S I E T E | M O N S T R U O
«No quería que llegase este momento, pero era la única manera de formalizar nuestro trabajo mutuo... Aunque si por mi fuera, haría que ella jamás viera lo que el jefe quería que presenciara»
Gato.
Caminé por todo mi pequeño piso de un lado al otro, comiéndome las uñas en el proceso.
No sabía por donde meterme y solo esperaba la llamada de Carlo, deseando que fuese dicha hora para descolgar el móvil y hablar con él sobre esa prueba de fuego, el cual, cada ayudante tenía que pasar. Y él sabía todo eso, necesitaba saber que era, en qué consistía y porqué Gato no quería que lo hiciera.
Me puse las gafas para poder ver mejor y miré la ventana, tratando de distraerme con algo, hasta que el famoso tono del móvil se hizo notable por el piso. Descolgué sin mirar quien era, consciente de que debía ser Carlo.
—¿Cómo va todo? —cuestionó con un tono despreocupado, como si nada malo estuviese pasando en el mundo y como si no estuviese investigando un caso de lo más complejo posible.
Me adentré en la cocina, tomando cualquier cosa de chocolate para comer y relajarme un poco los nervios.
—Horrible. La otra noche el jefe me habló y adivina... Le preguntó a Gato si había pasado la prueba. —Me quedé en silencio, esperando que Carlo me dijese algo, pero no hizo ningún sonido, ni siquiera de sorpresa, como si esperase todo esto. Y claro que lo esperaba, él había vivido todas las cosas que yo estaba viviendo como principiante en este mundo—. ¿Qué coño es esa prueba?
Tardó en responder y, cuando lo hizo, era como si nada.
—¿La has pasado?
—No, pero no tardaré. —Miré a mi alrededor y sujetando un trozo de chocolate en mi otra mano, pregunté. —¿Qué es?
Apreté los dientes mientras mi pierna se movía con nerviosismo. Tenía miles de ideas rondando en mi cabeza y ninguna de ellas me gustaba nada. Cada una era peor que la anterior.
Entonces, la voz de Carlo, llamado Cronos en el boxeo, se escuchó;
—No puedo decírtelo, es algo que tienes que vivir. Pero, pase lo que pase, tienes que mantenerte firme y seguir adelante con el caso —respondió como una advertencia de lo que viviría. Más nerviosa me puse por sus palabras—. Jamás de los jamases lo dejes y menos después de esa prueba.
Arrugué mi frente por esa respuesta.
¿Qué no podía dejarlo después de esa prueba? ¿Qué significaba eso? ¿Acaso era lo que yo estaba suponiendo?
—¿Por qué? —cuestioné antes de lanzar esa pregunta, y sabía que él no podría responderme a esto tras un teléfono en el que solo teníamos un máximo de 5 minutos para hablar—. ¿Me matarán si algo pasara?
Él calló y su silencio no me gustó nada, peor supuse que mi pregunta debía ser una afirmación por ello.
—Felina, solo haz tu trabajo.
Antes de poder decirle algo más, colgó y me dejó con la palabra en la boca. Observé el teléfono antiguo y lo coloqué en la mesa de la cocina con más fuerza de la que debía. Me quedé pensativa, terminándome el trozo de chocolate que tenía en mano y no dejé de pensar en el lío que me había metido yo sola.
De todos los casos que habrían para investigar de incógnito, el primero era en uno de los sitios más conflictivos y peligrosos que existían en la actualidad.
Me levanté de la silla y caminé hacia el salón, dándole vueltas al asunto y pensando que, de hacer esa prueba, seguramente sería a finales de semana, cuando viese a Gato nuevamente. Pero en ese instante mi puerta sonó y mis alarmas se encendieron.
En un primer instinto quise tomar mi arma para estar preparada ante cualquier cosa, porque el único que sabía donde vivía era Carlo y acababa de hablar con él por teléfono, dudaba que fuese hablar conmigo tras la llamada.
Me acerqué a la puerta, sin tomar el arma, pero preparándome para cualquier cosa y, al abrir, mi asombro se hizo indudable al verle.
Mis mejillas se tiñeron de rojo al saber que estaba con un suéter enorme que había comprado en la sección de hombres hacía unos meses y que utilizaba como pijama, por no hablar de mis gafas y mi mala coleta. Y ver a Gato, tan bien arreglado, elegante, peinado y con un olor a perfume que me atraía, sin duda era para que la tierra me tragara por estar así frente a él.
