva cara, y una nueva voz. Los reconocía por su olor, cuando estaban ocultos entre los humanos olían como una tormenta eléctrica a punto de estallar en el cielo. Sin embargo, ellos siempre la encontraban antes.
Era un círculo vicioso que nunca terminaba.
Por eso necesitaba hablar con ese Recolector escurridizo, quería pedirle su consejo. Sabía dónde iba a estar y en qué momento exacto. Al día siguiente sacó del bolsillo un pequeño celular maltrecho, y observó la hora. Era lo único que podía ver con esos ojos que ella tenía. Solo la luz artificial.
De día la gente a su alrededor llevaba a cabo su vida con normalidad. Ignoraban a la vagabunda, relegada por siempre a ese rincón aislado del universo. Esa apariencia siempre le servía para camuflarse, mientras se alejaba directo a la biblioteca de la ciudad.
Ahí lo iba a encontrar a él.
✴ ✴ ✴
Lo observaban, desde su asiento en la sección de lectura de la biblioteca lo presentía. No por nada era el mejor de su clase, podía percibir si se convertía en el objetivo.
Mikaela sostuvo su cara en los puños e intentó leer otra vez. Su instinto le decía que debía preocuparse, pero su inteligencia se negaba a escuchar. El sol que entraba por los enormes ventanales debía calmar su paranoia. Estaba en un lugar público. Nadie en su sano juicio iba a intentar nada allí. Además, los Recolectores rara vez salían de día.
Se enderezó para atarse unos mechones fuera del rostro, también comprobó que los anteojos oscuros le cubrieran bien las cicatrices que atravesaban sus ojos. En realidad, era bastante extraño, la gente se le quedaba mirando y estaba seguro de que no era por su camisa preferida de seda brillante.
Puesto que se contaban historias sobre un ser tan sanguinario como él, era curioso que a esta altura del partido, alguien quisiera hablarle, incluso seguirlo durante la noche se le antojaba excesivo. Por eso estaba nervioso. Echó un vistazo disimulado sobre su hombro, y vio justo lo que esperaba: nada.
Por fin había empezado a perder la cordura, como el resto de su maldita especie.
Volvió la cabeza, pero su vista chocó de lleno con la mirada vacía de la vagabunda, parecía un animal enjaulado. Mikaela se enderezó de golpe y en el proceso se golpeó la rodilla con la cara interna de la mesa, soltó una puteada.
—Señor ¿se encuentra bien? —Una voz lo sacó del trance. Una mujer canosa, vestida pulcramente, lo miraba preocupada: era la bibliotecaria.
Casi se atragantó, no podía ser posible.
—¿Señor? —interrogó ofendido. Él tenía la apariencia de alguien que apenas cumplió los treinta, no parecía tan viejo. La mujer a su lado era en cambio una anciana—. Estoy bien, gracias.
La mujer le sonrió falsamente y se alejó hacia el mostrador. Bien, quizás había dejado salir un poco de hostilidad en su voz.
Volvió a centrar la atención en su nueva acosadora, y casi se sintió halagado de que le prestara tanta atención. Se sentaba un par de mesas más adelante, su rostro era opacado por el cabello pegado a sus mejillas y tenía la piel tan pálida que daba la sensación de que se trataba de un cadáver viviente, le sobrevino la náusea.
Se levantó y una vez que sus huesos dejaron de sonar, se dispuso a ir al baño. Su perseguidora también se paró, pero sus movimientos iban a destiempo, parecía un robot. ¿Podría ser? ¿Los Ases de la Corte solicitaban su presencia? No, era imposible. Ellos no se comunicaban así. No se veían así.
Salió de la zona de lectura y dobló la esquina al final del pasillo que creaban las altas estanterías de libros. Sus pasos fueron acallados por la alfombra. Volvió a sentir ese cosquilleo en todo el cuerpo, su experiencia le decía que estaba bajo un terrible peligro, pero se tranquilizó, nadie con dos dedos de frente iba a atacar en plena biblioteca ¿Verdad?
¿Verdad?
