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Capítulo 06

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T E S S A N D R A

El jueves por la tarde, Lili y yo nos sentamos en el suelo, los colores están regados junto a su cuadernillo. Está dibujando una escena de uno de sus cuentos favoritos y yo le ayudo a colorear.

Tocan el timbre, mi madre se dirige a la puerta a toda velocidad y relaja los hombros cuando ve por la mirilla. Mags entra usando un vestido pequeño de mezclilla, no suele usar ropa muy ajustada a menos que vaya a alguna fiesta o...

—No —digo, tajante, cuando ella se detiene frente a nosotras después de saludar a mi madre. La ignoro y me dirijo hacia Lili—. ¿Crees que el vestido deba ir de color rojo?

No espero la respuesta de mi hermana, agarro el lápiz y empiezo a pintar. Las zapatillas de Margaret golpean el piso. Lilibeth ha dejado de dibujar, ahora la observa con curiosidad, al igual que mamá, quien va y se siente en el sillón sin quitarnos la mirada de encima.

—Hola, Maggie —saluda animada—. Deberías venir más a menudo, ¿Tess te contó que ya sé andar en bici? El otro día Rowdy y yo fuimos al parque que está cerca del hospital, él me ayudó a subirme a la bicicleta y me enseñó a manejarla.

Rowdy es un lindo niño de ojos celestes que adora a mi hermana, son mejores amigos desde que ella empezó a acudir a las quimioterapias, no hay poder humano que logre separarlos. Es adorable verlos, se me derrite un poco el corazón.

—¿Y no te caíste? —pregunta Mags sonriendo.

Mi amiga se agacha y se une a nosotras, toma un crayón y colorea una nube. Todos pueden entrar al mundo de Lili, pero a pocos les permite inmiscuirse en su arte, Mags es una de las afortunadas.

—Una vez, pero me levanté.

—Qué valiente. Cuando yo era niña me daba mucho miedo subirme a esas cosas del demonio porque se balanceaban. Mis padres me compraron una, tiempo después se oxidó y las llantas se quedaron sin aire, así que la dejamos en un depósito de basura. Nunca aprendí.

A Lilibeth le cambia la cara, como si escuchar eso fuera realmente doloroso.

—Yo puedo enseñarte —le dice—. No tengo una bici, pero podemos decirle a Rowdy que me la preste, aunque es de color amarillo, no sé si te guste ese color.

—Me encantaría —responde dubitativa. Quiero reír porque no se ve muy convencida, de hecho, se ve muy poco animada con la idea, creo que Lili se da cuenta de ello pues se carcajea, Mags también termina riendo, después se aclara la garganta—. Pero en este momento vengo por tu hermana.

La pelinegra me lanza una mirada maliciosa, y yo una de advertencia, aunque sé que nada podrá detenerla. Odio cuando me acorrala.

—¿Sí? —cuestiona Lili, adoptando otra vez la curiosidad—. ¿A dónde la llevarás?

—A que se divierta un poco, como que le hace falta, ¿no crees?

Giro los ojos y bufo al ver el rostro divertido de mamá, sabe perfectamente qué está haciendo Maggie.

—¡Sí! —exclama ella, de acuerdo con mi amiga. Nada hará que cambie de opinión y yo no puedo ir en su contra—. Le hace falta, se la pasa trabajando y durmiendo.

Margaret le da un beso en la mejilla a Lili y se pone de pie de un salto, me mira desde arriba.

—Ya oíste, vámonos —ordena antes de salir.

Me tallo la cara con frustración, eso es lo que me gano por tener a una mejor amiga que tiene otros amigos que la invitan a fiestas. Por lo regular me la paso muy bien, no voy a negarlo, pero si me dieran a elegir, siempre preferiré quedarme en casa a escuchar música a todo volumen mientras todo el mundo se pone ebrio; suficiente tengo con el club.

Como no tengo idea de a dónde iremos, no me cambio de atuendo ni compruebo qué tal me veo. Salgo usando un pantalón de mezclilla y una blusa negra con un estampado de Aerosmith.

Me monto en el auto de Mags, ella arranca apenas cierro la puerta, como si temiera que cambiara de opinión.

—¿A dónde vamos?

—Los Bulldogs jugarán un partido entre ellos antes de que empiece la temporada.

—Qué interesante.

—Lo sé —suelta, emocionada, ignorando mi tono de reproche y aburrimiento—. Y después iremos a una fiesta.

—Me muero de la alegría.

—¿Qué harías sin mí?

Margaret entra al estacionamiento de la universidad y busca un cajón entre todo el gentío, las personas caminan como ovejas, sin importarles la larga fila que espera que se muevan para avanzar. El lugar está atiborrado de vehículos y de personas usando las camisetas del equipo, otros llevan sombreros graciosos con perros enseñando los colmillos y, los más apasionados, tienen la cara pintada de color azul, negro y blanco.

—Muestra un poco de espíritu, por favor —pide una vez que se estaciona.

—¡Bulldogs, a ganar! ¡Sí! —exclamo con fingida animosidad. Mags me da una mirada de pocos amigos, pero no dice más.

Cuando descendemos y nos unimos a la horda que intenta entrar al campo cercado, rodeado por gradas. En el exterior hay dos tiendillas improvisadas que venden productos del equipo, en Hushington se toman muy en serio esto de los equipos deportivos, el arte y la cultura, es bien sabido que grandes personalidades conocidas con gran prestigio en la sociedad pisaron estas mismas instalaciones alguna vez.

Mi amiga no necesita detenerse para gastar su dinero en mierda de los Bulldogs, antes de entrar se pasa por encima de la cabeza una camiseta del equipo con el número dieciséis en la espalda, su vestido ahora parece una falda. Hacemos un gran esfuerzo para no ser apachurradas por la marea de cuerpos y logramos colarnos en una de las gradas de la zona de en medio, la parte de adelante ya está llena, a excepción de la primera fila, pero no cualquiera puede sentarse ahí, a menos que tengas un pase.

Las animadoras, encabezadas por Amber Mills, brincan sin ritmo y calientan los músculos en la orilla del campo. Sus uniformes son de color negro con detalles azules y blancos; una H adorna el centro. Todos aseguran que Amber es una perra, pero es la chica más ágil y flexible que he visto, y eso que me rodeo de bailarinas talentosas. Ella no necesita calentar, supongo, pues supervisa que todos hagan los ejercicios y ladra órdenes si no lo hacen bien.

Todos los años, antes de que empiecen los estatales, los Bulldogs hacen juegos de prueba con sus mismos integrantes, y todos se vuelven locos observando cómo se destruyen entre ellos, a pesar de que saben quién va a ganar. No importa si los mejores elementos están de un lado, si Dan Adams es mariscal del contrario, Dan Adams va a ganar. Eso he aprendido gracias a que Maggie me arrastra a los partidos.

El partido empieza minutos después, Mags se levanta y grita, uniéndose a las porras de los demás. Yo me uno a ella, aunque no sé muy bien a quién estamos apoyando. No sé de futbol americano ni de ningún deporte en general, solo sé de baile.

El número siete entra al campo seguido de su ejército de jugadores y hacen la formación cuando el árbitro lo indica. Cinco adelante, los más grandes, parecen murallas impenetrables. No logro reconocerlos, pero sí sé quién está en el lado ofensivo, dirigiéndolos. Lo analizo desde mi posición, se mueve como si fuera el dueño, como si tuviera la certeza de que todos vienen a verlo. Seguro de sí mismo, quizá más de lo que debería. ¿Quién puede culparlo si se ve de esa manera? Esos pantalones de licra se pegan a sus muslos y no dejan nada a la imaginación. Me muerdo el labio al recordar la escena frente a los casilleros, su aliento soplando en mi oído y derritiéndome un poco. Es muy peligroso.

Me quedo tan perdida en mi mente que no me percato de que empiezan a jugar. Cuando hacen la jugada y anotan, lo celebran quitándose los cascos durante un minuto. Mi vista los escanea, una sonrisa se me escapa cuando descubro quién es el dueño del número dieciséis, Maggie no puede ser más obvia.

El partido termina una hora después, en pleno atardecer. Las gradas se vacían y los jugadores regresan por el túnel junto a las animadoras. Mags y yo abandonamos el estadio y regresamos al auto.

—¿En dónde es la fiesta?

—En casa de uno de los integrantes del equipo —responde.

—¿Estás segura de que quieres ir? —cuestiono con seriedad, dándole una mirada de reojo. Las dos sabemos cuánto le cuesta, si no estuviera tan animada la convencería de ir a otro lugar.

Guarda silencio, pienso que mi comentario de le ha molestado, pero luego responde.

—Sí, estoy bien, no he bebido ni una gota desde aquella vez.

Asiento.



Mags se sacó la blusa del equipo antes de entrar, se ve guapa, ahora que estoy rodeada de tantas personas me arrepiento de no haberme vestido para la ocasión. Nos sentamos en unos banquillos. El lugar está lleno de gente

—Iré por refresco, ¿quieres? —pregunta a lo que niego.

Se acerca a una hielera y obtiene una lata de soda. Barro la casa para ver si hay algún rostro conocido, aunque ya sé que no encontraré a nadie, solo conozco a dos o tres alumnos becados, y dudo que estén aquí. Como demora en volver, vuelvo a buscarla, mis párpados salen disparados cuando veo que cierto pelirrojo la está deteniendo, ella esboza una sonrisa a lo que sea que le está diciendo. Entonces James le ofrece un vaso con lo que creo es cerveza, pues sus comisuras caen.

Maggie se pone nerviosa cuando le ofrecen alcohol, se aleja como si los vasos quemaran. Nuestras miradas contactan, me da una sonrisa triste. Las dos guardamos secretos, ella sabe que bailo en un club nocturno para pagar el tratamiento de mi hermana y yo la he visto es sus peores momentos. Hace un par de años tuvo un problema con la bebida, se encerraba en su alcoba y se perdía en una botella hasta quedar tirada en el suelo. Sus padres pueden ser un dolor en culo si se lo proponen, aunque aparentan que no pasa nada malo, nunca superaron la muerte de Erik y ponen sobre Mags una cruz muy pesada que tiene que cargar. El dolor era tal que empezó a beber, a emborracharse hasta perder la consciencia, lo hacía para olvidar que su hermano había muerto y que, junto a él, murió su familia, que estaba sola.

Un día llegué a su casa y la vi tendida en el piso, la sangre me abandonó, creí que estaba muerta. Salió de su letargo, del desmayo, y sostuve su cabello hasta que terminó de vomitar. La cuidé, cepillé su cabello y le di te de manzanilla mientras me contaba, con lágrimas en los ojos, cuánto dolía.

Y me vi ahí, ¿en quién me convertiría si Lili llegase a morir?

Intentó salir del pozo y lo consiguió por su cuenta, a pesar de que le aconsejé que fuera con un psicólogo. Ella dijo que no podía ir con uno sin que sus padres se enteraran, fue su decisión. Se aleja cada vez que ve un trago, y yo me pongo nerviosa pues temo que vaya a recaer. Siempre que la desesperación y la ansiedad le ruegan que beba, me llama y me pide que le cuente cualquier cosa para distraerla. Es muy fuerte, solo necesita darse cuenta.

Su sonrisa regresa y sus mejillas se colorean de rojo, Maggie retira la vista, pero James es rápido y pesca su barbilla. De pronto me siento como una espía, necesito darle privacidad.

Me levanto del banco de un salto y serpenteo entre la gente, hay demasiadas personas juntas, como que necesito respirar. En los rincones hay personas enrollándose y en la cocina hay un grupo de jugadores de fútbol americano bebiendo cerveza junto a chicas muy guapas usando sus uniformes de animadoras y otras vistiendo ropa reveladora.

Las escaleras están casi desiertas, subo los escalones e investigo en el pasillo a ver si encuentro un baño para mojarme la cara y darme una peinada, seguro no luzco como alguien que estaba preparada para venir a una fiesta de niños pijos.

Doy con el bañito en la tercera puerta, me encierro y hago una mueca de asco cuando mi mirada cae en la raja blanca de cocaína que dejaron en el lavabo y por la mancha de vómito que hay en la bañera. Apesta.

Con rapidez compruebo que mi cabello es un matorral espantoso y no tiene mucho arreglo, solo lo acomodo para que se vea decente. Me deshago de la máscara de pestañas corrida y salgo.

El pasillo está en penumbras. Margaret dijo que es la casa de un tal Maximilian, me pregunto si a mi madre le gustaría que hiciera una fiesta en casa mientras sale de viaje, seguramente no, y mucho menos si dejan polvos y mierda, pero a estos chicos no les importa un carajo.

Más por curiosidad que por otra cosa, camino hacia el lado contrario de las escaleras, hay cuadros adornando las paredes. Al final del pasillo hay una ventana de techo a piso, decido ir hasta ahí para abrir la cortina. Corro la tela y me encuentro con un panorama muy bonito, las luces de la ciudad, ¿por qué la tenían cerrada si es tan hermoso?

Entonces escucho un gemido que me hace girar la cabeza, me arrepiento de haberme acercado a la puñetera ventana. Hay un rincón a mi lado izquierdo, puedo ver qué está pasando por la poca luz que entra gracias a que quité la cortina. Una chica se encuentra en los brazos del pelinegro que no había visto en toda la velada, y del que creí que me había salvado.

Podría fingir que no he visto cómo sus manos tocan las curvas de esa mujer, como ella parece disfrutar esas caricias pues echa la cabeza hacia atrás y suspira. Podría solo largarme, pero él me está mirando fijamente, me observa mientras la besa y le mete la mano dentro de la blusa.

Hago una mueca y me doy la vuelta, me largo a toda velocidad como si hubiera visto un fantasma.

Ya que estoy en la planta baja, busco a Maggie, pero no la encuentro. Debería pedir un taxi e irme, sin embargo, no quiero dejarla sola en una fiesta como esta. Busco un lugar seguro, alejado de la multitud y donde pueda escuchar mis pensamientos. En el exterior también se la están pasando en grande, hay una piscina y muñecos inflables, Algunos están sumergidos en el agua, otros se concentran en las orillas.

Justo cuando creo que no encontraré un sitio vacío, donde pueda refugiarme y esperar a que pasen las horas, descubro una construcción en el fondo del jardín. Seguro me veré ridícula entrando, o quizá ni me prestarán atención pues están demasiado ocupados bailando, hablando o drogándose.

Voy hasta ahí y suelto el aire ya que estoy en el interior. No enciendo la luz, pero esto no es un almacén ni nada por el estilo, hay un refrigerador pequeño, una barra, un sillón y otras cosas que no logro identificar. Voy y me paro frente a la ventanilla para observar la piscina y vigilar que nadie venga y me descubra husmeando. Qué situación tan extraña.

Debería salir y socializar un poco, pero no soy de esas, no sé cómo hacerlo. Mis únicos amigos trabajan en un club nocturno, beben para olvidar muertes o son niños enfermos de cáncer. Si quieres hacer amigos en este lugar tienes que ocultar si no eres feliz, soy tan buena ocultando cosas que no dejo que se acerquen. Es más sencillo así, es más fácil que dar explicaciones de quién eres, qué haces, quién es tu familia.

Me quedo una eternidad ahí, en lo que creo es una sala de juegos, pues si no me equivoco, las sombras que se encuentran a unos metros son mesas de ping pong y de billar. Termino relajándome.

Mi calma termina cuando escucho unos pasos, apenas alcanzo a darme la vuelta. ¿Qué carajo? Si no vi que nadie entrara. Frente a mí está la última persona que quisiera ver, casi no puedo ver su rostro por la oscuridad, pero es él. Aun trae puesto su jersey negro con el número siete.

—A Max no le gusta que fisgoneen entre sus cosas —dice con la voz enronquecida.

No le respondo, todas las veces que nos hemos encontrado las cosas se han salido de control, él debe aprender a respetar y yo a filtrar mis pensamientos y a no meterme con la gente incorrecta. Dan Adams es un niño consentido que no ha aprendido a madurar, pero su padre es aristócrata y está rodeado de poder, él podría acabar conmigo y con cualquier persona de mi alrededor.

No debería estar aquí, no debí hacerle caso a Maggie. Estoy frente a este tipo que, seguramente, está ebrio, en un cuarto oscuro. Hay personas afuera que están drogándose y escuchando música a todo volumen. Si algo sucede, ¿quién podría escucharme o ayudarme? Tampoco debí meterme aquí.

Aplano los labios y me muerdo la lengua para no lanzar improperios cuando el empieza a acercarse, se mueve como si fuera un depredador y yo fuera un conejo desamparado.

—¿Me estás persiguiendo?

Dan suelta una risotada echando el cuello hacia atrás, pasea su lengua por sus dientes delanteros para esconder la sonrisa, lo cual no consigue Se está divirtiendo.

—No seas ridícula, yo estaba muy tranquilo follando con una linda y amable chica, si mal no recuerdo fuiste tú la que se metió en mi camino allá arriba. —Señala con el índice hacia afuera, hacia la casa—. Vine al cuarto de juegos de mi amigo por alcohol y te encontré espiando por la ventana como una lunática. No será que eres una de esas chicas que fingen indiferencia, pero huelen tus calzoncillos cuando no ves. ¿Estabas buscando los calzoncillos de Max?

Abro la boca con asombro y repugnancia, él se carcajea.

—No vine aquí para espiar ni para buscar prendas íntimas, vine porque su fiesta es un tumulto de borrachos, drogadictos y ninfómanos que vomitan en la bañera. No puedo respirar sin que la peste a jugos gástricos, marihuana y alcohol me invada. —Tiene la decencia de hacer gestos de asco—. Sí, esa ha sido mi cara durante toda la noche.

—¿Y decidiste esconderte en este lugar en vez de irte?

—No tengo por qué darte explicaciones. —Alzo la barbilla, queriendo aparentar que no me muero de la vergüenza, debí despedirme de Mags y ya, ella está muy entretenida con el pelirrojo, no iba a extrañarme.

Dan se cruza de brazos y ladea la cabeza para estudiarme.

—Debes, estás en propiedad privada.

Aprieto la mandíbula y los puños, en mi mente cuento hasta diez para calmarme, no sé por qué me pone de mal humor si no ha hecho gran cosa, excepto mojarme con ese charco. Y me las cobré, no puedo quejarme.

—Estoy esperando a una amiga.

Una chispa de reconocimiento cruza sus ojos.

—¿Una amiga permite que te escondas en una casa desconocida mientras tontea con un chico?

Ah, él lo sabe.

—¿Una amiga abandonaría a su mejor amiga mientras tontea con un tipo desconocido de dudosa reputación? —tuerzo.

—James es un gran tipo —ladra. Me sorprende la energía con la que dice esas palabras.

—Margaret también.

Nos quedamos en silencio, observándonos y retándonos con la mirada, no doy mi brazo a torcer, creo que él tampoco lo hará, es una batalla de egos. Recuerdo sus amenazas, cualquiera habría huido, pero cuando coqueteas con el peligro ya nada te da miedo. Pararte en un escenario para bailar semidesnuda en un mundo que asusta te prepara para soportar los ataques de un tipo como Dan Adams, e incluso de su padre. Quizá por eso es por lo que me niego a agachar la cabeza, él es el blanco perfecto para cobrarme el odio que siento por esa gente que no dudaría en dar un cheque para comprarnos. Estoy enojada con la vida, y al parecer él también, sé reconocer a otro corazón roto.

—¿De dónde saliste, Tessandra Winter? —cuestiona, verdaderamente confundido.

Sonrío de lado porque me ha hecho gracia.

—No te quejes si fuiste tú el que me sacó de las sombras.

Su frente se arruga, no entiende y no creo que lo haga por más que se lo explique. Tiene a todos en la palma de su mano porque el dinero compra miedo y tal vez tiene el alma rota. Pero nunca conocerá el dolor que causan algunos sacrificios, nunca comprenderá lo que es amar tanto a alguien como para permitir que te corrompan, que te arrebaten lo que eres. Pertenezco a la oscuridad porque ahí es más fácil ignorar que hay heridas sangrantes, y en la oscuridad debo quedarme.

—No me quejo —susurra.

Un ruido nos saca del trance, nos quedamos mirando durante un segundo, sin entender qué está ocurriendo. Dan frunce el ceño y estira la cabeza para ver algo por la ventana, su semblante cambia y se vuelve tenso, molesto.

—Quédate aquí —ordena.

Me apresuro a mirar por encima de mi hombro, hay un grupo de chicos reunidos a un lado de la piscina, y no se ven felices, por los uniformes reconozco que muchos de ellos son jugadores de los Bulldogs, pero hay otros que no logro identificar.

—De ninguna manera —respondo, lista para salir detrás de él.

Dan se gira antes de cruzar la puerta y aprieta la mandíbula. Creo que lo saco de sus casillas constantemente o de verdad le ha molestado lo que ha visto.

—Solo espera a que se vayan, maldición, eres insufrible.

Sale a toda velocidad, no me da la oportunidad de responder. Se va dando zancadas largas. Doy pasos cortos hasta detenerme en el umbral, las sombras todavía me mantienen oculta, aunque no lo suficiente, cualquiera se daría cuenta si prestara atención.

Él se acerca al grupo de chicos y llega al frente, manotea. Todo el mundo guarda silencio y está al pendiente de la conversación, creo que incluso le bajan el volumen a la música. No alcanzo a ver con quién discute, solo veo tipos enormes y amenazantes peleando y mirándose de forma amenazante.

Escucho un grito, luego otro. Salgo del cuartito, asustada. Me acerco lo necesario para distinguir sus voces y palabras soeces cargadas de retos y advertencias.

—No nos vamos a ir a menos que le pongas fecha y hora —dice alguien. Su timbre es amenazante.

—Mejor ve a entrenar con tu equipo de mierda y deja de joder, Wund —contesta Dan, quien es custodiado por su equipo. No puedo ver al chico que vino a molestar, pero sí veo grandulones con los brazos cruzados.

—Te voy a reventar la puta nariz por pretencioso —gruñe.

—No te tengo miedo, hijo de perra.

—Perra tu madre que amarró al rico acostándose y embarazándose.

Apenas tengo tiempo de procesar lo que ha dicho, pienso que nada bueno saldrá de esto, él no es famoso por su paciencia. Y, de pronto, se cumplen mis sospechas: la guerra estalla. Solo se ven manos y brazos, cuerpos cayendo en el suelo. Los improperios y maldiciones se convierten en un coro junto a los quejitos y golpes secos. La gente alrededor empieza a gritar, muchos se largan, otros vitorean y unos pocos se unen solo para empeorar más la situación.

Busco a Margaret entre el caos, pero no está por ninguna parte, tampoco veo a James, espero que no estén cerca.

Exclamaciones de sorpresa se escuchan cuando Dan es golpeado en la cara, se tambalea, veo que un tipo se acerca y logro ver algo en sus ojos, yo he visto esa expresión muchas veces, está drogado. Sus acompañantes no se ven muy cuerdos, y van tras el maldito pelinegro que no se da por vencido.

Es un ajetreo, ácido sube por mi garganta. No sé si van a nuestra escuela, no sé si son personas peligrosas. La ansiedad burbujea en mi pecho y me hace gritar.

—¡¡Llámenle a la policía!!

—¡¡Sí!! —grita otro. La gente vuelve a moverse. No sé si van a llamar, pero creo que funciona, espero que lo haga.

Mi grito es como un interruptor, los tipos se detienen en seco y me buscan. Solo entonces lo reconozco, Gordon Wund, un imbécil que fue expulsado de Hushington por vender droga, los policías se lo llevaron esposado una mañana, y nunca más volvió, a pesar de que su padre tiene el dinero para callar bocas. ¿Por qué mierda está aquí?

Wund, en medio de su delirio, me observa. Sus ojos contactan con los míos y se quedan fijos, estáticos.

—Mañana —suelta Dan entre dientes. La mirada de Wund se concentra en él—. En los terrenos de la feria, a la una de la madrugada.

La sonrisa cínica de Wund me hace arrugar el rostro. Pero se largan.

Los Bulldogs no se mueven, los asistentes que siguen cerca también se quedan quietos, mientras los invasores salen por donde vinieron. Entonces el equipo ve a su líder.

—Se acabó —dice.

Es como si fuera una orden, los que siguen de pie se encargan de echar a la gente. Un chico de tez oscura se acerca con sonrisa amable y señala la casa.

—La fiesta terminó, linda, gracias por la ayuda —dice.

—Ella se queda, Max. —El mencionado le da una mirada de curiosidad a Dan, quien se da la vuelta para mirarnos. Mis párpados se abren con horror al ver las manchas que se convertirán en moretones en unas horas. Una línea de sangre resbala desde su labio hasta la mitad del cuello—. A menos que quiera irse, pero no lo hará porque está esperando a su amiga.

Muchos de los jugadores me están mirando, otros están más preocupados averiguando en dónde tienen golpes y unos pocos se despiden.

—Nena, eso fue increíble, fue muy caliente —dice un tipo, arrastrando las palabras. Está borracho, qué raro. Es muy alto y atractivo con esa piel morena y unos lindos ojos almendrados.

—Déjala, Miles, no la molestes —ordena Dan.

Para mi sorpresa, nos esquiva y vuelve al cuarto que me sirvió de escondite hace unos minutos. El tal Miles lo sigue.

—Soy Maximilian Fontaine —dice el que con amabilidad me invitaba a salir de la propiedad, ofreciéndome su mano con cortesía, pero ya no confío en estos tipos, la última vez que le di la mano a uno de ellos era una trampa. Observo su palma con desconfianza, él suelta una risotada—. Entiendo, somos unos patanes, eres una chica lista.

Entrecierro los ojos, recuerdo lo que Mags me comentó antes de que llegáramos a la fiesta. Así que esta es su casa.

Max es afroamericano, lleva el cabello tan corto que apenas puedo verlo, y sus ojos parecen los de un gato. Sabe que es sexy, todo él destila masculinidad. Y también es el más amable de todos.

—¿Has visto a James? —pregunto. Él se rasca la barbilla y luego asiente.

—Sí, estaba con una chica, se quedó en la casa,

Voy a dar un paso para dirigirme ahí y largarme con Mags, ya tuve suficiente. Entonces aparece un tornado rubio pisando sus tacones de plataforma. Amber Mills parece una modelo sacada de revista, está usando un vestido corto y pegado al cuerpo y se cuelga del hombro de Max.

—Ugh, ¿quién invitó a esta? —Me señala de manera despectiva y hondea el cabello largo y lacio—. Deberías sacarla y... Que no entre más. Hazlo por mí... No me agrada.

Lo que dice no tiene sentido y el sentimiento es totalmente correspondido.

Es raro no verla junto a sus amigas, y más raro es que esté agarrando a Maximilian como si fuera de su propiedad y temiera que se lo arrebatara. Sus uñas largas parecen uñas aferrando la ropa. Amber se tambalea y pierde el equilibrio, Max se apresura a agarrarla sosteniendo su cintura con firmeza y pegándola a su cuerpo, no había notado que estaba borracha. ¿Hay alguien en este lugar que no esté ebrio?

—No importa, Amy —le responde Max con tono suave. El mote cariñoso me hace abrir los párpados—. Vámonos.

—¿Me vas a cuidar? —Suelta risitas. Sus palabras suenan pesadas, como si le estuviera costando mucho pronunciarlas. Ella rodea el cuello de Max y no lo suelta—. No me voy a acostar contigo, si quieres sexo dile a esta zorra.

La observo con tristeza, no porque me afecten sus calificativos, me da lástima. Es muy jodido, quizá he malinterpretado las cosas porque no me había involucrado lo suficiente.

Soy pobre y mi hermana tiene leucemia, tengo dolor en el alma, pero no me habría gustado ser como estas personas. Prefiero mi casa vieja y pequeña, a estas mansiones vacías. Hay tantos lugares para esconderse, pero ellos optan por fingir que se divierten.

Amber Mills lo tiene todo, no necesita esto, no necesita venir e intoxicar su cuerpo con porquerías, quedar tan perdida que ni siquiera logra percatarse del ridículo que está haciendo, no ve que Max de verdad está preocupado e intenta que nadie la mire como yo la veo.

Quizá la pregunta correcta no es quién no está ebrio, tal vez la adecuada sería ¿hay alguien que no esté roto? Creí que Amber era una bruja sin sentimientos por todos los rumores que hay, sin embargo, hoy me he dado cuenta de que es una bruja porque tiene sentimientos que no puede aceptar.

Maximilian me da una mirada de disculpa y se la lleva hacia la casa, mientras ella pronuncia cosas ininteligibles y ríe.

Suelto un suspiro una vez que me encuentro sola. Hay un par de jugadores todavía en el jardín, uno está arrinconando a otro contra una pared mientras le come la boca. Miro alrededor, hay basura, botellas medio llenas, espuma en la piscina y listones por todo el césped.

Saco mi celular y le mando un mensaje de texto a Mags y espero. Pero esta noche tan extraña está lejos de terminar, un grito ahogado me hace maldecir. Giro los ojos y me doy la vuelta, la habitación ahora está encendida, cuando entro veo los juegos que no pude ver con claridad hace unas horas.

Hago una mueca, Dan está sentado en un sillón, y a su alrededor están los jugadores sin saber qué hacer para que él deje de ladrar e insultar al aire.

Él alza los ojos e intenta sonreír cuando me ve, pero se queja por la herida en su labio. Está más hinchada que antes y sigue sangrando.

—Mariposa, ¿al fin decidiste aceptar mi propuesta? —pregunta alzando una ceja. Aun con las manchas en su rostro y la sangre recorriendo su cuello, luce como el infierno.

—No es tu día de suerte.

Sus compañeros y amigos ríen, al parecer suspiran con alivio cuando me acerco y le quito el puesto a Miles, quien me avienta la caja metálica, está tan borracho que bien podría tragarse el alcohol etílico, pero creo que puede entender que su mariscal está de malas y le urge largarse. Me sorprende el compañerismo y unión que tienen, son muy leales. La mayoría sale del cuarto, solo se queda uno dormido en el sofá de al lado.

Abro el botiquín y obtengo un pedazo de algodón, lo lleno de alcohol y se lo tiendo. Me mira como si estuviera loca.

—Ni de coña me pondré esa mierda.

—Tienes que hacerlo.

Se niega.

Sin que se lo espere, estiro el brazo y presiono el algodón húmedo contra su piel. Aúlla de dolor e intenta echarse hacia atrás, pero soy rápida, agarro su cuello antes de que se suelte. Tengo mucha práctica, si atiendes a niños pequeños que odian a los dentistas, terminas aprendiendo a adivinar los reflejos.

—¡Mierda! ¿Qué te pasa? —se queja y gime.

Dejo de presionar, bajo su atenta mirada limpio el área ensangrentada con toques suaves. Suelta quejidos que me hacen reír.

—Qué debilucho, si solo es un corte pequeñito.

—Disfrutas torturándome, ¿verdad?

Sonrío de lado.

—Me pillaste.

Va a alzar su comisura, pero se detiene al sentir dolor y se queda en silencio. Cambio el algodón para limpiar la sangre de su cuello.

—Me da miedo mi sangre —murmura. Levanto los ojos para encontrarme con los suyos. Se ve cansado y serio, nunca lo había visto tan tranquilo y relajado—. Cuando era niño no había nadie que me enseñara a bajar las escaleras, mi nana estaba ocupada, así que creí que podía hacerlo solo. Me caí y había mucha sangre, nadie me escuchaba.

Trago saliva y me quedo callada porque no sé qué decir. No huele a alcohol, solo a yerbabuena. Y me está mirando con mucha intensidad.

Abro la boca para responder, pero alguien me interrumpe desde la entrada.

—Tess, ¿estás bien? —Maggie aparece y me estudia con preocupación. Se relaja cuando asiento—. ¿Nos vamos?

Me levanto como si fuera un resorte, no tiene idea de cuánto le agradezco que me haya salvado de esta conversación. Me llevo el algodón para tirarlo en el camino. Antes de que pueda caminar y alejarme, Dan atrapa mi muñeca y me detiene. Lo miro.

—Gracias —susurra


* * *




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