Pero, en cambio, Gato parecía impresionado por verme así vestida, diferente a lo que acostumbraba y su ceja se levantó más que de costumbre, apoyando su mano en el marco de la puerta y dejando ver mejor sus tatuajes del pecho por tener la camisa abierta en los 3 primeros botones.
Su sonrisa aumentó con esa chulería que me daban ganas de pegarle por esa arrogancia y se paró a mirar mis piernas desnudas.
—Gato, pero... ¿Cómo sabías que vivo aquí? —pregunté, tratando de cerrar la puerta un poco para que no me viese así.
Pero la mano libre de él hacía lo contrario. Dándome espacio, pero a la vez abriendo la puerta de par en par para verme muy bien.
—Pregunté a algunos ayudantes y un tal Cronos me dijo donde vivías. —Se relamió los labios y volvió a mostrar sus dientes.
Apreté mis dientes con rabia por ver como me miraba. Me acerqué a él, sabiendo que me estaba provocando para que sacase las garras y lo tomé con fuerza de su barbilla para que me mirase a los ojos y no a otros lados.
—Deberías avisar que vienes, no querrás verme desnuda.
Pero no ayudó en nada la última palabra que le había dicho, porque enseguida vi como se estaba imaginando cosas en su cabeza y sus ojos fueron bastante expresivos en ese instante.
—Oh, créeme... Me encantaría.
Lo solté, cruzándome de brazos y esperando una respuesta, mientras que Gato colocaba la otra mano al otro lado del marco, acercándose a mi rostro con sutileza. Me miró a los ojos, más precisamente como me veía con gafas y susurró;
—No me importaría que vinieras así al trabajo.
—¿Qué haces aquí? —inicié.
—Vaya, hoy estás un poco gruñona —rio, volviendo a erguirse y mostrando sus músculos a pesar de la tela de su camisa de color vino—. Vístete con tus mejores galas; vamos a salir.
El terror comenzó a salir de mi exterior y supe que era para aprobar aquel extraño examen.
—¿Para esa prueba?
Gato tardó en responder y, cuando lo hizo, su rostro había cambiado de divertido y chulesco a serio completamente. Creía que no me iba a contestar por la expresión de su rostro y como se encontraban mirándome aquellos ojos. Sin duda, él era el que menos quería que yo hiciera aquella prueba.
Y cuando creí que no me iba a contestar, respondió;
—Si.
No dije nada, solo asentí, me quité las gafas para luego girarme y cambiarme, pero al ver que él no entraba a mi piso, me giré nuevamente para invitarlo a entrar y su mirada quería decirme algo.
—Solo si quieres —susurró con su mirada seria, tocándose alguno de sus anillos y siguió. —Dime que no, y me iré dándote las gracias por toda tu ayuda.
Sus ojos, claros como los de un gato, me miraban de una manera tan enigmática que me hacía preguntar que es lo que estaba pensando al mirarme. Cualquier luchador no insistiría a su ayudante a que no se presentase a hacer dicha prueba. Ellos le interesaban tener compañía para no sentirse solos, para compartir palabras o otras cosas que ambos desearan, pero principalmente para tener a alguien con quien sentirse ellos mismos. Pero Gato me hacía preguntar porqué se preocupaba tanto por mí, cuando apenas nos conocíamos.
Llevaba casi 3 semanas en ese lugar y todavía no tenía nada, ni una pista sobre ese jefe superior que ordenaba a todos los jefes de cada lugar. Magnus era un asesino, pero había alguien más peor que él y quien manejaba todos los hilos de ese mundo. Un mundo oscuro el cual nadie quería hallarse. Era una red clandestina como la trata, pero con hombres. Vendían a los luchadores a proveedores para hacer con ellos lo que quisieran. Los obligaban a luchar y luego, a saber, que más cosas les obligaban a hacer.
