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Capítulo 31

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T E S S A N D R A

Ayudo a mi abuela a cocinar el bistec, mientras ella hace un puré de papa, además de una ensalada para acompañar. Con Elvis sonando a todo volumen, se encarga del aderezo moviendo las caderas al ritmo de la música, y yo de la limonada, entretanto la observo con diversión.

—Ve a prepararte, cariño, yo también lo haré —pide.

La verdad es que estoy agotada, no me hago del rogar. Subo al cuarto y tomo una ducha. Después de ponerme ropa interior, escarbo en mi maleta en busca de algo decente. Me pongo el único vestido que traje, acompañándolo con un cinturón café en la cintura. Ladeo la cabeza, analizándome frente al espejo y suspiro. Escucho ruido proveniente de la primera planta, asumo que los invitados han llegado, así que decido que es momento de bajar. Me llevo una gran sorpresa cuando encuentro en Jeremy en las escaleras, quien se detiene abruptamente al verme, abre sus brazos, por lo que voy y lo abrazo sin pensarlo.

—Venía por ti —dice, sonriendo de oreja a oreja.

Es apuesto, moreno y con el cabello negro despeinado. Ha crecido y cambiado mucho, ya es todo un adolescente. Pasa un brazo por mis hombros y vamos a la planta baja para reunirnos con las dos mujeres que hablan a todo volumen.

Localizo a mi tía en el sillón, la saludo depositando un beso en su mejilla, ella aprieta las mías hasta que comienzan a doler, me hace sentir como una niña pequeña. Después tomo asiento junto a Jeremy y me divierto con él en el PSP un rato. Suena el timbre dos veces, mi abuela se levanta como un resorte y se apresura a abrir la puerta, se detiene con la mano en el picaporte y se gira para enfocar su mirada en la mía.

—Tess, no te escandalices, por favor. —La abuela me mira con severidad. Me encojo de hombros, sin entender de qué habla.

Entonces abre, y creo que me tambaleo sin siquiera estar de pie.

No puedo pensar en nada porque sus ojos esmeraldas entran en la casa.

Dan está en Nashville.

Lleva en sus manos una botella de vino y un ramo de tulipanes. Se gira hacia mi abuela tendiéndole las flores y le sonríe con esa sonrisita suya, esa que sabe bien cómo utilizar para obtener lo que desea.

—Gracias por la invitación, señora Johnson —dice con galantería.

Mi abuela lo cepilla de arriba abajo, ruedo los ojos, exasperada. Mi tía Mary tampoco se comporta mejor, suelta risitas traviesas. Mi primo le da una mirada desinteresada y continúa jugando. Y yo... Yo estoy tan confundida que me quedo pasmada, mirando todo como si fuera un espectador.

Él pasa y saluda a la abuela depositando un beso en la mejilla, lo mismo hace con mi tía, hay tanta familiaridad que pensarías que se conocen desde hace años. Sé lo que está haciendo, no creo que me agrade. Aún no puedo creer que esté aquí y no sé si sentirme halagada o furiosa como el infierno.

—Es más guapo en persona. —Sophia me da una mirada de soslayo. Mis orejas se calientan, tapo mis ojos con las manos como si eso pudiera controlar la vergüenza.

—Dan no necesita que subas más su ego, abu —suelto.

—Nadie puede subir mi ego, solamente tú, mariposa. —Trago saliva y me concentro en él, quien ahora me da toda su atención. Ha rasurado el rastro de barba que llevaba los últimos días, sus iris brillan con cierta chispa al verme, sonríe con tintes de tristeza y felicidad—. Hola.

Su voz suave me derrite y me atraganta, por un momento me olvido de dónde me encuentro y de lo que hay a mi alrededor. Por un instante no hay pasado ni futuro, solo él de pie en la sala, mirándome como si en verdad pudiera ver mi alma, pero somos dos desconocidos.

