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CANIS

Soobin siempre se consideró un alma solitaria, incluso cuando Yewon volvió a casa.

Siempre fueron ellos dos contra el mundo, y que Yewon le hubiera abandonado le causó una gran herida en su corazón, una herida de la cual nunca se pudo ver capaz de curar.

Era muy pequeño cuando vio a su madre morir en las manos de su beodo padre junto a la sangre y la agonía. Un paralizado niño de 5 años veía a su padre matar a su madre por querer un poco más de alcohol.

Soobin y Yewon siguieron viviendo en lo que era un infierno; golpes, mordeduras y mientras le quitaban las flores de su pequeño jardín, incluso dejando a las abejas entrar.

Al menos hasta que su padre se hartó de ellos, y los abandonó en el orfanato de Ansan, donde aprendieron a curar sus heridas entre ellos, pensando en que tal vez, era mejor que estuvieran ellos dos contra el mundo, hacían buen equipo de todas formas.

Apenas con ocho años, Choi Yewon y Choi Soobin ingresaron al peor orfanato que se pudo calificar en todo Ansan, aunque, por lo que se hacía correr la voz, todos eran horribles.

Yewon tuvo una vida más ligera en el lugar por obra de Soobin: le daba su comida, le decía que todo iba a estar bien cuando quería llorar, incluso afrontaba el castigo en lugar de ella, aunque hacer todo eso permitió que se formara ese gran arma de doble filo que lo traspasó cuando llegó a la pre-adolescencia.

Tenía 13 o 12, no recordaba bien, pero sí recordaba perfectamente cómo es que los trabajadores se empeñaban en esconder los signos de maltrato en los niños y en que lucieran presentables, ya que una pareja millonaria decidió adoptar a un niño de ese lugar.

Yewon no se encontraba por ahí, Soobin estaba desesperado mientras que los trabajadores se encontraban furiosos ya que no aparecía, sabían todos de sobra que si se atrasaba y lo arruinaba todo, iban a golpearla. Lo peor era que esta vez Soobin no podría hacer nada para evitarlo.

Yewon patinaba contenta en el pequeño lago congelado del orfanato, inadvertida de lo que ocurría dentro del monstruoso lugar. Ella siempre tenía ropa bonita, se la regalaban las madres de sus compañeras de clase, sorpresivamente conmovidas por la historia que la dulce chica llevaba por detrás; algo muy distante de la realidad de Soobin. Apenas podía caminar sin evitar temblar por el frío en los inviernos, culpa de los arapos desgastados que lo hacían vestir a diario.

Pero a Soobin a veces no le importaba.

La pequeña Yewon estaba tan inmersa en lo suyo que ni siquiera pudo ser capaz de oír a su hermano, quien gritaba con desespero para detenerla. El chico no era de acercarse mucho al hielo o pisarlo, ya que una vez lo hizo y sus pies terminaron quemados por el hielo.

Los trabajadores hicieron callar al niño, y luego se supo que fue debido a que una pareja entró.

Un hombre con un corte elegante, bien peinado, y a pesar de tener ya unas pocas canas, lucía joven y saludable. Su presencia era imponente, incluso cuando le sonrió con cierta arrogancia a los niños y trabajadores.

La acompañante del hombre era su esposa. Una mujer con un fino abrigo de piel y muchas joyas realmente preciosas y caras, su serio rostro estaba bien formulado. Tal vez no era natural su belleza, tal vez era comprada. Tal vez esa pareja ni siquiera se amaba y trataban de adoptar a un niño porque necesitaban un trofeo nuevo que gritara "padres caritativos".

Soobin tuvo un encontrón con la mujer en la entrada, el pobre chico se tropezó frente a ella, y esta le pateó con enojo. Esa mujer inmediatamente se convirtió en alguien digna de su repulsión, en esos momentos no quería que Yewon y él fueran escogidos para irse con ese horripilante matrimonio.

Aquella señora, sonrió de lado con prepotencia y le preguntó si tenía algún hermano o hermana. Soobin, presionado por las miradas de los trabajadores dijo la verdad.

La mujer habló con el hombre que los recibió, diciendo que quería ver a Yewon, y mientras caminaban al jardín del orfanato, Soobin rezó por algo que espantara a esa señora y se llevara a otro niño que no fueran ellos.

Pero no contaba con el lado soñador de la señora.

"¿Cuántos años llevas practicando?"

"¿Cuántos años tienes?"

"Has participado en algún concurso?"

"Podemos hacerte famosa".

En cuanto la mujer vio a Yewon, quedó embelesada con el talento innato de la niña, lo cual hizo que sintiera por primera vez algo en su apagada y monótona vida. La hizo sentir especial con todos esos halagos que la señora decía.

La mujer ofreció darle una buena vida, una carrera exitosa como patinadora artística, una vida llena de lujos y lograría ganarse el amor de todo el mundo, incluso más.

La niña iba aceptar, pero en cuanto se volteó a ver el estupefacto rostro de su hermano menor, su sonrisa se borró.

Señora Im, estoy muy agradecida por lo que me quiere dar pero... Tengo un hermano, no puedo dejarlo sólo —dijo refiriéndose a Soobin —Es lo único que tengo en el mundo.

La mujer miró a Soobin, y abrazó a la pequeña Yewon, dándose el chance de pensar en un plan.

Te propongo algo —la mujer habló y le sonrió a la niña —Como sólo podemos adoptar a un niño a la vez; primero te llevaremos con nosotros y en cuanto ganes tu primera medalla de oro, adoptaremos a tu hermano. ¿Qué dices?

Soobin al oírla iba a correr hacia ellas, quería sacar a su hermana de ese abrazo e impedir que siguiera metiéndole cosas en la cabeza; pero un trabajador lo agarró del brazo, impidiéndolo.

Yewon desde que se cruzó con esa mujer, comenzó a recibir regalos. Tantas cosas que ella quiso tener como sus compañeras de clase tenían, ahora simplemente debía decir "quiero" y lo tendría apenas ella parpadeara.

Sólo que a medida de que ella recibía más regalos, Soobin miraba con más odio acumulado a su hermana mayor.

Hasta que el día en el que, irónicamente ella se iría, llegó.

Soobin miraba a su hermana empacar con una gran sonrisa, pero él no podía sentirse feliz por ella.

No podía.

Era difícil, puesto que ella siempre obtuvo todo y él siempre se sacrificó para que su hermana lo tuviera todo; siempre se obligó a conformarse con las migajas.

Ahora estaba harto de esa situación.

Soobin sabía muy bien que la mujer le mintió a Yewon, y que él ya por su edad saldría de ese lugar en cuanto tuviera la mayoría de edad, eso lo hacía sentirse traicionado. Su hermana le estaba abandonando y ella ni siquiera le ofreció apoyo desde lejos.

Simplemente iba a marcharse de ese orfanato. Seguramente iba a olvidarse de él, como todo el mundo lo hacía.

En sus últimos intentos de retenerla y hacerla quedarse con él hasta que pudieran escapar juntos, le advirtió sobre la propuesta de la mujer; pero Yewon se mostró escéptica a sus palabras.

Y sucedió.

Un joven Soobin se vio azotando la cabeza por culpa de un gran empujón y Yewon se fue sin mirar atrás, sin mirar por última vez. Terminando de romper a quien en su tiempo fue su único compañero.

Ahora, con el abandono de su hermana golpes no cesaron y muy por el contrario, aumentaron. Los castigos en la escuela se hicieron frecuentes, las horas de servicio público también. Hasta que, a la fuerza, un compañero de su salón lo inscribió en el equipo de hockey sobre hielo de la escuela.

Primero quiso faltar, pero barajó sus posibilidades.

Iba a pasar más tiempo entrenando que en ese orfanato del infierno, así no podrían golpearlo tan seguido; los castigos iban a ser eliminados para tenerle una imagen limpia, podría tener la mente más enfocada en otra cosa. Y por supuesto, podría escapar más rápido de todo.

Luego de pensarlo, le preguntó a su compañero donde iban a ser las clasificaciones.

Soobin con suerte sabía patinar, no tenía mayores conocimientos de cómo iba a sostener el palo de hockey o cómo eran las reglas, sin embargo fue aceptado en el equipo; para atender a los jugadores.

Dar agua, llevar las toallas sucias y lavarlas fue lo peor, los jugadores se lo hacían difícil. Pero se las arregló para entrenar por su cuenta; entrenó, puso en práctica y falló, hasta lo dominó.

Por lo que se volvió a inscribir.

Entrenó duro, se quedaba hasta el último minuto que dejaban en la pista de hielo, tan enfocado que nunca notó que su hermana lo miraba desde lejos.

Yewon no tardó en descubrir que las palabras de su hermano eran verdad, lo supo cuando rápidamente ganó su primera medalla de oro, y la mujer le dijo que no podían adoptar a Soobin, que sólo podían adoptar a un niño, y esa era ella.

Estaba arrepentida, porque la vida que imaginó nunca fue. Su carrera implicaba entrenar como loca; perdió muchas veces, se cayó, su madre adoptiva la presionaba constantemente y pocas veces le reconoció nuevamente su talento.

Tal vez lo mejor en su vida fue su hermano y su padre adoptivo.

Ellos parecían ser los únicos que la cuidaban de verdad.

Oh, la miseria.

Soobin ganó un puesto como jugador, y no tardó en ganar reconocimiento por sus grandes jugadas. Pronto el entrenador comenzó a considerarlo el líder del equipo, a pesar de ser tan frío y duro como el hielo, incapaz de sonreír incluso cuando habían ganado en una competencia regional.

Los susurros a su alrededor comenzaron.

"Arrogante."

"Seguro está pensando en qué hacer con nosotros, se está dando muchos atributos."

Amado y odiado al mismo tiempo. Sano pero enfermo.

Luego de mucho, cuando tenía dieciocho años supo de su hermana, pero no eran buenas noticias. Al menos para ella.

Sus padres adoptivos murieron, sin embargo, Soobin se había vuelto rencoroso y no quiso darle condolencias, y tampoco apareció en el funeral para retomar contacto con ella. Por muy mal que ella la estaba pasando.

Y en su lugar, Choi Yeonjun, su nuevo compañero, estuvo a su lado, por petición de su padre.

Un talentoso patinador artístico que a sus diecisiete años había representado a su país en competencias importantes, ahora iba a presentarse junto a Yewon en todo.

Soobin nunca fue adoptado, pero a cuatro años de carrera pudo hacerse de su dinero, por lo que rápidamente se fue del orfanato a vivir una vida más tranquila.

La casa que compró apenas tenía para que dos personas vivieran en ella, era bastante pequeña e incluso algo anticuada; pero les mentiría si dijera que no estaba viviendo el mejor momento de su vida. La tortura acabó, salió de su segundo infierno.

Él nunca quiso retomar contacto con su hermana. En cambio, ella le habló por correo.

"Hola Soobin, soy yo, tu hermana mayor."

"¿Has estado comiendo bien? Te he notado más delgado."

"Quiero verte, te extraño mucho hermanito."

Tenía veintidós años cuando recibió los correos de su hermana, sin saber qué hacer o decir, su hermana volvió a aparecer en su vida, estaba a su lado, diciéndole cosas tiernas al oído, cantándole como lo hacía de niños, y finalmente dándole el chance de estar con ella en la pista de hielo. Haciendo todo con él, diciéndole que era el mejor pero...

Estaba sólo.

Sentía mucho frío, incluso cuando estaba rodeado de llamas, incluso cuando estaba entre los brazos de Yewon. Su cuerpo y mente eran gélidas.

Luego se cruzó con Yeonjun.

Yeonjun le hizo sentir cálido, el chico apenas le miraba, pero no podía evitar sonreír cuando hacía tonterías en la pista, cuando hablaba con su hermana a la distancia la pasaba mal.

Fue el único momento que se permitió ser egoísta y, enfermo de amor, pidió al cielo y a todo lo que podía quedarse un poco más con él.

Soobin se enfermó de amor, ya que pudo sentir el calor después de una gran era de hielo, y no quería dejar ir esa sensación nunca.

Yeonjun logró derretir el gélido témpano que escondía al corazón herido de Choi Soobin.

Pero cuando el hielo se derrite, se convierte en agua, y la marea sube.

Y a veces, arrasa con todo.

Incluso con la vida.

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