72. Epílogo: Al caer el sol
Hemos tenido una buena vida. Una larga vida. Una vida llena de alegría y risas. Lágrimas y tristeza. Alegrías, miedo, felicidad y tristeza. Una buena vida. Una larga vida. Pero no ha sido suficiente. Ni por asomo. Ni en un millón de años. Podría seguir siempre y todavía no sería suficiente en lo que a mí respecta.
(T.J.K)
El lugar era idílico. Perfecto. El sonido de aves murmurándose entre ellas. Mira, ahí hay dos, una recargada levemente sobre la otra, de vez en cuando las cabecitas volteaban y los picos se unían.
Un cuerpo se arrastró cerca del suyo, hasta quedar tras él, sus piernas envolviéndolo y cuando la primera caricia llegó a su vientre Alec suspiró y se relajó contra Magnus. Su espalda contra el pecho de su predestinado, podía sentir el latido de su corazón. Magnus besó uno de sus hombros, sin decir nada, y su mano nunca detuvo las suaves caricias.
Había algo especial en este lugar. No era sólo lo puro de la naturaleza o lo bonito de cada atardecer –como ahora mismo con el cielo tiñéndose de naranjas, rosados y algún lila–. Había algo más. O quizá era sólo él: saberse diferente, sentir que había vida dentro de él.
—¿Crees que ellos también aman? —Alec preguntó en voz baja, señalando con su cabeza al par de aves, sin querer perturbar la tranquilidad que los envolvía.
Magnus suspiró y miró también a las aves. Sonrió cuando notó que las plumas de una eran azules, diferentes tonos de azul; mientras que la segunda, que era un poco más grande, tenía entremezcladas doradas y verdes brillantes. El destino, quizá.
—Creo que cualquier ser vivo puede amar. Estar vivo conlleva sentir, lo bueno y lo malo. También el sufrimiento y el dolor. Cualquier animal puede ser herido, así como pueden herirnos. ¿Por qué, si no es por amor, vemos tantas parejas de tan diversas especies? Podemos pensar que es simple instinto natural, el aparearse y procrear. Pero no lo creo así, intenta robar a una de sus crías y lo verás, cómo las defienden. Ahora piensa si lanzáramos una roca o algo hacia ellas...no volarían sólo para salvar sus vidas, se irían juntas. Y si le diéramos a una de ellas, la otra permanecería al menos un momento. Y quizá, no podemos saberlo porque tenemos diferentes lenguajes, vuele lejos y la recuerde siempre o simplemente desaparezca de nuestra vista y muera pronto, buscando en otra vida lo que le quitamos en esta.
Alec –que estaba a punto de preguntar por qué razón ellos podrían hacer eso, por qué la gente era tan insensible y qué tienen contra el amor– se giró entre sus brazos, poniéndose de rodillas, hasta quedar de frente. Magnus encogió un poco sus piernas, protegiéndolo y envolviéndolo con ellas. Sus manos en sus caderas que iban ensanchándose poco a poco, las puntas de sus pulgares rozaban el vientre ya abultado. —Quiero morir contigo —Alec dijo, de repente, con los ojos llenos de lágrimas y toda la sinceridad del mundo en su mirada, las ventanas de su alma abiertas de par en par sin ningún secreto que ocultar.
Magnus subió sus manos por su espalda y lo acercó un poco más. —Y yo no quiero que hablemos de muerte, no cuando hay tanta vida entre nosotros —acarició con su mejilla un costado del vientre de Alec—, tantas razones por vivir.
Las manos de Alec se aferraron a su cabello, sus dedos pálidos enredándose en las ebras oscuras. —Lo sé y ya lo amo, lo amo desde que supe qué estaba sucediendo, aunque obviamente nunca lo creí posible. Te amo, te amo tanto como no sabía que podía hacerlo. Aquel día cuando mi papá me golpeó y yo no entendía nada porque era sólo un niño ocultando sus ojos azules aunque ni siquiera sabía por qué debía hacerlo, un niño que jugaba a ser pirata pero cometió el error de fantasear inocentemente con un príncipe...ese día yo creí que había hecho algo malo como para que mi padre me golpeara, para que no me quisiera. Y si ni siquiera mi padre me amaba, ¿quién podría hacerlo? No creí que...
Magnus empujó sus hombros con ternura, hacia abajo, igualaando sus alturas. —Yo. Siempre yo. Puedo hacerlo todo mal, pude haberme equivocado al no llevarte conmigo apenas naciste, pero yo era también un niño y no sabía qué hacer. Lo siento. Lo siento mucho por lo que has pasado debido a mí. Pero si hay algo que nunca dudé que podía hacer y aunque no era experto, he ido aprendiendo con los años, es a amarte. Porque cuando mi corazón fue formado, cada pequeña capa que lo conforma protegía dentro aquella melodía que era sólo para ti, ni amor.
Algunas lágrimas humedecieron las mejillas de Alec mientras sonreía. —No creí que fuera posible o que lo mereciera. Debía ser malo, ¿cierto?, sólo eso explicaba tantos gritos y violencia. Pero entonces apareciste tú, me tomaste en tus brazos y yo parecía hecho a tu medida; amo a mi mamá, ella siempre fue buena conmigo, pero puedo decirte que nunca me sentí tan protegido como cuando tú me abrazaste. Y estaba tan asustado porque mi papá hablaba de morir, y yo no sabía cómo hacerme más pequeño o cerrar los ojos con más fuerza...quizá si nadie los veía yo dejaría de ser un peligro...
—No eres...
Alec lo detuvo, sus dedos sobre aquellos labios suaves. —Y entonces tú, tú que siempre me has hecho sentir bien, lo dijiste. Que yo era bueno, que yo era especial, que mis ojos eran de cielo y yo era tu niño... —un sollozo se le escapó.
—Siempre has sido y serás mi niño. Mi hermoso y valiente niño con ojos de cielo, Alexander.
Alec lo besó. Fue húmedo, dulce, lento y también un poco acelerado, con sabor a sal, a llanto, miedo, tristeza; pero seguía siendo perfecto porque estaban vivos y era posible un beso más.
“No digo que quiero morir ahora o que voy a rendirme. Sólo te digo que quiero morir contigo —Alec le dijo, sólo para ellos, sin hablar, sin usar su voz—. Sé que tú eres mágico y la magia es inmortal, me lo has dicho. Y yo sólo soy...yo. Quiero una vida larga a tu lado, pero ni un minuto sin ti. Ni uno solo. Prométeme que no vas a dejarme atrás nunca.”
Y mirándolo a los ojos, con una de sus manos en el vientre de Alec y llevando la suya a su pecho, Magnus lo prometió: —Nunca.
* * *
Muchos murieron: "Perfectos", Libertos y Rebeldes. Menguaron ambas poblaciones: la SAOIRSE, la comunidad libre, y el reino FOIRFE donde habitaban los seres perfectos que le temían a los ojos azules y al amor.
El día del parto, Alec casi creyó que iba a morir. Había sido una agonía ver y sentir sufrir a Magnus, padecer el miedo de no saber si viviría, si volverían a verse, pero ¿qué demonios era ese dolor?
Resultó que eran sólo contracciones.
Magnus y Catarina ayudaron con una cesárea de emergencia.
Michael no estaba, había pasado en la mañana a saludar, pero en el momento del nacimiento no estaba presente.
Había hablado con ambos antes de desaparecer: —Quizá mis deseos de venganza y mi corazón roto me cegaron. Fueron años entre las sombras, mirándolo ser correcto y perfecto. Y cada palabra suya, cada acto contra el amor y la libertad, rasgaban un poquito más mi corazón. ¿Y saben que es lo peor? Que si hubiera mirado dos veces en mi dirección, que si hubiera visto más allá de las máscaras y la falsa oscuridad en mi mirada, si me hubiera reconocido y pedido perdón...lo habría perdonado.
Alec había fruncido el ceño. Sobaba como algo más que una disculpa.
—Y creo que ahora todos pagamos por mi capricho. Por querer que me mirara una última vez y supiera a quien debía su caída, es que aguanté tanto tiempo. Ellos me seguían, todos ellos eran como yo pero sin el corazón roto; ellos sólo querían ser como los demás, poder salir a la luz del día y ser felices. Creyeron en mí y les fallé. Y es por mí que han muerto tantos, es por mí que tantos han sufrido y que Magnus fue torturado durante días mientras yo sólo miraba porque quería que él me viera. Porque soy idiota y todavía lo amo. Pero el amor duele. Amar es destruir...
Magnus negó. —Vivir duele, sí; pero el amor no destruye, el amor real salva y te da fuerzas. Todos nos equivocamos, yo también lo he hecho, pero hoy estamos aquí y es en parte gracias a ti. No te disculpes y hay que seguir adelante para que nadie más pase lo que nosotros. Aunque, por Alexander, lo haría todo de nuevo.
Michael había sonreído y susurró algo que casi sonó como “Lo sé, yo también”.
Y después nadie lo vio más.
Cuando el llanto de la pequeña resonó en el lugar y cada Liberto y cada Rebelde coreó su alegría, sus ojitos se abrieron –eran de cielo, pero también había magia en ellos; ella era especial, era como lo mejor de cada mundo. Uno era azul y el otro era verde con dorado–.
Ella hermosa y era fuerte. Era el comienzo de una nueva era que llegó con el aviso de la muerte de Robert Lightwood.
Su muerte no fue el fin de la Guerra, pero fue un gran avance. Sobre todo porque no sólo cayó su líder, la duda fue sembrada por cómo y con quién se encontró su cuerpo. ¿Estaban realmente libres de Gen H los "Perfectos"?
* * *
—Hola, Rob —Robert había saltado ante esa voz. La que llevaba años persiguiéndolo en sus sueños. Su mano seguía aferrada a la perilla de la puerta que acababa de cerrar. Casi quería volver a abrirla y salir corriendo, pero él no era un cobarde, así que se dio vuelta lentamente y se encontró frente a frente con un fantasma de su pasado: el más temido, el único que amó.
Michael estaba sentado en el sofá que se encontraba en una esquina de la habitación, entre las sombras. Oculta en una de sus largas mangas había una daga.
—Mica...t-tú...t-tú... —Robert tartamudeó—, tú estás muerto. No es posible.
Michael se puso de pie y salió de entre las sombras. La luz de la luna iluminó su rostro, inconfundible. No había equivocación.
—¿Has escuchado hablar de Ghost? El que siempre está un paso adelante ti. El que te hace la vida imposible. El que te deja mensajes después de cada batalla ganada.
Robert frunció el ceño. Odiaba al tal "Fantasma". Deseaba tenerlo frente a frente y matarlo con sus propias manos. Apretar su cuello, mientras lo miraba a los ojos...que seguramente serían azules.
Michael se rio mientras daba otro paso hacia él. Esta era la razón por la que siempre se anticipaba a sus planes: porque seguían conectados, porque –quizá sí– eran predestinados y Robert era un libro abierto para él.
—No completamente azules —dijo, señalando primero sus ojos y después a él mismo, mientras echaba la cabeza para atrás y ofrecía su cuello desnudo—, pero aquí me tienes.
Cuando Robert intentara matarlo, sacaría la daga y...
Y entonces Robert lo tenía contra la pared, su cuerpo pegado al suyo, las respiraciones de ambos agitadas. Sus manos en el cuello del Rebelde, pero no presionaban, lo hicieron mirarlo y Michael juraría que vio arrepentimiento en sus ojos que eran azules completamente porque aquí no tenía que ocultarse ya que a su habitación nadie entraba sin permiso.
Robert buscó el mejor ángulo y entonces lo besó.
Michael gimió y la daga cayó. Era un idiota, pero no podía evitarlo. Lo peor es que se sentía como una traición y no sabía a quién era peor: a su gente, si causa, o al amor de su vida, al hombre que lo quiso muerto.
Sus labios eran resbaladizos y dulces. Robert no tuvo tiempo para pensarlo ni para sentirse traicionado, sólo para sentir el último beso.
Michael había usado un veneno especial porque una parte de él, pequenísima pero que siempre estaba ahí, creyó posible un último beso.
Y aquí estaban. El cuerpo pesado y suelto de Robert cayendo contra él.
Siempre creyó que era mentira que también eran predestinados –a pesar de escuchar a cada segundo sus pensamientos y sentir la conexión viva a través de los años– hasta que su corazón se detuvo porque uno no sobrevive a la muerte de su alma gemela.
Y así fue encontrado el cadáver de Robert Lightwood.
* * *
—¿Elara? —Rafael, uno de los chicos que siempre la seguían a todos lados, la llamó.
Pero la pequeña princesa negó y siguió abrazando sus rodillas con fuerza. Enterró ahí su rostro, tratando de callar el primer sollozo.
Elara era el nombre de una de las lunas de Júpiter, un planeta lejano, y ella llevaba ese nombre en honor a la primera Lightwood en luchar por el amor: Luna.
Y llevaba el título princesa porque sus padres ascendieron al trono cuando los restos de la SAOIRSE y el FOIRFE se unieron en un sólo reino.
Los últimos "Perfectos" en pie, los que se negaron a aceptar la realidad –que el Gen H no existía, que el color de los ojos no tenía nada que ver con tus preferencias sexuales y que a quien amaras no tenía otro nombre más que "Amor"–, terminaron huyendo.
De Imasu se decía que fue decapitado en su propio pueblo natal.
Hubo muchos mas predestinados al terminar la guerra y la magia fue más fuerte.
—Ya sabías que esto iba a suceder —Rafael, arrodillado al lado de la princesa, le dijo.
Ella tenía ahora la apariencia de una jovencita de casi treinta años, a pesar de que había vivido más de un siglo ya. Mientras que Rafael tenía sólo los veinticinco años que aparentaba. Ellos eran muy diferentes, pero sus corazones cantaban una misma melodía.
—¡Y eso no cambia n-nada! —la princesa le gritó, su voz rompiéndose al final. Sus ojos, desiguales, enrojecidos se encontraron con los marrones del chico—. Nadie está listo para la muerte de sus padres. Nadie.
Rafael hizo una mueca. Magnus y Alec habían hablado con él hace unos días para que no la dejara sola hoy, en este momento.
Abrió sus brazos y ella estuvo ahí al instante, encajando perfectamente, sollozando fuertemente contra él. La envolvió en un abrazo y la dejó llorar, cuando volvieran a ponerse de pie ella serían reina.
Estaban en ese mismo campo perfecto donde Magnus Bane hizo una promesa que hoy cumplía.
* * *
Habían vivido más de un siglo y aun así sus cuerpos no parecían de más de unos cincuenta y tantos años. Un poco encorvados ya, sólo un poco; sus hombros cansados por el peso sobre ellos durante tantos años. Sus manos –ahora entrelazadas– tenían pequeñas manchas en ellas y finas arrugas que seguían por sus brazos, cuellos y hasta esos rostros que hoy miraban por última vez.
Magnus se sentó en la vieja mecedora que había arrastrado hasta la ventana. Tiró de Alec hasta que éste cayó en su regazo. Un ridículo rubor que seguía adorando se extendió por las mejillas del joven...no, ya no, simplemente del ojiazul. Magnus se rio, una risa queda y debil que seguía siendo hermosa y Alec seguía amando escuchar, era el mejor sonido para ser el último de su vida.
“¿De verdad?” la voz de Magnus, en su cabeza, preguntó.
Alec lo miró confundido. Por supuesto, él era lo último que quería llevarse de su estancia en este mundo.
“¿Sólo mi risa?” Magnus insistió, mientras daba vueltas al anillo de bodas en el delgado dedo de Alec.
Alec levantó la cabeza de donde la tenía, en el hombro de Magnus, y lo miró. Pero aquel hombre que tanto amaba no lo dejó hablar; travieso hasta el final, le robó un último beso que terminó con un “Te amo” susurrado en voz baja y en su cabeza un “Te lo prometí, mi niño...”
—Ya no soy un niño, Magnus —Alec se quejó.
—Te lo dije una vez y hoy vuelvo a hacerlo —Magnus dijo, mientras miraban los últimos instantes del atardecer—: siempre serás mi hermoso niño con ojos de cielo. Por siempre y para siempre, mi amor.
Alec juraría que la voz de Magnus falló –sus manos fuertemente apretadas y entrelazadas juntas; no se miraron, no hacía falta porque este no era un adiós, sólo un paso más–, pero quizá era simplemente su corazón que al caer el sol, y en sintonía perfecta con el de su predestinado, dejó de latir.
“Quiero una vida larga a tu lado, pero ni un minuto sin ti. Ni uno solo. Prométeme que no vas a dejarme atrás nunca.”
“Nunca.”
~FIN~
* * *
Lean los agradecimientos, por favor ❤
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