|Capítulo 10: Nadie puede dejar la casa|
—Los elegí sobre mi naturaleza,
los humanos son débiles.
Demasiado influenciables,
igual que su mundo.
Era consciente de que utilizaba la piel de alguien más, pero no podía sentir la diferencia. La facilidad con la que su hermano logró replicar los detalles era terrorífica, eso demostraba que había tenido tiempo para practicar y le revolvía el estómago.
Jocken era capaz de copiar las características de cualquier ser que haya dejado una huella en sus sentidos. Cuanto más intensa y reciente era la huella, más refinada era la copia, al punto de que era imposible diferenciar el cuerpo real del impostor. Lo mismo valía para los demás, podía construir la mentira sobre otras personas.
Jocken manejaba la habilidad más monstruosa de los tres y hacía valer el título que les habían puesto hace siglos.
Harlem no quería saber, pero se molestó al notar una mueca de dolor abrirse paso en la cara que utilizaba su hermano. No era fácil hacerlo con él, su cuerpo, el de una criatura con tanto peso en el plano le provocaba hacer un gran esfuerzo, pero debía aguantar un poco más, no tenía otra opción.
Apenas pisaron las baldosas del exterior del club, la luz pálida del sol cegó a Harlem lo suficiente como para hacerlo arrugar el ceño todavía más. Una mujer entrevistaba de uno en uno al grupo de humanos congregados en la puerta, les hacía preguntas de rutina y la expresión del camarógrafo no variaba más que para emitir un gran bostezo.
Estaban tan acostumbrados a las desgracias que ante la muerte solo se proponían cerrar los ojos, resignados como los animales que fueron encerrados en un matadero. En realidad, siempre lo habían hecho, y en este caso, ellos sí tuvieron la oportunidad de elegir, los otros no.
—Necesito hacer una llamada —anunció Jocken a su lado, notó que se había vuelto hacia él a la espera de obtener un poco de privacidad, en cambio toda la respuesta de Harlem fue darle un empujón a la parte trasera de su rodilla para que perdiera el equilibrio, y a continuación cazó su brazo para que no se le escapara.
—Cuando lleguemos —Algo había captado su atención.
Por el frente de la multitud bajaba de un taxi una mujer de aspecto demacrado y los ojos llenos de preocupación. La periodista también notó su llegada, se colocó a su lado en un suspiro y la cámara apuntó directamente en paralelo a la multitud, que no tardó en rodearla con una nube de murmullos.
La mujer decía el nombre de su hija, la buscaba y comentó agitada que la misma no respondía sus llamados. Harlem observaba absorto la imagen de la madre que se preocupaba por su hija adulta y no pudo evitar sentir una punzada de resentimiento.
Jocken lo miró impaciente.
—Necesito un momento —Sostenía su celular en una mano.
—¿Cómo se llama su amiga? —Escuchó la voz de la periodista.
Harlem abrió la boca para responderle a su hermano, pero el nombre que había pronunciado la mujer hizo que se le erizaran los cabellos de la nuca. Abigail, es el nombre de la muchacha cuya cara llevo puesta en este momento. La urgencia le hizo sacudir a Jocken con violencia, antes de señalarse el rostro.
—Cambiá esto, ahora.
El celular se había resbalado de sus manos y entre maldiciones Jocken intentaba tomarlo, pero la paciencia de Harlem ya se había roto hace una hora atrás, lo tomó del cuello trasero de la camisa para obligarlo a enfrentar su cara. Tuvo que controlarse de sobremanera para volver su voz un susurro furioso.
—Escuchame, descerebrado de mierda, la mujer de ahí acaba de preguntar el nombre de la chica que acompañaba a tu cena, es la misma que yo tuve que reprimir hace menos de una hora, la misma a la que le robaste su rostro para ponérmelo a mí.
Jocken le dedicó una mirada cargada de aburrimiento por encima de su expresión molesta.
—Matarla habría sido más práctico, no me digas que no te lo...
Las cejas de Harlem ascendieron y no le dejó terminar, se acercó hasta que logró apoyar la cabeza contra su hombro y lo envolvió en un abrazo. En el ángulo que necesitaba para cubrir lo que hacía con su otra mano.
