E X T R A
ADVERTENCIA; Este capítulo tiene un alto contenido sexual [+18]. Quedáis advertidos.
«Sabía que había sido un estúpido, un verdadero estúpido. Pero solo quería estar a su lado, aunque ella no me perdonase»
Rhys.
RHYS.
No había cambiado para nada. Seguía siendo esa joven de la que me enamoré, ahora toda una mujer, con gran determinación y muy elegante vistiendo para su trabajo.
Cada carta que ella me enviaba a la cárcel la había leído mínimo 30 veces, antes de que llegase el siguiente mes para leer la nueva carta que me enviaba. Y yo, como siempre, siendo un estúpido, dándole vueltas a la carta que quería enviarle, las palabras que quería utilizar con ella, las cosas que quería decirle. No supe cuantos papeles llegué a tirar en la papelera. No supe cuantas veces quería enviarle esa carta que terminé escribiendo y que me parecía la cosa más estúpida que había contado en mi vida.
Deseaba verla, escuchar su voz, ver su sonrisa o, tan solo, ver como se enfadaba conmigo. Adoraba verla enfadada conmigo, porque la forma en la que terminábamos después era supremo.
Yo había cumplido los 40, mientras que ella recién empezaba sus 30 años y parecía ser mucho más hermosa ahora que la primera vez que la vi.
No pude evitar sacar una sonrisa de mis labios al recordar la primera vez que nos vimos.
La seguí, entrando en su piso mientras que yo seguía mirándola desde atrás, deseando poder mirarle a los ojos y no dejar de hacerlo por horas.
La había echado tanto de menos... La amaba tanto...
Cada vez que pensaba en todo lo que ocurrió en aquel edificio, sobre todo, al final, cuando ella acabó en el hospital protegiéndome a mí... No dejé de tener pesadillas en donde la perdía entre mis brazos. Donde se iba para no volver a verla jamás y lloraba cada vez que despertaba entre aquellas 4 paredes, deseando correr hacia ella para verla y abrazarla. Pero no podía. Y la sensación que se me quedó después, pensando en todo el daño que había hecho a muchas personas...
Alisa podría decir todo lo que ella quisiera de que me perdonaba por no querer hablar con ella, pero en el fondo ella tenía que odiarme. Me odiaba a mí mismo, ¿como no podía odiarme ella?
Ni el terapeuta al que había asistido en la cárcel me había ayudado demasiado. Si, decía que aceptara todo, que no podría borrar mi pasado, pero que había sido manipulado, criado de una manera para ser lo que los jefes querían. Pero eso había dejado una herida grande en mí y sabía que acabaría por ir al infierno y que no volvería a verla a ella. Y eso era lo que más me dolía.
Pero, con el tiempo, empecé a ver que estaba siendo un completo estúpido, que necesitaba verla, que ella ya no estaría en peligro en la ciudad donde vivía porque la mafia no podría ir ahí. Era tierra prohibida. Y esta era mi última oportunidad en poder estar a su lado, en decirle que la amaba a la cara, en ver al único ángel que me había querido en mi vida... Y siempre conseguía meter la pata y hacer que ese único ángel me odiara.
No miré su piso, solo sé que no podía dejar de observarla, con temor ya que estaba más callada de lo normal. Sabía cuando estaba enfadada, la conocía todo de ella, todo. Su manera de ser, sus gestos, sus diferentes rostros en diferentes estados de ánimo... Su cuerpo al completo. La conocía completamente entera.
No quería insistir, no quería decirle nada hasta que ella no se abriese a mí. Prefería mil veces que ella dejase de hablarme antes que ser un estúpido como el que era antes. Me había prometido hacer las cosas bien esta vez, tras cumplir con los años de cárcel, quería ser una buena persona y no sentirme tan culpable tras todo lo que había hecho.
Y con ella había metido la pata hasta el fondo. Me había metido en la cabeza que no era digno de ella y mi mente jugaba malas pasadas cada vez que trataba de escribir esa maldita carta. Cada vez que levantaba el teléfono para hablar con ella. Mi negatividad no me ayudó nunca. Pero el tiempo me fue diciendo que no debía ser así de estúpido, que vida solo había una y cada año el tiempo se iba agotando.
Aunque fuesen solo unos meses, quería ser digno de ella, como si para que me perdonase tuviese que arrastrarme y besar el suelo en el que pisaba. Haría todo por ella.
La vida me había dado una segunda oportunidad tras darme la libertad en la cárcel más temprano de lo que imaginaba. Y lo iba a aprovechar hasta el final.
Ahí fue cuando observé su pequeño piso, tan acogedor como lo era ella. Me acerqué a la hermosa ventana donde se podía ver las hermosas vistas de Los Ángeles y me quedé ahí sin dudarlo, dándole espacio mientras dejaba la mochila en el suelo.
Al girarme para observarla, vi que trataba de evitarme la mirada.
Si, aún seguía enfadada conmigo y no era para menos. Sabía que lo estaría por mucho tiempo y se lo iba a dar.
—¿Quieres algo de beber? —Me preguntó acercándose a su pequeña cocina que compartía con el salón.
—Café.
Ella arrugó su frente y ahí fue cuando me observó con aquellos hermosos ojos de los que me enamoré en su día.
—Son las 11 de la noche. No vas a dormir —advirtió.
No me importaba lo más mínimo no dormir, hacía años que no sabía lo que era dormir en condiciones y me había acostumbrado a descansar pocas horas. Y cuanto más despierto estuviese esa noche para poder escuchar su voz, mejor para mí.
—Hace años que no duermo como es debido, por otra noche más no pasará nada —contesté.
Alisa asintió, colocándose un mechón de pelo tras su oreja y, por un momento, envidié ese mechón de pelo. Deseé ser tocado por ella como lo hizo con ese simple mechón. Quizás estaba más necesitado de lo que me pensaba.
Puso la cafetera al fuego y luego se giró, apoyándose en la encimera, observándome de lejos con la mirada fija en mi.
Tragué saliva, algo nervioso por ello.
—No te calles nada, Alisa. No lo hagas conmigo. —Se lo supliqué.
Quería escucharla gritarme, enfadarse conmigo, y que me dijera que me odiaba por todos estos años ignorándola, pero lo cierto es que no la ignoré, pensé en ella cada minuto que estuve en esa cárcel. Pero mis demonios no me dejaban contactarme con ella y fui un cobarde por no enfrentarme a esos demonios.
—Pensé que te perdonaría, pero no puedo, Rhys —murmuró con mucho pesar y casi fue mucho más doloroso escucharla con ese tono apagado que escucharla gritar como años atrás.
Bajé la mirada hacia el suelo, apretando la mandíbula y asentí.
—Lo sé. Lo veo en tu mirada. —Me tomé unos segundos antes de volver a mirarla para preguntarle. —¿Que puedo hacer para que me perdones?
Alisa silenció varios minutos que se hicieron eternos. Quería hacer las cosas bien con ella, por ella, por mi. Necesitaba ese cambio en mi vida, necesitaba ser una persona mejor y que Alisa fuese mi compañera de vida.
Quizás estaba pidiendo mucho y nadie en su sano juicio le daría tantas cosas buenas a alguien que, en su día, no hizo las cosas bien.
Y escuché su aterciopelada voz, ahora algo ronca como amenazadora por la frase que me estaba diciendo;
—El sexo no lo soluciona todo.
Tragué saliva, negando la cabeza varias veces y sabiendo a que venía eso.
Antes siempre solucionaba su enfado con sexo y podía funcionar en esos momentos del pasado, pero si no lo hablábamos las cosas no iban a solucionarse. Ya lo sabía, había madurado en aquellas cuatro paredes y lo comprendí.
Por eso le respondí;
—No estaba pensando en eso.
—Antes lo solucionabas así. —Se cruzó de brazos viendo su decepción en su mirada.
—Lo sé muy bien.
Otro silencio eterno.
Solo escuchábamos el leve sonido de algunos coches pasando por la calle.
La noche estaba ahí, con la luna casi completamente llena que iluminaba parte del apartamento de Alisa. Nuestras miradas estaban ahí, a pesar de la lejanía, podía sentir todavía aquella conexión que tuvimos la primera vez que nos vimos y que, a medida que nos íbamos acercando más, más fuerte era aquella conexión. Si, podía sentirlo incluso mucho más fuerte que la última conversación que tuvimos, antes de aquella horrenda pelea, antes de que casi la perdiera.
Y entonces habló;
—Perdí la cuenta de todas las cartas que te envié... —susurró con la voz algo grave, pero era porque trataba de no derrumbarse y antes de llorar su voz siempre terminaba ronca segundos antes—. Ni siquiera me dejaste verte antes del juicio, ni siquiera me diste un abrazo cuando entraste en la cárcel... Me has dado muchos motivos para no perdonarte.
Tenía razón.
¿Que podía hacer entonces? ¿Acaso ya no había solución a pesar del tórrido beso que habíamos compartido en la cocina esta tarde en casa de nuestros amigos? Cuando miré sus ojos, pude ver que estaba muy decepcionada conmigo y tuve que empezar a aceptar que ya las cosas no habían vuelta atrás.
Agaché la cabeza a regañadientes, asintiendo por lo que había hecho. No se lo iba a discutir, no porque ella era la que tenía razón.
Entonces, mi mirada cayó hacia la mochila que había traído, la que llevaba toda mi vida, tan solo algunas prendas, mis pertenencias, fotos y algo que quería darle a Alisa. Algo que era para ella y que tanto me había costado hacer.
No era buen momento, pero quizás más adelante tampoco. Necesitaba dárselo y luego que ella hiciera con ello lo que deseara. Todavía llevaba aquel anillo que le había dado en su momento, eso significaba algo, ¿no? Me estaba haciendo ilusiones por algo que quizás ya estaba más que roto.
Me quedé quieto frente a aquella ventana, cuando vi que Alisa caminaba hacia mí, con aquella elegancia de su caminata, sin dejar de mirarme con aquellos ojos de enfado, junto con un brillo en los mismos que adoré. Yo seguí en mi sitio, dándole todo el espacio posible mientras ella seguía acercándose a mí.
Y a escasos metros, su voz volvió a sonar;
—No sabes cantidad de lágrimas que derramé por ti.
Si me quedaba un poco de corazón, pude escuchar como se terminaba de calcinar con aquella frase.
Apreté la mandíbula, agachando la cabeza y asintiendo por sus palabras.
—Pero luego, otra parte de mi, te comprende. —Dejé de observar el suelo para mirarla hacia aquellos hermosos ojos que adoraba—. No recibiste cariño, solo te enseñaban a pegar puñetazos, a esconderte tras un caparazón y ahora piensas que no eres digno de nadie. Piensas que eres un monstruo, pero no es así... No lo es, Rhys.
Siempre que me decía eso me reconfortaba, pero por leves minutos. Quería demostrarle que podía ser digno de ella, quería hacer las cosas bien para ser mejor persona y quería estar a su lado.
La amaba.
—Yo... Ya es tarde para darte aquella carta de 18 páginas... —murmuré, al recordar que aquella maldita carta la había perdido durante el trayecto hacia Los Ángeles.
—Te tengo en frente, puedes decírmelo a la cara —dijo en voz alta, cruzándose de brazos.
Estaba nervioso, tembloroso y no comprendía el motivo.
Joder, era Alisa. Nos conocíamos muy bien tanto fuera como íntimamente. Habíamos vivido muchas juntos, tanto buenas como malas como increíbles. Pero, ¿por qué me encontraba como un virgen a su lado? ¿Por que me estaba comportando como si estuviese hablando por primera vez con una mujer?
Ni yo me estaba entendiendo. Años atrás me hubiese reído de mí mismo y ahora ni siquiera sé como actuar.
—Solo te diré una cosa; ni mil años podrán servir para pedirte perdón por estos 7 últimos...
Sus ojos parecieron suavizarse un poco, apenas.
Y volví a mirar la mochila.
—Quería darte esto —dije temblando, con la voz casi rota, nervioso por la mujer que tenía delante de mí.
Temía perderla y podía ver el daño que le había hecho en su mirada. Me sentía estúpido porque parecía alguien inexperto. No era así, pero quizás era una mezcla de encontrarla, del deseo de mi redención, de poder verla tras tantos años y de lo que viví en la cárcel.
Me acerqué a la mochila, abriéndola con rapidez, tembloroso, hasta que la mochila se me cayó al maldito suelo y parte de mis pertenencias se esparcieron por el suelo del apartamento, sobre todo aquella cartas que ella me había enviado, al menos una parte de ellas.
Me arrodillé rápidamente, guardando todas las cosas, avergonzándome más por lo que me estaba pasando esa tarde y supe que Alisa estaba viendo la ridícula escena.
—Joder... Siento esto... No sé que me está pasando —susurré maldiciendo en voz baja, apretando la mandíbula mientras guardaba las cosas en mi vieja mochila.
Pero entonces, vi un movimiento frente a mí. Alisa arrodillándose frente a mí, colocando sus pequeñas y suaves manos sobre las mías, retirándolas de aquella mochila. No pude evitar mirar sus hermosos ojos, analizándome, suavizando su dulce mirada y pareciendo que el ambiente empezaba a cambiar.
No quise retirar sus manos de las mías, quería sentirlas por el resto de la eternidad, viendo como mis tatuajes hacían un hermoso contraste con su piel limpia.
Traté de ocultar mi sonrisa y eso si que pude conseguirlo, al menos por unos minutos.
—Rhys, soy yo... No soy una desconocida. —Su voz me volvió a enamorar. La suavidad con la que hablaba con aquel tono tan delicado, relajado. Su mano izquierda de alejó de mi mano y la colocó sobre mi mejilla, acariciando mi piel con amor, consiguiendo que me relajase al instante. —Sigo aquí.
Ella me conocía muy bien, más de lo que yo podría conocerme.
Me ayudó a colocar todas mis pertenencias dentro de mi mochila, cuando saqué 2 cosas de ahí y extendí la mano para enseñárselo.
—Lo hice en una tontería de taller en la cárcel —comencé a hablar—. Tienes mucho tiempo libre allí, así que no quería estar todo el día mirando hacia la pared y arrepintiéndome por las cosas que hice... Pensar en ti me ayudaba y te hice estos pendientes... No son la cosa más perfecta pero...
Me interrumpió.
—Son preciosos. —Se empezó a echar el cabello hacia un lado, dejando que se lo pusiera. —¿Puedes ponérmelos?
Mi corazón empezaba a latir con demasiada intensidad.
Y contesté;
—No me lo tienes ni que preguntar. Por ti caminaría de rodillas sobre piedras ardiendo.
Se lo coloqué con tranquilidad, tomándome mi tiempo aunque sabía que hasta que ella tenía que sospechar que fuese demasiado lento. Quería disfrutar de ese momento, tocando el lóbulo de su oreja, colocando cada pendiente en cada oreja de ella. Bien no era el regalo más caro, ni el más bonito, pero la sonrisa de ella mereció cada maldita hora que pasé en ese taller para poder hacer esas 2 pequeñas piezas.
La yema de mis dedos rozó por última vez aquella zona de ella y su mirada conectó conmigo, haciéndome sonreír.
El sonido de la cafetera nos interrumpió, alejándonos para acercarnos hacia la isla de la cocina. Observé como Alisa colocaba el café en una pequeña taza y me lo entregó.
Pero antes de beber el primer sorbo, hablé;
—Hay tantas cosas que quisiera darte... Tantas cosas con las que quiero compartir contigo... —Y lo que iba a decir a continuación iba a doler y mucho, pero prefería mil veces eso que no volver a verla. —Pero aunque no me perdones, me conformo con ser un... Con ser tu amigo.
Agarré aquella pequeña taza como si me forzara porque ella dijese algo, aferrándome a una pequeña taza antes de que ella me dijese algo.
