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Capítulo 28

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D A N

Pasan los días, uno tras otro, y solamente puedo mirarla de lejos. Se ve apagada, solo se viste con atuendos y zapatillas deportivas, deja que su cabello cubra su rostro con ojeras. Permanece en la biblioteca durante el almuerzo o en alguna banca con Mags y James. No permite que me acerque, se escabulle tan rápido que no sé cómo retenerla, no sé qué hacer para recuperarla.

Camino todo el trayecto de Hushington a mi casa con la cabeza agachada, cada una de sus palabras sigue repiqueteando en mi mente, pero me niego a dejarla ir. Es como si no hubiéramos existido, como si nuestro amor no me estuviera quemando por dentro.

Traspaso el umbral de mi casa y me dejo caer en el sillón con la vista fija en la chimenea apagada. No puedo con la idea de saberla perdida, me retuerzo en el dolor y me recuesto.

Evoco nuestro corto tiempo juntos que parece haber sido una eternidad. ¿Cómo fui tan estúpido? ¿Por qué permití que la rabia me controlara? ¿Por qué no dejé que se explicara? Hemos perdido tanto, aún me siento asqueado conmigo mismo por todo lo que hice y porque ahora no tengo sus labios marcados en los míos. Solo me quedan los recuerdos, la sensación de poder oler su aroma y la añoranza de su sonrisa. Siempre supe, desde que la conocí, que sería mi perdición.

Como si hubiera sido ayer recuerdo nuestro primer encuentro y nuestras primeras palabras. La risa que me provocó verla marchar del bar con el rostro cubierto de pánico. Mi cuerpo comienza a temblar y mi respiración se acelera. Subo las escaleras con rabia y me introduzco en el baño azotando la puerta. Me acerco al espejo, la película de ella arreglando su cabello para conocer a mis padres rueda en mi cabeza.

No puedo apaciguar el ardor en mis ojos, harto de mí mismo, llevo mi puño al espejo. Lanzo un grito de dolor, los cristales con sangre salen volando hacia todas las direcciones. Me dejo caer al suelo, derrotado.

Alguien aporrea la puerta con brusquedad.

—¡¿Dan?! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Abre!

Su voz tiembla, pero no me muevo. Pronto la cerradura cede y Becky se acerca con los ojos ansiosos, jadea con horror al verme en el piso.

Me pide que me ponga de pie, así que obedezco, dejo que me conduzca al colchón. Desaparece unos segundos y regresa con un botiquín.

Observo cómo mis heridas son curadas y vendadas por unas manos expertas y arrugadas, esas que tantas veces tomaron las mías para cruzar la calle, las de la mujer que siempre estuvo a mi lado. Becky no dice nada, sé que debe de ser un caos en su interior lleno de preguntas que no se atreve a pronunciar.

—¿Quieres comer algo? —Niego con firmeza—. Dan, te vas a enfermar si sigues así, ya casi va a cumplirse el mes y no has comido bien.

—No importa, no tengo hambre, comeré cuando la tenga —digo sin mirarla y escucho un suspiro profundo.

—Si ella no se da cuenta de lo que vales...

—El que no se dio cuenta de lo que ella vale soy yo, le dije cosas espantosas, hice otras peores. Tal vez por eso mis padres nunca quisieron estar conmigo cuando era pequeño, quizá soy demasiado egoísta pues solo pienso en mis sentimientos.

Mi nana toma mi mano con cariño.

—Tus padres te aman, pero no supieron demostrarlo. Eres humano, Dan, todos cometemos errores, hay que aprender de ellos.

—Arruiné lo que me hace feliz, Becky —susurro.

Dejo que me engañe, que me prometa que todo va a mejorar.



Una semana después no aguanto el dolor de cabeza, las noches en vela están cobrándome. A paso lento camino hacia la facultad, pero me detengo de golpe al escuchar su risa. Mi corazón se derrite ante ese sonido que no he escuchado desde hace tiempo. La busco, desesperado.

Lo que encuentro rompe cada parte de mi alma, un cuchillo que yo mismo clavé en mí se retuerce y me hace jadear porque no lo puedo resistir. Me doblo al sentir un dolor que me hace agonizar.