Le estrujó la garganta.
—Cambialo ahora o te prometo que no va a quedar nada que puedas recoger del suelo cuando termine de ensañarme con tu cuerpo, y no creas que no le voy a pedir ayuda a Zora para hacerlo.
Jocken lo miró dentro de la piel ajena de ese hombre robusto y podría haberse liberado ya que la multitud estaba ciega de lo que ambos hacían, pero la mención de Zora tuvo más impacto que un golpe en su estómago.
Harlem había utilizado la única carta capaz de controlar la estupidez de Jocken: la ira de su hermana menor.
Asintió con expresión enferma y ambos se internaron de forma definitiva entre las personas, la misma se había multiplicado y observaban a todas direcciones en una búsqueda lánguida que seguía el nombre de las muchachas que habían tenido la pésima suerte de encontrarse con el desgraciado de Jocken.
Harlem deseó entristecerse, pero no tenían tiempo para eso, sintió los hilos de su hermano construir la realidad a su alrededor. El aire onduló al igual que el agua de un estanque en medio del movimiento humano y por el jadeo que soltó supo que había conseguido ocultar la presencia de ambos.
✴✴✴
Una vez que dejaron el club sus disfraces se deslizaron como la piel muerta de una serpiente y Nez manejó a través de la congestionada ciudad de Buenos Aires al ritmo de una radio a todo volumen. A Harlem no le molestaba la música y sabía que su niño la adoraba porque movía la cabeza de forma animada, pero al verse interrumpida por la voz de una locutora que contaba sobre la tragedia ocurrida, tuvo que pedirle que la apagara y la Quimera lo hizo sin chistar.
Tampoco tenía opción, ese joven no poseía una boca para emitir una opinión diferente a la de sus creadores.
El pelirrojo se tronó el cuello, su estrés empezaba a traducirse a un profundo dolor en sus huesos y sentía la piel tirante, el peso de sus emociones lo hacían cada vez más viejo. La naturaleza de los de su clase nunca iba a seguir las reglas normales, para él y sus hermanos era un caos mantener su forma humana. A cambio de un poco de estabilidad necesitaban formular reglas particulares y Harlem era bueno en eso.
Las reglas, eran todo lo que lo mantenía cuerdo para no perderse en la arrasadora oscuridad de su propia memoria.
Por esa razón, si él se angustiaba se volvía viejo y el proceso podía continuar hasta que no quedaba más que un bulto de huesos inamovibles. Miró al causante de su sufrimiento.
Su hermano no se veía mucho mejor, estaba pálido y enfermizo. Construir una piel falsa tomaba mucho de su propio cuerpo, el color había desaparecido hasta de su ropa de cuero, pero en cambio sus músculos de a poco volvían a la normalidad. No había emitido palabra más que para responder con monosílabos a la serie de insultos elaborados que le había dedicado Harlem al inicio del viaje.
—Tenemos que hablar con Zora, urgente —mencionó el pelirrojo, a sabiendas de que aquello lo iba a poner peor—. Tiene que decirnos qué cambió, tu intromisión en su línea temporal pudo haber terminado en un desastre. ¿Y nunca se te ocurrió pensar que íbamos a hacer si caías en su abismo? Dioses, el sello pudo haberse roto.
Jocken le dedicó una mirada lánguida de ojos enrojecidos y torció el labio.
—Zora ya lo sabe, ella sabe todo. —Hizo una pausa para tragar las náuseas y Harlem estuvo a punto de corregirlo.
No, no lo sabe, puede sentirlo, su suerte es demasiado complicada y siempre fue un problema no poder ni siquiera hablar de ella.
Las reglas que seguía Zora para poder continuar en ese mundo eran más estrictas que las demás, el futuro era una galaxia enorme con un sin fin de estrellas y era fácil perderse.
El sonido del motor se apagó y siguió a su hermano menor fuera del auto, no sin antes acariciar el plumaje de Nez a través del asiento.
—Y sobre lo otro que dijiste, Génesis no lo sabe —terminó Jocken—. Cree que Caos lo hizo, como todos.