Cuando miraba a Gato, veía un hombre fuerte, poderoso incluso, pero frágil en cierto sentido y cuando veía las cicatrices de su espalda, sabía que ese proceso para llegar a ser ese luchador "libre" que se había convertido, había tenido que pasar por mucho. Y libre porque cuando se ganaban un status, tenían la libertad de no tener dueños que los vendieran cuando quisieran y podían tener a alguien, un ayudante que estuviese con ellos en ese proceso. Alguien que no pagaba un dinero por él, sino que lo ayudaba. Y el saber esto me daba tanta rabia que apenas entendía porque la policía todavía no había hecho algo.
Gato seguía esperando mi respuesta y, pesando en todos esos hombres, como mujeres que se encontraban ahí deseando escapar de esa mafia, asentí. Por ellos y por el hombre que tenía frente a mí.
—Dame 20 minutos.
Le invité a entrar y, una vez lo dejé solo por mi piso, me encerré en mi cuarto, donde guardaba todas mis armas y los documentos del caso, y me vestí, como Gato dijo, con mis mejores galas. Con un vestido negro, algo ajustado y un recogido mejor que el que tenía en ese instante.
Dejé mis gafas sobre la cama y tras colocarme los tacones, guardé mi arma entre los muslos para poder defenderme en caso de peligro.
Al salir, me encontré a Gato esperándome en el salón, con sus manos en el bolsillo mientras observaba una foto que había puesto ahí y me maldije al ver que esa foto no debía estar en ese sitio. Lo último que pensaba era que él fuera a visitarme, pero no debía saber nada de mi verdadera vida, sino de mi otra identidad.
Caminé 2 pasos y el sonido del tacón hizo que se girase para mirarme, quedándose anonadado por ello y tragando saliva.
Los piercings que tenía por su rostro le hacían verse más malo de lo que aparentaba, pero ni siquiera eso me hizo sonreír por la forma en la que me miraba en ese instante.
—Ni te imaginas en la de posturas que te acabo de imaginar con ese vestido. —Su voz sonó ronca y de nuevo, esa chulería de él, hizo romper cualquier cosa que estuviera viéndose bien entre ambos.
Le seguí el juego.
—¿Es una manera de decirme que estoy guapa?
Mostró sus perfectos dientes y contestó;
—Puede.
Nos miramos un rato antes de que Gato volviese a decir algo.
—Oye, ¿es tu madre? —Señaló la foto que estaba mirando y yo apreté los dientes al verla—. Se parece mucho a ti.
Al recordarla, una sonrisa apareció en mi rostro y lo que deseé por volver a tener una conversación con ella valía mucho más que cualquier dinero que existiera en el mundo.
—Si.
Pero Gato no iba a dejar la conversación ahí. Sabía que quería saber más, yo tendría esa curiosidad por Gato, ¿por qué él no lo tendría conmigo?
—¿Y donde está ahora? —cuestionó.
Ahí estaba esa pregunta.
Me debatí internamente si seguir el juego de la infiltrada, del papel que estaba ejerciendo como Lisa Campbell y no mi verdadero yo que era Alisa Bécquer. El personaje de Lisa era bien distinto al mío, y ella no hablaba con sus padres desde hacía años. Debía seguir ese papel, decir que no me hablaba con mi madre desde hacía años por el motivo que fuera e inventarme una gran escusa que lo dejara completo. Pero mi yo verdadero no podía hacerle eso a mi madre. Ambas habíamos tenido una relación muy importante y a pesar de que estaba en un caso de máximo secreto, dudaba que Gato fuera por ahí contándole a sus compañeros mi vida privada. A nadie le importaba y menos a él.
Por lo que, por el motivo más importante para mí, no le mentí.
—Murió.
La mandíbula de él se apretó, tragó fuertemente, haciendo que sus tatuajes de su cuello se movieran y vi una mirada diferente, como de melancolía, como si supiera que se sentía esa pérdida familiar tan importante.
Y cuando creí que ahí dejaría las preguntas, su interés fue máximo y no fue muy comprensivo al querer saberlo.
—¿Cómo?
Lo último que quería en esta vida era recordar ese día, lo que vi y lo que viví. Nunca lo había hablado con nadie de mi entorno, porque estaba sola, siempre estuve sola después de la muerte de ella a mis 16 años. Quizás era lo mejor, o quizás no. Ella era mi único apoyo y ahora no tenía a nadie, solo a mí misma y a la ayuda psicológica de mi terapeuta tras aquel trauma... Una herida que jamás se curaría.
Cuando miré a los ojos a Gato, respondí sin hacerle esperar más, pero para mi sorpresa, me daba todo el tiempo posible. Y empecé a pensar que Gato había vivido una pérdida muy cercana, quizás hacía años y su herida aún seguiría tan abierta como la mía.
—Dejémoslo ahí, Gato.
Él asintió.
—Claro.
No insistió, no presionó para encontrar una respuesta como hacían otras personas, como llegó a hacer una de mis parejas. No siguió por ese camino prohibido.
Ambos salimos de mi piso hasta que llegamos al coche de él, un viejo vehículo de color negro, bastante bien cuidado. Gato y yo nos subimos al coche y, para cuando cerré la puerta y lo miré a él, me encontré a Gato con la mano en el volante y esperando a que estuviese lista para partir allá a donde fuéramos.
Al ver que no se movía y el pavor que yo le tenía a dicha prueba, le pregunté;
—¿A dónde vamos?
Quizás quería que presenciara algo o quizás algo más de lo que mi cabeza era capaz de imaginarse.
Gato, sin dejar de mirarme con esos ojos claros, respondió;
—No hagas preguntas. Será mejor así.
Arrancó el coche y en silencio, con una suave canción de fondo, podía notar a Gato algo alterado, más cabreado que de costumbre y un poco irritable. Parecía que era él quien iba a hacer dicha prueba y no yo. Todo fuera por el caso y por conseguir que todas esas personas que se encontraban en esa mafia salieran libres. Y también en parte por Gato, porque sabía que ese hombre que tenía a mi lado no era libre.
Tras media hora en carretera, Gato aparcó su coche frente a una tienda de antigüedades. Me extrañó que fuésemos a parar en un sitio tan normal, en una tienda, cuando mi cabeza se imaginaba que sería en el edificio donde se practicaba aquel boxeo ilegal o a las afueras de la ciudad, quizás en una nave industrial que utilizarían ellos para esas pruebas. Pero no fue así. Quise relajarme, pero no fue nada fácil.
Al bajarnos y dejar que Gato fuese el primero que entrara, observé un pequeño bulto que tenía en su pantalón, como si portase algún arma blanca y me alarmé demasiado. No me gustó nada lo que vi y menos cuando Gato dejó que entrase en la tienda, sonando la típica campanita y luego cerró con una silla la puerta, colocando el cartel de cerrado.
No había nadie en ese lugar, ni siquiera quien fuese el dueño de ese local. Pero no fue por mucho tiempo que las solitarias antigüedades no fuesen lo único que se encontraba ahí y un ruido, proveniente del trastero, sonó y Gato siguió hacia adelante. Había una puerta entreabierta y cuando Gato la abrió con una patada, encontramos a un hombre succionando por la nariz unas rayas blancas que habían sobre la mesa. Arrugué mi frente al ver aquello y el hombre extraño nos miró como si fuésemos el mismo diablo.
—Gato... —La tartamudez del hombre se hizo notar y se echó hacia atrás, temblando.
Callada y tratando de que no se me notara como temblaban mis manos, observé como Gato se remangaba su camisa color vino y adoptaba un personaje distinto al que había conocido anteriormente. Y ese luchador, el cual todos hablaban de lo temible que era, salió a la luz.
—Sentimos interrumpirlo, pero supongo que ya sabrás porque estamos aquí —dijo Gato, señalándome a mí y luego a él mismo.
El hombre, con los ojos rojos, se puso de pie temblando más de lo que jamás le vi a nadie. Ni siquiera a los peores recuerdos que yo tenía en mi mente recordaba temblar de esa manera. Era como si viese al diablo en persona y supiera que no le quedaba mucho tiempo de vida.
—Lo siento —susurró con la voz temblorosa y odié ver aquello—. Lo siento, de verdad. Iba a pagarle al jefe pronto, en cuanto consiguiera algo de dinero.
Recé porque la prueba no fuera presenciar como Gato mataba a otra persona delante de mí. No quería ver aquello, solo traían malos recuerdos del pasado y se suponía que era policía, la cual debía proteger a las personas, no quedarme quieta viendo como acababan con ellas. Pero recordé las palabras de Carlo, en el cual, pasara lo que pasara, debía seguir adelante con el caso.
Y apreté la mandíbula mientras me preparaba para lo peor, por si tenía que defenderme de Gato.
