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Capítulo 5

Estuvieron bailando en la fiesta durante al menos otra hora, hasta que su pareja mencionó que se sentía cansado, pero John tenía deseos de irse desde el incidente con Paul. Había sido como encontrarse con el fantasma de las Navidades Pasadas: le recordaba el motivo de que su vida fuera tal y como era, pero también le causaba una extraña necesidad de volver a preguntarse qué hubiera pasado si jamás hubiera desaparecido.

—Bien, vámonos —le dijo a su pareja.

—Primero hay que despedirnos de Mick, ¿no crees?

—Sí, tienes razón —Lennon sonrió un poco y tomó de la mano a su novio para dirigirse juntos a donde el stone se encontraba—. Mick, fue un placer haber estado en tu fiesta y muy grato conocer a tu novia. Es una buena mujer para ti.

—Gracias a ustedes por venir —Jagger buscó a Linda con la mirada, pero no pudo encontrarla entre toda la gente—, sé que Linda también está muy complacida. Quizá en alguna ocasión podríamos salir los cuatro, como una cita doble.

John salió de la casa junto a su novio y se dirigieron de inmediato a su Rolls-Royce blanco sin decir nada más. Los autos nunca habían sido el medio de transporte favorito de Lennon, pero su novio le había dicho que se veía muy atractivo detrás del volante de un auto, así que intentaba conducir más seguido.

— ¿Quieres pasar? —preguntó Elton una vez que su novio hubo estacionado el auto afuera de su casa—. Podríamos abrir una de las botellas de vino que traje de Italia y, si tenemos suficiente energía, podríamos ir a mi habitación.

—Suena muy tentador —Lennon rió—, pero le dije a Noah que intentaría llegar a tiempo para darle las buenas noches y ya es un poco tarde. Conociéndolo, debe estar haciendo hasta lo imposible para no quedarse dormido.

—Entiendo, está bien —respondió Elton—. ¿Sabes? Deberíamos organizar otra noche de juegos o quizá de películas, esta vez en mi casa. Creo que Noah se divirtió mucho la última vez.

El castaño sonrió mientras asentía. Un par de semanas atrás su hijo, su ahijado, su novio y él habían tenido una noche de juegos en Tittenhurst Park. John se había encargado de comprar un par de rompecabezas, mientras que Elton había llevado algunos juegos de mesa. También habían tenido varias rondas de charadas con los niños, los adultos habían sido derrotados por más puntos de los que les hubiera gustado admitir.

—Hablaré con Noah, tal vez le agrade la idea, aunque quizá tendríamos que invitar a Isaac.

—Sí, me parece muy bien, hay espacio para todos en mi casa.

— ¿Crees que mañana podamos vernos? —preguntó John, cambiando el tema—. Estaba pensando en que fuéramos por un café o algo así.

—Claro que sí, amor —respondió el joven de ojos azules—. Tengo un par de reuniones por la mañana, pero estaré libre a partir de la una de la tarde. Puedo llegar a tu oficina, si quieres.

—Sí, está bien —el castaño asintió sin mucho entusiasmo.

— ¿John?

— ¿Sí?

— ¿Qué sucede? —el rubio ladeó la cabeza, intentando convencer a su pareja de hablar con él—. Te conozco bastante bien y, bueno, tu ánimo pareció haber cambiado durante la fiesta.

—No es nada, amor.

—Sé que es algo —Elton desabrochó su cinturón y se acomodó en el asiento para quedar frente a John—. Sabes que puedes confiar en mí. Dime, ¿qué pasa?

—Yo... vi a Paul.

— ¿Qué? —el rubio frunció el ceño, intentando no lucir demasiado preocupado con el comentario de su novio—. ¿Estaba en la fiesta?

—Sí —contestó John, recordando el momento en que el pelinegro lo había abrazado—, fue un momento extraño, creo que estaba buscando a alguien, me abrazó y me llamó "amor". No sé qué hacía ahí, no creo que sea amigo de Mick, pero tampoco es algo que me gustaría preguntarle.

— ¿Y cómo te sientes al respecto? —preguntó el joven de ojos celestes.

Elton conocía la historia de John y Paul con lujo de detalles. Sabía que McCartney había llegado a Tittenhurst Park para ser el acompañante de Lennon, que había quedado embarazado sin ser consciente de que era portador, que John se había enamorado perdidamente de Paul, que habían estado juntos sólo por algunos meses y que el pelinegro había desaparecido sin dejar rastro alguno después de haber dado a luz a Noah.

—Ni siquiera sé describir cómo me siento —respondió John—. Sabes que contraté detectives para buscarlo y que nunca lograron encontrar ni una sola pista sobre él, como si la tierra se lo hubiera tragado. Me di por vencido cuando Noah tenía cinco años, creí que jamás volvería a verlo.

— ¿Aún sientes algo por él? —Elton miró a los ojos a Lennon, intentando encontrar alguna señal en ellos—. ¿Removió algo cuando lo viste?

—No, nada —John negó con la cabeza—. Siempre le tendré aprecio porque gracias a él tengo a mi hijo, pero supongo que nunca fue la persona que yo creía que era. Apenas intercambiamos un par de palabras, pero estoy seguro de que él tampoco esperaba verme ahí.

— ¿Le contarás a Noah que lo viste?

— ¿Por qué haría algo así? —Lennon frunció el ceño, como si la pregunta de su novio fuera una tontería—. Sólo me haría más preguntas, tal vez querría encontrarse con él; y dudo que Paul tenga la más remota intención de saber sobre él, menos de conocerlo y pasar tiempo con él.

—Pero no sería hacerlo por Paul, sino por Noah —el rubio suspiró con cierta pesadez—. A final de cuentas, Paul es su madre.

—Una madre no abandona a su hijo recién nacido, Elton.

—Eso es cierto, pero algún día tendrás que contarle todo a Noah y dejar que sea él quien decida si quiere intentar tener contacto con Paul o no. Me queda claro que quieres evitar que salga lastimado, lo entiendo, pero no podrás cuidarlo toda la vida.

—Me preocuparé cuando ya no pueda hacerlo —John vio su reloj de muñeca—. Debo irme ya, sabes que me queda un largo camino hasta la casa.

—Claro, conduce con cuidado, Johnny —Elton besó a su novio y sonrió—. Avísame cuando estés en casa, por favor.

—Sí, amor.

. . .

Aunque Paul había creído que sacar a Denny de la casa de Mick iba a ser lo más complicado de la noche, no pudo haber estado más equivocado. Apenas habían llegado a su casa, Laine había corrido al baño. Había vomitado durante lo que a McCartney le había parecido una eternidad. No sabía qué hacer para ayudarlo. La idea de llamar a un médico quedaba descartada por completo, era consciente de que su novio podía meterse en serios problemas legales si descubrían que había sustancias ilícitas en su cuerpo.

—Soy un idiota, Paul —le dijo Laine una vez que por fin pudo apartarse del inodoro y salir del baño—. Lo único bueno que tengo en el mundo es a ti, eres como la luz del cuarto oscuro en el que me encuentro.

En otros tiempos, el chico de ojos color avellana se habría lanzado a sus brazos con una sonrisa enorme con tan solo escuchar la última frase y le habría contestado algo similar. Denny había enamorado a Paul a base de poemas, elogios y palabras de amor.

Se habían conocido en Estados Unidos, en una tarde donde Paul había tenido que suplir a uno de los meseros de la cafetería donde trabajaba y tuvo que atender la mesa donde Laine se encontraba. No había sido del todo el destino: el resto de los meseros se sentían intimidados porque había un par de celebridades en la mesa y sabían que, de brindar un mal servicio, podían ser despedidos; así que le habían pedido a McCartney que lo hiciera.

Para Denny fue amor a primera vista, Paul tardaría algunas semanas en admitir que también le gustaba. Habían ido con mucha cautela al inicio: charlas en el tiempo libre de McCartney, caminatas por el parque, y un par de inocentes visitas al cine. Ambos se habían sorprendido al descubrir que tenían muchos gustos y cosas en común, como su pasión por la música y la literatura, sin mencionar el hecho de que ambos eran ingleses.

Los primeros dos meses habían sido enteramente para conocerse uno al otro. En el tercero se volvieron pareja y se atrevieron un poco más: los paseos juntos ahora eran tomados de la mano, se besaban cuando el momento lo ameritaba y su amor se había visto consumado varias veces en la habitación de hotel de Denny, así como en el departamento de Paul.

—Soy portador —le confesó Paul la primera vez que estaban a punto de hacer el amor, esperando que su pareja no comenzara a verlo como si se tratara de algún bicho raro—. Quiero hacer el amor contigo, pero no deseo quedar embarazado y, bueno, no estoy tomando ninguna clase de anticonceptivos.

—Entiendo, Paul, no te preocupes —Denny lo besó—. Si no quieres quedar embarazado, nos protegeremos. Iré por un condón. Voy a cuidarte siempre, confía en mí.

No fue la primera vez que tuvo intimidad con alguien después de John, pero sí la primera vez que sintió que de verdad estaba enamorado de nuevo. Todo parecía ser perfecto, era sorprendente la manera en que se complementaban, había mucha química.

Al siguiente mes, Denny le dijo que su trabajo en Estados Unidos había terminado y que pronto tendría que volver a Inglaterra. Paul no estaba dispuesto a tener una relación a distancia y fue entonces cuando tomó la decisión de volver a su país natal para vivir con su novio. El cambio no había sido fácil, pero Laine estuvo junto a él en todo momento para que se adaptara y volviera a ver a Inglaterra como su casa.

