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Capítulo 1: "Esta es mi vida"

Los sonidos huecos de unos disparos se escuchaban en las afueras de una pequeña habitación, a los pocos minutos, el sonido de patrulleros y ambulancias inundo el lugar, seguido de unos murmullos y llantos, en medio de ellos una voz fuerte se escuchó.


—Síganlos, síganlos, no los dejen escapar.

—Sí, mi general, se oyó como respuesta, en medio del sonido de los patrulleros y ambulancias.


Oyendo todo lo que acontecía fuera, se encontraba con la mirada baja, cubriéndose sus oídos con sus manos, mientras estaba sentada en el piso de una fría y pequeña habitación, una linda joven, de aproximadamente 16 años, de cabello largo, color castaño y ojos verdes, la joven vestía ropa bastante desgastada, al igual que los zapatos que llevaba puestos.


—No, nuevamente no, como quisiera que todo esto termine— pensaba la castaña, mientras cubría con mayor fuerza sus oídos al tiempo que la vieja puerta de habitación donde se encontraba se abrió y por ella entro presuroso un hombre flaco, alto de cabellos castaños y bigote.

—Ponte de pie niña, tenemos que escapar— pronunció el hombre mirando a la jovencita que parecía no oír su orden—Es que no escuchas niña boba—, agregó el hombre furioso acercándose a la jovencita para tomarla del brazo y hacer que esta se ponga de pie a la fuerza.

—Papá,—¿Qué sucede?

—Ahora no hay tiempo para responder tu pegunta niña, nos tenemos que ir, antes de que empiecen a entrar a todas las casas y den con nosotros— respondió el hombre, tomando una bocanada de aire para agregar mientras tomaba unas mochilas con una de sus manos—Por suerte logre escabullirme de los molestosos policías para venir por ti.

—¿Policías?, ¿Qué sucedió papá?, ¿Qué hiciste?, ¿a dónde iremos? — pronunció la joven.

—No preguntes nada Liza, no hay tiempo, corre— respondió con voz fuerte el hombre al tiempo que echaba a correr.

—Al menos dime, ¿A dónde iremos? — acoto la joven, al tiempo que echaba a correr tras su padre.

—Al refugio, al refugio— respondió el hombre, mientras con una de sus manos libre, tomaba del brazo a la joven para llevarla a su ritmo.


El lugar donde vivía Liza y su padre, era un barrio muy maleado, allí reinaba la delincuencia, narcotráfico y la prostitución. Liza, perdió a su madre por una bala perdida en medio de una pelea de bandas, desde entonces solo vivió con su padre, quien debido a la presión y la necesidad causada tras la pérdida su trabajo, termino siendo parte de una de las bandas de ese pueblo. Liza detestaba esa vida, pero no había podido escapar aún de ella. Ella añoraba una vida distinta a la que le tocó vivir, una vida en la cual ella se libre y pueda sentir aquella paz que no tenía, pero lamentablemente su destino parecía cada vez ser más incierto, con un padre alcohólico, e inmerso en el mundo de la delincuencia, viviendo en un barrio en donde ella no podía hacer nada, sin que todos lo sepan, el escapar de esa vida, era prácticamente una utopía, aunado a todo ello, el jefe de su padre que era un hombre mayor había puesto sus ojos en ella, y cada vez que podía se le insinuaba con frases que incomodaban a la joven, incluso delante de su padre, quién en vez de defenderla permitía que el hombre la siga molestando, siendo esta otra de las razones por las cuáles, ella quería escapar de ese lugar, pues ella bien sabía que a lo único que podía aspirar en un lugar así era hacer uno más de ellos, una delincuente o una prostituta, y ella pues no quería esto, pero cuando se está inmerso en el mundo de la mafia es difícil salir del mismo, y Liza lo sabía perfectamente, aunque ella no está directamente involucrada con ese mundo, su padre si lo estaba, y este siempre terminaba arrastrándola a ella en cada huida que tenía, tras algún delito cometido, convirtiéndola así también en cómplice del mismo, y ese día no fue la excepción.


—Liza, corre, corre rápido o nos alcanzaran, — pronunciaba el padre de la joven, mientras por momentos giraba su rostro para ver a su hija y a las personas que venían tras de ellos.

—Ya no puedo más papá—dijo Liza.

—Si no quieres terminar tras las rejas, sigue corriendo— acoto con firmeza el hombre.


Cuanto tiempo transcurrió desde que salieron desde aquella habitación, hasta llegar al lugar que el padre de Liza y la banda a la que pertenecía llamaban "Refugio", no lo supieron, ellos solo supieron que caminaron e incluso corrieron por mucho tiempo, tratando de evadir a las personas que venían tras de ellos.

El lugar donde ahora se encontraban no era muy amplio, pero tampoco pequeño, el olor a cigarrillo, drogas y licor inundaban el mismo, esa era la realidad de Liza, aquella realidad que ella intentaba evadir, tarareando alguna canción, que en sus pocos ratos de tranquilidad podía escuchar a través de los audífonos de una pequeña radio, el único objeto que alguna vez le obsequio su padre.


—Liza, Liza Liza— pronuncio una ronca voz, haciendo que el cuerpo de la joven sienta una ola de frio recorrerlo, al tiempo una sensación de nauseas se hizo también presente, debido al fuerte olor de cigarrillo licor que se aproximaba a ella.

—Señor Kralf, ¡buenas noches¡ — respondió con la mayor tranquilidad la joven.

—Liza, ya te he dicho que dejes lo de señor, ya estas bastante grandecita como para que me sigas llamando así, además tú sabes lo especial que eres para mí— pronunció el hombre, mientras fumaba un cigarrillo y me miraba a la joven de pies a cabeza, con una mirada tan penetrante que aumentaba el temor de la misma.

—Jefe— dijo el padre de la joven, haciendo que el nombrado desvíe su mirada hacia él. —Me da gusto ver que la libraste, dos de nosotros cayeron hoy, pero así este medio, que le podemos hacer, de esto vivimos— pronunció el señor Kralf.

—Lo se jefe, lo sé, ¿pero si nos delatan? — decía con temor el padre de la joven.

—Ellos saben que no nos pueden delatar, ni decir el lugar donde nos encontramos o se mueren, ya sabes tenemos nuestros contactos dentro de la cárcel y no nos será nada difícil acabar con ellos si nos traicionan— respondió Kralf.

—Si lo se jefe, "Lealtad ante todo"— acoto el padre de Liza, mientras esta miraba con rencor al hombre que estaba frente a ella.

—Liza no me mires así cariño, mejor ven, vamos a celebrar que tu padre y tu salieron ilesos— decía el hombre tomando la mano de la joven, quién ante el contacto hizo un gesto de desagrado, que, para su suerte, Kralf no llego a notar.

—¿Qué paso?, ¿por qué estaba la policía en el barrio? — pronunció con calma para la joven para resolver sus dudas.

—Me gusta que te intereses por nuestros negocios mi reina— dijo Kralf, a lo que lo que la joven le respondió con una sonrisa forzada.

—Me lo puede decir— agrego nuevamente.

—Claro Liza, claro— respondió el hombre tras una breve pausa continuó su narración— Hubo una redada en el barrio, alguien parece que dio el soplo de que tenemos droga escondida en una de las casas, pero ellos no pudieron hallar nada, por suerte el día de ayer cambiamos de casa el cargamento.

—Claro— respondió la joven.

—Mañana todo será calma de nuevo Liza, mientras tanto el cargamento de droga tenemos que llevarlo a otro lugar— agregó Kralf, mientras miraba a cada uno de sus cómplices que estaban en el lugar.

—Si gusta, yo lo guardo en mi cuarto— dijo el padre de Liza, haciendo que la joven lo mire con preocupación.

—Sí, creo que ya te toca a ti, mañana mismo llevamos todo el cargamento a tu casa—dijo Kralf, haciendo que Liza, sienta una fuerte opresión en su corazón sin saber por qué.

—Como diga jefe, como diga—respondió el padre de la joven.

—Hagamos un brindis por nosotros, porque la logramos librar— pronuncio Kralf mientras bebía de una botella, que segundos antes había sido alcanzada por una mujer de diminutas prendas, pero él no era el único que había recibido una botella, sus cómplices también la habían recibido, al igual que él por otras mujeres que vestían prendas bastantes provocativas.


Liza miraba a las personas que había en el lugar, las miraba con cierto temor, pero a la vez nostalgia, si nostalgia, de solo imaginarse siendo una más de esas mujeres que habían decidido tomar esa opción de vida, tal vez por ser la más sencilla para ellas.


—Liza, brinda con nosotros, ya estás en edad como para al menos hacer un brindis— —pronunció Kralf, sacando a la joven de sus pensamientos.

—No me gusta la bebida— respondió en voz baja la joven, haciendo que las personas que estaban en el lugar, sobre todo las mujeres, la miren con una sonrisa de lado.

—Dele una botella a Liza—pronunció con firmeza Kralf, no prestándole la mayor atención al pedido de la joven.

—Como ordene señor—respondió una de las mujeres.


La mirada de Liza se llenó de angustia, al tiempo que movía su cabeza haciendo un sutil movimiento de un lado a otro, mientras juntaba sus manos, mirando a la mujer que había recibido la orden, y que sostenía una botella en su mano.


Hija recibe la botella, no desaires al jefe— pronunció el padre de la joven, mientras miraba a la misma con firmeza.


Como casi siempre sucedía, Liza por temor a alguna mala reacción de su padre, a pesar de su molestia, tomo la botella con una de sus manos, al tiempo que Kralf acercaba su botella a la suya.


¡Salud Liza¡ ¡salud!— dijo Kralf, soltaba unas carcajadas, al tiempo que llevaba la botella a sus labios.

—¡Salud¡—respondió la joven, ocultando su molestia, al tiempo que fingía llevar la botella a su boca.


Para suerte de la joven, otros de los integrantes de la banda se acercaron a Kralf y el empezó a brindar con ellos aprovechando esto, Liza camino hacia uno de los rincones del lugar, en donde estaba las mochilas de su padre y la suya, se sentó en el piso, tomo su mochila y la abrió, al hacerlo lo primero que vio fue un curioso antifaz de metal, la forma del mismo parecían los ojos de un gato, hasta orejitas de felino tenia, ese antifaz era el único recuerdo de su madre, a esta le encantaba coleccionar antigüedades y ese antifaz era una de las antigüedades que ella había coleccionado, tal vez el único objeto que quedaba luego de que su padre vendiera todo lo que su madre y él tuvo, para así poder cancelar una deuda de apuesta que tenía.

Liza miro con detenimiento por varios minutos el antifaz, pero sin sacarlo para nada de su mochila, mientras a su alrededor el sonido de botellas, olor a cigarrillo y voces de ebrios se escuchaban.


—Salud.

—Por un nuevo negocio.

—Ningún estúpido comandante va a impedir que nuestra banda siga creciendo— decía Kralf, al tiempo que sus secuaces levantaban sus botellas avivando sus palabras, mientras la joven seguía con la vista posada en el antifaz.

—«Solo un antifaz puede disimular los rasgos de dolor de un rostro»—pensaba Liza, mientras miraba con nostalgia el mismo.


Ese día Liza, su padre, Kralf y sus demás secuaces, permanecieron en el refugio, cada segundo que trascurría era una eternidad para la joven quien, en medio del olor repugnante de cigarrillo, alcohol y drogas, tuvo que permanecer en el mismo, abrazándose a sí misma, para protegerme de cualquier agresión mientras esperaba la llegada del siguiente día, un día que tal vez sería igual o peor que el día anterior.



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