En cambio, mi luchador parecía no importarle las palabras del hombre, sonriendo lateralmente, metiéndose las manos en los bolsillos y riendo de una manera tenebrosa.
En ningún momento él me miró.
—¿De verdad? Porque eso que te estabas metiendo es muy caro —respondió, señalando la droga que había esparcida en la mesa—. Le has estado robando al jefe. Y ambos sabemos que tu te dedicas a algo más que vender antiguallas. Y lo que haces, eso a lo que te dedicas por las noches... —calló, pero por la manera en la que lo decía, parecía darle asco y no comprendí a lo que se refería.
—Mira, Gato.
—No me digas nada —escupió él—. Hace meses que el jefe no ve ni una libra. O me pagas ahora, o tendré que tomar represalias.
Gato se acercó tranquilamente a la puerta, cerrando el pestillo y el hombre, al ver lo que pretendía Gato, en menos de un segundo sacó un arma de debajo de la mesa y lo apuntó, dispuesto a dispararle a mi luchador.
Gato en ningún momento sacó el arma blanca que tenía detrás de él, ni se inmutó, pero al ver que iba a dispararle, saqué con rapidez mi arma de mi escondite y apunté al hombre para que no le hiciera nada a Gato.
—Atrévete y veremos quien es el primero en apretar el gatillo —respondí, sintiendo la mirada de Gato en mi cuello y yo lo ignoré.
Pero me imaginaba que no podía salir de su asombro por ello.
Y ahí fue cuando el hombre apuntó hacia mí, quedándonos un rato así, preparada para disparar primero si él intentaba algo.
—Baja el arma, no te lo repetiré más —susurré, pero él apretó el gatillo, pero antes de poder apretar yo el mío, noté un cuerpo fuerte que me empujó al suelo, salvándome la vida.
Y luego, cuando volvió a disparar, ya era demasiado tarde, porque Gato ya lo había neutralizado en menos de 2 segundos.
Lo agarró de la camiseta y lo empujó hacia la pared. No vi su mirada ya que estaba de espaldas, pero por la cara del hombre debía temerle más que nunca.
—Ibas a disparar a mi ayudante... —susurró con cólera en su voz—. No hay nada que me cabree más que eso.
—Gato, por favor, por favor... Ten piedad —suplicó.
Pero ya era demasiado tarde cuando Gato empezó a pegarle con fuerza. Corrí hacia él después de levantarme del suelo, tratando de alejarlo del hombre antes de que lo matara, pero la mirada que me dedicó cuando lo toqué me aterrorizó.
Me alejé y me quedé quieta, estática al verle actuar y me horroricé por donde me había metido.
Y cuando el hombre ya estaba en el suelo, de rodillas y ensangrentado, Gato susurró;
—Todo se paga en esta vida.
—Si, y sé que tengo muchas cosas que pagar. —El hombre me miró a mí y dijo. —Pero tu, o Gato... Tu no te quedas atrás. Ahora no, pero algún día pagarás todas las cosas que has hecho. Siempre serás un monstruo. —Volvió a dirigirse hacia mí y me señaló con la mano destrozada e injurió. —Y tu, zorra, ojalá te...
Gato no dejó que acabase la frase, cerrándole la boca, apretándole la mandíbula y agarrándole el cuello con la otra. Me miró a mí, Gato clavó su mirada sobre mis ojos mientras agarraba desde la espalda del hombre la cabeza y podía notar como su mirada era de vergüenza. Sentí que me pedía perdón por lo que haría a continuación y odié verlo de aquella manera y mis lágrimas empezaron a salir sin previo aviso.
Volvió a preguntarme con la mirada lo mismo que me preguntó antes de salir, pero no le respondí, tampoco me marché, pero mis lágrimas no dejaban de salir, cayendo como una cascada por mis mejillas. Estaba tan espantada por lo que estaba presenciando que me detesté a mí misma por no hacer algo más, por tener que seguir las normas que me había dado Carlo.
Y entonces lo hizo, con un gesto brusco, escuchando como el cuello de ese hombre se retorcía y luego caía al suelo sin vida. Me quedé de piedra al verlo y mis manos temblaron, dejando caer el arma al suelo.
No miré a Gato, pero cuando pasaron largos minutos, lo hice y él me miraba con odio en su mirada por lo que acababa de hacer.
