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Capítulo 30

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T E S S A N D R A

Duermo una hora con cuarenta y dos minutos, despierto justo cuando el avión aterriza. Son las nueve de la noche y la ciudad luce preciosa con todos esos focos encendidos, me encantaba vivir aquí.

Recojo mi maleta y busco un taxi cuando estoy afuera del aeropuerto. La casa de la abuela sigue teniendo el mismo aspecto, es una construcción de color blanco con detalles grises, en el jardín abundan flores de diferentes colores y pequeños arbustos. Apenas bajo del vehículo, ella abre la puerta con una sonrisa que me hace recordar a mamá. Son muy parecidas, tiene los ojos verdes y el cabello canoso corto. Es esbelta, está usando un suéter de cachemira de color beige y una falda sastre del mismo color.

Abre sus brazos, yo corro escuchando el ruido de las llantas de la maleta en el pavimento, me lanzo para abrazarla con fuerza.

—Estoy tan feliz de que estés aquí, cariño. —Besa mis dos mejillas con calidez.

Me deja entrar, sonrío cuando veo los mismos sofás y los mismos muebles de estilo colonial. Mi abuela toma mi equipaje y lo deja en el comienzo de las escaleras.

—¿Quieres té, Tessy? —Asiento—. ¿Verde con tres sobres de azúcar?

Siempre que venía a su casa, que era casi diario, tomaba todas las tardes té verde con ella. No me gusta si no es de ese modo, lo tomamos igual.

—Siempre lo recuerdas, abu.

Ella desaparece en la puerta de la cocina, me dejo caer en uno de los sillones y respiro hondo, la casa de la abuela siempre huele a vainilla. Es bueno estar aquí después de casi siete años, la última vez que vinimos fue una Navidad.

Regresa con una tetera de flores rosas y dos tazas a juego, me entrega una y se sienta a mi lado.

—Cómo está Lili? —Da un sorbo y revuelve su té con una cucharilla.

—Tan bien como puede estarlo, esperando un donante —digo, resignada.

—Me gustaría tanto ayudarlas más, Tessy, pero tú sabes que no me sobra el dinero por aquí.

Hace una mueca de tristeza. La abuela recibe dinero vendiendo adornos de madera y ayuda a mi tía Mary a sobrevivir. Mi tía es sorda, tiene un hijo de quince años, mi primo Jeremy. Esa es toda nuestra familia.

—Lo sabemos, estamos bien ahora.

—Tu madre dijo que consiguió un buen empleo, estaba muy emocionada cuando me llamó. —Rueda los ojos con cariño y luego sonríe—. Dijo que la madre de tu novio la contrató en una casa de moda.

La sonrisa se borra de mi rostro tan pronto dice eso, la abuela lo nota. Alza una ceja, preguntándome en silencio.

—Ya no estamos juntos —susurro y agacho la cabeza para que no vea mi expresión. Le doy otro sorbo a mi té como si eso fuera a esconderme de su mirada escrutadora.

—Ya veo... —Aclara su garganta—. ¿Cuánto tiempo estarás aquí, cariño?

—Creo que hasta el domingo, ¿está bien?

—Perfecto. —Tiene una sombra de sonrisa en su rostro, sé que está planeando algo, pero probablemente no me gustará, así que lo dejo pasar. Ya me enteraré después—. El jueves vendrán unos amigos a cenar, ¿no te molesta verdad?

Termino mi taza y niego con la cabeza, ella da unos ligeros aplausos de felicidad.

—Estoy cansada, abu, necesito dormir un poco.

—Puedes ocupar la recámara de tu madre.

Le doy las gracias, tomo mi maleta y subo las escaleras.

Lo que más me gusta de la habitación es el tapiz floreado, dejo mis cosas en el suelo. Cojo mi teléfono móvil para llamar a mamá, le informo que llegué bien, asegura que Lili está perfecta. Cuelgo después de pedirle que me llame si hay algún problema o contratiempo. Reviso mi bandeja de entrada, tengo dos mensajes de Mags y uno de Gina, y más de treinta llamadas perdidas y un par de mensajes de Dan.

«De: Mags. Para: Tess. ¿Estás bien? Infórmame, no he sabido de ti. Loveya'».

«De: Gina. Para: Tess. Disfruta tu viaje amiga. Llámame cuando estés de regreso. Besos».

«De: Mags. Para: Tess. Estoy preocupada. Llámame».

Así que la llamo.

—¡Tess! ¡Dios! Me he estado enloqueciendo, desapareces sin decir nada.

—Lo siento, Mags, necesitaba un escape rápido. —Suspiro.

—¿Cómo estás?

Puedo escuchar la tristeza y lástima de su voz.

—Estoy en Nashville en estos momentos.

—¿Qué? ¿En Nashville? —Afirmo con un sonido nasal, entretanto saco el pijama de la maleta y me meto en el baño con la intención de mudarme de ropa—. Me hiciste caso.

—Quería espacio.

—¿Cuándo vuelves?

—El domingo.

Me meto en los pantalones de franela y una blusa de tirantes de color rosa pastel. Apoyo el teléfono entre mi hombro y mi oreja, y me amarro mi cabello en una coleta.

—¿Han hablado?

Tuerzo la boca.

—No, Mags, no quiero hablar con él ahora. Nos encontramos ayer por la noche, conoció a Lili. —Salgo del baño, apago las luces y me dejo caer en la cama lanzando un suspiro profundo. Presiento que va a cuestionarme, así que interrumpo el sonido de su voz—. No preguntes.

Se escucha una voz del otro lado del teléfono. Maggie gime.

—Tengo que dejarte, mi padre tiene una reunión de negocios y debo ir. ¿Llamarás pronto?

—Lo haré.

—Bien, no olvides que te amo.

—Lo sé, también te amo. Suerte.

—Liga con un granjero sexy. Adiós, nena.

Colgamos, dejo el celular en la mesita de noche y miro el techo sin pensar en nada. En algún momento de la noche me quedo dormida. 



Huele a tocino.

Me levanto y corro escaleras abajo, entro a la cocina. Mi abuela suelta una risita y me ve por debajo de sus pestañas. Está haciendo la torre de panqueques: son cuatro o cinco panqueques, entre cada uno hay mermelada de fresa, azúcar y tocino. Hace años que no como eso, y aunque no me gusta combinar lo salado con lo dulce, la torre merece una ovación; es mi excepción.

Abro el refrigerador, tomo la leche y el jugo de naranja. Sirvo la leche para mi abuela y el jugo para mí. Después me siento en la barra y espero, ansiosa.

—¿Qué te parece si vamos y compramos las cosas para la cena de mañana? —Afirmo con la cabeza.

—¿Quiénes son ellos?

—Unos viejos amigos, vienen cada mes y cenamos juntos.

Mi abuela pone frente a mí una torre de cuatro panqueques listos para ser devorados. Corto un pedazo, los meto en mi boca, y me deleito sintiendo cómo se deshacen en ella. Esto es aún mejor de lo que imaginaba y recordaba. Mi abuela sonríe satisfecha y se sienta para comer su desayuno.

Después del festín de bienvenida, visitamos a mi tía Mary. Es menor que mamá, cuando era pequeña estudió para leer los labios, nos comunicamos hablando, aunque todos en la casa sabemos la lengua de señas. Estuvo casada con un sordo hacendado, tuvieron a mi primo Jeremy, quien sí puede escuchar. Vivieron en armonía cinco años, un día discutieron, se fue de la casa y nunca volvió. Mi tía fue a buscarlo, pero nunca la recibió, un año después se divorciaron. El señor nunca visita a Jeremy, mucho menos a Mary.

La abuela los invita a la cena, después vamos en su Mustang azul al supermercado. Compramos bistec, papas, todo lo necesario para una ensalada, duraznos en almíbar y leche condensada.

Al regresar, abu pone en su estéreo a Elvis, yo me escurro con desgana en el sofá y coloco los pies debajo de mí, coloco mi antiguo cuaderno de dibujos sobre mis muslos. Lo encontré hoy en la mañana en uno de los cajones de la cómoda de la recámara. Está forrado con hojas secas, era verano y yo tenía este cuaderno sin vida, recolecté diferentes hojas y las pegué en él, mi madre lo cubrió con plástico protector.

Indago en los dibujos, mientras Always in my mind suena. Dibujos de mi madre, de mi abuela, de Jeremy, retratos míos, de flores, un perro y una mariposa. Muerdo mi labio inferior. ¿Ahora cada que vea una me acordaré de él? Respiro tratando de que la vainilla me relaje.

—Abuela, ¿tienes carboncillos?

—Sí, cariño. En la biblioteca, ya sabes dónde —contesta desde la cocina, está pintando pajareras ya que recibió un pedido para una despedida de soltera.

La biblioteca tiene algunos estantes con libros, es un paraíso en cierto modo. Encuentro la cajita de madera de color menta que hice yo misma, y tomo los carboncillos.

Por alguna razón la voz de Presley me calma. Encuentro la próxima hoja en blanco y empiezo a trazar.

Lo dibujo una y otra vez: sus ojos penetrantes, su boca, y el día que me dio una mirada fría. Me detengo para mirarlo fijamente.

—Es apuesto.

Salto al escucharla, mi abuela mira el dibujo detrás de mí. ¿Cuándo llegó ahí?

—Lo es.

—¿Lo amas?

Un nudo se asienta en mi interior y el dolor vuelve a mi pecho.

—Con fuerza. —Mi voz tiembla.

—Lucha por él.

—No lo entiendes, abu, no es tan fácil. Nos lastimamos porque nunca confié en él lo suficiente como para contarle quién soy, y él confió tanto en mí que enloqueció cuando descubrió que no soy lo que pensaba.

La abuela toma asiento junto a mí y agarra mi hombro, dejo el cuadernillo y recuesto la cabeza sobre sus piernas. Sus dedos cepillan mi cabello.

—¿Por qué no le contaste?

Medito en silencio. ¿Por qué no lo hice? Tal vez porque estoy cansada de que la sociedad le aviente piedras a todo lo que considera garrafal, pero ¿cómo puedo quejarme si me quedo quieta para que me apedreen? Ellos son el fuego que incendia al bosque, y yo soy el cerillo que lo destruye.

—¿Por miedo? —Trago saliva, mis ojos se llenan de lágrimas, así que me apresuro a cerrar los párpados—. Todavía no logro aceptar que durante mucho tiempo hice algo que odiaba.

Ella no deja de impartir suaves caricias que terminan adormeciéndome. El dulce aroma a vainilla y su tranquilidad, me calman, tal y como cuando era una niña.

—Las Gardenias, tan sutiles, puras y delicadas, con esos pétalos de terciopelo blanco, son símbolo de gracia. Pueden sobrevivir en un vasito de agua y deleitar con su perfume a cuantos se acerquen a contemplar su belleza. ¿Cómo algo tan perfecto necesita de tierras ácidas y frías para germinar? Es ahí donde radica su esplendor, pues sus raíces resisten y dentro de lo malo obtienen la fuerza para crecer.

Su voz y sus palabras son un tónico que alivian mis heridas

Amo a la abuela.  


* * *


D A N

Estoy sentado en el sillón con la chimenea encendida sin sentir calor, la copa llena de vino tinto en mis manos no me hace sentir mejor. Miro un punto fijo en la oscuridad, mientras muevo el cristal en círculos, escuchando cómo el líquido se mueve. Soy una sombra.

—Hijo, ¿te encuentras bien? —¿Qué no estaba en Nueva York? Escucho la voz de mi padre. Me encojo de hombros, no lo miro—. Becky me llamó y me dijo que te encuentras mal, dijo que llegaste borracho el otro día, Dan, decidí venir para que hablemos.

—¡Qué bien! —suelto, sarcástico. Alzo la cabeza para enfocarlo y esbozo una sonrisa cínica—. ¿Qué me vas a contar? ¿Qué te follabas a mi chica?

Sus ojos se abren con horror.

—¿De qué estás hablando?

Aprieto los dientes y dejo la copa en la mesita.

—¡¡Deja de mentir!! —grito—. ¿Mamá ya sabe que le dabas dinero? ¿Qué más le diste?

Tiene el descaro de lucir sorprendido.

—Si yo le di dinero fue por ti, porque es importante para ti y porque su familia estaba sufriendo. ¿Cómo puedes pensar eso?

Suelto una risotada como si de verdad fuera gracioso.

—¿Y qué quieres que piense si nunca te ha importado mi puta vida, luego llega Tess y mágicamente te interesa, y hay putos depósitos bancarios en tu oficina?

—Solo hablé una ocasión con Tessandra y fue para pedirle que aceptara nuestra ayuda, nuestra conversación fue respetuosa y estuvo Hebron. Yo amo a tu madre y jamás la traicionaría, y te amo a ti, no podría lastimarte de esa manera, Dan.

No digo nada, desvío la mirada.

—¿Estás así porque Tess baila o porque no te lo dijo?

—¿Desde cuándo lo sabes?

Vuelvo a enfocarlo y me enderezo en mi asiento.

—Desde siempre.

—¡¿Por qué no me lo dijiste?! —grito con todas mis fuerzas, él solo se queda ahí, esperando a que mi respiración se estabilice.

—No pensé que importaría, hijo, creí que la entenderías y la apoyarías.

—¿Apoyar a una mentirosa? ¿Hablas en serio? Estás loco.

Él suspira y niega con la cabeza.

—¿Sabes por qué lo hace? ¿Te molestaste en averiguarlo antes de hacer lo que hiciste? Antes de exponerla.

Arrugo la cara y resoplo.

—Por dinero, es obvio, ¿no?

Papá rasca su cabeza con frustración.

—Espera un minuto. —Se levanta y va a su despacho. Cinco minutos después vuelve con un papel—. Toma, ve a ese lugar, sé cuidadoso.


«Hospital de niños de Hartford. Piso no.10 Habitación 120»


—¿Un hospital? ¿Para qué iré al jodido hospital? —Bufo.

—Maldita sea, Dan, solo ve. Habla con el doctor Callahan, dile que eres mi hijo, dile que te explique todo. —Palmea mi hombro—. Ella es una buena muchacha, no merecía lo que pasó, ¿por qué la condenas sin conocer todo?

Dicho eso, papá me deja más confundido de lo que ya estaba. Termino mi copa y me levanto, miro el papel, debatiéndome entre subir a mi alcoba o ir al hospital, termino escogiendo la segunda.

Cuando entro al sitio, lo primero que noto son los colores: azul y celeste. Celeste arriba, después azul, imitando olas del mar, como si estuvieras sumergido en una especie de pecera. Camino directo al ascensor y presiono el piso diez. Papá dijo que fuera cuidadoso, así que me muevo con cautela. Llego a la sala de espera rodeada por pasillos, me acerco a una enfermera de cabello rojizo.

—Disculpe, ¿la habitación 120?

Ella sonríe con profesionalidad, espero que no note mi aliento a vino.

—Siga por ese pasillo y de vuelta a la izquierda, en las puertas está el número. Solo no sea muy ruidoso, muchos de los pacientes están durmiendo. —Asiento y, dando zancadas, voy hacia la dirección que me indicó.

Es una puerta blanca, me asomo por la ventanilla, pero está oscuro, así que no puedo ver mucho. Intento abrirla, la perilla gira, empujo con suavidad. Primero asomo la cabeza, sin embargo, termino adentrándome en la habitación. Veo una cama, en ella hay una pequeña niña sin cabello y muy delgada. ¿A qué viene todo esto? La historia clínica en el borde me llama, brillando como una lámpara en la oscuridad.


«Lilibeth Rose Winter. Diagnóstico: leucemia mieloide con metástasis en pulmón derecho. Tratamiento: Ciclo diario, transfusión plaquetaria, candidata a operación de pulmón. Doctor: Robert Callahan».


Santa jodida mierda. ¿La hermana de Tess tiene leucemia y cáncer de pulmón? Busco alrededor. Reconozco a la madre de la castaña, quien está durmiendo en un sillón blanco. Me acerco a ella a paso lento, solo para comprobar que no es una alucinación. Hay lágrimas secas en sus mejillas, puedo verlo porque la pintura negra de sus ojos se ha corrido.

Vislumbro a la niña en la cama y sí, ahora la reconozco, es la misma brujilla de la noche de brujas.

¿Por qué no me lo dijo? Yo pude haberla ayudado, pude haberla apoyado. Siento la presencia de alguien más en el cuarto, así que me tenso. Es un doctor que me indica que salga con una señal callada, lo sigo con la respiración acelerada. Él cierra la puerta cuando estoy afuera.

—Robert Callahan. Dan, ¿cierto? —Extiende su mano, correspondo el saludo—. Tu padre dijo que vendrías, ¿qué es lo que quieres saber?

—¿Qué tiene la niña? —pregunto en un susurro. Estoy sofocado, estoy en pánico, no puedo respirar.

—Leucemia, después se le diagnosticó cáncer en pulmón.

—¿Tiene las dos? —Asiente, dándome una triste sonrisa—. Se va a curar, ¿no?

—Me gusta ser positivo, pero es posible que no sobreviva. Necesita un trasplante medular. Ni Tess ni Romina son compatibles, la apuntamos en la lista, pero hay niños antes que ella. Es tiempo perdido y después viene la operación de pulmón, hay que retirar una parte.

—¿Hace cuánto está enferma?

—Hace dos años aproximadamente la tratamos y mejoró, pero unos meses después la leucemia volvió. Hace algunas semanas se descubrió la metástasis. —Cierro los ojos, sintiendo como si mi lengua estuviera cubierta de hiel. Soy una basura

—¿Quién paga los tratamientos?

—La señorita Tess pagaba los tratamientos, hace unos días empezó a hacerlo la organización de sus padres, Dan Adams.

Maldita sea, por supuesto que sí, por eso estaban ahí esos puñeteros depósitos

—¿Necesitas algo más? —pregunta a lo que niego—. Saluda a tu padre de mi parte.

Él se va, dejándome en medio del pasillo, deseando poder regresar el tiempo.



Otra vez no puedo dormir. Estos días sin tocarla, sin besarla, sin escucharla, sin saber si se irá tan rápido como llegó, me están matando.

Ya no funciono sin ella. Ya no es lo mismo, es como cuando comes siempre brócoli y te gusta, pero después pruebas el chocolate y no puedes parar de desearlo.

Al día siguiente, me dejo caer en el sofá. No sé dónde está, no tengo idea de dónde buscarla, necesito que hablemos. La presión en mi pecho me deja mudo, entumecido, las palabras que Maggie me dio aquel día se burlan de mí, estoy tan arrepentido, tan decepcionado de haber hecho lo que hice. Tess no lo merecía, yo lo sabía, incluso así me dejé llevar por mi rabia. Pero ¿cómo se lo digo si no está por ningún lado? Joder.

Mi teléfono móvil suena, sacándome de mis pensamientos. Contesto sin mirar el identificador.

—¿Hablo al número de Dan? —Una suave voz femenina pregunta.

—Sí.

—Tengo una oferta que tal vez te interese.

Pongo atención y sonrío con suficiencia al escucharla.

¡Bingo! 



* * *

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