Alzo una ceja y cruzo los brazos para mantener ocupadas mis manos y no lanzarme sobre él, para no abrazarlo, para no golpear su pecho y sacarlo de mi escondite.

—¿Qué haces aquí? —pregunto.

—Tu abuela me invitó —dice con inocencia para después sonrojarse—. Moría por verte.

Alguien se aclara la garganta, abu sonríe desde la puerta, le indica a Mary y a Jeremy que se acerquen a ella y susurran algo, ellos asienten con obediencia. No me gusta nada lo que está pasando. La mirada burlona de la abuela se mofa de mí. La amo demasiado, pero a veces puede llegar a ser un completo demonio.

—Vamos a la cena con mis amigos, querida. Ya sabes dónde está todo, sírvanse porque llegaré tarde, por favor no incendien la casa. —Me guiña, mis cejas se elevan, impactada—. Dan, puedes tomar cualquier habitación, excepto la mía, mi colchón es ortopédico, no quiero amanecer con la espalda engarrotada.

Dispuesta a discutir, corro tras ella cuando la veo salir.

—¡Abu! ¡No puedes irte!

Me encara con el semblante divertido, antes de meterse a su Mustang.

—Disfruta la sorpresa, Tessy.

Arranca el motor y se va. Me quedo de pie en el lugar, como si fuera una estatua, ¿de verdad ha hecho eso? No tiene ni idea. Cierro la puerta con lentitud, demorando lo más posible el enfrentamiento, y apoyo mi frente en la madera, ¿ahora qué?

Puedo sentirlo detrás de mí, su cuerpo emana calor. No quiero girar porque no podría contenerme, soy tan débil cuando se trata de él.

—¿Podemos hablar? —pregunta con cautela, como si estuviera hablándole a un animal herido.

Mi corazón tamborilea rápido al tenerlo cerca y me siento viva, no puedo negarlo. Me doy la vuelta de golpe y me alejo lo más posible. Voy y me siento en el sofá, con los ojos clavados en él, no me pierdo ni un movimiento. Me enfrenta, pero no se acerca, gracias al cielo.

—¿No vas a responder mi pregunta?

Apoya las manos en el respaldo del sillón que está frente al mío y se inclina hacia adelante.

—No quiero hablar contigo —suelto.

—Lo sé. —Suspira con cierto aire de melancolía—. Entonces escúchame.

—No lo entiendes, Dan, ni siquiera nos conocemos.

Mis palabras parecen dolerle, pues su entrecejo se frunce y su manzana sube y baja.

—Estás equivocada, tú me conoces más que nadie, tú ves cosas en mí que nunca nadie vio, ni siquiera yo mismo —dice. Su voz es rasposa y baja, y su mirada me reta a contradecirlo—. Nunca me abrí con nadie porque temía no ser suficiente y que me dieran la espalda. Siempre creí que amar era como declararle la guerra al otro, es una batalla y, lamentablemente, uno siempre acaba más herido que el otro, uno siempre pierde. Pero contigo no fue así. Lamento tanto que mi miedo a ser abandonado te haya herido.

Me tardo en responder porque no encuentro mi voz, el nudo en mi garganta empieza a calar.

—No sabes quién soy.

—Eres lo que necesito, lo que me hace feliz.

Se acerca hasta que queda frente a mí, mi respiración se agita, comienzo a hiperventilar.

—Serán solo unos minutos, cariño.

Doy un paso atrás, pegándome por completo a la fría caoba, deseando que se estampe en mí y me haga olvidar todo.

Es curioso que la única persona que tiene el poder para lastimarme sea la única que pueda curarme. Quiero que sus labios me sanen y que sus manos me hagan nacer de nuevo.

—Yo no soy tu cariño, será mejor que te vayas. —Da otro paso hacia mí.

—Por favor, escúchame —pide, arrugo la cara, su olor empieza a invadirme y mi razón se transforma en vapor.

—¿Qué es lo que quieres? —Cierra las distancias, tengo que resistir un poco más—. No te acerques más, Dan.

—¿Estás segura de que eso es lo que quieres? —Desliza sus dedos por mis brazos, la piel se eriza por su toque. No me muevo, así que me rodea por la cintura y me pega a su cuerpo. Acaricia mi nariz con la suya, cierro los ojos, disfrutando el contacto que he anhelado y extrañado—. Te amo

—También te amo —susurro, sintiendo relámpagos y truenos en mi interior, un huracán se dispara y revuelve todo lo que soy.

Toma mis labios demasiado despacio, esperando que lo detenga quizá; me besa con fuerza cuando no lo hago. Me besa con todo el amor que puede, sus labios amasan los míos con ternura, después de un rato se vuelve pasional y profundo, su lengua acaricia la mía, me sabe dulce. Nuestras respiraciones se agitan, nuestros pechos suben y bajan, sincronizados, chocan. Nos detenemos minutos después para tomar aire.

—Perdóname —murmura.

A pesar de que esta electricidad no ha desaparecido, me sigue doliendo lo que pasó, no puedo borrar el daño que nos causamos. No puedo simplemente cerrar los ojos y olvidar que no hay confianza, que no nos conocemos, que él es agua y yo soy aceite, y no nos podemos mezclar.

—Tess, te necesito.

Aspira en mi cabello. Mi cuerpo se estremece cuando siento su respiración en mi oído, justo en mi punto débil. Sé que sabe que me tiene en sus manos por la manera en que sus dedos aprietan mi cadera.

—Tal vez yo no te necesite. —Se tensa—. Vamos a tratar de olvidar todo.

Se echa hacia atrás con rapidez, el pánico grabado en sus facciones.

—No digas eso, fue inolvidable para los dos.

—Soy una prostituta, ¿no? Eso es lo que hacemos, ¿sabes? Olvidamos a los hombres con los que nos acostamos.

Trato de zafarme, empujándolo; pero no me suelta, por el contrario, me aferra aún más.

—No eres una prostituta.

—¡Vaya! Gracias por aclarármelo, empezaba a creerlo —gruño.

—Empecemos de nuevo —ruega.

—No puedo, Dan, no puedo perdonarte tan fácil.

—Dijiste que me amas.

—Porque te amo no puedo perdonarte, porque si no me importaras, te perdonaría; pero no puedo olvidar todo porque te amo.

—Entonces ódiame, Tess, y perdóname, haz lo que sea, pero no me alejes —suelta. ¿Por qué tiene que actuar así? Si se comportara como al principio, sería más sencillo alejarme—. Déjame amarte.

Respiro profundo y lo miro a los ojos, buscando algo, sin embargo, me he cansado de luchar, me relajo en sus brazos.

Sus ojos son dos gemas que brillan con intensidad, sus comisuras se elevan un poco, entiende lo que estoy pensando sin que lo pronuncie en voz alta y, sin decir nada más, toma mi nuca y la echa hacia atrás con suavidad. Recorre con sus labios mi mandíbula, deposita un beso en mi boca para después profundizarlo de manera ardiente. Enrolla nuestras lenguas de una forma que calentaría hasta al más helado corazón.

Estoy siendo devorada y consumida por él y me encanta porque sé que, a pesar de nuestros errores, el sentimiento está más vivo que antes. Muerde mi labio con sus dientes y lo jala, dándome oportunidad para respirar. Segundos después, vuelve a amasar mis labios de manera sensual y abrasadora. Sus manos toman mi cabello en puños y lo jalan, no de manera agresiva, pero tampoco de manera suave.

Mi respiración agitada se entrecorta cuando siento sus manos descender por mi columna hasta llegar a la curvatura de mi trasero, aprieta la carne y jadeamos como si fuera la primera vez que él hace eso.

Sus dedos suben la tela de mi vestido suelto, rozando la piel de mis muslos. Me doy la vuelta y lo estampo en la pared con rudeza. Dan gime cuando siente mis dedos tentándolo, desabrocho los botones de su camisa de lino, añorando la cercanía más que nunca. Lo quiero, lo necesito.

Me da vuelta de nuevo y hace lo que yo, me pega con su cadera a la pared, casi como si fuera un danzón, coloca sus manos entre mis piernas con ternura.

—Rodea mi cadera.

Hago lo que pide, el pelinegro me alza y me ayuda a abrazarlo con mis muslos.

Lo beso con desenfreno, él hace lo mismo.

—Quiero decirte algo —logra pronunciar.

Aun sosteniéndome, camina escaleras arriba. Se mete a la primera habitación que encuentra, sin preguntar si es la correcta, afortunadamente es mi habitación. Me deposita en la cama y se coloca encima de mí. Paso mis manos alrededor de su cintura, entretanto él acaricia mi mejilla con sus yemas.

—Pensé que eras de otro planeta apenas te conocí, quería convencerme de que no sentía cosas a tu alrededor. Quizá que eras igual a las demás, el problema es que nunca lo fuiste.

—Dan, podemos hablar de esto después.

Él niega.

—Necesito que me creas cuando te digo que no es sexo, mariposa, tampoco hacer el amor. Contigo es crear el universo, los colores y los elementos. Besarte es explotar en miles de partículas para sentir cómo tus manos me construyen de nuevo.

Besa mi mentón y continúa hablando:

—No me importa tu pasado, solo lo que somos ahora y lo que seremos en el futuro.

—Te creo.

Su cuerpo se relaja. Quiero decir muchas cosas, pero sus labios pronto están sobre los míos, haciéndome olvidar todos mis pensamientos. Mi cuerpo se mueve según las órdenes de sus manos que recorren con veneración cada espacio. Dan no cierra en ningún momento los ojos, analiza las reacciones que producen los toques de sus dedos, y jadea. Retira con avidez mi vestido y con desesperación deja libres mis curvas.

Toma uno de mis pezones con su cálida boca y lo estruja con los dientes, haciéndome encorvar y perderme en miles de estrellas. Le saco la camisa con las manos temblorosas y clavo mis uñas en sus omóplatos. Lo araño, extasiada por las maniobras de su boca. Sus manos delinean el hueso de mi cadera.

—Me encantan estos —dice, refiriéndose a los huesos sobresalientes—. Y tus suspiros.

Su lengua recorre cada una de mis costillas y la hunde en mi ombligo sin dejar de atender con sus dedos otras áreas sensibles. Está estimulando cada centímetro que puede, creando olas de placer que me hacen gemir.

—Dan Adams, no juegues conmigo.

—Estoy amando a tu cuerpo, mariposa. Déjame hacerlo. Déjame amarte.

Siento su aliento en mi calidez, en el centro más sensible de mi cuerpo. Llevo las manos, que antes estrujaban las sábanas, hasta su cabello y lo acaricio. Cierro en puños, incitándolo, mis caderas se mueven por la anticipación.

—¿Lo ves, cariño? Tu cuerpo me reconoce.

Su tono engreído me hace levantar la cabeza, pero sus caricias en el punto crucial hacen que olvide lo que estaba a punto de recriminarle. Traza círculos con ella y me da deliciosos toques expertos que me hacen lloriquear.

—Dime que me amas —pide, mandón.

—Oblígame —ronroneo.

Se cierne encima de mí con rapidez, ladea su cabeza con diversión.

—Creo que deberíamos bajar a cenar —murmura.

¿Qué?

Mi expresión hace que se carcajeé. ¡Estúpido!

—Creo que deberías irte. —Intento lucir seria y no echarme a reír al ver su rostro arrepentido. Rodeo su cuello y lo jalo hacia a mí, beso su comisura y mordisqueo su labio inferior—. No juegues conmigo, quítate esos pantalones y hagamos el universo, los colores y los elementos.

—Estas muy caliente hoy —susurra, mientras se deshace de su ropa.

—Es el efecto de tenerte lejos, también te extrañé.

Dan se introduce en mí con lentitud y ternura, clavándose hasta el fondo. Se queda quieto un momento, luego mueve sus caderas y gime.

Suelta maldiciones que me provocan escalofríos, sus palabras sucias me incendian. Rodeo con mis piernas su cuerpo. Dan sale y vuelve a entrar con la misma paciencia, como si estuviéramos sobre un cristal que no puede romperse.

Siento cómo me llena y me enloquece, son tan grandes mis sentimientos, tan magníficos.

—Eres el único, Dan, solo tú has tocado mi alma, mi mente, mi corazón y mi cuerpo. Te amo, no vuelvas a dudar de mí. —Las lágrimas se acumulan en mis ojos y no tardan en salir sin permiso. Las limpia con sus labios, haciéndome estremecer. Susurra un lo siento y te amo con cada estocada, con cada beso.

Llegamos juntos, él se derrumba sobre mí, pero me toma en sus brazos y se da la vuelta, colocándome sobre su cuerpo. Recuesto mi cabeza en su hombro, sintiendo cómo intenta controlar su respiración, yo hago lo mismo. Trazo figuras imaginarias en su pecho y lo beso, él recorre con sus manos mi espalda y besa mi coronilla. Suspira, feliz.

Tenemos mucho que hablar, muchos problemas que resolver.

—¿Qué piensas, mariposa?

Puedo percibir miedo en su pregunta.

—En nuestros problemas. —Dan no dice nada, yo me relajo al sentirme entre sus brazos—. Se llama Danniel. Danniel Adams.

Mis ojos se humedecen, parpadeo para no echarme a llorar, su agarre a mi alrededor se afianza.

—¿Y si es una ella?

—Decídelo tú.

—Elizabeth Rose Adams. —Mi labio inferior tiembla ¿Cómo sabe el segundo nombre de mi hermana? Ahora sí no puedo controlarlo, lágrimas descienden por mis mejillas, creo que ya he creado un maldito mar por todas las veces que he llorado en estos últimos días. Él me mantiene contra su cuerpo, acariciando mi cabello—. ¿Te gusta?

—Me encanta. —Elevo la barbilla para vislumbrarlo—. Ya lo sabes, ¿verdad?

Él me mira con cautela, pero termina asintiendo.

—¿Viniste por eso? ¿Porque tiene cáncer?

Me duele el pecho mientras espero su respuesta.

—¿No has entendido nada? Vine porque te amo, Tess, independientemente de tu hermana y de nuestro bebé. Te amo a ti, a todo lo que eres, lo que tocas y lo que miras. No hay un solo minuto que no pases por mi cabeza.

—Dan, es solo que... —Respiro—. Durante dos años estuve bailando en un club nocturno casi desnuda y te mentí. Hay veces en las que yo misma me repudiaba, ¿por qué tú no lo harías?

—Eres lo mejor que me ha pasado, amo mirar tus sonrisas. La sonrisa que haces cuando hablas de Lili, tan llena de amor y esperanza. También la que esbozas cuando te hago reír o la que solías hacer al verme. Amo tu forma de caminar, tu cabello y su suavidad. Tu jodido aroma es increíble. Adoro verte entrar en la cafetería todos los días y quedarme cegado por los rayos que emanas. Necesito tu risa, tu mirada, tu sabor. La manera de estremecerte cuando respiro en tu oído, ver tu rostro cuando te beso. Simplemente tus besos y sentirte en mis brazos.

—¿Ya has terminado?

Interrumpo, me siento a horcajadas sobre él. Dan toma mis manos para besar mis palmas.

—No, aún no.

—Apúrate.

—He amado durante dos años esa manera de bailar y contonear tus caderas. Amo mirarte suspendida en las alturas y cómo tus muslos se aprietan alrededor del bendito tubo. Me derrito cada vez que sonríes con cinismo, has hecho reventar mis pantalones sin siquiera tocarme. Hiciste latir mi corazón muy deprisa la primera vez que te vi. Soborné a todo el bar para que me dejaran conocerte, es gracioso que la vida te haya puesto en mi camino y me haya enamorado de la misma chica dos veces.

Era él. ¡Por Dios! ¡Era él!

Mis ojos se abren con impacto, lo miro, estupefacta.

—Eras tú —susurro.

—¿Yo qué?

—El chico admirador de siempre. Sawnder siempre se burlaba de mí porque un chico le pagaba cada viernes para verme.

Dan frunce el ceño.

—¿Ese tal Sawnder es el rubio fornido que te abrazó la vez que te caíste?

Suena celoso y dramático, así que ruedo los ojos.

—El dueño del club.

—¿Por qué te estaba tocando?

Me tenso.

—¿Podemos hablar de todo esto después de cenar? —Niega con los labios arrugados. Suspiro—. Era necesario, Dan, no creo que entiendas los peligros con los que hay que vivir trabajando en ese medio.

—Ilústrame.

Intento calmarme y controlar mis nervios, él también merece una explicación.

—Drogas, violadores, narcotraficantes, depravados, delincuentes... ¿Has captado la idea?

Me mira fijamente, tratando de absorber lo que he dicho. Muchas emociones corren por sus ojos, los cuales cierra con dolor. Clava sus dedos en mi piel, aferrándome con fuerza.

—Ese día que te encontré a fuera de tu casa... alguien en el bar intentó... —No puede terminar, asiento comprendiendo la pregunta, pero luego me doy cuenta de que no puede verme.

—Sí, Dan...

Me suelta para cepillar su cabello con frustración, y se levanta de la cama. Se pone a dar vueltas por toda la habitación como león enjaulado, tan abstraído en su mente, me gustaría saber qué está pensando.

Llevo mis rodillas a mi pecho y abrazo mis piernas con la esperanza de desaparecer. De pronto, me sorprende acercándose al borde de la cama, pone sus rodillas sobre el colchón y gatea hasta quedar frente a mí.

—Dime qué sabes de ese tipo.

—Nada, solo que pertenece a la mafia.

—¿Su nombre? —cuestiona, ladeando la cabeza.

—Car... —Detengo mis palabras al entender qué es lo que está planeando, sacudo la cabeza con energía de un lado a otro—. No, ni lo sueñes, Dan, esa gente es peligrosa, no quiero que te metas. No, no y no.

—Mi padre puede hundirlos, Tess. Ese jodido hijo de puta te quería hacer daño, mi padre puede hacer que se pudra solo con algunas llamadas.

—Por favor, Dan, no hagas esto más complicado. Ya no trabajo ahí, Carlos no me va a encontrar.

Chasquea sus dedos con satisfacción. Mis párpados se abren y suelto improperios entre dientes.

—Eso es...—Deposita un beso en mi frente e intenta levantarse, pero no lo permito, lo detengo jalando su camisa y hago que me mire a los ojos.

—Dan, prométemelo, promete que no harás nada. —Me vislumbra con seriedad y aplana sus labios, su frente se arruga con angustia—. Dan, dejemos el pasado donde está, no arruines esto.

—No me chantajes con eso, Tess. —Suspira y levanta sus palmas en señal de rendición—. De acuerdo, no haré nada.

Entrecierro los ojos, pero como no noto una pizca de que me está mintiendo, lo dejo pasar. Se acuesta a mi lado, me acurruco contra él, apoyando mi cabeza en su hombro. Dan pasa una de sus manos por mi cintura y acaricia mi brazo con la otra. Cierro mis ojos y me dedico a disfrutar los latidos de su corazón y sus caricias tiernas.


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