13| 《Fred Weasley》
"Then get in your car and laugh 'til we both turn blue"
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La oficina de la directora McGonagall estaba sometida en un silencio infernal. Los cuadros miraban preocupados a los tres adultos presentes, cada uno en su propio mundo. El chico pelirrojo que se encontraba sentado entre sus padres, jugaba con sus dedos, incapaz de levantar la vista y encontrarse con los penetrantes ojos de la directora. La mujer, tomó un sorbo de su té, frío como el invierno que parecía invadir la habitación. Incómodo. Esa era la única palabra que se le venía a la mente al pequeño Fred mientras se acomodaba en la silla. Sí, era un silencio incómodo y tenso, y todo por culpa de McGonagall y sus estúpidas reglas. Finalmente, la mujer suspiró pesadamente y miró a los padres que había citado.
—¿Saben por qué están aquí, señor y señora Weasley?
George soltó una risa y miró a la directora con diversión. En sus ojos se seguía observando su toque bromista de cuando era un adolescente, a pesar de todo lo que había pasado, seguía siendo el mismo chico que le daba pastillas vomitivas a los de primero.
—No es necesaria esta formalidad, Minerva, que ya nos conocemos desde hace años.
—Pero esto es un asunto grave, Weasley. —La mujer miró detenidamente al hombre, y este no vio ni una pizca de diversión, ni de alegría en rostro.
George sintió un escalofrió al darse cuenta que su cara no reflejaba ninguna emoción, pero lo supo disimular bien. Miró a su hijo un segundo, luego a su mujer, y después volvió la vista hacia la directora.
—No sea exagerada, aún no nos ha dicho por qué nos ha citado, pero estoy seguro que el muchacho solo quería gastar una broma. Nada grave —dijo. Luego, se se giró para observar el cuadro de Dumbledore, sonriendo de medio lado y con un tono melancólico en la voz, siguió hablando—. A Fred y a mi nos encantaban las bromas, lo recuerdo muy bien. Y todo era tan perfecto. A veces desearía que estuviera aquí conmigo, en este mismo momento.
La incomodidad volvió a aparecer en esa sala cerrada, y todos se quedaron una vez más en silencio. La muerte de el joven seguía doliendo como el primer día, cuando supieron que no podrían volver a abrazarlo ni reír con él. Fred sabía de la existencia de su tío, el cual llevaba el mismo nombre que él, pero nunca le había importado mucho no tenerlo allí. Había escuchado historias, sí, ¿pero cómo puedes echar de menos a alguien que ni siquiera has conocido? Y el chico se sentía culpable por no llorar el día de su aniversario, o al visitar su tumba.
—Bueno, volvamos al tema. —La directora tosió y los miró de nuevo a los ojos—. Fred, esta vez se ha pasado del límite. Antes solo eran travesuras, nada más, pero la cosa ha empeorado. Ha empeorado, y mucho.
Angelina, que había estado callada hasta el momento, suspiró y miró a su hijo, para luego volver a clavar su vista en la mujer que se sentaba delante de ella.
—Lo siento mucho, McGonagall, si Fred ha causado alguna molestia —se disculpó fulminando al pelirrojo con la mirada—. Pero George y yo estábamos trabajando, y creo que después de esta charla, nos tenemos que ir.
Se iba a levantar cuando Minerva, la agarró del brazo y la obligó a volver a sentarse en la silla. Angelina la miró molesta, pero no añadió nada más por educación.
—Pero no es solo eso, es muy grave, señores Weasley.
El matrimonio la miraron intrigados. ¿A qué se refería esa anciana? ¿Algo grave? Era imposible que el niño que estaba entre ellos dos, mirando al suelo, hubiera podido hacer algo suficientemente fuerte para que la directora lo catalogara de "grave".
—¿Se puede saber qué ha hecho? ¿A qué viene tanto secretismo? —preguntó George, empezando a estar impaciente.
—Fred ha mandado a su compañero de casa, Justin Wood, a San Mungo.
Había soltado la bomba. Los padres del chico, inmediatamente miraron a su hijo, sin poder creerse lo que escuchaban. Sí, Fred había hecho muchas travesuras, ¿pero mandar a alguien al hospital? Eso no era propio de él, esos no eran los valores que le habían enseñado en casa.
—¿Qué? Imposible. Eso, Fred no lo haría nunca. Él no usa la violencia —defendió Angelina a su hijo, sin estar segura de sus palabras.
—Me temo que sí, señora Weasley. Fred ha golpeado al joven Wood hasta que el chico ha quedado inconsciente. Se lo han tenido que llevar rápidamente, ahora está siendo examinado, pero creen que no va ha despertar hasta al cabo de unas semanas.
—¿Es eso verdad, Fred? —preguntó George mirando al chico, que observaba a los cuadros con determinación.
—Sí —respondió al fin—. ¡Pero él se lo buscó! Me llamó loco.
—¿Por qué? —McGonagall tomó un sorbo de su té, y esperó la respuesta del joven, que parecía cada vez más nervioso.
El chico suspiró, y sintió como la rabia inundaba sus venas.
—¡No lo sé! ¡Yo no estoy loco! ¡Él es el loco, yo no!
—Tranquilo, Fred, nadie te está acusando —dijo George, intentando calmar a su hijo, pero este le apartó la mano y se levantó, desafiante.
—¡No estoy loco!
(...)
—No sé qué podemos hacer.
Una voz despertó a Fred, que dormía plácidamente en su cama. Hacía una semana desde el accidente con Wood, y había sido suspendido. Ahora, hasta el curso siguiente, tenía que quedarse en casa, y además, estaba castigado con no poder salir a menos que sea completamente necesario. El chico se restregó los ojos con pereza y se levantó, siguiendo las voces que cada vez se escuchaban más fuerte.
—Angelina, tranquila, seguro que encontramos una solución. —Escuchó que decía su padre.
Fred, avanzó lentamente hasta llegar al comedor. Allí se encontró a su padres sentados en la mesa, con los codos apoyados en ella y la cabeza gacha. Parecía que estaban discutiendo. Angelina tenía el rostro lleno de lágrimas, y George expresaba preocupación. Nunca había visto a su padres así, tan derrotados por dentro.
—Pero, esto es muy difícil para mi, y él cada vez está empeorando más y más —siguió su madre.
—Sí, no entiendo que ha pasado. Antes era un chico normal, reía y se lo pasaba bien con sus amigos. Habríamos tenido que intuir que esto estaba pasando, que no estaba bien.
"¿Están hablando de mi?" pensó Fred, pero rápidamente apartó esa idea de su mente. No, no quería que estuvieran hablando de él.
—Es verdad. Parece que siempre está rabioso, y usa la violencia contra todo aquel que se le acerque demasiado. —Angelina se apartó un mechón de pelo de la cara, y se restregó los ojos con tristeza—. Ayer, fui a ver como estaba en su habitación. Me gritó, me dijo que era una mala madre. Me iba a pegar, George. ¡Me iba a pegar!
La mujer empezó a sollozar cada vez más fuerte. No quería pensar en que su niño, ese que le regalaba dibujos y le daba besos de pequeño. Ese que cuidó desde el primer día que nació, y que siempre fue la luz de su vida, fuera un monstruo capaz de pegarle. Porque ese no era su Fred. Su Fred era dulce y cariñoso, era un muchacho responsable y divertido. No, él no haría daño a nadie. No podría.
—Lo entiendo, cariño, pero Fred ha cambiado. Ya no es el hijo que conocíamos, parece otra persona. —George se levantó de repente, con la necesidad de caminar para relajar sus nervios.
Fred lo escuchaba todo desde un rincón, incapaz de entrar en escena y explicarles que él no pegaría nadie, que era el mismo que antes y que no era un monstruo. Pero sabía que eso no era cierto. Él quería estar bien, pero a veces aparecían voces en su cabeza, y no controlaba lo que hacía o decía. No controlaba su propio cuerpo, y eso lo asustaba.
—McGonagall dijo que tenía problemas mentales. ¿Crees que eso es cierto? —preguntó Angelina de repente.
—No lo sé —suspiró el hombre—. Me recomendó que lo lleváramos a un centro especial para poder recuperarse.
El chico negó con la cabeza repetidas veces. No, el no iba a ir a ninguna parte. Pero justo cuando les iba a decir algo y delatar su posición, McGonagall apareció en la sala.
—¿Minerva? —preguntó su padre.
Ella apenas podía respirar, parecía que había llegado corriendo. Comprovó la sala, y se derrumbó en el sofá.
—George, Angelina, es el chico Wood. —Los adultos la miraron intrigados, preguntándose que quería decir la directora. McGonagall suspiró y los miró a los ojos —. No ha podido despertar, ha muerto.
Y entonces, Fred sintió como empezaba a marearse, y la oscuridad invadió su vida. Y también la culpa, sobretodo la culpa.
(...)
Padre e hijo se miraban a los ojos delante de ese viejo edificio. Fred no quería estar allí, pero sabía que tenía que recuperarse, al menos, tenía que hacerlo por sus padre, y para poder ser feliz. George no estaba más preparado que su hijo para aquella situación, pero sabía que tenía que acompañarlo, porque al fin y al cabo, y a pesar de todo lo que le había hecho sufrir, era su hijo, y lo amaba.
—Papá, ¿vendrás a visitarme? —peguntó Fred con nerviosismo, incapaz de enfrentarse a ese sitio, que sería su realidad los próximos años.
—Claro que sí, vendré cada día que haga falta hasta que te recuperes.
—¿Y mamá?
George suspiró y acarició el pelo del pelirrojo, sin querer responder a esa pregunto.
—No lo sé, a ella le está costando más asumir todo esto.
Fred asintió y agarró más fuerte su equipaje, sin querer despedirse de su padre, sin querer entrar a su nuevo hogar.
—Juro que quiero recuperarme, y lo siento por todo —se disculpó Fred—. Papá, ¿estoy loco?
George le sonrió, sintiendo el dolor de su hijo en esas palabras. Y deseó que todo volviera a ser como antes, que todo volviera a ser como cuando tenía cinco años.
—No, no estás loco, y no quiero que nunca más pienses eso.
Finalmente, se abrazaron, y allí, la despedida se sintió más real que nunca. Pero esta vez, todo iba a mejorar, todo.
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