Capítulo 2
NOTA
"El libro que estás leyendo es una adaptación. La obra original pertenece a Diother_Lu y puede hallarse en Wattpad y a la venta en Amazon (en formato físico y digital), donde está completa."
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
Jimin despierta en suelo firme: nota la
dureza de la madera contra las sienes y la aspereza en las palmas, pero nada es tan apabullante como las sensaciones que lo asaltaron cuando entró en..
<<En celo!>>
Asustado, se levanta de golpe y entonces
nota que el suelo se tambalea. Cae sobre
el cuerpo de un alfa que está sentado a
pocos centímetros de él, en un banquito, y este le gruñe y lo lanza al suelo de nuevo.
—Te despiertas y ya estás jodiendo, como odio a los omegas —gruñe el hombre de mala gana.
Jimin lo mira con la garganta seca,
retrocede en el suelo y nota su mano
contra algo blando y cálido, cuando
baja la vista se sorprende: es la bota
de otro alfa, uno sentado a su espalda.
Este lo patea en la cabeza, alejándolo y
dejándolo hecho un ovillo entre ambos.
Jimin entonces entiende que tiene un alfa delante y otro detrás, sentados, pero no entiende dónde está, quiénes son o qué harán con él. Mira a los lados, temblando, distingüendo una especie de estructura de caña pequeña, como una habitacioncita apenas para uno, y una tela delgada que hace de pared. A través de ellas ve sombras moviéndose y mucha luz.
Escucha un relincho.
—¿Un carruaje?—se pregunta totalmente abatido, y la respuesta es clara cuando presta atención y oye el trote suave de los caballos que tiran de esa pequeña pieza donde él está encerrado con dos alfas gigantescos. —¿Dónde estoy? —exige con la voz temblándole.
—De camino a las grandes montañas —dice uno de los alfas, cruelmente risueño.
Jimin se fija mejor en él, sobre todo en sus ropas rojas y doradas, con el emblema de la familia Kang en el pecho.
—¿Un... guardia real? apenas balbucea.
—¿Qué está sucediendo?
Los dos alfas ríen mientras el pobre
chiquillo solo se queda pálido.
—¿Quieres que te expliquemos? —dice
uno de ellos con un tono dulzón que
alerta al chico. Él asiente despacio, con
cautela, y el hombre palmea su regazo.
—Ven aquí, te contaré. —le dice con una
sonrisa que no sabe interpretar, el otro
guardia le regala una mirada cómplice y
se acomoda en su asiento, descruzando
las piernas.
El chico se levanta a pesar de su mareo y
la repentina hambre y sed que empieza a sentir, entonces nota también algo: el
frío. La tela que los separa del exterior
es porosa, deja pasar una leve brisa que
Jimin nota en todo el cuerpo. Baja la vista para comprobar lo que ya anticipa y, con horror, se ve desnudo frente a esos dos alfas.
Su cuerpo está lleno de moratones
con forma de dedos y bocas, su bonito
abdomen arañado, sus muslos casi
cubiertos por el color morado. Nota sus
tetillas inflamadas, llenas de hendiduras
de dientes que tardarán días en sanar.
Entonces se lleva la mano al cuello,
angustiado hasta el punto de sentir una
arcada.
—No te han marcado, niño.—le dice el
guardia y pese a su tono impaciente, Jimin se siente tan tranquilo que llora de alivio y lo mira agradecidamente —Ahora ven aquí.—palmea sus piernas gruesas de nuevo y Jimin vacila.
—Estoy desnudo —dice preocupado,
entonces, protestando, añade: —¿Por qué?
El alfa lo mira de mala gana. Él está
acostumbrado a meterse en algunos líos,
nunca le ha pasado nada más grabe que
recibir un par de empujones o golpes,
pero claro, eso era cuando los demás le
creían beta, ahora el enojo en la cara de
un alfa es una advertencia que sabe que debería tomar mucho más en serio. El alfa lo toma del brazo y lo tira a su regazo de un violento jalón. Así, Jimin descubre que tiene también moratones en los brazos.
El chico grita y se resiste, pero el alfa lo
toma con las muñecas con una facilidad
sorprendente y él chilla de horror cuando le abre la piernas.
—¡No! ¡No!
—Haz el favor de callarte —le dice el alfa de detrás suyo, tomándolo del pelo.
Cuando Jimin siente el tirón en su cabeza, cae en la cuenta. Su pelo... está largo de nuevo.
Los lobos de pelaje blanco son conocidos
por sus extensas melenas, las leyendas
dicen que crecen de la noche a la mañana y Jimin asegura que es una exageración, pero no es mentira del todo. Con tal de pasar desapercibido él tenía que estar pasando la hoja de plata que su madre le dio a ras de la cabeza cada dos días, a veces diariamente, con tal de que su pelo no creciese. Ahora no tiene una abundante melena, pero le llega por las orejas y le tapa un poco la nuca.
Eso solo puede significar que no entró
su celo ayer, sino hace varios días.
Recuerda perder el conocimiento, pero no pensó que podría durar tanto ¿Ha
pasado su celo desmayado? Eso explicaría por qué ya no tiene síntomas. También explicaría las marcas y eso solo indica algo que le revuelve el estómago. Jimin siente su corazón romperse y pelea más duro contra esos alfas, tan duro que si los alfas de su raza siguiesen vivos se atemorizarían. El dulce omega de Jimin llora en su pecho y le suplica con todas sus fuerzas que sea bueno y ofrezca su cuello a esos dos hombres peligrosos, pero él se revela contra su naturaleza servil y araña la cara de uno de ellos hasta que tiene las uñas ensangrentadas.
Lo siguiente que sabe es que uno de
los dos le toma del pelo y le golpea
contra el suelo de madera del carruaje
repetidas veces. Su cabeza martillea
insoportablemente y pide a los dioses
caer dormido de nuevo, pero no tiene esa suerte. Echa aire por la nariz, sintiéndola obstruida, y otro golpe horrible le da en la frente. Por un momento olvida todo y se pregunta quién es, pero los recuerdos vuelven de golpe. Su aldea feliz, los invasores de pelaje pardo, su madre en el suelo, dándole el cuchillo y gritándole esas aterradoras últimas palabras <<;Suicidate antes de caer en las garras
de los alfas!>>, el olor a sangre mientras
le rasgaban el vientre y le sacaban los
cachorros. Jimin se siente mareado, el olor a óxido es demasiado real. Se lame los labios y descubre que es porque su cara está salpicada de sangre. La nariz le pulsa y la nota caliente, chorreando ese líquido que huele como sus peores recuerdos.
—¿Vas a ser bueno? —pregunta una voz
rasposa en su oído.
Cae en la cuenta de que sigue ahí, en
un carruaje dirección a las grandes
montañas, acompañado de dos guardias
reales de Kang. No tiene idea cómo ha
acabado ahí, pero no sabe si podrá llegar
a vivir para averiguarlo.
No responde a la pregunta, está
demasiado mareado, así que el alfa lo
toma como una invitación para seguir.
Lo vuelve a poner en su regazo y el chico
cae sobre su hombro, apenas respirando. Su omega toma el control y gimotea para pedir ayuda, intentando mantener a Jimin seguro, pero el sonido solo logra avivar la excitación de los alfas, no invitarlos a protegerlo. El chico, desnudo, siente como los alfas desanudan las correas de sus cinturones y se teme lo peor. Puede que ya no sea virgen, no lo sabe, pero odiaría
profundamente estar consciente mientras eso sucede.
—Por favor...—lloriquea, abrazándose a
Su perpetrador.—no quiero...
—Deja de hacer un escándalo —ladra uno de los hombres, tirándole de nuevo del pelo, de esas finas hebras blancas y suaves como el caro satín con que solo la realeza se viste. —tenemos que entregarte virgen, así que no sé por qué chillas tanto.
—¿Entre.. garme? —pregunta medio
somnoliento, tratando de mantener
atención en averiguar todo lo que pueda
sobre su situación. La cabeza le duele
muchísimo por los golpes, pero está
haciendo su mejor esfuerzo por atender y entender.
Las manos del hombre le abren las
piernas bruscamente. Por el rabillo del
ojo ve al tipo de atrás masturbándose
despacio. Siente algo duro contra el
muslo, duro y caliente, y se pone a llorar
de nuevo.
—Claro, a los Min.
La sangre de Jimin se hiela y de repente
está vívido y alerta.
—¿Qué? —pregunta con la cara pálida
y su omega aullando de dolor por su
nuevo destino. —¿Qué? repite cuando el
hombre no le da respuesta.
Y sabe que no se la dará. El alfa jadea,
prendido por su cuerpo desnudo, y se
restriega contra las nalgas del chico
aprovechando su posición. Jimin quiere zafarse, odia la asquerosa sensación de la excitación de un desconocido moliéndose contra él, el aliento fuerte en su cuello, mareándolo cuando trata de respirar, y las manos afirmándose en zonas que tiene ya bastante heridas. Siente un enorme pinchazo en el corazón al caer en la cuenta de que ha perdido el cuchillo de plata que le dio su madre; desearía tenerlo ahora, aunque sabe que no sería capaz de defenderse igual que hace tres años no fue capaz de defender a su manada. Piensa que quizá merece esto, quizá merece ser humillado y profanado por alfas crueles, alfas de verdad, por haber sido tan cobarde. Pero eso no hace que la situación sea más llevadera.
El alfa empieza a bombear sus caderas y
lo mueve a él también aprovechando lo
dúctil que el cuerpo es en sus manos. El
otro alfa se pone en pie, toma al chico de
los cabellos y lo hace mirar directo a su
erección roja y venosa. Jimin llora y cierra los ojos, no quiere estar ahí, quiere volver a ese pueblito que los Kang arrasaron o incluso a las tierras de los Kang, donde a veces pasaba hambre, frío y miedo, pero jamás fue abusado mientras mantenía su fachada de beta.
Su omega se retuerce en su interior,
disgustado por el aroma salado a sudor
y líquidos seminales, encerrado en unas
feromonas tan pesadas que sienten como barrotes. Gime de asco, de dolor,
haciendo la característica y aguda
llamada de auxilio de los omegas. Y se
odia, porque eso hace correrse a los dos
hombres. Sus voces se derraman sobre su nuca y cara y contiene la respiración, no queriendo tragar los alientos venenosos de esos seres. Uno de los alfas, el que lo tiene sobre su regazo, desliza la mano que le agarra las nalgas y fuerza uno de sus gruesos dedos dentro de Jimin. El chico solo grita y lloriquea, pensando que se romperá y el alfa simula un par de embates dolorosos dentro de él antes de sacar el dedo y suspirar de gusto. El omega se sacude, él lucha por no vomitar cuando siente el semen caliente sobre su trasero y sobre su frente y barbilla. El peor de los dos guardias le acaricia los glúteos húmedos, llevando su semilla a la entrada enrojecida y forzada del chico y rozándola una y otra vez con ese líquido caliente. Jimin entra en pánico, si el hombre mete sus dedos impregnados dentro suyo podría quedar preñado y sabe que ningún lobo blanco sobrevive a llevar dentro un ser de cualquier otra raza. Para su suerte los dedos jamás vuelven a invadirlo, pero el miedo y el asco no le abandonan.
Siente que nunca dejará de estar sucio,
de tener las náuseas pegadas al fondo
de la lengua y el asqueroso olor del sexo
en cada respiro. Se siente encarro en un lugar del que jamás podrá salir vaya a
donde vaya: su cuerpo.
Los alfas sonríen, complacidos, tranquilos. El que se ha corrido en su rostro se deja caer sobre el banquito, totalmente agotado, y el otro lo empuja al suelo, menos bruscamente que antes. Jimin se queja por lo bajo y tiene que usar sus manos para quitarse la sangre y el semen del cuerpo y tirarlo donde pueda.
—Por favor... —insiste, desesperado.
Añorando el suelo firme de piedra de las
tierras de Kang o la blanda tierra húmeda de su aldeíta. —necesito saber... qué está pasando.
—Entraste en celo en una posada cercana al castillo ¿Recuerdas eso? —dice uno de los alfas, distraído, con los ojos cerrados. Jimin deja ir un pequeño sí receloso. — Olías tan bien que estaban todos los alfas intentando follarte a la vez y eso ocasionó una pelea. Los guardias reales tuvieron que ir a ver qué sucedía y cuando te encontraron reconocieron lo que eras por tu olor.
—Lobo blanco... —susurra el otro, casi
canturreando —una vez me jodí a uno,
pero se murió porque no aguantáis nada. Una pena que estéis hechos tan bonitos, pero tan poco resistentes.
—Esos alfas, me... ellos me... —pregunta
Jimin con angustia, la garganta dolorida
de contener el llanto y el corazón hecho
añicos por el comentario que acaba de
hacer el alfa. No es capaz de decir la
horrible palabra, de dar nombre a ese
acto que aún tiene clavado en las retinas, en la piel.
No es capaz de pensar que unas cuantas
letras puedan representar todo el horror
de ser despojado de la soberanía del
propio cuerpo. De ser convertido en
objeto que sientey padece, pero no tiene
derecho a sanarse.
—No —dice uno de ellos, sonando casi
decepcionado. —, casi, pero no. ¿Algo
más que quieras saber? —pregunta con
sarcasmo, pero Jimin asiente.
—¿Por qué vamos a las grandes
montañas? ¿Por qué vais a entregarme a... —siente que el corazón se le para, que su vida termina otra vez —los lobos negros?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro