|Capítulo 29: Criatura del infierno|
—Tuve que expulsar esa estrella
para poder ver a mi nuevo hijo.
Cada uno de sus grandes ojos
me siguieron como si me conocieran.
Lucio no estaba muerto.
Reina lo sabía, al principio dudó, pero después de ver lo imposible transformarse entre las manos de ese muchacho lo confirmó. Al despertar esos monstruos aún apretaban sus extremidades como grilletes de cemento helados, y los sentía hablar, respondían entre gruñidos a una voz lejana. Seguían órdenes de una quimera de un rango mayor, ella no necesitaba ser adivina para saber quién era.
Lo vio a través de la oscuridad de la bolsa de tela, como la luz cegadora que aparece al final del túnel, un reflejo deformado que le hirió las retinas con el peso de la realidad. La trasladaban en un vehículo que tenía una pequeña pantalla incorporada en el asiento del copiloto. Ahí vio a Mare, se alzaba sobre una tarima con su uniforme impoluto lleno de medallas y daba un comunicado a nivel nacional, se pronunciaba en contra de la corrupción policial, y anunciaba el arresto de la oficial especial que había estado detrás del caso de los cadáveres con claros signos de descomposición.
Al parecer había sido la única implicada viva, la culpable a la que todos aprovecharon para señalar cuando asesinó a su compañero de crimen, en una pelea dentro de su departamento, la noche anterior.
Aún buscaban al resto, de existir alguno.
Por supuesto que el comisario Marcel Blanco se había llevado todo el crédito.
Escuchar las atrocidades dichas por su asquerosa boca provocó que ella se pusiera a gritar, un rugido ardiente arrancado desde el fondo de su garganta, en medio del auto tiró de sus ataduras, con una fuerza por momento incomprensible que le fragmentó las muñecas. Las quimeras a sus dos lados se tensaron ante la amenaza, razón por la que tardaron en reaccionar. Uno de ellos estampó el puño contra su rostro y el otro le dio un golpe brutal en la nuca que podría haberla matado, lo sintió retumbar en su interior, antes de hundirse en una densa nube de oscuridad.
Los escenarios desfilaron frente a sus ojos, unidos entre sí por los fragmentos de su memoria que la otra le permitió observar. Cual tormenta eléctrica un rayo partió la superficie de su conciencia, se encontró parada en medio de un reducido cubículo, cuyas paredes se habían convertido en espejos. El reflejo de cada esquina dividía una parte de ella, y dos Reinas se observaban con diferentes expresiones en la misma cara, la tercera le daba la espalda, y tenía sus manos atadas entre gruesos grilletes.
Era la criatura de sus pesadillas, sus huesos prominentes estiraban la ropa en su extrema altura y delgadez, tamborileaba con sus largas uñas el cristal.
—Nos la hizo, el infeliz —gruñó colérica la de labios rojos y brazos cruzados sobre el pecho—. Nos tiene justo donde quiere. ¿Se te ocurre alguna idea para solucionar esto o solo vas a llorar, para variar?
Reina observó sus manos, confundida.
—Si Lucía estuviera conmigo, yo podría...
La carcajada de la otra la aturdió.
—¿Vas a seguir reclamando por esa inservible caja de pandora? ¡Ya se fue, superalo! Y hay que agradecerle a la reina por eso —agregó, con una mueca maliciosa.
Las uñas del monstruo se arrastraban contra el cristal, marcaban un ritmo irritante que igualaba el tic tac de un reloj.
—Esas criaturas parecían querer decirme algo importante, no veo porqué ignorar sus palabras —afirmó Reina, con más decisión, se ganó una dura mirada de la otra, que de a poco comenzaba a perder la paciencia.
—¿Por qué te preocupás ahora por los Sin Rostro? ¿No ves que la situación ya es lo suficientemente mala? No seas idiota, no nos metas en conflictos con los que no sos capaz de lidiar.
Reina se abrazó a sí misma, para contener el frío que calaba sus huesos.
—Si estamos así, es por tu culpa en primer lugar, Roja —murmuró, ante la mención del apodo de la otra, se crispó. Torció el gesto, y escupió el suelo a sus pies.
—¡Es gracias a mí, que estamos vivas en primer lugar! —Tras su grito, estrelló uno de sus puños contra el cristal. Por la violencia, Reina se encorvó en su posición, y alzó la voz con una nota de rudeza.
—También es tu culpa que tanta gente haya muerto. —La observó, de repente harta de tener que aguantar su presencia y comenzó a gritar—: ¡Todo es tu culpa!
—¡Yo nos salvé, tarada! ¡¿Cuándo vas a entenderlo?! ¡Logré que ellos dejaran de buscarnos, y que podamos tener una vida digna!
—¡¿Digna?! —una risa amarga se escapó de su garganta—. ¿Qué hay de "digno" en complacer los deseos enfermizos de un monstruo, Roja?
Volver a escuchar su nombre la enfureció aún más, golpeó el cristal con ambos puños, sin escatimar en patadas cargadas de violencia desmedida, parecía que buscaba romper el espejo.
—¡¿Cuándo va a ser el día en que dejes de ser una puta desagradecida conmigo?! ¡Lo hice por nosotras!
Reina se volvió pequeña entre sus brazos, mientras el monstruo tarareaba una canción de cuna, las uñas negras de la mano esquelética rasgaron el vidrio con ligeros toques, su carne desaparecía en los ángulos puntiagudos de sus hombros, y sus brazos se habían vuelto trozos de alfiler, multiplicados en el espacio de sus costillas, no era un animal.
Tenía la forma de una araña.
—Era cuestión de tiempo, para que corrompiéramos el plano de la humanidad. —La reina alzó la cabeza que antes colgaba sin voluntad por el peso de las cadenas, la observó por encima de su hombro, y la sonrisa silenciosa, impulsada por los huesos deformes de su rostro, resonaba en los fragmentos del cristal, rotos entre sus dedos—. Después de todo, no pertenecemos a este lugar.
Roja, quién había estado envuelta en su ataque de ira, reaccionó, detuvo sus manos ensangrentadas de repente, al darse cuenta de la mano del monstruo se colaba entre los trozos de vidrio. Comenzó a aporrear el espejo con un objetivo diferente, el de alertar a Reina sobre sus oscuras intenciones.
—¡No la dejes pasar!
Sin embargo, no era capaz de escucharla con claridad por el volumen de sus propios gritos.
—¡Todo esto es tu culpa! ¡Te odio, te odio como no tenés una idea!
En ese punto, no podía saber que el monstruo intentaba salir de su jaula, porque en el exterior se producía una lucha que también merecía su atención.
El intenso olor a podredumbre la despertó.
Parpadeó al percibir la luz rojiza de una habitación desconocida, de a poco fue consciente de sus propias extremidades entumecidas y del dolor que aguijoneaba su cerebro como si tuviera miles de agujas clavadas en su carne. Se le escaparon las lágrimas mientras hablaba, pero su desesperación era tal, que ni siquiera así dejó de rogar por la ayuda de aquellos desconocidos.
Al alzar la cabeza, percibió la sombra desenfocada de una criatura de cabellos largos, que se había agachado frente a ella con la gracia de un ángel caído del cielo, y tras un asentimiento liberó sus muñecas. El brillo dorado de esos ojos se convirtió en la señal que marcaba su salvación, su voz, por otro lado, sonó como la de una mujer cansada de hacer su trabajo.
—Dios no te va a ayudar ahora, querida, nosotros sí.
Al parpadear por segunda vez, el reflejo dorado había desaparecido y su ángel de la guarda, se había convertido en lo que parecía ser una mujer de largos cabellos con una máscara de cuervo, que tenía el chaleco de seda arruinado por una abertura horizontal, que podría haber significado la muerte para cualquier humano.
Así terminó de descubrir que ella no lo era.
Aceptó su mano enguantada y se incorporó con extrema lentitud, a la espera de cualquier mareo que pudiera lanzarla al suelo, y más allá del dolor de cabeza que destrozaba su estabilidad, no sintió nada. La mujer se había alejado para darle su espacio.
Parada al otro lado de la habitación, caminó con pesadez, gesticulando con las manos en respuesta a los dichos de una muchacha, creyó haberla visto en otro lugar.
—Necesito que saques a toda esta peste del edificio, para que pueda matarlo.
—Vos no lo vas a matar, yo lo voy a hacer —masculló ella con rapidez.
La joven no se inmutó por la amenaza, frunció el ceño como si no estuviera acostumbrada a que le llevaran la contraria, se adelantó y detuvo su caminata colocando una mano en su pecho.
—No tienes permitido intervenir en las vidas que no han sido tocadas por una sombra.
Tomó su mano y la corrió con extrema delicadeza, en contraste con su tono brusco.
—Ese monstruo estuvo experimentando con ellas, merece que la muerte toque su puerta de una vez —soltó, con extrema seriedad, la joven negó, imperturbable.
—No me creas incapaz de reconocer ese tono de voz. Si te suicidas no me sirves para nada, cazador.
«¿Cazador?»
¿No era una mujer?
«Te engañaron, querida. Este hombre es más mi tipo.»
Cerrá el pico, asquerosa.
El hombre fue el primero en notar que la rubia los observaba, volteó la cabeza en su dirección, y su cabello acompañó el movimiento con gracia.
—Estamos haciendo una escena ¿no?
Reina aprovechó para soltar la pregunta que rondaba por su cabeza.
—¿Ustedes están muertos?
Esa niña es igual a ella.
«¿A cuál de las dos? Ambas tenían la misma cara.»
La cabeza de la muchacha volteó con un movimiento animal, una salpicadura de sangre en diagonal manchaba su rostro enmarcado por el cabello negro. Se parecía a Lucía por la distancia entre los ojos, y el tamaño de su nariz, junto al ángulo de su pequeña mandíbula. Todo le daba el aire de juventud que la niña fantasma había tenido. Sin embargo, los pasos silenciosos de esa desconocida ocultaban intenciones violentas, un escalofrío la recorrió, retrocedió a punto de chocarse con el torso sin brazos de uno de sus captores.
—¿Quienes?
Reina recompuso su voz, y señaló los cadáveres a su alrededor.
—Que si ustedes los asesinaron.
El siseo rasposo en su voz la hizo parecer una salvaje, más que una simple humana.
—Eso no fue lo que preguntaste.
El hombre de la máscara se movió con rapidez, y la interrumpió, al mismo tiempo que colocaba una mano en el hombro de la más baja.
—Por supuesto que los asesinamos, somos los que vamos a sacarla de este horrible lugar, mi señora. ¿Tiene algún problema con eso?
«¿Cómo que señora?»
Algo en su expresión se tensó.
—Discúlpeme, señor —murmuró Reina, colocó las manos entumecidas atrás de la espalda al dirigirse al más alto—. Creí que los había visto en otro lugar.
El mencionado bufó.
—Dioses, otra vez no.
De un movimiento dejó a un lado a la muchacha, y se adelantó, le tendió una mano enguantada, que Reina tardó en tomar, debido al ademán violento desencadenado por sus palabras, al final la sostuvo con falsa firmeza.
—Soy Mikaela, no "señor" y todos me conocen —dijo él, con excesiva seguridad, su largo cabello se movió como una cascada sobre sus hombros, mientras sacudía su mano—, porque soy quién maneja este lugar. —Rodeó los hombros de la muchacha a su lado y ella le gruñó—. Ella es Ro, también dice que es un gusto conocerte.
Abrió la boca para responder, pero la niña lo empujó irritada, se acercó a olfatear a Reina una segunda vez, y él tiró del collar que la joven tenía alrededor del cuello para que no invadiera su espacio personal, protestó en respuesta.
—No presumas ahora, porque Mare también te ha encerrado aquí, "señor dueño del lugar".
Mikaela recibió su manotazo violento con un suspiro.
—¿Te parece este el momento correcto para tus chistes sin gracia?
Sin embargo, el cuerpo de Reina se agitó ante la simple pronunciación de ese nombre, reaccionó como un animal ante el peligro, comenzó a temblar, rascó sus brazos con fuerza.
—Necesito salir —murmuró—. Él me...
La niña señaló sin mirar las heridas cicatrizadas de sus brazos, viejas marcas del desgaste mental que Mare le había generado.
—¿Él te hizo esto? —preguntó.
Reina hizo una mueca, sin encontrar las palabras correctas para responderle a la que veía como una pequeña. Mikaela hizo un ruido indignado, y apoyó la oreja en la puerta de la habitación.
—Tranquila, vas a salir —gruñó retrocediendo, y le pegó una patada brutal a la superficie, hizo volar la manija de metal.
—Y lo vamos a matar.
La que creía una simple muchacha se unió a él en el segundo golpe, Reina observó el pequeño cuerpo perfilarse a su lado, como si esa clase de violencia se tratara de algo tan natural como respirar, al mismo tiempo que sincronizaban sus movimientos, y hacían estallar la cerradura de un golpe.
✴ ✴ ✴
Resultó ser que esos dos estaban más desquiciados de lo que Reina pensaba, luego de romper la puerta a patadas, ella les mencionó la existencia del otro rehén, y la pequeña se quedó sola en la habitación que de a poco se sumía en alguna clase de penumbra sobrenatural. Mikaela afirmó que también pensaban liberarlo, luego de que pudieran dejarla en un lugar seguro.
El extraño hombre la guio a través del pasillo iluminado en tonos azules y rojos, no hacía ruido al caminar, más de su boca salían quejas relacionadas a lo mucho que le iba a costar arreglar la puerta rota y limpiar la habitación llena de sangre. Hablaba demasiado, a pesar de la situación en la que estaban la frustración parecía sincera. Al dirigirse a ella, su máscara tétrica lograba contrastar con sus ademanes cargados de amabilidad excesiva.
Debió percibir su mirada mientras caminaban, porque se detuvo en la puerta al final del pasillo para darle un momento. La música rítmica sonaba amortiguada por las paredes, producía una pequeña vibración en la planta de sus pies.
—Me estás mirando como si me hubiera convertido en una pieza de museo, decime qué querés saber.
La más baja alzó la cabeza.
—Una abertura de ese tamaño en tu estómago —afirmó Reina, con desparpajo profesional—. Tendría que haber terminado con tu cuerpo desangrado en la alfombra, pero estás en excelente estado, y ahora apenas quedan señales de esa enorme herida.
«Si se quitara la ropa podríamos investigarlo más a fondo.»
—Qué excelente manera de halagarme —se burló él, alzó una mano enguantada y señaló la máscara en el lugar de sus ojos—. Muy efectiva.
—No fue un halago.
Él se inclinó hacia adelante para hacerle notar su voz calmada
—¿Qué esperás entonces? —Reina se sintió tentada de descubrir su rostro para verlo otra vez, pero solo presionó los dedos en sus muslos, para deshacerse de los nervios mientras lo escuchaba—. Dudo que nos volvamos a encontrar, y esa es la única razón válida por la que acepto responder a tu pregunta.
—¿Quién sos?
—No quién, sino qué —afirmó Mikaela—. Soy lo que queda de mi voluntad después de la muerte que solo mi cuerpo recuerda.
«Entonces, si estás más muerto que nuestra vida social, papi.»
La rubia recordó el oro derramado en sus pupilas, y estiró la mano como si quisiera tocar con delicadeza un mechón de la cascada oscura de su cabello, pero se arrepintió, sintió esa muestra de consuelo demasiado íntima para alguien que acababa de conocer.
—Seguro tenés una voluntad admirable entonces —dijo en cambio.
Escuchó la sonrisa en su voz.
—En otro momento, podría acostumbrarme a tus halagos. —Mikaela se enderezó con desaliento—. Pero a las personas tras esa puerta no les entusiasma la idea de que alguien con mis características camine entre ellos. ¿Podrías guardarme este secreto?
Reina no se había dado cuenta de que la mano del más alto sopesaba en silencio sobre la parte baja de su espalda. Su cercanía no le resultó incómoda, al contrario, fue extrañamente tranquilizadora, asintió por completo abstraída en su presencia, calmada incluso al verlo retirar una vara oscura de su espalda. Que al entrar en contacto con sus dedos extendieron a través de ella delgadas raíces doradas.
La vio arder.
Sus manos y el objeto se encendieron con una llamarada de fuego momentánea, la hizo dar un paso atrás debido a la impresión, escuchó su voz intentar calmarla a través de la máscara.
—Tranquila, el fuego de los ángeles solo puede quemarme a mí.
Pasó la larga vara encendida de una mano a otra, y el filo curvo de la guadaña centelló frente a sus ojos cuando Mikaela clavó la punta en la pequeña rendija de la cerradura. Golpeó la parte trasera de la hoz con la palma, y pequeñas chispas volaron en todas direcciones, deshizo el metal con el impacto.
Reina se había cubierto con ojos para evitar quemarse, al abrirlos aquella arma exageradamente grande había sido reemplazada por el ligero toque del abrigo de él sobre sus hombros, la envolvía y olía a café amargo.
Mikaela se llevó un dedo a los labios, en señal de que debía guardar su secreto, y así la impulsó a través del mundo de cuerpos en el que se había convertido aquel bar.
Su sentido del olfato se encontró rápidamente embotado por la densa humareda, mientras agachaba la cabeza en todo momento, se pegaba a su costado por el temor a ser reconocida. Recordó su excursión en Void con la niña fantasma, y reconoció que se encontraba en el mismo lugar, salvo que, en ese momento, el hombre que había observado montado sobre el escenario era quién le transmitía esa inexplicable tranquilidad.
No necesitó observar los rostros desnudos de esas criaturas, para saber que no eran humanas, porque los sonidos recalcitrantes que surgían de sus gargantas al sentirla pasar era suficiente. Ese lugar estaba lleno de bestias.
Mikaela se acercó con ella a la barra, y habló una criatura de cabello azul que colocaba vasos con decoraciones extravagantes sobre una bandeja. Debido al intenso volumen de la música no logró captar lo que le decía, pero notó su cuerpo tensarse por completo. La guio al otro lado de la isla donde una mujer de cabello corto servía los tragos, e hizo una corta reverencia en la que fingía besar su mano, y antes de que pudiera reaccionar, tiró de ella contra su cuerpo, envolvió su cintura con un abrazo. Escuchó su voz urgente amortiguada por la máscara.
—Los hombres de Mare están ocupando todas las salidas, quedate acá hasta que se active la alarma contra incendios, esa va a ser tu señal para correr ¿oíste?
Asintió, y lo observó en trance perderse entre la multitud.
Reina sopló un cabello lejos de su rostro en su intento por espabilarse y se agachó bajo la mesa, en la esquina libre. La mujer que realizaba los tragos con rápida fluidez ignoraba su presencia, tarareaba alguna clase de canción que creyó haber oído en otro lugar.
Ni siquiera pude darle las gracias.
«¿Y cómo pensabas darle las gracias?»
Ay no, callate, no te soporto.
«No podemos quedarnos acá a esperar toda la noche, no somos cenicienta.»
¿Y qué se te ocurre hacer? La otra casi se nos escapa por tu culpa.
«¿Mi culpa? ¡Si fuiste vos, estúpida!»
Reina se golpeó la frente con la palma de la mano y abrazó sus rodillas, sin la intención real de contestarle, el dolor de cabeza jamás había cesado en todo el trayecto, se mantuvo en silencio con la vista clavada en las plataformas de la mujer que se movía sin parar a través de la barra. Al contrario de las demás criaturas, apenas había reaccionado al verla, no más que para verla con una expresión cargada de lástima, entre movimientos fugaces, gracias a eso descubrió que ella era la única humana en el bar.
De forma repentina detuvo sus pasos, y se agachó, Reina se sobresaltó al verla sonreírle con una amabilidad que no llegaba a sus ojos violetas, teñidos del color de las luces, supuso.
—Perdón, no quise asustarte, asumí que quizás querías un poco de agua.
Reina observó el vaso con desconfianza y luego asintió con el sentimiento de culpabilidad en la boca del estómago, estaba demasiado nerviosa.
—Gracias.
—Soy Megara, pero me dicen Mara.
—Soy Reina —murmuró tras tomar un sorbo.
Se dio cuenta de que no le había dicho su nombre a Mikaela, y él tampoco se lo había preguntado. Mara había vuelto a su trabajo tras asentir de forma enérgica, fue entonces cuando un movimiento a su lado llamó su atención, lo que parecía una pared paralela a la que se apoyaba comenzó a agitarse con intensidad.
La mujer de pelo rosa se alejó de la misma con extrañeza y Reina la imitó, tensa ante el repentino movimiento de una abertura escondida en el mosaico rojizo de la pared, resultó ser una puerta. Un muchacho agitado apareció en el umbral, su ropa descuidada estaba arrugada, y los restos de unas esposas tintineaban en una de sus muñecas. Al encontrarse la cicatriz que cruzaba su ojo nublado, su alma cayó a sus pies.
—Vos ¿cómo mierda me encontraste? —escupió Luís al instante.
«Pero mirá a quién nos vinimos a encontrar.»
Reina retrocedió lejos de él, todo su cuerpo gritaba en alarma, impulsado por el gesto furioso de la quimera. La música retumbante se inmolaba el latido desbocado de su corazón.
—¿Cómo? ¿Se conocen? —intervino Megara, sin comprender—. ¿Y por qué saliste de la pared, si se puede saber?
—Luís no, yo no soy... —comenzó Reina, alzaba sus manos en retroceso, sus pasos rápidamente encontraron la salida de la extensa isla.
—¿Cómo que no sos? —rugió él—. ¿Quién más usaría ese rostro robado con tanta impunidad?
—Yo no fui la persona que intentó matarte, y sé que no parece creíble, pero juro que es la verdad —sollozó Reina—. Esto es un malentendido...
Intentó echar a correr, pero en un parpadeo de la luz rojiza, la quimera balanceó el cuerpo a través de la barra y cazó su ropa, por el odio que despedía sus garras crecieron y se clavaron en sus pechos, la levantó sobre la mesa.
—¡Ningún malentendido, Reina!
Escuchó los gritos de Megara ahogados por la música, que intentó detenerlo, pero solo logró que la soltara al suelo con rudeza. Su voz se proyectó en la oscuridad.
—Esta personalidad tuya, siempre fue la más despreciable.
El ritmo de la música ascendía en sus oídos hasta volver sus gritos inaudibles, y las luces que parpadeaban en cortos periodos de luminosidad carmesí, en las que vio la densa humedad manchar su camisa rota.
Reina pensó que así debía de verse el purgatorio.
Luís saltó y cayó entre sus piernas, ella retrocedió golpeándose con las piernas de los cuerpos que se congregaban a su alrededor, y de a poco se movían en su dirección, al oler la sangre. Lo observó rendida, el dolor de cabeza le aguijoneaba el cerebro.
Los rugidos hambrientos inundaron el aire, y mientras la quimera la levantaba una segunda vez, llegó a la conclusión de que debía pagar por pecados, aunque los mismos no le pertenecían. La voz de la otra se pronunció dulce, para hacer evidente su pronta entrada.
«Al final, yo siempre soy la que se ocupa de las bestias en nombre de las dos.»
Las luces desaparecieron del bar, junto a la oscuridad que también la embargó.
Su cuerpo reaccionó incluso antes de volver a verlo, dirigió ambas manos a su rostro, y hundió sus ojos con fuerza, hasta que lo escuchó aullar de dolor y la soltó. Cayó de un golpe e intentó levantarse del suelo, pero la quimera tiró de sus tobillos, sus manos se resbalaban por el suelo debido a la sangre.
Le lanzó una patada, lo escuchó gruñir en señal de que le había dado en la mandíbula, o alguna parte del rostro. Reina se incorporó con pesadez y escuchó la oscuridad en silencio, solo era llenado por las pesadas respiraciones de los monstruos a su alrededor. Sentía el líquido resbalar de su herida, y la adrenalina no le permitió calcular el daño real.
Intentó volver a defenderse para escapar, pero de manera repentina las garras se hundieron en su garganta.
—Ya no más —gruñó Luís en su oreja—. Yo no necesito mis ojos para poder encontrarte.
La mujer se rio en su cara.
—¿De verdad, pensás que esta clase de rasguño podría detenerme de matarte una segunda vez?
Lo tomó por los hombros, y le encajó un violento cabezazo, que lo obligó a soltarla una tercera vez, fue entonces cuando cayó en cuenta de que alguien había comenzado a hablar a la multitud y las luces se encendían de a poco, teñidas de sangre. Reina cayó sobre sus rodillas, y Luís desapareció de su campo de visión, un reflector blanco en sus ojos la cegó.
Colocó una mano ensangrentada para cubrirse y al final de un pasillo de cuerpos aquella silueta oscura se proyectó contra la claridad, estaba montado sobre una plataforma, y de su traje se extendían enormes alas negras.
La voz de su infierno personal resonó en las paredes del bar.
—¿Serían tan amables de traer a la jaula a nuestra intérprete de hoy, por favor?
Cientos de rugidos rebosantes de expectación comenzaron a tirar de ella, antes de que pudiera incorporarse del todo, la empujaron a través del camino, hacia él. La amenaza del intenso castañear de cientos de dientes la obligó a caminar. Las manos que la tocaron, las garras que rasguñaron su piel desnuda y los zarpazos que arrancaron su ropa ensangrentada no eran más que extremidades salidas del infierno.
Estaban cegados por el hambre y la excitación.
Reina llegó al filo de la alta plataforma, y se encontró a su lado la amplia sonrisa de Mare, lo primero que hizo, lo único que podía hacer debido a las heridas de su cuello, fue escupirle en el rostro la sangre que resbala de su barbilla.
Aquellos ojos también se curvaron cuando extendió su sonrisa, al extenderle la mano, para ayudarla a subir, clavó los dedos en la herida de su costado, y le arrancó un grito de dolor. Sobre la plataforma la esperaba el otro, sus ojos rojos la observaron a través de la máscara que le cubría medio rostro, y las orejas de conejo se alzaban entre los rizos color chocolate.
—¡Bienvenidas sean, criaturas del Creador!
Sin previo aviso, Jocken levantó su mano para señalarla a ella ante todos, y tras el tacto resbaloso por la sangre, una ráfaga de energía recorrió sus huesos, observó el tajo de su pecho cerrarse entre los hilos de carne regenerados, solo por su toque. El alegre personaje dio un agraciado salto hacia atrás, antes de que ella pudiera hablar, y se dirigió al público, a medida que los gruesos barrotes de la jaula comenzaban a bajar del techo con un ruido metálico.
—¿Están listos para ver la sangre del prójimo regarse en su nombre? ¡Esperamos que sí, y que nuestros intérpretes de hoy logren que el gran dios del sol nos ilumine con su bendición!
De la herida que le había hecho Luís solo quedaba una larga línea rosada que subía por su clavícula, en cambio, su corazón buscaba reventar contra sus costillas. Reina tocó su torso descubierto frente a las miradas inhumanas que, al ver su pálida piel manchada de sangre, comenzaron a sisear ese nombre.
—¡Caos, Caos, Caos! ¡Bendita sea nuestra sangre, la sangre del creador!
El coro generalizado no le permitió a Jocken continuar hablando, asintió con una enorme sonrisa en los labios, y saltó de la plataforma antes de que la jaula terminara de descender, se perdió entre las quimeras. Con el choque metálico que firmó su sentencia en la jaula, una figura temblorosa llamó su atención del otro lado de la jaula, lloraba de manera ausente. Una capucha cubría parte de su rostro, las gruesas venas oscuras colmaban su pecho y trepaban por su mandíbula, recubierta de piel azulada.
Aun así, no fue un impedimento para Reina reconocerlo.
—¿Lucio? ¿Qué fue lo que hicieron?
Se acercó al rubio con la palma extendida, sin otra intención más que el ferviente deseo de planear una ruta de escape para ambos, pero al detenerse frente a él notó en el opaco de esos ojos azules, no más que el deseo de ver su muerte.
Supo que se había enterado de la verdad.
—Asesina.
En medio del silencio expectante del público, la ira, al igual que el rastro podrido de sus lágrimas, solo gritaban su deseo de venganza. Reina quitó su mano demasiado tarde, un arrebato rápido de sus garras desproporcionadas le arrancó la piel antebrazo, y con un rugido animal, Lucio extendió sus nuevas alas y las batió arrastrando el nefasto aroma de la descomposición, se alzó sobre ella, y le clavó las zarpas en los hombros.
Un alarido de dolor se escapó de su garganta, y se perdió entre los gritos extasiados del público, vio como el suelo se alejaba de sus pies, al alcanzar el punto más alto que le permitía aquella jaula, la soltó.
Caer contra el suelo se llevó todo su oxígeno de un impacto, rodó sobre sí misma antes de que pudiera hundir sus garras de nuevo. Y para levantarse sin darle la espalda, utilizó como apoyo el frío metal de uno de los barrotes, resbaloso por la sangre que goteaba de sus brazos, sintió un doloroso tirón en su pierna derecha. Lucio descendió frente a ella, y alzó la mano que la había herido, sacó la extensa lengua entre sus dientes infectados, y lamió la sangre que le cubría sus uñas.
—No tenés un sabor particular, bastante común en realidad.
Él no era el Lucio que había conocido, lo habían convertido en un monstruo recién salido del infierno.
Reina gruñó con sus músculos tensos en una posición defensiva, y lanzó un derechazo que conectó con su mandíbula, la criatura no se defendió ni siquiera al recibir un segundo golpe que lo hizo escupir su sangre coagulada. Tan solo tensó su expresión y cerró el gran pozo putrefacto que tenía por boca con un grave castañeo de dientes, y se carcajeó en su cara.
Sostuvo la muñeca que intentó volver a pegarle, y se acercó a su rostro para hablar.
—¿Por qué peleás, Reina? —preguntó, su aliento olía como los cadáveres descompuestos que habían encontrado más de una vez.
—¿Por qué no hacerlo, monstruo de mierda?
Lucio torció la cabeza, y le dio un rodillazo contra las costillas, las escuchó crujir y la obligó a encogerse de dolor.
—¿De dónde viene la voluntad que rige tu miserable existencia? —volvió a insistir, su voz multiplicada se deshacía en los rugidos del exterior.
—¡No del mismo pozo putrefacto que la tuya!
Su sombra se inclinó hacia ella, y sin soltarla, trazó con sus garras un camino vertical en la carne de sus brazos.
—Tu vida no vale nada y la sangre de tus venas se escapa taaan fácil —canturrearon las voces en su interior, ya no quedaba rastro de Lucio en ese cuerpo—. ¿Cuál es la razón por la que querés seguir en este mundo? Quizás podamos ayudarte.
Reina escupió fluidos en su rostro, y en el tiempo que tardaba en limpiarse, intentó arrastrarse lejos, pero una de sus patas animales se adelantó, y presionó la unión de su rodilla contra el suelo, el hueso cedió bajo su peso. Su garganta se rasgó del dolor.
—¿Y por qué tu voluntad es más pesada que las demás? —Tras su pregunta, su voz cambió de repente, como si se hubiera desconectado de repente, las lágrimas negras inundaron sus ojos—. ¿Por qué mi hermano no pudo sobrevivir a esta asquerosa debilidad?
La criatura gruñó en su lucha interna, y la voz del muchacho no volvió a manifestarse.
Avanzó con sus patas sobre ella y el grito se había convertido en un profundo gemido. Había creído, por un momento irrisorio, que podía enfrentarse al monstruo con sus conocimientos humanos de pelea y, sin embargo, la sangre continuaba dejando su cuerpo, sentía la mitad de las extremidades entumecidas y el embotamiento de su cerebro hacía danzar los barrotes de la jaula a su alrededor.
Necesitaba un milagro.
Las criaturas no dejaban de aullar, al contrario, sus voces se alzaron al ver que la quimera la levantaba tomada por el cuello, y exhibía su cuerpo ante los demás, jugaba con ella a marcar las partes que le iba a arrancar.
—¡¿Quieren sus ojos?! ¡Por supuesto!
«Querida, yo soy tu milagro.»
Entonces, mientras sentía una garra hundirse en su rostro, escuchó algo romperse en su interior, el cristal que la retenía reventó, y derramó un líquido cálido al principio, la liberó de su dolor. Comenzó a mezclarse con su grito agónico, a su vez, una voz ajena la hacía consciente de que empezaba a perder el control de su cuerpo.
Era una carcajada, y la misma no le pertenecía.
Su cuerpo despedía humo, sin embargo, no se quemaba, se sentía arropada en la calidez de la sangre en su rostro, y en medio de su cansancio, no pudo evitar aceptar su ofrecimiento.
Sus huesos rotos comenzaron a volver a su lugar, en realidad, se desplazaron bajo su piel, Reina se atragantó con el líquido que salía a borbotones de su nariz. Al entrar contacto con la mano de la quimera, este encendió el fuego. Lo hizo arder.
La lanzó contra una esquina, pero Reina se incorporó del suelo con rapidez, ella también ardía, pero de una forma contraria. En sus heridas cerradas centelleaban raíces blanquecinas, mientras cubría su rostro brillante con la mano, del hueco sangrante, de sus orejas y boca también brotaba esa sustancia espesa, humeante.
Se paró sobre sus pies, y lentamente retiró su mano, donde le había sido arrancado el globo ocular, finos hilos brillantes tejían una nueva extremidad, un nuevo ojo tan negro como el alquitrán. Y la reina extendió su influencia, aquella voz colérica fue como un trueno en el aire, tronó incluso en los pensamientos de cada criatura presente esa noche.
—Despreciable sombra del plano de la humanidad. ¿Quién te ha dado el derecho de enturbiar con tu presencia la gracia de la reina?
Reina sopesó la mano en los gruesos barrotes que la retenían, los hilos blancos salieron despedidos de sus dedos, y el veneno trepó por el metal. En un instante el acero se iluminó de un relámpago cegador, y entre los intensos gemidos de los monstruos, la jaula se derritió, empezando desde sus cimientos.
Fin de la segunda parte.
✴ ✴ ✴
Buenas noches, estrellitas, vengo tarde pero seguro. Y la principal razón es que estoy nerviosa, porque como verán, esta etapa de la historia es un poco fuerte, hay muchos personajes en juego, puntos de vista que ya se cruzaron (por fin) y pasan muchas, MUCHAS cosas. Las escenas de acción todavía me cuestan, por lo que saben que siempre estoy abierta a consejos (también si ven algún error pueden decirme al privado, o en algún comentario) ❤
Ahora sí, del 1 al 10 ¿qué tan intenso estuvo el capítulo?
¿Les agrada el apodo de la Reina violenta (Roja)?
¿Qué les pareció la interacción entre nuestros tres jinetes del apocalipsis (Mikaela, Reina, y Génesis)?
¿Creen que después de ver a Reina así van a volver a verla con los mismos ojos?
¿Fangirlearon con Mikaela tratando bien (como se debe) a Reina como yo? ¿Habían pensado en ese shipp?
¿Qué opinan de la ira repentina de Luís?
¿Esperaban a ver a Lucio así?
¿Qué creen que va a hacer la reina ahora que tomó el control (por ahora)?
Lo averiguaremos. (Siempre recibo sus bellas teorías)
AYY, CASI ME OLVIDO. ¡Llegamos a los 6K! GRACIAS INFINITAS POR LEER, me emociona tanto contar con su apoyo durante la que es mi primera historia después de tanto tiempo fuera de la plataforma, no se dan una idea de lo feliz que me hacen.
Por otro lado, PROMETO responder todos los comentarios apenas la facultad me deje respirar, de verdad, PROMESA. Me divierto un montón haciéndolo.
PD: El sonido en multimedia puede servir para ponerse en ambiente.
Ahora sí, nos leemos el domingo que viene ❤
—Caz.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro