Epílogo:
― ¿Qué te ha sucedido, Juan? Antes no eras así. Daniela jamás lo habría permitido.
Juan Darling hacía años que no escuchaba tales reprimendas procedentes de su hermana mayor. Debería ser él el que gritara, frustrado y preocupado por la vida de sus hijos. Pero era Wendy la que hacía reproches.
― Déjalo, Wendy, no es el momento... ―intentó calmar los ánimos el hermano menor, Michael.
Hacía años que la casa de los Darling, que había heredado el primogénito varón de la familia, no reunía a los tres hermanos en una misma habitación. Aun así, para Juan Darling no era un motivo de alegría o nostalgia, sus pensamientos estaban demasiado ocupados en un asunto que duraba ya varios días.
― ¿Y cuándo lo será? Todos conocemos perfectamente la razón y el modo en que han desaparecido los niños ―apuntó Wendy. Juan se volvió hacia ella perdiendo los nervios.
― ¡No empieces otra vez, Wen! Cuando éramos pequeños estaba bien, pero ahora es serio. ¡Mis hijos han desaparecido!
― ¡No escuchas, nunca escuchas a nadie! ¿Cuándo has dejado de creer, Juan? ¿Cuándo dejaste de tener fe? ―lo reprochó. Juan gruñó y estampó el puño con fuerza sobre la mesa.
― ¡Cuándo Dani murió! ¡Cuándo verla morir, apagarse día a día, me hizo ver que la fe, la confianza y los polvos de hadas son solo cuentos! ―Luego se dirigió con gesto furioso a Wendy―. Los finales felices no existen.
Wendy lo miró con eterna lástima, llena de compasión. Cuando Charlotte nació, Juan ayudaba a Wendy a contar cuentos, aunque la pequeña no entendiera ni la mitad. Recordaba haber estado en Nunca Jamás. Nunca lo olvidó. Pero el tiempo pasó, y los cuentos de hadas empezaron a perder su magia. Daniela, su mujer, enfermó y murió sin que él pudiera hacer nada. Los deseos y los buenos pensamientos no ayudaron. Y Juan no iba a permitir que a ninguno de sus hijos le pasara lo mismo. La realidad era más segura.
― Juan... ―murmuró Wendy posando una mano sobre su hombro―. Solo porque no sean todo finales felices no significa que no exista alguno. Tus hijos volverán, tal vez su madre no lo haga... pero debemos intentar ver el final feliz que necesitamos. En un cuento, o en la realidad, pasan muchas cosas. Buenas, malas, peores... debemos saber en qué final feliz debemos centrar nuestro cuento.
― ¿Y si no lo hay? ―murmuró.
― Lo habrá. Siempre hay algo bueno, o tal vez algo no tan malo. Tu cuento no termina cuando Daniela murió, ese es solo un capítulo más. Tu cuento no puede finalizar mientras sigas luchando. Y si luchas, Juan, puedes ganar. Si no lo haces... ya estás perdido.
Juan se volvió con el rostro contraído por la angustia. Era como las otras tantas veces que Wendy los acostaba en sus respectivas camas para ir a dormir. Sus palabras transmitían historias, viajes inacabables, sueños imposibles.
― Debo encontrar a mis hijos...
― Entonces lo conseguirás. Solo... ten fe...
La noche silenciosa dejó de serlo cuando un fuerte ruido procedente del piso superior alteró a los que estaban en el salón principal. Juan desencajó el gesto, incrédulo. Wendy contuvo el aliento, y Michael sonrió levemente.
Habían regresado...
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Los pasos bajando las escaleras, otros subiéndolas. Juan subió los escalones como si le fuera la vida en ello, y su corazón dejó de latir durante unos instantes cuando vio al pequeño Tommy, seguido de cerca por su hermana, corriendo hacia él.
― ¡Thomas! ―gritó entrecortadamente Juan rodeando con sus brazos al pequeño y alzándolo con desesperación―. ¡Gracias a Dios! ¡Dios mío!
Juan observó a su hija, parada a tres escaleras por encima de ellos. Su descontrolada niña...
― Papá... ―Juan le hizo el gesto para que se acercara, y con una sonrisa que contenía el llanto, Lottie corrió hacia su padre y encerró a Thomas en un abrazo doble.
― Dios mío... ―repitió sin poder dar crédito―. Estáis aquí. Estáis vivos. Estáis en casa... ―exclamó apasionadamente.
― Estamos en casa, papá... ―murmuró Lottie.
Los ojos grisáceos de la joven se encontraron con unos muy parecidos a los suyos pero más azules. Wendy la observó desde el final de la escalera y sonrió en una muda respuesta. Comprobando que su hermano no iba a soltar a sus hijos de momento, se dio la vuelta y salió de la casa.
La noche era fría, así que se arrebujó con el fino chal y miró hacia el cielo oscuro.
― ¿Peter? ―preguntó hacia la nada. No sabía si esperaba respuestas, pero cuando empezó a rendirse para darse la vuelta, el joven se presentó delante de ella.
― ¿Wendy? ―preguntó curioso.
― Hacía tiempo... ―murmuró. Peter se sentó sobre el aire con las piernas cruzadas.
― Has cambiado ―dijo un poco contrariado. Wendy sonrió.
― Muchas cosas cambian. No está Campanilla ―observó. Peter miró hacia la estrella en el cielo, la que llevaba a Nunca Jamás.
― Ha pasado... algo ―dijo al fin. Wendy lo escudriñó en busca de respuestas.
― Los niños han estado en Nunca Jamás, ¿verdad?
― Sí.
― ¿Garfio ha vuelto a hacer de las suyas? ¿Qué ha tramado esta vez? ―Peter compuso una mueca confusa.
― Bueno. Es... no... Verás...
― ¿Peter Pan tartamudeando? No me lo creo. ¿Qué es tan grave? ―bromeó. Peter dejó escapar una pequeña risa nerviosa. Se cruzó de brazos.
― Tal vez deberías preguntarle a Lottie. ―Wendy abrió los ojos de par en par.
― ¿Mi sobrina? ―Wendy la conocía lo suficiente como para saber que su rebeldía no la detendría ni en Nunca Jamás―. ¿Qué ha hecho mi pequeña? No lucharía contra Garfio ella sola, ¿verdad? ―Pues la veía capaz.
― Entre otras cosas... ―apuntó Peter. Wendy frunció el ceño.
― ¿Qué quieres...?
― ¡Wendy! ¡Wendy! ―escuchó que la llamaban desde el interior de la casa. Wendy se volvió un segundo.
― Debo irme ―señaló Peter―. Hasta pronto, Wendy.
Wendy no pudo decir nada más, el joven se alejaba volando de la casa y se perdía en el horizonte. Suspiró. Bueno, estaba acostumbrada al modo de escapar del muchacho. No se le daban especialmente bien las despedidas.
Con las palabras del muchacho todavía en la cabeza, Wendy entró en la casa. Juan estaba hablando con sus hijos, pero Wendy estudió detenidamente a su pequeña Charlotte.
Ya no tan pequeña, pudo comprobar. Se erguía al lado de su padre, con una mirada un tanto triste, pero decidida. Tommy seguía abrazado a Juan, y su hermana se dirigió a él con una decisión y madurez que no había visto nunca en la joven.
― Papá, sobre mi matrimonio con Edgar Becher...
― Charlotte... ―comenzó su padre. Lottie lo interrumpió.
― Déjame terminar. No deseo casarme con él, no porque no desee casarme o quiera rebelarme contra ti, sino porque no me ama. Ni yo lo amo a él. No deseo casarme con alguien a quien detesto, papá. Espero que lo entiendas. Me casaré si así lo deseas, y lo haré tan pronto como lo consideres necesario, pero prefiero ser yo quien elija al que será el compañero de mi vida. Si tengo que elegir a alguien que no amo, al menos que sea alguien a quien no odie ―Juan se mantuvo callado, escuchando las únicas palabras sensatas que su hija le había dirigido en lugar de los ya conocidos gritos y orgullosas exclamaciones―. Siento... siento muchísimo no haber sido tan considerada contigo. Haberme peleado y siempre desobedecido tus deseos. Sé que lo único que quieres es que sea feliz. Que todo lo que haces es porque crees que es lo correcto. ―Lottie suspiró―. Siento no haberme dado cuenta de lo mucho que extrañas a mamá. De lo mal que lo pasaste cuando murió... Lo siento mucho. Ver morir a la persona que amas es lo más doloroso y desgarrador que existe. Y quiero que sepas, papá, que aunque ella no pueda volver... yo estaré aquí. Siempre que me necesites.
Juan miró a su hija como si no la reconociera, con un orgullo y un cierto reconocimiento. Sus palabras le habían recordado tanto a Daniela... Tal vez por eso Juan sobreprotegía a su hija tanto. Lottie era la viva imagen de su madre. Tenía su espíritu.
Se levantó dejando al pequeño Tommy con Michael, y se acercó a su hija para encerrarla en un fuerte abrazo. Lottie se quedó helada. Su padre no solía demostrar afecto de ese modo. Era un abrazo sincero, y Lottie se aferró a él y lloró.
― No tienes por qué hacer nada que no quieras. Yo también siento haberte obligado a casarte en contra de tu voluntad... ―susurró.
Mientras Juan abrazaba a su hija como jamás lo había hecho desde que Daniela, su mujer, falleció, Wendy recordó de nuevo las palabras de Peter Pan. Y luego las de la joven.
"― ¿Qué ha hecho mi pequeña? ¿No lucharía contra Garfio ella sola?
― Entre otras cosas..."
Y lo que acababa de decir la joven.
"Ver morir a la persona que amas es lo más doloroso y desgarrador que existe."
¿Podría ser...?
Wendy abrió los ojos de par en par al descubrir en su interior que lo que había deducido pudiera ser posible.
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Horas más tarde...
― ¿Estás mejor? ―preguntó Wendy retirando un mechón rubio del rostro de la joven.
Charlotte se había acostado en la cama para poder descansar un poco. La noche era larga, y todos necesitaban descansar. Juan acostaba al pequeño en su habitación, y Wendy se había acercado a la de la joven Lottie.
― Cansada... ―confesó intentando retener un bostezo. Wendy esbozó una sonrisa.
― Imagino. Después de la aventura que habéis tenido... ―Lottie abrió los ojos de par en par hacia su tía―. Lo sé.
― Sé que lo sabes. Sé que estuviste en Nunca Jamás...
― Sí. Hace tiempo conocía Peter Pan y los niños perdidos. Y a Campanilla. Incluso a...
― Todos los cuentos son reales, ¿no tía Wen? ―la interrumpió. Wendy fingió no haberse percatado.
― Lo son. Incluso lo que dicen que Nunca Jamás te cambia. Hace unos días eras una niña... y ahora te has convertido en toda una mujer. Una mujer con ilusión y cierta niñez en su interior... ―Lottie esbozó una sonrisa triste que intentaba ser de comprensión. No engañó a Wendy―. Y también cierta tristeza.
Lottie apartó la mirada.
― ¿Hay algo que quieras contarme, hija? ―Lottie intentó frenar las lágrimas, pero fue incapaz. Wendy la abrazó, calmando los sollozos―. Puedes contármelo...
Lottie negó con la cabeza.
― No es otro... cuento... No es un cuento de Peter Pan y los niños perdidos... No solo es Nunca Jamás y Campanilla... ―sollozó.
― ¿Y qué cuento es este? ¿De qué y de quien trata este cuento, cariño? ―intentó averiguar. Lottie se separó un poco y dejó la mirada perdida.
― De Garfio ―murmuró―. Y de como... una joven que creía no haber crecido lo salvó.
― ¿Salvaste a Garfio? ―preguntó cautelosa Wendy. Lottie esbozó una sonrisa―. ¿Cómo? ―Wendy parecía realmente asombrada. Lottie se encogió de hombros.
― Enamorándome de él, tía. Enamorándome de él.
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Un año más tarde...
Lottie observó el jardín repleto de gente una vez más mientras daba un pequeño sorbo a su copa de champán. Un joven hablaba a su lado, dispuesto a acaparar su atención. Aunque no lo conseguía. Lottie estaba pendiente de otra cosa, como de costumbre. Aunque había intentado encontrar a un posible futuro marido aceptable, su padre los había desaprobado todos. Era extraño como habían dado un giro de 180º las cosas desde que regresó. Su padre había recordado lo que era estar enamorado. Recordó lo que sintió por su mujer antes de que el dolor substituyera el otro sentimiento. Y no podía soportar que su hija fuera a casarse con un hombre que no amara.
Lottie intentó enamorarse mil veces en un año, pero Wendy tuvo razón la primera vez que se lo dijo en la fiesta de los Wenchersts; Enamorarse no era algo que se intentaba, era algo que te arroyaba y te aplastaba hasta que no tenías ni la menor duda de que habías sido inevitablemente atropellado. No se trataba de un sentimiento que se pudiera buscar, era uno que se encontraba.
Y no volvió a encontrarlo.
― Disculpa, Lord Tomilson. Acabo de ver a alguien que quisiera saludar ―comentó con suavidad. El joven sonrió no muy convencido, y bastante incómodo, pero educado.
― Por supuesto, Miss Darling.
Lottie se alejó.
― ¿Cómo ha ido? ―preguntó su tía cuando la joven llegó.
― No puedo ―murmuró―. Necesito desaparecer un rato...
― Todos serán insuficientes si sigues comparándolos ―apuntó apenada.
― Tía, por favor...
― Está bien, te cubro.
No era la primera vez que escapaba de una reunión social como esa. Siempre la invitaban a las fiestas, y siempre escapaba a media velada. Con ello, se había ganado el sobrenombre de "la escurridiza Miss Darling". A Charlotte no le importaba. Ni el alto nivel de interés en el sector masculino por ver quién conseguía mantenerla más tiempo en la fiesta. Simplemente, Lottie ansiaba escapar.
Nunca había perdido la fe, la esperanza. Siempre corría hacia el puerto para poder mirar el horizonte.
― Otra vez... ―murmuró una voz detrás de ella. Lottie se volvió esperanzada, como siempre que alguien hablaba detrás de ella. Pero como siempre, su decepción fue arrolladora.
― Lord Becher... ―reconoció.
Lord Edgar Becher, después de su rechazo, había contraído matrimonio con una muchacha acabada de presentar en sociedad. Una joven inexperta e ilusa que había podido dominar sin despeinarse. Por desgracia, como bien había podido comprobar en los últimos meses, Edgar era de los que buscaban aventuras. Y que Lottie lo desafiara abiertamente había llamado su atención. Jamás quiso provocar tal cosa, pero había hombres que les importaba poco las intenciones que tuviera la mujer que inducía a dichos deseos.
― Lady Charlotte Darling ―murmuró su nombre como si fuera un misterio―Siempre escapando de las fiestas. Al final creeré que pretende que la encuentren...
― Es probable, aunque le aseguro que no por usted.
― ¿No? Una lástima... ―chasqueó la lengua y se acercó un paso más―. Resulta evidente que un matrimonio entre nosotros jamás habría resultado. Es usted... demasiado apasionada e independiente. ―Luego esbozó una sonrisa―. Lo cual no significa que no pueda haber otro tipo de... acuerdo. Mucho más conveniente, si me permite el atrevimiento.
― No. No se lo permito. Márchese, Señor Becher. No lo repetiré ―lo amenazó.
― Mi esposa es un encanto, pero usted siempre me ha transmitido una vitalidad y una fuerza exquisita. Las otras veces se ha librado, pero me temo que no existe nadie que pueda interrumpirnos aquí... ―continuó.
― Lo han salvado a vos, señor. Si me permite la corrección. ¿Cree realmente que desearía ese tipo de... acuerdo, cuando rechacé su propuesta de matrimonio precisamente porque no quería tener ningún tipo de "acuerdo" con usted?
― Existen acuerdos que no tiene que ser aceptados por ambas partes. A diferencia del matrimonio... ―Lo pensó un poco y luego sonrió―. Y aun así.
Lottie pudo ver su mano acercarse a su rostro, demasiado cerca. Frunció el ceño y sujetó su mano con la suya propia. Con una mirada furiosa, le retorció la mano de improvisto logrando que el señor Becher se encogiera. Edgar se desquitó de ella, gruñendo y maldiciéndola con desdén. Lottie reaccionó deprisa, sujetó con fuerza una red de pescar que se encontraba en el suelo logrando que sirviera de zancadilla, y le propinó una patada en el centro de su estómago.
― ¡He dicho que no lo iba a repetir! ―exclamó viendo como Edgar caía al agua por el borde de la madera del puerto.
Sonrió con satisfacción.
― No has olvidado las clases.
Lottie se tensó. No dejó que la voz la engañara. Había escuchado su voz en múltiples ocasiones, y todas y cada una de ellas la habían decepcionado. Aunque seguía manteniendo la esperanza, en un solo día ya era suficiente con una única desilusión. El que pronunciara esas palabras podía ser Michael. Incluso Wendy... aunque era una voz demasiado masculina para ella.
― No he olvidado... ―murmuró con la voz queda. Una risa apagada se mezcló con las olas del mar.
― Entonces recordarás que te prometí una estrella...
Lottie intentó contener la sonrisa, dándose la vuelta, reteniéndose en el sitio a duras penas.
― ¿Ha venido a robar otra estrella, Capitán? No creo que esta vez tenga tanta suerte como para ser rescatado ―apuntó con una sonrisa ladeada.
Él dio un par de pasos y la observó riendo levemente.
― Por desgracia para mí, ya no robo estrellas. La última que intenté robar me quitó el corazón... ―aseguró―. Y todavía no me lo ha devuelto.
Lottie avanzó hacia él con el mentón alzado y una posición orgullosa.
― ¿Ha venido a recuperar su corazón, Capitán?
― He venido a recuperar la estrella que amo... ―corrigió.
Lottie observó esos ojos azules que tantas veces había soñado. Sus cabellos, ahora más cortos, seguían rizándose. Iba bien afeitado y su camisa y pantalón pirata habían sido substituidos por un traje castaño oscuro acompañado de una casaca marrón. Iba vestido acorde al momento, como si hubiese ido a la fiesta. No tenía el aspecto de un pirata en absoluto. Nadie habría dicho jamás que aquel que tenía en frente fue en su día el Capitán Garfio. Aunque, pudo observar orgullosa, seguía conservando el pequeño pendiente dorado en su oreja.
― James... ―murmuró Lottie con una sonrisa. Él rozó su mejilla con el dorso de su mano.
― James Robinson ―añadió―. He recuperado el nombre de mi padre, como la embarcación y una tripulación mercante. Creo recordar que te prometí también un barco...
Lottie dejó escapar una risa, y terminó apoyando la cabeza en el pecho del ahora caballero y marinero.
― Vaya... ya no es un pirata, ¿eh? ―James alzó su rostro y sonrió.
― ¿Decepcionada? ―inquirió.
― Bueno, al ser ahora un caballero, se verá obligado a no comportarse indecorosamente ante una dama. A pesar de lo mucho que la dama en cuestión lo ame, y a pesar de haber estado esperando un año entero a que dicho pirata, ahora caballero, apareciese para buscarla.
― Bueno ―la imitó no evitando la cercanía―, mucho me temo, milady, que no me he reformado tanto ―y ante la esperanza de la joven, James agachó la cabeza y no se contuvo en besarla.
Lottie enlazó sus brazos a su cuello, profundizando el beso que tanto tiempo había esperado y recordado en sus muchos sueños. Sin embargo, segundos más tarde, se apartó de ella para mirarla con los ojos abiertos de par en par.
― Espera. ¿Has dicho que me amas? ―preguntó con una sonrisa ridícula en los labios. Lottie le dio un pequeño golpe en el brazo y volvió a callarlo con un beso.
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Horas después. Después de escapar juntos de la fiesta. Después de reencontrarse. Lottie Darling y James Robinson, o más conocido por todos vosotros como El Capitán Garfio, serían bendecidos por el que fuera uno de los niños que viajó a Nunca Jamás junto a Peter Pan y sus propios hermanos. Aquel que peleo y fue capturado por el mismo hombre que ahora pedía la mano de su hija.
Juan Darling no supo nunca quién era. Ese era un secreto que guardarían unos pocos. Pero reconoció el amor en la mirada de su hija aquella vez, y reconoció su propia mirada en la del muchacho que le pedía como un ruego que le concediera el honor de hacer feliz a su hija por el resto de sus días. ¿Cómo podía un padre negarse a eso?
Wendy fue, de entre los hermanos Darling, la única que reconoció a Garfio en el caballero que era ahora. Algo del pirata seguía en sus ojos, pero aunque jamás habría imaginado un final feliz para él, debía reconocer que se había equivocado. O todo lo contrario. Era cierto lo que dijo que todos los cuentos tenían final feliz si lo buscabas y mirabas con atención. El problema es que siempre que leemos una historia, la vemos desde el lado del protagonista. Tal vez, si miramos el cuento desde el lado del villano, descubramos que la historia no termina allí para él. Que su final feliz, todavía está lejos.
Así que si todavía no habéis hallado vuestro final feliz, esperad. Este llegará algún día. Tal vez solo debáis buscarlo. Y si todavía no lo encontráis, es posible que sea porque vuestro cuento todavía no ha terminado.
Fin
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Bueno, aquí termina la historia ^^ Espero y deseo que os haya gustado. :D
Para aprovechar este pequeño espacio, me gustaría presentaros una nueva historia que publicaré en breve. Pero esta es algo especial. Para variar, no será exactamente un cuento, se tratará más bien de una especie de "comedia romántica", y me gustaría adjuntar dibujos y pequeñas tiras cómicas de algunas escenas. ^^ Os dejo la sinopsis aquí abajo para que me podáis decir vuestra opinión. Si os gusta la idea, la llevaré a cabo en cuanto pueda y os presentaré los personajes visualmente :D
Sinopsis:
Hermano Postizo
¿Alguna vez te has visto envuelto en un lio enorme por llegar en el momento y en la situación menos adecuada? Si es así, entonces entenderéis perfectamente mi historia...
Mi mejor amigo Robin y yo llevábamos planeando las vacaciones de verano durante meses, estaba todo pensado. Todo excepto ella. Coral.
No la conocía demasiado, apenas la he visto unas cuantas veces, y todas de pasada. Es la hermana pequeña de Robin, y según él un verdadero dolor de cabeza. Pero esta vez no es la única que va a fastidiarle los planes.
Coral está empeñada en irse de vacaciones a Salou con unos primos lejanos de sus padres, sin embargo solo tienen una condición; Que su hermano, Robin, la acompañe. Pero claro, mi mejor amigo no tiene la menor intención de perderse sus vacaciones, y su pesadilla de hermana no parece querer dar su mano a torcer.
Así qué... ¿Sabéis cuál es la solución que se le ocurre a mi mejor amigo? Oh, sí. Que yo, Adam Hernández me haga pasar por él.
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