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|Capítulo 11: Los ojos de la bestia|

—Sería muy fácil hacerlos caer,

debía protegerlos.

Los defendí de mis monstruos,

pero ya había algo que los deseaba.


Marcel Blanco era un hombre robusto y de altura exagerada, su edad jamás coincidía con el brillo de su cabello blanco, y la sonrisa depredadora que solía esbozar con Reina era una expresión que muy pocos tuvieron la suerte de ver antes de morir.

O así lo intuía ella al quedarse a solas con su jefe.

Siempre se había sentido fuera de lugar, pero al contrario de lo que haría con cualquiera, ese sentimiento constante de no pertenencia la ayudaba a crear una máscara para mostrarle a los demás. Ajustaba su juego a las necesidades ajenas e ignoraba por completo el vacío de su pecho que le decía que nunca iba a ser suficiente. Era una mujer tranquila, odiaba llamar la atención de los demás, y a la vez disfrutaba al presionar a su entorno de formas poco comunes.

Sabía que compartía las mismas características con él, pero no se sentía orgullosa de eso y le interesaba de sobremanera encontrar un punto de inflexión en el paralelismo creado por su cabeza, aquello no era bueno, sentía el desastre en la punta de la lengua.

«No respondas a sus provocaciones»

En contra de la tranquilidad que la otra intentaba transmitir, su cabeza comenzó a pulsar con intensidad.

—Llegué justo a tiempo, señor —repuso ella, rompió el silencio sepulcral formado por la tensión en los cuerpos de ambos.

Las paredes blancas y los pocos muebles de su oficina acrecentaban la grandeza del ambiente, sin embargo, la figura de metro noventa del señor Blanco hacía ver todo aquello como una casa de juguetes. El sonido de sus pasos al acercarse a ella hizo eco en el interior de su cuerpo, tenían el peso que la hundía en un abismo de sumisión indirecta.

—Temprano es a tiempo, a tiempo es tarde y tarde es inaceptable, deberías saberlo. ¿No vas a responder a mi pregunta?

Se mordió la lengua, pudo sentir el ademán fantasma de alguien acuchillar su cerebro a través del cráneo. Mare acercó la mano enguantada a su rostro y ella no soportó la atención de sus pequeños ojos azules vistos desde abajo, le asqueaba demasiado, la centró en el cubre bocas que tenía sobre la cara y su cuello. La piel era tan pálida que las venas eran visibles a través del cuello de su traje.

—¿Para qué me llamaste? ¿Qué es lo que necesitas? —Le sonó a súplica, se maldijo a sí misma.

El hombre pareció soltar otra sonrisa tras la máscara, pero era imposible saberlo, solo se habían formado pequeñas arrugas en los párpados.

—No es lo que yo necesito, sino lo que vos podés darme para comprar mi silencio. ¿No te acordás?

Reina clavó las uñas en su palma e intentó opacar el asco con el sabor de su sangre. Quiso desviar la barbilla del tacto frío que tenía el guante de cuero, pero Mare atrapó su cara con una mano y la obligó a mirarlo. Todo su cuerpo la había encerrado contra la puerta a sus espaldas sin un atisbo de decencia.

«No hagas ninguna estupidez»

El hombre leyó a la perfección su gesto contrariado.

—¿Qué fue lo que te dijo? —Los dedos pesados se clavaban en su mejilla.

«Si no respondes se va a cansar de intentarlo»

Sus rodillas comenzaron a flaquear. Reina podía percibir la humedad de su piel brillante a través de las ropas. Su otra mano se dirigió a su brazo inmóvil, no tardó en notar que apenas podía moverse para respirar. Su cabeza estaba a punto de estallar.

«No podemos darnos el lujo de que nos descubran, hacé lo que te pide»

—Hablá, Reina —exigió Mare, el agarre sobre su brazo comenzaba a cortarle la circulación.

Una lágrima austera se deslizó por su mejilla, era imposible evitarlo.

—Me dijo que hiciera lo que pidiera —susurró, su rostro entero no era capaz de traslucir el dolor que presionaba su cien, solo el llanto era el principio del desastre. Percibió la sonrisa complacida de Mare a través de la tela antes que él retirara el cubre bocas, sus labios eran tan rojos que parecían manchados de sangre. Entonces Reina supo de dónde había venido la alucinación que tuvo en la iglesia.

Creía que estaba a punto de desmayarse y en realidad era algo peor.

«Dejá que yo lo haga»

Antes de perderse fue consciente por completo, para ella, en esa oficina, los demonios existían y tomaban la forma de su jefe, en cada una de sus pesadillas.

