1. Los cuatro jinetes del Apocalipsis
España. El país de la vergüenza, el país de la corrupción, el país en el que cada día escribir, cantar o luchar por la libertad significa ir a la cárcel. España, el país de los desahucios. España, el país en el que las cargas policiales son bien vistas y votar está mal visto. España, siglo XXI. Doce de la mañana en un barrio cualquiera. Hora del vermut, por supuesto. La hora de salir a tomarse un cafecito con los colegas para comentar el partido de ayer de noche. Porque eso sí, para salir a vitorear a cualquiera que sude la camiseta en un campo ahí estamos, pero para protestar por sanidad, educación, libertad... "¿Y eso a quién le importa mientras gane el Madrid, el Barça, o el equipo de turno?". Por la calle llega Sierra dándole patadas a una lata de Coca-Cola, los bares atestados de gente y ella con el alma rota por no haber encontrado trabajo otro día más.
Dios aprieta pero no ahoga... Cuando una puerta se cierra, una ventana se abre. ¡Ja! Y sino que se lo digan a ella que en un momento dado tuvo que dejar de estudiar periodismo y ponerse a trabajar porque a su hermana pequeña le habían diagnosticado una enfermedad terminal. Sus padres no podían hacerse cargo de todos los gastos: medicamentos, una persona que cuidara de la pequeña cuando estaba en casa, comida y alojamiento en los períodos hospitalarios, y una hija estudiando una carrera universitaria fuera del hogar familiar con todo lo que ello conllevaba. Así que la solución fue rápida y eficaz. Sierra, tienes que buscar un trabajo que te dé para tus gastos, no podemos hacer frente a todo esto. El dinero no crece en los árboles, había dicho su padre sin ninguna contemplación, como si no estuviera acabando con sus sueños de golpe y porrazo. Al tiempo que le da patadas a una lata de Coca-Cola que se ha encontrado unas calles atrás, va pensando en ese pasado en el que todo se fue a la mierda demasiado rápido, y a ella eso de recrearse en su propia miseria es algo que le encanta. Cuando llega a su barrio, se encuentra con unos niños jugando al fútbol, los chicos parecen estar gastándole bromas a una cría que tiene el suficiente carácter para cerrar el puño y estampárselo en la cara al que tiene más cerca.
—Pero bueno, niña. —Una mujer la coge por el brazo y la empieza a arrastrar hasta un portal en el que desaparecen pocos segundos después de que haya tenido lugar el incidente.
Sierra se ríe, se ha quedado parada contemplando la escena y no puede evitar sentirse reflejada en esa pequeña: ella también es de las que dan puñetazos, de las que no tienen mucha fe en nada y escasa esperanza en un futuro que se presenta negro, jodidamente negro.
https://youtu.be/MOiy9hPfT7Y
Le da una última patada a la lata de refresco yse mete en el portal en el que vive con Cristal, su compañera de piso, siguelas escaleras de madera sin ningún tipo de barniz ni de brillo que la llevanhasta la segunda planta. No hay ascensor por lo que sabe que ese es el únicoejercicio que realiza a lo largo del día.
—Cris —dice nada más traspasar la entrada de su casa—, Cris... ¡Cristal! —Termina gritando. Nadie responde.
Avanza por el estrecho y oscuro pasillo, deposita las llaves sobre la zapatera y se quita las sandalias. Se apoya en la pared y se masajea los pies doloridos después de haber caminado todo el día. Se reincorpora y se acerca hasta la puerta blanca que oculta la habitación de Cristal, golpea con los nudillos en la madera, pero no obtiene ninguna respuesta, gira el pomo y, cuando la abre, se encuentra con la estancia vacía. Las paredes están llenas de fotografías de familiares y amigos, una gran estantería en cuyas baldas reposan todas las brochas de maquillaje que utiliza en su trabajo, un maniquí situado sobre el escritorio que le sirve para practicar todos los looks imposibles que se le vienen a la mente, la cama está llena de peluches y una manta que tejió su abuela poco antes de morir. No, no hay rastro de su mejor amiga.
