Capítulo 37
🦋
T E S S A N D R A
Enero llega más pronto de lo que esperábamos, año nuevo lo celebramos todos juntos, al igual que en Navidad y, aunque la tristeza nos acompaña siempre, tratamos de ver las cosas buenas que nos rodean también; Lili nos ayuda en eso. Asimilar que en cualquier momento podemos perderla es lo más duro que me ha tocado vivir, intento no pensar demasiado para poder disfrutar nuestros últimos días juntas pues sé que la voy a extrañar el día que no pueda escuchar su risa o mirar sus ojitos grises llenos de esperanza.
—No puedo creer que te hayas hecho eso —digo mientras me paso una de sus playeras por la cabeza y me tumbo junto a Dan.
Hace unas semanas mi madre se mudó a casa de Robert, quería que me fuera con ellos, sin embargo, no se me hizo correcto y yo no quería vivir sola en nuestra casa pues era demasiado triste recordar los buenos tiempos. Le costó decidirse, no quería dejarme, pero la convencí de que se fuera con su novio, merece ser feliz. Aún no sé qué fue lo que pasó con papá, pero sospecho que fue algo turbio. Días después de aquel suceso, Dan insistió en que viviéramos juntos, compró un departamento con sus ahorros y me dejó decorarlo con los míos.
Es un lindo dúplex pintado en su mayoría de color blanco, cortinas color tierra y muebles color café chocolate. Becky viene una vez a la semana a ayudarnos con la limpieza a pesar de que le aseguré que yo podía hacerlo, creo que lo hace porque quiere seguir cerca de Dan, me he dado cuenta de que son muy apegados. Él y yo cocinamos los fines lo que comeremos el resto de la semana. Tenemos todo ordenado, solo hay algo por lo que peleamos todo el tiempo: el baño. Dan se tarda horas afeitándose y a mí se me revienta el hígado cada vez que se encierra ahí.
—¿No te gusta? —pregunta, al tiempo que apaga la lamparita que se encuentra sobre su mesita de noche. Sus brazos rodean mi cintura, me da un jaloncito para pegarme a su pecho.
—Sí, es solo que ya eres muy viejo para eso.
—¿Te has atrevido a llamarme viejo? —cuestiona un tanto divertido. Me encojo de hombros, juguetona—. Nunca sé es viejo para tatuarse. Además, esa mariposa la dibujaste tú.
Frunzo el entrecejo. Me levanto, bajo su pijama de franela sin preguntarle si puedo hacerlo. Tal como lo dijo, yo hice ese dibujo hace años, puedo reconocer mis trazos. Delineo su nuevo tatuaje de mariposa sobre su cicatriz en el muslo.
—No me acaricies así. —Gruñe.
—Mmm... creo que luce sexy —digo y le doy una mirada por debajo de mis pestañas.
Así es él: inesperado. Ni siquiera puedo imaginar cómo demonios consiguió mi dibujo. No es que me encante ver una mariposa ahí todo el tiempo, pero sé que lo hizo por el significado. Un bostezo burbujea desde mi garganta, así que vuelvo a tenderme sobre las sábanas.
—Tengo que buscar un empleo —digo y él refunfuña.
—Yo podría... —Empieza a susurrar, dubitativo. No lo dejo terminar.
—No, Dan. —Gruño
—Pero...
—No, no vas a mantenerme, me sentiría como una niña.
Apenas termino la oración, se sube sobre mí, clavándome en el colchón. Sus labios dejan besos húmedos en mi cuello, logrando que me retuerza. Su mano se cuela debajo de mi pijama improvisada, acaricia mis costillas con sus yemas.
—Mariposa, pienso en ti de mil maneras, pero ninguna es sobre ti siendo una niña. —Y, para enfatizar el punto, empuja sus caderas haciendo fricción. Mis cejas se elevan con sorpresa.
—¡Eres el ser más pervertido que conozco! —exclamo, indignada.
—Te gusta que lo sea.
Últimamente no hemos tenido mucho tiempo solo para nosotros dos, hay veces que no puedo despegarme de Lili.
Dan sigue igual de cariñoso que siempre, incluso más, y su comprensión me rompe. Es el primer sábado que no me siento tan cansada como para dormir, sus caricias han hecho que esté más despierta.
—Te extraño —susurro mirándolo, recorro el borde de su mandíbula recta con mis dedos. Su sonrisa me mata.
—Yo también, mariposa, mi pene te extraña —murmura de vuelta.
Suelto un chillido porque no puedo creer que haya dicho eso. Mi rostro es inundado por un rojo profundo, siento arder mis orejas. Él ladea la cabeza y suelta una carcajada. Se deja caer en la cama, ruedo los ojos ante su euforia.
—¿Soy divertida? —No controla las carcajadas, ni siquiera puede hablar. Levanto la voz para que me escuche porque parece estar perdido en su momento de diversión que me hace resoplar. No sé dónde está el chiste—. ¡Basta! ¡No es gracioso!
—¿Te asusta la palabra pene? —pregunta, apretujando los labios, así que le doy la espalda, harta de sus burlas—. ¡Hey! Es una broma.
Me abraza desde atrás, separa el cabello de mi hombro y besa la piel desnuda, mis poros se erizan apenas lo sienten.
—Lo siento, mariposa.
—Deja de ser tan dulce, me empalagas —suelto, maliciosa, picoteando su orgullo, y lo consigo porque ruge ante mi broma.
—¿Me quieres rudo?
—Quiero que claves tu pene en mí —emito.
—Eso suena grotesco saliendo de tus labios de ángel.
—Soy un ángel caído desde que te conocí, ¿qué esperabas?
—Ya, ahora entiendo porque nunca me pude resistir a ti —susurra en mi oído.
Giro mi cuerpo, Dan se acuesta en la cama, yo me acomodo en uno de sus costados aprisionando su cuello, sus manos acarician lo que pueden hasta apretar mi trasero, la deja ahí, transmitiendo calor.
—Quiero tatuarme —digo a lo que abre sus párpados como si hubiera escuchado el peor pecado existente, niega sacudiendo la cabeza.
—No permitiré que arruines tu suave, pálida y perfecta piel con pigmentos.
—Piénsalo, puedo tatuar tu rostro, luego lo lamerías, ¿no suena perfecto? Yo estaría encantada.
—No me emociona la idea lamer mi propia cara, aunque... —Sonríe de lado, ya sé que va a decir alguna cosa absurda o asquerosa—. Podrías tatuarte tus senos, esos sí que me emocionarían.
Le doy un golpe en el pecho, él hace una mueca fingiendo dolor.
—Eso es asqueroso.
—Para nada, suena irresistiblemente delicioso.
Me da la vuelta colocándose encima una vez más.
Une nuestros labios amasándolos con fuerza, se abre paso con su lengua y toca la mía creando un baile sensual y cautivador que me transporta a otro mundo.
—Te amo —susurra—. Gracias por mudarte conmigo, esto es lo más perfecto que he tenido.
—Me gusta levantarme a tu lado, aunque ronques como una foca pariendo —suelto. Su mirada indignada me hace reír, frunce sus labios con diversión.
Calla mi risa con un beso profundo, le correspondo y me dejo llevar por las pulsaciones que golpetean contra mi pecho. En un atrevimiento, me monto sobre él. Dan apoya sus manos en mis muslos y traza círculos que me dejan la piel ardiendo. Necesitándolo más que nunca, me saco la playera con urgencia. El timbre del teléfono traspasa la nube de lujuria en mi cerebro, pero lo ignoro, deja de sonar para comenzar de nuevo. Soltamos un suspiro de impaciencia, me estiro para alcanzarlo.
—¿Diga? —No escucho nada, solo una respiración que me pone los pelos de punta—. ¿Quién es?
El chico debajo de mí detiene sus caricias, me mira con atención.
—Te encontré, florecita. —El aire se me atora y mis manos aferran el teléfono con fuerza cuando lo reconozco, tengo ese timbre grabado en mi cerebro—. Me has metido en problemas, medio país me está buscando por tu puñetera culpa y la de tu perro faldero.
Cuelga sin más.
¡Me encontró! ¿Por qué demonios?
«Por tu puñetera culpa y la de tu perro faldero.», sus palabras se repiten en mi cabeza una y otra vez, hasta que una idea, no tan descabellada, se me viene a la mente.
Por favor que no haya sido él.
Lo miro con una calma que no siento, pues todos mis nervios están disparados, necesito escuchar que no está involucrado, que es una casualidad que este tipo sepa mi número de teléfono.
—¿Qué pasa? ¿Quién era? —pregunta, alarmado, así que me aclaro la garganta.
—Carlos. —Él se tensa tan pronto escucha esas seis letras, traga saliva con nerviosismo, es entonces que me doy cuenta de que Dan tiene algo que ver con esto—. Te metiste, ¿cierto? A pesar de que te dije que no lo hicieras.
No contesta, solo me mira en blanco con los labios apretados.
—Está pasando justo lo que quería evitar, Dan, pero como siempre, haces lo que te da la gana con tal de demostrar que eres más poderoso.
Me levanto con rapidez para vestirme porque sinceramente mis venas palpitan y temo por la seguridad de los que me rodean.
Salgo de la habitación a toda velocidad y llamo a mamá.
—No te separes de Lili, no salgas de la maldita habitación, no dejes que nadie entre si no es Robert o las enfermeras que ya conoces —digo, balbuceando.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué sucede? —pregunta, aturdida.
—Tú solo hazlo, mamá. —Suspiro—. Luego te explico, tengo que colgar.
No escucho su despedida, sé que si no cuelgo me pedirá explicaciones que no quiero darle, solo necesito que estén en un lugar seguro. Me paro frente a la ventana de techo a piso mirando las luces de Hartford, la melancolía me atraviesa como si se tratara de un fantasma. El sonido de sus pasos al acercarse rompe la mudez, siento el calor de su mano antes de que pueda tocarme.
—Ahora no —musito.
—Lo siento, Tess, solo quería ayudar.
—Ayudar no es provocar a alguien que me hizo daño.
Regreso a la habitación, esquivando su brazo y me encierro en el baño dando un portazo. Toca la puerta e intenta abrirla.
—Cariño, ábreme.
No lo hago.
Mis ojos se empañan, abro la regadera para sofocar los ruidos y me introduzco en el chorro con la ropa puesta. Mis lágrimas caen y se pierden con el agua, me apoyo en una pared para después resbalarme hasta que quedo en el suelo.
Sollozo fuerte, recordando su maldita boca guasona y sus espeluznantes tatuajes. Sintiendo de nuevo su lengua en mi boca y sus uñas en mis pómulos. El miedo se apodera de mí y me impide respirar. Tengo miedo, demasiado pánico porque su voz sonaba amenazante, él está enojado y lo más probable es que sepa cosas de mí y de mi familia. Me balanceo como si fuera un columpio y sorbo por la nariz, sintiendo el chorro de agua impactando en mi espalda.
El golpe de la puerta al abrirse llega a mis oídos, pero no me muevo. Las manos cariñosas de Dan me cargan. Rodeo su cuello y escondo mi cabeza del mundo. Me lleva hasta la cama y se sienta conmigo en su regazo.
—Lo siento tanto, mariposa, no dejaré que nada malo te pase.
Sus palabras me tranquilizan.
Una semana después, Maggie se encuentra frente a mí mientras desayunamos en el hospital
—Ya no sé qué hacer. —Maggie suspira—. Es como si tuviera un calzoncillo de castidad. Ayer casi lo logro, pero se detuvo.
Continúa y hace una mueca. Me enderezo porque he acabado con uno de sus párpados, así que me dirijo al otro y tanteo los espacios.
—Es tierno, Mags —digo.
—Y una mierda, mis hormonas no quieren ternura, lo quiero besándome por cada rincón. Además, está muy extraño, algo le pasa. Se queda enmudecido a veces, en la calle camina tenso, no sé qué sucede.
Lanza un suspiro. James se ha comportado como todo un caballero, no es que Maggie sea una urgida, pero a él le gusta provocarla. No sé cuánto tiempo Mags pueda soportar esa situación.
* * *
D A N
Cuando asomo la cabeza, ella se endereza y sonríe con suficiencia. Lili reposa en su cama de hospital, conectada a la máquina que le ayuda a respirar. Me acerco mirando con atención sus brillantes ojos grises y le doy una sonrisita.
—¿Trajiste lo que te pedí? —pregunta con lentitud en un murmuro.
Cada vez está peor, por la mirada que Robert le da en ocasiones sé que no falta mucho tiempo y eso me duele.
La voy a extrañar con cada pedazo de mi corazón porque me ha enseñado más de lo que mis padres me enseñaron sobre la vida alguna vez. Ella es un sol, uno muy brillante y dorado.
Asiento como respuesta, ya que tengo miedo de que mi voz salga temblorosa.
—En un sobre le vas a poner: «testamento». —Respira y aclara su garganta para poder proseguir—. Y en el otro: «Tess».
Incapaz de negarme a su débil súplica, me dejo caer en el sofá blanco de su habitación. Saco del bolsillo de mi camisa una pluma y hago lo que pide. Coloco las palabras en los sobres sin preguntarle los motivos de aquello.
Desde el día de la operación, Lili se ha convertido en alguien muy importante para mí, ella me tomó cierto cariño también; como el de un hermano más. Vengo a visitarla todos los días, ella suele pedirme que traiga objetos, como un reloj de arena solo porque quería estar segura de cuántos minutos tardaba en vaciarse, sigue jurando que no funciona.
—¿Puedes escribir ahora? —cuestiona, así que afirmo sintiendo un nudo en mi garganta—. Cuando muera quiero volar como un colibrí, quiero ser libre y no habitar en una caja. Quiero tener el poder de volar a donde quiera, así que riéguenme en algún lugar.
—Cariño, no creo que tu madre o Tess quieran eso, van a querer visitarte. —Interrumpo.
—No necesitan una tumba para hacerlo, ellas podrán hablar conmigo y yo las escucharé. —Sentencia y continúa, no tengo otra opción más que escribir—. A Tess le dejo mi misión en la vida y mis dibujos porque ella es una artista y los apreciará como yo. A mamá mi aprobación para que sea feliz con mi doctor y a Rulfo, mi perrito lanudo para que cuide su corazón en vez del mío. A Rowdy mis libros de princesas para que encuentre a la suya. A Dan la única canción que se encuentra en mi reproductor de música para que se la cante a Tess cuando esté triste y, por supuesto, el corazón de mi hermana.
Mis comisuras tiemblan al escucharla, mis ojos se nublan, pero aguanto porque no quiero que se sienta mal por mi tristeza.
—Y, a la enfermera Mildred, mi ración diaria de gelatina verde. —Sé la anécdota de la gelatina, ella es tan diferente a todas las niñas de su edad. Duele verla respirar con cansancio, duele verla porque sé que un día no podré hacerlo—. Quiero que toda mi ropa se la regalen a otras niñas y, por último, no quiero un funeral, quiero una fiesta con mis amigos y un payaso porque siempre quise verlos hacer figuras con los globos, muchos dulces de mantequilla y un pastel de chocolate, un brincolín porque yo nunca me subí a uno y toneladas de confeti de colores.
Cierra sus ojos y sonríe como si estuviera visualizando la escena y eso la hiciera feliz. Trago saliva, sintiéndome triste.
—Quiero que pongan una foto de mí antes de la leucemia porque esa soy yo sin la marca del cáncer. —Se detiene y me da una mirada—. ¿Puedo firmarla?
Le acerco la hoja con lo que dictó y lo repasa con sus ojos para después poner su nombre con dedos temblorosos. Pongo mi mano sobre la suya y la ayudo a trazar.
—Ahora hagamos la otra —pide, serena.
Vuelvo a mi asiento y con un gesto de felicidad escribo todo lo que me dice.
* * *
♥
La carta para Tess la van a poder leer hasta el final, después del epílogo y los dos extras. Así que hay que esperar para conocer eso que Lili tiene tantas ganas de decir.
Besitos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro