IV
Para decepción de Amelia, una vez hubo terminado su extraño encuentro, en su novio no existió más que el gesto de horror. No estaba la comprensión que ella esperaba encontrar, la empatía en la que buscaba refugiarse o sostenerse. Ned pareció abstraído en el miedo y la inconformidad, se levantó de la cama y alejó unos metros de Amelia. Su paseo inquieto dejó en evidencia su desacuerdo con la chica. Ella lo supo y no hubo más derrumbe moral que verlo, porque desde hacía mucho tiempo sospechaba que el camino de ambos se separaría por su búsqueda.
—Sal de ahí. No seas ingenua, Amelia. Tú se lo dijiste, el que haya estado atado así, como un animal, es porque es peligroso. No puedes ir y confiar en alguien que acabas de conocer.
—Yo lo acabo de conocer, él me conoce bien a mí. Y si es por obtener información sobre Khyl... Haré todo lo que pueda por mi venganza.
Ned no supo cómo recriminar sus palabras. Su conviviente tenía la mirada llena de un odio irracional. Se le comprimió el pecho creyendo que la perdía, así que intentó hacerla entrar en razón. Volvió a la cama para tomarla de los brazos, recorrerlos y apretar sus manos.
—Amelia, amor, puedo estar de acuerdo contigo en muchas cosas, pero aquí no. Te he apoyado a lo largo de todo este tiempo sin poner objeción alguna, empaticé contigo muchas veces. Esto es peligroso.
—Es imperativo. No hay información... ¡No tengo más remedio!
—Entonces da un paso más y olvídate de esto. Vive.
—¿Olvidar? ¿Vivir?
—No te estoy pidiendo que olvidas a tu familia, claro que no, te estoy pidiendo que olvides esa tragedia, pases la siguiente página y puedas vivir, empezar tu vida desde cero.
El rechazo de Amelia fue corto y violento. Se paró en seco y apretó los puños con fuerza, con rabia, con impotencia. No pudo creer lo que su novio le decía.
—No te atrevas a pedirme eso ahora que por fin estoy cerca de saber más.
Lágrimas escurrieron por su rostro. Compuesto de la compasión que siempre tuvo, Ned se levantó con suavidad y dio un paso hacia Amelia con el fin de consolarla. Odiaba verla llorar, él quería verla feliz siempre. Pese a su intento, Amelia evidenció el rechazo, eso gatilló a Ned a vociferar su última penitencia.
—Si lo desatas, si colaboras en su libertad, yo... Esto se acabó.
—Bien. —Amelia no se achacó, esas lágrimas no iban por el fin de su relación, Ned se decepcionó al notarlo—. Mañana recogeré mis cosas y me iré.
Como bien lo dijo, Amelia recogió sus pertenencias y buscó un sitio donde quedarse al día siguiente, unas horas antes de regresar al hotel para volver a encontrarse con el ser extraño encadenado boca abajo.
Al llegar al hotel, Amelia se vio expuesta a un constante malestar provocado por el rojo intenso de las paredes, piso y puertas. Su estado anímico iba en una decadencia a la cual quería sobreponerse cuando se inmiscuyera en la habitación de Garz para obtener más información. El haber "terminado" con su novio Ned también le afectó; no fue hasta dar con una habitación en una vieja pensión, sola y con sus propios pensamientos, en que cayó en la fatídica cuenta de su estado. Se contradijo en muchas ocasiones, pero más ansiaba su venganza.
Aprovechando el ajetreo de un huésped, Amelia buscó la forma de entrar a la habitación 302, forzando la puerta con una delicadeza dotada por la práctica.
Su padre, un aficionado a la cacería de animales salvajes, la llevaba constantemente a sus salidas. Primero iban a la bodega del bosque, un pequeño terreno del amigo de la familia, a buscar las armas y municiones. La cerradura en la puerta de la bodega no tenía llave, el candado parecía duro de abrir, sin embargo, con un destornillador el padre de Amelia la abría sin problemas. Con el paso del tiempo ella también aprendió a abrir la puerta.
Indefinidamente, retazos de aquellos tiempos le vienen a la mente. También del horrendo día en que encontró a su familia muerta, porque más de una ocasión, cuando algún sospechoso aparecía, ella iba por la escopeta de su padre prometiendo que lo mataría.
La puerta 302 hizo un sonido y se abrió, cediendo lugar a la frontera divisoria de la luz y la oscuridad.
Es vez fue preparada, con la batería de su celular cargada y algún objeto punzante en caso de que tuviera que defenderse. Pese a esto, seguía mostrándose reacia a la oscuridad de la habitación, el frío envolvente, la sensación de estar siendo observada. Incluso la misma inquietud se apoderó de ella cuando encendió la linterna del celular y recorrió con la luz el cuerpo quieto cubierto por la sábana sucia. Era una imagen espeluznante, intrigante, sí, pero mortificante dada a la incertidumbre de quien estaba detrás.
Cuando la luz señaló la cabeza de Garz, él comenzó a agitarse y a gritar tal cual lo había hecho el día anterior. Amelia siseó, suave y se acercó a la celda.
—Soy yo —le dijo, aunque bien no sabía el motivo—. No vengo a hacerte daño. Garz, soy yo.
Garz se detuvo y todo quedó en silencio tras el choque desenfrenado de las cadenas. Inspiró hondo y sonrió bajo su manchada sábana.
—No acostumbro a ver luz, Amelia —dijo Garz con tranquilidad. Él, bajo la sábana, se encontraba deseoso. Según sus cálculos, podía ser él con la última pronunciación de su nombre. Guardó silencio y luego formó un gesto compasivo que Amelia no podía ver—. Problemas sentimentales. ¿Debería alegrarme de ser yo la causa?
—No quiere que te libere. —Amelia lo dijo teniendo conocimiento de que Garz sabía a quién se refería.
—Quienes me encerraron tampoco lo quieren. Hace siglos que no veo la luz natural ni puedo sentir el aire en mi cara.
—El mundo de allá afuera probablemente es peor que estar aquí.
—Amelia, no sabes los terrores que esconde la oscuridad.
—El único terror que veo aquí eres tú.
—Los humanos son divertidos. Les temen a los temblores, terremotos, desastres naturales, al desempleo, el desamor, a la muerte y no se dan cuenta que deberían temerse a sí mismos.
—Lo dices porque un humano te puso ahí —dice Amelia con desdeñes.
—¿Estás segura?
—No.
—¿Quieres que te cuente sobre eso?
—¿Me ayudará con lo que estoy buscando?
—Te informará sobre nuestra naturaleza.
—Bien; te escucho.
Garz emitió un chasquido repetitivo con la lengua.
—Amelia, no olvides que para darte información debes liberarme. Hazlo mientras me escuchas.
Amelia accedió con inquietud. Buscó la puerta de la celda, lo primero que necesitaba deshacerse para llegar con Garz.
—Hace muchos años, mis hermanos y yo fuimos creados por un ser superior. Lo llamamos El Creador. Él creó nuestro mundo; la tierra, el mar, las plantas, los árboles, las montañas, las nubes, el tiempo, los khazzalar... los humanos de nuestro mundo. Aburrido, El Creador decidió hacer separaciones, así surgieron Ierial y Eidis, el Bien y el Mal. El Creador le dio voluntad a los khazzalar para elegirlos a su voluntad. Luego, con el nacimiento de Ierial y Eidis, llegaron mis hermanos. Todos mis hermanos son... ¿cómo le llaman ustedes? Ah, conceptos. Todos somos representaciones de fuerzas mayores, unos más poderosos que otros. Fuimos creados y desterrados de nuestro mundo por apoyar nuestros ideales.
—¿Y qué concepto eres tú, Garz?
Garz prefirió omitir la respuesta y continuar.
—La voluntad de los humanos llevó a mi creación. Ierial y Eidis, humanos contra otros humanos. Con mi nacimiento llegaron otros hermanos; el hambre, el morbo, la crueldad, la muerte. El Creador, hartado de su regocijo y de lo que había creado, hizo lo que le pareció más sencillo: nos exilió, nos tiró de nuestro mundo y trajo la paz a su creación. Algunos de mis hermanos se perdieron en los confines del zhelk, otros llegaron aquí.
—De niña me repetían una y otra vez que The Noose es un lugar que alberga seres, pero nunca lo creí del todo, entonces, aquel día en que tu hermana mató a mi familia, supe que tenían razón, porque ningún humano haría tan horrible acto.
La puerta de la celda crujió y se abrió en un camino lento hacia el exterior. Parecía, según captó Amelia gracias al sonido, que se rompería.
—Ya casi estás libre, Garz, ahora quiere la información.
Hacía mucho tiempo que Garz no sentía tan enorme placer solo al escuchar su nombre por tercera vez de los labios de Amelia.
—Mi hermana tiene por nombre terrenal Nana. Ella era compañera de tu hermano y tu vecina. El último día en que tu hermano vivió, él intentó matarla. ¿Puedes recordarla?
—Esa niña...
—Khyl habla con muchas personas, hombres, en páginas de conversaciones en línea. Todavía lo hace. Su usuario es Nana, guion bajo, y su supuesto año de nacimiento, el 2003. Puedo decirte cómo hallarla, pero debes quitarme estas cadenas. Mi última información será cómo puedes matarla.
***
Amelia se encontraba en su pequeño cuarto nuevo consumida por la rabia. La asesina de su familia siempre fue su vecina, y eso no era lo peor, probablemente seguía cometiendo tan aberrantes actos con otros. Su sentido moral, la anhelada venganza, el pesar del trauma... Amelia Benick no lo permitiría.
Tomó su laptop y buscó a su expareja en internet para ponerlo al tanto de lo que haría, para contraponerse a las palabras que Ned le había dicho sobre el peligro, le dijo que obtendría dónde encontrar a la asesina.
Ned le preguntó cómo estaba, dónde estaba e intentó convencerla una vez más de no liberar a Garz. Después de su último ruego, Amelia cerró el chat para corroborar la información que el cautivo ser de otro mundo le dio. Para su sorpresa, encontró una gran cantidad de imágenes de su persona, muchas fotos que la asquearon.
@Nana_2003 así se hacía llamar en las redes sociales en las que seguidores pajilleros la llenaban de halagos.
Amelia tuvo que contenerse a comentarle y delatarla. No, ella quería a la asesina de su familia para sí misma. Y esperaría, así como lo durante bastante tiempo.
Pasaron tres días desde que Amelia abrió la puerta de la celda. Un viernes, estaba de regreso para quitarle las cadenas.
Entró a la habitación 302, esta vez sin encender la linterna de su celular. Esperó a que sus ojos se acostumbrasen a la oscuridad y caminó hacia la celda.
—Amelia Benick, creí que no regresarías.
Para sorpresa de la joven, la puerta de la celda se encontraba junta, tal cual como ella la había dejado. Se preguntó si, en esos tres días nadie había entrado a la oscura habitación 302, a lo que Garz respondió que no. Consumida por el atrevimiento del ser al leer su pensamiento, Amelia dudó la entrada a la celda.
—Es tiempo ya, Amelia, libérame.
Amelia tembló. Se encontraba demasiado nerviosa para dar el primer paso. Por su cabeza se cruzaban millares de cosas negativas que podrían afectarle y entre todas ella, la imagen de su novio se inmiscuía para advertirle que huyera. No obstante, la escena morbosa de su familia muerta se alzaba entre todo el miedo, por eso, pese a temblar de pavor, decidió entrar a la celda.
Su respiración pidiendo ser controlada fue lo único que hoyó, luego su paso, después un rechinido y de nuevo nada. Amelia creyó estar en un agujero negro, en un sueño, flotando.
Buscó en su delantal el celular y encendió la linterna. Garz gritó horrorizado y se remeció provocando que todas sus cadenas sonaran. Amelia tuvo que callarlo, como las veces anteriores, y esta vez, lo hizo abrazando a la figura colgada cual saco de boxeo.
—Perdón. Tengo que hacerlo. Perdón —le dijo en modo de explicación.
Garz inspiró el frenesí que se le presentaba. El aroma humano de Amelia hacía siglos que no lo oía. Recordó su mundo, su hogar, recordó a qué olía la sangre y pensó en sus cadenas oxidadas. Recordó también cómo se sentía el tacto, el palpitar histérico de un corazón, el calor. Se tranquilizó, no porque Amelia se lo pidiera, sino por la sensación que ella le entregaba. Así se mantuvo, quieto, muerto en vida, colgado hasta que la joven buscadora de venganza forzó la cerradura de las cinco cadenas que lo ataban. El peso de las cadenas resbaló por su cuerpo y luego cayó él al suelo. Casi era libre.
—¿Y? ¿Dónde puedo hallarla?
—El sábado siempre se reúne en un bar llamado Red Maze. A las 9:00 la encontrarás allí.
Amelia sonrió con incredulidad. Estaba tan cerca de obtener su venganza. A solo días.
—Voy a liberarte. Te quitaré la sábana, veré tu rostro, te miraré a los ojos y me dirás cómo puedo matarla.
—Es correcto.
Amelia exhaló el aire de sus pulmones preparándose para ver la figura detrás de la sábana manchada. Buscó los nudos apretados, polvorientos, secos con el pasar de los años. Se le complicó más de lo pensado desatarlos por evidentes razones, como la ansiedad que no le permitía mover sus dedos correctamente, como la furia de esos nudos, como el olor a muerte que comenzó a emanar. Amelia no evitó preguntarse si Garz en realidad era un cadáver que había vuelto a la vida.
—No estoy lejos de serlo —respondió él a sus pensamientos.
La chica siguió desatando Garz, hasta que ya no hubo sábanas, no hubo nada que cubriera a aquel misterioso ser.
Garz yacía en el suelo, libre de cadenas, libre de la sábana. Jadeaba de la excitación por el momento.
Entre las penumbras, Amelia logró divisarlo; delgado, de extremidades largas, cabello largo, rostro fino. Parecía un ser celestial, un ángel cautivo. Era hermoso.
Volviendo a sus cabales, buscó los ojos lechosos del ser. Necesitaba obtener la última información.
—Necesito saber cómo matar a Nana.
—Para matarla deberás dispararle. Vuélale la cabeza, quémala, de ser necesario, haz que se consuma o buscará un nuevo cuerpo y volverá.
—¿Solo eso?
—Solo eso, Amelia.
El sábado a las 9:32, Amelia Benick cobró su anhelada venganza.
O eso es lo que creía haber hecho.
Hace mucho tiempo, una niña con cabello de fuego se volvió heredera de una fortuna incalculable. Entre las magníficas colecciones encontradas a lo largo del mundo y más allá, halló a Garz y lo unió a su colección de rarezas. Sin embargo, Garz era tan o más poderoso que ella, así que lo mantuvo cautivo, enredado, encadenado y a oscuras, en un sitio donde la cordura del ser se marchara. Cada año, como una irónica celebración de aniversario por su captura, la dueña del hotel contrataba a una persona que alimentara las retorcidas ideas de su ser favorito. Cientos de personas recorrieron los pasillos, visitaron 65 habitaciones y fueron inquietados por la habitación 302.
Aquel año le tocó a Amelia Benick.
La metodología de Garz era simple. En efecto, él permanecía en cautiverio y su alimento llegaba. Cuando la puerta se abría y el cuarto quedaba a oscuras, él hablaba pretendiendo cumplir los anhelos. Bastaban simples palabras para tenerlos interesados. Luego se presentaba, decía su nombre y cuando la persona lo pronunciaba tres veces, Garz se liberaba.
Su liberación no iba más allá del cuarto, su liberación no podía afectar a nadie, solo a la persona que pronunciaba tres veces su nombre. Amelia Benick lo había hecho en la oscura habitación, cuando ilusamente creyó que estaba abriendo la cerradura de la celda.
Cuando la liberación de Garz contra Amelia llegó, le hizo creer e imaginar que su mayor anhelo se cumplía. Ella, Amelia Benick, la que buscaba matar por venganza, jamás salió de la oscura habitación. Terminó como su familia, como un crudo alimento para Garz, pero lo hizo creyendo que por fin trajo justicia para su familia.
Dos semanas desde la liberación de Garz y la muerte de Amelia, en el gran hotel se vio la revuelta de un joven en busca de su amada. Era Ned, el exnovio de Amelia, quien al no saber nada de ella decidió ir a la fuerza a la habitación 302.
Ned forzó la entrada, pero no pudo entrar. El olor a podredumbre lo hizo vomitar en el rojo pasillo.
Se limpió la bilis de las comisuras y entró aferrado a su linterna a la habitación descubriendo así dónde estaba su amada Amelia. Ya casi era huesos y cabello en un charco seco de sangre. Su ropa estaba repartida alrededor de una figura encorvada en el centro de la habitación. Le daba la espalda, lo veía con ojos lechosos por encima de su huesudo hombro.
—Ned, el viejo novio de Amelia Benick —dijo la voz rasposa de Garz.
Negándose a creer que en esos restos de cuerpo pertenecían al amor de su vida, Ned retrocedió palpando la pared en busca de la puerta.
—Sí, Ned, ella es Amelia. Tuvo el mismo destino infame que su familia. No quería, pero... lo necesitaba.
—¡No! ¡Mientes! ¡Eres un monstruo!
—No me culpes, era ella o yo.
Ned creyó que volvería a vomitar. Se echó a gritar, a patalear, buscó la puerta, recorrió las paredes, lloró a gritos.
—Es una lástima que entre ella y tú las cosas terminaran como lo hicieron: mal. Me arrepiento, de verdad, pero este es mi trabajo. Soy conflictivo, soy la disputa, soy el debate, soy la ironía, soy la muerte, soy el hambre, el morbo y la crueldad. Tengo muchos nombres, me llaman de muchas formas, pero yo prefiero llamarme guerra. Y me encanta el caos.
—Amelia... —balbuceaba Ned, ya desistiendo la búsqueda de la salida—. Mi Amelia...
—Si te sirve de consuelo, Ned exnovio de Amelia, ella no sintió nada.
Las últimas palabras provocaron que Ned estallara en cólera. Se compuso de odio y venganza, sintiendo lo mismo que Amelia, y corrió para dar caza de Garz. Lo quería matar, quería escuchar sus gritos pidiendo clemencia y despedazarlo escuchando todavía más gritos. Pero la fortuna sonreía una vez más a Garz.
La puerta de la habitación 302 se abrió con fuerza y enseñó la silueta menuda de Redbone, la dueña del hotel. A su lado, la silueta alta de un hombre armado.
Ned ya sabía lo suficiente. Además, había hecho demasiados estragos en el hotel. Bastó una señal para que el hombre armado disparara contra Ned.
—Felicidades, Garz —habló Redbone—. Ya tienes a otro humano para alimentarte.
Y, sin decir otra palabra, la puerta 302 se cerró.
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