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EPÍLOGO

Golpes en la puerta lo asustaron, con rapidez tomó el cuerpo por las piernas y la guió por debajo de la cama. Con las colchas tapó hasta el suelo así no se vería nada.

—¿JiMin, estás ahí? —era su padre. Nervioso sacudió su ropa.

—Sí, papá.—abrió la puerta, viéndolo.

—Acabo de llegar, y escuche gritos. ¿Todo bien? 

—Claro que sí, estaba buscando unas cosas, pero ya las encontré. —respondió— ¿Qué tal el trabajo? —bajaron las escaleras escuchando el ruido de la televisión. 

—Muy bien. —dijo golpeando su espalda, entraron a la cocina, su padre solía ayudarlo a preparar la cena, entre medio de una charla sobre el trabajo del mayor, JiMin cortaba la carne para la salsa mientras reía por sus chistes malos— Por cierto, ¿Has visto a NaEul? —la pregunta hizo que el cuchillo resbalara de entre sus dedos hasta caer al suelo. 

Subió la vista al hombre.

—Lo siento, debe ser porque toque aceite. —dijo, fingiendo desinterés— Ahm, no la he visto luego del trabajo. —murmuró, levantando el artefacto para limpiarlo, con su mandíbula visiblemente tensa. 

—Sus padres están preocupados, no atiende sus llamadas.—contó, prosiguiendo con la cena. 

—Debe haber ido a la casa de alguna amiga. 

La charla quedó allí cuando su madre entró a la cocina, ya en pijama y sonriente. Beso los labios de su esposo, alegando haberlo extrañado durante todo el día, JiMin pensó que las cosas podrían continuar con normalidad a partir de ese momento, pero se equivocó. Mientras cenaba, chirridos de una puerta siendo abierta lo hicieron exaltar, sus palillos cayeron contra el tazón abruptamente al reaccionar. 

Hizo la silla hacia atrás y se levantó.

—¿Qué sucede, hijo? 

—Nada.—contestó, corriendo escaleras arriba. 

Unos pies descalzos, con unas piernas lastimadas por distintos golpes fue con lo que se topó a medida que subía la mirada. Aquel vestido pomposo de lolita le quedaba perfecto a su esbelta figura, y esas hermosas hebras castañas que caían por sus hombros eran sedosas a simple vista. Vio su rostro, pálido, aterrado, deseando huir. 

Tembló. NaEul tembló de miedo.

—Y-Yo… —sus piernas flaqueaban— JiMin…

—Entra al cuarto —susurró, a pasos lentos se acercaba—. Vamos, bebé, entra ahora.

En parte, se alegraba que ella pudiera reaccionar luego de tremendas palizas, pero lo ponía en una situación difícil. 

—¡JiMin, ¿Qué sucede?! —preguntó su padre— ¡La cena se enfría! 

La muchacha abrió sus ojos en grande, y cuando quiso gritar para ser ayudada, él cubrió su boca como antes. 

—¡En seguida voy, papá!—le dijo. 

Ella, cansada de ser la muñeca controlable del enfermo a quien consideraba mejor amigo, mordió la palma de su mano con fuerza. Escuchó su chillido, y luego lo empujó con las pocas fuerzas que le quedaban, por el poco tiempo de escape dado se dispuso a correr por las escaleras hacía el comedor.

—¡Ayu… —no pudo completar sus palabras, él la había empujado.

Cayó, frente a ellos. Y lo vieron. 

Su cena acabó con la imagen de su angelical hijo empujando por unas largas escaleras a la chica que tanto amaba. 

Fue un final digno para ambos. Porque ninguno pudo salir de ese círculo vicioso, estaban metidos en ello tan profundo que cuando uno se atrevía a querer irse, el otro se iría también con él. 

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