Reina parpadeó una vez, su conciencia se desvaneció entre las brasas encendidas de su cerebro y la mujer que observó al hombre besarla formuló una mueca de desagrado, antes de separarse y colocar un dedo contra sus labios.

Le había corrido el labial.

—Ya fue suficiente, Mare. La asustaste demasiado —gruñó ella, bajó la vista a su brazo inmóvil—. Soltame ahora.

El hombre esquivó su mano e intentó llegar a su cuello, pero Reina atrapó su cara justo a tiempo. Recibió la risa baja de Mare como una vibración generalizada antes de oír su burla.

—Demasiado aburrida para ser tan joven.

—Demasiado exigente para ser tan viejo. —Apenas sintió flojo el agarre sobre su brazo se soltó y fue a sentarse en el sillón, extendió las manos a los lados y colocó el tobillo sobre su rodilla en total confianza—. ¿Para qué me llamaste?

Mare rompió el contacto visual al volver a su escritorio, se pasó una mano por el cabello blanco para desviar la frustración antes de comenzar a limpiarse los restos de carmín que le habían quedado sobre la boca.

—Lorenzo va a solicitar la autopsia del caso de esta mañana, hacé que cambie de opinión, no necesitamos más causas perdidas. —Observaba su agenda abierta sobre la mesa metálica.

Reina hizo un ademán para llamar su atención.

—Entonces ¿por qué...?

Su jefe la observó por encima del marco de sus anteojos de lectura, las raíces de su cabello claro resaltan en contraste con su rostro ensombrecido.

—No te pago para que hagas preguntas estúpidas, dejale esas a la otra —ladró, observó su celular a la espera de algo y se centró otra vez en sus papeles—. Después de que hagan el reconocimiento se lo vamos a entregar a la familia, hoy mismo.

Disfrutaría tanto matarte.

La mujer le sonrió e hizo el ademán de levantarse, pero la duda en el tono inflexible de Mare la detuvo.

—¿Cómo ves a Lucio? ¿Qué te parece hasta ahora?

Reina tardó en reconocer que hablaba de su sobrino, el joven que se había unido a su equipo hace poco, recuerda su nombre, su memoria no le había dejado olvidarlo. Sopló un mechón de cabello rubio fuera de su rostro.

—Es aplicado en su trabajo —dijo condescendiente, le interesaba la razón por la que el comisario imprimía aquella duda en su voz—. Se lleva excelente con el resto, casi como si tuviera un talento natural.

Por supuesto que no iba a comentarle sobre las cosas que el muchacho decía de su tío a sus espaldas, pero no quiso perder la oportunidad de molestar a Mare con la nueva idea que había comenzado a rondar su cabeza.

—No es tu sobrino ¿verdad? —Observó sus uñas rojas de forma desinteresada—. Estar un poco loca me hace susceptible a las mentiras, no te sorprendas tanto, cielo.

Los ojos del hombre se cristalizaron de la molestia al mismo tiempo cerraba su agenda con excesiva tranquilidad. Reina casi pudo sentir la cachetada que buscaba darle en ese mismo momento debido a su imprudencia, pero no había podido evitarlo.

Para su buena suerte, los golpes impacientes a la puerta interrumpieron su castigo por hablar de más y un instante después apareció en el umbral el muchacho de cabello rubio alborotado. Tenía unos documentos abajo del brazo, una bolsa de comida en su otra mano y parecía nervioso por estar ahí. Su aparición había sido toda la confirmación que necesitaba, sus ojos azules seguían el patrón de los cuadros colgados afuera y cobraban vida en esa misma habitación.

Un hijo no reconocido, Mare. Que básico y predecible incluso para un tipo como vos.

✴✴✴

Antes de salir Lucio le había dado un piquete en el brazo con la intención de avisarle que lo esperara para almorzar con los demás y ella respondió a su solicitud con un asentimiento, pero la sonrisa alegre que le había mostrado nada tenía que ver con aquello, quería irse directo a su casa para atragantarse con una taza de té mientras leía algún libro de romance cliché empalagoso. Ver más cadáveres no estaba en su agenda y tampoco deseaba pasar tiempo con los demás, pero por desgracia tampoco tenía la posibilidad de elegir aquello.

Debía seguir adelante con la fachada que se había formado la otra o luego iba a arrepentirse cuando la encontraran dentro de su departamento muerta por un tiro en la sien.

Reina se sentó en el comedor de la jefatura y observó la nada el tiempo suficiente como para que el transcurso de los minutos estuviera a punto de convertirla en piedra. No necesitaba buscar a Lorenzo por voluntad propia, el hombre iba a aparecer a su lado tarde o temprano.

Él siempre estaba siguiéndola.

—Buenos días, mi cielo —sonrió, al hombre con la taza de café en las manos y ojeras oscuras—. ¿No es un poco tarde para desayunar?

Sus ojos grises la desconocieron.

—¿Qué hacías en la oficina del comisario?

A Lorenzo nunca le había gustado dar vueltas.

—Hacía tu trabajo —dijo ella, golpeaba su pie contra el suelo de forma impaciente, lo vio sentarse en frente y lo señaló—. La mano izquierda tiene que hacer algo cuando la derecha se ausenta.

Podía ver al malhumor ascender en su expresión y le divertía.

—Te dije que dejaras de meterte con él, no seas una imprudente. ¿Hace falta que te recuerde lo que pasó?

Reina detuvo su golpeteo incipiente y se inclinó en la mesa. Le encantaba esa historia.

Sí, decilo, decilo, decilo.

—Hacelo.

Lorenzo dejó su taza y observó sobre su hombro una vez.

—Mare tenía un prodigio que trabajaba en logística, pero se enteró cosas que no debía y lo mataron, Reina. —El hombre no pudo ocultar su malestar—. Era su propio hijo.

—Decían que iba a entregar la información a una revista independiente —dijo alguien—. Pero nunca encontraron los documentos. 

Ambos observaron a la voz femenina que de repente había interrumpido su conversación. Patricia sonrió al mismo tiempo que acomodaba los anteojos sobre el puente de su nariz. Lorenzo tuvo que contener un suspiro, su expresión volvió a ser la misma máscara dura de siempre. Entre ellos existía la confianza suficiente.

—Son rumores —Reina hizo un ademán para dispersar la tensión del ambiente—. De todas formas, nunca encontraron su cuerpo. Ese niño eligió el momento perfecto para escaparse, nada más.

Patricia le dio la razón con un asentimiento y quedó claro que ninguno se animaba a decir más nada acerca de rumores que podrían comprometer sus trabajos, en el mejor de los casos.

Ella sabía la enorme cantidad de historias que rodeaban al renombrado comisario Marcel Blanco. Su poderío económico lo hacía alguien excéntrico y con gustos extraños. Decían que frecuentaba burdeles clandestinos, y tenía una seria obsesión con coleccionar personas jóvenes en su historial como si fueran trofeos. Los menos arriesgados decían que se la pasaba durmiendo en su despacho y solamente consumía carne mal cocinada. Reina podía confirmar los dos últimos, el olor de su aliento era suficiente para que le dieran arcadas la mayoría del tiempo, pero no quería saber nada sobre lo demás.

Como no observó que ninguno de los dos fuera a decir nada más interesante se levantó y caminó a través de los pasillos de las oficinas hasta llegar frente a un cubículo igual a los demás, solo que la oscuridad de esa esquina delataba la falta de personal. El brillo de la pantalla creaba un foco de luz azulada. El cabello rubio de Lucio formaba una pequeña nube de fibras delgadas alrededor de su cabeza, Reina lo vio encorvado sobre el monitor, pero lo que más llamó su atención fueron las imágenes proyectadas en la pantalla de la misma.

Eran las grabaciones de la cámara de seguridad del club donde encontraron a la muchacha esa mañana.

Él estaba de espaldas, se acercó en silencio a su silla, Reina no podía ver con claridad sin sus anteojos, pero notó la esquina que correspondía a la entrada de los baños, más importante, la porción de su memoria que podía manejar esa versión de ella reconoció a una figura masculina entrar seguido de una mujer. Tuvo que inclinarse cerca de su cabeza para observar, pero la figura ausente de Lucio reproducía ese momento una y otra vez.

Es él, es él, es él.

«¿Quien? ¿Quién es él?»

La voz pausada de la otra la sobresaltó, se desenvolvió en su cabeza como un pequeño animal que despertaba luego de una larga siesta.

Oh no, volvé a dormirte querida, es mi turno.

La sintió revolverse contra su conciencia, y su sien comenzó a punzar de forma tan intensa que los bordes de su mirada se blanquearon en un instante. Sintió la cabeza del hombre voltearse hacia ella, su cara estaba casi en paralelo a la suya, los ojos azules la observaron durante un instante en el que Reina pudo sentir la molestia emanar del muchacho alegre como si acabara de pegarle una cachetada. Las motas doradas quemaron su morbosa curiosidad.

—¿Quién debería volver a dormir? —preguntó Lucio.

A partir de ese momento la situación se volvió surrealista para ella.

