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Capítulo 27

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T E S S A N D R A

Siento que estoy en una pesadilla.

Me escondo detrás de la parada de autobuses, aprieto el lazo de mi bolso y cierro los ojos para tranquilizarme. Los nervios bullen en mi garganta como si fuera una olla hirviendo en el fuego, los latidos de mi corazón van desenfrenados. Enfrentarse a los problemas nunca ha sido sencillo, pero enfrentarse a un tumulto de estudiantes y profesores conocedores de una verdad a medias, es peor, es un infierno. De todas maneras, siempre he vivido en uno y nunca me he echado para atrás, no soy de las que se acobardan, una bola de idiotas no va a dictaminar lo que soy.

Doy respiros para poder retener las lágrimas y pienso en mi lugar seguro: mi hermana. Si tantas veces fue mi fortaleza para salir a bailar en contra de mis deseos, esta vez no será diferente. Con la sonrisa de Lili tatuada en mi mente salgo de mi escondite y procuro no mirar a mis alrededores o, de lo contrario, mi espíritu se debilitará.

Y, aunque intento concentrarme y no escuchar, no lo consigo. La gente se aparta mientras camino como si yo fuera un animal ponzoñoso que merece ser aplastado, y se ríen, y pronuncian palabras hirientes, y me observan; pero no flaqueo, al menos en el exterior porque mi interior es una masa de gelatina temblorosa.

Entro al edificio, por primera vez todos están enmudecidos, murmurando cosas, falacias sobre mí.

Me detengo frente a mi casillero, pero un apretón en mi trasero me detiene. Mi cuerpo empieza a temblar por la rabia, la gente se carcajea al ser testigos del abuso. Me doy vuelta de golpe para encarar al causante de semejante descaro, sé quién es, lo reconozco, es aquel chico de la biblioteca, el que me dijo mierda por ser becada. Su cabello perfectamente acomodado y su sonrisa cínica se burlan de mí.

—¿Cuál es tu problema, imbécil? —escupo.

Sus acompañantes lanzan carcajadas y los que presencian el acto miran con entretenimiento, ahora veo que quizá la función no ha acabado.

—¿Cuánto la noche, bonita?

Le doy una cachetada que resuena y deja en silencio a todo el mundo, su mejilla enrojece y mi palma pica. Sus penetrantes ojos me miran con intensidad y, de pronto, todo sucede demasiado rápido. Me empuja con agresividad contra el casillero, y me obliga a hincar. El tipo toma mi cabello en un puño y levanta mi cabeza para que mire las sonrisas de los otros, decenas de rostros hacen un círculo y nos rodean con felicidad. ¿No se supone que la gente madura es la que entra a la universidad? Supongo que la gente cruel está en todas partes, no importa si tiene estudios, dinero, modales o clase.

Mis ojos comienzan a aguarse, a pesar de que no quiero demostrar debilidad, a pesar de que me ruego una y otra vez fortaleza. Todos alguna vez nos rompemos.

—Suéltame —pido.

—Las putas como tú no tratan mal a sus clientes —sisea con los dientes apretados—. Repítelo.

No lo hago, así que retuerce mi cuero cabelludo, suelto un sonido lastimero. Cierro los ojos y me concentro en lo único que me queda: Lili.

—Las putas como yo no tratan mal a sus clientes —digo.

Tan pronto me suelta me pongo de pie y lo enfrento. Su gesto divertido no desaparece, la rabia me carcome como si fuera oxido manchando mi alma. La impotencia me recorre entera, quiero romperle la maldita cara en dos. Debería ignorarlo, pero en un impulso le escupo el rostro.

Las aletas de su nariz se abren, levanta la mano, dispuesto a golpearme.

—¡Ponle un jodido dedo encima y te vas a arrepentir! —exclama su voz desde alguna parte, y eso solo logra enfurecerme más.

—¿Qué? ¿Es tu puta personal? —Ríen.

Dan se le echa encima y le da un fuerte puñetazo en la cara. El otro se tambalea, algunos de sus amigos lo sostienen para que no caiga de culo al suelo, el sujeto no quita la palma de su pómulo como si dejar que los otros lo vean fuera vergonzoso.

—¿Estás bien? —me pregunta Dan, casi ansioso.

Si todavía fuera estúpida le hubiera creído su actuación.

—No necesito que me defiendas —musito con la mandíbula apretada y lo esquivo para subir trotando las escaleras.

Mi respiración se entrecorta como si nunca hubiera hecho ejercicio, me siento patética. Me detengo en el umbral de la puerta del aula, todos se giran para mirarme. Entro al salón, y ya que no soporto los escaneos, me siento en el primer asiento pegado a la puerta.

Así pasa el tiempo: yo escapando antes de que la clase termine y ellos riendo a costa mía. Me escabullo en los pasillos con la cabeza agachada, intentando que mi cabello oculte mi cara y que mi ropa deportiva no llame la atención, pero siempre hay alguien que me reconoce y me empuja o hace algún gesto vulgar.

Maggie insiste en que entre a tomar el almuerzo, sin embargo, quiero estar lejos de la multitud, de las burlas, así que niego. Ella se va con James, no muy convencida de dejarme.

Me escondo en uno de los jardines, le doy la espalda a la facultad y apoyo mi espalda en el tronco de un árbol, si miro arriba puedo ver las ramas. Suelto un suspiro y disfruto de la poca tranquilidad. Me limpio una lágrima traicionera, subo mis rodillas hasta mi pecho para abrazarlas y hundir mi frente en el hueco entre mis rodillas. Mi móvil vibra, acomodo detrás de mi oreja un mechón suelto antes de contestar.

—¿Mamá? —Su repentino silencio me provoca un escalofrío, me enderezo. Hubiera preferido no haberlo hecho porque me percato de la presencia que, casi de manera fantasmal, me observa recargado en la madera de otro árbol—. Mamá, ¿qué sucede?

—No somos compatibles, Tess.

Un balde de agua fría cala mis huesos, dolor me traspasa. Aprieto mis párpados y mis dientes, me niego a creer lo que acabo de escuchar.

—¿Cómo que no? ¿Por qué? ¿Qué hay de malo en mí? —balbuceo, sin darme cuenta de que mis mejillas están mojadas.

—Hija, no hay nada malo en ti —dice atropelladamente—. Tessy, no es tu culpa.

—¡Sí lo es! —grito y me pongo de pie—. ¡Todo es mi culpa! Si no sirvo para ayudarla, ¿qué voy a hacer? No sirvo, mamá.

Abro mi boca porque no aguanto el miedo, la desesperación, la impotencia; es demasiado. De pronto, todo estalla, necesito estar sola para llorar y gritar. Me pongo de pie y cuelgo el teléfono sin darle la oportunidad de contestar. Cuando paso al lado suyo, me retiene agarrándome por el codo. No soporto su toque, se siente desagradable, no quiero que lo haga, así que me sacudo.

—Vamos a hablar, Tess, por favor —pide.

—Suéltame —digo. No lo hace—. Dan, te pedí que me soltaras.

—Dime qué es lo que te sucede, ¿por qué lloras así?

Lo escucho preguntar a mis espaldas, sin soltar mi brazo. Doy un respiro profundo para controlar mis emociones, buscando mi voz, forzándola a mantenerse estable.

—Tú ya no eres nada en mi vida y no tengo por qué hablarte sobre las cosas maravillosas de ella.

Su agarre se debilita, aprovecho la inestabilidad y salgo corriendo de allí.



Me dejo caer de rodillas en la colchonetita, permito que el sufrimiento se mueva por mis venas.

Lloro por mi hermana porque mi sangre no sirve para ella, lloro por mi madre porque una vez más le fallé, lloro por mi bebé porque me hubiera gustado darle amor, y lloro por Dan porque habría sido menos dolorosa la pérdida en sus brazos. Quizá para muchos no signifique nada perder un bebé que ni siquiera sabías que existía, ese es el problema, una pequeña vida se estaba formando en mi interior y no tenía idea, lo perdí sin poder hacer algo para evitarlo, ni siquiera pude decidir. No hay nada más importante para mí que mi familia, sentir que perdí algo tan mío me destroza. Luego está Dan y todas las cosas horribles que me dijo, que hizo, estoy tan triste porque intento odiarlo, pero mi corazón me traiciona, me dice que él no es malo, que también tuve la culpa, que lo he lastimado, que debería perdonar y seguir adelante; pero quiero odiarlo porque la vieja Tess, la que no estaba rota, lo hubiera hecho. Y al final está Lili en ese hospital, en esa camilla muriéndose lentamente, no puedo hacer nada para ayudarla.

Enojada conmigo misma lanzo un gruñido. La capilla está en silencio, la paz solamente es interrumpida por mi escándalo.

—¿Por qué me destruiste, Dan? —susurro al vacío.

—Porque es un idiota —responde alguien. Me envaro y levanto la cabeza con premura.

Max Fontaine se encuentra frente a mí, me regala una sonrisa cálida y sigue con lo que estaba haciendo. Me siento tonta, todo este tiempo, mientras yo estaba hincada, él ha estado ahí, limpiando las butacas de la iglesia.

—¿Qué haces? —pregunto, desconcertada.

Limpio mis lágrimas y sorbo por la nariz, él se encoge de hombros.

—Mis padres son benefactores, me gusta venir de vez en cuando a ayudar. —Asiento, sorprendida—. Disculpa si me meto, no te conozco y no puedo juzgarte solamente por lo que Amber dice, pero...

Un destello en sus ojos surge al decir su nombre y confirma mis sospechas, ¿cómo puede amar a alguien así? Y al pensarlo me siento ridícula, pues nos encontramos en las mismas circunstancias.

—Dan y yo nunca nos hemos llevado bien, nuestras personalidades son muy parecidas, así que chocan. No voy a abogar por él porque sería hipócrita, pero lo conozco. De algo estoy seguro, jamás lo había visto comportarse como contigo, con esto no quiero decir que lo que hizo está bien. Hay mucha rabia en el interior de Dan por el descuido de sus padres, cree que todo el mundo hará lo mismo.

Suspiro, temblorosa, porque sé que yo fui una mentirosa.

—No puedo verlo sin pensar en todo lo que pasó, me dijo cosas horribles y no me lo merezco. Las cosas podrán parecer una basura, quizá soy la peor de las mentirosas, pero detrás de todas mis acciones solo hay amor, aunque no todos lo entiendan. Tal vez todo esto es una señal para que nos demos cuenta de que no somos el uno para el otro, que venimos de mundos distintos. Porque si él me amara me hubiera dejado explicarle.

—Te entiendo porque estamos enamorados de personas parecidas, Amber no hace más que lastimarme, lo peor de todo es que soy adicto a eso, no puedo alejarme de ella, es tóxica. —Hace una mueca—. Si lo que dices es cierto y todo lo que haces lo hiciste por una buena razón, ¿qué más te da lo que digan los otros? Las personas siempre van a pensar lo peor de otros porque es más fácil ver los errores ajenos que los propios.

—Tienes razón —digo.

Toda esta plática con Max ha hecho que me sienta mejor. Su comisura se eleva, deja el trapo en la banca y revisa la hora en el reloj de su muñeca.

—¿Vas a regresar a clases? ¿Quieres que te lleve?

—Si no es mucha molestia.

No voy a flaquear ahora, no después de todo lo que me ha costado forjar mi fuerza. Si resistí lo peor, voy a resistir esto. Al menos tengo el consuelo de que mi la vida que crecía dentro de mí sabe que habría dado todo por su bienestar, así como entrego todo por mi Lili.

Cuando enciende el auto, se apresura a bajarle el volumen a la música, y se pone el cinturón de seguridad. Me mantengo callada, mirando por la ventana.

—Entiendo por qué se fijó en ti —dice, más para él que para mí.

—¿De qué hablas?

—No eres como nosotros.

—Gracias al cielo. —Apenas lo digo, me arrepiento por lo rudo que sonó—. Lo siento.

—No lo hagas, es cierto. —Se encoge de hombros—. Hushington no es más que una colmena, tienes que caminar muy despacio para no despertar al nido de bestias. Todos esperan a que el otro se distraiga para destrozarlo por mera diversión. Es agotador. Lo despreciamos, al mismo tiempo lo necesitamos, somos parte de eso, y lo seguiremos siendo, aunque salgamos a tomar aire lejos del panal, al final regresaremos a donde pertenecemos. Es una mierda.

No respondo, ya que no sé qué decir, no puedo sentir lástima por ellos.

Me acompaña a la entrada de la facultad, según él, para evitar que la gente se siga metiendo conmigo. Me despido con una sonrisa triste.

Después de entrar e ignorar los susurros y las palabras obscenas, busco a Mags, pero no la encuentro. Camino por el pasillo que se vacía cuando el cambio de clase llega, de pronto, una mano toma mi antebrazo y me da vuelta de forma brusca. Dan me arrastra por todo el pasillo y, pese a mis esfuerzos por liberarme, me arrincona en la esquina de una pared.

Me atrevo a mirarlo por primera vez desde el hospital porque mis ojos lo siguen buscando. Su mirada es de un tono verde intenso, sus facciones se suavizan cuando nuestras miradas contactan. Tengo que recordarme lo que hizo si no quiero caer de nuevo.

—¿Por qué te trajo Max? —¿Qué? ¿De eso quiere hablar? Me tenso e intento salir de la cueva que ha construido con sus brazos, no me lo permite—. Perdona, no fue la pregunta adecuada. Me duele saber que probablemente ya te perdí.

—Deja de hablar —musito y llevo mi vista lejos. Me aparto todo lo que puedo de él y me trago el dolor.

—¿Ya no me amas?

Mi corazón revolotea y se hace trizas al mismo tiempo. Él espera la respuesta sin apartar sus ojos de mis facciones.

—Sí lo hago.

Suelta el aire, se acerca para besar mi sien. Me dejo abrazar por un segundo porque me reconforma, aunque me esté destrozando también.

—Yo también te amo.

Niego con la cabeza y, juntando toda mi valentía, lo hago a un lado.

—A veces el amor no basta, a veces no es tan fuerte y no es capaz de perdonar. Es cierto que te mentí, pero nunca te engañé, yo siempre me entregué a ti con sinceridad, siendo yo misma. —Una lágrima rueda por mi mejilla, Dan la borra con uno de sus pulgares, me observa con sus gestos rotos—. Y tú no, me arrojaste a los leones sin darme el beneficio de la duda. Si me amaras hubieses hecho cualquier cosa para que Amber no me destrozara delante de todo el mundo, jamás te habrías besado con ella para lastimarme. Me habrías dado la oportunidad de explicar por qué motivo no te dije que era una puta bailarina de tubo, porque a pesar de que piensas que es lo más sucio del mundo, para mí fue una salvación. Para mí lo prohibido fue la única salida, Dan.

—Me equivoqué y no tienes idea de cuánto lo lamento, mariposa. —Nos quedamos mudos por unos segundos—. ¿Por qué una salvación?

—Si me hubieses dado una oportunidad para hablar en este momento lo sabrías, sabrías por qué cada viernes salía casi semidesnuda y me tragaba cada mirada, cada insulto. Estarías enterado de los motivos para rebajarme a tal cosa, pero ¿sabes? Jamás me vendí, jamás bajé del escenario excepto contigo y tú lo sabías, y aun así dejaste que pasara todo esto.

Dan toma con sus manos mi rostro y busca frenéticamente algo en mi mirada, no permito que encuentre nada pues me aparto de su toque.

—Estaba muy enojado, estaba demasiado furioso, creí que me engañabas, me dejé llevar por esos sentimientos...

Lo interrumpo.

—Yo he estado enojada millones de veces, sin embargo, nunca he lastimado de esa forma a los que amo. Quizá es difícil amar para ti porque tu madre nunca estuvo contigo, pero yo nunca tuve a mi padre y no ando por ahí lastimando a otros poniendo de pretexto eso.

—Dame una oportunidad. —Ruega con los ojos hechos agua.

—No, Dan, te la di una vez y mira en dónde nos dejaste, ni siquiera sé si algún día podré amar de nuevo.

—No me digas eso, vamos a conocernos, vamos a hacer que funcione. —Se aproxima con la intención besarme, giro el rostro, así que lo deposita en mi mejilla. Da un suspiro—. A mí también me duele todo esto, me duele ser un imbécil y perderte por eso. Me duele que me hayas mentido y no confiaras en mí. Me duele no tener idea de qué más nos estamos escondiendo, pero te amo, estoy dispuesto a enmendar mis daños y a cerrar las grietas. No puedo hacerlo solo.

—No tengo fuerza para hacerlo ahora, solamente quiero respirar un aire que no sea el tuyo. Quiero sanarme sola, como siempre, no a tu lado. Se acabó, Dan. —Él niega con la cabeza, tragando saliva—. Voy a pedirte que no me busques y que no estés cerca porque no quiero verte más.

—¿Qué hago con mi amor? —pregunta con la voz temblorosa.

—«Guárdalo en tu mente y en tu corazón, tal como yo lo hago».

Paso por su costado y lo dejo atrás, aunque siento que todo mi ser se ha quedado con él.


* * *

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