Parasito.
Las arcadas descienden de su garganta como una ola acida hasta su espina dorsal. Entre sus palmas se sostiene de la taza y sus piernas dobladas tiemblan contra el azulejo congelado. Respira lentamente tratando de recuperar el aliento.
Segundos después el agua corre. Su frente toca el mármol blanco y se queda allí, pasmada en un cansancio que lleva consumiéndola desde la última mirada. Respira con calma en un hilo que fácilmente podría ser cortado. Orihime hace sus cabellos hacia atrás en un intento por mimarse un poco, acariciando sus cienes y luego sus muslos. No quiere pensar demasiado en aquello, ya no más, está cansada de hacerlo. Respirar es tan difícil. Así que se concentra en su cuerpo como cuando era pequeña y se acaricia los brazos con mayor insistencia.
Pero corren los segundos y ella se queda allí, pasmada entre su propia piel. Atrapada en aquel cuerpo. Mutilada. Y aunque siempre lo intenta, aunque ha aprendido a hacerlo en muchas ocasiones, vuelve a pensar en su sueño. Recién han pasado dos noches en que sueña con aquello y ahora esta deseando que no pase más pero, aun así, rememora su cuerpo de pie frente a ella, con los cabellos tan oscuros como la noche y la piel tan pálida como la Luna. Y lo ve con su expresión serena y los ojos sorprendidos pero acallados. Vivaces como las mismas luciérnagas. Brillantes como las piedras preciosas.
Y siente que la mira con cariño, ese que él nunca entendió que tenía.
Respirar es tan difícil.
Cubre su rostro con sus manos. No quiere hacerlo más. Han pasado muchos meses, muchas cosas, y ella siente que sigue allí, respirando la misma arena y mirando la eterna Luna. No quiere esa realidad más, no quiere volver a donde estaba. Ella no puede vivir con sus muebles claros, el sol caliente.
Lo quiero de vuelta piensa y entonces tiembla con las lágrimas fluyendo. Se abraza. En sus piernas las gotas caen en un silencio melancólico.
Ella no quiere esto. Ella quiere esas paredes, esas manos pálidas y gélidas. Esa mirada una vez más.
—No quiero vivir así... no quiero.
Las cortas uñas rasguñan su frente mientras se presiona contra sí. Escucha su celular sonar en el mueble de la habitación y se queda en silencio con los labios temblando. Mordiendo su mejilla. Respira profundo y siente el calor del llanto en su rostro. Entonces se levanta acariciando la pared mientras arrastra sus pies entre las sombras de la habitación. Le toma y deja caer su silueta en la mullida cama.
Respira un poco más, haciéndose de aquellas falsas fuerzas de las que está acostumbrada tomar. Esas que están comenzando a desvanecerse. Y con una sonrisa contesta aunque no puedan verle.
—¡Tatsuki!... hum... —Asiente con entusiasmo mientras sostiene el aparato en su oído, escuchando la perezosa voz de su amiga al otro lado de la línea— Si si, voy, lo que pasa es que me quede dormida. Si... ¡Ya voy!
Cuelgan en un sepulcro silencio en que la sonrisa en su rostro se apaga y los cabellos brillantes parecen más opacos. La bruma oscura en la habitación acaricia su piel en ese silencioso amanecer. Cuando el primer rayo de luz toca sus cortinas se permite suspirar por última vez hasta que la Luna vuelva.
Tatsuki observa la luz encendiéndose en la habitación desde la ventana e Ichigo a su lado recarga su espalda contra la pared frente al complejo de departamentos, ambos mirando en una rutina que uno de ellos no quiere seguir más. La chica lo mira un instante desviando su atención a él, lleva un par de ojeras grisáceas y los cabellos siempre rebeldes un poco más aplacados. Los ojos que siempre parecieron decididos, brillantes de valentía, se han vuelto cansados. Opacos por una resignación aplastante.
—Sabes que no tienes que esperarla conmigo, puedo acompañarla sola, siempre lo hemos hecho.
Tatsuki se cruza de brazos ganando su atención.
—No voy a dejarla sola ahora.
—No seas tan testarudo, sé que algo te está pasando y si no quieres decírmelo está bien, pero no puedes seguir preocupándola con ese semblante. Debes descansar y reponerte, cuando estés bien entonces-
—No, ya te dije que no voy a dejarla ahora.
Tatsuki muerde su labio con una repentina furia cruzando por su estómago. Viéndolo tan agotado pero con esa fortaleza fingida que siempre detesto y admiro a partes iguales. Sin poder quedarse callada lo mira despegarse de la pared y los pasos rápidos de su compañera acercándose.
—¡Lo siento por tardar! Me quede dormida a noche viendo películas de Samuráis.
Ichigo conecta su mirada con la suya robándole las palabras.
A ella no le gusta esa expresión pero calla cuando al saludarle el baja la mirada. Permite, de nuevo, que Arisawa la arrastre en una conversación aturdidora sobre las películas falsas que ha visto a noche. Inventándolas en el camino. Apenas hace un par de noches que ha dejado de quedarse con ella y quiere demostrarle que ha mejorado, que las pesadillas no la hacen estremecer más. Pero no ha sido así, jamás las cosas han mejorado en su vida por mucho que lo ha intentado. La prueba es aquel hombre que les sigue a su espalda, sabe que no está allí porque le guste acompañarlas, Ichigo jamás parece contento con caminar a su espalda, casi arrastrando los pies. Como un guardia o un nuevo carcelero.
Esta allí porque sigue siendo la Princesita que necesita ser rescatada.
Ella ya no quiere a un Príncipe.
Princesa de Aizen le susurra la voz ronca y profunda como un gruñido de lobo en el oído, su aliento caliente choca contra su cuello. La voz de Grimmjow.
—¿Orihime?
El concreto gris se ilumina con las diminutas sombras de las piedrillas.
—Inoue.
Ella gira cuando su toque la voltea hasta él. Primero observa su pecho que lleva puesto el saco de la Preparatoria, su aroma a roble y mentas. Sube el rostro hasta mirarle.
—¿Estas bien?
—¡¿Ah?! Si si, estoy bien, solo tengo un poco de sueño.
Su suave risa aterciopela los sentidos del Shinigami que siente un estremecimiento en su pecho. La ve girar entre pequeñas risas y disculpas, de nuevo, el cansancio se aglomera sacándole el aire.
La sigue.
Al llegar al aula el silencio acompaño los movimientos de Ichigo, muy diferente a los de Orihime que recibió todas las atenciones de parte de sus amigos. Él se sentía más agotado en el transcurso de las horas, con esfuerzo centraba su atención en los profesores mientras evitaba las miradas de Ishida a su lado o los disimulados esfuerzos de Orihime por llamar su atención. Se sentía enfermo, como si a una fiebre atosigante se le diera el poder. Su garganta la sentía áspera y su hackeca le proporciono más dolor cuando el timbre del almuerzo sonó. Recargo su cabeza en sus brazos y miro el brillante cielo azul de las mañanas asomándose por la ventana.
—Kurosaki-kun...
Frunció un poco el entrecejo respirando profundo antes de alzar la vista a la joven. Tenía algo extraño en ella que irremediablemente le hacía huir en cada ocasión y con más frecuencia en el pasar de los días.
—¿Te sientes bien?
Espero unos momentos en los que acompasaba su respiración y la desesperación le invadió de a poco. La observo. El cabello lacio le caía grácil a los costados del rostro pero entre ellos no llevaba las preciosas horquillas que tanto amaba.
—Ah... si... —Se detuvo unos instantes mirando sus preocupados ojos, respiro hondo y le sonrió con calma fingida— bueno, iré a la enfermería un momento, solo me siento un poco cansado, no es nada.
Kurosaki apoyo las palmas en la superficie del escritorio dispuesto a levantarse.
—Te acompaño.
La decisión de Orihime le congelo y observo a Uryuu que les seguía con la mirada.
Ella noto aquello y se mordió los labios ligeramente esperando una respuesta que no llegaría. Presiono entre sus puños la falda gris y bajo la mirada al azulejo blanco del suelo queriendo disculparse sin saber por qué o cómo.
—Yo le acompañare, Inoue, puedes quedarte tranquila.
Su suave toque en su hombro la hizo asentir.
Pasando a su lado el par de compañeros se marchó, con ambos pares de ojos mirándole con lastima.
Recorrieron los pasillos con lentitud mientras el aire volvía a sus pulmones con parsimonia, se sentía un poco aliviado al alejarse de forma considerable de ella.
El silencio prosiguió aun estando dentro de la enfermería y escuchando las preguntas junto a las recomendaciones de la enfermera en turno, las mismas que le repetía en esos días, acusando a una posible gripe y recomendando el diagnostico de su padre por ser doctor. Se había recostado en una de las pequeñas camas de la habitación de reposo con Uryuu de pie a su lado y mirándole con recriminación.
—Ya suéltalo, Ishida, dime que pasa.
Cubrió sus ojos con sus brazos dando la vista al techo esperando la conversación que había deseado no tener desde entonces. Dio una calada de aire y se relajó en las duras sabanas de la enfermería tratando de recuperar un poco de fuerzas.
—Tú sabes que pasa, yo debería decirte eso, ¿Qué está ocurriendo?
Las palabras encaradas de Uryuu le atormentaron un momento. Llevaba días haciéndose la misma pregunta, preocupado y agobiado de que no fuera algo realmente grave. Se reincorporo sentándose en la orilla de la cama sin mirarle a la cara, agachando la cabeza y apoyando su codo con su rodilla. Ishida le miro la mitad del rostro, sus remarcadas ojeras que aseveraban su cansancio.
—Desde que volvimos de Hueco Mundo algo extraño ha estado pasando....
—¿Es por los Hollow's?
—No... Me he encargado de todos ellos sin problemas. Semanas después de volver comencé a sentirme agotado, cada día más y más, creemos que es una enfermedad.
—¿Qué clase de...?
—No lo sé, Urahara dice que mi Reatsu fluctúa bastante desde que volvimos. Pensamos en un comienzo que era por el desnivel luego de la pelea pero ahora...
Ishida se cruzó de brazos.
—Urahara ha estado hablando de un parasito suelto en el mundo humano. Dijo algo de que esta anomalía era común cuando las puertas del Infierno se abrían demasiado tiempo y eso ha estado ocurriendo momentáneamente las últimas semanas.
—¿Las puertas del Infierno? —el Quincy pareció meditarlo un momento antes de continuar— ¿Alguno de nosotros está infectado?
Ichigo negó lentamente.
—Yo lo estoy.
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