Su dolor de cabeza apenas le dejó procesar la mano de él envolverse alrededor de su cuello, intentó retroceder demasiado tarde, la tomó de la muñeca y la forzó a apoyarse contra la mesa del escritorio, le clavó las uñas al no escuchar respuesta. Reina pensaba una a medida que luchaba por mantenerse en pie, tampoco recordaba que el hombre tuviera uñas tan filosas en primer lugar.

Sentía la sangre manar de la piel sensible de su muñeca, su agarre se apretaba a medida que las cortas respiraciones salían de su boca. No tardó en comprenderlo, intentaba matarla.

De tal palo tal astilla ¿eh?

Su miedo no coincidía con la mueca que empezó a abrirse paso a sus labios.

—¿Puedo... puedo darte mi silencio a cambio de...? —Las palabras no salían con claridad, pero el hombre pareció reaccionar de repente, sus ojos azules se agrandaron al notar la sangre. Se alejó hasta que la silla chocó contra la pared del cubículo, Reina se inclinó sobre sus rodillas y tosió hasta que logró recuperar el color de su rostro.

Mientras tanto el video de la cámara de seguridad continuaba en la pantalla.

—Disculpame, casi me matás del susto —repuso Lucio en fingida inocencia, al mismo tiempo que alargaba la mano para apagar el monitor, su porte salvaje había desaparecido, parecía asustado de la muñeca ensangrentada de Reina.

—¿Qué yo te asusté? —Le acercó la herida y señaló sus manos, era la primera vez que lo veía sin guantes, su piel era grisácea y el lugar donde terminaban sus dedos resaltaba la pequeña protuberancia con filo que le había abierto la piel—. La que casi se muere soy yo, animal. ¿Qué carajo te pasa?

Lucio estaba estático y movía los ojos por todo el lugar, intentaba decidir algo por su cuenta y era evidente que le costaba horrores.

—No sé. Mare me pidió que borrara estos videos y nadie debía enterarse, no voy a disculparme por tener instinto de supervivencia —se exasperó el muchacho—. ¿Vas a decirle a alguien?

—No sé. ¿Vas a intentar matarme otra vez?

—No sé.

Nadie me paga lo suficiente por todo esto.

La cabeza no había dejado de dolerle, Reina se hizo el pelo hacia atrás y le dedicó una mueca parecida a una sonrisa conciliadora.

—¿Qué video?

El muchacho podría haberle correspondido con otra sonrisa y zanjar la cuestión a partir de ahí, ambos llamarían al silencio mutuo y Reina iba a irse por donde vino para pensar una forma de utilizar aquella nueva información después. Sin embargo, notó la mirada de Lucio posarse en su muñeca, la sangre no paraba de salir y manchaba el comienzo de sus zapatos, tenía la boca abierta, empezaba a pasarse la lengua por los dientes.

Necesitaba detener el sangrado.

—¿Te sentís bien?

El ruido de su estómago hambriento fue la respuesta.

—Necesito un poco de aire —logró formular él, a duras penas.

Con su rostro al descubierto, las facciones salvajes de Lucio relucían, parecía un ave de rapiña a punto de saltar sobre su presa. Reina ocultó su brazo atrás de su espalda y comenzó a retroceder, él siguió su movimiento con las pupilas contraídas e hizo ademán de levantarse. Ella vio una señal de que debía correr por su vida, en menos de un instante el ambiente se había transformado en algo que percibía como un peligro inminente y ese tipo no mostraba señales de ser una persona civilizada, no era su padre.

Corrió lejos del cubículo sin mirar sobre su hombro, a pesar de escuchar su voz llamarla, comenzó a caminar apenas llegó a una zona más iluminada, una nueva punzada llenó sus ojos de lágrimas y la obligó a apoyarse en la pared.

«Dejá de engañarme, mentirosa. ¡Mentirosa!»

No podía mantener los párpados abiertos, la otra reclamaba la parte de su conciencia que le pertenecía y ella era consciente de que no podía luchar en su contra sin sufrir las consecuencias de sentir que empezaba a partirse al medio.

Sus dedos arañaron la pared.

Antes de desmayarse sintió una mano aferrarse a su hombro con urgencia, para luego tirar de ella hacia atrás como si la quisieran devolver directo al infierno.

✴✴✴

¡Hola, hola! ¿Ya tomaron agua? uwu

(Inserte acá insultos para Mare)

¿Qué les parece la otra Reina? ¿Creen que lo que vio con Lucio fue otra alucinación?

Nos leemos el proximo domingo, y de paso me disculpo si encontraron algún error en el proceso. Gracias por leer 

—Caz

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