Capítulo 16: Lucha, Muerte y Sangre - Parte 2
Disclaimer: "Gate: thus, the JSDF fought there!" no me pertenece, todo el crédito a su respectivo autor.
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Capítulo 16
Lucha, Muerte y Sangre
Parte 2
"A la medianoche de algún día de junio, con un estruendo de mil demonios, los cañones imperiales en los alrededores abrieron fuego cómo un coro de mil relámpagos. Dejé caer el plato con mi alimento, pero poco hubiera importado eso: las murallas que protegían Itálica se derrumbaron frente a mis ojos."
-Cabo británico anónimo.
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Alnus
Los soldados controlaban su respiración en todo momento, sus ojos abiertos y sus oídos atentos a cualquier ruido. En los alrededores, concretamente en las colinas al norte de la base de Alnus, el crudo combate entre saderianos y terrícolas se enardecía constantemente, las constantes bengalas disparadas por morteros británicos y soviéticos alumbrando las escenas del sangriento encuentro entre ambos bandos. En cambio, ellos, bajo el manto de la oscuridad, se habían arrastrado hasta sus posiciones de partida, más allá de los vigías de su propio bando, y se encontraban pegados al húmedo suelo casi como sapos, a la espera de alguna señal que les indicara que podían proceder al siguiente paso.
Uno de ellos se acurrucó en un cráter, sus compañeros rodeándolo y sosteniendo mantas. Oculto del mundo exterior, encendió un sencillo fósforo y revisó su reloj de bolsillo. Faltaban menos de dos minutos para que fueran las dos de la mañana en Alemania. Apagó rápidamente la fuente de luz y empezó un breve conteo en su mente, agradecido de que la cobertura hubiera servido y los saderianos no hubieran apuntado a por su cabeza. Cuando llegó a sesenta, encendió otro fósforo y revisó el artefacto mecánico: faltaba menos de un minuto. Observó impaciente, sudor bajándole por la frente, como el segundero recorría la circular trayectoria. Cuando este llego al doce y se cumplió otra hora, apagó su cerilla y se paró agitadamente. Asintiéndole a sus compañeros, quienes rápidamente empezaron a prepararse, elevó un último rezo a los cielos y levantó su brazo, disparando el arma característica en su mano:
La bengala roja de señales se elevó varios metros, repetida por muchos otros a lo largo de la línea alrededor de aquel cerro. Al cabo de pocos segundos de aparecidas estas, proyectiles luminosos provenientes de los morteros aparecieron en el cielo, iluminando la zona como si fuera pleno día. Con un último suspiro, el oficial se llevó el silbato a los labios y dio la orden para comenzar una nueva parte del baile:
¡PIIIIIIIIIII!
– Angriff! Angriff!
Los infantes del regimiento Grossdeutschland se levantaron del suelo y echaron a correr sobre la colina que se imponía ante ellos. Explosiones empezaron a oírse en su objetivo: la artillería germana había empezado su arremetida, desencadenando en un corto espacio de apenas unos pocos minutos todo el arsenal posible para suavizar de la mayor forma posible las defensas del lugar. Incapaces de comprobar a ciencia cierta el efecto que tenían los impactos de sus proyectiles gracias a la falta de iluminación, dado que, si bien las bengalas permitían ver, no lograban alumbrar lo suficiente como para distinguir aquellos detalles, los artilleros siguieron enviando su carga de la muerte una tras otra sobre aquella posición saderiana cuyos ocupantes habían sido violentamente despertados de su sueño por la luz artificial y la tierra temblante, la artillería moderna permitiendo lanzar explosivos a un ratio con el que sus abuelos ni siquiera soñaban hacía varias décadas atrás.
Una a una, las piezas que destrozaron las defensas y moral de los defensores imperiales callaron sus bocas, permitiendo que la infantería, que ya había empezado a subir la pendiente, terminara el trabajo y conquistara la colina.
Este era el primer paso.
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Walter Hörnlein bajó sus prismáticos de larga distancia tras analizar durante varios segundos la colina enemiga, bautizada como Hill 042, siendo saturada por fuego de artillería alemán. Las baterías, ubicadas a alguna distancia detrás suyo, vomitaron metralla y explosivos hasta hartarse, cogiendo sin previo aviso a los defensores imperiales, que por toda noticia previa tuvieron unas bengalas de mortero cuyo único propósito era ayudar a que los infantes atravesaran la tierra de nadie sin dificultades y que los artilleros hicieran correcciones menores. No se detuvieron a evaluar los daños de los cañones: las baterías a su disposición, coordinadas previamente gracias a la injerencia del major Hoffman, se dividieron en sectores la colina opuesta y no cejaron en su empeño de "sacar al aire libre a los imperiales quitando la tierra que los cubre", como ellos manifestaran durante el día. Y era, en realidad, un espectáculo que le recordaba las descripciones de sus compañeros veteranos de la Gran Guerra sobre el inicio de algunas ofensivas de la Entente: un bombardeo de improviso, corto, preciso y brutal.
Los cañones empezaron poco a poco a dejar de disparar su mortal carga. Revisó su reloj: menos de diez minutos habían pasado desde el inicio. Sin embargo, la superficie del Hill 042 estaba totalmente irreconocible: de aquella colina de laderas relativamente intactas del combate, dados los pocos enfrentamientos menores y aislados que se produjeron desde que inicio el asedio, apenas se reconocía la forma general, ahora llena de cráteres y de restos tanto humanos como materiales. De los vigías nocturnos imperiales apenas quedaban unos pocos: la mayoría, así como gran parte de los legionarios que salieron a ver qué ocurría, no eran ya más que un montón de partes dispersas producto de la metralla. Era mejor así: sus hombres se ahorraban el trabajo de eliminarlos.
– Con la infantería tan cerca del objetivo podemos olvidarnos de tener más apoyo artillero, – comentó Hoffman, observando a su lado con una tablilla en manos. En esta, comprobó Hörnlein gracias a la exigua luz de una lámpara en el puesto de mando subterráneo, estaban listadas las baterías que habían sido puestas a disposición del par durante la tarde, a fin de llevar a cabo el asalto nocturno sorpresa. – Los morteros tendrán precisión suficiente a esta distancia, además de poderse comunicar mejor con las tropas. ¿Le ordeno a la artillería que se retire?
– Negativo. Diles que probablemente no los necesitemos para el asalto a la colina, pero que estén alerta a nuestras indicaciones.
– ¿Teme que su regimiento no logre tomar la colina?
– No, me preocupa que lleguen refuerzos enemigos de las vecindades y nos abrumen con números. Estamos alumbrando nuestra zona del frente con bengalas, mientras que ellos se mantienen en las sombras. Sencillamente no me fío.
– Entiendo. Iré a entregar las instrucciones. Si me disculpa.
Hoffman se retiró en cosa de segundos, sin duda a través de la trinchera de comunicaciones. Hörnlein siguió observando.
De las pocas reacciones enemigas que pudo notar cuando empezó a caer la artillería alemana, la que más le llamó la atención fue que varios legionarios salieron de sus barracas subterráneas, siendo aniquilados por la metralla que caía y siendo seguidos al poco tiempo por más legionarios, seguramente igual de confundidos. Lo encontró curioso: ¿no eran estas tropas entrenadas? La ocurrencia parecía reforzar la teoría de Heinrici de que estas eran tropas de menor calidad. O, tal vez, dado que las legiones imperiales, hasta donde sabía, eran las tropas personales de su comandante, simplemente no habían visto combate intenso desde el inicio de las hostilidades en Alnus, y se quedaron confiadas. Tenía sentido: si las tropas pertenecían al general asignado a una zona del frente, en lugar de ser asignadas a dicho general, este no las enviaría a morir a otra zona sin una motivación o ganancia personal aparente.
Otra cosa que notó, una vez terminó el bombardeo, fue que no hubo ningún intento de dar una alarma generalizada: campanas, instrumentos, antorchas... incluso la famosa "magia" de este mundo de fantasía no había sido utilizada. Esto coincidió con la llegada de los primeros escuadrones del Grossdeutschland a la falda de la colina: apenas había algunos imperiales intentado comprender que pasaba, con su armadura en diverso estado y apenas armados. Fueron abatidos en cuestión de segundos, apenas el equivalente a un escuadrón ofreciendo resistencia, y solo dos usando los debatidos "fusiles" saderianos. Los observó con interés: la forma en la que los operaban le recordaba al fusil Dreyse prusiano de 1848, aunque dada la distancia y la luz, era difícil evaluarlo adecuadamente. Se decidió en ese momento a capturar alguno de esos y revisarlo con sus propias manos. Volviendo a llevar su atención al campo de batalla, notó como más imperiales en la subida a la colina eran abatidos por el fuego de fusilería germano, todos aislados o en grupos pequeños que aún intentaban hacer sentido del bombardeo que les había llegado.
