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Capítulo 07

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D A N

La bibliotecaria fue al área de cómputo y nos pidió que cuidáramos la biblioteca. Durante dos horas no hay movimiento, solo algunos chicos que vienen y se encierran en los cubículos, pero las mesas están vacías y los pasillos desiertos.

Está detrás del escritorio con forma de media luna, yo estoy en el polo opuesto, observándola fijamente. Tess está concentrada leyendo y haciendo apuntes en hojas blancas. El cabello le cubre la mitad de la cara, pero alcanzo a ver la punta de su nariz y sus labios rosas.

Supongo que siente mi mirada pues alza la cabeza y me pilla, hace como si no me hubiera visto y continúa con lo suyo. No sé cómo lidiar con su rechazo y con el hecho de que estoy seguro de que se obliga a rechazarme o quizá quiero pensar eso porque el rechazo es algo que me afecta más de lo que me atrevo a aceptar. Odio que la gente me vea con los mismos ojos que mis padres, lo detesto porque me hace sentir vulnerable y pequeño.

Recuerdo a un niño pequeño llorando en medio de una habitación porque le temía a la oscuridad, y no importaba cuánto llorara o gritara, nadie me ayudaba a encender la luz. Solo Becky. La única manera para que entraran a mi alcoba era golpeando a los niños del colegio o desaprobando las materias, solo entonces se acercaban, aunque fuera para gritarme y mirarme como si los hubiera traicionado.

Lamenté durante tanto tiempo no tenerlos conmigo que cuando estaban era como si siguieran lejos. Me acostumbré a estar solo en esa mansión que me aterraba, me acostumbré a no temer, a defenderme porque nadie lo haría por mí, a esconderme debajo de las sábanas porque me daba más miedo gritar y que nadie entrara. Lo tenía todo, menos a mis padres. Y me odiaba por no ser suficiente, los odiaba por no ver cuánto dolía, y odiaba a los que eran felices.

Soy una mierda, pero me gustaría que alguien pensara lo contrario.

Tess vuelve a mirarme y frunce el entrecejo, quizá está pensando que soy un lunático. Ella es diferente, ella no tiene idea de quién soy, pero al menos sabe lo que no soy. Y quiero hacer que cambie de opinión.

Dejo mi puesto y empiezo a acercarme, no debería porque la bibliotecaria me detesta y es capaz de acusarme para que no me cuenten el día. Pero ¿qué más da? No es como si me importara.

Abre los ojos como platos, rodeo la mesa y tomo un lugar junto a ella bajo su atenta mirada de color acero. No digo nada, tampoco la miro.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta.

Se gira en su asiento.

—Te hago compañía. —Me encojo de hombros.

—¿Y quién te dijo que quiero que me acompañes? Estaba muy tranquila hasta que empezaste a mirarme como un destripador y llegaste.

Mis comisuras tiemblan.

—Todos quieren compañía, es una necesidad humana. ¿Has oído hablar de la pirámide de Maslow? Tienes que cubrir ciertas necesidades para ser feliz, primero las fisiológicas, luego las de seguridad, después las de afiliación. Vas subiendo los peldaños hasta llegar al último.

—¿Me estás dando clases de Psicología? Creí que estudiabas Criminología.

Ignoro la satisfacción que siento al saber que no soy un completo desconocido, no como el enigma que ella es para mí.

—Correcto, pero por alguna razón los maestros creen que necesitamos saber eso. Y no, no te estoy dando clases, te estoy haciendo compañía para que cumplas esa necesidad y te sientas autorrealizada.

La escucho resoplar, una risa entre dientes se me escapa. No responde, se queda en completo silencio, su atención regresa a los apuntes. Ahora sí que la miro.

Después de lo que sucedió en el pasillo la semana pasada, decidí no buscarla más y evitar cualquier acercamiento. No iba a ser difícil si me lo proponía, nuestras facultades quedaban de polo a polo, los únicos lugares en común son la biblioteca, la cafetería y el estacionamiento. Pan comido, o eso creía.

