|Capítulo 42: El sueño del impostor|
—Los encerré en el fondo de mis pesadillas,
su único consuelo era mi promesa
de que algún día volvería
cuando me cansara de jugar.
Siguió a la Teniente fuera de la sala de demostraciones a través del pasillo en silencio, trató de alcanzarla, pero sus soldados eran una muralla de cuerpos armados y listos para actuar, ocultaban sus rostros en las sombras, no parecían quimera o humanos.
Ella se iba al frente con paso tranquilo, satisfecha por la conclusión a la que acababa de llegar, pero Marcel había trabajado durante tanto tiempo para mostrarle por fin a la mezcla perfecta entre Quimera y Sombra. Un ente capaz de volver a alcanzar la inmortalidad que ese loco que todos llamaban el Creador les había quitado hacía tanto tiempo en un arranque de ira irracional.
Había pasado demasiado tiempo, pero Marcel atesoraba ese recuerdo, y el de sus años de aprendiz en la iglesia como el fuego del resentimiento que jamás deseó extinguir por su cuenta.
En ese entonces aún con la catedral sitiada por las quimeras revelándose en su contra, su maestro aún seguía encontrando el momento perfecto para expiar sus pecados utilizando su cuerpo. El muchacho era una quimera normal, su animal original era un tipo cisne. Demasiado joven e indefenso para entender lo que sucedía, pero podía reconocer la putrefacción de un alma cuando la veía, lo sentía invadirlo y luego por su cuenta intentaba borrar con los instrumentos sagrados cualquier rastro de su suciedad. Caos enfureció con su propia gente, un motivo diferente lo llevó a reaccionar tan abruptamente, y él lo sabía, reconocía cuando alguien usaba una excusa solo para causar el mal.
Aun así, los humanos de aquella época no debían enterarse de la verdad.
Cuando el conflicto con el Creador estalló sus emisarios más cercanos sufrieron las consecuencias. Marcel aprovechó su oportunidad, probó los efectos de la asimilación corporal antes de que Él se diera cuenta. Arrancó de los huesos de su maestro cada bocado, con la esperanza de que así pudiera llevarlo a comprender qué se sentía ser como él. Quería saber qué era lo que tenía de diferente la sangre de un original, la especie más cercana a Caos, probar un poco de su inmortalidad, pero la asimilación ocurrió y no pasó nada, después de la maldición solo se convirtió en un monstruo, una bestia marina, la que conservaba.
Igual que todas las cicatrices en su cuerpo, eran imposibles de borrar, contenían la historia, la historia real. Envejecía lento, y con él sus recuerdos, su vida, todo lo que había hecho para dejar de ser el joven y frágil aprendiz cisne. Las vidas que había arrancado, las cabezas que destrozó bajo sus zapatos, las habilidades que había adquirido consumiendo a sus iguales y los niños experimentales que murieron en sus brazos. Finalmente lo había logrado. Una criatura longeva no sin moral, ni ética. Se había hecho una vida a partir de la sangre que manchaba sus manos, con una reputación precedente, pero el tiempo transcurría demasiado rápido, empezaba a sentirse cansado, lento y desesperado.
Por eso necesitaba de vuelta la inmortalidad. Tenía que asegurar su permanencia, seguir escalando, para llegar a la conclusión a la que el Creador había llegado. Y casi lo logró, su hijo lo hizo posible. Era consciente de que merecía su odio, pero también sabía que algunos habían nacido para gobernar y otros para ser gobernados. Su anterior versión fue aplastada bajo esas máximas, luego se había reconstruido para poder volver a escribirlas.
Si Luís era digno de alcanzar la cima también iba a llegar a la misma conclusión.
«Rompiste a tu hijo, Marcel. Dañaste a tu propia sangre, extinguiste lo único que te queda de descendencia»
No, él es fuerte, a la larga va a comprender.
Pero tenía que hacerle entender a esa mujer primero.
Por eso no podía dejarla ir, su única oportunidad de formar parte del Consejo Directivo de la Sociedad, un organismo que reunía a todos los Originales del mundo, era el sueño de escala máxima a la que había aspirado en un principio. Tenía que explicarle en qué les beneficiaba este descubrimiento para abastecer su ejército, estas criaturas eran perfectas para liderar la guerra en contra de la humanidad que los obligó a esconderse durante tantos años. Iban a ser un punto crucial al demostrar finalmente quiénes eran los que merecían ocultarse para ser dominados.
Marcel se internó entre los soldados de Minerva con rapidez y trató de alcanzarla, al menos tocar su hombro, pero fue como si se activara un interruptor, antes de que lo consiguiera alguien le clavó un codazo en el costado y lo empujó contra la pared, haciendo rebotar su cráneo. Sintió un dolor punzante, también le había quebrado un par de costillas. Dos lo sostuvieron para que no pudiera moverse y otro presionó su garganta con su antebrazo.
—No te atrevas a tocarla —gruñó uno, su rostro estaba cruzado por varias cicatrices y su dentadura era la de una bestia común. Tenía el cabello negro, uno de sus ojos era azul claro y el otro estaba teñido de negro.
Trató de moverse, no entendía la fuerza que tenía ese puñado de quimeras comunes tan jóvenes. El resto de los aprendices que salieron de la sala se quedaron parados en el pasillo, observando con enfermiza curiosidad.
—Teniente, por favor —tragó su malestar, no estaba acostumbrado a rogar—. No se vaya, déjeme explicarle.
La mujer apenas tuvo el reflejo de voltearse como si no le importara lo suficiente. Su cabello enmarcaba una expresión de piedra, al final Marcel comenzó a forcejear de nuevo con sus hombres, utilizó su fuerza sobrehumana y solo cuando logró zafarse de las garras de uno, su gesto mostró algunas grietas y ella lo recorrió de pies a cabeza con desgana.
—No hay nada que puedas decirme que vaya a hacerme cambiar de opinión, esa criatura es una aberración —dijo inexpresiva—. Debe morir cuanto antes.
Le dolió escuchar esas palabras. No comprendió cómo podía actuar tan tranquila después de lo que acababa de mostrarle, incluso le hizo pensar que su discurso, la humillación que le había hecho arder la nuca, parecía una perfecta actuación a su lado. El plan fue apresurado, y aun así Mare percibía que algo no encajaba, en su actitud y los argumentos que utilizaba para descartar su proyecto, su descubrimiento.
Algo estaba mal.
—Pero él sigue siendo mi hijo, no voy a dejar que muera —afirmó, relajando los músculos, dejó de forcejear—. Es la criatura más capaz que conozco, su madre fue una Sombra, tiene en la sangre la huella que le da la posibilidad de convivir con ellas, con el entrenamiento correspondiente él podría dirigir su propio ejército, podría llegar a controlarlas...
Minerva asintió hacia uno de los hombres que clavaba la rodilla en su muslo y este conectó un puño contra su rostro. Antes de que pudiera despejarse, otros dos golpearon sus costillas rotas y partieron varias más, luego lo obligaron a arrodillarse. Obstruían un lado del camino, los ojos de todos los practicantes se habían convertido en agujeros blancos perdidos en la periferia. Si algo sabía sobre los Originales era que su orgullo pesaba más que cualquier baño de sangre y siempre solían recurrir a la humillación pública.
Ella se acercó, lentamente, Marcel sentía que se movía en cámara lenta, como una gran estatua de piedra negra, se había deshecho de su máscara imperturbable, estaba furiosa. Percibía la pesada respiración de la otra bestia parada a su lado. Llevaba guantes, pero se le marcaban las venas oscuras en las sienes y también en su barbilla. La original bajó la voz, pudo escuchar el gruñido de sumisión generalizado de sus guardias personales, eso y la ambición encendida en sus pupilas fue lo que le hizo darse cuenta de lo que estaba mal.
—Ese monstruo tuyo debe morir por el bien de la Sociedad —susurró, se inclinó más cerca, sobre su oreja y él vio el complicado entramado de raíces negras ensancharse en su clavícula, hacia su pecho, en el espacio de su corazón—. No necesitamos a un imbécil más que cree que puede reemplazarnos creando soldados con sus proyectos experimentales, nosotras ya les damos suficientes a la Sociedad. —Ella se alejó con una sonrisa mordaz y retrocedió un poco mientras los demás lo sostenían—. Tendrías que conocer cuál es tu lugar en la cadena, Marcel.
Le dio un rodillazo en la nariz, en la parte más sensible de su cuerpo. El rojo se derramó, las pulsaciones taladraron su cerebro, pero no contenta con eso, volvió a repetir la acción sin que él pudiera evitarlo, esas criaturas lo mantenían anclado al suelo, inmóvil.
Todos sus "hombres" imitaron su expresión como un simple reflejo, lo rodeaban y sacaban sus garras, lo hacía evidente. Rasgaron su ropa, siguieron una misma criatura. A esa mujer, que había logrado lo mismo que él, pero de una forma diferente. Se había dejado poseer por una sombra, y detenía el proceso de deterioro conscientemente. Ella era más grande y mejor. Se alzaba sobre su propia especie, y lo hundía a él.
Pensó en Luís y en lo que habría podido lograr si alcanzaba a asimilarla también a ese punto, pero supo a lo que ella se refería con "aberración". Iba a matarlo para que no pudiera interponerse en su camino, e iba a quemar todos sus avances para mantener su puesto en la sociedad. Había captado la atención de la ballena más grande en el océano, y ahora iba a comérselo para que no llegara a estorbar.
Se resistió, hacía siglos no se transformaba, a su edad creía haber vencido las adversidades del tiempo, pero este siempre iba a cobrarse su deuda en algún otro momento, y dudaba poder volver a su forma normal una vez que lo hiciera.
El círculo de bestias se abrió como si quisiera dejar que los demás pudieran ver el espectáculo, Minerva tiró de su cabello blanco y enseñó sus manos. Le arrancó los restos de tela de su camisa para que las cicatrices enrojecidas quedaran a la vista, eran demasiado viejas, los años las fundieron sobre su piel, pero jamás desaparecían, solo se volvían más visibles a medida que su pulso las alimentaba, era lo único que le quedaba de su versión anterior.
—Miren esto —rio ella—. Lo sabía. —Estrellaron su cabeza contra los azulejos y levantaron su camiseta para enseñar su espalda, la peor parte, la piel le quemaba por la humillación, veía las batas médicas moverse como fantasmas danzantes en el pasillo, y la voz de esa mujer tronaba— ¿Lo ven? ¿Saben lo que significa? Siempre fue un impostor —Le pisó la cabeza con su bota—. Quédense con su jefe de mierda, la Sociedad jamás admitiría falsos originales.
No pudo evitarlo, ante la humillación su cuerpo reaccionó por sí solo. Una vez que las amalgamas lo soltaron y Minerva comenzó a alejarse a través del pasillo. Los murmullos aumentaron su torrente sanguíneo, su piel comenzó a volverse más blanca, más viscosa, y las líneas irregulares se tornaron más rojas. Se encogió sobre sí mismo y cerró los ojos con cansancio. No esperaba encontrar allí al fruto de su reciente desesperación.
«Ellos jamás van a valorar todo el esfuerzo que hiciste»
Su reputación estaba hundida, el fruto de su trabajo, arruinado. Y ahora había llamado la atención de una Original con una sombra y había aprendido a manipular a al menos cinco amalgamas como lo hacía el Sin Rostro. Aquella voz continuó hablando.
«Pero podrías hacerles entender a la fuerza»
Después de que acordó con el Sin Rostro, le había entregado varias amalgamas confeccionadas por su propia mano. Hechas con cadáveres de quimeras normales, lo suficientemente tranquilas como para aceptar su orden. Sin embargo, Mare había estado experimentando por su cuenta antes de llegar a su hijo y descubrió que cuando se unían demasiadas o variaba la pureza de la sangre sus pensamientos bullían y no podía darles órdenes porque lograban materializar una conciencia más individual. Arrancar la carne de cualquiera, provocar a los otros para expandir el parásito en su interior o solo causaban el caos. Jocken se lo había advertido la última vez, pero no quiso escucharlo.
«Si me dejaras entrar, podrías controlarlas»
Se levantó con pesadez, no supo cuánto tiempo había pasado, pero el pasillo estaba a oscuras, hundido en un silencio que se rompía debido a las garras que rasgaban las puertas de acero de las demás criaturas experimentales que no habían salido tan bien.
Monstruos deformados, extremidades con huesos afilados, ojos y dientes que solo servían para matar. No había conciencia ahí, solo la pulsión instintiva de causar el mal. Sintió un hormigueo en las manos, se extendió a todo su cuerpo, aquella voz seguía hablando.
«Dame tu corazón, yo te ofrezco el poder»
No se estaba resistiendo, no quería, tan solo se dejaba envolver. Una mujer se materializó a su lado y apoyó la mano en la suya. Reina le sonrió a través de sus lentes, su porte demacrado, y sus ojos miel le recordaron la última vez que la había dejado, y una fina línea roja se iluminó en su dedo anular. El ángel, su promesa de volverlo grande todavía lo esperaba.
—Un último esfuerzo, Marcel.
Sentía que sus cicatrices continuaban quemando, temblaba, se asomó a la pequeña ventana para ver a uno de esos monstruos, y de repente su mano danzó sobre la llave maestra de todas las jaulas de ese piso. La bestia se encorvaba, lamía su pelaje, la carne putrefacta. Al verlo se estrelló contra el acero y comenzó a rasparlo desesperada. Su propia sombra se revolvía en su interior.
Si se concentraba podía ver el reflejo en el vidrio, a través de esos ojos negros. Un hombre igual a él sonreía con una mueca desencajada, y le ofrecía la mano.
Abrió la puerta.
Marcel no podía controlarlas, lo supo cuando la criatura se lanzó sobre él, sin embargo, podía dejarle a la sombra cumplir su deseo de hundirlos a todos bajo el agua.
✴ ✴ ✴
Al dejar a ese parásito ejercer influencia sobre su cuerpo, su temperatura bajó y la piel alrededor de sus cicatrices comenzó a volverse violeta, se convertía en un cadáver viviente a través del lente de una pantalla aislada de la realidad. Sus recuerdos se mezclaron, sin embargo, podía sentir a esa criatura atragantarse de la oscuridad, se hundía, mimetizándose con él tal cual lo había hecho con su maestro hacía más de mil años atrás, y con todas las criaturas que había consumido desde entonces. No podía ejercer más influencia negativa de la que ya tenía, él alcanzó el límite por su cuenta. Fue como si se hubiera iluminado el túnel ante él, sonrió.
Las sombras trabajaban sobre el sufrimiento ajeno que provocaba la culpa, lo tejían con cuidado en sus recuerdos, haciéndolo cada vez más grande, pero a él no podían hacerle sufrir más de lo que ya había sufrido. El dolor estaba cristalizado en todas sus heridas, y no existía alguna clase de arrepentimiento en sus pensamientos, hacía tiempo había dejado de sentir la culpa que caracterizaba a los humanos.
Ahora era un monstruo completo.
Las amalgamas lo seguían, se sentía vivo, más de lo que lo había sido en todos estos últimos años. Sus extremidades eran ligeras, la manifestación de su maldad estaba completa. Era perfecto, sin embargo, a esa criatura no pareció gustarle.
«¿Qué mierda pasa con vos? Sos un monstruo»
Esa voz sonaba igual a la de Reina, la había tomado de sus recuerdos para tratar de afectarle. Marcel resopló.
—Gracias por el halago.
No iba a poder volver al laboratorio después de lo que había hecho. Luego de que abrió todas las jaulas fue a buscar a su hijo, pero se encontró con el salón vacío, y el piso repleto de sangre.
Luís si había conseguido salir por su cuenta.
Solo necesitó respirar una vez para reconocer la presencia de ese recolector y a la bestia de Caos. Los encontró al final.
—Ojalá no me hayan esperado demasiado. —Disfrutaba las palabras saliendo de su boca, su piel había dejado de quemar hace mucho y solo percibía un efervescente hormigueo en donde la putrefacción lo alcanzaba y se detenía. La sombra se ahogaba en su interior, no podía controlarlo, él si—. Me gustaría hablar.
No dejaba de sonreír.
En contra de sus palabras a su lado pasaron como corrientes de aire los monstruos liberados. Algunos en cuatro patas, parecían perros gigantes con veneno chorreando de sus mandíbulas, otros con forma humanoide y huesos deformados en filosas puntas, sus pieles azuladas y ojos negros como el alquitrán. Se detuvieron solo para calcular a las tres figuras delanteras, gruñían mientras caminaban, los rodearon con rapidez.
El recolector golpeó el acero de su arma contra el suelo y su guadaña centelleó con el fuego celestial, pero fue Génesis quién habló, la otra cría quimera que había visto merodear en el bar le ajustaba una venda improvisada, mientras ponía la mano contra su garganta.
—No quiero escuchar nada de lo que digas, animal inmundo. —Su voz fue un crujido que sonó como una tubería hueca. Alzó las cejas, mientras se acercaba, ensanchó los músculos, obligó a su cuerpo a volverse macizo ahora que tenía la posibilidad.
La primera vez que la vio en su forma real se había sorprendido. No la reconoció al principio, solo cuando la vio manifestar su piel marcada y el infierno que la seguía pensó que iba a morirse del miedo. Sin embargo, ahora que la tenía enfrente, deformada por la influencia de la sombra, la veía como un experimento agotado, percibía su respiración pesada y la forma en que se encorvaba.
Esa era su oportunidad.
—No parecés estar en condiciones de negarte —dijo con tranquilidad, no vio a su hijo por ningún lado, se lo habían llevado. Aquello no le afectó lo suficiente.
Génesis quiso avanzar, pero la mano del recolector se cerró en su muñeca.
—Es una observación muy desacertada de tu parte. —El cazador le dedicó una sonrisa torva, y ella hizo chasquear los dientes. Fue un movimiento compartido, los monstruos se revolvieron, la otra terminó de ajustar la venda en ella y una de las amalgamas atacó.
—¡Atrás! —Maldijo a la quimera de cabello azul que lo alertó. Mikaela retrocedió y balanceó la guadaña, rebanando el pescuezo en dos.
Marcel tuvo la lucidez suficiente para reconocer que ese fue el principio del fin.
Todas se alborotaron con el cuerpo caído, algunas se lanzaron al suelo a comerse su carne, pero un rugido generalizado tronó en el aire y el círculo entero se rompió. Fue como si el estacionamiento se hubiera convertido en un campo de batalla, alumbrado por las luces de emergencia de ese hueco perdido en la tierra.
Marcel se preparó, y Génesis avanzó en su dirección, en realidad, fingió hacerlo, primero hacia la derecha, rápida y ligera a pesar de su contextura, luego fue hacia la izquierda sacando sus garras con dos zarpazos directo a su garganta como la sentencia de muerte definitiva, pero Marcel no cedió. Le sorprendió esquivarla tan fácil, no era por una falta de ella, era él quién se había vuelto más rápido. Podía ver una ligera sombra oscura que se escurría de sus movimientos.
Se volvió hacia él, Marcel captó su sorpresa en los ojos abiertos de par en par, y en el ligero gruñido que se escapó de los labios apretados mientras miraba el espacio de su corazón, y lo reconocía.
—Tienes un parásito.
Por alguna razón, su comentario le pareció gracioso a la criatura en su interior, que aprovechó su concentración en el exterior para tomar posesión de sus cuerdas vocales y hacerse oír.
—Sí, increíble ¿no te parece?
Ella escupió el suelo a sus pies y volvió a atacar. Un golpe de su codo directo a la mandíbula, seguido de una brutal patada. Marcel pretendía mantener el control sin responder, lo cual la enfurecía aún más. Él alcanzó a desviar su siguiente golpe y la desestabilizó.
Suspiró, hacía tiempo no luchaba. La cantidad de guerras en las que había participado, solo para instruirse en al arte de la muerte cuando no sabía suficiente, y aún lo recordaba. Génesis era la oponente perfecta, su fuerza no admitía comparación, no pudo evitar que la emoción crepitara en su interior, acompañada de la hormigueante sensación de las heridas que se escurrían a través de su cuerpo.
Quería más.
Reconoció la influencia de la sombra en sus sentidos, su piel empezaba a volverse violeta oscuro, y eso era una mala señal, pero ella se veía desesperada. Respiraba de manera superficial, su venda estaba cada vez más empapada, y notaba a la oscuridad escurrirse de su silueta, le ayudaba a predecir sus movimientos. Su piel pálida, casi transparente era como un faro en medio de la noche.
—¿Por qué tanta violencia con la única persona que puede comprenderte en este mundo? —cuestionó Marcel con una sonrisa, trataba de ganar tiempo mientras sanaba con rapidez—. Tenemos la misma edad, Génesis. Las desgracias de Ansía no entienden lo cruel que es el tiempo para nosotros.
—Cállate —siseó—, no somos iguales.
—Nos parecemos más de lo que pensás. —Fingía seriedad, esquivó su muerte una vez más, pero una de sus uñas le abrió un gran tajo en la comisura de los labios—. Hacemos lo que esté a nuestro alcance para conseguir lo que queremos. —Se tocó la cara y lamió la sangre de sus dedos—. Somos supervivientes.
—Lo que le hiciste a Reina no fue para sobrevivir —murmuró ella acercándose con pesadez, hizo una finta rebuscada y lo golpeó directo en la cara—. Solo te divierte el sufrimiento ajeno, Marcel.
—Al menos yo no vago por el mundo buscando el mío —dijo él, Génesis avanzó, Marcel esquivó sus garras, pero ella giró demasiado rápido y recibió su talón en la cara, la debilidad en su nariz seguía en pie, pero en vez del dolor, un estallido de placer lo mareó.
Ah, que maravilloso.
Génesis pateó su rodilla, y así lo obligaron a arrodillarse por segunda vez ese día. Algo en su interior tembló, recordando de forma involuntaria la visión de su abismo en el bar. Sin embargo, nada pasó, su rostro estaba surcado por esas marcas, pero no había agujero, no había infierno.
—Eres repulsivo, me das asco. —En su lugar tiró de su cabello hacía atrás, su mandíbula empezaba a perder la forma, se extendía cada vez más, mientras clavaba las uñas en su espalda—. Voy a arrancarte la columna.
El hechizo que tenía sobre ella se deshizo, se dio cuenta de que no podía crearlo, y no comprendía cómo, pero esa herida empapada en su cuello y la sombra que manaba de ella tenía algo que ver.
Él encontró una abertura justo cuando estaba a punto de arrancarle la cara, tiró de su pie para hacerla caer a su lado, lanzándola con un único golpe que hizo crujir sus huesos contra el suelo, se inclinó y envolvió su cuello con la mano. Génesis se sobresaltó por el dolor, y notó el calor de su piel, se estaba incendiando por dentro. Soltó una risa, de placer, y anticipación. Sometía a la voluntad de Caos.
—Sé dónde se esconden los Sin Rostro, si me escucharas. —La mirada que centelleó en sus ojos durante una fracción de segundo fue como si de repente se hubiera convertido en una niña—. Te podría decir dónde están —susurró sobre su oreja, su mano resbaló por la sangre en su cuello y de la desesperación se arrancó la venda.
Pudo comprender qué había visto Caos en ella.
—¡Mientes! —gruñó, le dio un cabezazo y se lanzó hacia arriba, el trozo de tela colgaba y goteaba sobre el asfalto, pero no fue eso lo que le hizo retroceder.
Ella también lo sintió, llevó una mano al tajo en su cuello.
La sombra que él había visto al principio se hizo más gruesa, ahora emanaba en grandes raíces que se subdividían, ensanchándose al entrar en contacto con el aire. Se extendía hacia el suelo, también al techo. No lo había notado antes por estar inmerso en la pelea, pero cubría el resto de los enfrentamientos, como si sucedieran en la lejanía.
Estaban cubiertos por un telón de negrura que giraba en torno a ellos.
Ella se desesperó, perdía el control. Trató de avanzar, pero un rayo de dolor la obligó a encorvarse. Ese era su maldito abismo intentando hacerse con su voluntad.
Marcel captó la rigidez en sus movimientos. Génesis tensó sus facciones, apoyó la mano en su rodilla, intentaba respirar cuando un grito la atravesó de pies a cabeza. Era un sonido salido de la oscuridad, alguien dijo un nombre. La puso en movimiento con una angustia dolorosa, se olvidó de todo lo demás, incluido él.
—Mikaela. —Apenas alcanzó a hablar, y otra vez hizo ese gesto. Una ligera arruga de preocupación humana en sus cejas que la desarmaba por completo, fue todo lo que Marcel vio antes de perderla en el interior de las brumas.
Tembló por dentro al no encontrar el camino de salida a ese laberinto y la siguió. Unos pocos pasos bastaron, pero el frío helado se aferraba a sus huesos más tiempo, ralentizaba sus movimientos. Pensar que Caos la obligó a ella a cargar con ese peso para volverla la mejor, y recordar lo que le había hecho a Luís, le hizo sentirse más cercano a su Creador.
La oscuridad en constante movimiento le arañó el rostro, Génesis se detuvo y él tuvo que hacer lo mismo para no chocar contra su espalda, pero por primera vez su cercanía no pareció importarle. Se había quedado paralizada frente a la imagen del cuerpo recostado en el suelo.
Un hueco de sangre oscura se extendía en su pecho, tenía las manos bajo su mejilla tatuada y una mueca serena en las facciones grisáceas, como si se hubiera tomado el tiempo de dormir una siesta. El cazador sostenía la cabeza en su regazo y le cerraba los ojos, pero él alcanzó a ver la oscuridad y contuvo una maldición.
Otro títere de ese Sin Rostro.
Mikaela alzó la cabeza y se fijó en Marcel, un intruso, una sombra inoportuna en su infierno personal. No dijo su nombre, y ella no le prestó atención, no parecía físicamente posible que la Voluntad de Caos dejara de mirar a esa quimera como si se hubiera deshecho una parte de sí misma.
En su lugar, la negrura en el aire y la que manaba de la herida comenzó a aumentar, a volverse más densa, se arrastró por el suelo rodeando el cadáver y las brumas formaron pequeñas puntas a su alrededor, al principio despacio como un depredador escondido en la noche, luego trató de reclamar el cuerpo con ferocidad.
El suelo acunó sus rodillas cuando Génesis se desplomó, y gritó.
Marcel retrocedió a trompicones mientras la oscuridad alzaba el viento cual tornado imparable. Su instinto de supervivencia gritaba con ella, una alarma diferente. Hería su orgullo, pero estaba en juego su vida.
No, esa cosa no iba a parar hasta consumir el estacionamiento entero. Tengo que escapar, pensó. En el momento en que Génesis quitaba la mano de su herida, y de repente, el poder de ese monstruo parecía a punto de deformarlo todo. Marcel no creyó que regresaría a un instinto tan simple como ese.
Sobrevivir.
Por eso se obligó a dar varios pasos atrás, perdiéndose en la niebla.
✴ ✴ ✴
1/3
Buenas buenas, disculpen la tardanza, para compensar el daño psicológico y sentimental de este capitulo procederé a hacer triple actualización uwu
—Caz ❤
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