|Capítulo 48: En los brazos de la muerte|
—Ellos escaparon del vacío
Oh, no tenías idea de quienes eran.
Te dejaste llevar por sus bellas palabras
y tomaron tu voluntad.
El pelirrojo se inclinó en su asiento para llamar a Nez que giró el volante con torpeza. Al volverse, Harlem puso una mano en el hombro de Mikaela, que se tensó al ver la urgencia en ese rostro cincelado en marfil.
—Ayudanos con ella, por favor. —Era como si se estuviera ahogando. El sentimiento perforó su mente, y el cazador se encontró asintiendo con más decisión de la que debería.
—Llevanos al hotel, bestia —ordenó Jocken a Nez, ganándose una dura mirada de su hermano.
Mikaela observó edificios cubiertos de niebla a través de la ventana, la quimera avanzaba demasiado lento. Tomaba las calles más transitadas de Buenos Aires porque así le habían enseñado a hacerlo, pero a ese paso no iban a llegar jamás si seguía así.
—Esperen, ¡esperen! —Se enderezó, llamando la atención de los otros dos, incluida Nez que volvió a detener el coche del golpe—. Dejen que yo maneje, y por los santísimos dioses, limítense a mostrarme el camino.
Ese Sin Rostro parecía saber mucho, era más que evidente en el gesto de aburrimiento perpetuo que siempre tenía pegado a sus delicadas facciones. Por supuesto que Mikaela se había tomado el tiempo de observarlo, apenas si cambiaba de expresión cuando sus cejas rojas se fruncían de más por las palabras del descerebrado de su hermano. Ya estaba tratando de calcularlo a la distancia que tenía con el asiento del copiloto, era el más metódico de los tres, y le hizo desviar la atención del camino con su tono caprichoso más veces de las que podría aceptar plenamente consciente de sus acciones. Sin embargo, comprobó que no tenía idea de lo que hacía cuando le permitió sentarse tras el volante para tomar el control de ese auto.
Un cazador normal era peligroso cuando alguien le ponía un arma en frente, le costaba diferenciar entre el peligro inminente y una pequeña acción arriesgada que podía hacerle obtener la victoria de una nueva presa. Un recolector de la corte como él, alguien muerto hacía tanto tiempo era un suicida ya consumado que había elegido de manera consciente abandonar su sentido de supervivencia como un papel arrugado junto a su antigua tumba.
Las ruedas del vehículo rasgaron las calles de Buenos Aires y no quitó el pie del acelerador por más de medio segundo en todo el trayecto, ganándose varios insultos por parte del pelirrojo, que rápidamente perdió por completo la poca compostura que le quedaba. En el asiento de atrás Jocken y Nez no sufrieron un destino diferente.
Manejaba como un maldito lunático.
Sin embargo, gracias a eso llegaron con rapidez inhumana, y por un momento para Mikaela valió demasiado la pena observar como el gesto de asqueado de Harlem se deformaba por las náuseas mientras trataba de bajar del auto. Al instante siguiente su buen humor se esfumó y volvió a sentir una mano enroscarse en su cabello, seguido del cañón de un arma presionando contra su espalda baja. No importaba cuando tiempo había pasado, todavía seguía odiando que alguien se metiera con su hermosa cabellera.
—Caminá hacia adelante, muñeco. —La respiración pesada de Jocken denotaba que a él tampoco le había sentado del todo bien el viaje, el cazador sonrió complacido a pesar de que le estaba tironeando el pelo con fuerza y resentimiento excesivo—. ¿Ves esa puerta? Andá entrá, no me hagas repetirlo.
Mikaela se reprendió mentalmente por eso, en medio del cielo nocturno y de las nubes de la tormenta que se había detenido el trayecto, se extendía como una pequeña grieta el hueco que parecía estar a punto de tragarse todas las estrellas del firmamento.
No tendría que estar riéndome en un momento como este, todos vamos a morir.
Pero si todos vamos a morir ¿por qué no reír entonces?
—¿Estás sordo, viejo de mierda? —gritó el muchacho contra su oreja, una vez que su hermano se recompuso, aunque no del todo pues su tez se había vuelto más grisácea y el tono de sus ojeras escalaba a un verde lechoso, Jocken lo empujó para que cruzara la puerta de uno de los tantos edificios de arquitectura vieja que poblaba esa parte de la ciudad.
¿Qué haría Lulú en una situación como esta?
«Tendrías que poder encontrar qué es lo que los vuelve débiles»
Preguntarse eso fue un error, y aquella respuesta que formuló su cabeza con la voz elocuente de su Luís fue peor, lo recordó acostado con las vendas en su cuerpo y los ojos cerrados, sin la certeza de que alguna vez pudiera volver a escucharlo. Al menos debería tener algo interesante que contarle cuando finalmente despertara, frunció el ceño y aprisionó la muñeca que tiraba de su cabello, doblándola en el acto hasta que escuchó un crujido y el sonido del gatillo del arma activarse contra su columna.
—¿Eh? —Jocken observó la pistola y después a su hermano, que estaba demasiado ocupado tratando de mantener el hotel en condiciones a costa del color pálido que poco a poco comenzaba aparecer en las raíces de su cabello—. ¿Dónde están las balas?
Harlem escaneaba el estado deplorable del hotel con una mueca de pánico. Mikaela conocía cómo se veían los edificios ostentosos de la clase alta de antaño, por haber compartido con ella varías de sus alcobas, y ese lugar no se veía así en lo absoluto, pero tampoco concordaba con la fachada que mostraba del lado de afuera. Parecía más una acumulación extraña de varias tendencias arquitectónicas que perduraron en algún momento a lo largo de la historia. Desde arañas enormes que se movían sin cesar, hasta techos abovedados, piedra labrada, empapelado floral, arcadas orientales y piezas de estatuas que emergían de huecos en las paredes. Era una amalgama caótica que correspondía a la perfección con la imagen de esos hermanos que acababa de conocer.
No, se recordó a sí mismo. Falta esa mujer.
Las luces parpadeaban y un viento helado corría a través del recibidor principal que agitaba el cabello de Harlem, hacía temblar los cuadros y lanzaba los jarrones al suelo con ruidos estrepitosos que ensanchaba la vena de fastidio que ya tenía marcada en el cuello.
—Se las quité, obvio —dijo sin mirarlo, tosió sobre un pequeño pañuelo y Mikaela fingió no ver como el blanco se manchaba de carmesí por la sangre—. No nos podemos arriesgar a que hagas otra tremenda estupidez, no es que esta cosa me importe —agregó observando por el rabillo del ojo.
—Ah, qué amable de tu parte —soltó Mikaela había estado a punto de hacer una reverencia para burlarse, pero el gruñido de Jocken lo alertó, por quedarse mirándolo había olvidado que lo estaba amenazando de muerte, otra vez.
Jocken trató de golpearlo con la culata del arma, pero de pronto hizo una mueca y tosió sangre también, el cazador aprovechó aquel momento para soltar su muñeca dislocada e hizo el ademán de encajarle un golpe directo en la nariz, pero una mano intrusa detuvo su brazo al vuelo. Era tan alta como él, no supo cómo, ni siquiera en qué momento se había movido. La figura de esa mujer de trenzas blancas se interpuso en su rango de visión como si siempre hubiera estado ahí, las dos esferas oscuras que tenía por ojos entre las pestañas pálidas se encontraron tan cerca que Mikaela dio un ligero traspié hacia atrás, de repente recordando que también estaba herido y lejos de su guadaña.
—Zora. —Jocken retrocedió un par de pasos como si lo hubieran encontrado haciendo una travesura. Mikaela tragó.
—¿Qué pasó? —se quejó Harlem, las raíces de su cabello se habían puesto completamente blancas—. No puedo arreglarlo.
—Su abismo salió al exterior antes de que ellas entraran. —Zora comunicó el mensaje sin un ápice de emoción, no más de la que mostraba al escanear al recolector.
Al escucharla Harlem abrió los ojos de más, Jocken lanzó una puteada en voz alta.
—¿Qué?
—Me estás jodiendo —lanzó el muchacho—. ¡Génesis debe estar muy herida!
—Sí —asintió de forma mecánica, aún sin soltarlo, sentía que se volvía pequeño a su lado. El aura que envolvía a esa mujer era la misma que podría tener un tornado visto desde el interior cuando estaba a punto de reventar a la humanidad en pedazos. Al final, el silencio se extendió lo suficiente como para resultar incómodo, y la imponente figura volteó hacia sus hermanos y lo soltó—. Alguien estuvo a punto de completar un excelente trabajo.
El estómago de Mikaela se contrajo, Harlem descartó su presencia con un ademán.
—Voy a tener que hacerlo a la antigua —murmuró, a medida que enfilaba hacia la escalera—. Por favor, vigilá que no se pierda mientras las busco —agregó, puso un pie en el mármol quebrado que crujió bajo su zapato, y pareció recordar algo, volteó justo en el instante en que su hermano menor trataba de apuñalar al cazador por la espalda—. ¡Jocken no! ¡Vamos!
Mikaela recibió un resoplido frustrado contra su nuca y trató de alejarse mientras Jocken subía las escaleras con Harlem, pero su mirada recayó de manera incomprensible en la presencia inevitable de esa mujer, que se pasó la lengua por los labios y la pieza de oro enganchada a su labio inferior centelló.
—Seguime por acá, Muerte.
No era una pregunta.
✴ ✴ ✴
Mikaela le siguió no muy lejos de la entrada, trató de memorizar el trayecto, la cantidad de pasos y la forma de la puerta para saber hacia donde tenía que correr cuando la edificación terminara de colapsar, que solo sabía su instinto no faltaba mucho. Ningún cartel de ese lugar tenía algún mensaje coherente, mezclaba las letras cada vez que posaba sus ojos en ellos, y si lo tenía, no estaba seguro de poder confiarse de él.
A medida que avanzaba sentía que se internaba en un laberinto, eran paredes agrietadas que antes no estaban allí, las luces seguían parpadeando deformando el color rojizo del empapelado y las puertas cambiaban de lugar. Solo bastaba una ligera respiración para que un pequeño sistema invisible comenzara a moverse, generando un efecto en el camino bajo sus pies. Era un complicado mecanismo de relojería que hacía demasiado ruido para su gusto, lo que el cazador identificó como un funcionamiento defectuoso, pero no logró identificar el porqué
El techo crujió por tercera vez sobre sus cabezas y Mikaela miró hacia el lugar donde había entrado, la puerta ya no estaba, se estremeció. Zora bajó la taza de té de sus labios, arrugó la nariz y alzó ligeramente la barbilla.
—Hace poco nos quedamos sin ama de llaves porque Harlem la mató, sin querer, obvio, fue una enorme tragedia —comentó en tono monótono, suspiró y dejó la taza sobre la mesa repleta de comida que no se veía para nada apetecible—, por lo que yo tuve que ocuparme personalmente de esta humilde merienda ¿Qué pasa? ¿No te gusta el té?
Si le hubieran dicho a Mikaela que esa noche iba a sentarse a "merendar" al lado de una mujer como esa con la ligera sensación de que estaba a punto de morirse de verdad, habría tenido la decencia de vestirse un poco mejor. Habría aprovechado el momento para usar su joyería de oro a juego, tapar sus cicatrices y quizás habría utilizado alguno de sus mejores trajes de diseñador.
Ahora rogaba al menos un poco de ropa que estuviera en una pieza, limpia, no humedecida y rasgada en más lugares de los que podía contar. Después se dio cuenta de que, al lado de esa imperiosa estatua de obsidiana brillante, con su atuendo elegante lleno de transparencias que dejaban ver sus cadenas engarzadas de piedras preciosas a juego, él se sentía como un mocoso precoz tratando de ocultar el olor a suciedad y metal intenso de la sangre, aunque a ella no parecía molestarle en absoluto, al contrario, no dejaba de observarlo de reojo.
Podría acostumbrarme.
O al menos eso pensaba, porque sus globos oculares eran dos esferas oscuras sin final, se revolvió intranquilo y bebió de su té con la imperiosa necesidad de complacerla. No podía morir envenenado si le había puesto algo al líquido, pero tampoco quería tentar a la suerte, por lo que no pensaba tocar ninguno de esos budines de colores extraños con trozos de cáscaras de huevo incrustadas en la superficie.
Cocinar no parece ser su fuerte.
El hombre despegó la taza de sus labios con el intenso aroma a frutos rojos instalado en su nariz.
—Está frío —dijo sin poder evitarlo, se arrepintió al instante al notar la mueca en la cara de ella. Se había equivocado, pensaba que no podía hacer expresiones faciales, pero si lo hacía, solo que no en los momentos correctos.
—Sí, hace un rato que te estoy esperando en realidad —terció Zora, él vio el polvo acumulado junto al pastel más cercano, y la telaraña que había encima de los pequeños alfajores de la mini torre de postres, provocando que su estómago volviera a retorcerse de la impresión—. El tiempo acá transcurre de forma diferente. Pensé que ya lo habías adivinado, Mikaela. ¿O debería decirte Adrien?
—Mikaela —soltó un poco demasiado brusco, sonrió coqueto y se cruzó de piernas para ocultar el temblor de su voz—. O Muerte, o Recolector de la Corte, como prefieras, a esta altura podría convertirme en lo que quieras que sea.
Se calló de repente, sus nervios lo torturaban.
¿Por qué mierda dije eso?
—Sé quién sos, Muerte, te conozco —lo cortó, estrellando la taza de té contra la mesa—, y también sé lo que le hiciste a ella, no necesito una aclaración ni mucho menos una guía para comprender a tu clase, tampoco a las excepciones como vos. Yo soy la dueña de esta conversación, y vas a hacer lo que te digo, ya que no tengo ganas de lidiar con posibles desvíos porque me hacen doler la cabeza ¿te quedó claro?
El hombre tragó con una sensación extraña en el pecho y se acomodó erguido en el asiento con la vista fija en la taza de porcelana mientras sentía como su rostro se calentaba.
Su forma autoritaria de dirigirlo se le hizo más familiar.
Estás muerto, sonrojarse no es posible.
—Sí, señora.
Ella sonrió.
Tal vez el té si estaba envenenado.
—No, no estaba envenenado —dijo con honra, su sonrisa se ensanchó ante el sobresalto del cazador—. Te lo dije, yo te conozco. —Agitó la mano para restarle importancia a la gravedad de sus propias palabras—. Nunca podría perder de vista al muerto viviente que se convirtió en la piedra angular de la voluntad de Caos, y creeme que me encantaría jugar con vos, pero seguramente tenés algunas preguntas específicas ¿no? Bien, este es tu momento, querido.
El recolector se encontró mordiéndose el labio con indecisión. La situación tenía todas las características de una posible pesadilla, pero con la historia que los otros dos le habían contado y ahora las palabras de ella, sentía que las pequeñas piezas más pequeñas del enorme rompecabezas de misterios que regían ese mundo intentaban anclarse al lienzo.
Abrió la boca, y de repente el hotel entero se agitó con un grito de indignación que sonó más humano de lo que pudo concebir. Polvo caía del techo, debido a las grietas que empezaban a extenderse por las paredes, y Zora no se inmutaba ni un poco.
—No estamos en Ansía ¿verdad? —afirmó, en su intento por sonar decidido—. Este lugar es...
La mujer torció la cabeza con semblante decepcionado y bufó.
—¿Solo eso vas a preguntar? Te estoy dando una posibilidad, la única de hacerme una pregunta que podría ser sobre el provenir de la humanidad, Mikaela. —Lo reprendió divertida, pensar en qué era lo que le causaba tanta gracia hacía que le diera vueltas la cabeza—. Los detalles sobre la ubicación de este subplano no deberían importar.
El suelo vibró con intensidad y el hombre soltó el aire entre los dientes. Estaba sentado, pero tenía la sensación de vértigo anclada al estómago, parecía que nunca llegaba a tocar nada en ese lugar.
—¿Dónde está Génesis? ¿Y cómo planean ayudarla?
—Ahora sí. —Ella sonrió otra vez de esa manera, no le enseñó los dientes, era una expresión que daba a entender que esperaba esa pregunta—. Hemos estado tratando de ayudarla durante los últimos mil años, pero la verdad no sirve si el que la recibe se niega a escuchar.
El cazador arrugó el ceño.
Pero si me estás hablando en código, carajo.
El suelo volvió a agitarse, y el rugido delató la grieta que reptó hacia la intrincada araña que estaba sobre su cabeza. Apenas alcanzó a saltar de su asiento antes de que la pesada pieza se desprendiera del techo. Impactó directamente en donde él estaba sentado segundos atrás, observó la mueca serena de ella, que miraba en esa dirección, ahora solo había fragmentos de cristales rotos y punzantes clavados en las almohadas del sillón.
—¡¿Cómo es que podés estar tan tranquila?! —chilló rompiendo su paciencia—. Por el santísimo, ustedes están tan locos como todos los dioses de este mundo del infierno. ¡Y este lugar se está cayendo sobre sus cabezas, y ella está ahí perdida! ¡Discúlpenme si no confío en ustedes, ni en sus magníficas capacidades queridos Sin Rostro, pero hasta ahora no me demostraron que yo pueda pensar lo contrario! ¡Yo me voy a buscarla, a la mierda con ustedes manga de locos!
El recolector saltó el sillón con un movimiento rápido y enfiló a donde pensaba que estaba la puerta. Sin embargo, la voz de ella, tan tranquila, resonando en el interior de su cabeza hizo que se detuviera de golpe con los nervios de punta.
«Pero con vos es diferente, con vos demuestra que intenta cambiar»
La miró con los ojos abiertos de par en par, su respiración entrecortada demostraba que las consecuencias de estar lejos de su guadaña se empezaban a hacer evidentes.
—¿Qué? —Otra vez, no pudo reaccionar, fue un mísero instante, en el que parpadeó y la mujer se movió. Se acercó a él y apoyó la mano en su mejilla surcada por las cicatrices. En realidad, parecía haber estado allí todo este tiempo. Sus uñas en punta se colaron por su cabello y notó en sus ojos, pequeñas luces parpadeantes, eran estrellas.
«Puedo llevarte con ella, si estás dispuesto a solucionar el problema que vos mismo causaste al lastimarla»
—Llevame, por favor —pidió más desesperado de lo que podía aceptar. La acompañó de vuelta al viejo sillón de terciopelo, y se sentó a su lado—. Quiero arreglarlo.
—Mirame. —Zora ya no sonreía, su expresión se había oscurecido por el pedido de él, se limitaba a actuar como una estatua viviente. Encajó la otra mano contra su cabello, y acunó sus mejillas, restringiendo por completo su movilidad—. Y ayúdala.
De repente, el aire se detuvo, pareció transcurrir con excesiva lentitud, a medida que más y más estrellas emergían en el firmamento atrapado en los ojos de ella. El ambiente se apagaba como si la luna se estuviera posando frente al sol, y la luz cada vez más brillante le quemaba las pupilas. Mikaela sintió el verdadero dolor ardiente, uno que solo había conocido en sus años de tortura en la Corte, pero no pudo hacer sonido alguno, pues apenas abrió la boca, fue como si se encontrara bajo el agua.
Se ahogó, al mismo tiempo que sentía una mano intrusa invadir su conciencia.
«Ella solo podrá escuchar tu voz»
Parpadeó para adaptarse a la oscuridad, el olor a humedad y sangre le inundó la nariz, y el crepitar de una pequeña hoguera se coló junto al aroma a velas consumidas. Un fuerte mareo lo atacó, por lo que tuvo que sostenerse de una de las nudosas paredes de piedra, y el cadáver putrefacto de una enorme quimera recostada sobre una plancha de metal lo saludó con sus ojos de cuencas vacías.
Tuvo náuseas, y el sentimiento de encierro que activó su sentido de supervivencia le dijo que se encontraba varios metros bajo tierra, el tintinear de las cadenas en la camilla vertical que estaba de espaldas a él le hizo centrarse en la figura vendada de pies a cabeza que convulsionaba entre gruñidos incomprensibles. Estaba desnuda, su cabello se regaba como una intrincada telaraña sobre el acero, y en el espacio de sus ojos tenía una venda manchada.
Estuvo a punto de soltar un grito de la impresión, pero se contuvo y Zora lo reprendió mentalmente.
La criatura encadenada no detenía su llanto, y entre todas las palabras que desbordaban sus labios negruzcos por la putrefacción solo podía comprender una.
—¿Padre?
Su voz estaba oxidada, desesperada, igual que el roce de las heridas en carne viva contra el metal que envolvía sus extremidades, pero él podía reconocer esa voz en donde sea.
Era la de Génesis.
El recolector creyó ver el movimiento de una figura en la esquina más alejada de aquella sucia bóveda, sin embargo, la visión de ese hombre entrando por la puerta principal de lo que parecía ser un viejo laboratorio se llevó toda su atención. Caos irrumpía con paso decidido, y su ropa llena de sangre, carbón y un líquido oscuro y viscoso le manchaba la parte inferior de la toga hasta la cadera, también los pies. Llevaba en las manos algo chamuscado por el fuego, que de lejos parecía una pieza enorme de carbón, pero de cerca vio que brillaba sangriento bajo la trémula luz del fuego.
Era un corazón.
Lo dejó sobre la mesa junto a una cantidad exagerada de utensilios de época y se puso a murmurar una sarta de palabras que no comprendió al principio hasta que el órgano del monstruo en la mesa se expandió. Tentáculos de humo se movieron en la oscuridad, formaron la figura difusa de una criatura que a Caos le hizo sonreír como si hubiera visto a un viejo amigo.
—Bienvenido, querido Abis.
—Espero que haya un buen motivo por el que me hayas traído a este horrible lugar. —La voz profunda de la encarnación de las pesadillas retorció su estómago junto a sus recuerdos de los Noctámbulos con los que había tratado, y las náuseas lo atacaron.
Esas criaturas no tenían permitido pisar ese plano.
—Siempre lo hay —murmuró Caos con tono cantarín, señaló a la muchacha encadenada—. Siempre hay un buen motivo para aceptar hacerle un favor a tu Señor.
—Mi Señor —se burló el monstruo, pero giró la cabeza hacia ella—. Para mí, eso no basta.
La sonrisa fingida de Caos se borró, y la alegría se diluyó sobre sus facciones como la cera de vela deforme que adornaba los estantes de la bóveda, su ojo verde no mostró emoción alguna, no más que el deseo de venganza que expulsó la atroz cicatriz que cegaba su ojo derecho.
—Te ofrezco a mi hija.
—¿Cómo? Esta no es tu hija —negó, hasta la incredulidad se leyó en la horrorosa expresión de placer de ese monstruo—, solo reviviste a la Sombra que la asesinó.
Mikaela escuchó un pequeño gemido de dolor ahogado en la oscuridad y se movió lentamente hacia allí, mientras Caos señalaba a la muchacha encadenada con odio. Su rostro pálido empezaba a volverse cada vez más cadavérico a medida que las grietas de su ojo se extendían.
—Te la ofrezco a ella, como la posibilidad de abandonar el asqueroso infierno del que vienes —anunció con tono elocuente—. Te estoy ofreciendo el futuro de una nueva especie, la felicidad y cada pequeña porción de cordura que pueda aparecer en su eternidad.
El Abismo se acercó a la muchacha, considerando su oferta.
—Ah Caos, el odio te consume, qué humano te volviste —señaló con diversión—. ¿Y qué es lo que quieres a cambio?
Mikaela no necesitaba seguir escuchando esa conversación, llegó al lugar de donde venía el ruido y comprendió a lo que Zora se refería. Una respiración pesada y errática descubrió a la pequeña figura oculta en la oscuridad, lo que él pensó era una simple sombra ocasionada por la luz cálida del fuego. Se había vuelto un pequeño bulto que abrazaba sus rodillas y agitaba los hombros al ritmo del llanto amargo.
Ahí la encontró a Génesis, la real, las lágrimas desbordaban sus ojos negros, oscuras al igual que la sangre de Hole, lloraba como si se desangrara, y no podía detenerse mientras trataba de ahogar el ruido de su corazón hecho pedazos.
Mikaela se paró entre la imagen de fondo y ella, donde el Noctámbulo aceptaba el ofrecimiento de Caos y se acercaba a la mujer encadenada para adueñarse del cuerpo a través de esas quemaduras que aún perduraban en esa piel. Se inclinó con cuidado y temor, le tocó hombro con suavidad para evitar asustarla y en el instante en que levantó la cabeza encontró su propia voz más decidida de lo que había estado nunca.
—Vámonos, dejemos este lugar. —Extendió la mano, pero en una exhalación se encontró con ambos brazos rodeándola, y con la mejilla apoyada en su cabeza.
Génesis no dijo nada, solo había reconocido su olor, continuaba ahogada con sus lágrimas, pero ahora aferraba su ropa y ocultaba la cara en su pecho, deshaciéndose en lamentos que no daban la sensación de tener algún final. Él también lloró, lo hizo por ella.
Para ambos bien podrían haber pasado días, meses, años, estaba seguro de que la tristeza de ella era lo suficientemente grande para perdurar por siempre, y él no pensaba moverse. Se habían convertido en una estatua erguida solo por el dolor, y tenía la sensación de que si levantaba la cabeza su compañera iba a derrumbarse frente a él como simples cenizas.
No lo hizo ni siquiera cuando el fuego se apagó y la escena siguió transcurriendo a sus espaldas. Ni siquiera cuando el frío caló en su columna, y pronto se le empezaron a entumecer las extremidades. Se cuestionó que tanto necesitaba su guadaña para vivir, y si debía reaccionar de alguna manera cuando algo crujió a sus espaldas.
Génesis abrió los ojos en la oscuridad.
—El recuerdo se quiebra. —Su voz sonó áspera, el cazador asintió, pero no la soltó—. Tenemos que salir, Mikaela... —Repentinamente el rugido de algo rompiéndose ahogó sus palabras, el viento hizo volar su cabello, el suelo cedió bajo sus pies y por más que la desesperación lo alertó y quiso moverse, no pudo hacerlo—. ¡Mikaela!
Había alcanzado su límite.
Recordó las palabras de Zora, a medida que la sensación fantasmal de su guadaña desaparecía, el hilo que unía su alma se volvía más fino, tanto como el brillo que entraba a través de una pequeña cerradura.
«Acá el tiempo transcurre de forma diferente»
Él solo pudo observar la habitación deshacerse como a través de una foto vieja de antaño, mientras caía en la oscuridad ni siquiera así quiso soltarla. Sin embargo, Génesis trató de sostenerlo igual que antes, y no lo consiguió. Pequeños puntos de luz se extendieron para cegarlo de nuevo. Un instante después, parpadeó en ese gran salón otra vez, y Zora le sonrió, como quien le sonríe a un paciente enfermo que sabe en el fondo, que no va a poder recuperarse.
—Lo lograste.
Las puertas dobles se abrieron de un estruendoso golpe y ambos hermanos aparecieron en el umbral son semblante victorioso, al mismo tiempo que un bulto caía del techo ya inexistente. Génesis se irguió a duras penas unos instantes después y Zora la saludó con una sonrisa.
—¡Por fin! —exclamó Harlem con cansancio—. ¡Estamos todos!
Sin embargo, la mujer quién se había mantenido imperturbable en todo momento abrió la boca de repente, la sorpresa la inundó y el té que estaba a punto de llevarse a la boca se resbaló de sus manos, haciéndose añicos contra el suelo, como si su cuerpo hubiera podido predecir el quiebre.
Ella y todos los presentes en la habitación observaron hacia la esquina donde el suelo cuadrillé se corrompía por la negrura, y el viento helado se alzaba junto a la masa amorfa de niebla que extendía los brazos de oscuridad en la habitación. Poco a poco, se transformaba en una figura de cabello rojo largo hasta los pies, en un rostro perturbado por la cicatriz tuberculosa que cegaba su ojo derecho.
—Ahora sí, mis niños.
Caos sonrió a todos los presentes, enseñando los dientes, como un intérprete que saluda a su público luego de realizar una actuación que considera más que excelente.
✴ ✴ ✴
4/6
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