El resto de la semana fui a la universidad, al entrenamiento y nada más. Pensé en no asistir a lo del voluntariado, incluso demoré en presentarme, pero quería ahorrarme los problemas, pues sabía que mi padre tenía el poder de obligarme a hacer lo que quisiera y, si no aceptaba el maldito trabajo social en la universidad, encontraría otra manera para castigarme porque así era él, no dudaba en hacerte saber que tenía el control así intentaras esconderte.

Tampoco quería una amonestación que fuera directo a mi currículo escolar. No me convenía, no si quería conseguir un empleo lejos de mis padres y olvidarme de su dinero y máscaras. Debía esforzarme y mantenerlo limpio. Así que no me quedó más remedio que venir. Ella estaba aquí, ¡vaya ironía!

El día del partido, James y yo llegamos juntos porque era más fácil, somos vecinos y vamos a los mismos lugares. Estábamos un cajón para estacionarnos cuando la vio. Margaret estaba usando una playera de los Bulldogs con el número dieciséis en la espalda, él casi se baja de la camioneta para invitarla a salir. Margaret no iba sola, junto a ella caminaba la tortura más exquisita usando una playera de mi banda favorita, por alguna razón se sentía más personal que el puto jersey.

Cuando las vi entrar a la fiesta tuve que huir para no comérmela con los ojos, subí las escaleras con la chica que estaba tonteando conmigo y me refugié en el rincón. Y volvió a aparecer frente a mí, ¿es que el destino quería castigarme? ¿Deseaba recordarme que no se moría por que la tocara? Intentaba hacer las cosas bien y ella seguía apareciendo de la nada. Pero lo mejor sucedió mientras limpiaba mi sangre, nadie había hecho algo así por mí, mi nana era la única que se preocupaba y que sabía del pánico y la ansiedad que sentía cada vez que veía sangre en mi piel.

Un folleto negro cae de entre sus hojas cuando las levanta para alinearlas, no lo nota. Me apresuro a tomarlo. Está decorado con puntos que simulan estrellas, las constelaciones forman palabras.

—¿Te interesa el taller de Astronomía? —pregunto.

Se endereza con rapidez y me lo quita de las manos.

—Algo así.

Todos los años se celebra la semana de los talleres, supe que los jugadores de primer año fueron a entregar folletos de los Bulldogs.

—Si lo que quieres es ir a las estrellas, yo puedo llevarte totalmente gratis —susurro.

Lanza una carcajada, pero luego se cubre la boca con las manos. Sus ojos se iluminan y yo siento que voy a caerme de la silla. Muerde su labio para evitar la sonrisa.

—Tu ego está por las nubes, Dan.

Ignoro el tirón delicioso que me produce escuchar mi nombre.

—Espero que no estés ofendiéndome —murmuro con sorna.

—Sería incapaz.

Apoyo el codo en la mesa y apoyo mi sien en el puño para tener una amplia vista de ella. Entramos en un juego donde me ignora mientras utilizo todo mi repertorio de estrategias, ninguna funciona.

La biblioteca se llena a eso de las cuatro de la tarde, muchos alumnos están haciendo escándalo en una mesa de estudio, Ross le pide a Tess que les diga que guarden silencio o tendrán que irse a otro lado, yo estoy esperando a que una chica pague el retraso de entrega.

No quito los ojos de su espalda, se acerca al grupo de chicos que se callan al verla. Mi ceño se frunce cuando la veo apretando los puños por la sonrisa engreída de uno de los tipos. Se me revuelve el estómago al ser testigo de cómo este toma un libro, lo tira al suelo y lo señala con la misma actitud petulante. Tess se queda inmóvil, no puedo ver si abre la boca, pero en cuanto el idiota se pone de pie amenazante, sé que probablemente dijo algo que no debió haber dicho.

Lo conozco, es uno de los basquetbolistas más importantes del equipo de Hushington, aunque no proviene de una familia de mucho renombre tiene bastante dinero.

Ross se percata de la situación y se tensa, sin pedir permiso me levanto y me dirijo hacia el espectáculo que está divirtiendo a muchos.

—Eres una becada, estás aquí para eso, levanta el puto libro. —Sus palabras me hacen enfurecer, más aún cuando la toma del brazo con brusquedad para zarandearla.

Llego dando zancadas, lo aparto con violencia dándole un golpe en su pecho y coloco a Tess detrás de mí. El tipo se desubica y, al percatarse de mi identidad, su rostro se pone pálido. Esa es la única ventaja de ser hijo de George Adams, la gente no quiere meterse en problemas.

—No te metas con ella —murmuro entre dientes. Estiro la mano hacia la mesa y tiro al suelo sus pertenencias—. Recógelos tú mismo.

Espero que diga algo, no lo hace. Siento la rabia corriendo por mi cuerpo, adrenalina también. Esta chica me hará explotar. En medio de mi furia tomo la muñeca de Tess y comienzo a caminar hacia la salida, no muestra resistencia a mis movimientos. Voy a llevarla a otro lugar, pero planta los talones en el suelo cuando salimos de la biblioteca.

—¿Qué pasa?

Tiene la cabeza gacha, su cabello cubre los costados de su rostro y me impide verla.

—Necesito regresar, no puedo irme.

—Puedo hablar con Ross, ella vio lo que estaba sucediendo.

Niega.

Doy un paso hacia ella y levanto su barbilla con mi dedo índice. Me recibe la tormenta gris y nublada más pasiva que he visto en mi vida.

—¿Te hizo algo malo? —pregunto.

—No —suelta con los hombros decaídos.

—¿Qué le dijiste?

Aprieta los labios y suspira.

—Que se metiera el libro por el culo.

Lanzo una risotada ahogada a pesar del su estado de ánimo, incluso así, sus comisuras tiemblan.

—No te metas en problemas, hay gente que no dudaría en lastimarte —emito, serio.

—¿Ahora te preocupas? —Suspira con pesadez, sus ojos se nublan. ¿Se va a poner a llorar?—. Sé que lo que voy a pedirte es extremadamente extraño y deberías olvidarlo tan pronto lo diga... ¿Podrías abrazarme?

Me quedo sin habla al escucharla.

—Lo sabía, era una tontería, lo siento —dice.

Me quedo estupefacto cuando se da la vuelta y da pasos con dirección a la biblioteca. Tomo su codo antes de que pueda alejarse y la obligo a girarse para rodearla con mis brazos. No me corresponde al instante, pero termina hundiendo su nariz en mi pecho y rodeando mi cintura.

—Sé que debo aprender a no hacer comentarios tontos, es solo que detesté cómo me veía, como si tuviera la obligación de servirlo, como en... —Se detiene de golpe.

—¿En dónde?

—Olvídalo —contesta en un susurro.

—¿Algún día me lo dirás? —La siento fruncir el ceño, así que me apresuro a aclararle—: ¿Algún día me dirás lo que ocultas?

Automáticamente una muralla se yergue entre ambos, ella intenta alejarse, la detengo sosteniendo su cintura y jalándola de regreso.

—Si supieras más de mí me tendrías asco y me mirarías como ellos lo hacen —dice, sorprendiéndome. Suelta un sollozo, quiero echarme hacia atrás para mirarla, no me lo permite—. Y no quiero que me mires de ese modo.

Muero por preguntarle a qué se refiere, pero no lo hago. En cambio, la abrazo con fuerza.

Shh... No llores, mariposa.

Sus delicadas manos me aferran, el contacto me pone nervioso, sin embargo, me tranquiliza. Pronto me encuentro acariciando su espalda.

—Gracias —dice.

Dejo un beso en la coronilla de su cabeza. El gesto cariñoso me sorprende, así como la calidez que emite su cuerpo entre mis brazos.

—Necesitamos regresar.

Aunque quiero pedirle que no nos movamos, cedo a su petición y la acompaño. Antes de entrar se detiene y toma un respiro profundo, cuadra los hombros y entra como si no le importara nada, como si fuera a patearle el culo a todos si vuelven a meterse con ella.


* * *



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