Los atacantes intercambiaban disparos con algunos legionarios a mitad de la colina, encontrando por primera vez una oposición real, aunque débil, cuando Hoffman regresó, su paso rápido pero firme. Al llegar junto al oberst y observar la colina enemiga, se quedó quieto en el lugar, sus ojos abiertos como platos.
Hörnlein aprovechó para lanzar un comentario burlesco.
– Major. Pensé que ya no volvería al frente. Como parecía demorarse tanto con los artilleros allá en la retaguardia...
– Mis disculpas, herr oberst. Solo pasé a recoger algunos documentos que pidió durante la tarde.
– No hay problema. – Extendió el brazo y el oficial le entregó algunos papeles, que ojeó sin mucho interés: eran los informes sobre la distribuciones imperiales locales estimadas. Revisó el resumen del final: casi tres mil hombres entre infantes y artilleros por colina en su sector.
"Y de esos tres mil, quien sabe cuántos quedaron después de la artillería" pensó para sí mismo.
Hoffman, por su parte, seguía mirando el asalto. Hörnlein lo observó también: los soldados del Grossdeutshland ya habían superado la marca imaginaria de la mitad, y estaban asaltando la fracción superior del lugar.
– Estoy totalmente impresionado, – mencionó Hoffman, sin despegar sus ojos de la colina. Hörnlein volvió a elevar sus prismáticos a sus ojos. – Llevo en Alnus desde poco antes del inicio del asedio, cuando los imperiales nos echaron de las colinas exteriores. Esto es, sin excepción, lo más rápido que he visto avanzar a cualquier unidad desde aquellos días, hace algunos meses. Sin duda, el Grossdeutschland demuestra por qué es el mejor regimiento de toda Alemania.
– Un regimiento solo no es más que un montón de hombres corrientes con armas. Sin la artillería, hubiéramos muerto la mitad solo al cruzar la tierra de nadie. – Comentó el coronel, bajando sus prismáticos nuevamente y girándose hacia su subalterno. – Pero eso me llama la atención. Han pasado... ¿dos, tres meses? ¿Y nunca pudieron tomar alguna colina sin repetir los caminos de la Gran Guerra?
– Hicimos lo que pudimos con lo que teníamos. – Hoffman se sentó en una sella enfrente de una mesa cercana, masajeándose el entrecejo. – Las unidades más afortunadas estaban movilizadas en un 80%, el resto variaba entre un 40% y 60%. Los suministros militares no estaban en sus niveles óptimos, los vehículos eran pocos y obsoletos, las municiones eran escasas y no hablemos del estado de alerta. Nos tomó dos meses convencer a los políticos de que había que enviar más soldados, armas y equipo a este lado mientras manteníamos la línea, pero con solo 3 ferrocarriles de un solo sentido, un camino terrestre primitivo y un canal marítimo poco señalizado, cuando agregas los tiempos de carga y descarga, solo puedes traer hasta cierta cantidad de cosas antes de que colapse todo.
– ¿Tan mal estaban?
– No tiene idea. Los tanques que más teníamos eran los BT soviéticos. Fueron aniquilados al norte de Itálica al inicio de la ofensiva, intentando huir de la trampa en que se convirtió el tercer fuerte fronterizo durante la evacuación de los colonos. Al resto no le fue mejor. Siempre era una amenaza nueva: primero los cañones, luego los dragones bombarderos, luego los magos, y por último las granadas mágicas imperiales. Los tanques tuvieron que ser escondidos para evitar que los destruyeran todos. Creo que las únicas unidades que estaban con toda su dotación eran un regimiento de la división Florian Geyer de las SS que estaba aquí de maniobras, el equivalente a una división de policías del NKVD soviético y los Equipos de Avanzada.
– ¿Equipos de Avanzada?
– Los Equipos de Reacción actuales. Los renombramos ante el cambio de paradigma: pasaron de ser nuestra vanguardia de exploración armada a ser los bomberos que reaccionan a imprevistos del frente entre Alnus e Itálica. Lo último que supe de ellos es que los reunieron para atacar por sorpresa un campamento imperial mayor en las cercanías del Fuerte Kentucky, aunque no conozco los detalles. El coronel rojo que maneja ese fuerte es muy apretado con los detalles, y no me sorprendería que intente sabotearnos.
– Ya veo...
Otro oficial, esta vez el ayudante de Hörnlein, entró al puesto de mando, cuadrándose ante sus superiores antes de dar su mensaje.
– Herr oberst, creemos haber avistado posibles movimientos enemigos por los flancos. Hemos enviado un mensaje para que iluminen el área. ¿Alguna instrucción específica?
– Desplieguen las reservas británicas que tenemos para asegurar el corredor hasta el Hill 042, y envíen pronto al resto del Grossdeutschland al combate. Comunique también que se alisten las reservas rojas que tenemos a nuestra disposición.
– Entendido.
El ayudante se llevó la mano a la sien, se volteó y se retiró del lugar.
– Nosotros capturaremos Hill 042 y nos llevaremos la prensa, y dejaremos saber que los ingleses nos protegieron la espalda. – Anunció Hörnlein, con Hoffman escuchándolo, pero más bien hablando para sí mismo. – Pero apenas nuestra bandera este allí, sacaremos a nuestros hombres y enviaremos las reservas comunistas a proteger el lugar de los contraataques imperiales, retirando a las reservas británicas con la excusa de que están agotadas. Nuestra artillería disparará contra los imperiales a corta distancia para que la metralla también elimine a esos perros junto a los saderianos. Solo cuando los rojos estén casi extintos volveremos a apoyarlos, y nos llevaremos la gloria de repeler las contraofensivas enemigas.
Hoffman asintió cuando al cabo de unos segundos se dio cuenta de que Hörnlein no seguiría hablando. Era un plan que seguía las intenciones del mando superior alemán. La atención de ambos oficiales fue llevada hacia al cima de la colina enemiga, donde múltiples bengalas de mortero se encontraban iluminando el aire:
La bandera del regimiento Grossdeutschland ondeaba rodeada por sus soldados, rodeada de los cadáveres de quienes se les intentaron oponer.
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Fuerte Kentucky
En esos momentos...
Los blindados, semiorugas y camiones de los Equipos de Reacción entraron como una estampida por las puertas ya abierta del fuerte que actuaba como el faro de la coalición entre Alnus e Itálica, rodeados por los rayos de luz de los focos de vigilancia apostados al centro y en el muro del fuerte. Apenas la puerta se hubiera cerrado y los vehículos detenido, todos sus miembros descendieron rápidamente: los suboficiales del grupo se dedicaron a ordenar la inmediata reposición de víveres y suministros, especialmente municiones y combustible, y de realizarle mantención de emergencia a los blindados, mientras que los cuatro capitanes, rodeados de la caótica atmósfera de una base militar activa durante la noche con hombres y luces moviéndose de un lado a otro, corrían en dirección al despacho del coronel Viratovsky.
Al llegar, lo encontraron rodeado de varios oficiales, tanto pertenecientes a la dotación del fuerte como de sus fuerzas anexas. Destacaban los uniformes gris oscuro con los parches de las Waffen-SS o la División Azul, los trajes de aviador de los grupos aéreos de apoyo terrestre y de supremacía aérea, y las ropas con colores de camuflaje que los soviéticos asignados a los anillos de centinelas exteriores del fuerte usaban. Llevándose rápidamente la mano a la sien, los cuatro capitanes se integraron al grupo que parecía estar esperándolos, si es que el gesto molesto del coronel soviético era cualquier indicativo.
El vaso con vodka a medio tomar en su mano tampoco daba un buen augurio.
– Coronel, estamos todos presentes. Podemos comenzar con la reunión de emergencia, – anunció uno de los presentes. Viratovsky carraspeó sonoramente, pero asintió, reposando su vaso en el escritorio e invitando a los presentes a dirigir su atención al gran mapa clavado al costado de la sala.
– Hace cosa de dos horas recibimos un comunicado de urgencia del puesto de mando del mariscal Montgomery en Itálica, – reveló. – Aproximadamente a la medianoche local, los cañones imperiales que rodeaban la ciudad dispararon una salva concentrada de sorpresa, concentrándose en cinco puntos, lanzando un ataque masivo con tropas frescas poco después. Se produjeron cuatro brechas, y el enemigo logró penetrar en dos de ellas. Las tropas japonesas y de la madre patria fueron enviadas a combatir las brechas mientras que los zapadores ingleses sellan los dos derrumbes que lograron contener.
– El ferrocarril que lleva hasta Itálica sigue abierto, pero peligra. – Anunció a su vez el ayudante de Viratovsky, mayor Statnik. – Las dos brechas imperiales fueron en el este y oeste de Itálica, y esto nos hace temer que intenten cortar las vías ya sea por fuera o por dentro de los muros. El mariscal Montgomery ha manifestado su preocupación de no tener suficientes reservas para contener el número de imperiales que intentan forzar su camino dentro de Itálica.
– El alto mando en Alnus aún no ha indicado su proceder. Aparentemente están llevando su propio operación para romper el asedio imperial con el que llevan meses lidiando, por lo que no pueden reaccionar adecuadamente. Eso nos deja a nosotros como la fuerza de reacción en este caso. – Los oficiales presentes sintieron como la responsabilidad les caída sobre los hombros, una mucho más pesada que la que obtuvieron cuando les informaron sobre la caída de los muros de Itálica. – Caballeros, permítanme recordarles que de ustedes depende el futuro de la ciudad de Itálica. No podremos contar con refuerzos certeros de Alnus por al menos un par de días, ¿lo entienden?
– ¡Sí, señor!
– Bien... – por debajo del mostacho del coronel soviético se asomó una sonrisa perversa, una cuyo motivo, aunque imaginado por el resto, no era para nada exclusivo a su persona. – Caballeros, la sesión de planificación la operación de apoyo a Itálica, de nombre "Oso Meridional", comienza ahora.
Viratovsky pasó la siguiente media hora indicando a los oficiales cuales serían sus labores, poniendo especial énfasis en tres puntos: apoyo aéreo, acoso de retaguardia y una nueva línea de frente.
– Tenientes Roberts y Baum, – nombró primero a los oficiales a cargo de los alas aéreas que operaban desde la base. – Tienen a su cargo, respectivamente, superioridad aérea y apoyo terrestre. Roberts, háganle saber a Montgomery y los soldados que no está solos. Baum, usted apoyará a nuestros equipos o a los soldados de Itálica según lo vea necesario.
– ¡Sí, señor!
– Mayor Carlson. – Se dirigió al jefe de las tropas defensivas del fuerte. El coronel no pudo evitar hacer una mueca: pese a que los vigías y las tropas en general le obedecían en la zona, el fuerte seguía bajo el mando de un norteamericano, cosa que le molestaba de sobremanera. – Dejaré a su cargo las disposiciones defensivas del fuerte y la logística relacionada. Encárguese de detectar enemigos y de que siempre tengamos balas. También de que haya suministros de emergencia para enviar a Itálica. A cambio, tan pronto nos acerquemos a nuestro objetivo tomaré prestados sus ingenieros para apoyar la defensa de la ciudad.
– ¡Así se hará, señor!
– Coronel Fieger, – se dirigió ahora al comandante del regimiento de caballería germano.
– SS-Standartenführer Fieger, señor, – le corrigió el oficial, una mirada de acero en sus ojos. Viratovsky lanzó un pequeño resoplido ante la respuesta.
– Standartenführer Fieger, deje a un batallón a cargo de combatir patrullas imperiales en la Vía Itálica y prepare al resto para moverlo al norte. Es nuestra unidad de combate más grande, así que tomará el rol de establecer una nueva línea de frente para distraer a los imperiales. Le cederé una compañía de artillería autopropulsada para asistirlo.
– Así se hará, coronel.
– Coronel Rodrigo. – Viratovsky buscó con la mirada al mencionado. Lo encontró llevándose la mano a la sien, con una postura de "firme" notoriamente más relajada que la de su contraparte de las SS.
– ¡Mande!
– Usted seguirá a cargo de la seguridad ferroviaria. Reduzca la cantidad de guardias dentro de los ferrocarriles y aliste grupos que vigilen a lo largo de la ruta cerca de Itálica.
– ¡Entendido, coronel!
– ¡Mayor Lyovkin! – El oficial a cargo de los centinelas dio un paso adelante, su pecho inflado mientras se ponía firme frente a su superior.
– ¡Mande, camarada coronel!
– Mayor, usted y sus tropas formarán la vanguardia de Fieger. Exploren todo e informen de lo que encuentren. Prepare un equipo motorizado para apoyar a los Equipos de Reacción.
– ¡Así será, camarada coronel!
Viratovsky dirigió su mirada hacia el grupo de cuatro capitanes al costado de la formación. Sus ojos entrecerrados daban una idea de cual era su tumulto interno: ninguno de los cuatro oficiales le eran agradable. De hecho, todos pertenecían a regímenes que eran contrarios al suyo propio. Un inglés clásico de toro y lomo, un alemán con iniciativa, y un español del régimen franquista, los tres eran una negativa. Eso le dejaba con...
– ¡Capitán García!
– Presente, coronel. – El capitán estadounidense de origen ibérico dio un paso al frente, adelantándose a sus compañeros.
– Para esta operación usted tomará el mando de los cuatro equipos de reacción, agrupándolos bajo el nombre de Grupo Atlántico. Su labor será realizar redadas en la retaguardia saderiana, especialmente en la dirección a la capital imperial, con tal de irrumpir sus líneas de suministros y que desvíen efectivos del los otros dos frentes. Tendrán al grupo motorizado de Lyovkin como vanguardia exploradora.
– Señor. ¿Debemos capturar sus suministros, o solo destruirlos?
– Destruyan todo lo que puedan. Con salvar a Itálica nos será suficiente.
– Entendido, señor.
– ¡Bien! Ya todos saben que hacer. – Viratovsky se terminó el vaso de Vodka de un solo trago, liberando un corto suspiro al finalizar. – Caballeros... la operación Oso Meridional comienza... ¡ahora!
Dejó el vaso sobre el escritorio con fuerza al mismo tiempo que todos los oficiales presentes se llevaron la mano a la sien. Con un último asentimiento, el grupo abandonó aceleradamente el lugar.
Acompañado solamente por su ayudante, mayor Statnik, Viratovsky rio confiadamente.
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Patio
– ¡A un lado, inútiles! ¡Abran paso, maldita sea!
– ¡Todos a los semiorugas, rápido! ¡Quién no suba en treinta se quedará atrás!
Los cuatro capitanes, a base de gritos y empujones tanto de ellos como de sus segundos, lograron tener sus unidades organizadas en tiempo récord. Los últimos soldados aún estaban subiéndose a sus transportes cuando los motores arrancaron y enfilaron hacia la salida norte del recinto amurallado, los tanques ligeros liderando las cuatro columnas que salían, aún envueltas en las lucas de vigilancia, a adentrarse en la oscuridad de la noche en Falmart. Las alarmas del fuerte sonaban a todo volumen, y la base ebullía de actividad bélica febril a medida que todos sus elementos se activaban para operar al menor tiempo posible.
Aún con la alarmas envolviéndolos, los cuatro capitanes se enfrascaron en una conversación sobre la situación en una señal privada.
– ¿Cuál es nuestro primer destino? – Preguntó Donoso, quien cerraba la marcha de la columna.
– Primero nos encontraremos con el destacamento motorizado de los centinelas comunistas. – Explicó Butler, quien iba en tercer lugar. – Estos rojos son expertos en desaparecer en el terreno, y serán nuestros ojos y oídos durante la misión.
– Una vez los encontramos se dispersarán por nuestros flancos y vanguardia, de modo que no romperemos la formación, – indicó Schmidt, cuyo equipo lideraba al grupo. – Aún así, no me gusta esto.
– Sí, esto apesta. Acabamos de eliminar una vanguardia imperial y ya volvemos a trabajar de nuevo. – Donoso lanzó un sonoro suspiro. – ¿Siquiera alcanzamos a entregar los datos que recopilamos?
– Se los entregué al ayudante de Viratovsky, así que eso está sellado, – informó García. – Pero concuerdo con el alemán, esto no me gusta. Y no es solo porque tengamos que volver a trabajar de inmediato.
– ¿Y entonces por qué es?
–Porque – indicó Butler, – Este rojo de mierda le asignó el mando a García solo por motivos políticos.
– Tampoco tenía mucho de donde escoger. Chumikov tuvo que disolver su equipo por la necesidad de hombres en el lado soviético, y creo que él esta de ayudante de un comisario o algo así. – Explicó Schmidt. – Eso le deja con un alemán del Tercer Reich, un español franquista al servicio de Alemania, un británico al servicio de Su Majestad, y un español que luchó contra los primeros dos, pero ahora sirve al mayor exponente mundial del capitalismo, los Estados Unidos de América. Ninguno es una buena opción, pero al menos García tiene una cualidad que lo redime. El resto, no tanto.
– Bueno, bueno, menos charla y más velocidad. – Interrumpió el susodicho. – Tenemos que llegar a la puta retaguardia imperial y provocar suficiente daño como para que nos consideren una amenaza.
– No será muy complicado, – indicó el británico, con un leve deje de superioridad. – Hasta ahora no ha habido ataques nuestros en la retaguardia de las tropas imperiales en Itálica o Alnus. Seguro que no se lo esperan a estas alturas, y por ende la seguridad es baja.
– Esperemos que sí, Butler. Esperemos que sí.
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Alnus
– Herr oberst, – le saludó uno de los oficiales de su regimiento, llevándose la mano a la sien. Los soldados cercanos se pusieron de pie, a la espera. – La zona está asegurada, y el enemigo, expulsado. Las colinas vecinas también fueron cercadas y silenciadas, aunque aún no empieza el ataque.
– Entendido. – Se giró hacia la tropa. – Descansen. – Los soldados volvieron a relajarse, varios sentándose para descansar en lo que algunos seguían examinando el botín.
Hörnlein paseó la mirada brevemente por su alrededor. Hill 042 fue capturado sin eventualidades, y el esperado contraataque imperial de colinas vecinas no se hizo esperar apenas el avance del Grossdeutschland alcanzó la marca de la mitad. Lo que nadie se esperaba, sin embargo, era que tan cierta era la suposición de que las tropas locales eran de menor calidad.
Sus líneas de ataque prácticamente se desintegraron con la primera descarga de fusilería británica después del fuego de artillería que les llegó en campo abierto. Con bajas que fácilmente se contaban en los cientos, los imperiales que intentaron contraatacar el empuje germano fueron repelidas y perseguidas por los fusileros británicos hasta las faldas de los cerros que hicieron de puntos de partida, donde sus oficiales lograron controlar a la tropa para evitar que realizaran un ataque colina arriba sin el apoyo adecuado. Para evitar que los cañones imperiales los cazaran desde las alturas, baterías alemanas martillaron la posición con saña cada vez que se avistó a un saderiano acercarse a los cañones, motivo por el cual había constantes bengalas de mortero siendo disparadas sobre el lugar.
El alto mando pareció paralizarse ante lo eficaz del ataque, dado que no se habían enviado instrucciones pertinentes tras reportar el quiebre. De acuerdo con el plan original, un par de compañías del Grossdeutschland se aventuró tras las líneas enemigas, cazando rezagados, capturando oficiales y haciendo reconocimiento, pero no habían realizado ninguna tarea especialmente difícil hasta el momento. Hörnlein envió a Hoffman al cuartel general para pedir instrucciones mientras tanto.
– Oberleutnant – le llamó la atención al oficial, quien se acercó hasta su jefe de regimiento. – ¿Han logrado asegurar algún ejemplar de los... "fusiles" que usan estos salvajes?
– Déjeme ver... – el teniente pareció pensar unos segundos, tras lo cual consultó con uno de los soldados. Luego, se volvió hacia el coronel. – Afirmativo, herr oberst. Tenemos unos pocos en una pila más arriba. ¿Le interesa que le traiga alguno?
– No será necesario. Me basta con que me lleve hasta allí.
– Con todo respeto, oberst, no creo que deba estar en una posición tan expuesta del frente mientras aún haya combate. – Intervino su ayudante. El teniente parecía estar dispuesto a vociferar algún argumento a favor de ello, pero Hörnlein se les adelantó.
– Si hay un imperial que puede distinguirme, identificarme como el oficial superior con la escasa luminosidad presente y entre toda la soldadesca, conseguir un arma nativa que tenga una distancia efectiva de al menos 300 metros, apuntar lo suficientemente bien como para darme y todo eso antes de que nuestra propia infantería lo elimine o la artillería lo vuele en pedazos, creo que se merece dispararme. Ahora vamos a ese alijo de armas.
Ayudante y teniente se miraron entre sí.
– Sí señor.
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El teniente, junto a un par de soldados como escolta, llevó a su jefe de regimiento hasta un puesto de mando más arriba de la colina. Los centinelas, al ver quien llegaba, hicieron un amago de saludo, pero un gesto de discreción del coronel les hizo mantener reservas.
– Recuerden que estamos en el frente. Cualquier saludo es señal para que intenten matarme.
El dúo se miró y asintió, antes de volver a su tarea de escudriñar sus alrededores.
Hörnlein y compañía, al atravesar la entrada, se encontraron con un pequeño refugio ligeramente excavado bajo el nivel de la tierra. Rodeado de restos de lo que supuso eran parte de la logística saderiana y desechos, otorgaba una pequeña sensación de seguridad, parecida a la que tenía cuando se encontraba en un búnker hecho con sacos de arena y piedras cerca del frente de batalla. Carecía de un techo fortificado, pero al menos evitaba que la luz se filtrara al exterior.
Los pocos oficiales y soldados al interior hicieron un pequeño saludo que devolvió, antes de volver a sus labores previas.
– Hasta aquí lo acompaño, oberst. Suerte. – Con una venia, el teniente y su escolta desaparecieron por la entrada. Hörnlein asintió antes de encaminarse hacia los presentes.
– ¿Alguna novedad?
– Ninguna, oberst. Todo ha estado tranquilo desde que los tommies persiguieron a los bastardos hasta sus colinas.
– Perfecto.
– ¿Puedo preguntar qué lo trae por aquí?
– Me informaron de que tenían algunas armas enemigas capturadas aquí. Desea examinarlas.
– Solo de infantería, me temo. Lo que queda de su artillería está en la cima.
Hörnlein levantó una ceja. – ¿Lo que queda?
– Sí, lo que queda. Verá, nuestra propia artillería fue muy brutal en su bombardeo, y digamos que el asalto no fue muy controlado. Algunos imperiales intentaron destruir sus propias armas antes de caer, y varias otras fueron destruidas por las granadas. Creo que quedan unos dos cañones.
– Ya veo... muéstrame esos fusiles enemigos.
– Por aquí, oberst.
Un minuto más tarde, el oficial le entregaba uno de los ejemplares capturados al coronel. Hörnlein lo examinó de arriba a abajo con ojo experto, intentando manipularlo como viera que lo hacían los imperiales hace unas horas.
– ¿Qué hace?
– Intento ver como funciona. Al verlos operarlo, me pareció que era similar a como se usaba el antiguo fusil Dreyse.
– Ah, le entiendo.
– Veamos... – jalando de una palanca, un espacio quedó al descubierto. Tenía evidentes muestras de desgaste interno, aunque no parecía tener hollín o restos de pólvora. – Interesante... hauptmann, ¿tiene municiones de esta cosa?
– Creo que sí. Déjeme buscar...
Un par de minutos más tarde, Hörnlein tenía en mano dos bolsas idénticas. Una llevaba lo que le parecieron una primitivas balas, mientras que la otra contenía una especie de piedras extrañas.
– ¿Piedras?
– ¿Piedras, señor?
– Ajá, piedras. ¿Será como en los mosquetes antiguos, donde la pólvora iba antes de la bala? Pero esto no tiene pólvora...
– Permítame un poco. – El capitán tomó el arma y se dedicó a revisarla en lo que el coronel seguía observando el contenido de las bolsas. Al poco tiempo estaba de vuelta junto a su superior, tomando una de las piedras en su mano con el fusil en la otra. – Creo que... averigüé cómo funcionan.
– ¿Ah sí?
– Sí. Tal parece que esas piedras funcionan como un sustituto para nuestra pólvora. ¿Cómo? Ni idea, no soy un químico. ¿Podría tener que ver con esa famosa "magia" que hay en este mundo?
– Es probable. Entonces, ¿jalan la palanca, colocan una de estas "piedras mágicas", colocan la bala, cierran el cañón y disparan? Efectivamente, es muy similar a los Dreyse, aunque carecen del cartucho de papel que incluye todo en uno.
– ¿Serán limitaciones de producción?
– Oh tal vez los productores son distintos.
– Herr oberst! – Quién entró corriendo al lugar era no más ni menos que Hoffman, quien parecía venir cansado de probablemente recorrer todo el trayecto desde el cuartel general hasta la colina. – ¡Traigo noticias!
– ¿Noticias? ¿Qué ocurrió?
– Ya sé por que el alto mando no ha reaccionado ante la caída de Hill 042 en todo este tiempo. Poco antes de nuestro ataque llegaron otras noticias de más al norte, y estas se llevaron toda la atención del alto mando.
– ¿Y? Habla de una vez.
– Sí señor. Lo que ocurrió fue que... – pausó un momento para tomar aire. – Cayeron los muros de Itálica.
Coronel y capitán se miraron entre sí, cada uno con una ceja levantada y evidente confusión en el rostro.
– ¿Itálica?
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N/A: Por si no se entendió, Hörnlein y las tropas de su regimiento llegaron ese mismo día a Falmart. No conocen aún las ciudades, por lo que cuando les dicen que había caído Itálica su reacción fue un "¿Qué es Itálica?"
Eso. Nos leemos,
RedSS.
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