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4. Alyssa

No podía creer lo que veía. Dirigí la vista hacia el papel que sostenía entre mis manos para cerciorarme de que no me había equivocado de dirección y volví a mirar al frente.

Había pasado casi un mes hasta que me armé de valor para ir a la dirección que decía la carta. Era en el centro de la ciudad y tuve que ingeniármelas para escapar del orfanato donde me habían metido.

Justo el día después del entierro habían aparecido los de servicios sociales a llevarme por ser aún menor de edad con mis 17 años. Ese tiempo había sido un infierno estando rodeada de otros chicos como yo, pero más sola que nunca. Eso y el hecho de que necesitaba algo en lo que enfocar mi mente para no desmoronarme fue lo que terminó de decidir por mí para lanzarme en la búsqueda de mi familia biológica. La verdad es que no quería pensarlo por un segundo más o encontraría cualquier excusa para no ir. Así que en medio de la noche me lancé por la ventana con maleta en mano, mochila al hombro y un poco de dinero que me había dejado mi mamá dentro de la carta, dispuesta a no mirar a atrás.

Y ahí estaba yo, justo en la dirección donde encontraría a mi familia biológica, pero nada era como me esperaba. Me había imaginado una pequeña casa en un barrio no muy bueno, y esa era la mejor de las opciones que surcaban por mi mente. Pero frente a mí se encontraba una gran verja negra, limitada a los lados por unos muros altos de color blanco cubiertos de enredaderas de hojas verdes llenas de vida. A través de las rejas se podía ver un hermoso jardín con arbustos perfectamente podados, creando figuras de animales, y flores de colores diseñando patrones en el suelo alrededor de una fuente con pequeños querubines arrojando agua de los jarrones que sostenían. Más atrás había una gran casona de dos plantas de color beige con grandes ventanales que decía dinero por todas partes. Estaba totalmente sorprendida, nunca había visto una casa tan grande y hermosa. Por mi mente pasó que tal vez mi madre biológica trabajara ahí como parte del servicio de la casa y vivía allí junto con mi hermana. Al pensar en eso miré mi maleta a mi lado y no pude evitar sentirme como una carga para ellas. Ni siquiera sabían de mi existencia y que de repente tuviera otra boca que alimentar no suponía nada bueno; además de que no sabía cómo eran en lo absoluto, cómo me tratarían, si eran agradables o no, o si me aceptarían. No sabía nada, pero ya estaba aquí y no podía regresar sin al menos conocerlas, y que ellas me conocieran a mí. Respiré hondo y me dirigí hacia el timbre con cámara incluida que estaba al costado de la verja, no tenía ni idea de lo que iba a decir ya que ni siquiera sabía sus nombres, pero yo siempre actuaba antes de pensar. Mis dedos temblaron cuando casi rosaron el botón del timbre, pero inmediatamente lo presioné ignorando mi nerviosismo. Tras unos segundos, que me parecieron eternos, me asustó una voz a través de unas bocinas.

—¡Oh, Señorita! Enseguida voy a ayudarla. —Sin dejarme decir nada, vi como la verja se abría dejándome extrañada por la manera en que esa mujer se refirió a mí.

Vi como de la casa salía de manera apresurada una mujer vestida de sirvienta. El nerviosismo volvió a mi cuerpo, más bien nunca se fue. Dejé el aire salir cuando se acercó y pude ver que se trataba de una mujer demasiado mayor para ser mi madre, al haberme dado a luz cuando no era más que una adolescente debería de tener no más de 33 años y la mujer que se acercaba parecía estar llegando a los 50.

Me miró de arriba abajo con una expresión como de quien no entiende algo.

—Señorita Alyssa, ¿qué fue lo que le pasó? ¿Por qué anda en esas fachas? —dijo mirándome de manera desaprobatoria.

Miré hacia abajo observando mi atuendo, un poco ofendida por haberlo descrito como ‟fachas". Llevaba puesto mi mejor par de jeans blancos con roturas originales en las rodillas y una playera negra con mangas cortas de mi banda favorita; no estaba tan mal. Luego procesé lo primero que había dicho la señora y fue entonces que reaccioné.

—¿Alyssa? —mencioné cuando caí en cuenta de cómo me había llamado, ignorando la mirada extraña que seguía lanzándole a mi atuendo. Mi corazón dio un vuelco por la emoción al pensar que era seguro que ese fuera el nombre de mi hermana y me había confundido con ella, no había otra explicación ya que las dos seríamos idénticas por ser gemelas. La parte que no entendí fue el por qué me trataba tan formal, como si yo fuera superior, cuando la persona mayor era ella.

—¿Señorita, se siente usted bien? La noto un poco rara —dijo mirándome fijo—, debe estar muy cansada por el viaje. —Asintió con la cabeza contenta con la respuesta a la que ella misma había llegado sin darme oportunidad de hablar, y luego tomó mi maleta con intenciones de llevarla.

—Yo puedo sola. —Me apresuré a decir mientras traté de tomar mi maleta de vuelta, y digo traté porque obviamente no me dejó.

—Señorita Alyssa, debemos entrar rápido a la casa antes de que se derrita aquí afuera. El sol está que raja las piedras.

—Disculpe. Se está equivocando de... —Dejé de hablar cuando me di cuenta de que no me estaba escuchando, más bien ya se estaba alejando a paso apresurado hacia la casa tomando mi maleta como rehén.

No tuve otro remedio que seguirla. De verdad que había un sol terrible, y el calor era insoportable. La seguí hacia adentro de la casa sintiendo al momento a mi cuerpo entrar en una temperatura agradable. Quedé con la boca abierta cuando vi el interior, era enorme, más grande de lo que podía imaginar viéndola desde fuera, y eso ya era mucho decir. Había una gran lámpara de araña dorada con lágrimas de cristal que brillaban por la luz del sol que se colaba por los grandes ventanales de madera y cristal. Frente a mí había una hermosa escalera con una alfombra roja que cubría cada escalón perfectamente, dándole un aire de elegancia en contraste con las paredes blancas y el piso que parecía de mármol —si es que no lo era— color crema marfil que fácil y podía hacer de espejo de lo pulido que estaba. Girando a la derecha pasamos a la sala que estaba amueblada con un estilo antiguo, sin embargo, todo parecía nuevo y recién comprado. Estaba maravillada por tanta belleza y esplendor, no podía cerrar la boca por la impresión.

—Llegó antes de lo que pensaba, todos creíamos que tomaría todas las vacaciones en su viaje. Por cierto, ¿por qué llegó sola? ¿Acaso tomó un taxi en vez de llamar al chofer para que la recogiera? —Me miró con pesar—. Señorita, no debió de hacer eso. El señor se va a enfadar.

—Yo no...

—¿Y cómo le fue en el viaje? Espero que lo haya disfrutado. Justo después de su último día de clases, el señor nos informó de que se había ido de viaje a París para despejar un poco de la escuela. Ni siquiera vimos cuando se fue. —Me miró— Señorita, ¿qué hace ahí parada? Debe de estar muy cansada. Siéntese y descanse, ahora le traigo un jugo bien frío para que se refresque.

Estaba cansada de que me estuviera diciendo señorita esto o señorita aquello y ya estaba irritada casi a punto de explotar por lo mucho que hablaba aquella señora sin dejarme siquiera decir una palabra para explicar la situación. Cuando estaba a punto de protestar y revelar que yo no era quién ella pensaba, mi vista chocó con un gran retrato familiar justo en medio de la pared, sobre una chimenea que se encontraba a mi derecha. En el centro del retrato destacaba un señor mayor con tal vez unos 60 años, con el pelo blanco y ojos verdes que posaba sonriente pero que se veía imponente al mismo tiempo. Junto a él, a su derecha, había una mujer rubia con mucha clase cuyo parecido conmigo llamó mi atención, sonreía, pero en su mirada tenía un destello de tristeza; y a su izquierda —que era la zona del retrato que más captó mi atención— relucía una chica idéntica a mí, con mis mismos rasgos, colores y todos, pero muchísimo más bonita y elegante por lo arreglada que estaba. Mi hermana y mi madre, que más que sirvienta parecía la dueña de la casa.

Por un momento pareció que la temperatura había bajado cuando un sudor frío me recorrió la espalda. Sin pensarlo dos veces enfrenté a la señora que en algún momento se había retirado y ya regresaba con un vaso de jugo sobre una bandeja de —¿por qué no?— plata.

—¿Quiénes son ellos? —pregunté secamente señalando el retrato.

—¿Señorita, por qué pregunta como si no lo supiera? —Me miró extrañada—. Creo que el viaje no le hizo mucho bien, debería descansar.

—Respóndame —dije de manera autoritaria ya llegando a mi límite. Una vez que estallaba ya no creía ni en la diferencia de edad, ni en el respeto, ni nada. Cerré mis ojos tratando de controlarme y luego agregué un por favor.

A pesar de su postura vacilante prosiguió a responder—: Pues él es el señor Gregory Langdon, su abuelo, dueño y señor de esta casa, así como de muchas otras propiedades, y uno de los más influyentes empresarios del país. Ella es su madre, la señora Julia Langdon, hija única del señor Langdon. Y esta es usted, señorita Alyssa Langdon, única heredera de las Empresas Langdon, y no entiendo por qué me está preguntando algo tan extraño.

Estaba petrificada, impactada por lo que acababa de escuchar y me sentí palidecer.

—¿Señorita Alyssa, se encuentra usted bien? —preguntó la señora haciendo que estallara.

—¡No soy Alyssa! —grité y al mismo momento escuché algo caer a mis espaldas.

Me giré lentamente buscando el origen del sonido para encontrarme con un maletín tirado en el suelo, y al levantar la vista mis ojos chocaron con la presencia del señor de la foto que me miraba horrorizado como si acabara de encontrarse con un fantasma.

—¡Señor Langdon! —gritaron al unísono la señora que me había recibido y un hombre un poco más joven que se encontraba junto al aludido cuando a este le fallaron las piernas; un poco más y hubiera terminado en el suelo si no fuera porque lo agarraron a tiempo. El más joven de los dos hombres me vigilaba con la mirada como si yo fuera la Monja saliendo del retrato en "El Conjuro 2" y estuviera a punto de atacarlos.

Traté de acercarme a ayudarlo, pero el que sería mi abuelo —según lo que había dicho la señora— se apartó bruscamente de mi como si yo tuviera alguna enfermedad altamente contagiosa. Me sentí ofendida pero no quise tomarle mucha importancia porque se veía que estaba en un claro estado de shock, el cual le duró por unos minutos más. Lo ayudaron a sentarse mientras yo me mantenía como una estaca en mi lugar tratando de no importunar. Cabe aclarar que mi impresión de hacía un rato al ver el retrato había quedado en segundo plano tras la cálida bienvenida de parte del que sería mi abuelo y aquel otro hombre que no sabía quién era pero que no me quitaba la vista de encima, como si aún no creyera que yo fuera real y no parte de un espejismo.

—Vete —sentenció el señor mayor mirando hacia el suelo. Ni siquiera quería verme, pude darme cuenta de eso.

No podía creer que me estuviera echando de su casa sin siquiera darme la oportunidad de presentarme. Sentí tristeza, pero más que triste estaba enojada, esto ni se acercaba a lo que había imaginado y yo no merecía ese trato. Si de algo estaba segura es que no me quedaría en un lugar donde no era bienvenida. No tenía ánimos para protestar y más cuando me sentía tan dolida y rechazada. Apreté mis manos en puños contra mis costados y me giré buscando mi maleta con intenciones de irme de allí.

—Tú no —dijo haciendo que parara en seco—. Catalina, vete. —Se refirió esta vez a la mujer que seguía ahí mirándonos con un gran signo de interrogación sobre su cabeza. Su voz tenía un tono grave que no permitía a la desobediencia.

—Como usted diga, señor. —bajando la cabeza se retiró sin mirar a atrás.

Me sentí aliviada porque no se refería a mí y no me estaba echando fuera, pero a la vez nerviosa porque se notaba que aquel señor no estaba acostumbrado a los imprevistos, y pues, justo eso es lo que yo era.

—¿Quién eres tú? —preguntó esta vez mirándome. Se veía un atisbo de tristeza en sus ojos al verme—. ¿Y de dónde has salido?

Tragué saliva y llené mis pulmones con aire para luego responder—: Mi nombre es Leslie Miller y según esta carta, —dije sacando el sobre doblado que se alojaba en el bolsillo trasero de mis jeans— soy su nieta.

Su cara fue todo un poema y ni hablar de la del hombre que seguía parado a su lado, suponía que fuera su secretario o asistente personal, la pinta la tenía. La mano que mantenía extendida agarrando la carta, me comenzó a temblar por el nerviosismo tras no obtener respuesta alguna. Al no poder controlar los temblores rápidamente coloqué la carta en la mesita de centro que se encontraba frente a él.

—¿Qué clase de broma es esta? —Fue el turno de hablar del hombre que se había mantenido callado todo este tiempo. Lo ignoré, porque mi entera atención se centraba única y exclusivamente en el anciano.

El anciano tomó la carta y comenzó a leerla en silencio. A medida que iba avanzando, su ceño se iba frunciendo y sus manos se apretaban al papel creándole pliegues que me iba a costar mucho trabajo alizar después. Cuando terminó dejó caer sus manos sobre sus piernas y me miró, vi como sus ojos comenzaban a humedecerse, pero lo reprimió.

—¿Dónde está la mujer que escribió esta carta? —Me preguntó con un claro enojo en su voz. Apreté mis manos a mis costados y bajé la cabeza.

—Ella... murió —dije reprimiendo las lágrimas que comenzaban a formarse.

—John, dile al chófer que prepare el carro ahora mismo. Iremos al laboratorio a hacer una prueba de ADN.

—Enseguida, señor. —Le respondió el hombre y salió de la casa.

No entendía para qué quería una prueba de ADN si con mi apariencia y la carta ya eran pruebas suficientes para saber que era su nieta, pero suponía que tener tanto dinero hacía a las personas desconfiar hasta de su propia sombra. No dije nada porque lo que más quería era terminar con esto y conocer ya a mi madre biológica y a mi hermana, sobre todo a mi hermana, tenía unas ganas terribles de verla y no entendía muy bien por qué ya que esa necesidad era demasiado exagerada.

El viaje hacia el laboratorio transcurrió rápido, aunque un silencio incómodo inundaba todo el interior del auto, tanto en la ida como en la vuelta. Mi abuelo seguía sin dirigirme la palabra hasta que estuvimos a punto de entrar a la casa.

—Mañana estarán los resultados, hoy dormirás aquí. No quiero que toques absolutamente nada —sentenció dándome la espalda. Su tono era demandante hasta el punto de forzar la compulsión de bajar la cabeza en cualquiera, pero el señor aún no conocía mi orgullo, oh no, con el tiempo se daría cuenta que no era fácil de doblegar; si es que no me echaba antes de ese tiempo, claro.

—No soy una ladrona, si es a lo que tanto le tiene miedo —refuté enojada antes de perderlo tras el umbral de la puerta.

—Eso ya lo veremos —dijo y desapareció de mi vista antes de que pudiera contestar.

¿Cómo se atrevía a llamarme ladrona cuando aún no me conocía? Bueno, no es que yo hubiera actuado muy diferente a él en ese aspecto. Como aquella vez que acusé a ese chico de ladrón y que casi lograba que me metieran a la cárcel. Aunque en mi defensa debo decir que la situación fue completamente diferente; mi equivocación estaba justificada, sin embargo, la impresión que tenía el anciano sobre mí estaba completamente infundada. Sacudí la cabeza para apartar todos los pensamientos de ese día antes de que mi mente diera con lo que menos quería pensar en ese momento: la muerte de mi mamá.

Cuando entré vi a mi abuelo seguido de su secretario —que así se había presentado en el auto así que ya estaba confirmado— como se perdían escaleras arriba dejándome sola, sin saber a dónde ir o qué había sido de mi equipaje. No había señales de Catalina por ninguna parte así que no me quedó de otra que deambular. Para matar mi aburrimiento me dispuse a explorar por la casa empezando por las escaleras que tanto me habían llamado la atención desde el momento que entré por primera vez. Al subir al segundo piso me encontré con una pequeña sala, y digo pequeña porque lo era en comparación con la de abajo, pero en realidad era más grande que mi casa entera —en donde solía vivir con mi mamá—. Todo tenía un estilo antiguo, al igual que el resto, y había grandes ventanales que iluminaban la estancia en su totalidad. Entre las ventanas estaba la puerta que daba a una hermosa terraza con vista a la parte trasera de la casa en donde se podía ver una espectacular piscina que me llamaba a gritos, pero a la que tuve que rechazar dada mi situación actual.

El gran patio que se extendía más allá era hermoso y con mucho espacio para respirar; sin paredes, sin techos, perfecto. Siempre había disfrutado más los espacios al aire libre que los cerrados, me hacían sentir más libertad, sin restricciones que me encerraran o me limitaran. Ya estaba decidido, ese sería mi nuevo lugar favorito; si es que mi abuelo no me lanzara antes a la calle por alguna loca teoría de conspiración que se imaginara, o que simplemente renegara de mí y me mandara de vuelta al hogar de acogida.

Continué mi exploración por un pasillo que albergaba varias puertas iguales y me detuve cuando escuché las voces de mi abuelo y su secretario venir de una de ellas. Miré hacia ambos lados del pasillo para comprobar que nadie me viera y me acerqué hasta pegar la oreja en la madera para poder captar lo que decían. No es que yo fuera de esas personas que espían conversaciones ajenas a través de las puertas... bueno, tal vez ¿un poquito? En mi defensa, más que espiar yo diría que más bien estaba recabando información.

—No creo que debería tratarla de esa manera, lo más seguro es que sea su nieta. —Parecía la voz del secretario. Al parecer estaban hablando de mí—. Solo hay que mirarla, es idéntica a Alyssa. Además, lo escrito en la carta concuerda con lo que pasó, la señora Julia tuvo gemelas y una de ellas nació sin vida.

—¿Y por qué ahí dice que mi hija negó tener familia? —Con ese tono, definitivamente fue el anciano quien habló—. Eso es una completa estupidez.

—Bueno, no es de extrañar, su hija estaba muy molesta con usted por lo que hizo en aquella época. —Sonó un golpe seco, como de un puño chocando con fuerza sobre una superficie de madera. Alguien se había molestado por el comentario del secretario.

—Y como siempre yo tenía razón. Nada más hay que mirar como terminó todo. —Nadie dijo nada por unos segundos, lo que me hizo pensar que habían terminado de hablar o que me habían descubierto. Cuando iba a despegar la oreja mi abuelo prosiguió—: Volviendo al tema. Que esa chica y mi nieta fueran iguales no confirma nada, seré viejo, pero se perfectamente lo que es la cirugía plástica. Bien y podría ser una cazadora de fortunas tratando de hacerse con mi dinero, ya bastante tengo que lidiar con mi sobrino para tener que preocuparme también por otra ladrona. —Estaba renuente a aceptarme como parte de su familia y se empeñaba en verme como una usurpadora de fortunas—. Quiero que mañana mismo tengas toda la información de ella, quiero saberlo todo —sentenció aquel señor, si él no me aceptaba como su nieta pues yo tampoco lo aceptaría como mi abuelo.

—Mañana a primera hora tendrá toda la información. —Le respondió el secretario—. Pero solo le advierto que podría arrepentirse de tratarla así y más después del... —Hizo una pausa como pensando si debía o no decir lo que venía— suicidio de Alyssa.

¿Suicidio?

Sentí una punzada en mi pecho. ¿Cómo era posible? Un frío glacial recorrió mi cuerpo dejándome petrificada por un momento hasta que los temblores atacaron en cuanto sus palabras se asentaron en mi cerebro.

—No puede ser. Mi hermana, mi hermana está... —susurré llevándome las manos a la boca sorprendida. Caminé hacia atrás negando con la cabeza y alejándome de la puerta como si estuviera ardiendo en fuego.

No me di cuenta de que detrás de mí había un pedestal con un jarrón de plata colocado encima hasta que choqué con él haciendo que cayera, lo que provocó un sonido de lo más escandaloso que resonó por todo el pasillo. Con miedo de ser descubierta corrí hasta adentrarme en una de las otras habitaciones. Con los ojos cerrados y recostada a la puerta traté de controlar mi corazón que se había desbocado, ya que podía jurar que sus latidos serían capaces de escucharse desde el otro lado. Mientras lo hacía pensé en lo que había escuchado decir a John. No podía creerlo, la hermana que tanto ansiaba conocer ya no estaba presente y eso me hacía sentir un gran vacío en mi interior.

Abrí los ojos y observé la habitación donde había entrado. Estaba decorada completamente en tonos rosados y blanco e iluminada por dos grandes ventanas vestidas con cortinas rosas y volantes en la parte superior, de un tono más oscuro. Me fijé que frente a un escritorio había unas fotografías colgadas de la pared, en todas salía Alyssa, sola o con otras chicas, y en otras estaba ella con un chico rubio de ojos color miel, muy guapo. Al parecer había dado a parar precisamente al cuarto de mi hermana y por algún motivo aquel chico de las fotos me parecía familiar, aunque no lograba adivinar de dónde. Al bajar la vista hacia el escritorio me encontré con una caja, la abrí con curiosidad. Dentro había un celular de último modelo que estaba destrozado —como si hubiera caído de una gran altura—, lo que quedaba de un pequeño espejo circular con pequeñitas flores rosadas en los bordes y un brazalete plateado con detalles dorados que tenía las letras J y A entrelazadas en un corazón.

Frente a mis ojos vi pasar las imágenes, como si de una película se tratara, de aquel sueño extraño que había tenido en donde moría y lo veía todo a través de los ojos de alguien más.

Todo había sido real.

Mi cuerpo temblaba y todo comenzó a dar vueltas. Sentí el impacto del frío suelo contra mi cuerpo antes de perderme en lo más profundo de mi conciencia.

Hola hola. ¿Cómo están?

¿Les está gustando la historia?

Pobre mi bebé Leslie 😢. Pierde a su mamá, su abuelo le hace rechazo pensando que es una ladrona, se entera que su hermana gemela se murió y aún falta por conocer a su madre biológica. Bueno, al menos tiene salud... y ahora dinero 💸 XD

Chau, nos leemos en el próximo capítulo. 💙























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