Capítulo 4
La última fiesta a la que recordaba haber ido fue aquella noche en la que mi mejor amiga perdió la vida... Y en las fiestas lobunas, la última a la que asistí fue a la presentación de la Luna de esta manada, la ex Luna.
Mariano era un tipo que me caía bien, siempre estaba vestido con elegancia, como si perteneciera a la alta clase de una época pasada. Hablaba bien, sin usar vulgarismos de la lengua, en un castellano fluido que rara vez se le notaba su acento italiano.
Pero Mariano no era Richard y no caí en cuenta de ello hasta que todo el mundo rompió en aplausos, incluida mi mate. No había tomado más de tres copas de vino y si fuera un humano podría culpar a este de mis palabras, pero estaba sobrio y lo que hablaba no era el alcohol sino mi parte más sensible y nostálgica.
—No...
—¿No?
—No puede ser el nuevo alfa.
—¿Por qué no?
—No es Richard...
—Richard está muerto.
Así, sin anestesia, con garras.
Me quedo helado durante unos instantes, dejando caer la copa de vino que tenía en mis manos. El ruido del vidrio rompiéndose en el suelo llamó la atención de varias personas pero nadie le dio demasiada importancia.
—Lo siento, pero es la verdad —dice tomando mi mano—. Ven, vamos a salir a tomar el aire, lo necesitas.
No, no lo necesitaba.
O quizá si.
Me dejo llevar por ella, pero cuando me doy cuenta estamos alejándonos demasiado. La conozco demasiado y sé perfectamente a donde me lleva, pero no era una buena idea, no necesitaba eso en ese instante. El viento fresco me golpe el rostro con cada paso que doy, no es como si pudiera sentir el frío, ser lobo tiene la ventaja de estar siempre cálido.
El cementerio me da la bienvenida. Celeste aprieta más mi mano cuando entramos en este, ella iba mirando las lápidas en busca de unas en particular.
—Richard —leyó en una de ellas—, supongo que esta era su mate... Y él, ¿el padre? Joder, que trágico.
—Es una larga historia pero puedo resumirla: Su padre era cazador, Mariano convirtió a su hija en loba y resultó ser mate del alfa de nuestra manada... Un día su padre le disparó, sin saber que era su hija, y Richard al ver a su mate muerta decidió matar a su suegro para después quitarse a sí mismo la vida.
Escucho a Celeste suspirar a mi lado para que después me suelte la mano y sus brazos rodeen mi cintura. No es que necesitara consuelo en ese momento, no iba a llorar, ya había superado su muerte, lo que no había superó era su ausencia.
Pasé mi brazo por sus hombros mientras desviaba la mirada a la lápida que estaba a unos cuantos metros, la de mi mejor amiga.
—¿Y su historia...?
—Una idiota que dio la vida por un polvo con un vampiro.
—Pareces enfadado.
—Lo estoy, fue una estupidez muy grande, un acto muy egoísta. Sé que cada uno hace con su vida lo que le da la gana, pero no merecía la pena.
—¿Él la mató? —arruga su nariz, como si entierra a la perfección mi dolor.
—Claro... Y después se quitó la vida, como si de verdad la amara —bufé con rencor—. Los muertos no sienten, los vampiros no pueden amar.
—¿Realmente no pueden? ¿O eso es lo que nos hacen creer? —alzó sus cejas—. Hay muchas parejas de vampiros.
—De vampiros, no de un vampiro y una humana —señalé—. No son especies compatibles, al fin y al cabo.
Seguimos manteniendo una conversación durante un rato y me doy cuenta de que eso me despeja la mente. No había sido una mala idea, estaba soltando muchos rencores del pasado que tenía con los ya fallecidos, lo que me serviría de ayuda para un futuro.
Celeste me conoce más de lo que aparenta o quizá solo hace conmigo lo que le gustaría que hicieran con ella, a veces reflejamos así nuestros sentimientos.
—¿Quieres volver a esta fiesta?
—¿Tú quieres?
—Yo solo quiero quedarme contigo el resto de la noche pero no sé si un cementerio es el lugar adecuado para hacerlo.
Ella se ríe y se deja caer en el suelo, apoyando su espalda contra una de las lápidas. Da palmaditas en sus piernas que me hacen tumbarme y descansar mi cabeza en estas, sus dedos se mueven sobre mi cabello en forma de caricias suaves que me hacen ronronear como si fuera un gato. No me culpéis, era algo muy relajante.
—El lugar es lo menos importante en esto.
Lo era. Cerré mis ojos para olvidarme de donde estábamos y seguí hablándole, esta vez de planes de futuro, de mi familia y de lo que me gustaría vivir con ella. Ella también me habló de las mismas cosas pero desde su perspectiva. Era bonito, todo lo relacionado con ella era bonito. Me estaba devolviendo mi verdadero yo, con garras y con ganas, mi hermano estaría orgulloso de su cuñada. Y no era para menos, esta chica brillaba con luz propia en mi oscuridad.
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