—Sigues ebrio, hablaremos mañana, ¿sí?

McCartney estaba molesto con su novio, con la aparente falta de autocontrol que tenía, con lo mucho que cambiaba por culpa del alcohol y otras sustancias. No era un problema del todo reciente, Paul sabía que Laine había comenzado a beber desde muy joven, pero sólo en los últimos meses parecía estar saliéndose de control y afectando de manera directa su relación.

—Paulie... —Denny negó con la cabeza—. Te prometí que haríamos el amor.

—Mientras estés borracho o drogado, no quiero que me toques, Denny —McCartney frunció el ceño y se cruzó de brazos—. Hablaremos sobre esto en la mañana, en este momento no estás en condiciones de hacerlo.

—Lo siento, Paulie —Laine hizo un puchero y tomó la mano de su novio para besarla—, te juro que no quería terminar así. No me gusta verte molesto conmigo o por mi culpa. Te prometo que no volveré a tomar ni consumiré nada que sea ilegal. ¿Me perdonas?

—Vamos a la cama... a dormir, Denny.

—Está bien, amor, lo que tú digas.

Denny solía ser encantador, solía demostrarle a su novio lo feliz que era a su lado; Paul solía sentirse protegido, comprendido, amado. Si las cosas seguían así, la bonita relación que tenían terminaría por desmoronarse.

Apenas estuvo en la cama, Laine se quedó profundamente dormido. McCartney, por otro lado, no podía conciliar el sueño. La imagen de John siendo besado por ese rubio desconocido se repetía sin parar en su cabeza. ¿Acaso a él también le hacía cenas románticas en su balcón? ¿Paseaba con él por los jardínes de Tittenhurst Park? ¿Lo abrazaba por las noches? ¿Estaría criando a su hijo como si fuera suyo?

No supo si fueron todas las preguntas en su cabeza o qué le sucedió, pero sintió tantas náuseas que tuvo que levantarse para ir al baño a vomitar.

. . .

Ya era tarde. La carretera que conducía hasta Tittenhurst Park estaba prácticamente vacía, lo cuál le dio oportunidad a John de pensar en Paul. No le había mentido a Elton cuando le había dicho que ya no sentía nada por el pelinegro, porque ya no estaba enamorado de él; pero sólo un tonto no se habría dado cuenta de que McCartney era muy atractivo, incluso más que antes. Los años le habían sentado bastante bien.

Sin siquiera meditarlo, comenzó a hacerse las mismas preguntas que un par de años atrás creyó que no volverían a atormentarlo: ¿a dónde había ido Paul? ¿Por qué se había ido sin al menos darle una explicación? ¿Se había olvidado de él y de su bebé? ¿Era feliz junto a alguien más? A juzgar por lo que el pelinegro le había dicho en la fiesta, ahora tenía la respuesta de una de esas preguntas: alguien había conquistado el corazón de McCartney y seguramente lo hacía feliz.

Si Paul podía ser feliz con alguien más, nada debería impedirle a John seguir su propio camino con otra persona. Elton era el indicado: era cariñoso, se preocupaba por él, siempre tenía en consideración a su hijo y, considerando que también tenía una fortuna en sus cuentas bancarias, no estaba con él por el dinero.

Lo único que lo había detenido de casarse antes con Elton era que Noah no parecía congeniar demasiado con él, a pesar de la serie de intentos de convivencia. No era que su novio tratara mal a su hijo, sino que el niño no tenía interés en compartir a su padre con alguien más. Desde el principio había quedado claro que Noah jamás consideraría a Elton como una segunda madre, y eso era lo que le había impedido a John invitar a su novio a pasar la noche en su casa.

Lennon estacionó el Rolls-Royce justo frente a la entrada de la vivienda y bajó del auto para entrar de inmediato. Estaba agotado en todos los sentidos, lo único que quería era ir a darle las buenas noches a su hijo para luego ir a su habitación a dormir. No obstante, sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando escuchó que alguien estaba tocando el piano y caminó deprisa hasta el salón para encontrarse a su hijo acariciando las teclas del instrumento.

— ¿Noah?

El niño dio un respingo, tocando mal uno de los acordes y causando que el piano emitiera un sonido desafinado. Se giró para ver a su padre en la puerta del salón.

—Hola...

—Ya es muy tarde, ¿qué estás haciendo aquí? —John se acercó a él para levantarlo del banquillo del piano y darle la mano—. Vamos a dormir.

—Necesito practicar, papi —el niño sonrió un poco—. Mi maestro de música me enseñó algunos acordes. Si soy muy bueno, me dejará tocar en el festival de Navidad, hoy estuvimos aprendiendo una canción.

—Pero vas a participar en la competencia de matemáticas, hijo.

—Puedo hacer ambas cosas —Noah se encogió de hombros.

—Estás loco —John rió para después abrazarlo—. Eres bueno en matemáticas, deberías enfocarte en eso. Además, algún día vas a estar al frente de nuestra empresa y para eso necesitas saber sobre números y cálculos.

Noah asintió despacio y siguieron caminando en silencio hasta la habitación del niño. Ahí había toda clase de cosas que John había considerado que servirían para fomentar el desarrollo de las habilidades de su hijo, desde un ajedrez de madera hasta un telescopio.

Cuando era más pequeño, Noah había mostrado un interés genuino por las estrellas y el espacio al punto que John había considerado la posibilidad de que su hijo querría convertirse en astronauta. Padre e hijo pasaron grandes momentos observando el firmamento durante las noches y habían aprendido mucho. Después, el niño decidió que prefería observar a los animales, así que había pasado horas en el jardín para intentar atrapar toda clase de insectos. John había aprovechado eso para enseñarle la importancia de cuidarlos y de respetarlos, había sido la excusa perfecta para aprender sobre biología.

El magnate había alentado a su hijo a intentar cosas nuevas siempre, pero no podía hacer lo mismo con la música. No quería que su hijo siguiera los pasos de Paul.

—Cuéntame, ¿qué hiciste hoy en la tarde? —John sacó la pijama favorita de su hijo del armario y se la entregó—. ¿Estuviste con Isaac?

—Sí —Noah asintió y se desvistió para luego ponerse la pijama—, estuvimos jugando en el jardín, cerca del lago.

— ¿El lago? —John frunció el ceño y abrió las cobijas de la cama de su hijo—. Noah, sabes que no me gusta que se acerquen al lago. Hay mucho lodo alrededor. Podrían caerse al agua y atorarse con las plantas. No quiero ni pensarlo.

—Bueno, pero Isaac y yo somos cuidadosos, papi —el niño sonrió antes de recostarse en su cama—. Además, no estábamos solos. El tío William estuvo con nosotros todo el tiempo y nos contó muchas historias.

— ¿De verdad? ¿Sobre qué? —el magnate cobijó a su hijo.

—Isaac le preguntó sobre su papá —contestó el niño—, así que estuvimos hablando sobre eso. ¿Tú conociste al papá de Isaac?

John sonrió y negó con la cabeza.

—No, Isaac ya estaba en la pancita de tu tío William cuando lo conocí, pero él y el papá de Isaac ya no estaban juntos. Sólo sé que Isaac se parece mucho a su papá, al menos eso me dijo William cuando Isaac nació.

— ¿Papi?

— ¿Sí?

— ¿Yo me parezco a mi mamá?

La pregunta del niño no tenía ningún tipo de malicia, pero para John se sintió como un balde de agua helada. La imagen de Paul volvió de inmediato a su mente, deseaba poder olvidarlo, quería que fuera posible borrarlo de la vida de su hijo.

—No, tú te pareces a mí —John besó la frente de su hijo—. Buenas noches, Noah. Descansa.

El hombre se dirigió hacia la puerta de la habitación, pero su camino se vio interrumpido por la voz de su hijo.

— ¿Papi?

Se giró para verlo, su carita no denotaba otra cosa que no fuera curiosidad.

—Mis ojos no son como los tuyos —habló el pequeño—. ¿Tengo los ojos de mi mamá?

John quería decirle que no, quería inventar alguna historia falsa; pero los expectantes ojitos dormilones con ese par de brillantes avellanas le recordaban que no podría ocultar la verdad todo el tiempo. Sabía que Elton tenía razón.

—Sí, Noah, tienes los ojos de tu mamá.

La sonrisa que el niño esbozó fue suficiente para que John sintiera que su corazón se estrujaba. No quería que su pequeño sufriera y tenía claro que eso pasaría cuando le contara la verdad de lo que había pasado con su madre.

—Mañana se lo contaré a Isaac y al tío William —dijo Noah, muy emocionado—. ¿Me puedes contar más sobre mi mamá, papi? Aunque sea un poquito, por favor. ¿Qué le gustaba? ¿Cómo era? ¿Cuál era su nombre?

—Hoy no, cielo, estoy muy cansado —John negó con la cabeza—, pero te prometo que voy a hacerlo. Tendremos una conversación padre e hijo. Hay varias cosas que quiero contarte sobre tu mamá y también voy a contestar todas las preguntas que me hagas. Sólo estoy esperando a que crezcas un poco más.

—Ya soy grande.

—También tiene que ser en el momento adecuado —añadió John—, en un día especial.

—Mañana no voy a la escuela, papi...

John rió, comprendiendo que su hijo no entendía a qué se refería. Quizá era mejor así, prefería verlo feliz, inocente y expectante.

—Buenas noches, hijo.

—Buenas noches, papi.





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