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O C H O | D E D O S

«Estaba aquí... No se había ido... Y no sabía si estaba feliz o decepcionado»

Gato.

Tras lo sucedido hacía varios días, llegó el sábado y tenía que trabajar. Vestirme de la manera que lo haría Lisa Campbell y seguir fingiendo que era esa persona.

Cuando llegué al club, me encontré con Guardián, quien, tras la escena de la última vez, me observaba con una ceja levantada.

—¿Ocurre algo, Guardián?

El hombre, alto y atractivo, se acercó a mí y me dijo;

—Llámame Venecia.

Tragué saliva y asentí, tratando de mantener mi papel y no parecer que era una policía novata. El hombre no me dijo nada más y me dio paso para que entrara al club, volviendo a guardar la puerta, en caso de que algo malo pasara y para que no entrase cualquier persona.

Como el recorrido ya me lo sabía de memoria, subí las escaleras, hasta llegar a la planta donde estaba el cuarto de Gato. Mi corazón comenzó a dar fuertes latidos de pensar en encontrarme al hombre que había asesinado a alguien delante de mí. De tan solo recordar aquello, mi mente se bloqueaba, pero debía seguir, debía hacerlo por esas personas que eran esclavas de esta mafia.

Me quedé de pie, frente a la puerta de Gato, mientras veía algún luchador saliendo de su guarida acompañado de una mujer o un hombre, y estaba segura que eran sus ayudantes. Un luchador no tenía más compañía que la de su ayudante.

Fui a acercarme al pomo de la puerta, cuando escuché la voz de una mujer dentro y mis puños comenzaron a cerrarse con violencia al escucharla.

—¿Quieres que sea así? —preguntó ella.

A lo que Gato respondió varios segundos más tarde.

—Hay que ser realistas... Si yo fuera ella, tampoco vendría —contestó, pero no del todo a lo que decía esa mujer y fue ahí cuando empecé a comprender que estaba hablando de mí.

O eso creía yo.

—Gato, no te preocupes, ¿vale? Seguro que estará bien...

Toqué la puerta, por si me encontraba a Gato y a esa mujer haciendo otras cosas que no desearía ver y enseguida, la voz de ese hombre, me dio autorización.

Abrí la puerta y la mujer que me encontré hablando con Gato era aquella con la que estaba acompañado el jefe de este lugar. Traté de recordar su nombre y cuando vi su belleza, lo recordé. Era Afrodita, quien guardaba distancias con Gato, pero también parecía tenerle cariño a ese hombre que era un luchador clandestino.

Tanto ella como yo nos miramos y no supe que sentir en aquel instante. Esperaba que no fuesen celos y menos por un hombre tan chulesco como Gato. Pero, a diferencia de mí, Afrodita me sonrió y pareció feliz de verme. No entendía nada y eso me empezó a preocupar.

Gato se giró y su rostro, que pasó de ser serio y perdido, cambió a esa chulería de él. La diversión en su rostro se hizo evidente y juré que sus ojos se iluminaron al verme. Era como si estuviese feliz de verme y quizás así me haría sufrir un poco más con su cercanía.

No dije nada, pero Gato fue el primero en preguntar;

—¿La Felina busca a su felino?

No respondí, pero si sonreí por su cuestión.

Afrodita comenzó a caminar hacia mí y, al llegar a mi altura, elevé el rostro para observar a aquella mujer tan alta y la belleza de esa mujer me deslumbró por completo. Me dejó sin aliento cuando tomó mis muñecas y, mirándome fijamente a los ojos, susurró;

—Cuídalo bien. —Me analizó por completo el rostro y, continuó diciendo en voz baja. —Es más vulnerable de lo que aparenta.

Y dejándome con más dudas de las que tenía, se marchó, cerrando la puerta tras de sí.

Mis nervios volvieron a la superficie y no creí que me sentiría así con Gato. No era nerviosismo por estar con ese hombre y lo atractivo que era, sino por miedo después de lo que había visto. Tragué costosamente, solté mi bolso y me quité el abrigo y me quedé a una distancia bastante prudente de él.

Gato pareció notarlo y lo vi en su cara, pero no me dijo nada sobre aquello y me hizo una pregunta, más como una afirmación, que me hizo cabrear.

—¿Celosa?

Me quedé de pie, frente a él y comencé a ponerme en alerta en cuanto Gato se levantó de la camilla y paseó por el cuarto hasta llegar a una distancia prudente de mí. Volvía a estar sin camisa y todos los tatuajes que poseía por todo su cuerpo brillaban por aquella pequeña capa de sudor que lo cubría. Ahí pude fijarme mejor en esos tatuajes, en el puñal que tenía por un lado de su garganta y que se convertía en rosa, en la brújula que tenía por debajo de la garganta y las enormes alas que cubrían sus pectorales, dejándome dubitativa porque faltaba algo entre esas alas, ya que no había nada tatuado. Seguí por sus duros abdominales, donde había un rostro terrorífico, pero a la vez era una verdadera obra de arte y no me importaría pasar mi boca por esos tatuajes algún día.

Lo miré a esos ojos claros y respondí;

—¿Yo? ¿Por ti? Ni en tus sueños más húmedos.

Sus brazos se tensaron y me fijé bien como los tatuajes que cubrían esa zona se movían a medida que más se tensaba. Tragué costosamente, tratando de no debilitarme frente a él y recordé lo que le hizo a un hombre hacía pocos días delante de mí.

—Mis sueños húmedos suelen hacen realidad —respondió, moviendo con sus largos dedos los pantalones de boxeador que solía ponerse y que había descubierto hacía poco que no llevaba nada. Apreté la mandíbula al ver que se seguía acercando a mí y miré hacia otro lado—. No te has ido —murmuró, con sus labios cerca de mi y una de sus manos las colocó sobre mi barbilla y me obligó a mirarlo a su rostro.

Su cabello corto, pero largo por el flequillo, estaba sobre sus ojos y deseé poder retirárselos con mis dedos. Pero ahorré ese gesto.

—¿Acaso lo dudabas? —cuestioné.

Quería seguir hablando, ya que sabía que, por mis gestos, le estaba teniendo algo de respeto a ese hombre, por no decir miedo. Pero no me dijo ninguna pregunta sobre lo que hizo, si me encontraba bien, o si le tenía miedo. No lo hizo, pero si se quedó callado.

Cuando abrió la boca, mi corazón se puso a latir con mucha más fuerza que antes.

—Me tienes miedo... Lo veo en tus ojos —contestó a lo que mi mente pensaba y miré hacia otro lado. Pero su mano volvió a colocarse sobre mi barbilla para que lo mirase a los ojos—. No quiero justificar lo que hice, pero ese hombre no era trigo limpio... Hizo daño a mucha gente. Pero una cosa no quita la otra y es cierto... La gente me tiene miedo porque soy un asesino y un luchador clandestino. —Se alejó unos centímetros de mí y, dándome la espalda viendo sus cicatrices, dijo. —Comprendo que tu también me tengas miedo.

Apreté la mandíbula, hasta que lo tomé de la muñeca y le obligué a que me mirara.

Cuando sus ojos se clavaron en los míos, respondí;

—Me sorprendió lo que hiciste... Y no tiene justificación, pero no cabe olvidar que te obligan a hacerlo. No sé cual es el castigo, pero viendo tus cicatrices en la espalda, me hago una idea.

Gato hizo un gesto con sus gruesos labios.

—Esos no son las únicas cicatrices que tengo, Felina. Son las únicas que se ven, pero las peores las tengo abiertas en mi interior.

Sus ojos, gélidos, estaban tristes, aunque apenas se notaban. Había que esforzarse demasiado en poder notarlo, debido a que Gato no mostraba sus sentimientos. Debía estar acostumbrado a no mostrarlos, pero siempre debía escaparse un gesto, por mínimo que fuera y en Gato, donde único que podía ver su alma, era en sus ojos claros.

—Todos tenemos cicatrices —susurré, mirándole—. Y a veces, te puede ayudar mucho otra persona que ha cicatrizado sus propias heridas... Nunca se borrarán, pero así es la vida y la vida te enseña a vivir con ellas y con el tiempo no será tan duro como al principio... Es fácil decirlo, pero sé de lo que te hablo, aunque no sea lo mismo que has vivido tu —concluí y Gato arrugó su frente, analizando cada palabra que le acababa de decir.

Pero, por un instante, vi comprensión en ellos. Lo noté menos tenso y volvió a ser Gato, aquel que todos temían.

Entonces, su chulería volvió a la carga y las ganas de partirle la boca no fueron pocas.

Pero lo que me dijo, me hizo sonreír.

—Aún recuerdo cuando sacaste el arma... —dijo, cambiando de tema y se lo agradecí—. Jamás creí que me pondría tanto que hicieras eso.

Apreté la mandíbula al ver sus bromas y no me gustaron al recordar lo que había pasado.

—Casi te dispara —recordé.

Y Gato se acercó a mí para decirme;

—Y luego casi te dispara a ti. —Su tono de voz era rudo, incluso podría decir que estaba enfadado y quería decirme algo más, echarme la bronca, discutir conmigo por lo que casi ocurrió la otra tarde. Pero se lo ahorró, quizás para no volver al mismo tema—. ¿Vas por ahí siempre con un arma?

Elevé la ceja y moví los hombros.

—Nunca se sabe.

—Eso no es legal —contestó y lo miré como si fuese una broma.

—Hay muchas cosas en esta vida que no son legales.

Sus dedos acariciaron su mentón y me perdí en ese gesto.

Deseé poder sentir esos dedos en mi cuerpo

—Touché. Por curiosidad, ¿Dónde la escondías? No he parado de darle vueltas a esa pregunta.

Me miró de arriba abajo, imaginándose donde escondería el arma la otra tarde y luego se relamió los labios.

—¿Dónde crees tu? —le provoqué.

Sonrió nuevamente de esa manera tan vulgar que hacía y tuve que apretar mis piernas para que no notara como me encontraba en ese momento y sus dedos no ayudaban para nada a que estuviesen cerca de sus labios.

Se pegó a mí, sin dejar ni un solo centímetro de mi lejanía y masculló;

—Estoy tan seguro de lo que estás pensando ahora que pondría las manos en el fuego...

Quise provocarlo más y la tensión que había entre nosotros haría explotar una bolsa de palomitas.

—¿Y que estoy pensando?

Gato comenzó a jugar, moviendo sus dedos sobre sus labios, hasta que los soltó y me hizo querer que esos labios estuviesen en cierta anatomía mía.

—Que quieres sentir mis dedos dentro de ti —contestó de una manera tan seductora, que me olvidé de donde me encontraba en ese instante—. Me deseas tanto como yo a ti en este momento. —Sus labios se pegaron tanto a mis labios, sin llegar a tocarse, que podía sentir su aliento—. Pero te advierto, me gusta dejar marcas en el cuerpo que duren unos días y tu cuerpo es un sueño húmedo para mí, nena.

Me relamí los labios, consiguiendo que Gato se mordiera los suyos demostrándome las ganas que me tenía.

—Me siento como un trozo de carne cuando estoy a tu lado —musitó con humor.

Y le respondí rápidamente con una voz que le hizo desearme más.

—Acostúmbrate.

Quise castigarlo, alejándome de él, pero Gato no tuvo paciencia en ese instante, tomándome de la mano y pegándome a su cuerpo escultural. Mis manos cayeron sobre sus pectorales y los labios de Gato volvieron a acercarse peligrosamente a los míos.

—Tengo muchas ganas de follarte —murmuró. —Ni te lo imaginas.

Sonreí, pero las dudas inundaron mi mente.

—No entiendo algo —inicié. —Al principio querías que fuera solo tu ayudante. Ahora me deseas... ¿A que ha venido ese cambio?

La lengua de Gato pasó por sus labios antes de volver su mirada a mis ojos, por unos breves segundos.

—Si hubieses sido otra, no me hubiese importado lo más mínimo y quizás me hubieses dejado en cuanto me vieses luchar... Pero por algún motivo sigues aquí y no paro de desear que tu cuerpo esté sobre el mío sin ninguna prenda, hacerte cualquier maldad... Y ver tu rostro. —Suspiró y noté algo bien duro en mi estómago. Sonreí al saber de que se trataba—. Me encanta dar placer, Felina.

Su rostro se pegó al mío y cerré los ojos, esperando ese ansiado beso, el cual nunca llegó, pero lo que hizo me hizo ponerme más cachonda de lo que creía. Mordió mi labio inferior con erotismo y luego lo soltó, sin despegarse de mí.

—Esa boquita, nena... La de cosas que le haría.

Y si, le haría cualquier maldad a ese hombre con tal de callarle y de quitarle esa chulería y para mi placer sexual.

Sus dedos se colocaron sobre mis labios y quise darle una pequeña prueba de lo que le esperaba, abriendo la boca y dejando que Gato metiera su pulgar dentro de mi boca, haciéndole sufrir.

Succioné, clavando mis ojos en los suyos y utilizando la lengua de una manera que vi como su rostro cambiaba de una manera que jamás había visto. Y me gustó verlo.

Lo vi sufrir, hasta que retiró su dedo pulgar de mi boca y bajó su mano hasta llegar a mi cuello, colocar sus largos dedos por esa zona, notando el frío de sus anillos en mi piel cálida y, sin hacer presión, acarició mi cuello de una manera que hizo mojarme las bragas.

—Pues a mí me gustaría que esa boca tuya estuviese entre mis piernas —susurré.

Y jamás pensé que me respondería aquella frase.

—¿Eso es lo que quieres? —cuestionó y yo asentí—. Si mi regina lo pide, se lo daré con gusto.

En menos de 3 segundos, tomó mis piernas para colocarlas sobre sus caderas y luego me colocó sobre la camilla. No sé ni como, ni en qué momento llegamos a este juego. Ni mucho menos me esperaba llegar aquí con Gato, después de lo que pasó, pero no me importó tener la cabeza del mejor boxeador entre mis piernas y estaba deseando sentir su lengua por mi interior.

Sus grandes manos se metieron en mi falda, jugueteando con el elástico de mis bragas y levantándome la falda. El cabello de él me hizo cosquillas por unos segundos cuando empezó a meterse entre mis piernas y me las abrió de tal forma que sus hombros me dejaban colocar mis pies. Y sí, sin duda fue una imagen digna de ver, como el mayor cabrón que jamás había conocido, estuviese dándome placer.

Se sentó en una silla alta, en la cual tenía la altura perfecta para hacerme cualquier perversidad con esa boca tan chulesca. Y, en menos de lo que pensaba, sus manos rompieron mis bragas para luego guardárselas dentro del pantalón de boxeo.

Dije en alto una maldición por su vandalismo, pero en seguida se me olvidó cuando comenzó a mordisquear suavemente la parte interna de mis muslos. Un suspiro sonó por el cuarto y mi desnudez estaba completamente expuesta ante ese hombre tatuado. No me ayudó en nada ver como su boca estaba ocupada con mis muslos, pero como su mano jugueteaba con mi clítoris. Su dedo se movía con mucha mayor agilidad de lo que creía y cuando tocó un punto exacto, gemí, echando mi cabeza atrás.

El maldito de Gato solo me estaba haciendo sufrir y deseaba agarrarlo de su pelo y jalarlo hasta que su boca llegase a mi sexo.

Pero él seguía con su tortura, boca y manos.

—Joder, Gato... —gimoteé, cuando dejé de sentir sus dientes y su lengua en mi piel y cuando abrí los ojos, vi aquellos claros ojos mirándome con ese ego que poseía.

—Me gusta hacerte sufrir, regina.

Bastó para decirme aquello para luego ver como colocaba su lengua en mi sexo y comenzaba a lamerlo como si fuese un helado a punto de derretirse. Y maldije de nuevo y abrí más mis piernas para poder sentirlo mejor.

Sus manos viajaron por mi cuerpo hasta llegar a mi camisa, desabotonando con maestría y sin mirar cada botón que tenía, hasta que abrió por completo aquella prenda y levantó mi sujetador, colocando sus grandes manos sobre mis pechos y apretujándolos con ganas.

Me fastidió por completo cuando sus pulgares comenzaron a juguetear con mis pezones, consiguiendo que se endurecieran y aquel punto, junto con la lengua de Gato, me hacían sentir un enorme placer.

Supliqué porque más rápido y entrase dentro de mí por una jodida vez. Pero no lo hizo y su boca volvió a abandonar mi desnudez para mirarme.

—Me encantan las faldas que te pones. Espero que tengas más bragas en tu bolso, porque no te las pienso devolver.

Ya total, no me iban a servir si las había roto. Por mi, como si se quedaba con la colección entera si me siguiera haciendo estas maravillas.

—Jamás te imaginé... Ah... —Dejé de hablar en cuanto Gato metió su lengua en mi interior y succionó mientras entraba y salía.

Volvió a separar su boca de mi intimidad y preguntó, provocándome;

—¿Cómo me imaginaste?

Su lengua volvió a viajar hasta mi interior y empezó a hacer un movimiento rápido con su lengua que me dejó completamente loca y exhausta.

—Por un ladrón de bragas —gimoteé con un tono más agudo de lo normal y arqueé mi espalda, comenzando a tener espasmos en mi cuerpo por esas maravillas de ese hombre.

Pero rápidamente, la puerta se abrió de golpe y yo miré la puerta, tratando de cerrar mis piernas, pero Gato no se separó a pesar de haber entrado alguien en el cuarto.

—Gato —dijo el guardián, llamado Venecia, mirando la escena como si no estuviésemos haciendo nada que no hubiese visto ya.

Tragué, nerviosa y bajando mi falda y colocándome el sujetador, mientras que Gato se limpiaba el labio de mis fluidos con su pulgar y miraba a ese hombre con cara de pocos amigos, por estropear el momento.

—¿No ves que estoy ocupado? —gruñó.

Pero Venecia ignoró ese tono.

—El jefe quiere verte.

Arrugó la frente Gato y asintió.

—Sal. Ahora voy.

Cuando Venecia cerró la puerta, esperando fuera, Gato me miró, relamiéndose los labios con la lengua con un rostro que me excitó y dijo;

—Tendré que dejarte a medias, mi regina. Pero no te creas que te vas a escapar después.

Gato me dejó a medias, levantándose de la silla y dejándome sola en su cuarto, mientras miraba el techo, cabreada por quedarme a punto de llegar a las puertas del cielo.

Me quedé largos minutos hasta poder tener mi mente en orden y a medida que mis piernas me dejaban, conseguía sentarme y luego ponerme de pie.

Tragué saliva, pensando en la escena que acabábamos de tener luego pensé en las cosas que me había dicho anteriormente. Bien no había conseguido nada relevante sobre el caso, pero empezaba a comprender, en ciertos aspectos, a Gato. No debía ser nada fácil ser él, trabajar en contra de tu voluntad en un sitio como este... Debía ser muy difícil.

Aproveché para ver todo el cuarto de Gato, donde se escondía antes de cada combate, pero no había nada importante dentro de este. Nada que me dijera que fuese algo personal. Solo había un armario, un sillón oscuro, la camilla donde él se sentaba y un saco de boxeo. Nada más. Y no paraba de preguntarme si él viviría en algún piso de este edificio, o vivía lejos de aquí. Quizás tenía la "suerte" de vivir fuera de este edificio, pero, nuevamente, no sabía nada de él.

No supe por cuanto tiempo estuve así, hasta que la puerta se abrió y un Gato bastante serio, entró al cuarto. Su enfado es evidente y después de la escena del otro día con Poeta, no me extrañaría que llegase así. Pero, fuera lo que fuese de lo que hubieran hablado, Gato estaba bastante afectado y se le notaba en su rostro.

Me acerqué a él y, sin tocarlo, pregunté;

—¿Ocurre algo?

Sus labios se apretaron e hicieron todo lo posible por devolverme la mirada. Y ahí vi por primera vez como me falsificaba una sonrisa chulesca. Sabía que era falsa, porque no solía arrugar su nariz al sonreír de esa manera tan individualista de él. Lo hacía de manera natural y no forzado, como en ese instante.

—Todo va de maravilla, pero tendremos que posponer lo de antes.

Sin volver a mirarme, tomó sus guantes y, sin esperarme, salió del cuarto.

Miré hacia el techo, sabiendo que sería una noche larga y cerré su cuarto para prepararme para las cosas que pasarían aquella noche y solo esperaba que fuese un combate corto para irme temprano a mi piso y revisar los documentos del caso.

Al llegar al sótano, parte de las personas que habían allí, tocaban los hombros de Gato para darle suerte, pero él ni se inmutaba, como si estuviese afectado por aquella reunión con el jefe.

De pronto, por el rabillo del ojo, veo como un hombre rubio y musculoso se acercaba a nosotros y me saludaba;

—Hola, Felina. Tienes un rostro reluciente esta noche.

La forma en la que me miraba, parecía que Serpiente conocía lo que habíamos hecho Gato y yo a escondidas. E, instintivamente me pregunté en qué lo notaba.

Pero la sonrisa de Serpiente me dejó embobaba y a Gato pareció no importarle como miraba a Serpiente.

Mi luchador se acercó a su compañero y, en voz baja, dijo algo para que no me enterase. Pero le escuché igualmente y solo hizo que me alarmara más.

—Asegúrate de que Magnus no se acerque a ella.

El showman llama a Gato a subirse al cuadrilátero y este nos deja solos a Serpiente y a mí, el cual ese luchador rubio, casi tan alto como Gato, me sonreía de una manera atrayente. Era diferente su sonrisa, y aún así me gustó como lo hacían ambos al mirarme.

—Me sorprende que todavía sigas aquí —dijo hablando un poco más alto por el barullo.

Entonces, vi mi oportunidad para conocer más sobre Gato, si le preguntaba a un compañero de trabajo de él.

Serpiente me observaba con esos increíbles ojos azules y luego le interrogué;

—¿Por qué Gato no le duran las ayudantes?

Sonrió lateralmente y mostró parte de sus perfectos dientes.

—Por su personalidad.

Elevé la ceja mientras Serpiente seguía mirándome. Y ahí fue cuando me fijé en que parte de la mitad del tatuaje de su brazo izquierdo era una serpiente que arrastraba hasta el dorso de su mano. Su brazo era lo único que estaba tatuado, pero al observar como este estaba con un chaleco negro desabrochado y no llevaba nada más, el cual dejaba ver el perfecto torso que tenía, me fijé en que sus pantalones estaban algo caídos, viendo la perfecta "v" y observando que llevaba un tatuaje no muy discreto en esa anatomía suya.

Me relamí los labios y Serpiente pareció afectarle mi gesto.

Entonces, respondí;

—¿Gato? Pensé que era por la prueba.

Él negó, mientras se giraba para mirarme a mí con todo su cuerpo y se metió ambas manos en los bolsillos, bajando más sus pantalones y poniéndome nerviosa por ver una minúscula parte de aquel gran bulto que tenía escondido en sus pantalones.

