3. Un día gris
El cielo estaba gris y pequeñas gotas de lluvia caían sobre la tierra removida. El olor a flores frescas se extendía por todo el lugar, pero no era un olor agradable, al menos no para mí que solo era capaz de provocarme malas sensaciones. Podía escuchar levemente la voz del cura recitando sus oraciones, pero mis oídos no prestaban atención a sus palabras. En mis mejillas quedaban las huellas de las lágrimas secas; ya no quedaban más, las había sacado todas en la larga noche anterior. Mi mirada estaba fija en el ataúd negro cubierto de flores frente a mí y una lágrima rezagada corrió por mi mejilla.
Ahí estaba mi mamá, en ese ataúd frío.
En un momento estábamos desayunando juntas y al otro, ya no estaba. Se había ido para siempre dejándome sola, sin sus abrazos, sin sus besos maternales, sin su voz, sin su calor de madre, sin ella.
Mi madre había muerto. Tenía cáncer en su etapa terminal y me lo había ocultado. Había pasado estos últimos meses de su vida sufriendo sola y yo sin darme cuenta de su dolor, ajena a todo lo que pasaba. Mi madre muriendo y yo como si nada. Sentí mis ojos húmedos y como las lágrimas empezaban a salir sin poder contenerlas; si creía que se habían agotado, estaba equivocada.
Me sentía destrozada y mientras más pensaba, más crecía el sentimiento de impotencia dentro de mi pecho. Impotencia por no haber podido hacer nada para salvar a mi mamá, impotencia por no haber sabido nada hasta que no fue demasiado tarde e impotencia por no haber, por lo menos, compartido la carga de su dolor.
—Te llevo a casa. —Se ofreció el oficial Jobs en cuanto terminó el entierro.
Colocó su mano dulcemente en mi hombro tratando de reconfortarme y me sonrió tristemente antes de guiarme a su auto. Ninguno de los dos dijo nada en todo el trayecto, él mirando al frente metido en sus pensamientos y yo con la vista perdida en las gotas de lluvia que caían en la ventanilla del coche. En algún momento del viaje lo miré, por algún motivo el oficial Jobs siempre se sintió un poco responsable por mí, tal vez le recordara a alguien de su pasado o simplemente su personalidad era así.
Me dejó en la entrada del edificio y se despidió con una mirada de lástima cuando le dije que necesitaba un tiempo a solas.
Cuando me adentré en el apartamento, me recibió la más grande y espesa soledad. Todo estaba en un profundo silencio excepto por el tictac del reloj de la sala. Todo el interior se veía tan sombrío, solo alumbrado por la luz que entraba a través de las cortinas de las ventanas dándole un aspecto lúgubre a la estancia.
Podía verla en todas partes: en el sofá de la sala donde las dos juntas veíamos televisión, en la mesa del comedor hablando y riendo mientras comíamos, en la cocina preparando uno de sus deliciosos platillos mientras se giraba y me miraba con una cálida sonrisa. Sentí que la vista se me nublaba por la humedad. Me dirigí a su cuarto y me acosté en su cama tapándome con su edredón, su almohada conservaba su olor y la apreté contra mi cara. Lloré y lloré hasta que ya no pude más y el cansancio ganó dejándome dormida.
(...)
«Todo estará bien, desde ahora siempre estaré contigo y seremos una» Escuché una voz dentro de mi mente mientras despertaba, como el final de un sueño que no podía recordar por completo.
Las dos últimas palabras se repetían como un eco dentro de mi cabeza dándome un fuerte dolor mientras trataba de abrir mis ojos con dificultad por lo hinchados que los tenía de tanto llorar. Aquella voz no era mía ni de nadie que conociera, pero la sentía familiar.
Recé porque lo ocurrido el día anterior no fuera más que un mal sueño, pero al ver el cuarto donde estaba, todas mis esperanzas se fueron junto con mis fuerzas para levantarme. Miré el reloj en la mesita de noche y ya eran un poco más de las 8 de la mañana, había dormido casi 20 horas, pero no eran suficientes, quería dormir para siempre y nunca despertar.
Me quedé viendo el retrato junto al reloj, era una foto de hacía varios años, cuando yo era una niña, en ella estábamos las dos sonriéndole a la cámara. Mi madre se veía mucho más joven con su típico pelo largo y negro sin una sola cana, sus ojos cafés oscuros y su piel tan blanca, pero con cierto rubor en las mejillas. Yo estaba a su lado, una pequeña niña de apenas 6 años con pelo castaño claro y ojos grandes y verdes. Muchos de mis amigos no creían que fuéramos madre e hija ya que no nos parecíamos en nada y yo con mucho orgullo les respondía lo que siempre decía mi mamá: que en apariencia era idéntica a mi papá pero que en personalidad había salido a ella.
Tomé el retrato con mi mano para acercarlo a mi pecho y en el movimiento, un sobre blanco cayó al suelo. Me quedé un tiempo mirándolo extrañada para luego recogerlo dándome cuenta que tenía mi nombre escrito. Lo abrí y como me hubiera gustado no haberlo hecho. Era una carta escrita por mi mamá dirigida a mí, sus últimas palabras. Tomé una bocanada de aire como si se tratara de la fuerza que necesitaba en ese momento y comencé a leerla.
«Mi querida y pequeña Leslie:
Si estás leyendo esta carta, significa que ya no estoy contigo. Lamento mucho no haber encontrado el valor suficiente para decirte todo de frente, pero es que me sentía realmente apenada y avergonzada por todo lo que he hecho en el pasado y quería mantener tu felicidad por el mayor tiempo posible.
Primero que todo quiero que sepas lo mucho que te quiero y siempre te querré desde donde sea que esté, no tengas dudas de eso. Todas las decisiones que tomé en mi vida fueron las que me parecieron correctas en ese momento pensando en lo que sería mejor para ti, que equivocada estaba. Lo siento mucho. Hay algo que debo confesarte, yo no soy tu verdadera madre.»
Quedé congelada mientras leía. Esto no era posible, no podía creérmelo. Mis manos temblaron junto con el papel que sostenía. Tenía que ser algún tipo de broma sádica. ¿Que mi mamá no era mi verdadera madre? ¿Qué estupidez era esa? Pero era su letra.
—No, es imposible. —Negué con mi cabeza con los ojos inundados por el dolor—. Esto no me puede estar pasando.
Pero por más que tratara de negarlo, mientras más pensaba más sentido le encontraba. Todo parecía encajar perfectamente, con razón no nos parecíamos en nada. Cada vez que veía a mis compañeros de clase con sus padres, por muy poco que algunos se parecían entre ellos, siempre tenían alguna similitud, algún rasgo en común y sin embargo nosotras no teníamos nada que nos relacionara en cuanto a físico, absolutamente nada. Nuca había siquiera visto una foto de mi padre, según ella, todas se habían arruinado en un incendio. Me sentía engañada y más que engañada, devastada. Ya ni siquiera sabía quién era yo. Mi vida se había vuelto una gran broma de mal gusto.
No quería seguir leyendo, pero sabía que si quería respuestas debía hacerlo. Limpié mis ojos de las lágrimas que se habían salido impidiéndome ver con claridad, para poder continuar leyendo, aunque mi mundo se estuviera cayendo a pedazos.
«Yo cuando era joven, trabajé como partera en el pequeño pueblo donde vivía. El último parto que atendí fue el de una adolescente demasiado joven, ella era tu madre biológica. Se veía tan asustada, sola y pobre que mi corazón se estrujó en mi pecho cuando la vi. Nunca pude olvidar su rostro y menos aun cuando creciste para volverte igual a ella, a excepción de su cabello dorado. Ella dio a luz a dos niñas, gemelas. La primera nació con perfecta salud, pero la segunda, cuando nació, no respiraba. Mientras la chica amamantaba a su primogénita, yo me acerqué al pequeño cuerpo que estaba envuelto con paños sobre una mesa en la esquina de la habitación. Ahí estabas tú, mi pequeña. Había ocurrido un milagro y estabas viva, respirabas suavemente mientras dormías. Iba a entregarte a ella, a tu madre, pero cuando la vi no pude evitar pensar en cómo haría ella para encargarse de dos niñas si ya con una le iba a ser difícil. Ella había dicho que no tenía familia y no quiso hablar de tu padre, además de que se veía que era muy pobre por las ropas que traía. ¿Qué hubiera sido de ti se te hubiera entregado? Eso nunca lo sabré, lo que si sabía era que quería protegerte como mía y darte todo mi amor, así que te tomé en mis brazos y hui lejos de ahí, donde solo estuviéramos tú y yo. Sé que fui egoísta y lo siento, ahora estoy recibiendo mi castigo con esta enfermedad que cada día acorta mi tiempo a tu lado y lo acepto, porque lo merezco. Seguro debes odiarme y no te culpo por eso, lo lamento mucho. A pesar de todo, no me arrepiento de lo que hice porque así pude tener a la más perfecta y hermosa hija. Te amo mucho y siempre velaré por ti desde donde sea que esté.
PD: Después de mucho esfuerzo logré encontrar el paradero de tu familia biológica. Espero que seas muy feliz con ellos y que logres perdonarme algún día»
Lloré desconsoladamente destrozada por todo lo que había leído mientas presionaba la carta contra mi pecho. ¿Odiarla? ¿Cómo podría odiarla a ella? Ni siquiera podía hacer eso. Mi corazón me dolía demasiado como si tuviera unas manos estrujándolo.
En el dorso de la carta había escrita una dirección, la dirección en donde vivían mi madre biológica y mi hermana gemela. La duda se implantó en mi pecho para hacerle compañía al dolor. No sabía qué hacer, aunque la respuesta parecía obvia.
Me esperaba un largo camino que recorrer en busca, no solo de mi familia biológica, sino también de mí misma.
Hola, espero que les haya gustado el capítulo 💙
Pobrecita mi bebé Leslie 💔, ahora me largo a llorar 😭
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