Sierra deja la puerta abierta y saca el móvil de su bolso para poder conectarlo al WiFi y así mandarle un Whatsapp, no se puede permitir pagar una tarifa de datos por lo que solo dispone de ese tipo de conexión en su casa o en todos los sitios a los que acude y mendiga la contraseña hasta que se la dan por pesada.
Sierra: Dnd stas?
La respuesta no se hace esperar mucho.
Crista: En Eladio, con Yocasta y Angy.
Se dirige hacia su habitación para cambiarse de ropa. Allí todo es diferente, ya que reina el desorden: la cama sigue sin hacer, el armario está abierto y se puede ver la ropa hecha un lío en él e incluso tirada por el suelo, y las paredes están pintadas con frases que la han marcado de alguna manera. En el centro del dormitorio hay un pequeño sofá en el que se sienta todos los días con el ordenador portátil para poder preparar su currículum vitae y mandarlo por las múltiples plataformas en las que está inscrita. Nada más entrar en su reino, saca del bolso un pequeño paquete de tabaco de liar del que extrae un montoncito de esos pelos color canela con los que poder hacerse un cigarrillo. Lo enciende una vez que lo tiene hecho y le da una calada mientras se dirige hacia el armario para poder cambiarse de ropa: elige unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes, en la calle hace un calor abrasador y necesita algo fresco que ponerse. Se mira en el espejo y piensa que tiene bastante buen aspecto. Sierra es una chica de aspecto físico normal, ni muy alta ni muy baja, ni muy gorda ni muy delgada, el pelo liso a la altura de los hombros, de un tono castaño bastante común. El color aguamarina de sus ojos, por el contrario, llama la atención allá por dónde va, el problema es el ceño fruncido que hay sobre ellos a diario, a todas horas, y que muestra a una joven enfadada con el mundo. La camiseta que lleva puesta permite que se le vea el brazo derecho tatuado desde el hombro hasta la muñeca con flores, calaveras, la firma de su hermana pequeña así como su fecha de nacimiento. Su rostro es afilado, la nariz aguileña en la que lleva tres piercings: un pequeño aro en cada uno de los laterales y un septum.
El Eladio es el bar en el que siempre queda con sus amigas para tomar algo. Está regentado por Carmen, una viuda que le ha puesto al local el nombre de su difunto marido. Se dirige hacia allí después de volver a cruzarse el bolso sobre el pecho y de calzarse las mismas sandalias que se ha quitado hace escasos minutos. Nada más pisar la calle se pone las gafas de sol porque la claridad es bastante molesta para sus ojos. Va fumando mientras camina con rapidez, quiere llegar cuanto antes al bar para poder tomarse una cerveza bien fresquita. Alcanza su destino rápidamente, tira el cigarrillo en una papelera cercana y empuja la puerta para poder acceder al interior. La recibe el ambiente familiar de las paredes naranjas cubiertas de manchas de aceite, en las mesas reposa una vela en un vaso de cristal para tratar de enmascarar el olor a fritanga que reina en el lugar; la recibe un pasodoble, ay de mi pena mortal, ¿por qué me alejo, España, de ti?¿Por qué me arrancan de mi rosal?, que sale de una radio que está encima de la barra, y a su lado varios platos repletos de comida casera que Carmen cocina con todo su amor. Esta pulula entre las mesas tomando las comandas de los que allí esperan al tiempo que mantienen una conversación distendida sobre el tema de turno: fútbol, el cabronazo del jefe, los niños, los problemas económicos...
Carmen es una mujer con mucha fuerza, siempre vestida de negro, que todavía guarda luto por su marido a pesar de que este le había dicho a lo largo de su enfermedad que debía cumplir todos sus sueños. Su cabello hace tiempo que ha empezado a adquirir un tono plateado y su rostro está bastante arrugado, más por los disgustos que por la edad. Es delgada y alta, y se mueve por aquellos escasos metros como pez en el agua. Montar su propio negocio había sido realizar el más grande de sus sueños porque para una mujer trabajadora como ella es difícil sentarse en casa a ver la vida pasar o plantarse en un país desconocido y tropical para poder tumbarse bajo una palmera durante horas. No, ella quiere sentirse útil, quiere llegar todos los días a su casa y, cuando posa la cabeza en la almohada, quedarse dormida al instante; no quiere pensar en lo que hubiera sido tener hijos o nietos, niños a los que malcriar, de los que recibir besos y abrazos todos los días.
—Estoy hasta los cojones de todo esto —dice Sierra nada más alcanzar la mesa en la que están sentadas sus amigas—. Carmen, ponme una cerveza antes de que mate a alguien.
—Pero chiquilla, ¿qué te ha pasado ahora? No me seas exagerada, anda...
«¿No me seas exagerada?». ¿Es exagerado llevar mucho tiempo, demasiado buscando trabajo y encontrarse con todas las puertas cerradas? En toda la ciudad no le ha quedado un bar, restaurante o discoteca en la que no ha dejado su currículum y no hay nadie que esté interesado en su perfil. La han llamado para hacer alguna prueba, casualmente en hora punta y se dejó la piel currando para que la cogieran y, una vez terminado el servicio, se deshicieron de ella diciendo un frío no eres lo que estamos buscando. Sierra engancha el bolso en uno de los reposabrazos de la silla y se sienta en ella. Sus amigas —Ángela y Cristal— y Yocasta la miran esperando algún tipo de respuesta ante aquella entrada.
—Nada —dice al fin—, que me he vuelto a patear la puta ciudad buscando trabajo y no hay nada para mí... —Las otras tres la escuchan en silencio. Ninguna de ellas se atreve a decir nada viéndola fruncir los labios de aquella forma tan habitual en los últimos meses y con la vena de la frente dilatada como si estuviera a punto de explotar—. Bueno, es que me han dicho que tengo un carácter demasiado difícil. ¡No les jode! Me han llamado porque les ha fallado uno de los camareros, ni me pagan el día ni nada y esperan que les aplauda con las orejas. Y que con el brazo así que llamo mucho la atención. ¿¡Qué coño tendrá que ver lo uno con lo otro!?
—A ver, chiquilla. —Carmen interrumpe su discurso posando un vaso de cerveza delante de las narices de Sierra que automáticamente se lo lleva a la boca y casi lo vacía de un trago—. Menudo carácter que tienes, hija mía —le dice la dueña de El Eladio al tiempo que se aleja de allí.
Cristal le da una patada por debajo de la mesa, se la puede imaginar saltando a la yugular de aquella pobre mujer que no había hecho el comentario con ninguna maldad. La mira con cara de «como le digas algo a Carmen, en cuanto lleguemos a casa te tiro por la ventana». Cristal adora a Carmen, entre ellas se ha establecido una relación entrañable, quizá se deba a la soledad de una, quizá al hecho de que la otra no tenga madre, pero el resultado es que ambas suelen hacer planes juntas fuera del ámbito de El Eladio.
Sierra tiene una personalidad fuerte y siente las cosas con mayor intensidad que otras personas. Por eso cuando está de mal humor es inaguantable, pero cuando está feliz es imposible no contagiarse de ese estado de ánimo. Tiene una risa realmente bonita a pesar de que sus dientes delanteros están ligeramente separados, aspecto que nunca ha tratado de ocultar.
—La patadita sobraba, guapa, que no tenía pensado decirle ni una puta palabra —le suelta a Cristal, mientras alza las cejas, se pasa la lengua por los labios para poder continuar hablando—: No hace falta tenerme tanto miedo, ¿eh? Soy un puto caniche, de los que ladran mucho y no muerden una puta mierda.
—Lo que tú eres es una zorra —dice Ángela y, ante la mirada furibunda de una y la sorpresa de las otras dos, aclara—: ¿qué? Lo digo por seguir con la comparación perruna.
Yocasta decide intervenir en ese momento, ve a su amiga desesperada por no tener trabajo, por gastarse las suelas de los zapatos echando currículos. Ya le ha propuesto en varias ocasiones montar un negocio con ella y la otra siempre se ha negado. Quizá en esta ocasión tenga la suerte que le ha faltado otras veces.
—Yo ya te he dicho varias veces lo que puedes hacer. Si estás interesada, ya sabes. —Baja un poco el tono de voz, es de dominio público a lo que se dedica, pero una cosa es que todos lo sepan y otra bien distinta andar gritándolo en El Eladio.
—Tía —le reprocha Cristal con un tono de voz duro—, no creo que sea el momento ni el lugar para hablar algo así, ¿no? Ya sabes que Sierra pasa de esas mierdas. Estás siempre con el mismo temita.
—¡Joder! Necesito la pasta, sí, pero no sé... —Sierra apoya la cabeza en la mesa mientras que Cristal le lanza una mirada asesina a Yocasta—. Tengo que pagar el alquiler y no sé cómo lo voy a hacer.
—Ya sabes que yo te puedo ayudar —le dice Cristal una vez más. Casi todos los meses se repite la misma conversación.
Saben que Sierra necesita ayuda urgente, sus padres no le pueden dar nada de dinero y, si no encuentra trabajo, finalmente tendrá que aceptar lo que tantas veces le ha propuesto Yocasta y ella rechaza. Siente muchísima confianza con Cristal, llevan viviendo juntas desde que llegaron a la ciudad para poder estudiar periodismo con dieciocho años, pero mientras esta dejó la carrera por el mundo del maquillaje y de YouTube, la otra lo hizo para poder ponerse a trabajar en una discoteca. Durante un tiempo trató de compaginar su vida como estudiante y como trabajadora, pero finalmente tuvo que claudicar porque no hacía bien ni lo uno ni lo otro. Pero no quiere abusar de ella, lejos de lo que puedan pensar muchos de los que la rodean, esa situación a la que más jode es a la propia Sierra. Mira a su amiga, tan alta, tan rubia, con esos ojos marrones y muy maquillados, y sabe que es una amiga de las de verdad, de las que están a las duras y a las maduras. La maquilladora tiene la cara redonda y las mejillas ligeramente coloradas, los labios rellenos y la nariz ancha aunque no en exceso. Sus rasgos faciales recuerdan a los de una niña, aunque no sucede lo mismo con su cuerpo de generosas curvas, pechos grandes y piernas largas.
Poco tiempo después conoció a Yocasta, que era una habitual del antro en el que estaba trabajando por aquel entonces. Se la podía ver día sí y día también en la esquina de la barra con una cerveza entre las manos, siempre mirando de reojo a los que entraban en el bar, a la mínima señal sabía que debía de ir al baño para poder deshacerse de la mercancía que llevaba encima. Yocasta era y sigue siendo una mujer muy complicada, pelirroja, con la cara demacrada y unas bolsas bajo los ojos que denotan el cansancio y los vicios que arrastra. Cuando era una adolescente se encaprichó de ser madre y el resultado es que tiene dos hijos viviendo con ella o con sus abuelos cuando es necesario internarla en algún centro para tratar de controlar sus adicciones. Son habituales sus discusiones con Cristal, esta quiere que Sierra no se aleje demasiado de la senda de la legalidad mientras que la otra prefiere meterla en su mundillo ya que considera que carne fresca es lo que necesita en este preciso instante, de ahí su insistencia, no es algo que haga movida por la generosidad y el cariño hacia una amiga.
Ángela trabaja como becaria en un despacho de abogados. La conocieron Sierra y Cristal en sus primeras semanas en la universidad y, a pesar del poco tiempo que estuvieron juntas, se estableció entre ellas una relación de verdadera amistad. Angy, que así la llaman, era de las que estaba con los ojos siempre puestos en los apuntes y con la mente en la próxima clase. Es una mujer observadora y analítica, que podría dar razones a favor y en contra de una misma situación. Es la más madura de todas, con una personalidad lo suficientemente fuerte para mantener a raya los arrebatos infantiles de Sierra, estar alejada de los sucios negocios de Yocasta y que Cristal la tenga en un pedestal desde que se levanta hasta que se acuesta. Es la más baja de las cuatro y posee una melena negra por encima de los hombros con ondas al final, lo que estiliza su figura menuda. Sus ojos oscuros parecen dos pozos sin fondo, su rostro es cuadrado, con una nariz ancha y pequeña.
—¿Sabéis que es lo peor de todo? —les dice Sierra mientras da golpes con el dedo índice sobre la mesa de madera—. Que no es algo aislado, que hay muchísima gente en la misma situación que yo. Pasando hambre, alumbrándose con velas porque no pueden pagar la luz... Si al final tengo suerte y todo de no tener hijos. Lo paso mal, sí, pero soy yo sola...
—Tronca. —Cristal le quiere quitar un poco de hierro al asunto porque sabe que su situación es desesperada—. Que ya sabes que estamos aquí para ayudarte en todo lo que podamos. ¿Tus padres no te pueden echar un cable? —le pregunta a bocajarro siendo conocedora de la respuesta.
Sierra la mira y frunce los labios en una línea tan fina que casi los hace desaparecer. Después de la muerte de su hermana pequeña, Marián, sus padres se divorciaron y su relación no es precisamente ejemplar. Cada vez que hablan o se reúnen es para lanzarse reproches el uno al otro. Tú hiciste, tú dijiste... Su padre tiene una nueva pareja y es impensable que ayude a su hija de ninguna forma. Le dijo en un momento dado que le cerraba el grifo, y dicho y hecho. Su madre, por otro lado, solo la llama para pedirle dinero, no parece ser consciente de que su hija está con el agua al cuello. La mujer no tiene pensado volver a trabajar porque bastante ha sufrido ya, solo quiere estar tranquila en su pueblo, rodeada de todos los recuerdos de su pequeña y hablando mal de su exmarido a todo aquel que la quiera escuchar. Por lo general solo lo hace su hija y porque no le queda de otra.
—No sé lo que voy a hacer. —Se pasa la mano por las cejas y cierra los ojos. Su preocupación es evidente y tiene miedo que, de seguir así, le acabe dando un ataque de ansiedad—. De verdad, ¿quién me pone la pierna encima para que no levante cabeza?
https://youtu.be/v-70yZO7hk0
—Venga, tronca, anímate que ya verás como encuentras algo pronto, lo importantes es que no te desanimes... —Y al ver la cara de las demás, matiza—: aún más.
La maquilladora se levanta de su silla y se dirige hacia donde está Sierra para poder abrazarla. Su amiga siempre se muestra tan negativa que parece atraer todo lo malo, por ese motivo ella trata de animarla cada momento que tiene la oportunidad de hacerlo. La gran mayoría de las veces sus palabras caen en saco roto, pero está segura que un poco de su discurso le llega a la otra y que, en el fondo y sin decir ni una sola palabra, está agradecida por lo que hace.
—Es muy fácil decirlo, Cris... Pero aquí todas tenéis un medio para sobrevivir. Sea mejor o peor ahí está...
—Yo ya te he dicho lo que tienes que hacer —la interrumpe Yocasta mostrándose ya un poco cansada de tener que aguantar siempre el mismo discurso de unas y otras. Cruza los brazos por delante del pecho y las mira con desafío sabiendo que los ojos marrones de Cristal la fulminarían en segundos si tuvieran ese poder.
—Y ella te ha dicho que no tiene ningún interés —sentencia Cristal haciendo un mohín de disgusto con los labios. Ambas son conscientes que si Yocasta dice una palabra más es capaz de saltar sobre ella como una fiera que defiende a su cachorrillo.
Sierra se levanta de su silla no siendo consciente de la tensión que se ha generado en la mesa por estar pensando solo en ella misma. Coge el bolso y apura las últimas gotas que le quedan en el vaso, deposita sobre la mesa una moneda de dos euros sin mirar mucho el contenido de la cartera, sabe que no le quedan muchas de esas, lo que hace que un nudo se le instale en la garganta y le haga difícil la respiración. Traga saliva para tratar de mitigar un poco esa sensación de asfixia.
—Lo que me apetece ahora mismo es cogerme un ciego máximo y olvidar toda esta situación de mierda. Voy a llamar a Toni para ver qué hace esta noche.
Ángela y Cristal se quedan estupefactas ante las últimas palabras de Sierra, aunque en el fondo no saben de qué extrañarse puesto que esto es lo que siempre hace: carga sobre sus hombros todos los problemas para después olvidarlo todo y salir de fiesta hasta bien entrada la mañana no privándose de nada. No niegan que quiera encontrar trabajo, pero si una no tiene dinero, si se siente tan agobiada como dice estar lo que debería hacer sería quedarse en casa y tratar de no incurrir en gastos superfluos.
—Bueno, os habéis quedado muy silenciosas, ¿no? —Las mira esperando una respuesta que no termina de llegar y añade—: Os mando un Whatsapp cuando sepa lo que van a hacer por si os animáis.