Joder... No ayudaba en nada al bajar mi mirada para verlo.

—La prueba es solo una pequeña parte, Felina —contestó, provocándome más al hacer movimientos con sus dedos dentro de sus bolsillos y cambié mi miraba para mirar a Gato, que parecía gustarle verme cachonda por otro hombre—. Gato no quiere ayudantes para no hacerlas sufrir, las trata mal el primer día y así ellas huyen. —Miré a Serpiente mientras seguía hablando. —Pero o no te trató lo suficientemente mal como para que te fueras o eres algo terca.

Elevé la ceja, intrigada ahora por el hombre rubio que tenía provocándome.

—¿Y tu? ¿Por qué no tienes ayudante?

—Es mucho más complicado de lo que piensas.

Ahora, la que chuleaba un poco, era yo;

—Prueba a intentarlo.

Serpiente rio y negó con la cabeza, mientras acercaba sus labios a los míos, pero al igual que Gato días atrás, solo sentí su cercanía.

—Si te piensas que te voy a contar los secretos más oscuros que guardo, espérate sentada.

Me intrigó mucho más todo lo que me estaba diciendo y luego observé a Gato subido a aquel cuadrilátero, mientras todos preguntaban donde se encontraba el otro contrincante, quien por mucho que le llamase el showman, no se había presentado.

Aquello me extrañó bastante, y luego sentí el aliento de Serpiente en mi oído, que me susurró mientras yo observaba como Gato le ponía verme con otro.

—Mi cuarto está libre después. Por si se quieren pasar ustedes más tarde —invitó Serpiente.

Este miró a Gato y ambos sonrieron por ello, deseando que hiciéramos un trío los 3. Y comencé a desear que así fuera y no me importaba cuando.

Gato, extrañado porque su contrincante no llegaba, se bajó el cuadrilátero y tanto Serpiente como yo, lo seguimos para saber que es lo que iba a hacer.

—Esto no me gusta. Dreams jamás llega tarde a un combate —contestó a una pregunta que no le habíamos formulado.

Y me imaginé que Dreams se hacía llamar el luchador que no se había presentado.

Subimos el ascensor y luego llegamos al piso donde estaban todos los luchadores y, cuando Gato paró frente a un cuarto cerrado, toco varias veces, pero nadie le abría. Me miró a mí, luego a Serpiente y de 3 patadas, abrió la puerta.

Pero lo que vimos nos heló la sangre al ver a un joven de unos 26 años tirado en el suelo, con un tiro en la cabeza, con un rostro descompuesto y con los ojos abiertos. El arma no se encontraba en la zona del crimen, pero no hacía falta ser inteligente para saber que se trataba de un asesinato y pondría las manos en el fuego que sería el mismo que se reunió con Gato antes de irnos al combate.

Gato miró a Serpiente y gritó;

—¡Llévate a Felina! ¡Vamos!

Gato corrió hacia el joven fallecido y le cerró los ojos, pero Serpiente en seguida me tomó de la cintura, para luego levantarme del suelo para que no viese la escena.

Me enfadé bastante con ambos y traté de quitarme de encima de Serpiente, pero él tenía mucha más fuerza de lo que pensaba. Y mientras me alejaba del lugar del crimen, siendo llevaba por Serpiente lejos de ahí sin saber porqué me hacían esto aquellos 2 luchadores, vi como Poeta se acercaba al cuarto y llamó a Gato a su despacho.

Cuando llegué al final del pasillo y Serpiente giró por otro de los pasillos, perdí de vista todo aquello y empecé a notar el miedo en mis entrañas.


***

Aviso con antelación que el siguiente capítulo será narrado por Gato. ¿Lo están deseando?

¿Que les ha parecido este capítulo?

¿Y la escena de Gato y Felina?

¿Cuáles son sus teorías sobre el asesinato del luchador?

Nos leemos el viernes que viene :3

Patri García

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