Y entonces, cuando vi que Alisa me miraba, supe lo que significaba; me estaba comprendiendo. Estaba completamente arrepentido e iba a demostrárselo siempre, todo dependiendo de lo que ella quería. De la decisión de ella.
Pero al ver que no decía nada, preferí continuar;
—Sigo sintiéndome como una mala persona que terminará en el infierno. Me quedan años de terapia para poder pensar diferente... O aceptar las cosas que ocurrieron —murmuré—. Y no hablé contigo, no te respondí porque seguía pensando que no era digno de ti.
Ella suspiró fuertemente, bajando los hombros, cansada quizás por el tema. Si, sabía que estaba cansada de ese tema, pero no era fácil entrar en mi cabeza y ver todas las cosas que viví, las que me decían, las que me hicieron creer que era... Ya no sabía ni siquiera quien era. Necesitaba mucha ayuda profesional e ir viviendo la vida que nunca había vivido antes.
—Te he dicho por activa y por pasiva que no eras malo. Hacías cosas malas a personas malas, pero a las buenas las protegías... Eso es de ser buena persona —continuó—. Ya que buscases venganza, que me sobornaras con sexo... Eso ya es de ser tóxico —concluyó y elevó la ceja por eso último.
Si, era tóxico y quería cambiar eso de mí.
Sus manos volvieron a colocarse sobre mis manos, preguntándome;
—¿Que vas a hacer ahora? ¿Tienes sitio donde quedarte?
Moví los hombros para responderle;
—Pensaba pagar unas noches en un motel que hay cerca. —No quería que ella alejase sus manos de las mías, por lo que no bebí el café que seguía bastante caliente, simplemente para poder seguir sintiendo ese roce de ella. —También acepté un trabajo como monitor de boxeo en un gimnasio, son pocas horas y no pagan mucho, pero junto con otro trabajo que pueda compaginarlo... Quiero hacer bien las cosas esta vez.
Alisa volvió a sonreír.
No volvimos a hablar, simplemente dejemos que el silencio nos consumiera lentamente, dulcemente y sin dejar de mirarnos.
Tenía esas ganas de decirle muchas cosas, pero no salían las jodidas palabras. Quería mucho de ella y quería demostrárselo todo, pero si ella me dejaba, el tiempo no lo iba a desaprovechar.
Fue ahí cuando ella caminó hacia mi lado, se acercó a mi oído y susurró;
—Ven.
Me rompo de la mano, guiándome hacia el fondo del piso, descubriendo su cuarto.
Su cama no era muy grande, pero era lo suficiente para que otra persona más pudiese caber. Las vistas de la ventana también eran igual de hermosas que las del salón. Y aunque todo estuviese a oscuras, la luz de la luna casi llena iluminaba la cama.
Cuando quise darme de cuenta, Alisa ya empezaba a quitarse la ropa delante de mí y mentiría si no estuviese disfrutando de esa vistas.
Comenzó con su camisa blanca, desabrochándola lentamente, hasta que terminó por caer hacia el suelo. Me mordí el labio, mientras que ella seguía por sus pantalones, bajándolos lentamente hasta que el suelo lo adornó de su ropa arrugada.
Quizás todos estos años, soñando con ella, deseando poder volver a tocarla, abrazarla, sentirla... Se me había puesto bastante dura de verla y eso que todavía seguía teniendo su ropa interior negra. Y ahí fue cuando paró.
Negué con la cabeza.
—No vale parar en el mejor momento.
Su sonrisa pícara me enamoró aún más.
—Hazlo tu por mí.
Me acerqué a ella y me arrodillé, atendiendo sus necesidades. Su mirada me observaba desde esa altura, cuando la tomé de las caderas, bajando sus bragas hasta el suelo y lamiéndome los labios de verla desnuda de cintura para abajo.
Me mordí el labio y me acerqué a su sexo, colocando mi lengua en esa zona mientras que ella gimió sin esperárselo.
Me levanté del suelo, dejándola con ganas de más y la subí hasta la cama, abriéndola de piernas para colocarme entre ellas y, aprovechando que todavía estaba vestido, restregué mi paquete todavía con los vaqueros puestos hasta su sexo. Alisa clavó sus uñas en mi espalda, mientras seguía con ese movimiento de pelvis, viéndola sufrir de aquella manera que tanto me encantaba.
Y, sin parar, pregunté;
—Después de esto, ¿vas a quererme como algo más o solo es una noche para ti?
Ella arrugó su entrecejo.
—¿Por qué preguntas eso?
Sus manos bajaron hacia mi trasero, colocando sus manos dentro de los vaqueros para sentir mis glúteos duros y desnudos.
—Porque no creo que me hayas perdonado —murmuré apenado.
Negó mientras seguía con aquella caricia.
—Todos merecemos una segunda oportunidad. No prometo no enfadarme contigo, pero te estoy dando otra oportunidad. Si la rompes, ya no habrá marcha atrás, Rhys —contestó, dándome un vuelco al corazón por ello.
Y, sonriente, dije;
—La voy a aprovechar al máximo, mi reina.
La besé con furor, queriendo más de ella, seguimiento con ese movimiento entre sus piernas, escuchando sus gemidos y notando lo húmeda que estaba. Hasta que sus manos se colocaron sobre mis vaqueros, empezando a bajar la cremallera, algo desesperada. Y frené.
—Vamos a hacer las cosas bien, nena.
—Y aquí está mi felino favorito.
Le quité rápidamente su sujetador, dejando libres aquellas 2 hermosas montañas y, sin esperar ni un maldito segundo más, me los llevé a la boca, lamiéndolos a mi gusto, haciéndola sufrir de la manera más sutil que existía.
Hasta que ella consiguió liberar mi polla, salvaje mientras deseaba hacerme muchas perversidades como la conocía. Y sabía lo que significaba esa mirada.
Me alejó de ella, sentándome en la cama y ella colocándose frente a mí. Sus ojos, brillosos, no dejaron de mirarme mientras se arrodillaba en el suelo, colocándose entre mis piernas. Bajó más mis vaqueros, dejándome desnudo de cintura para abajo y, con maestría, empezó a metérsela en la boca lentamente. Comenzó con la punta, torturándome mientras la chupaba como ella bien sabía.
Suspiré mientras sentía esa increíble sensación de una buena mamada de la persona que querías. Y mientras yo miraba aquella escena, Alisa se la iba metiendo completamente, sin dejar ni un solo centímetro sin metérsela y empezó con aquel increíble movimiento, succionando mientras gemía en voz alta.
—Mírame, quiero verte los ojos cuando me corra en tu boca —susurré.
Ella me miró con aquellos ojos, aquella jodida imagen de ella mirándome mientras su boca estaba llena de mí y yo la tomé del cabello, animándola a seguir, guiándola con sus movimientos, escuchando esos sonidos que ella hacía al chupar. Hasta que terminé corriéndome en su boca al completo y ella se alejó, secándose la boca con la yema de sus dedos.
Al verlos pantalones manchados, terminé de quitármelos, tirándolos sobre la ropa de ella y me desnudé al completo, quitándome la camiseta y exponiéndome a ella.
La vi volviendo a meterse en la cama y yo sonreí.
Me tocaba ahora a mí.
La tomé de las caderas, mientras que ella esperaba mi siguiente movimiento. No podía esperar a sentir mis labios en su piel, en su intimidad, en todo su cuerpo. Que ella supiera que yo estaba ahí, que había vuelto y que merecía completamente mi vuelta.
Y vaya si lo iba a merecer.
Bajé hasta sus piernas, abriéndola por completo y colocando mi cabeza entre ellas, adorando aquella escena que mis ojos estaban viendo. Y antes de empezar, susurré;
—No sabes la de noches que deseé poder besarte, Alisa. —Mi voz sonaba ansiosa, deseoso de saborearla, colocando mis labios sobre aquella zona tan íntima, escuchando como ella gemía por lo que mi boca le hacía.
Mis manos sujetaban con fuerza sus caderas, clavando mis dedos en su piel mientras que Alisa colocaba sus manos sobre mi cabeza, animándome a continuar con los movimientos que hacía mi boca a su sexo.
Cuando mi lengua empezó a jugar con ella, sus gemidos empezaron a sonar de una manera tan deseosa que me hacía volver a ponerme duro de tan solo oírla. Y mi objetivo esta noche era disfrutar al máximo junto a ella, demostrarle lo que la amaba y que los vecinos nos escuchasen siendo la envidia del edificio.
Mi lengua empezaba a dar rodeos en su interior, mientras que Alisa arqueaba su espalda, deseando llegar al final, sintiéndome por completo. Y yo aquí, deseando saborearla, dejando aquellos recuerdos que tenía en la cárcel sobre nosotros en el pasado y volver a sentirlo, viviendo el presente.
Quería que se corriese en mi boca, al completo. Beber de su sabor y sentir como su cuerpo temblaba por mi toque, por mi boca, por lo que mis manos le hacían a ella.
Ella se veía igual de deseosa de tenerme para ella sola, hasta que terminó por explotar, corriéndose dentro de mi boca y gimiendo mi nombre a los 4 vientos mientras echaba hacia atrás su cabeza, apoderándose de las sábanas mientras mi boca seguía succionándola.
Una pequeña capa de sudor empezó a cubrir nuestros cuerpos y empecé a escalar sobre ella, observándola, desplomada en la cama y con el pecho desnudo completamente agitado.
Sonreí.
—Si piensas que he terminado contigo, es que no me conoces bien —advertí.
La besé en los labios, su cuello, sus pechos, bajando hacia su estómago, cuando mi mundo paró rápidamente. Sentí aquel pequeño relieve de su delicada piel, suave y persa, cambiando a una más dura. Observé por primera vez aquella cicatriz de aquel disparo, donde todo cambió, donde casi la pierdo en aquella maldita madrugada.
No lo dudé y coloqué mis labios sobre aquella cicatriz y la besé con dulzura, como si la fuese a curar. Quizás estaba haciendo el idiota, pero quería hacer ese gesto por ella y Alisa pareció no molestarle.
Me entristecí por ello, pero cuando la miré a los ojos, pude ver como ella me decía con una simple mirada que todo estaba bien y aquello me relajó. Estaba aquí, conmigo... Todavía parecía un sueño, dulce y hermoso de los que no quería despertarte y si te despertabas, la desilusión duraba horas.
No, no era un sueño. Y eso era lo que me tranquilizaba.
Me arrodillé frente a ella, mientras Alisa me miraba acostada en su cama, con las piernas abiertas y yo aprendiéndome de memoria su anatomía. Adoré aquella escena, con su cabello revuelto, algunos mechones pegados a su rostro por el sudor junto con aquella posición que pronto cambiaría para la acción.
Fue ahí que la que quiso cambiar fue ella, colocando su mano derecha sobre mi polla, tomándola y empezando a moverla con delicadeza y poca elegancia. Que una mujer te la frotara era un placer jodidamente perfecto y que fuese Alisa más todavía.
Nada elegante, como me gustaba, empezaba a mover su mano con rapidez, haciendo que mis labios se apretaran, mordiendo mi labio inferior mientras que ella me observaba los gestos que hacía con mi rostro.
—Me gustas así. Siendo una dama de día y una tigresa en la cama —contesté con la voz grave, deseoso de ir a por el siguiente.
Su mano se colocó sobre mi pecho tatuado y sonrió con perversión.
—Y no sabes la de cosas que quiero hacerte, Rhys.
Sonreí nuevamente.
—Soy todo tuyo, nena. Hazme todo lo que quieras.
Alisa sonrió, apretando más su mano sobre mi polla y frotándola con más rapidez, deseoso del siguiente orgasmo, pero la frené.
—Tenemos toda la noche para juegos sucios, pero necesito entrar en tu interior, sentirte, follarte después de tanto tiempo anhelándote. Y no sabes la de posiciones que quiero ponerte —dije, consiguiendo que ella sonriera por ello.
Me volvió a empujar, sentándome en el centro de la cama, cuando ella colocó sus piernas en cada lado de mis caderas y se dispuso a bajar. Pero mis manos agarraron su trasero con fuerza, clavando mis dedos cuando la frené y dije;
—Dime que tienes condones guardados.
Alisa asintió y una pizca de dolor lo sentí en el pecho, imaginándome que esos 7 años eran muchos para ella y que seguro que habría estado con más personas.
—Una amiga se enfado con los hombres y me dio una caja que tenía cerrada hace 2 meses —contestó, abriendo la cómoda y sacando aquella jodida caja, rompiéndola y sacando un paquete plateado de ahí.
Suspiré mientras que ella lo abría con los dientes y sacaba el condón, colocándomelo en la polla y ahí si, ya era la hora de unirnos. Alisa bajó, tomando mi miembro para colocarlo en su entrada e ir bajando poco a poco.
Al llenarse por completo de mí, la observé como la diosa que era y dejé que ella se moviese a su gusto. Sus caderas comenzaron a moverse, muy lentamente, subiendo y bajando, mientras mis manos agarraban su espléndido trasero, dándole palmaditas y dejándole las nalgas rojas, animándola a que fuese más rápido.
—Joder, el puto cielo... —gemí —. Fóllame nena.
Alisa, con los labios entreabiertos, asintió y siguió moviéndose, con la cabeza estirándola hacia atrás, colocando sus manos sobre mis anchos hombros. Le di una fuerte nalgada en el trasero, escuchando un pequeño chillido mezclado con placer y empezó a moverse con algo más de rapidez.
Mordí mi labio mirando el ángel que tenía frente a mí, moviéndose como lo hacía.
Aprovechando que tenía un hueco en su cuello, coloqué mi cabeza y mis labios dejaron un gran chupetón en esa zona, marcándola para que todos supieran que yo había estado con ella.
Sus pechos, pegados a mi torso duro, no me ayudaba a controlarme, como se movían por cada movimiento. Necesitaba follarla más rápido, que gritase mi nombre, verla sufrir mientras llegábamos al final. Necesitaba todo eso.
La tomé, acostándola en la cama con rapidez y, levantando las piernas de ella sobre sus hombros, empecé a embestirla rápidamente, ágilmente, moviendo mis caderas y escuchando los gritos de desesperación de ella para llegar al final por cada movimiento que hacía.
—¿Te gusta así? —pregunté como pude ya que mi voz temblaba.
—Si... —susurró en un gemido.
Mientras entraba y salía de ella, un fuerte sonido de nuestra piel chocando por cada embestida, quise preguntarle;
—¿Estoy siendo muy bruto?
Llevaba muchos años sin sexo y esta desesperación me hacía ir mucho más rápido que nunca y no quería hacerle daño.
Pero dijo;
—Cállate y fóllame, Rhys.
Continué con mis movimientos rápidos hasta que ambos terminamos corriéndonos, colocando sus piernas nuevamente en la cama, me derrumbé sobre ella. Estábamos muy agotados, como nunca, sudados y compartiendo fluidos. Pero ni eso, ni todo lo que habíamos hecho esa noche sería suficiente para calmar la necesidad de unirnos más veces.
Y esa noche iba a ser bastante larga.
Nos acostamos en la cama, yo estando tras suya y abrazándola, deseoso de compartir más momentos con ella.
—Quiero más de nosotros, Felina —susurré mientras acariciaba su piel desnuda.
Y, aunque no estaba viendo su rostro, sabía que estaba sonriendo.
—Ya somos 2.
Cuando descansamos un rato, mi mano volvió a bajar hacia su entrepierna, colocando mis dedos hacia su clítoris, levantándola la pierna gracias a la mía y empecé a meterle 2 dedos dentro de ella, significando que quería más y seguir pronto con la siguiente ronda.
Y ella quería mucho más conmigo.
***
¿Echabais de menos a Gato y Felina?
¿Que les ha parecido el extra?
¿A cumplido sus expectativas?
;)
Adore volver a escribirlos, esta vez, desde la perspectiva de Gato años después de lo sucedido aquella noche.
Nos leemos :3
Patri García
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