—Espérame, que voy contigo —le dice Yocasta. Sabe que su situación en la mesa queda en desventaja una vez que la otra se marche. Así que ambas salen del local dejando un aura de decepción en el ambiente. Nada más que se saben seguras, Ángela y Cristal se ponen a comentar lo que ha sucedido hasta ese momento.
—De verdad —le dice Ángela a la otra— que yo no la quiero criticar porque mira que la quiero, pero es que hay que tener morro. Se está quejando todo el rato de que no tiene dinero, que no sabe cómo va a pagar el alquiler, que está cansada de que no la cojan para ningún trabajo, de que se aprovechen de ella... Somos sus amigas, nos lo cuenta, la escuchamos. Todo genial. Y de repente, se levanta y dice que va a llamar a Toni para ver qué hace esta noche y así poder salir de fiesta. ¡No hay quién la entienda! —concluye mordiéndose el labio inferior y negando con la cabeza.
—Somos sus amigas, tronca, es normal que quiera desahogarse con nosotras...
—Hasta cierto punto, Crista. Que tiene mucho morro, que te lo digo yo. Te ha contado todas estas mierdas para ver si la puedes cubrir con el alquiler como haces siempre. —Parece que la está riñendo respecto a cómo llevan las cosas en casa, pero nada más lejos de la realidad, simplemente se siente frustrada ante los caprichos de Sierra—. Y la otra es que es idiota perdida...
—Yo cada día la soporto menos, tronca.
—Yo también. —Ambas dos se echan a reír—. Es que el día que Sierra la trajo, mejor hubiera estado en la cama con cuarenta de fiebre. No nos hubiéramos perdido gran cosa. —Mira el reloj—. En fin, que me tengo que ir, que esta noche me toca hacer la cena. Si sales, avísame..., que yo para estar sola con ella y Toni, la Yocasta y los otros dos, como que paso muchísimo... Que sabemos cómo se acaba poniendo la cosa. ¿Te vienes?
—No, me voy a quedar un minuto para hablar con Carmen una cosa.
Ángela se levanta y se acerca a Cristal, le da un beso de despedida y le susurra en el oído: «En el cielo hay una parcela que tiene tu nombre, no te desesperes mucho cuando vuelvas a casa». Y se marcha del local dejando a la maquilladora en total soledad. Sabe que Sierra está atravesando un mal bache, que es difícil encontrar trabajo a pesar de la amplia experiencia con la que cuenta pero espera, por el bien de todos, que lo haga pronto porque si no está segura de acabar cansándose de sus malos modos diarios. Carmen se aproxima hacia su mesa con una bayeta en la mano para poder limpiar la superficie de madera después de quitar los vasos.
—Menudo humor que tiene hoy la niña, ¿no? —Le dice a la rubia sacándola de sus pensamientos.
—No es mala...
—Ya sé que no es mala —la interrumpe—, pero sabes que no entiende a razones. Que se le mete una cosa entre ceja y ceja y no hay quién se lo quite de la mente. Y, criatura, parece que ahora lo que quiere es machacarte a ti. Sé que no lo hace de forma consciente, pero... —Carmen conoce todos los pormenores de la relación entre Sierra y Cristal porque esta la pone al corriente de todo. En muchas ocasiones con el único fin de evitar conflictos entre las amigas, no le dice ni una sola palabra a Ángela sobre todo lo que ocurre y utiliza a la dueña de El Eladio como paño de lágrimas—. No dejes que te haga polvo, que esta es capaz de eso y mucho más. Y eso por encima de mi cadáver.
—Ay, Carmen. —Cristal se levanta de su silla y abraza a la mujer que le responde inmediatamente rodeando su cintura con sus brazos.
—Venga, nada de sentimentalismos, que te voy a acabar manchando esa ropa...
—El caso es que te quiero pedir un favor —le dice una vez que ambas mujeres se han separado—. Tú sabes que tengo un canal de YouTube, ¿verdad?
—Pero bueno, criatura, ¿tú crees que yo sé que es eso que has dicho? ¿LLu, qué? —Le pregunta después de tratar de pronunciar en vano la palabra que le ha dicho la otra.
—Youtube. Es una plataforma de internet —le aclara para continuar hablando—: Donde subo los vídeos de maquillaje. —La otra abre la boca en un sonoro aaaaahhhh de comprensión—. Pero me gustaría muchísimo empezar una nueva sección en el canal y que fueran entrevistas a mujeres que se hacen a sí mismas. ¿Y quién mejor que tú para empezar?
—Ay... Ay, no... Ay, yo de eso no sé... Si yo no sé ni qué decir, hija... —Su rostro se tiñe ligeramente de rojo ante la perspectiva de que la graben en vídeo y otras personas pueden visionar lo que ella está diciendo—. Anda, déjame de rollos, ¿eh? —E intenta alejarse de allí, lo que es en vano ya que la otra la persigue por todo el local pidiéndoselo «por favor» y no tiene pinta de abandonar las súplicas hasta que Carmen no diga que sí—. Bueno, ya lo hablaremos, anda, que cuando quieres eres más pesada que una vaca en brazos.
—¿Eso es un sí?
Carmen frunce los labios y termina asintiendo a regañadientes. No hay nada que le pueda negar a esos ojos marrones y mucho menos cuando le piden las cosas como si les fuera la vida en ello. Cristal da un ligero gritito y un saltito y vuelve a abrazar a la mujer para, después, marcharse de allí saltando, cantando de alegría y con una mueca de absoluta felicidad en el rostro.
Cuando llega a casa, se encuentra con Sierra envuelta en una enorme toalla y tirada en el sofá boca abajo. El cabello lo tiene a medio secar por lo que, de vez en cuando, le caen algunas gotas de agua sobre la alfombra. Tuerce la cabeza para poder ver la televisión del mismo modo en el que lo hace su amiga, pero no hay nada de interés en el programa de corazón que hay en la pantalla.
—Y pensar que casi ninguno de los que está ahí tiene una carrera. —Sierra se indigna al ver a los colaboradores o tertulianos cobrando muchísimo dinero sin haber estudiado, mientras que gente preparada y formada está abandonando el país porque parece no haber hueco para ellos en él—. Si no hacen más que decir gilipolleces para tener entretenidas a las viejas del país.
—¿Y para qué lo ves tú? —Le pregunta Cristal mientras entra en la cocina para poder coger un helado del congelador. Después vuelve al salón y se sienta en el sofá al lado de Sierra—. No entiendo que te indignes tanto y luego te pasas ahí pegada todas las tardes...
—Ya, es que engancha, no sé... ¡Es como una puta telenovela! —Se siente incómoda ante lo que están hablando porque, en el fondo, tiene la sensación de estar quedando como una inculta que no tiene ningún tipo de gusto por los programas que consume—. ¡Qué verano nos espera! Vaya calor qué hace ahora mismo...
Las dos se quedan en silencio unos minutos. Una pensando en todo lo que tiene que hacer: trabajo, vídeo, edición, contestar e-mails y comentarios de sus followers... Desde que ha alcanzado la cifra de los cien mil seguidores está mucho más motivada para seguir grabando, también es bastante habitual que algunas marcas o tiendas contacten con ella para enviarle algunos de sus productos y los pruebe en pantalla. La otra, mientras tanto, piensa qué va a ser de ella a partir de ese momento, tiene la cuenta prácticamente a cero, ese número que no la deja casi ni dormir, ese número que se le aparece a cada paso que da por la vida. Y no sabe qué va a hacer... de repente, abre los ojos muchísimo y toca en el hombro a Cristal que se vuelve hacia ella para encontrarse con el rostro desencajado de felicidad de su compañera.
—¡Se me acaba de ocurrir una idea cojonudísima! —Se calla, la rubia la mira para que continúe hablando, tiene el corazón en un puño porque sabe que Sierra no tiene ideas buenas. Sierra tiene ideas que, por lo general, acaban entre mal y fatal—. Me voy a hacer un canal de YouTube como tú, ¡cómo no lo había pensado antes! —Guarda silencio durante unos segundos y le pregunta a continuación—: ¿Y cuánto crees que puedo tardar en vivir de subir vídeos?
La idea no es mala, es todavía peor de lo que ella imaginó en un primer momento. ¿En serio le acaba de preguntar cuánto se podía tardar en vivir de YouTube? No sabe ni qué responder. Cristal levanta las cejas y abre la boca para hacerlo, pero la vuelve a cerrar ante la sensación de no tener ningún sonido en las cuerdas vocales para articular.
—Tronca, olvídalo. Si no tienes un padrino de la hostia, olvídate de subir como la espuma... —dice después de un rato.
—Pero tú tienes un porrón de seguidores ¿no? Podrías hacerme publicidad... Sabes que no te voy a hacer quedar mal, soy la educación hecha persona. Solo es que tengo un carácter difícil. —Dice impostando una voz dulce que está muy lejos de tener y, después de hacer esa afirmación, se echa a reír.
—Si tan solo fuera difícil —susurra—. No sé, tronca, el tráfico de seguidores no creo que fuera muy amplio. A mis seguidores les gusta mi rollo y tú...
—¿Yo qué?
—No sé, te veo ahí metida —dice más por presión que por otra cosa—, sí, pero en otro rollo completamente distinto, como mazo polémico...
Sierra la mira, se acerca al bolso y saca el paquete de tabaco para poder liarse un cigarrillo, lo enciende y aspira profundamente. El silencio ha inundado la estancia, tiene la sensación de que, la mayoría de las veces, no goza de buena opinión entre sus amistades. Parece que todos tienen la firme creencia de que es una persona polémica, que le gusta discutir todo el día y que se junta con lo peor de cada casa. Sabe más y de sobra que Ángela y Cristal no soportan a ni a Yocasta ni a Toni ni tampoco la forma en la que han elegido vivir su vida, y que si los toleran es por ella. Suspira antes de dirigirse hacia su cuarto para poder elegir ropa diferente con la que salir esa noche.
—En fin —le grita desde allí queriendo cambiar de tema radicalmente—: ¿salís esta noche o no? Porque a veces sois más rajadas...
—Creo que sí, pero, tronca —le dice una vez que vuelve a salir al salón—, que no se os vaya la pinza, que nos conocemos.
—¡Chs! —Sierra chasquea la lengua contra el paladar y pone los ojos en blanco— ¡Joder, es que lo tenéis más delicado! —Se vuelve a sentar en el sofá y la mira a los ojos y matiza—: Y no me mires así. Que yo me quejo, sí, pero, joder, está todo justificado, necesito trabajar, no sé de qué voy a vivir...
—Ya, lo entiendo, pero es que hoy sales y...
—Creo que también tengo derecho a divertirme, ¿no? —Se ofende con las palabras de su compañera de piso. Sabe mejor que nadie que no tiene mucho dinero para ocio, sabe a ciencia cierta que no debería salir de fiesta, pero no quiere quedarse en casa y estar como una amargada, tiene veinticuatro años y quiere disfrutar de su vida—.Voy a llamar a Toni. —Se dirige de nuevo hacia su dormitorio para poder coger de allí el teléfono móvil, marca el número de su mejor amigo y espera con impaciencia que descuelgue esa llamada.
»Toni. —Siente mucho ruido al otro lado, es probable que esté en el local en el que pasa las horas muertas y en el que otros de sus conocidos viven después de que sus padres les pusieran las maletas en la puerta hartos de su forma de vida.
—Pequeña, ¿qué pasa? Te animas esta noche, ¿no? —No espera a que responda—: Di que sí, anda... No me seas tan floja como las rancias de tus amigas. —Y añade—: que tengo una mierda cojonuda, ya lo verás.
—¿Sí? Entonces quemamos la noche. —Se le pasa el mal humor, así, de repente, porque con Toni es imposible descargar nada, con él todo tienen que ser sonrisas y grandes carcajadas. Muchos creían que estaban hechos el uno para el otro, pero ambos habían sabido desde el primer momento la imposibilidad de mantener una relación que fuera más allá de la mera amistad, tanto por la escasa atracción física que sentían el uno por el otro como por el hecho de saber que sería algo completamente destructivo que acabaría matándolos a ambos. Solo son amigos, de los que se pueden contar cualquier cosa, de los que están ahí en las duras y en las maduras. Y Sierra espera que la compañía de Toni, de su Toni, le haga olvidar un poco la amargura del resto del día.
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