Ante la mención de su nombre Harlem se congeló, se detuvo en la puerta del hotel abandonado con una mano sobre el pomo percutido de la puerta. La calle estaba desierta en esa zona de la ciudad, salvo por las personas que dormían en los rincones de la vereda, a la intemperie.
El pelirrojo lo observó por encima de su hombro, sus ojeras violetas exaltaban los ojos de plata.
—Ella no lo recuerda querrás decir y no, no te permito que digas su nombre en mí casa.
—Por eso nos odian, no sabe que nosotros los salvamos. —Se apresuró a completar Jocken, a lo que Harlem alzó una mano para hacerle saber que no estaba de humor para tener esa conversación, la presión de desconocer lo que había cambiado en el futuro de Génesis gracias a la estupidez de su hermano era suficiente.
Debían hablar con su hermana, la única que completaba el círculo dentado que formaban ellos dos.
Entró al hotel con la advertencia silenciosa de dejarlo afuera si tardaba demasiado. Desde el exterior la construcción sobre sus cabezas parecía a punto de caerse a pedazos, pero una vez que atravesaron la puerta, las paredes humedecidas se convirtieron en fuertes columnas de mármol enrevesado y en las escaleras del recibidor relucieron las alfombras rojas. Harlem notó que la puerta al salón principal estaba cerrada, ese fue el inicio de su malestar.
Cerró los ojos en un intento vago de localización, podía sentir el hotel como si sus pisos fueran en realidad la extensión de su piel. Notaba su peso, e iba desde una minúscula partícula de polvo hasta la última de las habitaciones de los pisos superiores, cuyas puertas nunca debían abrir a menos que quisieran liberar las memorias dolorosas de una vida entera relegada al sufrimiento.
Silencio, era imposible que su hermana hiciera tanto silencio.
El ama de llaves lo miró con gesto preocupado, la mujer vestida de traje, con los ojos amarillos y el cabello encrespado llevaba parada a su lado al menos diez minutos, Harlem la enfrentó como quien no desea que la realidad lo golpee.
—Hablá, Mur, por favor.
Jocken se le había adelantado para abrir las pesadas puertas del salón, revisaba lo que él ya sabía.
Mur se aclaró la garganta.
—Buen día, mi señor. La dama se fue hace un par de minutos, me pidió que les avisara de la nota que dejó para ustedes.
Harlem observó la bandeja que le ponía enfrente como si esta tuviera una hoguera enorme y el fuego le quemara las cejas.
—¿Dónde está? ¿Te dijo para qué se fue? —preguntó en su lugar, su expresión comenzó a decaer. Su falsa calma empezaba a agrietarse y en ese lugar no iba a poder contenerse lo suficiente, el hotel era parte de su cuerpo.
—No me especificó absolutamente nada, mi señor.
Si estallaba en furia iba a verse reflejado en la construcción sobre sus cabezas.
—Ella te pidió que dijeras eso ¿verdad? —Le dolía hablar, el rostro de Harlem se oscurecía, sus rasgos se endurecieron cual trozo de concreto tallado, de repente parecía varios años más viejo.
Jocken hizo golpear las puertas al cerrarlas y se acercó impaciente.
—No te quedes parada ahí, mujer. ¿Podés traer algo para tomar? ¿Un poco de vino tal vez?
El ama de llaves que había notado la vibra asesina de Harlem, asintió de forma enérgica y sus piernas se movieron más rápido de la cuenta para cumplir con su pedido.
Era su instinto de supervivencia, hasta las Quimeras lo tenían.
—Jocken, Zora se fue. —Mientras abría la carta con cuidado las raíces de su cabello mostraron canas. El muchacho se asomó sobre su hombro para leer su interior.
Eran unas entradas para ir al teatro.
—¿Y eso a mí en qué me afecta?
Una mueca atroz se instaló en el labio inferior de Harlem, acentuado por las arrugas.
