El lobo de Angarsk
Historia basada en los crímenes de Mikhail Popkov
Los ojos de la joven permanecieron abiertos. Como una ventana recién lavada. Inmaculada. Solo corría por su mejilla derecha una lágrima que llegó hasta la comisura de sus labios, perdiéndose luego en su boca. Mikhail no quitó la mirada de esta. Al igual que ella, su vista era fija, sin embargo, su respiración era agitada y estruendosa.
Palpó con prudencia el pecho de la mujer, para asegurarse de que la vida ya le había abandonado, y observó con detención a su alrededor. Aún el sol no se asomaba, lo que aprovechó para trasladar el cuerpo sin mayor preocupación.
Dentro de una bolsa echó sus pertenencias, aún húmedas y teñidas de rojo, y en otra el punzón seleccionado para su cometido. Lamentó con una falsa sonrisa su acto, pues ella había sido la culpable. Ella lo había llevado a eso, ella lo había tentado. Pudo salvarse, pudo cambiar su destino, pero no, las zorras no lo entendían, preferían emborracharse y lanzarse a la vida. Una mujer no podía darse esos lujos, esas no sirven. Jamás pensó que la décimo tercera ez sería tan deliciosamente abrumadora. ¡Fue tan fácil! Haberla exterminado había sido tan excitante que ya pensaba en otras y gozaba de antemano imaginándose que las extirpaba.
Luego de dejar el cuerpo entre un roquerío, se estiró y masajeó su cuello. La maldita pesaba, no había sido fácil acabar con ella. Luchó hasta el último instante con él. No se doblegó, mas no se lo permitió por mucho tiempo. Él era el purgador, el limpiador.
El placer y la dicha lo inundó. Cada vez más las sensaciones lo embargaban y lo transportaban a un lugar insospechado. Recordó que, en una de sus funciones policiacas, una de las mujeres, una adolescente, había sido hallada en un cementerio; ultrajada y degollada, y su compañero de labores había quedado desolado, totalmente perturbado. Tuvo que imitar aquella emoción, aunque la realidad de sus palabras y pensamientos eran mordazas.
—¡Amigo, tuvo la chance de escapar, pudo ir a su casa y prefirió aceptar un trago con un desconocido! ¡Lo merece! ¡Qué asco me produce! —le argumentó a su colega.
El gozo se lo tuvo que guardar.
Apresuró su caminata. Mientras avanzaba repicó su móvil, era su esposa.
—¿Por qué no has llegado? ¿Tu turno no finalizaba a las cuatro?.
No tenía que darle explicaciones, menos cuando la cualquiera lo engañaba.
Sonrió, ¡él era El Sonrisas!, así era conocido en su lugar de trabajo.
—Ya voy, cariño, hice un turno extra.
Se despidió con un beso, no sin antes recordarle que sacase la leche de la nevera. Él pasaría por rosquillas.
El policía había cumplido al pie de la letra sus quehaceres, sin embargo, aún faltaba llenar ese hueco que lo estaba atormentando desde el día anterior. Nunca era suficiente. Jamás lo sería.
Luego de concluir su guardia se dirigió como de costumbre a ese maldito bar. Aquel que unía a todas esas perras dejando de lado a sus maridos y a sus hijos. Cada vez que lo pensaba se golpeaba el rostro de la impotencia. Apretó los puños para espabilarse y dejar de lado la furia que lo estaba poseyendo, luego se detuvo en la esquina del lugar. Unos estudiantes pasaron jugando y riendo. Jóvenes, hombres, algo natural, pero una mujer...
No pasaron más de quince minutos cuando una mujer alta y corpulenta se despedía de otra. Quedó fijo esperando si esta entraría al lugar o se decidiría como toda buena fémina regresar a su hogar. No obstante, al ver que la muchacha buscaba con insistencia algo en su cartera se decidió a interceptarla.
—¿Necesita ayuda?
La joven saltó, agarrando su bolso.
—¡Señor Popkov! —chilló con relajo—. Vaya susto que me ha dado.
—Lo lamento, Masha —respondió amable—. Es algo tarde, ¿necesita que le dé un aventón?
—No, muchísimas gracias —dijo con dulzura—. Me juntaré con unas amigas por aquí, así que...
Mikhail sintió de lleno la sangre bombear en su cabeza logrando acelerar su corazón y coraje. No dejaría a la mujerzuela salirse con la suya.
—Bien. —El hombre la llamó para que esta se acercara—. ¿Tiene fuego que me convide?
—Claro. —Masha se aproximó, sonriente.
—Si gusta espere dentro. —La invitó abriendo la puerta del auto —. La calefacción es buena y menos dañina que allí dentro.
Masha accedió sin pensar. Al momento de ingresar Popkov la noqueó gracias al certero golpe que le brindó en pleno rostro. No la soportaba. Su voz aguda y redundante lo ponía colérico. Ella cayó sobre sus piernas. Al fin la puta había dejado de molestar.
****
Mikhail exhaló profundo, cansado. La mujer le había dado un buen susto.
Sus manos aún sudaban. Ella no se había amilanado ni siquiera cuando dejó de batallar. Lo había arañado hasta que sus fuerzas la abandonaron.
Grave error.
Se inclinó para observarla pensando que su corazón había dejado de latir, sin embargo, no daba tregua. Siguió forcejeando. Se estaba aferrando a la vida.
Masha, a diferencia de otras, no había sido una buena elección. Las mujeres robustas no eran las precisas, pues más de alguna le había dado guerra, pero ya era demasiado tarde, tenía que acabar con ella. Sujetó con mayor vehemencia el cogote, soltando con cuidado su mano derecha, para así coger el martillo que se le había deslizado del bolsillo. No dejó de mirarla, entretanto ella abría con desesperación la boca y los ojos. Había comenzado a babear y lagrimear.
Su mirada era de desesperación, lo entendía, pero aun así, era un sentimiento que él jamás había adquirido. Solo había sacado la conclusión, porque todas aquellas cualquieras compartían los mismos patrones en sus últimos momentos.
Hundió el pulgar izquierdo en su garganta, y con su otra mano le dio con el martillo en la frente. La víctima solo pestañeó, dejando su lengua a plena vista. Repitió una y otra vez su cometida, incluso cuando ella dejó luchar.
Con cautela se levantó y limpió de su sien la sangre que había expulsado la muchacha, sacando un pedazo de lo que parecía ser un trozo de cerebro cerca de su boca.
—Rameras —exclamó con repulsa—. Hasta muertas dejan su mierda.
****
Krylov Vadimovich abrió tanto sus piernas como sus brazos. Los funcionarios penitenciarios lo revisaron con prolijidad. El hombre estaba nervioso. Sería la primera entrevista permitida y concedida por el psicópata y asesino serial más grande de toda la historia de Rusia. Mientras los profesionales hacían su trabajo, el periodista ensayaba una y otra vez sus preguntas. No deseaba ayudarse por medio de notas. No quería que la entrevista más importante de su carrera fuese tan pauteada. Su amigo y psiquiatra, Lyzlov Kozlov, le había sugerido que, entre más complicidad y cercanía al trato hubiese, le sería mucho más útil llegar a las respuestas que quería conocer.
Entró a una diminuta sala en la cual Popkov ya estaba presente. Este le sonrió e hizo una reverencia.
—Antes que nada, le agradezco su tiempo y disposición, Mikhail. ¿Puedo llamarlo así?
—No me molesta, tampoco tengo mucho que hacer. —Sonrió nuevamente, ladino.
—¿Es consciente de la cantidad de mujeres que mató?
—Claro que sí —exhaló observando la mesa.
—¿Qué siente sobre eso? ¿Se arrepiente sobre ello?
—Alivio, tal vez. Entre menos de esas, mejor —dijo sin miramientos—. ¿Arrepentirme? Me arrepiento de no haber sido más conciso. Por algo me encuentro aquí. —Se rio, aparentando vergüenza.
—¿Cuál fue su finalidad y para qué?
—Para limpiar Siberia de mujeres inmorales. ¿Ha visto el libertinaje? —Lo observó fijo, serio. Ya no había una curvatura regocijante en su rostro—. Niñas que debían estar en sus casas, estudiando. Mujeres que tenían que atender a sus maridos, no andar bebiendo, y menos a esas horas de la noche.
—Las apuñalaba, ahorcaba o les daba hachazos. ¿Cuál era la forma más llamativa y productiva para usted, Mikhail?
—Ahorcar, pues era la manera menos engorrosa, ¿sabe? Limpiar la escena me daba trabajo, por supiera hacer mi trabajo. —Él volvió a reír, echando su cabeza hacia atrás.
—Me es difícil comprender que, siendo usted policía, haya ido hacia el lado opuesto de la ley.
—¿Usted cree que soy el único? La vida se trata de leyes, de buenas costumbres, y los policías hacemos eso: mantener ese equilibrio, y yo lo hice, pero fallé.
—No contó con la tecnología, ¿verdad?
—Así es. En los noventa no existían las pruebas de ADN. He ahí el por qué estaba invicto, hasta que dieron con mi paradero.
—No está arrepentido, por lo que intuyo que, si la ciencia no hubiese avanzado, seguiría haciendo lo mismo.
Su silencio fue inquietante, y no menos perturbador.
—Todo iba bien, o eso era lo que pensaba. —Arrugó el entrecejo—. No me agrada su pregunta, señor Vadimovich.
—¿Por qué?
Suspira abriendo unos fríos ojos azules, casi demoniaco.
—Se enfoca en mis equivocaciones, cuando yo las sé, las acentúa. Pero yo lo hice. Si usted tuviera ese poder, ese que puede ejercer, porque sabe que no será descubierto, ¿dejaría pasar la oportunidad? ¿A cuántos no ha querido asesinar, por más sea solo un pensamiento dentro de su acartonada cabeza? Lo observo, y usted no es tan diferente a mí.
—¿Señor Popkov?
Vadimovich se dio cuenta que al llevar al purgador hacia el pasado, este se había perdido dentro. Aun así, su rostro era impávido, sin ninguna expresión más que la mirada fija hacia la ventana que tenía en frente.
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