Luminiscencia
Ante la nada los crujidos del silencio la absorbieron mientras el golpeteo de los Shinigamis se desvanecía tras una sofisticada Garganta, una puerta espiritual como ellos le llaman. La pulsera sangrienta como siempre se volvía humo en suaves reguiletes a su costado. Tatuada su piel en sangre y palabra. Las mejillas secas con la húmeda frialdad. Paso sus dedos sobre la muñeca ardiente por un juramento que ya estaba roto.
Juramentos a una Sociedad a la que no pertenecía, y a la que deseaba jamás volver. La piel ardía mientras su corazón avanzaba más lento. Cerró sus ojos deseando escapar de la luz blanca que la miraba. No quería entrar. No quería beber. No quería ver más el amanecer. El gris se escondía tras sus parpados escaso de personalidad, de fuerza y de luz. Así como ella misma. Brillando su piel en el valor oscuro. ¿A dónde más? ¿Con quién más?
Tras esa puerta encontraría lo único que le quedaba y por esta vez no quería toparla frente suyo, abrumada y preocupada. Bajo su palma acaricio la madera y admiro la muñeca condenada pensando en que el sueño no lograría sepultarlo todo. No iba a ser así. Llorar mas no la consolaría. Llorar era imposible. Dormir insuficiente. Giro la perilla rindiéndose con lo que encontraría al otro lado, después de todo era inevitable.
Volvía a su hogar.
Esa tarde todos habían parecido entusiastas. Michiru balbuceaba libremente a su alrededor, aunque no prestaba ni un gramo de atención a sus amigas por no conseguir despegar la mirada de ese brillante cabello al fondo del aula; recostado sobre sus brazos, escondiéndose del brillante día acompañado de Chad que podría predisponerse como su mejor amigo, sumergidos en un habitual silencio. Las densas vendas cubrían cada trozo de piel de sus manos como si grandes quemaduras se escondieran bajo ellas. Quizá así era.
Parecía recóndito y ajeno a sus ojos pero en realidad él la miraba desde la fina línea entre sus brazos, el como ella presionaba esos libros contra su pecho con cada vez más fuerza y las cejas se le curveaban de repente, meditando, pensando en algo que no descifraba desde allí. Admiraba esa mueca infantil que deseo tanto volver a ver pero que por más que reflexionaba sobre cada hendidura de su rostro no veía a la misma niña que constantemente gritaba su nombre con alegría. Por un instante el brillo en sus ojos grises se intensifico y no precisamente de alegría. Levanto el rostro de su escondite para sonreírle, tratando de evitar lo inevitable, pero Inoue no correspondió y giro el rostro a su escritorio.
—¿Ichigo?
Chirrió un pupitre a sus espaldas e Inoue escapo apartando a sus compañeras y evitando sus miradas. De fondo el timbre sonaba y los pasillos que cruzaba se vaciaban.
—Orihi...me.
Se sentía tonta, con la mano en el pecho escondiéndose tras la puerta del baño más alejado del aula, donde tardarían en encontrarla, tonta de no poder sonreírle, de culparlo, de gritarle en sus sueños mientras derramaba lagrimas hipócritas por quien...
—Basta...
Se honesta, mujer.
De su rostro se formó una sonrisa irónica al mirar el inodoro frente a ella, con la espalda pegada a la puerta y sus lágrimas escurriendo por su barbilla, humedeciendo esa mueca tan antinatural.
—Soy honesta... —Cubrió su rostro con sus palmas. Antes lo fue, más de lo que había sido en toda su vida y ahora solo no podía dejar de serlo— Tienes que parar... —Sollozo con la voz quedándose en un hilo— tú no puedes... —Tiro sus cabellos hacia abajo mirando sus lágrimas caer, falsas lagrimas— N...no puedes hacerle esto a él... a él...
Presionaba sus parpados dolorosamente contra sus ojos, imaginando aquella luz en esa torre. Esa torre que estaba lejos, probablemente sepultada bajo escombros de ese falso cielo que nunca aprecio, esos barrotes destruidos que aún deben reflejar la eterna Luna sobre el mar de arena.
Bajo los cimientos de su prisión, sobre los recuerdos donde esos ojos esmeraldas no volverían a verla nunca más, ni tocarían sus lágrimas con curiosidad. Lejos de la torre nadie más podría lastimarla. Sus amigos, su familia estaba a salvo pero algo le hacía sentir que no era así. Semana tras semana mirar su rostro era más difícil, salir de la cama a darse una simple ducha perdía el significado, su corazón había dejado de revolotear con esa sonrisa tan perfecta y sus manos ya no hormigueaban más. Aun lo amaba, lo sabía, no iba a negarle su amor a quien vivió la guerra por ella. Él lo perdió todo solo por ella ¿Cómo podría no amarlo?
—¿Orihime? ¿Estás aquí?
Aspirando profundo se obligó a limpiar las cálidas lágrimas, los pasos de su compañera se detuvieron a su espalda y su puño toco suavemente haciendo vibrar su espalda. Tomo aire y salió del cubículo lista para sonreírle a su amiga, observando su rostro contraído y sus cejas juntas, de pie frente a ella apenas suspiro. Estirando sus manos trato de tomar su rostro pero Inoue la esquivo y se acercó a los lavamanos, abriendo el grifo para acallar lo que sea que tuviera que decirle. Era injusta, era cruel. Mordió el interior de su mejilla. El agua limpiaba su rostro arrastrada por sus manos, escondiendo los cristales líquidos que fluyeron por él.
—¿Estas bien? —Acorto un paso y tomo su hombro para tratar de encararla. A ella no la evitaba, al menos no tanto como a los demás, pero en estos momentos sintió que Orihime también huía de ella— ¿Ichigo te hizo algo?
—¿Qué...? —Su rostro desconcertado al girar hizo suspirar a Tatsuk— No no no —Negó atropelladamente al enderezarse y agitar sus manos en negación de lado a lado— Ichigo jamás me haría algo. Solo...
—¿Te sentiste mal de nuevo?
—¡Si! ¡Eso! Asique vine aquí rápido.
—Hime...
Brillaba, esa sonrisa brillaba dentro de esa mentira que por esta vez, de muchas, Tatsuki decidió a creerle y tomo su mano para llevarla fuera, cambiando de idea sobre llevarla de vuelta al salón donde las reprenderían por salir de esa forma. Aunque la sonrisa de su amiga siempre la había calmado, esta vez y no la única, solo aumento su inquietud.
—¿Vamos a la enfermería?
—No tiene caso, Hime. Vamos a casa ¿Si?
Ella asintió, siguiendo sus pasos por los pasillos.
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