La rapidez de sus largas piernas lo desmintió, casi al trote llegó a los baños, y un arrebato de lucidez le dijo que debía esconderse en el armario de limpieza. Así iba a perder a esa vagabunda. Sonrió para sí mismo, su plan era casi perfecto.
No pasó un segundo, la superficie sobre la que estaba apoyado se volvió difusa como un suspiro helado contra su cara, y la puerta había desaparecido. Retrocedió espantado, una gruesa película de oscuridad se extendía sobre la pintura blanca, no dejaba de agrandarse, y bloquear la única salida.
Se quitó los anteojos. El pasmo era tal que no notó que continuaba en retroceso hasta que tropezó con las escobas, y se golpeó la espalda con algo. Los brazos que salieron de ese hueco hicieron que sus rodillas perdieran la estabilidad.
En su larga carrera como Recolector, nunca había visto algo así.
Luego emergió un pie, después una pierna desnuda, él chilló sin proponérselo y se tapó la boca, su cara vacía le resultó conocida.
—No pareces un cazador—dijo Génesis tenía la voz rasposa por la falta de habla, ya estaba cansada de que él corriera como una gallina—. Debería matarte.
Mikaela vio como las manos de ella se transformaban, y la sensación en su nuca se hizo insoportable. Crecían, sus uñas curvas sonaron como el traqueteo de un reloj defectuoso, parecía provenir de varios lugares al mismo tiempo. Él tenía su arma de cazador sujeta a su espalda, y no podía usarla en un lugar tan reducido, pero tampoco podía dejarle llegar a ella.
¿No podía conocer gente más normal? No era muy exigente, solo necesitaba que se asearan con frecuencia y, de preferencia, que no intenten matarlo.
Esa criatura no cumplía con ninguno de los requisitos.
La golpeó en la mandíbula y parte de la oreja en un movimiento fugaz cuando el filo de las garras rozó su rostro. Utilizó toda su fuerza y el impacto causó el crujido de los huesos ajenos contra su palma. El estallido del sonido desestabilizó a Génesis, y solo así Mikaela pudo notar que era más baja de lo que había pensado al principio, ocupaba menos de la mitad del armario.
—Ay no, ay no, ¿estás bien? —No estaba acostumbrado a usar sus manos, le parecía una forma de pelea muy vulgar—. No quise pegarte tan fuerte, disculpame yo...
Génesis le gruñó, y el cazador no reaccionó a tiempo para esquivar por completo el zarpazo dirigido a su garganta, le hizo un profundo corte en el lateral del cuello. Ella se levantó y su cuerpo comenzó a estirarse cual chicle, igualó su altura en un santiamén.
Las disculpas se le quedaron atragantadas por la visión de esos ojos felinos, retrocedió.
—Eh... ¿Qué...? ¿Qué sos? —demandó—. ¿Quién sos?
—Me envía mi padre, el dios todopoderoso que salvaguarda esta tierra, Caos —rezó—. Yo soy su voluntad en este mundo.
El hombre bajó la guardia.
—¿Así que sos una fanática religiosa? —Pensó que estaba mal de la cabeza y quiso explicarle—. Mirá querida, en lo que a mí respecta, Caos no es el único dios "todopoderoso", la Corte representa el mismo papel —Se llevó una mano al pecho—. Mi nombre es Mikaela y yo soy...
—Idiota.
Intentó retroceder sin éxito. Ella dio un paso hacia él, apoyó la mano en su pecho. Las uñas negras estaban a punto de hacerle un agujero a la camisa, e intentó recordar algo acerca de aquella historia sobre la enviada del dios en la tierra, aunque solo fueran cuentos para distraerla.
—¿Y cuál es tu nombre? ¿Génesis? —bromeó, nervioso.
Ella asintió, su rostro estaba fruncido por la ira, los dedos se hundieron en su pecho.
Los golpes en la puerta la detuvieron en el acto.
—¿Qué pasa ahí adentro? ¿Sos vos, Hernán? —preguntó la bibliotecaria.
El cazador aprovechó la distracción de Génesis y le pegó un puñetazo en la cara.
La mujer del otro lado intentó abrir la puerta y una franja de luz iluminó la cara descubierta de Mikaela. Su rostro moreno perdido en el tiempo, la piel tajeada y por último los orbes dorados. Él era todo menos algo que cualquiera pudiera juzgar normal. Soltó una maldición y se abalanzó sobre ella para cerrarla de un golpe. La criatura crispada le atravesó el estómago con las garras.
Notó la sangre mancharle la camisa, la tela había sido rasgada y quiso echarse a llorar.
—¿Pero vos sos estúpida? —bramó—. ¡Acabas de arruinarme la camisa! ¡Imperdonable!
Otra vez, intentaron forcejear con la perilla.
—¿Quién está ahí? ¡Voy a llamar a la policía!
—¡Señora! ¡Aléjese de la puerta! —Esta vez era el hombre de seguridad que cuidaba el edificio.
Génesis soltó un gruñido gutural y fue más rápida. Le cubrió la boca con su mano libre, y no sólo no retiró la otra de su herida, si no que dio un paso para pegarse más a su cuerpo, le retorció las tripas en el proceso.
—No vayas a gritar —siseó, los labios cálidos contra su oreja.
El Recolector sintió la bilis subir por su garganta.
La oscuridad, el mismo pozo que había visto antes, extendió sus brazos de humo hacia ellos, justo en el hueco entre sus pies. Lo lamentaba por ella, pero iba a tener que ignorar ese pedido. Chilló y el ruido se perdió porque al instante fueron consumidos por completo.
Había pocas cosas que pudieran asustar a alguien de la edad de Mikaela, llevaba más de cuatro siglos trabajando como Recolector, y se consideraba un ferviente conocedor del mundo con la experiencia necesaria para esconderse y hacer bien su labor. Sin embargo, lo que sintió al sumergirse con ella en el abismo, lo que vio escondido dentro de esa oscuridad, confirmó lo que ya sospechaba.
Ella no pertenecía a ese mundo.
Génesis era la clase de criatura que solo habitaba sus pesadillas, la clase que él prefería ignorar por el bien de su inexistente salud mental.
Lo que juzgó una eternidad después, ambos cayeron sobre el descanso de unas escaleras de emergencia ubicadas en el interior del edificio. Ella lo soltó bruscamente, y retiró la mano ensangrentada de su cuerpo. Mikaela se precipitó de rodillas sobre el mármol, tosiendo.
—Infiernos... santísimos... —Se arrastró hasta quedarse sentado contra la pared y observó las luces artificiales en el techo sobre su cabeza.
Trató de impregnar su piel de esa frescura que imaginaba que sentiría, pero solo pasó lo de siempre, sintió la nada misma. Estaba tan apagado como un cadáver en la morgue, le molestó demasiado que aquella regla de mierda no pudiera extenderse también a las arcadas que lo atacaban
Eso habría facilitado su vida en varios aspectos.
Su herida se cerraba, pero le estaba dando algo, se iba a morir, no ingresaba el aire a su sistema, y el olor de su propia sangre le impregnaba la nariz. Se iba a morir por segunda vez y en el puto infierno no iba a encontrar a alguien que pudiera escuchar sus quejas.
—No grites —dijo ella.
—Como si pudiera, roñosa idiota. —Su garganta emitió un silbido.
Génesis frunció el ceño, no lo entendía. Era uno de los más poderosos de su clase, lo había visto deshacerse de la basura en la oscuridad sin parpadear, había golpeado como si nada ¿por qué ahora parecía que estaba a punto de desmayarse? ¿Era posible...?
Una trampa.
Vio la mano de él dirigiéndose a su espalda, a su arma. Ella captó la amenaza al instante, e inmovilizó los brazos sobre su cabeza sin mucho esfuerzo.
—No quieres hacer eso, cazador —gruñó contra su rostro.
—Sí quiero —jadeó él, se movió de forma errática para liberarse y lo único que consiguió fue que su largo cabello se regara en todas direcciones.
Era solo un cobarde, Génesis iba a matarlo, quería matarlo. Sin embargo, se quedó un largo rato viendo esos ojos dorados a través de las hebras oscuras. Los iris de los Recolectores eran todos iguales. Ese fuego que quemaba en su interior era la prueba fehaciente de su muerte, pero había algo más, las cicatrices en su rostro le recordaron al dolor de su padre anclado en el pasado.
La garganta de ella emitió un ruido lento y pausado.
—Santísimo dios del infierno. —El cazador se agitó indignado—. ¿Por qué carajo gruñís tanto?
—Cazador. —La voz de Génesis sonaba repleta de telarañas, y le costaba conectar las palabras—. Tengo un trato que...— Se interrumpió por el sonido de su propio estómago.
La palabra trato encendió aún más los ojos del cazador. Él tenía prohibido hablar de la única cláusula que podía salvarle la existencia.
—¿Tenés hambre? —Mikaela trató de acercarse y el rostro de ella se contrajo.
—No. —Lo esquivó para clavar la mirada en el suelo con el ceño fruncido y esta vez fue su estómago el que gruñó.
Estaba muerta de hambre.
El cazador sopló un cabello lejos de su rostro y aprovechó el momento para recomponer su sonrisa, un poco tensa. Solo tenía que romper el hielo con ella, se consideraba un buen orador, no debería ser diferente a los demás, controlar su tono y las palabras que salían de su boca para que ella no se decidiera a lanzarlo al abismo.
Fácil.
—¿Te gustaría ir a comer algo? —El agarre en sus brazos se apretó con desconfianza, se quejó entre dientes.
Mikaela volvió a escuchar ese sonido de traqueteo extraño, y alzó la vista a sus brazos inmovilizados, era el sonido de chasquido que producían las manos de ella al transformarse. Ahora se veían como las de una persona normal y para su sorpresa la muchacha lo soltó. La capucha se le había caído, pudo detallar en las facciones femeninas esta vez. Los ojos enormes, la mandíbula pequeña, la cara redonda y hundida.
No pudo concebir la imagen de ese cuerpo crecido como hace unos momentos atrás, comenzó a cuestionarse si lo que había visto era real y se sintió avasallado, no podía confiar en una criatura que decía ser la hija de Caos, era una leyenda.
Porque se suponía que estaba muerta.
Génesis lo cazó mirándola y en sus ojos parpadearon las pupilas de un felino.
—¿A dónde vas? —preguntó él.
La muchacha empezó a bajar las escaleras, la gracia de su caminar no concordaba con la curvatura de su espalda.
—Vas a llevarme a comer algo —dijo al fin, introdujo las manos en el bolsillo de su enorme buzo manchado de sangre seca—. Vamos ahora, no me hagas volver a arrastrarte.
Bien, al menos no lo iba a matar.
—Voy.
Al levantarse notó el enorme agujero de su camisa y suspiró. Aquello iba a ser difícil de ocultar en un lugar con muchas personas, y tampoco se sentía con la energía suficiente para aguantar las miradas ajenas sobre su cara. Se encontró con un pensamiento fugaz y su sentido del peligro le dijo que era una mala idea, una pésima si no se fijaba en que también podía ser la razón de su descenso al infierno.
—Vayamos a mi casa, puedo darte ropa limpia y cocinarte algo —dijo.
Génesis se centró en la mano que antes la había tocado, y a Mikaela se le hizo fácil acostumbrarse a su corta variedad de expresiones. Se sintió bastante cómodo, no parecía juzgarlo, más bien solo reaccionaba como un animal asustado. No se dio cuenta del error que había cometido hasta escuchar la pregunta emerger de sus labios.
—Los Recolectores tienen prohibido mentir, ¿no es así?
Al hombre se le cayó la mandíbula de la sorpresa, y un hilo invisible, que se extendía desde el final de su columna, se tensó por primera vez luego de un buen tiempo, la sensación le revolvió las tripas.
—Así es —soltó.
—¿Hace cuánto tiempo moriste, Mikaela?
Contuvo la respiración, aquello era demasiado personal, pero se atragantó con la velocidad de su respuesta.
—Cuatrocientos cincuenta años, seis meses, veinte días y doce horas. —Se cubrió la cara y el cabello cayó sobre sus hombros—. Suficiente.
El temple de ella no se inmutó.
—¿Eres un hombre?
—¿Qué mierda te importa? —gruñó con un ademán molesto, sus mejillas se pusieron rojas de la vergüenza—. ¡Sí, a veces, si! —La desesperación lo impulsó hacia adelante, intentó alcanzarla, pero ella lo esquivó con gracia felina—. ¡Basta, por favor!
—¿Eres el esclavo de la Corte al que apodan La Muerte?
—Lo soy. —Retiró el cabello de su rostro, avanzó furioso y colocó una mano en la pared detrás de ella—. ¿Por qué tanto interés en eso? ¿Te querés morir?
La reacción de Génesis fue nula.
—Vamos a tu casa. —Continuó su camino escaleras abajo con una tranquilidad perturbadora.
¿Eso que había visto Mikaela fue una sonrisa?
✴ ✴ ✴
"Un alma libre, una vacante disponible."
Fue el mantra que el cazador repitió para sí mismo durante todo el camino. Se aferró a ella y la calidez ajena intentó contagiar su propia piel helada. Génesis estaba viva, la sangre corría por sus venas.
Sentir culpa por sus intenciones no era una opción.
Al llegar a su bar cerrado Mikaela encendió las luces redondas del techo bajo que iluminaron el pequeño recibidor decorado, las cortinas de seda roja se aferraban a las paredes, y unos largos tubos blancos delimitaban con las esquinas del suelo, sobre estos había hileras de casilleros metálicos con números y a su lado una banqueta solitaria. Génesis se quedó parada en el medio de ese lugar, con los músculos crispados y la mirada clavada en sus pies.
—¿Qué es esto? —siseó absorta en algún lugar doloroso de sus recuerdos.
Mikaela no comprendió.
—Un bar para personas con gustos por demás sofisticados —explicó al recibir la mirada fulminante de ella—. Acá no se tortura gente, tranquila —Le sonrió con la esperanza de calmarla—. No gratis al menos.
Tiró de ella para atravesar la segunda entrada cubierta de más cortinas brillantes y esta vez no encendió la luz. Su bar desmontado tenía telas colgando del techo y paredes rojas. Génesis seguía desconfiada, respiraba de forma pausada, y de vez en cuando le gruñía. Mikaela no podía adivinar si era por hambre o porque quería golpearlo, tal vez ambas.
Atravesaron una tercera puerta de hierro detrás de la barra y empezó a bajar las escaleras de madera, el crujido del peso alertó a la muchacha porque se zafó de su agarre y lo empujó contra la pared.
—¿Pero qué carajo te pasa? —Sus anteojos estuvieron a punto de volar por los aires. Apenas alcanzó a agarrarlos a la altura de su barbilla.
—Es una trampa —murmuró Génesis, sus ojos se volvieron brillantes en la oscuridad—. Si es una trampa lo vas a lamentar.
—Uy si, te mentí, no hay comida. —Se burló Mikaela—. En realidad te voy a bañar.
Se dio cuenta de que era ciega cuando su pie se aferró al aire. Génesis no se había enterado que estaba en una escalera hasta que estuvo a punto de caer de cabeza, y él la sostuvo justo a tiempo.
—Está demasiado oscuro —murmuró ella.
—Eso confunde a las alimañas —El cazador frunció el ceño—. Surtió efecto. ¿Podés bajar?
Un gruñido salió a modo de respuesta, seguido de sus garras aferradas a su antebrazo. La fuerza le atravesó el saco, la camisa y la piel. Él la soltó por reflejo, y una puteada prorrumpió en sus labios.
La muchacha libre de su agarre dio una inmaculada voltereta en el aire, y desapareció antes de que el cazador alcanzara a gritar su nombre. Mikaela terminó de bajar solo e intranquilo, observó al menos unas diez veces sobre su hombro en busca de su presencia. Al abrir la puerta al final de la escalera ella apareció, desde otro escalofriante agujero en la pared, y le dio un empujón para entrar primero.
—No soy ciega —dijo, examinando todo apenas él encendió la luz.
El contraste entre el moderno bar de la superficie y su humilde morada era el resultado de alguien demasiado solitario, pero la situación cambiaba si había dos personas, una de ellas medía metro noventa y la otra era una bestia agresiva.
—¿Entonces qué? —preguntó hastiado, dejó sus zapatos en la puerta. Avanzó en su propia sala mientras se quitaba el saco, el suelo crujió a su paso—. ¿Te divierte caerte por las escaleras?
—No me gustan las escaleras.
El Recolector fue a su habitación en busca de una toalla y no le sorprendió verla posicionarse en su camino apenas atravesó la puerta, volteó los ojos, parecía un mal chiste.
—¿Y ahora qué? No voy a pelear acá, odio limpiar sangre.
—Siéntate —ordenó Génesis.
Intentaba atar su cabello, lo soltó y sintió el peso deslizarse por su espalda. Su arma cayó al suelo con un ruido seco.
—No voy a hacerte daño —informó el cazador, se movió lentamente hacia ella—. Solo quedate quieta y dejame que...
—Mentiroso. —Las garras consumieron sus manos.
La paciencia de Mikaela se esfumó, y apenas los dedos rozaron la superficie metálica del arma la vara se encendió con un estallido. Al levantarse se dio cuenta de que ella no solo se había alejado varios pasos, sino que también le daba la espalda.
—Hablemos —declaró Génesis, lo observó por encima de su hombro, sus ojos negros lo enfocaron con intensidad y se transformaron momentáneamente en los de un animal.
Sabía que no iba a atacar. Lo estaba probando, él sonrió mordaz.
—Rata de dos patas.
—Muéstrame —dijo la muchacha y arrastró una silla de la mesa de la sala, se sentó a horcajadas—. Muéstrame cómo lo haces.
La sonrisa del cazador se hizo más grande.
—¿Qué querés que te muestre?
Se removió frustrada, buscaba palabras, no solo su voz se encontraba llena de telarañas, su cabeza también. Mikaela conocía esa expresión, el tono empleado, como si no pudiera encontrar más aire en sus pulmones. No importaba quien fuera, la desesperación afectaba a todos por igual. Él era la prueba viviente de esa angustia.
—Como haces para no fallar nunca —Su estómago volvió a gruñir. Se levantó de golpe y la silla cayó al suelo.
—¿Por qué te confiaría ese secreto? —Se acercó y dejó su arma sobre la mesa a la vista de ella.
—Es un trato, enséñamelo y...
Su cabello se movió al compás de sus pasos.
—¿Y qué vas a ofrecerme a cambio? Cuidado. —Apoyó una mano en la mesa y se inclinó—. Mi reputación me precede.
La muchacha estaba confiada, pero no con él, confiaba en lo que quería. Él podía reconocer esa determinación como si se encontrara frente a un espejo que lo reflejaba. Así se había visto antes de morir hacía siglos atrás.
—Lo que quieras —dijo ella.
Frunció el ceño cuando el pecador se atrevió a tocar su mejilla sucia y cálida con la yema de los dedos.
—¿Lo que yo quiera? —preguntó Mikaela. A Génesis no le importaba si su alma perecía entre esas manos, y para él lo que le ofrecía era demasiado tentador—. Lo quiero todo, querida.
✴ ✴ ✴
Versión editada: 15/01/2022
Hola, hola!
Es la 1 am y no pude aguantarme a publicar el preludio por que soy asquerosamente ansiosa ¿Qué les pareció?
Como ven la historia va a estar ambientada en Buenos Aires, y la mayoría va a usar modismos argentinos así que si tienen alguna pregunta con respecto a una palabra no duden en hacerla, yo también voy a hacer preguntas 👀
¿Qué piensan de Génesis?
¿Y de Mikaela?
¿Apuñalar a la otra persona es una buena forma de presentarse?
¡Muchas gracias por leer! Ah, y miren por donde caminan, cuidado con los pozos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro