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|Capítulo 4: La cara de un mentiroso|


—Los llamé Noctámbulos, y 

ellos me nombraron.

Lo repetía de vez en cuando, 

ese conjunto de sonidos me reconfortaba, 

C        a           o          s

C     a       o       s

C    a     o     s

Caos


El hombre sonrió en silencio recostado en su sillón. Después de horas dando vueltas por fin había encontrado la posición perfecta para dormir. El sol contra el hotel se colaba por la habitación vacía, no sabía la hora, pero las partículas de polvo en el ambiente le decían que la mañana empezaba a dejarlo. Su ropa desprendía un ligero aroma a vainilla, estaba extasiado porque le agradaba la simpleza de los lujos en esos momentos concretos.

Empezaba a dormirse y su respiración se hacía más profunda.

La puerta se abrió de un estallido, apretó los dientes. El pomo de metal macizo se aplastó contra la pared y abrió una pequeña grieta, Harlem la sintió en su nuca. El hotel era casi parte de su ser.

En el portal de su lujosa habitación apareció un muchacho desarreglado, tenía la ropa deshecha, sus botas resonaron de manera estruendosa cuando se abrió paso hacia el sillón. Tenía los rulos pequeños rapados al ras, una venda le cubría el lugar donde deberían estar sus ojos, parte del cráneo estaba lleno de cicatrices.

Harlem sabía que a su hermano menor le gustaba recibir golpes.

—¡Payaso! —Eso solo lo confirmaba. Llegó a su lado entre jadeos y se inclinó sobre sus rodillas, buscaba llenar de aire sus nuevos pulmones. Parecía que se tomaba el papel de humano con excesiva seriedad—. ¡Zora te busca!

Harlem no se movió.

—¿Me estás escuchando?

El muchacho avanzó e intentó quitarle el libro que tenía sobre la cara. Harlem le cazó la muñeca en pleno vuelo y no aflojó su agarre a pesar de sentir el crujido de sus huesos, su hermano soltó un grito indignado.

—Jocke ¿cuántas veces tengo que decirte que no me gusta que invadan mi espacio personal? —Su voz sonó atrofiada y ronca. Suavizó su agarre, pero no lo soltó mientras con la otra mano retiraba el libro para revelar su característico cabello rojo, de sus cejas crispadas asomaron unos ojos antinaturales. El color de la plata más blanca proyectaba su intenso malhumor.

—Necesitaba asegurarme, no es mi culpa que este hotel sea un puto laberinto.

La mirada que Harlem le lanzó a su hermano menor podría haberle hecho un agujero en la frente.

—¿Hace cuánto? —susurró, le costaba pronunciar las palabras con exactitud—. ¿Hace cuánto me busca?

Jocke se quejó mientras se quitaba la venda con la mano libre.

—Un día.

Así que había pasado un día intentando conciliar el sueño, era poco. No se acercaba a su récord personal, siempre le parecía poco comparado al de su memoria. Soltó su muñeca y se incorporó en el sillón, profundas ojeras verdosas aparecieron en su piel.

Su hermano bufó, pero se alejó varios pasos. Unos ojos del color de la sangre lo observaron desde la esquina de la habitación, daban la sensación de que podrían devorar cualquier cosa que le pusieran enfrente.

—Sos muy lento. —Jocke se sobaba la muñeca, los huesos rotos se recompusieron con facilidad alarmante—. Me dijo que era urgente ¿qué tanto necesitás pensar?

—Roma no se construyó en un día, pendejo —Se refregó la cara con las manos, frustrado por el insulto que salió de su propia boca. Sus movimientos parecían ir en cámara lenta, pensar en esa mocosa era todo lo que había estado haciendo antes de que lo interrumpiera—. ¿Qué quiere?

Jocke lo ignoró, alzó su brazo sano y lo observó con gesto analítico.

—No hacía falta la fuerza —gruñó entre dientes—. Todavía intento acostumbrarme a esta forma, no necesito que la arruines otra vez. Si querés pelear es otra historia.

Harlem parpadeó, intentaba asimilar la realidad para responder de forma coherente.

—No creo que quieras deshacerte de ese cuerpo todavía. Deberías practicar más, aunque no espero un resultado diferente.

Jocke volteó los ojos, dijo algo sobre su extraña voz y salió de la habitación. Harlem lo siguió un momento después, caminaba despacio, a un ritmo irritante, pero el joven tenía que seguirlo obligado si no quería terminar perdido otra vez. La puerta que dejaron atrás onduló a sus espaldas para después desaparecer entre empapelado rojo de las paredes, el pelirrojo se tapó la boca para bostezar.

—Parece que no, pero vos también disfrutás al presumir en este mundo —Jocke alzó la voz, para hacerse oír frente al incipiente silencio. Excesivo silencio, pensó Harlem. Aquello era una mala señal—. Todos compartimos la misma conciencia después de todo.

Ambos bajaron las intrincadas escaleras que daban al recibidor. Una vez en frente de las puertas del salón principal, extendió su mano para empujarla y anunciar su llegada. Ponía un pie en el interior, pero sus ojos plateados le dedicaban a su hermano una mirada cargada de resentimiento.

—No te engañes, no somos la misma cosa. Entre vos y yo existe un mundo de diferen...

Antes de que pudiera terminar la frase un objeto corto punzante se abrió paso en el aire, casi le roza la barbilla, atravesó el espacio entre su garganta y el lóbulo de su oreja. Una presencia a sus espaldas logró detenerlo antes de que cayera al suelo.

—Hola hermanito ¡te estaba esperando! —graznó la mujer, se paraba al otro lado del salón, sus globos oculares por completo negros decían que estaba privada de toda visión—. Tengo un encargo para ustedes.

Harlem se tragó un insulto, empezó a salir de su estupor cotidiano. Jocke por su parte se había alejado varios pasos de la puerta, él sabía que el temperamento de su hermana los esperaba. Se acercó para asomar la cabeza a la habitación, pero gritó al verse atacado por un segundo cuchillo. Al igual que el primero, el segundo tampoco tocó el suelo.

El pelirrojo tuvo la cortesía de voltear hacia su eficiente ama de llaves, quien siempre le cuidaba la espalda y tenía ambos cuchillos clavados en el pecho, se los arrancó de un ademán y los colocó en la bandeja de su mano izquierda.

—Gracias Mur —musitó con gesto de dolor, observó la cara pálida de su hermano menor—. Dios santo, está loca.

—Es tu puta culpa, payaso.

 ✴ ✴ ✴

—¿Me recordás cómo fue que terminé con este tipo en un auto? —preguntó Jocke al conductor del vehículo. Las dos aureolas blanquecinas que tenía por ojos lo observaron con atención y desgano al mismo tiempo, esa fue su respuesta. El joven leyó el cartel prendido en la ropa elegante del chofer—. ¿Nez? ¿No vas a decir nada?

—No tiene boca, Jocke —resopló Harlem, tenía la vista clavada en la ventana, pero las palabras de su hermano lo obligaron a mirarlo.

—Ah, es tu culpa por hacerlos tan imperfectos.

Harlem necesitaba un par de horas para perder la paciencia por completo, pero con Jocke aquel tiempo se reducía a menos de la mitad.

—¿Hacerlos yo? —cuestionó estoico—. ¿Se te pudrió la única neurona que te queda? No importa, te recuerdo que vos sos el que se encarga de eso —Una de sus manos quitó el mechón de cabello que se le iba al rostro—. Además, mejor que Nez no tenga boca si no va a decir algo interesante ¿no, mi niño?

Le acarició la cabeza a través del asiento del conductor y las plumas negras de Nez se agitaron al son de sus cariñosos toques. Jocke puso los ojos en blanco, se cruzó de brazos y se dedicó a mirar el exterior del auto. Los edificios eran dejados en el camino por el monótono ritmo del conductor que no podía emitir más que una leve respiración. Los ojos bestiales que asomaban a la boina negra en su cabeza escrutaron a cada humano que se le pasaba por enfrente del auto. Jocke lo imitaba, pero había más que curiosidad en su expresión.

Se pasó la lengua por los labios antes de continuar la discusión con su hermano, que lo miraba asqueado.

—Todavía no entiendo por qué estoy acá, tengo cosas que hacer. —Observó el reloj en su muñeca, y colocó la mano en la manija de la puerta—. Voy a llegar tarde.

—¿Y a donde se supone que vas a llegar tarde?

Jocke le mostró una sonrisa salvaje de dientes blancos.

—A la cena, lento. Zora ya me dio permiso.

Harlem captó la mentira, y cerró los ojos para activar el seguro de las puertas sin mover un dedo. Conocía a su hermano, si lo retaba sabía que no dudaría en tirarse del auto en movimiento. Intentó desviar el tema, no le interesaban las aficiones enfermas de su hermano, prefería evitarlas.

—Tenemos cosas que hacer antes y no podemos dejar nada al azar, solo nosotros sabemos el desastre que eso podría ocasionar. La mocosa ya sabe que la seguimos hasta acá, es cuestión de tiempo para que nos encuentre otra vez.

—Nunca nos va a encontrar, tiene la vista atrofiada —contradijo Jocke, con aburrimiento—. Yo sí puedo hacerlo, solo necesito un poco de nuestra sangre, una Sombra y un cadáver.

Ante la mención de esa lista Nez volteó la cabeza hacia ellos, su rostro cubierto por una gruesa franja de plumaje negro aguardaba para hacer un pedido silencioso. Harlem tuvo que gritarle para evitar chocar con el grupo de personas que cruzaba la calle en ese momento. Observó curioso la cantidad exagerada de humanos viviendo sus vidas sin pensar en lo que dejaban atrás y se estremeció.

—Eso es lo que acabamos de hacer, y no funcionó como esperábamos gracias a cierto desgraciado. —Se lamentó el pelirrojo en voz alta—. No quiero que mueran más niñas solo para enviar un mensaje a una bestia que ni siquiera entiende de palabras.

—Bueno, podríamos simplemente enviarle un mensaje de voz ¿no? —bromeó él—. Algo como: Hola somos los Sin Rostro ¿tenés tiempo para hablar de tu padre? Sí, el que te abandonó, ese mismo.

Se ganó una mirada irritada de su hermano mayor, odiaba que se refiriera a ellos con ese sobrenombre.

—No funciona así y lo sabés.

El sonido del motor al apagarse hizo que Harlem se sobresaltara. Se recompuso con facilidad y le agradeció a Nez por su excelente trabajo. El cuerpo que tenía empezaba a acostumbrarse a la criatura en su interior y eso era maravilloso, a él le parecía un milagro que el peso de su niña no le haya descompuesto las entrañas. A lo largo de los siglos, había mejorado en su tarea, al verlos no podía hacer más que sentirse orgulloso.

Su hermano golpeó el vidrio de la ventana desde afuera para indicarle que tenía que bajar y lo hizo no sin antes darse cuenta de que la manija de la puerta estaba destrozada. No le había dado tiempo de quitar el seguro, Harlem maldijo a la fuerza bruta de ese muchacho, pero recompuso lo roto tras un ligero toque.

—¿Es acá? —Jocke señaló el edificio frente a ellos—. Es un lugar demasiado caro para un simple universitario, payaso. Nadie le va a creer cuando vean donde vive.

—Fue su decisión, yo no intervengo en eso —Se excusó, estaban cerca del puerto, parecía un lugar un tanto exagerado, pero nada que no mereciera su niña prodigio—. Lo importante es que nos crea.

El lujoso complejo de departamentos se alzaba con sus vidrios espejados, Jocke los evitó con gracia envidiable y se internó en la entrada. Harlem se alisaba nervioso los bordes de su suéter.

—La estás malcriando —insistió.

—No te pedí tu opinión.

Jocke sonrió mordaz en su lugar a modo de respuesta para luego estirarse, todos sus huesos sonaron al unísono. Su hermano pudo leer sus intenciones sin necesidad de preguntarle, debían empezar, pero solo la anticipación de lo que estaba por ver hizo que le doliera el estómago de la rabia. La piel de Jocke empezaba a estirarse sobre su carne, el rostro juvenil desaparecía entre unas mejillas hundidas, los ojos rojos se perdían en el brillo verdoso de un hombre que tenía la desgracia de conocer hace tiempo.

—Sos un pésimo padre, Harlem

No reconoció su voz en él, pero observar la imponente figura de frente le hizo retroceder un paso, Harlem abrió la boca, destilaba odio.

—Vos lo sos, Caos.

—Ya sé.


✴ ✴ ✴

Y con este cuarto capítulo ya solté la primera gran verdad, una de muchas, muchísimas ¿La encontraron? 

Me disculpo de ante mano por los errores de ortografía que se puedan llegar a encontrarGracias por leer 

Muestro el humilde dibujo de Caos y les dejo que saquen sus propias conclusiones

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