Capítulo 18: Sadera Delenda Est - Parte 1
N/A: Bueno, aquí vamos de nuevo. Partimos con el quinto arco, que algo me dice que será el favorito de muchos por varios motivos (básicamente guerra, guerra y más guerra). En el capítulo anterior vimos que Diabo ordenó la retirada de las fuerzas imperiales en Itálica y se plegó al golpe de estado de su hermano Zorzal, pero bajo ciertas condiciones que aun desconocemos. Para los generales de Sadera, liderados por Zorzal, los dados ya están arrojados y solo queda hacer lo posible con las cartas que les tocaron. Bueno, los dejo leer en paz.
Disclaimer: "GATE: thus the JSDF fought there!" no me pertenece, todo el crédito a su respective autor. Esta es una obra hecha por diversión y sin fin monetario alguno.
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Arco 5
Guerra Total
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Capítulo 18
Sadera Delenda Est
Parte 1
"Es hora de que adoptemos una política conjunta y convergente sobre qué haremos con el Imperio de Sadera al otro lado de la Puerta. Se ha convertido en una amenaza severa, y las naciones del mundo deben combinar su poderío para convenir en que representa un mal que debe ser erradicado de la faz de cualquier planeta."
-Franklin D. Roosevelt, presidente de los Estados Unidos de América.
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Base Militar de Alnus, Colina Alnus, Falmart
Agosto, 1943
Los periodistas militares y civiles que atiborraban la arreglada superficie inundaron de más luces y gritos la zona de Alnus donde las puertas conectaran ambos mundos, su entusiasmo desesperando a los policías militares que, brazos enlazados y con porras en mano, contenían sus avances por obtener frases y primicias. Los líderes de las cinco naciones presentes en Falmart habían arribado, uno tras otro, al nuevo mundo para dar inicio a un evento que, promocionado y anunciado a los cuatro vientos por todos los medios de prensa y comunicaciones de la Tierra, prometía definir finalmente, después de dos años de atravesado por primera vez el GATE, un plan de acción común contra el Imperio de Sadera.
La reunión fue propuesta por el presidente Roosevelt de los Estados Unidos, impresionado por la carnicería que había supuesto la Tercera Batalla de Alnus para un ejército reducido (y anticuado, según sus propios generales) como lo era el norteamericano, y fue prontamente apoyada por Winston Churchill, primer ministro del Reino Unido, y Joseph Stalin, secretario general del partido comunista de la Unión Soviética. Adolf Hitler y Hideki Tojo, canciller alemán y primer ministro japonés, respectivamente, se adhirieron en cosa de días.
Con la seguridad al tope al otro lado de las puertas y con tres anillos defensivos rodeando Alnus (además de una doble guardia alrededor de los restos del pueblo de refugiados, reestablecido tras el fin de la batalla y con la salida restringida), los cinco jefes de gobierno se reunieron en el Centro de Mando Estratégico de Falmart, edificio en el corazón de la base y donde se llevaban a cabo comunicaciones y planeamientos de operaciones que involucraran unidades de más de un país (como lo eran, por ejemplo, los Equipos de Reacción). La parte superior del lugar aun presentaba daños de la reciente batalla, pero en general había sido bien reparado y acondicionado para el evento. Alrededor de una mesa circular, acompañados por intérpretes, personal diplomático y oficiales de escolta y estado mayor, los cinco políticos que decidirían el destino de una nación de tecnología antigua con alcance en tres continentes, con un mapa desplegado entre ellos, se miraron cara a cara.
Aislados del mundo exterior y enfrascados en discusiones, no abandonaron la sala sino para el almuerzo y una merienda. Los oficiales, diplomáticos y asistentes iban y venían con gran apuro, consistentemente chocando entre ellos y comentando rumores entre sus pares y los de países aliados. La desconfianza iba a la orden del día: poco costaba adivinar que Stalin, representante del comunismo mundial, era poco querido por sus pares, pero tampoco era muy oculto que Japón era mirado en menos por el resto o que Hitler y Churchill preferían chocar entre ellos que otra cosa. Las fichas en el mapa se movían de un lado a otro, informes llegaban y se modificaban ante las últimas noticias, varios oficiales de distintos países entraron a dar sus testimonios mientras los acompañantes de distintos ministerios daban sus consejos e indicaciones respecto a las capacidades de cada nación para afrontar las tareas que proponían. Y además de todo aquello, los mensajes urgentes no paraban de llegar del frente: aún se combatía, después de todo, y había un golpe de estado en Sadera del que preocuparse.
Tampoco era algo sencillo que aquellas cinco personas poderosas, más de una conocida por su testarudez o ego, se llevaran bien. Las personalidades fuertes de Hitler y Churchill chocaban fuertemente contra el conciliador Roosevelt, quien, asistido por el carismático Tojo, intentaba que estos siquiera consideraran lo que fuera que dijera Stalin (aunque ellos tampoco estuvieran muy dispuestos a escucharlo). Cada caudillo tenía en su mente lo que su país necesitaba de aquel mundo, y, a su propio juicio, la mejor forma de conseguirlo.
No fue sino hasta entrada la noche, cuando se dio inicio a la cena formal que acompañara el evento, que los jefes de gobierno se mostraron de nuevo a la luz pública. Se les notaba exhaustos: habían sido doce horas casi ininterrumpidas de negociaciones y discusiones, y estaban aún lejos de terminar. Aun así, apegándose a sus facetas políticas, cada uno brindó a su modo y alabó a sus compañeros de la mejor manera que consideraran (que, en algunos casos, consistía en no mencionarlos en ninguna de sus palabras).
Los siguientes cuatro días, en cambio, transcurrieron con mucha menos pompa: el nerviosismo y el apuro, combinados con las noticias que llegaban de los distintos frentes de la Coalición, las alertas (usualmente exageradas) de los perímetros de seguridad, el intento de acaparar datos extranjeros mediante espías, dobles agentes y redadas secretas y una notable desconfianza respecto de qué tanto sabía el otro truncaban las negociaciones, a medida que el documento final que resumiría todas las conclusiones hechas avanzaba a paso lento pero inexorable. Fueron días enteros de estrés, donde las cinco partes se vigilaban mutuamente tanto como se vigilaban a si mismas en busca de espías.
Finalmente, para la sexta jornada, había una diferencia que lo unía a la primera: habría una cena de gala. La noticia corrió como la pólvora, y todos en Alnus, desde los generales asistentes con sus mejores uniformes presentables hasta el más bajo soldado raso montando guardia a varios kilómetros con una radio adaptada al funcionamiento local, esperaban ansiosos las noticias que salieran de allí.
No por eso el día fue más tranquilo, puesto que las discusiones y negociaciones, tanto por arriba como por abajo de la mesa, seguían su curso inexorable. Otras doce horas de trabajo solo interrumpido para el almuerzo se sucedieron en un parpadeo y, antes de que alguien se diera cuenta, estaban todos los asistentes bien vestidos esperando a los principales comensales.
El primero en aparecer a la cabeza de la sala fue Hitler, a paso firme y decidido. Le siguieron Churchill, saludando con su característica sonrisa y signo de paz con la mano, y Tojo, quien constantemente echaba un ojo atrás por si Roosevelt, quien precedía a paso lento a Stalin, necesitaba alguna ayuda con su difícil caminar. Tomando sus asientos, fue el primer ministro británico quien abrió la contienda con una copa de vino en lo alto. Sus palabras, que resumirían todo lo discutido esos seis días, fueron:
—Sadera delenda est.
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War room, Castillo Formal, Itálica
—Sadera delenda est.
Respiraciones contenidas inundaron la sala de mando, con los oficiales de las distintas armas mirándose nerviosos entre ellos ante las palabras que salieron de la radio. El teniente general Montgomery se masajeó el entrecejo y ajustó la boina en su cabeza, su mente ya haciendo planes para lo que se venía.
—Está decidido, entonces. Sadera dejará de existir. —La sala de llenó de comentarios en voz baja, todos pensando en el rol que les tocaría de ahora en adelante. Montgomery, sin embargo, aún no terminaba de hablar—. Itálica aumentará su importancia a partir de ahora. Se transformará en la base de suministros a partir de la cual se lanzarán ofensivas, dada su ubicación en el mapa. El enemigo también sabe esto, desgraciadamente. La dirección de sus retiradas no fue algo decidido casualmente.
—¿Qué planea, señor?
—Debemos aprovechar el tiempo. Cada día más que nos demoremos significa mayor tiempo para que se atrinchere nuestro enemigo. —Se dirigió al mapa colgado a un costado de la sala de mando, los oficiales de mayor rango siguiéndolo de cerca—. Los alemanes no lograron tomar el puente de Ligs a tiempo, pero si aseguraron Lancia y despejaron los caminos hasta ambos lugares. Lo único que queda entonces es...
—Los fuertes fronterizos —interrumpió uno. Montgomery lo fulminó con la mirada, pero asintió a los pocos segundos.
—Exacto. Los fuertes fronterizos dos, tres y cuatro siguen ocupados por tropas de retaguardia saderianas y bloquearán o estorbarán cualquier intento de usar las carreteras. Tenemos que encargarnos de ellos pronto.
—¿Qué sugiere, general?
—¿Están el Grupo Atlántico aún en Itálica?
—Sí, señor. Están en el campamento alemán al sur.
—Tráiganme a su comandante. También quiero al lieutenant colonel Goodwin, del Regimiento de Suffolk, y al lieutenant colonel Heller, del batallón norteamericano.
—De inmediato, señor.
—Ah, y traiga igualmente a cualquier oficial de blindados y de artillería que encuentre. Británicos, de preferencia.
—Así se hará.
No tomó más de una hora para que el teniente general Montgomery tuviera frente al escritorio de su despacho a los cinco oficiales que mandara a buscar. Los revisó con la mirada de derecha a izquierda: los tenientes coroneles Goodwin y Heller, el major en funciones Schmidt, el major Williams y el capitán de blindados Howard. Los cinco se llevaron la mano a la sien apenas se dispusieran en fila frente al británico, todos portando caras serias en previsión a lo que el general les comunicara.
—Señores, supongo que ya saben las noticias de Alnus. El destino de Sadera está sellado. —El grupo asintió, bajando sus manos luego de que Montgomery devolviera el saludo—. Es imperioso que nos movamos con la mayor celeridad posible. Las ofensivas mayores no comenzarán hasta al menos un mes más, pero se vuelve necesario para su correcto funcionamiento el asegurar el área entre nuestras bases y las posiciones defensivas enemigas.
—¿Qué sugiere, general? —Preguntó Goodwin, cruzándose de brazos—. Itálica no posee recursos ni efectivos en abundancia, y lanzar una ofensiva, incluso de mediana escala, resultará en un estrés excesivo sobre nuestras líneas de suministro y tropas.
—Y si bien tenemos tanques en abundancia, gracias a que no los utilizamos mucho durante el asedio, tanques sin infantería de apoyo resultará en su aniquilación —expuso a su vez Howard, frunciendo el ceño—. Sin contar con que la dotación de combustible tampoco es generosa. La prioridad en los trenes han sido la comida, suministros médicos y equipo de construcción para volver a levantar la ciudad tras el bombardeo sistemático al final de la batalla.
—No se preocupen por ello, comandantes. Está todo planificado. —Montgomery se puso de pie y avanzó hasta el mapa fijado en la pared lateral de la sala, hablando con seguridad mientras apuntaba con su dedo—. No haremos ningún movimiento que pueda considerarse "de gran escala" por los mismos problemas que señalan ustedes, razón por la cual haremos operaciones que involucren menos números y aprovechen al máximo nuestros medios. Comandantes, los elementos que ustedes cinco comandan pasarán a integrar la nueva Task Force 93, fuerza principal de la Operation Legends. Tendrán a su cargo expulsar a los imperiales de los fuertes fronterizos que aún ocupan, asegurando nuestros flancos y abriendo el camino para la próxima invasión. Además... —emitió una pequeña sonrisa, una que compartió el resto—. ¿A quién no le gusta ganarse un poco de fama antes de la acción principal?
—¿Cómo haremos esta operación? —Inquirió Schmidt, acercándose al mapa. Retrocedió un par de pasos al notar agriarse el rostro de Montgomery, pero mantuvo el semblante serio.
—Yunque y martillo. Dividiremos a la task force en dos grupos: task force 9 y task force 3. TF9 contendrá a los batallones de Goodwin y Heller, que serán asistidos por la artillería de Williams y los blindados de Howard. TF3, por el otro lado, consistirá en los Equipos de Reacción bajo su mando, Schmidt, más sus unidades complementarias. TF9 fijará a los enemigos a la posición que ocupan mientras TF3, más móvil, los rodea y golpea por la retaguardia, empujándolos contra TF9. Rodeen la posición para que nadie escape y retomen el fuerte. Repitan con los otros dos.
—¿Y qué haremos respecto al tema de nuestros suministros? —Preguntó a su vez Williams, levantando una ceja.
—Daremos prioridad de combustible y municiones a sus unidades. Para ahorrar vidas, bombardearán fuertemente las posiciones enemigas de manera permanente hasta que se realicen los asaltos. Si necesitan movilidad, confiscaremos todos los camiones y semiorugas que necesiten de otras unidades.
—¿Y los Equipos de Reacción?
—Ellos tienen su propia cadena de suministros que viene del Fuerte Kentucky. Están mejor aprovisionados que media Itálica. —Schmidt ocultó una sonrisa ladina ante el comentario, plenamente consciente del mejor estado de su unidad—. Por eso mismo ellos, que incluyen de manera orgánica infantería, armas de apoyo, blindados y artillería plenamente mecanizados, serán el martillo. El resto formará el yunque. Preparen a sus hombres y mándenme una lista con lo que necesitan a más tardar mañana al mediodía. Schmidt, lo que requiera su unidad lo envía al major Hoffman en el Fuerte Kentucky. La operación comienza en tres días. —Los oficiales se llevaron la mano a la sien, recibidas sus instrucciones—. Pueden retirarse.
El quinteto se marchó de la sala a paso tranquilo, cada uno camino a sus respectivas unidades.
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Afueras de Londres, Reino Unido
El oficial británico avanzó a paso tranquilo por el pasillo de la mansión a las afueras de Londres, seguido por los dos allegados y sus ayudantes y flanqueado por otros guardias del lugar. En aquella mansión de campo había varios prisioneros de alto perfil, conseguidos de distintos enfrentamientos y diversidad de motivos, pero en esta ocasión los dos colonels tendrían el agrado de tratar con uno que superaba a la gran mayoría por mucho, al menos en lo que a categoría se refería. Acercándose a una puerta en específico resguardada por dos guardias permanentes, el leftenant golpeó un par de veces la puerta, esperó un par de segundos una confirmación desde dentro, y giró el pomo para abrir la entrada, invitando a sus invitados a seguirlo.
Los coroneles en cuestión seguro esperaban bastantes cosas de la habitación y de su ocupante, pero definitivamente no esperaban a un hombre mayor ya entrado en canas con una sombra de varias décadas encima rodeado por finos muebles (aunque no lujosos, desde luego. No tenían tanto presupuesto en sus manos tampoco) en una habitación de tamaño respetable. Tras un breve momento de deleitarse con su expresión algo contrariada, el teniente hizo un saludo, dio media vuelta y abandonó la estancia, cerrando la puerta tras él. Era poco más lo que podía hacer, así que les dejaría el asunto a los profesionales y él se limitaría a su rol en aquello.
—Nadie entra o sale de aquí sin mi permiso, ¿entendido? —Ambos guardias apostados en la puerta asintieron—. Bien. Ahora, por este asunto nos prometieron una pequeña... "compensación", por olvidar toda esta visita. ¿Alguno quiere un whisky?
Mientras tanto, dentro de la habitación, los dos coroneles colocaban ensayadas sonrisas amables en lo que saludaban al captivo, señalando la mesa en el centro de la sala de estar a un costado. Ambos tomaron asiento en un sofá doble, con sus ayudantes de pie tras ellos, observando a su forzado huésped cojear con un bastón desde la entrada a la terraza (donde se encontraba tomando aire) hasta el sillón frente al cuarteto, sentándose de forma relajada ante los uniformados.
—¿Y bien? ¿Qué hacen aquí ustedes?
—Pensé que se haría una idea. No es la primera vez que lo visitan los nuestros en cautiverio, ¿no es así?
—Pero me temo que es la única coincidencia que tienen con los visitantes anteriores. Su actitud es diferente, y esa máscara de amabilidad está muy bien ensayada. No son interrogadores, o cuando menos, no son comunes.
Ambos coroneles se miraron el uno al otro al otro con leves sonrisas traviesas, comunicándose entre ellos en voz baja.
—Y no se equivoca, Alteza. Y déjeme felicitarle en su nivel de inglés.
—Pueden dejar ese título. No soy más que un hombre anciano que ha perdido su país por largo tiempo. No hay nada que pueda alguien obtener de mí.
—Esa es una visión muy fatalista, alteza.
—¿Pero me equivoco?
—Quien sabe...
El huésped entrecerró los ojos, analizando de arriba abajo a los dos oficiales enfrente suyo. Sus posturas eran perfectas, sus rostros, amables y sin cosa alguna que los hiciera destacar. Estos hombres, fueran quienes fueran, de ninguna manera eran interrogadores comunes.
Y eso los hacía peligrosos.
—¿Quiénes son? ¿Quién los envía?
—No es necesaria tanta hostilidad, alteza. Somos simplemente unos empleados del gobierno de Su Majestad el rey George VI, que amablemente le reitera sus saludos de un monarca a otro.
—Entonces cuando menos podrían indicar qué objetivo buscan, señores. No es común andar con tanto secretismo en conversaciones.
Ambos coroneles se miraron brevemente, asintiendo.
—Coronel Matthews, MI6.
—Coronel Cole, MI13.
—¿Y qué son esos MI6 y MI13 que mencionan ustedes?
—Vamos con calma, ¿sí, Alteza? —Indicó Matthews, sonriente—. Después de todo, tenemos tiempo.
—¿Tiempo? Llevo aquí encerrado más tiempo del que me gustaría admitir, y tiempo me sobra desde que asumí que no volveré jamás a mi tierra. No, quien estaría escaso de tiempo aquí son ustedes, y sin embargo los veo tan calmados que hasta me da rabia. ¿No hay una guerra allá fuera que deben pelear? ¿De verdad pueden permitirse perder el tiempo con un vejestorio como yo?
Ambos oficiales se miraron entre sí, uno sacando una pequeña carpeta que deslizó suavemente sobre la mesa, acercándola al anciano frente a ellos.
—Creemos que esto podría interesarle.
La sonrisa se mantenía, pero el tono amable había desaparecido. Su huésped notó esto enseguida: seguía siendo gentil, y seguía demostrando superioridad de quien se sabe está por arriba, pero era claro que en algo había dado en el clavo. La pregunta ahora era: ¿en qué?
Ojeó la carpeta enfrente suyo. Lentamente extendió su único brazo, alcanzándola y abriéndola sin parsimonia. Allí, en el centro de una pulcra hoja blanca y escrito tanto en el idioma local como en su lengua nativa, decía sencillamente:
OPERATION THRONE
—... ¿qué es esto?
Los dos coroneles ensancharon sus sonrisas, para mayor desosiego del general.
—Póngase cómodo, rey Duran, porque necesitaremos cada minuto de ese tiempo que le dijimos al principio.
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Este de Itálica
Dos días después...
El veterano oberleutnant asomó la cabeza por sobre la loma del promontorio desde el cual se disponía a observar, escapándose un "Carajo" de sus labios antes de volver a esconderse, murmurando luego un sinfín de maldiciones en español que el grupo que lo acompañaba hizo caso omiso por su salud mental.
—Entonces, —preguntó uno de dichos acompañantes, garabateando un trozo de papel con un lápiz—. ¿Qué descubriste?
—Que creo que odio a los saderianos.
—Nooo, ¿en serio? Fíjate que creo que eres el primer terrícola en Falmart que piensa eso.
—¿Sabes? Creo que podrías ir tú a revisar ese fuerte.
—Pero soy el cartógrafo. No debería ser el que se juega el pellejo.
—Pues mala suerte, porque el que está a cargo soy yo.
La discusión entre ambos uniformados duró poco más que eso, cuando el tercer miembro del grupo les recordó que seguían en territorio enemigo. Reaccionando acorde, ambos se asomaron por sobre el borde de la colina donde se encontraban, uniéndose al tercero del grupo en observar la posición enemiga.
—Bueno, una cosa es segura, —anunció el oberleutnant Blanco, ajustando el foco de sus binoculares—: estos saderianos no perdieron el tiempo en rositas.
—Disculpe, teniente, pero creo que eso sería una subestimación de lo que estamos viendo, —indicó el segundo miembro del grupo, un español con cicatriz en la cara que ya había acompañado al oficial en el reconocimiento de una vanguardia saderiana hace unos meses, obergefreiter Muñoz—. Esto es una jodida fortaleza, y creo que me estoy quedando corto. Creo que hasta tiene barracones de oficiales.
—Bueno, son tropas de segunda categoría. Tienen que compensarlo con algo, —acotó el tercer miembro del grupo, oberschütze Zimmermann, el único que no pertenecía a la División Azul. Hablaba, sin embargo, un excelente español, aunque con un acento distinto al de los ibéricos.
—¿Recuérdame de nuevo cómo es que sabes hablar español así? La última vez que revisé no era un idioma muy estudiado en Alemania.
—Bueno, pues nací en el Perú.
—¿Y qué haces en el Heer entonces?
—Mi padre es alemán. Fui a Alemania a completar mis estudios y terminé uniéndome al ejército.
—Huh... bueno, como digas, excolonia. —Blanco ignoró el gruñido molesto que hizo de respuesta del sudamericano y volvió a enfocar sus binoculares sobre la posición saderiana—. De todos modos y volviendo al tema, parte de la razón por la que tienen tan buena posición es que es nuestra.
—¿Ah?
—Este era uno de los fuertes fronterizos de la frontera original entre la Coalición y el Imperio.
—Ya se me hacía raro que ellos supieran hacer concreto.
—Los romanos también sabían.
—Huh... ¿en serio?
—¿De dónde sacan estos reemplazos? Y yo que pensé que los alemanes tenían soldados educados...
—¿De verdad pensabas eso? —Preguntó Muñoz, levantando una ceja, pero sin moverse.
—La verdad no, pero eso son detalles.
El trío continuó su labor de observación, cada uno con su tarea: los dos españoles indicaban lo que veían y su disposición, con el sudamericano anotando todo en una hoja con un boceto del área hecho de antemano basado en los planos anteriores a la guerra. Al cabo de una hora hicieron un repaso de lo visto, ya dispuestos a irse.
—Entonces, de afuera hacia dentro: trinchera de vigilancia.
—Aja.
—Seguida por una trinchera principal.
—Aja.
—Una última trinchera de retaguardia a los pies de los muros.
—Aja.
—Todo conectado por zanjas de comunicaciones y construido aprovechando el foso original.
—Es correcto.
—Bien. Luego sigue...
—Los muros del fuerte —indicó Muñoz, ojeando dicha estructura—. Mantienen la estructura de los planos originales, pero repararon los daños del ataque con madera y otros materiales más endebles. Han tenido tiempo para hacerlas, así que apuesto que son decentes.
—Sí, bueno, seguro tenían que mantenerlos ocupados de alguna forma —el comentario de Zimmermann fue por lo bajo, pero de igual manera arranco sonrisas de sus acompañantes—. De cualquier manera, una cosa es cierta: no tocaron mucho el diseño original del fuerte en sí.
—Sí, mantiene aún la forma pentagonal. ¿Cómo se llamaban estas cosas?
—¿Traza italiana, creo? —Intervino Muñoz, aunque dudoso.
—No, ese es un tipo. El término genérico es algo así como "fuerte de bastiones."
—¿Y eso es?
—Básicamente cualquier fuerte con murallas fortificadas y bastiones reforzados con arcos de fuego cruzado. Datan al menos del siglo XVII, aunque los más modernos son más abiertos y-
—Sí, sí, no me interesa. Déjalo para los que están al mando.
—Como diga, oberleutnant.
—Entonces, siguiendo con el fuerte... —Blanco levantó sus binoculares de nuevo, ojeando la estructura—. Mantienen la forma pentagonal original, y te apuesto lo que quieras a que tienen todos sus cañones en los bastiones exteriores. Cuando menos agradezcamos que los comunistas no pensaron en hacer una estructura muy complicada.
—Amén a eso —agregó Zimmermann.
—Perdone, oberleutnant, ¿pero no es esto ya muy complicado? —Inquirió Muñoz, alzando una ceja—. Incluso siendo guarnecido por un ejército napoleónico de segunda, creo que esto será difícil de asaltar.
—Tienen las murallas y bastiones, y modificaron la fosa para hacer trincheras, pero eso es porque trabajaron sobre lo que dejaron los rojos. Como los imperiales no tenían artillería en la guerra anterior, los comunistas se ahorraron cosas como las glacis, defensas exteriores, caminos subterráneos protegidos y así. Los imperiales no tienen el conocimiento de esas cosas tampoco.
—Sin mencionar, —continuó Zimmermann, haciendo los últimos garabatos en sus planos improvisados—. Que el diseño original también es básico. Los bastiones, por ejemplo, son de espalda, no de oreja, y bastante sencillos en eso. Son más fáciles y rápidos de construir y contra un ejército romano no hace mucha diferencia. La fosa también era muy básica, no muy profunda y hecha solo para frenar maquinaria de asedio romana. No empecemos con las murallas: son muy delgadas para resistir el embate de artillería convencional, no se hable de municiones explosivas modernas.
—O sea que...
—Los tanques y obuses la tendrán relativamente fácil destrozando esto, —vaticinó Blanco, bajando nuevamente sus binoculares—. Bien, ¿nos falta algo? La estructura interior, por lo que alcancé a ver, es la misma que antes, aunque con más tiendas de campaña para la dotación.
—No que yo sepa. Volvamos al kübelwagen y...
—Oiga, teniente, —interrumpió Muñoz, una sonrisa traviesa en el rostro—. Y si... ¿atrapamos a uno de estos tipos y lo motivamos a hablar?
—Estás loco, —indicó Zimmermann, abriendo los ojos—. Eso es una fortaleza de una sola puerta. ¿Cómo planeas infiltrarte a capturar a uno de ellos?
Blanco sonrió de vuelta, colocando un peine de balas en su kar 98k.
—Ya verás.
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Unas horas más tarde...
—¿Qué hicieron qué?
—Capturamos a uno vivo, capitán.
Donoso miraba boquiabierto a los tres exploradores que volvieran hace cosa de unos minutos, dos de ellos sujetando con sus botas a un imperial claramente adolorido en el suelo. El teniente Blanco, sonriente, mantenía su mano en la sien en un saludo militar e ignorando los gruñidos que le llegaban de su prisionero.
Atrás de Donoso, los capitanes Schmidt y Chumikov observaban con una ceja alzada la escena, pero tan intrigados como su par español.
—Sí, sí, eso lo entendí. Mi pregunta es... ¿cómo?
—Pues verá, sabíamos que la mayoría de los tipos eran de segunda o tercera categoría, así que tomamos el küberwagen y nos lanzamos sobre un grupo disperso luego de darle a uno un tiro de fusil. Luego tomamos a la pasada al que se viera más importante de los que huían, lo echamos dentro del vehículo y le pegamos con el fusil hasta que cayera inconsciente.
—...
—Ah, y aprovechamos cada uno de traernos un trofeo.
—... no quiero saber.
—Bueno, dejando de lado la aventura, un prisionero es un prisionero, —interrumpió Schmidt, manteniendo el semblante serio pese a que se le veía entretenido ante la ocurrencia—. Chumikov, ¿quieres?
—Claro, claro. Déjenmelo a mí. —El oficial ruso no disimulaba su diversión con el asunto, agarrando al prisionero del cuello de su ropa y arrastrándolo por el suelo en lo que se iba con sus hombres—. Denme una hora como mucho y lo tendré cantando ligerito.
—... ¿ese es un cinturón...? —Preguntó Donoso, ceja alzada ante la vista de uno de los soviéticos quitándose el mencionado artículo.
—¿Recuerdos de la infancia, capitán?
—Silencio.
—Bueno, en lo que se va el comunista ese... —Schmidt se giró hacia los hispanohablantes, extendiendo la mano—. ¿Tienen los planos del fuerte?
—Sí, aquí tiene herr hauptmann. —Blanco se adelantó unos pasos y le extendió los papeles al oficial—. Los saderianos han trabajado sobre la construcción original, pero salvo mejoras puntuales como las trincheras y alojamiento, es básicamente una versión más endeble de la estructura que hicieron los rojos.
—Bueno, eso nos facilita el trabajo. —Schmidt analizó los dibujos con ojo rápido, entregándoselos luego a su ayudante que se encontraba a su lado—. Manda a hacer veinte copias de esto al cuartel general: envías una a Montgomery, tres a cada comandante de la task force y traes de vuelta la original con las copias que sobren. Puedes usar mi kübelwagen.
—Jawohl mein herr! —El ayudante se llevó la mano a la sien y abandonó el lugar a paso rápido.
—¿Algo más que reportar?
—Nada que yo sepa. Está todo en el reporte.
—Bien. —Schmidt dio un par de pasos hacia su izquierda, tomando la taza de café a medio tomar que había dejado sobre la mesa ahí ubicada—. Ahora, ¿alguien tiene algo más que reportar antes de que me acabe este café? Y más les vale que sea importante.
—¿Te lo digo o lo dejo como sorpresa? —Una voz desconocida al grupo llegó desde la entrada del cuartel temporal del Grupo Atlántico, llevando a que todos los presentes se voltearan en dicha dirección. Allí se encontraba un oficial de uniforme germano y notoria estatura, observando a los presentes de brazos cruzados.
—¿Y este quién es? —Susurró Blanco a Donoso. Este se encogió de hombros disimuladamente.
—Ni zorra idea.
—No sé quién seas, pero esta zona está fuera de límites para personal no relacionado a la operación Legends o al Grupo Atlántico —habló Schmidt, dando un paso al frente tras acabar su café de golpe—. Retírate antes de que los guardias lo hagan a patad-
—Hombre, ¿no me reconoces?
—Creo que fui bastante explicativo en que tienes cinco segundos para desaparecer de aquí antes de que te pegue un tiro-
—¿No te suena el nombre Büller? ¿Hauptmann Büller?
Schmidt alzó una ceja, analizando al desconocido de arriba abajo repetidamente. Al cabo de varios segundos alzó la otra ceja, mirando la cara del oficial en cuestión.
—¿Bertolt?
—El mismo. —El oficial de cabello castaño oscuro y cara ligeramente pecosa abrió los brazos exageradamente, enfatizando su presencia—. No nos veíamos desde hace mucho, ¿no es así?
—Desde finales del '41, si mal no recuerdo. Te perdí la pista entre las dos batallas de Alnus.
—Sí, bueno, me transfirieron a la Francia aun ocupada en noviembre por... bueno, temas de carrera. Probar armas y cosas así.
—Ya...
—Oye Schmidt, ¿te importaría decirnos quién es este? —Interrumpió Donoso, aunque se notaba que la intriga la compartía el resto de los presentes.
—Ah, yo soy-
—Hauptmann Bertolt Büller, oficial de artillería y parte del primer grupo alemán en cruzar el GATE en 1941 —explicó con rapidez Schmidt, aun observando al sujeto en cuestión—. Comandó nuestros cañones de apoyo en el cruce.
—Podrías haber agregado que fui de los que provocó la dispersión enemiga. —Büller se cruzó de brazos—. Podríamos haber muerto ahí.
—Cuando el capitán del destructor yankee lo reconozca así, hablaremos. —Schmidt giró los ojos—. ¿Qué haces aquí? Aún no respondes eso.
—Ah, ¿eso? Soy el nuevo encargado de tu artillería. —Büller dio una amplia sonrisa de autosuficiencia, lo que no evitó las caras sorprendidas de los españoles, la confundida de Zimmermann y la desconfiada de Schmidt.
—¿Y qué hay de Werner?
—Está de permiso. Volverá en un par de semanas o algo así.
—Hijo de pu-
—De todos modos, —interrumpió Büller el insulto de Schmidt, aprovechando de dejar la orden de traslado pertinente sobre la mesa—. Me asignaron como reemplazo de Werner por esas semanas que esté en Alemania, y parece que llegué justo a tiempo para una operación. ¿Alguien podría explicarme que irá a ocurrir ahora?
—... claro. ¿Gefreiter Zimmermann? —Al explorador le tomó un segundo dar un paso adelante, entrechocando los tacones de sus botas—. Explíquele al capitán Büller sobre las fortalezas que asaltaremos luego.
—Jawohl! —El soldado se llevó la mano a la sien antes de echar a andar fuera del lugar.
—La verdad preferiría que fuera un oficial el que me explique...
—No tengo gente libre para hacer tareas que otro puede hacer. Zimmermann viene de reconocer los fuertes, no hay otro que sepa más sobre el asunto.
—¿No hay dos oficiales libres aquí mismo...?
—Oberleutnant Blanco, vaya a revisar la sección de cañones de 5 centímetros que llegaron.
—De inmediato, señor.
—Donoso, trae a Butler. Tenemos que repasar como carajos funciona el ejército de los obsesionados con el té.
—Voy.
—¿Ves? —Schmidt se encogió de hombros en lo que ambos españoles se iban—. No tengo oficiales de sobra. Vamos, que estás tardando.
—Si tú lo dices...
Büller y Zimmermann desaparecieron luego de que el primero girara los ojos, llevándose con ellos la tensión en el ambiente que permitió al major en funciones liberar un suspiro que no sabía que contenía. Aun con el rostro firme, Schmidt avanzó a paso rápido hasta la entrada del edificio.
—Nadie entra o sale hasta que yo mismo revoque la orden. Las únicas excepciones son los capitanes Butler y Donoso.
—Jawohl! —Ambos guardias armados con subfusiles se llevaron la mano a la sien, acercándose un paso cada uno al centro de la puerta de modo de hacer una barrera física a la entrada. Satisfecho con esto, Schmidt se dio la vuelta y cerró la puerta tras de sí, su mirada dirigiéndose al papel con la orden de traslado de Büller.
Al cabo de unos minutos Donoso volvió con Butler tras él, el inglés con el ceño fruncido en lo que cerraba la entrada tras ellos.
—¿Pasó algo? —Preguntó apenas entró, sus ojos escaneando la escena. Donoso se sumó a la inspección, aunque no halló cambios comparado a cuando abandonó el lugar.
—... esto no me gusta —indicó Schmidt simplemente, pero su rostro mantuvo la expresión concentrada.
—¿Tiene que ver con el boche desconocido que anda paseándose por el campamento como si fuera el dueño del lugar?
—¿El capitán Büller? —El español alzó la ceja, cruzándose de brazos—. Se ve algo engreído, pero no sé si sea para tanto-
—No es eso. Que me agrade o no Bertolt es irrelevante. —Schmidt finalmente apartó la mirada de la orden de traslado, caminando hacia su despacho seguido de los dos capitanes—. El problema es él en sí.
—¿Comprometió alguna operación en el pasado? —Aventuró Butler, pero Schmidt lo desestimó de un gesto.
—Ojalá fuera tan sencillo. Donoso, ¿qué dijo Büller que hacía aquí? —Preguntó de vuelta, cerrando la puerta tras el grupo.
—Reemplazar a Werner mientras estaba de permiso —respondió Donoso. Butler entrecerró los ojos de inmediato.
—Butler, ¿dijo Werner algo al respecto?
—Nada. De hecho, siempre hablaba de detalles sobre la misión.
Schmidt asintió.
—Yo también hablé con Werner hace unos días, y no hizo ninguna mención de intenciones de irse. Cualquier orden superior hubiera pasado primero por mí. —Ambos capitanes entendieron de golpe porque la desconfianza de su par, frunciendo el ceño—. Además... ¿por qué dijo que había desaparecido de Alnus hace dos años?
—Asuntos de carrera militar —indicó nuevamente Donoso.
—Exacto. —Schmidt suspiró, arrugando la nota en su mano en lo que suspiraba fuertemente—. Ese es el problema.
—¿Por qué sería eso un problema?
El papel arrugado cayó sobre la mesa, Schmidt masajeándose el entrecejo con pesadez.
—Büller no se fue de Alnus para avanzar su carrera de artillería. El desgraciado ni siquiera era de artillería en primer lugar.
El alemán tomó el papel y lo dejó dentro de un cajón en su escritorio, cerrándolo luego con llave.
—Fue arrestado por traición al descubrirse que espiaba para los soviéticos. —Se llevó la mano a la pistola que llevaba al cinto, sus ojos parecieron querer prender en llamas el mueble donde dejara el documento—. El hauptmann Büller fue ejecutado en Alnus en enero de 1942, dos meses después de que este farsante que tenemos aquí dijera que se fue a Francia.
Español e inglés estrecharon los ojos, inconscientemente llevando sus manos a las armas que tenían al cinto. Schmidt levantó la diestra en un gesto de calma, pese a lo cual revisó toda la oficina con la mirada. El lugar estaba tal cual lo dejara antes de recibir al grupo explorador, lo que le daba algo de tranquilidad, aunque no mucha.
—¿Qué planeas hacer con esta información?
—Por ahora, observar.
—¿Observar? —Donoso dio un paso al frente, brazos separados de su torso en lo que aumentaba su volumen—. Tienes a un traidor muerto directamente bajo tus narices. ¡¿Cómo no vas a hacer nada?!
—Exacto. Es un muerto en vida. —Schmidt suspiró, sentándose tras su escritorio de campaña—. Alguien con poder debe haberlo metido por algo con ese nombre. El Büller original era pecoso, sí, pero lo era exageradamente. O el tipo consiguió un tratamiento de piel y se olvidó de las fechas aproximadas, o estamos con alguien de apariencia muy parecida y que tiene un propósito oculto.
—Planeas averiguar quién lo mandó aquí y qué fin tiene —anunció Butler, obteniendo un gruñido afirmativo del alemán—. El original espiaba para los rojos, por lo que es probable que este sea igualmente un espía. Quizás un agente soviético enviado para reportar nuestros movimientos.
—Eso sería ridículo. ¿No tienen a Khoakin aquí ya para eso? —Intervino Donoso, ceja alzada.
—No, Chumikov será comunista y todo, pero el tipo se lleva horrible con cualquier cosa relacionada con el NKVD. Si es un espía, no lo es para Beria. Si alguien, apuesto que sería para la STAVKA.
—Lo que quiere decir que no es de confianza en este asunto —vaticinó Butler, cruzándose de brazos—. García tampoco está libre de dudas. Dudo que el tipo pueda hacerse comunista para salvar la vida, pero no es precisamente amistoso con Alemania tampoco. Lo veo ayudando a un espía dentro del ejército alemán solo por joderlos a ustedes.
—Ajá. Es por eso que los llamé solo a ustedes. —Schmidt se puso de pie, rodeando el escritorio hasta quedar frente a ambos capitanes—. No hablen con nadie de este asunto, ni siquiera dentro de nuestras tropas, hasta que tengamos claro quién demonios es este Büller, que busca y qué apoyo tiene. Butler, intenta comunicarte con Werner y averigua qué es de él. No es de tu ejército, pero puedes hacerlo pasar como algo entre amigos. Si lo comunicara yo por dentro del Heer encendería alarmas de quien nos vigila.
—Entendido.
—Donoso, mándale un mensaje cifrado en español al coronel Rodrigo de la División Azul. Indícale que ponga todas sus fuerzas en alerta, sobre todo en la Vía Itálica, y en especial a todo lo que respecta a comunicaciones e infiltraciones soviéticas en sus filas o posiciones o que se trate de suministros nuestros. También que mantenga un ojo hacia el Fuerte Kentucky.
—No hay problema.
—Bien. Esperemos que quién sea que esté tras esto no sea demasiado escurridizo. Si tenemos suerte, lo atraparemos por nuestra cuenta. Por mi parte, intentaré comunicarme directamente con Hörnlein saltándome a Hoffman: el Grossdeutschland tiene una línea directamente con Berlín, y podrían arrojar algo de luz sobre todo este asunto. Pueden retirarse.
Los tres oficiales hicieron un saludo, abandonando juntos la instancia y saliendo cada uno en una dirección distinta.
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N/A: La verdad pensaba avanzar algo más esto, pero entre los tiempos, los finales que se acercan y otros proyectos que tengo, preferí dejarlo aquí por ahora. En fin, vamos ahora con detalles técnicos:
1. Para esta época el MI5 (Security Service) y MI6 (Secret Intelligence Service) británicos ya no se usaban para las agencias de inteligencia interna y externa, sino que eran los enlaces militares con dichas agencias. Sin embargo, quedaron como apodos populares. El MI13 no se utilizó durante la segunda guerra mundial, por lo que lo adapté como el directorio de inteligencia militar de Falmart (la parte de que Duran está en una mansión de campo es una referencia a la mansión real donde los ingleses dejaban a los generales alemanes capturados).
2. Hay métodos para copiar imágenes, sí, pero no sé cuales existían en esta época y a qué nivel estaban. Dejen lo de las copias de los planos como una libertad artística si es que la tecnología para hacerlo rápido y preciso no estaba allí.
Ah, y los invito a leer mi spin-off/AU de mi fanfic de DxD, "A Barman's Work". En fin, nos leemos,
RedSS.
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