—Este soy yo, Lisa —susurró, lamentándose—. Soy un puto monstruo.
Y luego se marchó, sin mirarme otra vez, largándose por la puerta trasera y dejándome sola allí, en shock como me encontraba y habiendo presenciado aquella horrorosa escena.
Me debatí si llamar a mis compañeros o seguirle, pero las palabras de Carlo seguían ahí y decidí seguir adelante, para pasar aquella maldita prueba, tras ver como mi luchador asesinaba a alguien delante de mí.
Salí por el sitio en el que lo había hecho Gato, tras recoger mi arma y guardarla nuevamente en mi escondite y no supe como pude salir al callejón con las piernas como las tenía. Al llegar al coche de Gato, me subí y me derrumbé en el asiento, aún sin conseguir decir nada, asustada y petrificada por todo. Pero a pesar de ello, a pesar de que mis lágrimas seguían saliendo sin poder controlarlas, notaba como él me miraba desde su asiento.
Al mirarle, sus ojos claros me observaban distantes y con miedo por lo que acababa de hacer frente a mí. Retiré mi mirada de la suya, con miedo por lo que me haría a mí si dijera algo o si intentase huir y escuché como marcaba un número con un teléfono antiguo.
—Ya está hecho —contestó como si nada hubiese pasado y colgó.
Supe que era de su jefe con quien había hablado.
Él arrancó el coche y, en silencio, me llevó de vuelta a casa. En ningún momento volví a dirigirle la mirada, no sabía como mirarle después de aquello, de esa escena, pero mis lágrimas ya habían parado de salir y observé la ventana, ausente.
Jamás de los jamases me imaginé dicha escena o que presenciaría algo así sin poder hacer nada. Era novata y en ese instante supe que, por mucha preparación, todavía no estaba lista para un caso como estos. Y menos manejar a alguien como Gato.
Tuve pavor por largos minutos de mirarle. Lo tuve, y cuando el coche paró, vi que ya estábamos de vuelta a mi piso.
No me dijo nada, tampoco me echó del coche corriendo. Es más, me había dado mucho tiempo para que reaccionase y, cuando lo hice, le miré con una mirada distinta, supe que era distinta porque no sabía como observarlo.
—¿Qué te ocurre si no haces lo que te pide el jefe?
Si huía, él me perseguiría. Debía ser así. Por eso debía pasar esa prueba, por eso y por muchas razones que desconocía y que investigaría. Pero la primera parte ya estaba hecha, por mucho que la odiara. Y supe que como estas cosas y peores, las viviría en este lugar.
Si mi luchador no hacía caso de su jefe, lo más probable es que le castigara de una forma cruel y despiadada. O quizás tomaría medidas las estrictas con aquel que no le hiciera lo que el jefe pedía. Gato estaba obligado a hacer todo aquello, por mucho que tratase de no hacerlo.
Gato dejó pasar los segundos y no me contestó y, cuando creí que no lo haría, dijo;
—No sé si te veré el fin de semana... Pero si no te veo... Huye lo más lejos de mí —advirtió y, de una manera u otra, me había respondido.
Callé unos segundos, pensando mi respuesta;
—Das por echo que me voy a marchar.
No se inmutó, y no dejó de mirarme, como si quisiera limpiarme las lágrimas que aún seguían desperdiciadas por mi rostro, pero no hizo nada.
—Yo lo haría si mi mente no estuviese podrida y no hubiera echo cosas malas —contestó con claridad y ahí se despidió de mí—. Adiós, Felina —dijo como si fuese nuestra última vez juntos.
Detestaba esa palabra, odiaba el adiós.
Por lo que le respondí;
—Nos vemos, Gato.
Abrí la puerta y salí de allí, encerrándome en mi piso para tratar de poner mi mente en orden después de lo que había vivido. Miré mis manos temblorosas y empecé a llorar, sentada en el suelo, abrazándome a mí misma y preguntándome que es lo que debía hacer ahora.
***
¿Que piensan de Gato?
Si fuesen Alisa, ¿seguirían con el caso?
Las cosas van a ponerse interesantes a partir de la semana que viene, así que prepárense.
De momento, ¿que les está pareciendo la novela?
Nos leemos.
Patri García
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro