04| 《Dominique Weasley》
"Go wherever we want
Cause no one cares that we're gone"
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Dominique Weasley ya no lo soportaba. Siempre había sido la menos favorita de todos, hasta de sus abuelos, que amaban cada uno de sus nietos ciegamente. La gente pensaba que Dominique era una joven rebelde, con ánimos de molestar, egoísta, desobediente y demasiado egocéntrica. La juzgaban sin tan siquiera conocerla, solo por los rumores que corrían sobre ella, todos malos. Hasta su propia familia parecía cansada de tenerla por allí. Pero eso, no era escusa para hacer lo que aquella bonita chica, con gran carácter, hacía.
―¡Witch, estamos aquí! ―gritó una voz de entre las sombras.
La rubia, con su típica capucha que le ayudaba a esconder su identidad, se acercó al grupo de indeseables que inundaban la calle. En total eran unos veinte, de los cuales destacaban el jefe, su guardaespaldas y sus sequaces más fieles. Ella estaba lista para dejar su verdadra identidad, aunque sea solo por una noche, y dejar de exisitir. Porque, cuando existes, todo es un problema. Así que la Weasley, había creado una nueva identidad, solo para su círculo, aquellos que la entendían, y cuando estaba con ellos, no exisitía. Era solo Witch, un espectro fantasmal que podía aparecer en tus peores pesadillas.
―Hola, ¿está todo preparado? ―preguntó al grupo.
Todos iban tapados con grandes y pesadas túnicas de algodón. Los colores de ellas, demostraban su puesto en la asociació. En total había cuatro. El rojo era para los principiantes, aquellos que aún no habían entregado en el conjunto, aquellos que no se les tomaba en serio. Después, los azules, personas que conocían todos los secretos, que ayudaban y eran necesarios, pero que no se les enviaba a misiones peligrosas o de alto riesgo. A continuación, los que iban de amarillo, poseían ciertas cualidades, eran buenos y obedientes. Y por último, estaban los verdes, aquellos que governaban en el grupo y tomaban las decisiones más importantes, aquellos que eran imprescindibles. Witch poseía una túnica verde.
―Está todo controlado, solo tenemos que actuar ―le explicó el jefe, mirándola atentamente.
Dominique asintió. Estaba preparada para lo que fuera, había nacido preparada. El grupo empezó a avanzar a paso lento, eran concientes de lo que iban a hacer esa noche. Dom sabía que no todos estaban de acuerdo en sus practicas, en su manera de vivir, y que desearían dejar la asociació. Pero el problema es que no podían. Una vez entrabas, no podías salir. Había un juramento detrás, había una promesa que nadie podía romper.
―Podéis empezar.
La voz, se escuchó por toda la calle, fue lo unicó que se escuchó durante unos minutos. Y luego, los disparos, la sangre, y los gritos. De eso se trataba, hacer rituales con el fin de conseguir deseos. Eran sus creencias, su religión, su doctrina. Despejaban la mente con cada disparo, con cada pequeña adrenalina que sentían. La muerte los perseguía cada día, vivían con miedo, pero también con emoción. Al fin y al cabo, era como un juego, un juego demoníaco que a Dominique le encantaba jugar.
(...)
La rubia terminó de secarse el pelo y se tumbó en la cama. Suspiró cansada mientras miraba una foto que reposaba a su lado. En ella salían Dominique, Victoire, Louis y sus padres. Era del verano pasado, y salían abrazándose, riendo a carcajadas. Dom sonrió nostálgica. Ella sabía que esa época de su vida había terminado. Desde que Victoire se había ido a vivir con Teddy, su casa parecía un maldito infierno. Louis parecía muerto, iba de un lado a otro como si no le importara nada, como si su alma hubiera decidido abandonar su cuerpo. Su padre se pasaba el día trabajando, no le importaba lo que sentía su hija, cada vez que intentaba hablar con él, Bill le soltaba la excusa de que estaba demasiado cansado para tonterias. Su madre, ella solamente la ignoraba, Dominique notaba el odio que Fleur Delacoure sentía por ella, deseando en silencio, que no hubiera nacido.
―Todo podría haber sido diferente. ―susurró Dom en la oscuridad, aún observando la foto mientras sus lágrimas caían.
Ella sabía que estaba mal pertenecer a esa secta, la rubia no quería hacer daño a nadie, siempre se sentía muy mal después de cada reunión. Y más, después de aquella primera noche de horror, donde habían muerto cinco personas. Su conciencia pesaba mil toneladas sobre su espalda. Cuando ese hombre robusto se le había acercado por primera vez hacía unos meses, ella no dudo ni un segundo en unirse a ese grupo de psicópatas, porque su mala situación necesitaba ser olvidada, al menos por unas cuantas noches a la semana. Al principio solo sacrificaban algún animal, bailaban y leían el "Gran Libro". Pero cada vez, las cosas eran más oscuras, más tenebrosas, y Dominique ya estaba metida hasta el cuello.
(...)
Fleur lloraba desconsoladamente agarrando las llaves de casa. Le temblaba el cuerpo, no podia hacer nada más que llorar. Ese día, Dominique le había confesado su secreto. Lo dijo sin pelos en la lengua, sentada en la mesa de la cocina, mientras su madre leía un libro. Al principio, la mujer se había pensado que era algún tipo de broma, pero la cara de seriedad de su hija no podía ser fingida, tenía que ser real.
―Dominique, ¿cómo has podido hacernos esto?
―Lo siento, mamá.
―¿Después de todo lo que te hemos dado?
―Lo siento, mamá.
Fleur suspiró pesadamente, con los ojos rojos.
―¿Desde cuando ha estado pasando esto? ―preguntó.
―Creo que desde hace unos meses.
Su madre no podía creer lo que su hija le estaba contando. Su niña, la pequeña rubia que tanto había querido, lo que estaba escuchando le rompía el corazón.
―Esto es muy grave Dominique, han muerto personas. ¿En qué te convierte eso? ¡Eres una asesina, Dominique Weasley, una asesina!
Las lágrimas caían por la cara de la rubia, sabía lo que era, y no le gustaba.
―Deberías estar en Azkaban.
Dom asintió, porque ella opinaba lo mismo.
―Lo sé mamá, lo sé, soy un monstruo.
―Tienes que dejar la secta, está muy mal lo que hacen allí.
Entonces, la joven miró a su madre directamente a los ojos. En ellos observó la mujer que la había cuidado toda su vida, y también pudo ver, que ahora le tenía miedo. Y se odió, porque ella era la peor persona del universo, porque ella no se merecía llevar el apellido Weasley.
―Sé que está mal, pero ellos son mi familia, los únicos que me entienden, y simplemente, me hacen sentir libre.
Fleur miró a su hija con atención y suspiró.
―No llamaré a los aurores. Ni tampoco se lo diré a tu padre, a Victoire, a Louis ni al resto de la familia.
―Muchas gracias, mamá.
—Pero no quiero volver a verte por aquí.
Dominique miró a su madre sorprendida.
―¿Qué? Vivo aquí.
―Buscate la vida, le explicaré al resto que has decidido irte.
―Mamá, por favor.
La rubia agarró el brazo de su madre, pero esta le apartó la mano con una ferocidad imposible en ella.
―No me toques, y tú ya no tienes madre.
Dom inspiró profundamente y se dirigió a la puerta. Cuando estaba a punto de salir, escuchó la última frase que le dedicó la mayor:
―Tienes razón, eres un monstruo
La chica, respondió sin ni siquiers girarse y con lágrimas en los ojos:
―Puedo ser un monstruo, pero los monstruos también tienen sentimientos, Fleur.
Y dicho eso, Dominique Weasley se fue, para nunca volver.
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