—¿En qué te afecta? Las reglas Jocken, te recuerdo las reglas, repetí después de mi o juro que te voy a apuñalar la carótida hasta que tenga el tamaño de una tubería industrial. —En una exhalación soltó la carta y se aferró a la chaqueta de Jocken, sus manos emitieron un crujido grave, al igual que el de la piedra al romperse—. Nadie puede dejar la casa si no queda nadie que pueda sostenerla, nadie puede irse o los recuerdos van a soltarse para tomar el control. Este lugar no existe más que para representar lo que fuimos una vez, si alguien entra va a morir, pero si alguien sale nuestra única carta de triunfo desaparecerá. ¿La entendés? ¡Repetilo!
Intentó zafarse y los ojos de Harlem se agrandaron tanto que pesaron sobre su propia cara demacrada, la vejez había vuelto su cabello tan gris que parecía blanco. De repente, el suelo comenzó a vibrar bajo sus pies, los jarrones y cuadros decorativos cayeron al suelo.
—La entiendo, pero no sé qué tiene que ver una adivinanza con esto...
Su hermano siguió hasta que la voz del muchacho se apagó.
—Nadie puede dejar la casa si no queda nadie que pueda sostenerla, nadie puede irse o los recuerdos van a soltarse para tomar el control. Este lugar no existe más que para representar lo que fuimos una vez, si alguien entra va a morir, pero si alguien sale nuestra única carta de triunfo desaparecerá. —Su piel parecía derretirse sobre sus huesos a medida que sus pies se fusionan con el suelo del recibidor. Las columnas de mármol empezaban a agitarse cual hojas en plena tormenta. Jocken no captó la seriedad de la situación, pero Harlem continuaba sin freno—. Nadie puede sostenerla, los recuerdos tomarán el control, este lugar no existe, si entra va a morir, pero si alguien sale nuestra única carta de triunfo desaparecerá. Nadie...
—Se te zafó un tornillo. ¿Te lo busco?
—¡Quiere encontrarla a ella! ¡Por eso se fue antes de que llegáramos!
—¿A ella? —susurró el muchacho, su hermano lo soltó de un ademán violento—. Me alegra no ser el único con impulsos suicidas —agregó, opacado por el desastre que sucedía a su alrededor.
Harlem lo escuchó, un crujido enorme partió el aire, se había volteado a verlo, su piel transformada en piedra pulida respetaba las arrugas del anciano en el que se había transformado. Agitó frenético las manos frente a él, y más sonidos de grietas inundaron el ambiente.
—A su hija, quiere hablar con la hija de ese mentiroso y decirle la verdad. —Su rostro vaciado de color se contorsionó de la angustia, anticipando lo que pasaría, y varias grietas más asomaron a su cuerpo—. Esa bestia no la va a escuchar, va a matarla.
Jocken se acomodó la ropa y le dedicó una mirada decidida a la estatua que era su hermano.
—Puede intentarlo. —Se agachó para tomar las entradas y no ocultó la emoción en su voz. —Tenemos que ir, por algo las dejó ¿no?
Como siempre, ella arregla todo para que las cosas solo puedan hacerse a su manera. Debería haberlo previsto, debería...
Para entonces la voz de Harlem salía de las paredes, del suelo, de las columnas de mármol a punto de caer y de las escaleras que llevaban al piso superior. Su hermano y el hotel eran uno. Jocke se estremeció al escucharlo.
—Vamos a ir.
✴✴✴
¡Hola Hola! ¿Cómo están? Espero que bien 🖤
El capítulo de hoy estuvo un poco denso de información sobre las habilidades de los Sin Rostro así que cualquier cosa pueden preguntar con confianza, yo voy a aclarar todo lo que pueda sin spoilers. No descarto que vaya a hacer un post sobre esto en el futuro. 👁️
PREGUNTAS:
¿Quién dice la verdad?
¿Qué es lo primero que harían si les dan la posibilidad de ser alguien más?
¿Ustedes también son dramáticos como Harlem cuando se enojan? Mentira, la situación es seria, pero no puedo evitar burlarme.
¿Cuál regla de todas les da más curiosidad?
Dejo acá los retratos de los dueños del capítulo de hoy que hice con la página Artbreeder:
¿Se los imaginaban así?
Me disculpo por si se encontraron con errores. (Este borrador va a ser corregido una vez termine de publicarlo) Y muchísimas gracias por leer. Se me cuidan, por favor. ❤
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