Capítulo 2: "Una injusta acusación: La huida"
Ya había transcurrido una semana desde aquel incidente en el barrio de Liza, un incidente que había dejado como saldo un muerto y unos cuantos heridos, se sabía que el muerto era un oficial de rango superior, y entre los heridos habían otros oficiales y pobladores de la zona, pero ninguno de ellos era en si parte de la banda de Kralf.
Como siempre sucedía tras alguna redada, el barrio al día siguiente del evento volvió hacer el mismo de siempre, asaltos, bulla de los ebrios en las calles, grito de los drogadictos y prostitutas ofreciendo sus servicios al mejor postor, sin importarles que temprano sea.
Liza y su padre volvieron a su barrio tras permanecer toda la noche del evento en el refugio, desde el día que volvieron a su casa, Liza evitaba salir a la calle, solo lo hacía cuando necesitaba ir a comprar algo para preparar la comida del día. Ella a pesar de todo, se sentía más protegida dentro que fuera de su casa, sin embargo, había algo que la inquietaba, aun estando dentro del lugar que ella consideraba más seguro de su barrio, ya que el día en que su padre y ella abandonaron el refugio, no salieron del mismo solo con las mochilas que habían llevado, sino además con la promesa que el padre de Liza le hizo al viejo Kralf, este le había pedido ser el siguiente en guardar el "Tesoro", y Kralf había aceptado gustoso el ofrecimiento. , El "Tesoro", no era más que un cargamento de drogas, que permanecía en casa de algún secuas hasta ser distribuido al lugar solicitado, y en esta oportunidad este cargamento estaría en casa del padre de Liza, así lo había propuesto este, y Kralf había aceptado la propuesta. Esta situación inquietaba a la joven, y más porque cada cierto tiempo la comandancia de la zona mandaba patrullar las casas del barrio en busca del lugar donde escondían la droga, pero hasta la fecha no encontraban nada, solo asaltantes y prostitutas, a quienes los llevaban presos por algunos días y luego los dejaban en libertad debido a que las cárceles estaban súper pobladas.
Bueno, eso era hasta esa fecha pues había rumores que habían cambiado de jefe en la comandancia y pues todos en el barrio andaban preocupados pues no sabían cómo actuaría ese nuevo jefe, y ese era el caso de Liza, quién estaba muy preocupaba pensando en el riesgo que su padre y ella corrían si Kralf traía el cargamento de droga a su casa y este era encontrado por los oficiales.
Para mala suerte de la joven su preocupación de la joven se convirtió en temor al ver ingresar a su casa junto a su padre a Kralf y alguno de sus secuaces.
—¿Dónde lo ponemos? —escucho decir a uno de los hombres que llevaba unas cajas en sus manos y había ingresado tras Kralf.
—En la habitación de Liza, es la más segura—dijo el padre de Liza, al tiempo que la joven sintió su cuerpo temblar.
—Pero papá— pronuncio con voz temblorosa la joven.
—Liza, cariño, tu padre tiene razón, nadie puede imaginar que una chica tan linda y dulce como tu puede tener un gran tesoro en su habitación, eso sí, no se te vaya a ocurrir abrir mi tesoro, ese solo sale de aquí cuando tenga comprador, si quieres un poquito, yo tengo uno pequeño que puedo compartirlo contigo— dijo el viejo Kralf, soltando unas carcajadas.
—Que amable pero no, ¡gracias! — respondió la joven con la mayor calma posible, mientras el asqueroso viejo reía mas.
—No importa Liza, después de todo no puedo obligarte a usar mi tesoro— dijo el viejo riendo, mientras se acercaba a la joven, para con sus manos acariciarle el rostro, causando no solo incomodidad en Liza, sino además repugnancia.
La pobre joven tuvo que soportar a pesar de su incomodidad, las caricias que el viejo le hacía con sus manos en su rostro, incluso el beso que le dio en la mejilla, antes de que continuara dando las ordenes a sus hombres.
—Por aquí— decía Kralf, indicándoles a sus hombres donde colocar su tesoro, mientras Liza observaba la escena con nostalgia.
Una vez que colocaron todas las cajas en la habitación de la joven, el viejo Kralf y sus hombres se marcharon dejando solos a Liza y su padre.
—Esto es muy riesgoso padre— pronuncio Liza.
—Claro que no Liza—respondió el hombre, mientras sacaba un cigarrillo del bolsillo de su pantalón.
—Padre hay droga en mi habitación— agrego Liza, con firmeza debido a toda la rabia contenida.
—Y en mi casa, no le veo lo malo Liza, todos los hombres que somos parte de la banda tenemos la obligación de cuidar el tesoro hasta que este salga—respondió el padre de la joven, mientras encendía su cigarrillo.
—Padre, ¿Por qué esta vida? — Liza, con voz quebrada.
—Porque uno no elije su destino Liza, el destino viene con uno y por más que se trate de evadirlo este siempre prevalece, tenlo siempre presente, este es tu mundo, nuestro mundo, nunca podrás salir de el Liza, creo que lo mejor que te ha podido pasar es que el señor Kralf sienta un cariño especial por ti, por él, no eres una prostituta más como las demás muchachas, por él no eres una pasante de droga como los demás jóvenes, él te ha elegido para él, deberías estarle agradecida como yo y por ese agradecimiento es que en esta oportunidad cuidaremos su tesoro—respondió con firmeza el padre de la joven.
Tras esa respuesta, Liza no añadió nada más, solo camino hacia un lado de la habitación, se sentó en el piso como solía hacer cada vez que sentía triste, al tiempo que su padre salió de la misma azotando la puerta.
Ante el sonido de la puerta, indicando que su padre se había marchado, Liza estallo en llanto, en un llanto que había estado guardando durante días, en un llanto de dolor, frustración y desesperanza, tal vez su padre tenía razón, cuando se es parte de una vida como la que le había tocado vivir, es muy difícil salir de ella, pensaba la joven. Tras algunos minutos, de tanto llorar se quedó dormida, cuanto tiempo en realidad no lo supo, pues ni siquiera supo el momento en que se durmió, ni el momento en el que despertó, solo supo que su despertar no fue para nada grato pues su pesadilla empezaría ese día.
—«¿Y ese sonido?, patrulleros»— pensó Liza, mientras se cubría sus oídos con sus manos, al tiempo que su mirada se tornaba preocupada.
Pero el sonido cada vez era más cercano y ensordecedor, Liza se cubría con mayor fuerza sus oídos para no oír más ese ruido que la atormentaba, pero tuvo que dejar de hacerlo, al escuchar el forcejeo de la puerta principal del lugar donde vivía. Liza, se puso de pie, y camino a paso rápido hacia la pequeña sala del lugar donde estaba su padre con la mirada perdida tomándose la cabeza como si estuviera meditando algo.
—¿Quiénes tocan padre? — dijo la joven.
—No abras, voy por el revólver— pronunció el hombre, sin darle una respuesta a su hija.
—¿Revolver?
—Voy por este— respondió el padre de Liza, antes de caminar hacia su habitación.
—Abran los tenemos rodeados, nos acaban de decir que aquí se esconde el cargamento. Si no abren tiraremos la puerta— pronunció una voz.
Liza ante esas palabras se quedó estática sin saber que hacer, a los pocos minutos su padre llego con un revolver en la mano al tiempo que la puerta era derribada por un par de hombres.
—¿Dónde está? — dijo uno de ellos.
—¿Qué cosa? — respondió el padre de Liza.
—La droga— pronunció un hombre alto, maduro, de cabellos negros y ojos azules que vestía uniforme también y que entro tras los otros hombres.
—No sé de qué habla, yo no soy un delincuente, soy un pobre hombre enfermo que vive en esta casa ganándose la vida de manera honrada— dijo mi padre.
—Revisen las habitaciones—dijo el hombre alto a sus dos suboficiales.
—Si mi comandante—respondieron estos mientras el hombre alto nos apuntaba con un arma.
—Ni se les ocurra moverse— agregó el hombre mientras nos miraba con firmeza, al tiempo que por momentos miraba a sus hombres dirigirse a las habitaciones de Liza y su padre.
Mientras los hombres entraron a las habitaciones, el padre Liza, aprovechando la distracción del hombre alto, saco el arma que tenía escondida bajo su camisa y le disparo, haciendo que este suelte el arma que manipulaba y caiga inmediatamente al piso y empezara a desangrarse, mientras el padre de la joven dejaba su arma sobre una mesa.
—Padre, ¿Qué has hecho? — dijo aterrada Liza.
—Liza esconde el arma— pronunció con frialdad el hombre.
La joven obedeció la orden sin darse cuenta de la verdadera intención de su padre, al tiempo que los policías que buscaban en las habitaciones y otros que estaban fuera de la casa, llegaron al lugar y quedaron impactados al ver a su jefe en el piso con el uniforme manchado de sangre.
—Liza, ¿Qué has hecho hija?, ¿Qué has hecho? — decía el padre de la joven, con voz desesperada, mientras Liza, soltaba el arma al piso.
—Está muerto— pronunció uno de los policías que había entrado a la casa seguido de otro grupo de hombres y que se había acercado al cuerpo de su comandante, al tiempo que los otros que habían estado en las habitaciones llegaban diciendo—Encontramos el cargamento, pero oímos un disparo mi comandante.
—Liza, que decepción, te prohibí que te juntaras con ellos, aquí también hay gente decente señores, pero mi niña se dejó influenciar, se dejo influenciar— decía el padre de la joven fingiendo llanto, mientras esta no podía articular palabra alguna de la sola impresión y decepción que estaba sintiendo.
—¿El jefe está muerto? —dijo otro de los policías.
—Si— respondió uno de los presentes.
—Aprésenlos hasta que todo se esclarezca— dijo uno de los hombres que había entrado de fuera.
—No, no, yo no soy una asesina, no, no lo soy— pronunció Liza, tras salir de la impresión, al tiempo que echó a correr rápidamente a su habitación, seguida por un par de policías, mientras su padre se quedo en la pequeña sala inculpándola de todo.
Liza logro ingresar a su habitación antes que los policías, puso seguro a la puerta, tomo su mochila, y salió por la ventana de su habitación, la cual daba hacia un estrecho callejón. Al estar en el mismo, la joven corrió, corrió con todas sus fuerzas hacia la salida del callejón, sin girar para nada su rostro hacia atrás, ni siquiera lo hizo al escuchar la puerta de su habitación caer, esta vez nada la detendría, nada, siempre añoro escapar de esa vida, y esta era su oportunidad, una oportunidad forzada de alguna manera, pues tal vez por su propia voluntad debido a su temor, nunca hubiera podido escapar de ese lugar, pero esta vez la situación era distinta, ella no había cometido ningún delito sin embargo había sido inculpada por su padre del mismo causándole un gran dolor y decepción, ya nada le importaba en ese momento, si su propio padre no pensó en protegerla, ella sola tendría que protegerse "Pensó", por ello continuo su apresurada carrera por la calle, con un solo pensamiento "Huir", huir de esa maldita vida, de esa maldita vida que siempre le dio temor pero de la cual ella nunca tuvo el valor de salir hasta ese momento.
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