Tallo mi cara y vuelvo a mirar para asegurarme de que es real. Ella viste con normalidad, con la ropa que solía usar y no con los atuendos deportivos, su cabello cae de esa forma tan sublime que me vuelve loco; pero esta vez hay algo diferente, esta vez no voy a su lado. No sostengo su mano, no soy yo el que la hace reír.

Camina a su costado como si fueran una pareja feliz, sus ojos brillantes me dan tanta rabia que me encuentro caminando en su dirección. De esa manera brillaban cuando me miraba, esa chipa me pertenecía.

Me detengo frente a ellos, haciendo que se detengan en seco. Max me enfoca con asombro, abre la boca para decir algo, pero no le doy tiempo. Estrello el puño en su rostro, el golpe es seco y lo avienta hacia atrás.

—¡¡Dan!! ¡¿Qué estás haciendo?! —Tess chilla.

—¡¿Por qué ella?! —grito. Mi rostro arde por la rabia y mis manos tiemblan. ¿Se está vengando por lo de Amber? ¿La está utilizando para dañarme? ¿Ya se dio cuenta de que es increíble? Muchas preguntas se acumulan al contemplarlo—. Ella es todo para mí.

—Amigo, no es lo que piensas —balbucea y limpia con el dorso de su mano la sangre que sale de su nariz.

Voy a darle otro golpe, sin embargo, alguien detiene mi mano en el aire y me echa hacia atrás con agresividad, caigo sentado al suelo. Al levantar la mirada me encuentro a James negando con la cabeza, Max se recupera, entretanto Mags sostiene a Tess, quien está blanca como una hoja, mirándome aturdida.

Me acerco y me pongo de rodillas.

—No lo hagas, por favor —pide con tristeza. Sus manos se aferran a mi camisa e intentan jalarme hacia arriba.

Echo hacia atrás la cabeza y la miro desde abajo.

—Por lo que más quieras, no lo mires como me mirabas a mí —suplico, sintiendo los párpados pesados.

—Por favor levántate y deja de avergonzarte —murmura y abre la boca para poder respirar.

Hago lo que me pide, pero no me separo, de hecho, me pego lo más que puedo a ella, hasta que soy capaz de oler su perfume a fresas.

—¿Qué tengo que hacer para que me perdones?

Tess le da una mirada a Maggie, esta asiente y le hace una seña a James. Los tres se alejan.

—Ya te perdoné, Dan. También me equivoqué, te mentí, te lastimé. Los dos nos equivocamos, no tenías por qué hacer eso. —Mira con los ojos entornados los alrededores.

—No me importa lo que ellos piensen —digo. Nos quedamos en silencio, mirándonos nada más—. Te extraño.

Me atrevo a tomar una de sus manos y a entrecruzar nuestros dedos. Apenas la toco, una brisa me hace estremecer, me siento vivo de nuevo.

—Debemos continuar, Dan. —Voy a reclamar, sin embargo, su dedo se posa sobre mis labios para silenciarme—. Hay que intentar mantenernos alejados, empezamos mal y acabamos peor, debemos sanar las heridas.

—Sana tú mis heridas, yo puedo sanar las tuyas.

—No, esta vez no. —Mi pecho se desinfla por lo afilada que suena su negativa—. Quería que las sanaras y terminaste abriéndolas aún más.

—¿Jamás estaremos juntos de nuevo?

Un suspiro sale de su boca.

—¿Por qué insistes? Yo también te lastimé, deberías querer estar lejos de mí, retomar tu vida desde donde la dejaste. No me conoces, Dan, no tienes idea de quién soy.

—Porque nunca me dejaste conocerte, no porque no quisiera hacerlo. Ya sé todo eso; pero, mariposa, no hay un solo segundo del día en que no me arrepienta, no hay un solo segundo en que no quiera ir corriendo a tu lado para obligarte a besarme y recordarte que no importa el club y la gente, mi corazón late de prisa, mi cuerpo siempre te busca, mi mente no deja de torturarme con tu sonrisa, con la sonrisa que yo provocaba.

—Necesito tiempo lejos de ti. —Aparta la mirada y se aleja de mí—. Por favor.

Quiero seguir rogándole, decirle que no voy a darle un tiempo lejos porque eso me quiebra; pero, en cambio, la veo partir.



El último par de semanas visito los caminos que recorrimos juntos, no sé si es masoquismo o que necesito revivir nuestros recuerdos para sentirme menos vacío.

Voy al parque donde me di cuenta de que era especial, cuando la vi brillar mientras me hablaba de las estrellas.

Me dejo caer en la misma banca, me relajo por la brisa fresca de la noche de octubre. Los niños corren de un lado a otro con sus disfraces y las canastillas repletas de caramelos y bombones, sus risas retumban y, en cierto modo, me tranquilizan. Es agradable ver brujas, calabazas y calaveras por doquier. Yo nunca salí a divertirme en Halloween, a Becky no le gustaba y mis padres nunca estuvieron para acompañarme.

De pronto, pienso en el bebé que perdimos, en lo feliz que habría sido al poderle dar amor. No lo conozco y él no me conoce, pero sé que donde quiera que esté sabe que lo quiero y que habría sido un buen padre para él, habría dado todo por serlo; le habría brindado el amor que mis padres no supieron darme.

Suelto lágrimas una vez más, y aprieto el puente de mi nariz intentando retenerlas.

—¿Te encuentras bien? —Una vocecita aflautada y armoniosa me hace girar la cabeza para buscar el sonido—. ¿Por qué lloras?

Una de mis comisuras se levanta al ver a una niña preciosa con una peluca alborotada de color violeta, lleva un vestido negro hasta los talones y sostiene una canastilla en forma de caldero. Creo que por más que intente parecer una bruja jamás lo logrará, su presencia me parece angelical y su sonrisa pinta dos hoyuelos en sus mejillas.

—No estaba llorando.

Ella extiende su mano y toda la esquina de mi ojo.

—Está mojado, eso quiere decir que sí lo hacías.

Una carcajada sale de mi pecho.

—Lloro por culpa del amor.

Su diminuto entrecejo se tensa.

—El amor debe de llenarnos de luz y paz, no debe de darnos tristeza. Cuando amas sientes mariposas en el estómago, mi hermana me contó eso. —Se encoge de hombros.

—¿Tu hermana te dijo eso? —Afirma con felicidad, sacudiendo la cabeza—. Debe de ser muy sabia.

—Sí, lo es. —Se sienta junto a mí y columpia sus pies. No entiendo por qué anda sola una niña como ella a estas horas de la noche.

—¿Estás perdida?

Niega.

—No, estoy escapando de Tessy porque quiere quitarme el disfraz.

Ese nombre me envara la espalda.

—¿Tessy? —Cuestiono con la boca seca.

—Sí, mi hermana. —Me da una curiosa mirada de soslayo. Ahora que la veo con atención me doy cuenta de que tiene los mismos ojos grises que Tess.

—¿Cómo te llamas?

Abre la boca para responder, pero un grito desgarrador hace que se levante como un resorte.

—¡¡Lilibeth!! —La angustia en su voz hace que cada poro de mi piel se erice. De un momento a otro Tess llega corriendo con agitación y alza a la niña en sus brazos sin fijarse en nada más que en ella—. No vuelvas a hacerlo, prometo dejar que la peluca te siga picando la cabeza, pero no me angusties de esta manera.

—Lo siento, Tess.

Mi mariposa aprieta los ojos, para después sacar el aire en una exhalación. Me quedo de pie porque no quiero reventar la burbuja llena de cariño de ambas y, al mismo tiempo, no puedo parar de mirarlas; no quiero dejar de contemplar el inmenso amor que se tienen.

—Te mereces unos coscorrones y estar castigada sin gelatina.

La niña se echa hacia atrás para poder ver a su hermana con la frente arrugada.

—No lo harás, ¿verdad? —pregunta. La castaña sonríe y niega—. Hice un nuevo amigo, estaba llorando, así que me acerqué a consolarlo.

Es entonces cuando ella se percata de mi presencia, sus párpados se abren tanto que creo que sus ojos se saldrán de sus órbitas.

—¿Dan? —Tess regresa a Lilibeth al suelo. La pequeña se gira y se planta frente a mí con una sonrisa de oreja a oreja, no puedo evitar responder a su gesto con una sonrisa del mismo tamaño; su alegría es contagiosa, me hace sentir ligero.

—¿Tú eres Dan? —Asiento—. Tú eres el novio de Tess, ella dijo que siempre que te ve siente mariposas en el estómago.

Miro a mi mariposa con las comisuras alzadas, abre la boca y observa a Lili con horror, se aclara la garganta.

—Tu novio Rowdy te está esperando en el resbaladero.

La niña se tiñe de rojo y frunce los labios con disgusto, se gira indignada y comienza a caminar hacia el lugar bajo la atenta mirada de su hermana mayor, quien, al comprobar que los dos niños juegan en el columpio, traba sus ojos tormenta en los míos. Dejo escapar una risita al ser testigo de la guerra entre las dos.

Toma asiento en la banca sin dejar de mirarme, así que hago lo mismo, intentando colocarme lo más cerca que puedo, pero tomando distancia porque no quiero alejarla ahora que la tengo tan cerca.

—Ella es Lilibeth, mi hermana pequeña. —Sonríe.

—Es preciosa, se parecen demasiado.

—Eso dicen —dice sin apartar sus dos cielos nublados de mis bosques—. ¿Qué hacías aquí? ¿Pedir dulces? ¿Espantar niños?

Suelta una risa entre dientes y revisa que su hermana esté a salvo. Esto se siente bien después de todo, me alegra haber venido.

—Salí a despejar la mente, creí que asustaría a todos, pero Lilibeth se acercó a pesar de mi semblante oscuro.

—Ella cautiva a las almas más repelentes.

—Igual que tú.

Visualizo su mano en la banca, así que acerco la mía con cautela y paciencia, hago que nuestros dedos se toquen. Muevo mi meñique para acariciar el de ella, ese tímido toque me regresa la vida; mucho más cuando no se retira.

—¿Cómo estás? —cuestiona. Mi corazón vibra al sentir la respuesta a mis caricias, hace lo mismo con sus dedos, mi corazón empieza a palpitar de prisa.

—Estoy bien ahora —murmuro—. ¿Y tú?

—También —contesta y es perfecto, no necesitamos más palabras.

Antes de que me dé cuenta los dos nos acercamos, un indescriptible sentimiento me abarca, solamente puedo pensar en su perfume y en su aliento combinándose con el mío. Pero un puto timbre de mierda provoca que se eche hacia atrás y rompa el momento, reprimo el jadeo de resignación, ¿por qué justo ahora? Joder.

—¿Sawnder? —Me arriesgo y acomodo uno de sus mechones sueltos, demorándome más de la cuenta. Ella sonríe hacia mi toque, entretanto escucha a la persona del otro lado—. ¿Qué? ¿Y Gina no puede? ¿Ahora? P-pero no quería hacerlo más. —Suspira—. ¿Sabes? Está bien, debo hacerlo y superar esto, es lo único que me falta y has hecho tanto que no puedo negarme. Sí, te veo en unos minutos.

Cuelga y se queda quieta por un instante.

—¿Todo bien? —cuestiono.

—Sí. —Se levanta, la imito automáticamente, me niego a dejarla marchar sin más—. Necesito llevar a Lili con mamá e irme.

Tess llama a los niños con un grito y se arrodilla para susurrarles algo, ellos asienten. Lili me da una mirada graciosa y se acerca, me pide que me incline con su dedo índice.

—Mi hermana te quiere mucho, cuando duerme dice tu nombre.

Mi boca se abre por el asombro, lanza una carcajada antes de cruzar la calle tomada de la mano de su amigo, mi mariposa los observa hasta que ingresan al hospital.

—¿Qué te dijo? —pregunta con sospecha.

—Nada. —Me apresuro—. Yo te acompaño.

—No te va a gustar, Dan. Quizá debería ir sola, esto tengo que hacerlo por mí.

Sin que me lo diga presiento a dónde necesita ir, mi pecho se aprieta. Tal vez esto también me servirá de alguna forma, y aunque creo saber la respuesta, hago de igual manera la pregunta.

—¿A dónde?

—The Garden.



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