Gato Negro
Anime: Kuroshitsuji.
Shipp: Sebastian Michaelis x Ciel Phantomhive (SebaCiel).
Aclaraciones: Especial de Halloween 2020 | Alteración de edades | Intento inútil de comedia y escenas soft.
¿Qué sería del amo de un demonio de la casa Phantomhive si no pudiera hacerlo feliz?
—Escuchen —llamó la atención de sus tres sirvientes la cabeza de la familia, con sus profundos ojos azules. Los tres jóvenes se quedaron quietos, sudando frío al ser solicitados al despacho principal del Conde. Temblaban de pies a cabeza, como si se esperaran un fuerte sermón de su querido amo—. Sebastian está loco por los gatos, ya que ya se aproxima su cumpleaños, me gustaría regalarle uno. —Se animó a hablar, cayendo en la terrible resignación de contarle sus planes a unos torpes terceros. Una de sus cejas temblaba, mientras aflojaba un poco el agarre que tenían sus manos sobre el escritorio.
Sus tres queridos sirvientes apenas terminaron de oír su discurso, se pusieron a llorar, conmovidos. Los sollozos llenaron la estancia, siendo arrugados y aplastados por lo incómodo que se sintió el joven amo ante la reacción del trío: ¿por qué lloraban si a ellos no les iba a regalar nada en esa ocasión?
—Es tan bueno. —Mey-Rin sollozó, colocando un pequeño pañuelo cerca de sus ojos y daba más llanto conmovido.
—¡Sí! —Finny estuvo de acuerdo, amenazando con estallar en más lágrimas de las que ya había soltado. Suerte que Baldroy fue lo suficientemente perspicaz como para colocar una de sus manos en sus rubios cabellos y les dio una sacudida—. ¡Nuestro joven amo es tan bueno!
—No lo soy —susurró, apartando la vista de ellos simplemente para no verlos. Soltó un chasquido de su lengua y se apresuró a apurar la situación, no sin antes darle una rápida mirada a toda la sala, creyendo que sería escuchado si decía algo de más—. Bien, guarden silencio. Tengo trabajo para ustedes —declaró con total certeza, ya un poco harto por la extraña poca paciencia que siempre lo abordaba. Los ojos de los sirvientes brillaron de la emoción al escuchar esas palabras de la boca ajena: ¡serían útiles!—. Hay un gato en el almacén principal de suministros, Tanaka está con él. No puedo acercarme mucho al gato, por eso les pido ayuda a ustedes. Sólo necesito que lo cuiden, y que se aseguren de que no sea visto por Sebastian en todo el día... tiene que ser una sorpresa —aludió su plan, con tanta seriedad que los ahí presentes por unos momentos dudaron de si sólo se trataba de un simple regalo o algo mucho más grande que eso. A pesar de que esas preguntas inundaron la pequeña mente de Finny, al final se terminó resignando a no saber contestarlas, siendo remplazado todo el miedo por una sonrisa antes de dirigirse al imponente adolescente que permanecía en silencio.
—El joven amo es tan bueno que le regalará a Sebastian un gato, aunque sea alérgico a éstos. ¡Me alegra que se lleven bien! —soltó con total inocencia y facilidad, destruyendo por completo el ambiente hostil que estaba endeudando su pecho. Ciel entró en modo de alerta, al escuchar esas palabras. Apretó sus dientes con firmeza, el rubor lo inundó con cierta delicadeza en sus mejillas y apartó su vista de los tres.
—¡No digas cosas innecesarias! Sólo vayan —comentó el de hebras azules, apartando toda la sacudida de emociones que lo inundó.
—¡Sí! —respondieron al llamado los tres sirvientes, simulando una pose militar. Y, sin decir otra palabra, salieron del cuarto tras una reverencia.
Cuando la habitación se quedó a solas, sólo dejando al joven de 19 años, sentado en su pequeño escritorio, deshizo su tranquilidad con un suspiro. Recargó su codo sobre su enorme mesa y su mejilla en una de sus manos: al menos esperaba que lo que mandó a conseguir a Sebastian para la celebración del día de brujas dé el tiempo suficiente para que los sirvientes pudieran hacer lo necesario para esconderlo.
Realmente no sabía cuándo era el cumpleaños exacto de ese mayordomo infernal, ni siquiera sabía si éste realmente tenía una fecha dada. Al final, con su vaga poca información en la que descubrió que no conocía del todo a la persona que siempre había estado a su lado como una sombra, sentenció para sí mismo que su cumpleaños sería en noche de brujas. ¿Por qué? Pues, porque era un demonio, ¿por qué más?
—¿Una vela dentro de una calabaza? —Se atrevió a preguntar Sebastian, cuando Ciel le ordenó colocarla sobre su escritorio. El de menor estatura se puso de pie, sonriendo con cierta sorna infantil que ya iba arraigada hasta el centro de sus entrañas. Sus fuertes pupilas azul claro, observaron la pequeña vela que ondeaba, luchando por mantenerse en el interior de la calabaza.
—¿Te disgustan las tradiciones humanas? —Se mofó de él, con una pequeña sonrisa socarrona en sus labios. Sebastian, no pudiendo mentir por culpa del contrato, terminó asintiendo.
—Sé que los humanos son raros, así que no me extraña todas las cosas que hacen... —afirmó, mostrando esa característica sonrisa amable que parecía esconder tras bambalinas un aura juguetona y jovial.
—Hay un cuento popular, llamado: Jack el tacaño, que trata de un hombre que engañó al diablo tras hacer un contrato con él. Trepó a un manzano y colocó cruces sobre éste, así no pudo ser alcanzado por el demonio. De hecho, no pudo ser tocado por nadie. Cuando murió no fue al Cielo ni al Infierno. Como se quedó solo en la oscuridad, el diablo para burlarse de él le aventó una brasa que ardería por siempre. Jack la colocó en un nabo y la llevaba consigo siempre, para no sumirse en la eterna oscuridad... —Apuntó lo que sabía de esa pequeña tradición, ignorando el hecho y restándole importancia cuando Sebastian se comió una carcajada, colocando una de sus manos sobre sus labios. Ciel rodó los ojos—. ¿Qué es tan gracioso?
—Nada, joven amo, sólo creo que es una historia muy fantasiosa.
—La presa no puede escapar del demonio, ¿no? —Se limitó a decir, dando una ligera ensoñación ansiosa y olvidando ese tema por unos segundos. Michaelis asintió, completamente serio ante las afirmaciones del joven Conde. Phantomhive respiró con intranquilidad, y se acercó hasta Sebastian, hasta quedar frente a frente. Era increíble que, aunque los años ya hubieran pasado desde ese entonces, no había podido rebasar a su mayordomo en cuanto a estatura: eso hasta algún punto era humillante. ¿Él, a sus 19 años había cambiado un poco en cuanto a complexión, forma del rostro a facciones mucho más afiladas... pero la estatura seguía siendo inferior a la de él como por once centímetros? No era justo.
—Joven amo... —expuso su forma de llamarlo con total seriedad, encarando con sus potentes ojos rojizos el cuerpo de Ciel. El menor arqueó sus cejas, regresando de su trance donde envidiaba sin querer las cualidades de su mayordomo infernal y negó con la cabeza, antes de dar un suspiro pesado y olvidar todo lo que había ensayado.
—Un gato —murmuró por lo bajo, tratando de mantener la mirada con el demonio que tenía justo frente a él. Ciel enrojeció un poco más, al observar como las atractivas facciones del mayor eran inundados por la duda. Apartó la vista por fin, enrojeció con más fuerza y se resignó a no saber cómo encarar a alguien de frente cuando se daba un obsequio sincero—. No sé cuándo sea tu cumpleaños, pero supongo que hoy es un día importante para ti...
—¿Por qué?
—Porque es noche de brujas, ya sabes, la tonta tradición de siempre —acreditó por completo, intentando ser firme sin poder verlo. Y cuando por fin intentó mirar de reojo a Sebastian, se topó con la grata sorpresa de que su demonio estaba sonriendo ampliamente, de oreja a oreja, y parecía que muchas estrellas se posaban sobre su cara. Por alguna extraña razón, hizo sentir a Ciel más nervioso, orillándolo a mirar a otro lado.
—Me halaga que haya pensado usted en mí, aunque realmente yo no tengo nada que ver con esa tradición humana —soltó con simpleza de sus labios. Ciel quiso que la tierra se lo tragara y lo hiciera desaparecer: ¿por qué se estaba humillando tanto?
—¡No importa, no es pa-para tanto! —¡Maldición! ¡Su voz tartamudeó! Debía de continuar, fingiendo que imponía seguridad, a pesar de que a su corazón poco a poco lo iba arrastrando a la realidad de que se había encariñado de más con un demonio, un demonio que no podía sentir emociones similares a la suya para corresponderle—. Cuando termines la cena puedes ir al almacén principal de suministros, ahí hay un gato negro. Si quieres cuidarlo, puedes quedarte con él, sólo no lo acerques a mí, soy alérgico a ellos... si no lo quieres, igual no es como si importara —anunció, dando un puchero al final de la oración.
Sebastian guardó silencio por un buen rato, sólo abriendo ligeramente sus labios y un poco más sus ojos. La sorpresa contenida en sus pupilas era algo inusual de contemplar en alguien que ya conocía muchas cosas, y aun así, se atrevió a sonreír al entender el gesto oculto del Conde tras ese extraño regalo en una época misteriosa. Que la cabeza de la familia enrojeciera con más fuerza al no recibir respuesta y ya creerse humillado, lo hizo ponerse de buen humor.
—¿No vas a decir nada? —reclamó Ciel, un poco ofendido debido al extraño comportamiento del demonio. Sebastian sonrió, con cierta burla atorada en sus facciones y terminó acercándose hasta él. Al ya haber acortado sus distancias, colocó una de sus manos en el hombro del menor, obligándolo casi como consiguiente a ser escuchado—. ¿Qué pasa?
—Estoy eternamente agradecido con usted, joven amo —confesó, con las pupilas ligeramente iluminadas y una de sus manos siendo colocada en su propio pecho.
Desde ese día, Sebastian ya tenía un gato. Un gato negro que Ciel le regaló.
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